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El sol se filtraba entre las hojas de los árboles, creando juegos de luces y sombras en el suelo del bosque. Néstor caminaba con paso ligero, disfrutando del aire fresco y del crujido de las ramas bajo sus pies. Su clase de ciencias había organizado una excursión para aprender sobre la fauna y flora del lugar, y aunque al principio no estaba muy emocionado, ahora se sentía agradecido por haber venido.

La profesora Martínez, la encargada de la excursión, caminaba delante del grupo, explicando con entusiasmo detalles sobre las plantas y animales que iban encontrando. A Néstor, más que los estudios, lo que realmente le fascinaba era el bosque en sí. Había algo en ese entorno que lo hacía sentir libre y en paz.

—¡Néstor! —llamó la profesora de repente, sacándolo de sus pensamientos—. Necesito que guardes mi teléfono, por favor.

Néstor levantó la vista y vio que la profesora se acercaba con su viejo teléfono en la mano. Era un aparato antiguo, no como los últimos modelos que sus compañeros solían llevar. Sin dudarlo, lo tomó y lo guardó en el bolsillo grande de su chaqueta.

—Cuidado con él, es muy importante. Lo necesito para tomar notas y fotos de la excursión —le recordó la profesora, confiando plenamente en él.

—No te preocupes, lo cuidaré —respondió Néstor con una sonrisa.

El grupo siguió avanzando por el bosque, pero a medida que lo hacían, Néstor se fue distrayendo cada vez más. Se separó un poco del grupo cuando vio algo que llamó su atención. Era un claro pequeño, cubierto de musgo y lleno de flores coloridas que no había visto antes. Era tan tranquilo y hermoso que decidió acercarse.

Mientras caminaba por el claro, vio a lo lejos un conejo blanco que saltaba entre las ramas. Sonrió ante la vista y, en un impulso, lo siguió durante unos minutos. El pequeño animal se movía rápido entre los árboles, y Néstor no quería perderlo de vista. Sin embargo, cuando finalmente se detuvo para observar al conejo, se dio cuenta de que ya no podía escuchar al grupo. Se había alejado demasiado.

—¡Oh no! —murmuró Néstor, dándose cuenta de su error.

Rápidamente dio la vuelta y comenzó a caminar en dirección opuesta, intentando regresar con los demás. Sin embargo, el bosque le parecía ahora más denso y los caminos más confusos. Caminaba apresurado, tratando de orientarse, cuando de repente sintió que algo faltaba.

El teléfono.

Metió la mano en su chaqueta y su corazón dio un vuelco. El teléfono de la profesora ya no estaba.

—¡No puede ser! —exclamó en voz alta, mirando a su alrededor con desesperación.

¿Cómo era posible que hubiera perdido el teléfono? Lo había guardado con cuidado en su bolsillo, o al menos eso pensaba. Se arrodilló rápidamente, revisando los alrededores. Pero no había señal del aparato. Había estado tan distraído con el conejo y el claro que ni siquiera recordaba cuándo fue la última vez que lo sintió en su bolsillo.

Se levantó, respirando hondo para intentar calmarse. Necesitaba una solución, y rápido, pero lo único que podía pensar era en el regaño que recibiría cuando la profesora se diera cuenta de que había perdido su teléfono. Además, ¿cómo podrían continuar la excursión sin él? Era el único dispositivo que la profesora tenía para documentar lo que encontraban. Y lo peor de todo era que el bosque se extendía a su alrededor como un laberinto interminable. ¿Cómo iba a encontrar un pequeño teléfono en medio de todo ese caos?

Néstor empezó a caminar de un lado a otro, repasando mentalmente su recorrido. Sabía que seguir deambulando sin plan alguno no le iba a ayudar, así que intentó recordar con exactitud cuándo fue la última vez que había sentido el teléfono en su chaqueta. Tal vez lo había perdido cuando siguió al conejo, o quizá cuando cruzó el pequeño arroyo que había encontrado. Pero cuanto más pensaba, más abrumado se sentía.

Justo en ese momento, escuchó un crujido a su izquierda. Se giró rápidamente, con el corazón acelerado, solo para ver a su amigo Mateo, que había salido en su búsqueda.

—¡Néstor! —exclamó Mateo, visiblemente aliviado—. La profesora está preocupada, todos te estamos buscando. ¿Qué haces aquí solo?

Néstor respiró aliviado al ver a su amigo, pero el peso de la situación lo obligó a confesar.

—Perdí el teléfono de la profesora —dijo con voz temblorosa—. Me distraje, seguí a un conejo y… bueno, ya no está en mi bolsillo.

Mateo lo miró con los ojos muy abiertos.

—¡Eso es grave! —exclamó, aunque rápidamente se dio cuenta de que su comentario no ayudaría a calmar a Néstor—. Pero, bueno, no entres en pánico. Lo encontraremos.

Ambos comenzaron a caminar de vuelta por el sendero que Néstor había recorrido, revisando el suelo cuidadosamente. A pesar de su buen humor habitual, Mateo también empezaba a mostrar signos de preocupación.

—Este bosque es enorme —dijo después de unos minutos de búsqueda—. ¿Estás seguro de que lo perdiste aquí?

—No estoy seguro de nada —admitió Néstor, visiblemente afectado—. Ni siquiera recuerdo cuándo fue la última vez que lo sentí en mi bolsillo.

Justo cuando la desesperación empezaba a apoderarse de ellos, Mateo se detuvo de repente y señaló hacia un pequeño claro a lo lejos.

—¿Ese es el lugar al que fuiste, verdad?

Néstor asintió, con una chispa de esperanza encendiéndose en su interior.

—Sí, creo que sí. El conejo estaba por ahí.

Los dos chicos se dirigieron al claro, revisando cada rincón con atención. Sin embargo, después de varios minutos, no había señales del teléfono. Néstor se dejó caer sobre una roca, desanimado.

—No lo vamos a encontrar… —dijo en voz baja—. Estoy perdido y he arruinado todo.

Mateo se sentó a su lado, pensando en silencio. Después de unos segundos, miró a Néstor y sonrió.

—No te rindas todavía. Tal vez solo necesitamos mirar las cosas desde otra perspectiva.

Néstor miraba a Mateo sin entender del todo su comentario. ¿Desde otra perspectiva? Ya habían revisado cada rincón visible del claro, y el teléfono simplemente no aparecía. Sin embargo, Mateo no parecía dispuesto a rendirse.

—Escucha, ¿recuerdas lo que siempre nos dice la profesora Martínez? —preguntó Mateo mientras se levantaba y comenzaba a observar el área una vez más.

—¿Qué cosa? —respondió Néstor, todavía algo desanimado.

—Que a veces, cuando algo parece perdido, no es que esté realmente fuera de nuestro alcance. Solo tenemos que cambiar la manera en que lo estamos buscando. A lo mejor no está a simple vista, pero si prestamos atención a los pequeños detalles, podríamos encontrar pistas. Siempre hay una solución, si miras con atención.

Néstor suspiró. Las palabras de Mateo le recordaron las mismas que la profesora repetía en clase, y aunque todavía se sentía abrumado por la culpa de haber perdido el teléfono, decidió que valía la pena intentarlo. Se levantó de la roca y miró a su alrededor con más detenimiento.

—De acuerdo, probemos algo diferente —dijo con un tono de resolución en su voz—. Revisemos todo, pero esta vez con calma. Podría estar en un lugar donde no hemos pensado buscar. Tal vez cayó entre las raíces de algún árbol o en un sitio que no hemos visto bien.

Mateo asintió y ambos comenzaron a examinar el claro de manera más meticulosa. En lugar de solo mirar al suelo, se concentraron en los pequeños huecos entre las piedras, las ramas caídas y los troncos de los árboles. Cada tanto, uno de ellos murmuraba algo como “aquí no está” o “tal vez por allá”, pero el teléfono seguía sin aparecer.

A pesar de los esfuerzos, Néstor no podía evitar sentir la presión de saber que el tiempo corría. La excursión terminaría pronto y todos regresarían al autobús. Si no encontraban el teléfono antes de que el grupo los alcanzara, tendría que enfrentar a la profesora Martínez y explicarle lo que había sucedido. Y la sola idea de decepcionarla le hacía sentir un nudo en el estómago.

—Es inútil —dijo después de unos minutos más de búsqueda infructuosa—. Nunca lo encontraremos a tiempo.

Mateo, sin embargo, no se dio por vencido.

—No podemos pensar así, Néstor. ¿Recuerdas lo que dijiste al principio? Que lo ibas a cuidar. Eso todavía es cierto. Solo que ahora lo que estamos cuidando es tu compromiso. No se trata solo de encontrar el teléfono, sino de no rendirse cuando las cosas se ponen difíciles.

Néstor, impresionado por las palabras de su amigo, se dio cuenta de que tenía razón. Había asumido la responsabilidad de cuidar el teléfono, y aunque había cometido un error, no era momento para rendirse. Respiró hondo y continuó buscando con más determinación.

Fue entonces cuando algo captó la atención de Mateo. Entre dos raíces que sobresalían de un árbol cercano al arroyo, vio un pequeño reflejo de luz. Se agachó rápidamente para investigar.

—¡Néstor, ven aquí! Creo que encontré algo.

Néstor corrió hacia él y ambos se inclinaron para observar. Entre las raíces del árbol, ligeramente cubierto por hojas secas y barro, asomaba una esquina del teléfono. Mateo lo levantó con cuidado, quitando la suciedad.

—¡Aquí está! —exclamó con entusiasmo—. ¡Sabía que lo encontraríamos!

Néstor sintió una ola de alivio y emoción al ver el teléfono en las manos de su amigo. No podía creer que realmente lo hubieran encontrado después de todo. Lo tomó y revisó el dispositivo, feliz de ver que aún funcionaba a pesar del barro que lo había cubierto.

—¡No puedo creerlo! —dijo Néstor con una mezcla de alegría y asombro—. Pensé que lo había perdido para siempre.

Mateo sonrió, satisfecho con el resultado.

—Te lo dije, solo era cuestión de mirar con más atención. No estaba lejos, solo estaba oculto en un lugar que no habíamos considerado.

Néstor, aún eufórico por haber encontrado el teléfono, se detuvo un momento a pensar en lo que acababa de aprender. Había pasado de la desesperación a la solución, no porque el teléfono hubiera aparecido mágicamente, sino porque habían cambiado la manera en que lo estaban buscando. Habían mirado con más cuidado, habían sido pacientes, y eso había hecho toda la diferencia.

—Tienes razón —dijo Néstor mientras limpiaba el teléfono con su chaqueta—. Nunca me habría imaginado que estaría aquí, entre estas raíces. Estaba tan desesperado que no me fijé en los detalles. Pero gracias a ti, lo encontramos.

—Lo encontramos juntos —respondió Mateo, dándole una palmadita en la espalda.

Ahora que tenían el teléfono de vuelta, ambos comenzaron a caminar de regreso hacia el grupo. Néstor, sintiéndose mucho más tranquilo, comenzó a notar detalles del bosque que antes no había visto. Las pequeñas flores blancas que crecían cerca del arroyo, el sonido suave del agua corriendo entre las piedras, e incluso las huellas de pequeños animales que marcaban el camino.

Cuando llegaron al grupo, la profesora Martínez los vio acercarse y caminó rápidamente hacia ellos.

—¡Néstor, Mateo! ¿Dónde estaban? Estábamos a punto de mandar a alguien a buscarlos —dijo con una mezcla de alivio y preocupación.

Néstor se adelantó, sacando el teléfono de su chaqueta y mostrándoselo a la profesora.

—Perdí tu teléfono, profesora —confesó—. Me distraje y se cayó en el bosque, pero lo encontramos. Lo siento mucho por haberte hecho preocupar.

La profesora lo miró sorprendida, pero después de un momento sonrió.

—Lo importante es que lo encontraste, Néstor. Todos cometemos errores, pero lo que realmente importa es cómo los enfrentamos y qué aprendemos de ellos. Me alegra ver que no te rendiste.

Mateo asintió con orgullo, y Néstor sonrió, aliviado de haber solucionado el problema. Pero más que eso, sabía que la lección que había aprendido en el bosque le serviría para mucho más que solo encontrar un teléfono perdido.

Con el teléfono en manos de la profesora Martínez y el alivio de haberlo encontrado, Néstor y Mateo regresaron al grupo, donde el resto de sus compañeros los esperaban con curiosidad. Algunos de ellos se acercaron, haciendo preguntas sobre lo que había sucedido.

—¿De verdad lo perdiste en el bosque? —preguntó Clara, una de las compañeras de Néstor—. ¡Pensé que no lo encontrarías!

—Fue difícil —admitió Néstor con una sonrisa modesta—, pero lo logramos. Solo tuvimos que prestar más atención y no rendirnos.

Mateo, al escuchar eso, le dio un suave golpe en el hombro y añadió:

—Sí, tuvimos que buscar en todos los rincones, pero cuando te das cuenta de que cada cosa en el bosque puede ser una pista, todo cambia.

La profesora Martínez, quien había estado observando en silencio, se acercó al grupo de estudiantes, dejando que las conversaciones se calmaran antes de hablar.

—Lo que han vivido hoy es una lección importante, chicos —comenzó diciendo con voz calmada—. A veces, en la vida, enfrentamos situaciones que parecen imposibles de resolver, pero si nos detenemos a mirar bien, a analizar cada detalle, siempre hay una solución. Néstor y Mateo son un ejemplo de eso. No se rindieron, miraron con más cuidado y finalmente encontraron lo que buscaban.

Los demás estudiantes asintieron, impresionados por la historia. Néstor, que al principio había sentido mucha vergüenza por perder el teléfono, ahora se sentía orgulloso de cómo había manejado la situación, gracias al apoyo de Mateo y a la lección de la profesora.

La excursión continuó, pero algo había cambiado en Néstor. Mientras el grupo avanzaba por el sendero del bosque, él ya no caminaba con la mente distraída. En su lugar, se fijaba en todo lo que había a su alrededor: las texturas de las hojas, los colores de las flores, el sonido de los pájaros en la distancia. Todo parecía más vívido, más lleno de vida.

Se dio cuenta de que esa atención a los detalles no solo le había ayudado a encontrar el teléfono, sino que también le había permitido disfrutar del bosque de una manera que antes no había imaginado. No se trataba solo de caminar por el sendero, sino de estar realmente presente, de ver lo que antes pasaba desapercibido.

Mientras avanzaban, la profesora Martínez detuvo al grupo en un pequeño claro lleno de helechos y flores silvestres.

—Vamos a hacer una pequeña actividad antes de regresar al autobús —anunció la profesora con una sonrisa—. Quiero que todos busquen algo especial en el bosque. Puede ser una piedra, una hoja, una flor, cualquier cosa. Pero deben observar bien, fijarse en lo que tal vez no han visto antes. Luego, compartirán con el grupo lo que encontraron.

Néstor y sus compañeros se dispersaron, caminando con cuidado por el claro. Néstor, con su nueva perspectiva, comenzó a buscar algo que pudiera compartir. No quería algo obvio, como una hoja grande o una flor llamativa. Quería encontrar algo que, de alguna manera, reflejara la lección que acababa de aprender.

Después de unos minutos de búsqueda, encontró una pequeña piedra entre el musgo. No era especialmente bonita, ni de un color brillante, pero tenía algo que lo intrigaba. Al observarla más de cerca, vio que tenía pequeñas marcas en forma de espiral, como si el tiempo mismo hubiera dejado su huella en ella.

Cuando llegó el momento de compartir, cada estudiante mostró lo que había encontrado. Clara enseñó una flor rara de color violeta, mientras que otros compañeros hablaron sobre hojas de formas inusuales o insectos que habían encontrado.

Cuando fue el turno de Néstor, levantó su pequeña piedra y, con una sonrisa, explicó:

—Elegí esta piedra porque me di cuenta de que, a simple vista, no parece gran cosa. Pero cuando la miras de cerca, tiene detalles increíbles. Estas espirales me hacen pensar en el tiempo que ha pasado, en cómo a veces lo más simple puede ser lo más especial si lo miras con cuidado.

La profesora asintió, claramente complacida con la reflexión de Néstor.

—Es una observación muy profunda, Néstor —dijo—. Y es exactamente de eso de lo que se trata la vida. No siempre vemos las soluciones a primera vista. A veces están escondidas en los detalles, y debemos mirar con más atención para encontrarlas.

El resto del grupo lo felicitó, y Néstor se sintió orgulloso, no solo por haber encontrado el teléfono, sino por la lección que había aprendido y compartido. Al final del día, cuando todos regresaron al autobús para volver a la escuela, él sabía que algo en él había cambiado.

Ya no se trataba solo de cumplir con las responsabilidades o evitar problemas, sino de cómo enfrentar los desafíos con calma, observación y paciencia. La pérdida del teléfono había sido un accidente, pero el bosque le había enseñado una valiosa lección.

En el camino de regreso, sentado junto a Mateo, Néstor miró por la ventana y sonrió para sí mismo. A partir de ese día, no solo iba a mirar, sino a observar con atención todo lo que la vida le presentara. Porque, tal como había aprendido, siempre hay una solución si miras con atención.

moraleja Siempre hay una solución si miras con atención.

Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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