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Era una mañana clara y soleada cuando la clase de quinto grado de la Escuela Central se preparaba para una excursión al bosque. Los niños, emocionados, charlaban entre ellos mientras se subían al autobús que los llevaría a la famosa cascada escondida entre los árboles. Esta excursión era la más esperada del año, y para muchos de ellos, sería la primera vez que visitaban el bosque y veían la majestuosa caída de agua.

Marta, una niña curiosa de diez años, no podía contener su emoción. Desde que había leído sobre las plantas y los animales del bosque en su clase de ciencias, no dejaba de imaginar todo lo que descubriría ese día. Junto a ella, su mejor amigo Luis, que siempre tenía una sonrisa en el rostro, también estaba entusiasmado.

—¡Marta! —exclamó Luis mientras guardaba su mochila llena de snacks—. ¿Sabías que en el bosque hay más de cien tipos de plantas? ¡Quiero ver si encontramos alguna rara!

Marta sonrió, siempre dispuesta a aprender algo nuevo.

—Sí, y también hay animales que no hemos visto en la ciudad. Tal vez encontremos algunos insectos interesantes o incluso rastros de algún mamífero. ¡Este día va a ser increíble!

Cuando el autobús comenzó a moverse, la profesora Silvia, que guiaba la excursión, tomó el micrófono y explicó a los niños las reglas y el itinerario del día.

—Niños, hoy vamos a explorar el Bosque de los Pinos y su hermosa cascada. Recuerden mantenerse siempre en grupo, seguir las indicaciones de los guías y, lo más importante, ser respetuosos con la naturaleza. El bosque es un lugar lleno de vida y debemos cuidarlo.

Los niños asentían con emoción, aunque algunos parecían más interesados en correr y jugar que en aprender sobre el entorno. Pero Marta, siempre con su cuaderno y lápiz en mano, estaba decidida a tomar nota de todo lo que viera.

Después de unos cuarenta minutos de viaje, el autobús se detuvo en el inicio del sendero que llevaba al interior del bosque. Los niños bajaron, admirando el aire fresco y el olor a pino que los rodeaba. El canto de los pájaros y el crujir de las hojas bajo sus pies les recordaba que estaban lejos de la ciudad, en un lugar lleno de misterios por descubrir.

—¡Es mucho más bonito de lo que imaginaba! —dijo Marta, mientras miraba hacia los árboles altos que parecían tocar el cielo.

—¿Crees que veremos la cascada pronto? —preguntó Luis, emocionado.

—Primero caminaremos por el sendero del bosque —respondió la profesora Silvia—. Mientras tanto, les iré mostrando algunas plantas y árboles interesantes. Después, llegaremos a la cascada.

A medida que avanzaban por el sendero, la profesora Silvia les señalaba algunos detalles fascinantes del bosque.

—Este árbol se llama abeto blanco —dijo la profesora, tocando el tronco de un árbol alto—. Sus agujas son muy suaves al tacto, y es uno de los árboles más comunes en este bosque.

Marta tomó nota rápidamente en su cuaderno, mientras Luis se inclinaba para tocar las agujas del árbol, sorprendido por su textura.

—Es suave de verdad —dijo Luis, mirando a Marta con una sonrisa—. ¡Nunca había tocado algo así!

Conforme caminaban más profundo en el bosque, empezaron a notar cosas que les parecían asombrosas: setas coloridas que crecían bajo los árboles, insectos que se deslizaban rápidamente por el suelo y pequeños riachuelos que serpenteaban entre las piedras.

—Mira, Marta —dijo Luis señalando unas flores pequeñas y moradas—. Nunca había visto estas flores antes. ¿Sabes cómo se llaman?

Marta, intrigada, sacó su cuaderno de campo, donde había anotado algunas plantas comunes que podrían encontrar en el bosque. Pero esa flor no estaba en su lista.

—No tengo idea —respondió, arrugando la frente—. Tal vez podamos preguntarle a la profesora Silvia o buscarlo en internet cuando volvamos.

Pero en lugar de esperar, Luis se inclinó para observarlas más de cerca. Esa era una de las cosas que Marta más admiraba de su amigo: su curiosidad por el mundo. Siempre estaba dispuesto a explorar más allá de lo evidente y aprender de todo lo que lo rodeaba.

—Deberíamos llevar una foto para investigarlo más tarde —sugirió Marta, y Luis rápidamente sacó su cámara para tomar una imagen.

El grupo siguió caminando hasta que, finalmente, escucharon el sonido del agua. Era un murmullo suave al principio, pero a medida que se acercaban, el ruido de la cascada se volvía más fuerte. Los niños apuraron el paso, emocionados por llegar a su destino.

Cuando por fin llegaron a la cascada, el paisaje que se abrió ante ellos fue impresionante. El agua caía desde una altura considerable, chocando con las rocas y formando un pequeño estanque de agua cristalina. A su alrededor, el verde del bosque se reflejaba en el agua, creando una imagen digna de una postal.

—¡Es aún más hermosa de lo que pensé! —exclamó Carla, otra compañera de clase, mientras sacaba su cámara para tomar una foto.

Marta y Luis se quedaron un momento en silencio, maravillados por la belleza del lugar. Pero mientras los demás niños corrían hacia el estanque para mojarse los pies, Marta y Luis notaron algo curioso. A un lado de la cascada, había un pequeño sendero que parecía llevar a una parte del bosque que no estaba marcada en el mapa que les habían dado.

—Oye, Luis —dijo Marta, señalando el sendero—. ¿Te has dado cuenta de ese camino? No está en el mapa de la excursión.

Luis frunció el ceño, intrigado.

—Tienes razón. ¿Crees que nos llevará a algún lugar interesante?

Marta asintió, sintiendo que su curiosidad crecía más con cada segundo.

—Solo hay una forma de saberlo.

Marta y Luis intercambiaron una mirada cómplice antes de decidir seguir el misterioso sendero. Sabían que debían mantenerse dentro de las áreas señaladas por la excursión, pero la curiosidad que sentían era más fuerte. Querían saber qué había al otro lado del camino. ¿Sería un lugar aún más impresionante? ¿O tal vez algo que los demás nunca habían visto?

—No deberíamos alejarnos mucho —advirtió Luis, ajustando su mochila—. Si vemos algo raro, regresamos rápido.

—Prometido —respondió Marta, su entusiasmo contagiando a su amigo.

El sendero no estaba tan despejado como el camino principal. Las ramas y hojas crujían bajo sus pies mientras avanzaban entre árboles más densos y altos. El aire olía a tierra fresca y a pino, y la luz del sol apenas se filtraba entre las hojas, creando un ambiente misterioso pero emocionante.

—Este camino es increíble —murmuró Marta, escribiendo notas rápidas en su cuaderno—. ¿Te imaginas lo que podríamos encontrar aquí?

Luis asintió, pero mantenía un ojo atento al bosque, observando cómo las sombras de los árboles se alargaban. A pesar de su emoción, una parte de él no podía dejar de pensar que debían tener cuidado. Sin embargo, la curiosidad siempre había sido una fuerza poderosa en ellos, y seguir aquel sendero parecía una oportunidad única.

A medida que caminaban, empezaron a notar algo extraño. El ruido de la cascada, que al principio aún se escuchaba en la distancia, se había desvanecido por completo. En su lugar, el bosque se volvió cada vez más silencioso, como si todo a su alrededor hubiera quedado envuelto en un manto de calma.

—¿Escuchas eso? —preguntó Marta, deteniéndose por un momento.

Luis frunció el ceño.

—No escucho nada.

—Exactamente —respondió Marta—. Ni el agua, ni los pájaros… ni siquiera el viento. Es como si este lugar estuviera completamente aislado.

La falta de sonidos hizo que ambos se pusieran un poco nerviosos, pero al mismo tiempo, la sensación de estar en un lugar desconocido y fuera del mapa les daba una extraña emoción.

De repente, Luis notó algo en el suelo, algo que parecía brillar débilmente entre las hojas. Se agachó y, con cuidado, apartó las ramas y hojas secas. Lo que encontró fue sorprendente: una piedra con formas talladas en su superficie. Era lisa, pero las marcas en ella formaban patrones que parecían símbolos antiguos.

—¡Mira esto! —exclamó Luis, mostrando la piedra a Marta—. ¿Qué crees que sea?

Marta observó la piedra con fascinación. Las inscripciones no se parecían a nada que hubiera visto antes. Era como si el bosque les estuviera revelando un secreto oculto.

—No tengo idea —dijo Marta, tomando su cuaderno y dibujando los patrones que veía—. Esto es increíble. Tal vez sea algo antiguo, como una señal o una especie de código.

—¿Y si seguimos buscando? —sugirió Luis, con los ojos brillantes—. Tal vez haya más de estas piedras.

Los dos siguieron caminando por el sendero, atentos a cada detalle del terreno. Poco a poco, encontraron otras piedras con inscripciones similares, algunas más grandes, otras más pequeñas, pero todas distribuidas de manera que parecían guiarles hacia algún lugar.

—Es como si alguien hubiera dejado un camino de pistas —dijo Marta, mirando a su alrededor—. ¿Quién crees que haya hecho esto?

Luis no tenía una respuesta, pero lo que estaba claro es que estaban a punto de descubrir algo que nadie más había visto. Finalmente, el sendero comenzó a abrirse, y ante ellos apareció una pequeña cueva oculta entre los árboles. La entrada de la cueva estaba rodeada por piedras con los mismos patrones tallados que habían estado siguiendo.

—¿Entramos? —preguntó Luis, nervioso pero emocionado al mismo tiempo.

Marta, que sentía cómo su corazón latía con fuerza, asintió.

—Claro que sí. Vinimos hasta aquí por algo.

Entraron en la cueva, que al principio parecía oscura y estrecha, pero a medida que avanzaban, un suave resplandor proveniente de las paredes iluminaba el espacio. Las piedras en el interior brillaban con un tenue color azul, y las inscripciones que habían visto afuera parecían extenderse por toda la cueva.

—Esto es increíble —susurró Marta, tocando una de las piedras brillantes.

Luis, asombrado, miraba a su alrededor, sin saber qué decir. La cueva parecía estar viva, como si estuviera esperando ser descubierta por alguien.

Mientras exploraban el interior, Marta encontró una pequeña inscripción en una de las paredes, pero esta vez las marcas eran más claras, como si hubieran sido hechas recientemente. Aunque no podía descifrar el significado exacto, había algo en la disposición de los símbolos que le resultaba familiar.

—Mira esto —dijo Marta, señalando la pared—. Creo que estos símbolos representan algo, pero no estoy segura de qué.

Luis se acercó y, tras observarlos detenidamente, dijo:

—Tal vez es una especie de mapa, o una advertencia. Pero, ¿de qué? No parece que sea algo peligroso.

De repente, el sonido del agua volvió a sus oídos. Al principio era suave, pero luego creció hasta convertirse en un estruendo, como si la cascada estuviera mucho más cerca de lo que parecía. Los dos amigos se miraron confundidos, pero no asustados.

—¿La cascada? —preguntó Luis, mirando hacia la entrada de la cueva—. ¿Cómo es posible? Estamos lejos de ella.

Marta sonrió.

—Creo que acabamos de encontrar un secreto del bosque que nadie más conoce.

Marta y Luis, intrigados por el sonido del agua que parecía tan cercano, se acercaron a la entrada de la cueva. Aunque ya no podían ver la cascada, sentían que de alguna manera se estaban acercando a un nuevo descubrimiento. La luz del día comenzaba a desvanecerse, y sabían que no debían tardar mucho en regresar con el resto del grupo, pero algo los impulsaba a seguir investigando un poco más.

—No podemos quedarnos mucho tiempo —dijo Luis, mirando su reloj—, pero quiero saber qué es este lugar. Nunca había oído hablar de esta cueva en la excursión.

Marta, con el ceño fruncido, seguía observando las inscripciones en la pared de la cueva. Había algo familiar en los símbolos, como si los hubiera visto en alguno de los libros de la biblioteca de la escuela.

—Estos símbolos parecen estar conectados con el agua —dijo Marta, tocando suavemente la pared—. Tal vez esta cueva tiene algo que ver con la cascada.

Luis se acercó más para observar los símbolos y, de repente, notó un pequeño agujero en el suelo cerca de la entrada. Intrigado, se arrodilló para verlo más de cerca. Al iluminar el agujero con su linterna, vio que había agua fluyendo suavemente por debajo de la cueva, como si estuviera conectada directamente con la cascada.

—¡Mira esto! —exclamó Luis, llamando a Marta—. Creo que el agua pasa por debajo de la cueva.

Marta se inclinó junto a él y asintió.

—Es posible que esta cueva haya sido formada por el mismo río que alimenta la cascada. Es un sistema subterráneo.

El descubrimiento los emocionó aún más. Sabían que habían encontrado algo único, algo que nadie más en su clase había visto. Pero justo cuando se estaban preparando para explorar un poco más, escucharon un ruido familiar: era la voz de la profesora Silvia, llamándolos desde la distancia.

—¡Marta! ¡Luis! ¿Dónde están?

Ambos se miraron con ojos alarmados. Sabían que ya habían explorado más allá de lo permitido, y si la profesora los encontraba lejos del grupo, podrían meterse en problemas. Pero también sabían que habían descubierto algo valioso, algo que merecía ser compartido con los demás.

—Deberíamos regresar —dijo Luis, guardando rápidamente su linterna en la mochila—. No quiero que nos castiguen.

—Tienes razón —respondió Marta, mirando por última vez las inscripciones en la cueva—. Pero cuando regresemos a la escuela, voy a investigar más sobre esta cueva y sus símbolos. Esto no puede quedarse solo entre nosotros.

Los dos amigos salieron rápidamente de la cueva y siguieron el sendero de regreso. A medida que se acercaban a la cascada, vieron a la profesora Silvia y a algunos de sus compañeros de clase cerca del estanque, con caras de preocupación.

—¡Ahí están! —exclamó Carla, señalando a Marta y Luis—. ¿Dónde estaban?

La profesora Silvia los miró con una mezcla de alivio y preocupación.

—Estábamos a punto de organizarnos para buscarlos. ¿Por qué se alejaron del grupo?

Marta y Luis se miraron, sin saber exactamente cómo explicar lo que habían descubierto. Sabían que debían ser honestos.

—Lo siento, profesora —comenzó Marta—. Encontramos un sendero que no estaba en el mapa, y lo seguimos porque teníamos curiosidad. Sabemos que debimos haberte avisado, pero… encontramos algo increíble.

La profesora Silvia los observó con una ceja levantada, esperando más explicaciones.

—¿Qué encontraron? —preguntó, claramente intrigada.

Luis dio un paso adelante.

—Encontramos una cueva con símbolos tallados y un pequeño arroyo de agua que pasa por debajo. Creemos que está conectada con la cascada, como si fuera parte de un sistema subterráneo. Nunca habíamos visto algo así.

Los ojos de la profesora Silvia se suavizaron un poco, pasando de la preocupación a la curiosidad. Aunque todavía no estaba contenta con que se hubieran alejado sin permiso, parecía interesada en lo que habían descubierto.

—Es muy interesante lo que dicen —dijo, pensativa—. Pero, chicos, deben recordar que hay razones por las que les pedimos que sigan las indicaciones. El bosque puede ser peligroso si no se tiene cuidado. Sin embargo, si es verdad lo que dicen, tal vez valga la pena investigar más.

La profesora Silvia, siempre interesada en que sus alumnos aprendieran de manera práctica, decidió que en lugar de castigarlos, podría utilizar su descubrimiento como una lección para toda la clase.

—Mañana, en la escuela, investigaremos sobre los símbolos que encontraron y aprenderemos más sobre la historia de esta zona —dijo la profesora—. Quiero que todos se preparen para una nueva lección sobre el bosque, y ustedes dos —miró a Marta y Luis— me ayudarán a preparar la presentación.

Marta y Luis asintieron, emocionados por la idea de poder compartir su descubrimiento con la clase.

—Sí, profesora. No volveremos a alejarnos sin permiso —dijo Marta, aliviada de no haber sido castigada—. Pero no puedo esperar para aprender más sobre lo que encontramos.

Cuando regresaron a la escuela al día siguiente, la clase entera se mostró interesada en lo que Marta y Luis habían descubierto. Con la ayuda de la profesora Silvia, investigaron en los libros de la biblioteca y descubrieron que la cueva que habían encontrado era parte de una antigua red de cuevas subterráneas que había sido utilizada por los pueblos originarios de la zona hace muchos años. Los símbolos que Marta había copiado en su cuaderno resultaron ser parte de un antiguo lenguaje usado para marcar rutas de agua.

—Así que esta cueva y la cascada están conectadas de maneras que no habíamos imaginado —explicó Marta a la clase, durante su presentación—. Esta es una de las razones por las que el bosque es tan importante para nuestro ecosistema.

Luis, que también participaba en la presentación, agregó:

—Aprendimos que ser curiosos nos llevó a descubrir algo nuevo. Pero también aprendimos que debemos tener cuidado y respetar las reglas, porque no sabemos qué tan seguro puede ser el lugar al que nos lleva nuestra curiosidad.

Al final, la excursión no solo les enseñó sobre la naturaleza y la importancia de la cascada, sino que también les mostró que ser curioso y estar dispuesto a aprender es una de las mejores maneras de descubrir el mundo que nos rodea.

moraleja. Sé siempre curioso y nunca dejes de aprender.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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