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En un rincón encantado del mundo, más allá de las colinas ondulantes y los ríos susurrantes, se encontraba el Bosque de los Amigos. Era un lugar donde la naturaleza florecía en todo su esplendor, con árboles frondosos que tocaban el cielo y flores silvestres que pintaban el suelo con una alfombra de colores. En este bosque mágico vivían animales de todas las formas y tamaños, cada uno con su propia personalidad y talentos únicos.

El corazón del bosque era el Gran Roble, un árbol antiguo y sabio que había visto pasar generaciones de animales. Bajo sus ramas se encontraba el claro central, un lugar donde los habitantes del bosque se reunían para compartir historias, resolver problemas y disfrutar de la compañía mutua.

Uno de los habitantes más queridos del bosque era Lia, la ardilla. Con su pelaje marrón y su cola esponjosa, Lia era conocida por su energía inagotable y su habilidad para recolectar nueces. Lia vivía en un acogedor nido construido en lo alto de un nogal, desde donde podía observar todo el bosque y saludar a sus amigos.

Cerca del río vivía Tito, el castor. Tito era un constructor talentoso, capaz de crear las represas más fuertes y las casas más acogedoras. Con su carácter amable y su disposición para ayudar, Tito se había ganado el respeto y el cariño de todos en el bosque.

En la pradera, donde el sol brillaba con mayor intensidad, vivía Mila, la cierva. Mila era conocida por su gracia y su gentileza. Sus grandes ojos marrones y su naturaleza tranquila la hacían una amiga querida por todos. Siempre estaba dispuesta a escuchar y ofrecer palabras de consuelo a quien lo necesitara.

Un poco más allá, en una cueva rodeada de frondosos arbustos, vivía Rocco, el oso. Rocco era grande y fuerte, pero también tenía un corazón de oro. Le encantaba contar historias a los animales más jóvenes y compartir su sabiduría sobre la vida en el bosque.

Un día, cuando el sol se levantaba y los pájaros cantaban sus melodías matutinas, Lia se despertó con una idea emocionante. Decidió recolectar una gran cantidad de nueces y organizar una fiesta para todos sus amigos en el claro central.

—Será la mejor fiesta del año —dijo Lia mientras recogía nueces con entusiasmo—. Compartiré mis nueces con todos, y juntos celebraremos nuestra amistad.

Lia trabajó incansablemente durante toda la mañana, llenando su nido con nueces frescas y jugosas. Mientras lo hacía, pensó en lo afortunada que era por tener tantos amigos maravillosos. Decidió que no solo compartiría sus nueces, sino que también invitaría a cada uno de sus amigos a contribuir con algo especial para la fiesta.

Después de asegurarse de que tenía suficientes nueces, Lia corrió a casa de Tito. El castor estaba ocupado construyendo una nueva represa, pero se detuvo al ver a su amiga acercarse.

—¡Hola, Tito! —exclamó Lia—. Estoy organizando una fiesta en el claro central y me encantaría que vinieras. También pensé que podrías traer algunas de tus deliciosas ramas tiernas para compartir.

Tito sonrió y asintió con entusiasmo.

—¡Claro, Lia! Será un placer. Recolectaré las mejores ramas para la fiesta.

Luego, Lia se dirigió a la pradera para invitar a Mila. La cierva estaba pastando tranquilamente cuando vio a Lia acercarse con una gran sonrisa.

—¡Hola, Mila! —saludó Lia—. Estoy organizando una fiesta en el claro central y me encantaría que vinieras. ¿Podrías traer algunas de tus hierbas aromáticas para compartir?

Mila asintió con alegría.

—Por supuesto, Lia. Recogeré las hierbas más frescas para la fiesta.

Finalmente, Lia fue a la cueva de Rocco. El oso estaba ocupado ordenando su hogar, pero sonrió al ver a Lia.

—¡Hola, Rocco! —dijo Lia—. Estoy organizando una fiesta en el claro central y me encantaría que vinieras. ¿Podrías traer algunas de tus deliciosas bayas para compartir?

Rocco asintió con una sonrisa cálida.

—Por supuesto, Lia. Compartiré mis mejores bayas con todos.

Con todas las invitaciones hechas y las contribuciones aseguradas, Lia regresó a su nido para prepararse. La emoción llenaba el aire mientras el sol ascendía en el cielo, iluminando el Bosque de los Amigos con su cálida luz dorada. Lia pasó la tarde organizando sus nueces en cestas y decorando el claro central con guirnaldas de flores y hojas, creando un ambiente festivo y acogedor.

Al caer la tarde, los amigos comenzaron a llegar. Tito, el castor, llegó primero, llevando un montón de ramas tiernas sobre su espalda. Las colocó cuidadosamente en una mesa improvisada hecha de troncos.

—¡Mira lo que traje, Lia! —dijo Tito con orgullo—. Estas ramas son las más frescas que pude encontrar.

—¡Son perfectas, Tito! —respondió Lia con una sonrisa—. Gracias por compartirlas.

Poco después llegó Mila, la cierva, con una cesta llena de hierbas aromáticas que desprendían un delicioso aroma.

—¡Hola, Lia! —saludó Mila—. Espero que estas hierbas sean del agrado de todos.

—Estoy segura de que lo serán, Mila. ¡Gracias por traerlas! —dijo Lia mientras acomodaba las hierbas junto a las ramas de Tito.

Finalmente, Rocco, el oso, llegó con un gran tazón de bayas frescas y jugosas, que había recolectado con esmero.

—¡Hola, amigos! —dijo Rocco con su voz profunda y amigable—. Aquí están las bayas que prometí.

—¡Se ven deliciosas, Rocco! —exclamó Lia—. Gracias por compartirlas con nosotros.

Con todos los preparativos listos y los amigos reunidos, la fiesta comenzó. Los animales se sentaron en círculo bajo el Gran Roble, disfrutando de las delicias que cada uno había traído. La alegría y la risa llenaban el aire mientras compartían historias y saboreaban la comida.

Lia, observando a sus amigos disfrutar, sintió una profunda satisfacción. La fiesta no solo era un éxito, sino que también reforzaba el vínculo especial que compartían todos en el Bosque de los Amigos.

De repente, un suave murmullo recorrió el grupo. Todos se dieron la vuelta y vieron a un pequeño conejo llamado Oliver acercarse tímidamente. Oliver era conocido por ser muy tímido y solitario, viviendo en una pequeña madriguera al borde del bosque.

—¡Hola, Oliver! —dijo Lia con amabilidad—. ¿Te gustaría unirte a nuestra fiesta?

Oliver titubeó por un momento, pero al ver las caras amistosas de los animales, decidió dar un paso adelante.

—Me encantaría, Lia. Pero no tengo nada para compartir… —dijo Oliver con un tono apenado.

Lia sonrió y puso una mano en el hombro del pequeño conejo.

—No te preocupes, Oliver. La fiesta es para compartir y disfrutar juntos. Todos somos bienvenidos aquí, tengas algo o no.

Los otros animales asintieron y sonrieron, invitando a Oliver a sentarse con ellos. Lia le ofreció algunas nueces, Tito le dio una rama tierna, Mila le acercó un manojo de hierbas y Rocco le sirvió un puñado de bayas. Oliver, conmovido por la generosidad de sus amigos, se sintió aceptado y parte del grupo por primera vez.

Mientras la fiesta continuaba, los animales siguieron compartiendo comida, historias y risas. La noche llegó, y bajo la luz de la luna, comenzaron a cantar y bailar, celebrando no solo su amistad, sino también la alegría de compartir.

El Gran Roble, testigo de tantas generaciones y eventos, parecía susurrar con sus hojas al viento, como si aprobara la escena que se desarrollaba bajo sus ramas. Los animales sintieron una conexión más profunda con la naturaleza y entre ellos, sabiendo que juntos podían crear un mundo mejor a través del simple acto de compartir.

Finalmente, la fiesta llegó a su fin. Los animales, llenos de alegría y gratitud, se despidieron y regresaron a sus hogares. Oliver, el pequeño conejo, se despidió de sus nuevos amigos con una sonrisa radiante, prometiendo volver pronto y contribuir con lo que pudiera.

Lia, exhausta pero feliz, subió a su nido y miró las estrellas a través del dosel de hojas. Sabía que el día había sido un éxito no solo porque todos se habían divertido, sino porque habían aprendido una valiosa lección: compartir no solo mejora la vida de los demás, sino que también enriquece la nuestra.

Con esa reflexión, Lia cerró los ojos y se dejó llevar por el sueño, sabiendo que el Bosque de los Amigos era un lugar mejor gracias a la bondad y la generosidad de todos sus habitantes.

El otoño avanzaba en el Bosque de los Amigos, y con él, los preparativos para el invierno se volvieron una prioridad. Todos los animales trabajaban diligentemente para recolectar alimentos y fortalecer sus refugios. Lia, la ardilla, estaba especialmente ocupada, asegurándose de que su nido estuviera bien abastecido con nueces para los fríos meses que se avecinaban.

Una mañana, mientras los primeros copos de nieve comenzaban a caer, Lia notó algo preocupante. Las nueces que había almacenado durante todo el otoño estaban desapareciendo misteriosamente. Con el corazón acelerado, revisó su nido varias veces, pero la cantidad de nueces seguía disminuyendo.

Preocupada, Lia decidió investigar. Esa tarde, visitó a su amigo Tito, el castor, para pedirle consejo.

—Tito, tengo un problema —dijo Lia con voz temblorosa—. Mis nueces están desapareciendo y no sé qué hacer. ¿Podrías ayudarme a averiguar qué está pasando?

Tito, siempre dispuesto a ayudar, asintió.

—Claro, Lia. Vamos a resolver este misterio juntos. Tal vez podamos pedir ayuda a los demás también.

Lia y Tito recorrieron el bosque, informando a sus amigos sobre el problema. Mila, la cierva, y Rocco, el oso, se unieron de inmediato a la búsqueda. Decidieron vigilar el nido de Lia durante la noche para ver si podían descubrir al ladrón.

Esa noche, los amigos se ocultaron cerca del nido de Lia, observando con atención. La luna brillaba intensamente, iluminando el bosque con una luz plateada. De repente, escucharon un susurro entre las hojas. Con cautela, se acercaron y vieron a un pequeño animal escabullirse con una nuez en sus patas.

—¡Es Oliver! —exclamó Mila en voz baja, reconociendo al pequeño conejo.

Lia se sintió confundida y un poco herida. No podía entender por qué su amigo Oliver estaba robando sus nueces. Decidieron confrontarlo de manera amigable para entender su comportamiento.

A la mañana siguiente, Lia y sus amigos visitaron la madriguera de Oliver. El conejo, al ver a sus amigos, pareció avergonzado y asustado.

—Oliver, necesitamos hablar contigo —dijo Lia suavemente—. Hemos notado que has estado tomando mis nueces. ¿Hay algo que no nos has contado?

Oliver bajó la mirada y suspiró profundamente.

—Lo siento, Lia —dijo con voz quebrada—. No quería robar tus nueces. Es solo que… no tengo suficiente comida para el invierno. He intentado recolectar lo que puedo, pero no ha sido suficiente. No quería molestarlos, así que pensé que tomar algunas nueces no haría daño.

Lia sintió una mezcla de alivio y tristeza. Comprendió la difícil situación de Oliver y supo que debía ayudarlo.

—Oliver, deberías habernos contado —dijo Lia con ternura—. Somos tus amigos y siempre estamos aquí para ayudarte. No tienes que pasar por esto solo.

Tito, Mila y Rocco asintieron en señal de acuerdo.

—Claro, Oliver —dijo Tito—. Juntos podemos encontrar una solución. ¿Por qué no trabajamos juntos para asegurarnos de que todos tengamos suficiente para el invierno?

Oliver levantó la mirada, con lágrimas de gratitud en los ojos.

—Gracias, amigos. No sé cómo agradecerles.

Lia y sus amigos decidieron organizar una reunión en el claro central para discutir cómo podían ayudar a Oliver y asegurarse de que todos los animales del bosque tuvieran suficientes provisiones para el invierno. La noticia se difundió rápidamente, y pronto todos los habitantes del bosque se reunieron bajo el Gran Roble.

—Amigos —comenzó Lia—, hemos descubierto que nuestro amigo Oliver necesita ayuda para recolectar comida para el invierno. Creo que es una oportunidad para demostrar que siempre es bueno compartir. ¿Qué les parece si trabajamos juntos para asegurar que nadie pase hambre este invierno?

Los animales asintieron con entusiasmo, dispuestos a ayudar. Cada uno ofreció lo que podía: nueces, ramas tiernas, hierbas aromáticas y bayas frescas. Incluso los animales más pequeños, como los ratones y los pájaros, contribuyeron con lo que tenían.

—Gracias a todos por su generosidad —dijo Lia, emocionada—. Trabajaremos juntos y compartiremos nuestros recursos para asegurarnos de que todos estén seguros y bien alimentados durante el invierno.

Los días siguientes fueron un torbellino de actividad. Tito y Rocco ayudaron a construir almacenes comunes donde los animales podían guardar y compartir sus provisiones. Mila organizó equipos de recolección para buscar alimentos en las partes más lejanas del bosque. Lia, con su energía incansable, coordinó todo el esfuerzo, asegurándose de que todos contribuyeran y recibieran lo necesario.

El bosque se llenó de un espíritu de cooperación y comunidad. Los animales, que antes solo se preocupaban por sus propias necesidades, descubrieron la alegría de compartir y ayudar a los demás. La madriguera de Oliver pronto se llenó de provisiones, y él mismo se unió a los equipos de recolección, agradecido y ansioso por devolver la ayuda que había recibido.

Un día, mientras trabajaban juntos, Rocco contó una historia sobre un antiguo invierno en el que el bosque había enfrentado una gran hambruna. Los animales de entonces habían aprendido la importancia de compartir y cooperar, una lección que se había transmitido de generación en generación. Ahora, al trabajar juntos, los habitantes del Bosque de los Amigos mantenían viva esa tradición.

El invierno llegó con toda su fuerza, pero esta vez, los animales no temieron. Sabían que tenían suficiente comida y, más importante, que tenían unos a otros. Las noches frías se llenaron de historias y risas compartidas alrededor de fogatas. Los animales más jóvenes escuchaban con asombro las aventuras de los más viejos, y todos disfrutaban de las delicias que habían recolectado juntos.

Una noche, durante una de estas reuniones, Lia se dio cuenta de lo lejos que habían llegado. Miró a su alrededor y vio a todos sus amigos, bien alimentados y felices, y supo que habían hecho algo extraordinario.

—Amigos, este invierno nos ha enseñado algo muy importante —dijo Lia, levantando la voz para ser escuchada por todos—. Compartir no solo nos ayuda a sobrevivir, sino que también nos une y nos hace más fuertes. Estoy muy agradecida de tenerlos a todos como amigos.

Los animales aplaudieron y vitorearon, sintiéndose más unidos que nunca. El Bosque de los Amigos se había convertido en un verdadero hogar para todos, un lugar donde cada uno era valorado y donde siempre había alguien dispuesto a ayudar.

El invierno pasó lentamente, pero con menos dificultades de las esperadas gracias a la generosidad y la cooperación de todos. Cuando finalmente llegó la primavera, el bosque despertó con un nuevo vigor. Las flores comenzaron a brotar, los árboles recuperaron sus hojas, y los arroyos corrieron con agua fresca y cristalina.

Los animales, agradecidos por haber superado juntos el invierno, decidieron celebrar una gran fiesta de primavera. Lia, Tito, Mila, Rocco y Oliver trabajaron juntos para organizarla, asegurándose de que fuera una celebración inolvidable

Con la llegada de la primavera, el Bosque de los Amigos resplandecía con vida y color. Los animales, llenos de alegría y gratitud, se preparaban para la gran fiesta de primavera. El claro central, bajo el majestuoso Gran Roble, se adornaba con guirnaldas de flores y luces brillantes.

Lia, Tito, Mila, Rocco y Oliver trabajaron sin descanso para asegurarse de que todo estuviera perfecto. Los animales trajeron sus mejores delicias: nueces, ramas tiernas, hierbas aromáticas y bayas frescas. La comunidad entera se reunió, lista para celebrar no solo el final del invierno, sino también la fuerza de su amistad y cooperación.

La fiesta comenzó con risas y música. Lia, con su energía contagiosa, lideró juegos y bailes, mientras Tito y Rocco contaban historias sobre el invierno que habían superado juntos. Mila preparó una mesa con las hierbas más deliciosas, y Oliver, orgulloso de su contribución, repartió frescas zanahorias que había encontrado en la pradera.

Al anochecer, bajo un cielo estrellado, Lia se subió a una pequeña plataforma hecha de troncos y llamó la atención de todos.

—Amigos, esta fiesta no es solo para celebrar la llegada de la primavera. Es para celebrar nuestra amistad y lo que hemos logrado juntos. Este invierno fue difícil, pero lo superamos porque compartimos y nos ayudamos mutuamente. Siempre es bueno compartir, y esta primavera es la prueba de que cuando lo hacemos, podemos enfrentar cualquier desafío.

Los animales aplaudieron y vitorearon, sintiéndose más unidos que nunca. Sabían que el Bosque de los Amigos no solo era su hogar, sino un lugar donde siempre encontrarían apoyo y amistad.

La fiesta continuó hasta altas horas de la noche, llenando el bosque de música, risas y amor. Y así, con corazones llenos de gratitud y esperanza, los animales del Bosque de los Amigos sabían que siempre, sin importar las estaciones, tendrían algo especial que compartir.

La moraleja de esta historia es que siempre es bueno compartir.

Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. NOS VEMOS MAÑANA, CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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