Que tenemos para ti

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Era una mañana soleada en el pequeño pueblo de Valle Verde, donde las flores comenzaban a florecer y los pájaros cantaban alegres. Paula, una niña de ocho años, despertó llena de emoción. Hoy era un día muy especial, un día que cambiaría su vida para siempre. En la casa de los López, se sentía una mezcla de nervios y alegría en el aire; ¡su hermanito iba a nacer!

Paula había estado esperando este momento durante meses. Había escuchado a su mamá hablar sobre cómo sería tener un bebé en casa, y aunque a veces se sentía un poco celosa de la atención que su madre le prestaba al nuevo miembro de la familia, su corazón se llenaba de amor y emoción. Ella había ayudado a preparar la habitación del bebé, pintándola de un suave color amarillo y decorándola con dibujos de animales. Había incluso ayudado a elegir el nombre: Samuel, en honor a su abuelo.

Cuando bajó a desayunar, su mamá ya estaba en la cocina, preparando su comida favorita: tortitas con jarabe de arce. El aroma llenaba la casa y le hacía sentir un cálido cosquilleo en el estómago.

—¡Buenos días, Paula! —dijo su mamá, sonriendo—. ¿Estás lista para conocer a tu hermanito?

—¡Sí, mamá! Estoy muy emocionada —respondió Paula, con una gran sonrisa—. ¿Crees que nacerá hoy?

—Puede ser. Recuerda que los bebés tienen su propio ritmo. Pero lo importante es que todo esté bien —dijo su mamá, mientras le servía una porción de tortitas—. Recuerda que tú también eres muy especial y que siempre serás su hermana mayor.

Mientras comían, Paula no podía dejar de pensar en cómo sería tener a Samuel en casa. Tenía muchas ideas sobre lo que haría con él: jugar, leerle cuentos antes de dormir, y compartir sus juguetes favoritos. Sin embargo, también se preguntaba si su madre seguiría teniendo tiempo para ella.

—Mamá, ¿seguirás teniendo tiempo para jugar conmigo una vez que Samuel esté aquí? —preguntó Paula, un poco preocupada.

Su madre la miró con ternura y le acarició el cabello.

—Por supuesto, mi amor. Aunque Samuel necesitará mucha atención al principio, siempre habrá tiempo para nosotras. ¡Podrás ayudarme a cuidar de él! Serás la mejor hermana mayor.

Paula sonrió al escuchar esas palabras. Se sentía orgullosa de ser la hermana mayor y de poder ayudar. Tras el desayuno, decidieron preparar una canastita con juguetes y ropa para el bebé. Cada pequeño detalle llenaba a Paula de alegría, pero también de un ligero nerviosismo.

Después de un rato, el teléfono sonó, y su madre, con una expresión de emoción y un poco de prisa, contestó. Paula no podía escuchar lo que decía, pero pudo ver cómo su madre se sonreía, movía la cabeza afirmativamente y, al final, colgó con una expresión llena de felicidad.

—¡Es hora, Paula! —dijo su madre, mientras se arreglaba rápidamente—. Vamos al hospital. Samuel está a punto de nacer.

Paula sintió una mezcla de alegría y nervios. Rápidamente se vistió y siguió a su madre, que ya tenía todo listo para salir. En el auto, su madre le explicó lo que sucedería en el hospital. Paula escuchaba atentamente, emocionada por el día que estaba por vivir.

Al llegar al hospital, Paula notó que había un ambiente bullicioso y lleno de energía. La gente se movía rápidamente, y las enfermeras y doctores parecían ocupados. Su madre la llevó a una sala de espera donde esperaron. Cada minuto parecía una eternidad, pero Paula sabía que cada segundo contaba.

Finalmente, después de lo que pareció ser una eternidad, una enfermera salió con una gran sonrisa en su rostro.

—¡Felicidades! ¡Tu hermanito ha nacido! —anunció.

El corazón de Paula dio un salto.

—¿Puedo verlo? —preguntó, ansiosa.

—Sí, claro. Pero primero, debes esperar un momento más. Tu mamá está con él ahora. En un rato podrás conocerlo —respondió la enfermera.

Paula no podía esperar. Con el tiempo, su madre apareció con una expresión de felicidad que iluminó su rostro.

—¡Paula! Ven aquí, ¡Samuel está aquí! —exclamó su mamá, emocionada.

Paula corrió hacia su madre, quien la tomó de la mano y la llevó a la habitación donde estaba su nuevo hermanito. Cuando entraron, Paula vio a Samuel por primera vez. Era pequeño y adorable, envuelto en una mantita suave y acogedora. Sus ojos estaban cerrados, y Paula podía escuchar el suave sonido de su respiración.

—¡Es tan lindo! —dijo Paula, asombrada—. Parece un pequeño angelito.

Su madre sonrió, sintiendo la alegría de ver a sus dos hijos juntos.

—Y tú, Paula, eres su ángel guardián. Siempre estarás allí para cuidarlo y amarlo.

Paula se acercó con cuidado, sintiendo una conexión especial con su hermanito. Al tocar su pequeño dedo con el suyo, una oleada de amor la invadió. En ese instante, entendió que el amor de la familia era invaluable.

—Prometo cuidarte, Samuel —susurró Paula—. Siempre estaré aquí para ti.

A medida que su madre la miraba con orgullo, Paula se dio cuenta de que su vida había cambiado para siempre. Samuel era una parte de su familia, un regalo maravilloso que compartirían juntos. Mientras observaba al pequeño dormir, Paula sintió en su corazón que el amor familiar era un tesoro que solo crecía con el tiempo.

Los días transcurrieron, y Paula se encontró inmersa en un nuevo mundo lleno de pañales, llantos y risas. Al principio, todo era emocionante. Samuel era un bebé adorable, y Paula disfrutaba cada momento que pasaba con él. Sin embargo, a medida que pasaban los días, comenzó a sentir una mezcla de emociones que no podía explicar del todo.

Cada mañana, Paula despertaba con entusiasmo, lista para ayudar a su madre a cuidar de Samuel. Ayudaba a cambiar los pañales, a preparar el biberón y a jugar con él cuando se despertaba de la siesta. Sin embargo, a veces sentía que la atención de su mamá estaba completamente enfocada en el bebé. Había días en los que deseaba poder tener un momento a solas con ella, como solían hacer antes de la llegada de Samuel.

Una tarde, mientras estaba sentada en el sofá, mirando cómo su madre mecía a Samuel en sus brazos, no pudo evitar sentir un nudo en la garganta. La tristeza la invadió, y comenzó a pensar en cómo las cosas habían cambiado. Se levantó y fue a su habitación, donde se sentó en su cama, sintiéndose un poco sola.

Poco después, su madre entró en la habitación.

—¿Estás bien, Paula? —preguntó, con preocupación en sus ojos.

Paula asintió, pero en su corazón había algo que no podía expresar.

—Es solo que… a veces siento que ya no tengo tiempo para jugar contigo —dijo, dejando escapar una lágrima—. Todo el tiempo estás con Samuel, y me siento un poco olvidada.

Su madre se sentó a su lado, abrazándola con cariño.

—Oh, Paula, nunca podré olvidarte. Eres mi niña grande, y siempre serás importante para mí. Tener un nuevo bebé en casa es un gran cambio, pero eso no significa que no te ame. Solo necesito un poco de ayuda en este momento.

Paula miró a su madre, sintiéndose un poco mejor. Comprendía que su madre estaba ocupada, pero aún así, su corazón anhelaba esos momentos especiales que solían compartir.

—¿Podemos hacer algo juntas, solo tú y yo? —preguntó Paula, con esperanza.

—¡Claro que sí! ¿Qué te parece si mañana hacemos una tarde de manualidades? Podemos crear un álbum de fotos de Samuel y tú. Será un recuerdo especial —sugirió su madre, sonriendo.

La idea emocionó a Paula.

—¡Sí! Me encantaría —respondió, sintiendo que su corazón se llenaba de alegría nuevamente.

Al día siguiente, después de que Samuel tomara su siesta, Paula y su madre se sentaron en la mesa del comedor con papel de colores, tijeras y pegamento. Juntas, comenzaron a crear un hermoso álbum donde pegarían fotos de Samuel desde que había llegado a casa. Paula eligió fotos de los primeros días, donde él estaba durmiendo, o siendo sostenido por su abuela.

Mientras trabajaban, su madre le contaba historias sobre su propio nacimiento y cómo Paula había traído tanta alegría a la familia.

—Eras tan pequeña y linda. Recuerdo que a veces no podía dejar de mirarte porque eras tan perfecta. Ahora es el turno de que tú cuides a Samuel y le muestres el amor que tenemos en esta familia —le dijo su madre, mientras colocaba una foto en el álbum.

Paula se sintió feliz al escuchar esas historias. Se dio cuenta de que ser hermana mayor era una responsabilidad especial, y eso la hacía sentir orgullosa.

Pero también había días en los que las cosas se complicaban. Una tarde, mientras su madre intentaba calmar a Samuel que estaba llorando, Paula se sintió frustrada. Ella quería que su madre la escuchara y pasara tiempo con ella, pero el llanto del bebé llenaba la casa, y parecía que nadie podía oírla.

—¡Mamá! —gritó Paula, sintiéndose un poco desesperada—. ¡Yo también necesito tu atención!

Su madre se giró, visiblemente cansada, pero con una mirada comprensiva.

—Paula, entiendo que esto puede ser difícil. A veces me siento abrumada, pero tengo que cuidar de Samuel en este momento. Dime cómo puedo ayudarte.

Paula se cruzó de brazos y se sentó en el suelo, sin saber qué decir.

—No sé… —murmuró, sintiéndose perdida.

Su madre se acercó a ella y se arrodilló para estar a su altura.

—Si quieres, puedes ayudarme a calmarlo. A veces, cantarles o hablarles suavemente puede hacer maravillas. ¿Te gustaría intentarlo?

Paula dudó por un momento, pero luego se levantó con determinación.

—¡Está bien! Quiero intentarlo —dijo, sintiendo que su corazón se llenaba de confianza.

Se acercó a Samuel y comenzó a cantarle suavemente. A medida que su voz se elevaba, el llanto de su hermanito fue disminuyendo. Para su sorpresa, Samuel dejó de llorar y comenzó a observarla con curiosidad.

—Mira, mamá, ¡funcionó! —exclamó Paula, llena de alegría.

Su madre sonrió con orgullo, y ambas se sintieron unidas en ese momento.

—Ves, Paula. A veces, ser hermana mayor significa ayudar y dar amor. Lo que has hecho hoy es invaluable —dijo su madre, abrazando a Paula.

Paula sintió que había encontrado su lugar en la familia. Aunque ser la hermana mayor venía con desafíos, también era una gran aventura. Con cada día que pasaba, comprendía que el amor de la familia no solo se trataba de recibir, sino también de dar.

Mientras el sol comenzaba a ponerse, Paula miró a su hermanito y a su madre, sintiendo una calidez en su corazón. En ese momento, supo que su amor por Samuel era incondicional, y que siempre estaría dispuesta a cuidar de él.

Con el paso de los días, Paula se sentía cada vez más en sintonía con su nuevo papel como hermana mayor. Cada vez que veía a Samuel sonreír o emitir sus primeros balbuceos, su corazón se llenaba de felicidad. El pequeño tenía un encanto especial que iluminaba su hogar, y aunque algunas veces todavía se sentía celosa de la atención que su madre le daba, Paula empezaba a comprender que el amor en su familia solo se multiplicaba.

Una tarde, mientras jugaban en el jardín, Paula se dio cuenta de que Samuel estaba a punto de dar sus primeros pasos. Se acercó a su madre, que estaba sentada en una silla mecedora, y le dijo con entusiasmo:

—¡Mamá! ¡Creo que Samuel va a caminar pronto!

Su madre sonrió, viendo a su pequeño hijo arrastrarse hacia un lado.

—Tienes razón, Paula. ¡Vamos a animarlo!

Paula se acercó a Samuel, aplaudiendo y animándolo.

—¡Vamos, Samuel! ¡Tú puedes! —gritó, sintiéndose una animadora en ese momento.

Samuel, con su pequeña sonrisa y sus ojos brillantes, miraba a su hermana con admiración. Poco a poco, comenzó a levantarse, usando los muebles como apoyo. La emoción llenó el aire mientras Paula lo alentaba, recordando las palabras de su madre sobre la importancia de estar presente para su hermano.

En ese instante, Paula comprendió que ser hermana mayor no significaba ser olvidada. Era un papel lleno de amor y alegría, y la responsabilidad que conllevaba no era una carga, sino un regalo.

Días después, el jardín de los López se convirtió en un escenario de celebración. Era el cumpleaños de Samuel, y la familia había decidido organizar una pequeña fiesta. Todos los amigos de Paula estaban invitados, y ella estaba emocionada por compartir este momento con ellos.

Mientras decoraban el jardín con globos de colores y serpentinas, Paula se sintió llena de orgullo. Había ayudado a planificar cada detalle, desde la elección de la temática hasta la creación de un álbum de fotos para que Samuel tuviera un recuerdo de su primer cumpleaños.

Cuando los amigos de Paula llegaron, todos estaban llenos de alegría y risas. Había juegos, música, y lo mejor de todo: una enorme tarta con forma de oso, el favorito de Samuel. Paula estaba entusiasmada al ver cómo sus amigos se divertían y cómo todos compartían el amor hacia su hermanito.

Durante la fiesta, Paula se tomó un momento para observar a su madre. La veía sonriendo, hablando con sus amigos y disfrutando del día. En su corazón, sentía una gran felicidad al ver cómo su familia estaba unida. Fue entonces cuando se dio cuenta de que, aunque Samuel era el nuevo miembro, su amor por él había enriquecido sus vidas de maneras que nunca imaginó.

Cuando llegó el momento de cantar “Feliz Cumpleaños”, Paula se acercó a Samuel, sosteniéndolo en brazos mientras todos cantaban. Su hermano sonreía, maravillado por toda la atención que recibía. Al soplar las velas, Paula hizo un deseo en su corazón: que siempre hubiera amor y alegría en su familia.

La tarde continuó llena de risas, juegos y momentos especiales. Mientras jugaban en el jardín, Paula tomó la mano de Samuel y lo llevó a jugar con sus amigos. Le enseñó cómo jugar a la pelota y le mostró cómo atraparla con sus manitas. Samuel, aunque un poco torpe, intentaba imitar a su hermana, y eso hizo que todos rieran y aplaudieran.

A medida que la tarde avanzaba, Paula se dio cuenta de que el amor que sentía por Samuel no solo venía de su deseo de cuidarlo, sino también de la conexión que estaban construyendo juntos. Era un amor que no sabía que tenía dentro, una mezcla de ternura, protección y alegría que llenaba su corazón.

Cuando la fiesta llegó a su fin y los amigos comenzaron a despedirse, Paula se sintió satisfecha. Había compartido momentos especiales con Samuel y había aprendido que el amor de la familia es invaluable, una riqueza que siempre crece mientras más se comparte.

Al caer la noche, mientras se preparaban para dormir, Paula se sentó en la cama de su madre y le dijo:

—Mamá, gracias por ayudarme a entender que el amor de la familia es lo más importante. Estoy tan feliz de tener a Samuel.

Su madre la abrazó, sintiendo la calidez de su conexión.

—Y yo estoy feliz de verte crecer y amar a tu hermano. Siempre habrá espacio en nuestros corazones para todos. La familia es un lazo que nunca se rompe.

Esa noche, mientras Paula se acomodaba en su cama, sintió que tenía un lugar especial en el mundo. Ser hermana mayor no era solo un rol, era un viaje lleno de amor, risas y recuerdos que atesoraría para siempre.

Mientras cerraba los ojos, escuchó el suave murmullo de Samuel en la habitación contigua. En su mente, pensó en todas las aventuras que aún les esperaban juntos. Imaginó los juegos en el parque, los cuentos antes de dormir y las travesuras que harían a medida que crecieran.

Con una sonrisa en su rostro, Paula se durmió, sintiendo la alegría de ser parte de una familia que siempre la apoyaría y la llenaría de amor. La llegada de Samuel había sido un regalo, un recordatorio de que el amor familiar era la base de todo lo bueno en su vida.

Y así, en el pequeño pueblo de Valle Verde, Paula descubrió que el amor de la familia no solo era invaluable, sino también el más hermoso de los tesoros.

moraleja El amor de la familia es invaluable.

Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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