Que tenemos para ti

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En un rincón mágico del mundo, donde los ríos cantaban y los abedules susurraban confidencias, se encontraba el Río de los Suspiros. Este río no era un río común; sus aguas cristalinas llevaban consigo los suspiros y deseos de todos los que se acercaban a sus orillas. La corriente suave y melodiosa atraía a diversas criaturas del bosque, creando un lugar de encuentro para animales de todo tipo.

Samy, una ardilla de pelaje rojizo y ojos curiosos, vivía en un nido acogedor en uno de los grandes robles que crecían cerca del río. Samy era conocida por su naturaleza inquieta y aventurera. Le encantaba explorar cada rincón del bosque y conocer nuevas criaturas.

Un día, mientras recolectaba nueces cerca de la orilla del río, Samy escuchó un suave susurro entre las ramas. Era su amigo Leo, un pequeño zorro de pelaje dorado y brillante.

—¡Hola, Samy! —saludó Leo con entusiasmo—. ¿Qué haces por aquí tan temprano?

Samy, con una sonrisa en su rostro, respondió:

—¡Hola, Leo! Estoy buscando las mejores nueces para el invierno. ¿Qué tal tú?

Leo movió la cola alegremente.

—Estaba pensando en explorar el otro lado del río. Siempre me ha dado curiosidad saber qué hay más allá de esas colinas.

Samy se quedó pensativa. Aunque le encantaba la aventura, cruzar el río siempre le había parecido un desafío. Las corrientes, aunque suaves, podían ser peligrosas para una pequeña ardilla como ella.

—Podríamos construir un puente —sugirió Samy, emocionada por la idea—. Así podríamos cruzar el río siempre que quisiéramos.

Leo asintió, entusiasmado por la idea.

—¡Eso suena increíble! Pero necesitaríamos ayuda. No podemos hacerlo solos.

Decididos a llevar a cabo su plan, Samy y Leo se dirigieron a buscar a Mafe, una joven mapache conocida por su habilidad para construir y arreglar cosas. Mafe vivía en una pequeña cueva junto al río, rodeada de herramientas y materiales que había recolectado a lo largo de los años.

—¡Mafe! —llamó Samy al llegar a la cueva—. ¡Necesitamos tu ayuda!

Mafe salió de su cueva con una sonrisa y las patas llenas de madera y cuerda.

—¿Qué ocurre, amigos? —preguntó, siempre dispuesta a ayudar.

Leo le explicó su plan para construir un puente y explorar el otro lado del río. Mafe, con su habitual entusiasmo, aceptó de inmediato.

—¡Me encanta la idea! —dijo—. Pero necesitamos más ayuda y materiales. Podríamos pedirle a Tito, el castor, que nos ayude con la madera. Él sabe cómo manejarla mejor que nadie.

Los tres amigos se dirigieron al hogar de Tito, un castor fuerte y trabajador que vivía en una represa a pocos metros del río. Tito, con su experiencia en la construcción de represas, se mostró encantado de unirse al proyecto.

—¡Por supuesto que ayudaré! —exclamó Tito—. Construir un puente será un gran desafío, pero juntos podemos lograrlo.

Con el equipo reunido, comenzaron a planificar la construcción del puente. Samy, con su agilidad, se encargó de recolectar las ramas y hojas necesarias para fortalecer la estructura. Leo, con su astucia, trazó un plan detallado para asegurarse de que el puente fuera seguro y estable. Mafe y Tito, con sus habilidades en la construcción, empezaron a trabajar en la base del puente.

Día tras día, los amigos trabajaron juntos, aprendiendo a coordinarse y a apoyarse mutuamente. Durante el proceso, se dieron cuenta de que no solo estaban construyendo un puente físico, sino también fortaleciendo los lazos de su amistad.

Un día, mientras trabajaban en el puente, se encontraron con un obstáculo inesperado. Una gran tormenta se avecinaba, amenazando con destruir todo su esfuerzo. Las nubes oscuras y el viento fuerte los preocupaban, pero no estaban dispuestos a rendirse.

—No podemos dejar que la tormenta destruya nuestro trabajo —dijo Mafe, decidida.

—Pero necesitamos proteger lo que hemos construido hasta ahora —añadió Tito—. Si no lo hacemos, todo se perderá.

Samy, Leo, Mafe y Tito trabajaron rápidamente, cubriendo el puente con hojas grandes y ramas para protegerlo de la lluvia. La tormenta golpeó con fuerza, pero gracias a su esfuerzo conjunto, lograron salvar la estructura.

Cuando la tormenta pasó, el puente aún estaba en pie, aunque necesitaba reparaciones. Los amigos, más unidos que nunca, se pusieron manos a la obra. Con renovada energía y determinación, terminaron el puente en poco tiempo.

El día de la inauguración del puente fue un evento especial. Todos los animales del bosque se reunieron para celebrar. El puente, hecho de madera fuerte y cuerda resistente, se extendía majestuosamente sobre el Río de los Suspiros, simbolizando la unión y la cooperación de todas las criaturas del bosque.

Samy, Leo, Mafe y Tito cruzaron el puente juntos, con el corazón lleno de orgullo y alegría. Al llegar al otro lado, descubrieron un mundo nuevo y maravilloso, lleno de nuevas aventuras y amigos por conocer.

El puente no solo había permitido cruzar el río, sino que también había construido un lazo más fuerte entre los habitantes del bosque. Habían aprendido que, con empatía y colaboración, podían superar cualquier obstáculo y alcanzar sus sueños.

Desde entonces, el Puente de la Empatía se convirtió en un símbolo de unidad y amistad en el bosque. Y cada vez que alguien cruzaba el Río de los Suspiros, recordaba que la empatía es la clave para construir puentes que unan corazones y mentes, creando un mundo más fuerte y armonioso.

El Puente de la Empatía se había convertido en un símbolo de unidad y amistad en el bosque, pero no todos estaban contentos con su existencia. Al otro lado del río, en una zona menos conocida del bosque, vivía una familia de linces. Los linces, orgullosos y reservados, siempre habían preferido la tranquilidad y la soledad de su territorio. No les gustaba la idea de que más animales cruzaran el río y exploraran su hogar.

Uno de los linces, llamado Galo, era especialmente receloso. Sus ojos verdes brillaban con desconfianza cada vez que miraba el puente.

—Este puente traerá problemas —murmuraba para sí mismo—. No necesitamos a todos esos animales aquí, interfiriendo en nuestra vida.

Un día, mientras Samy, Leo, Mafe y Tito estaban ocupados con sus tareas diarias, Galo decidió que ya había tenido suficiente. Con sigilo, cruzó el puente y comenzó a observar a los animales del otro lado del río. Su intención era encontrar una manera de deshacerse del puente, pero lo que vio lo sorprendió.

Los animales trabajaban juntos en armonía. La cooperación y el espíritu comunitario eran evidentes en cada rincón del bosque. Galo, acostumbrado a la vida solitaria de los linces, no podía comprender cómo tantos animales diferentes podían vivir y trabajar juntos sin conflictos.

Mientras Galo observaba, Samy lo vio desde lo alto de un árbol y se acercó curiosa.

—¡Hola! —saludó Samy con su habitual energía—. No te había visto por aquí antes. ¿Eres nuevo?

Galo, sorprendido por la amabilidad de Samy, titubeó antes de responder.

—No, yo… vivo al otro lado del río. Solo vine a ver… el puente.

Samy, sin notar la desconfianza de Galo, sonrió ampliamente.

—¡Qué bien! El puente es increíble, ¿verdad? Lo construimos entre todos para poder conocernos y ayudarnos mutuamente. ¿Quieres conocer a mis amigos?

Galo no sabía cómo reaccionar. No había esperado una bienvenida tan cálida. Sin embargo, la curiosidad pudo más que su recelo, y decidió seguir a Samy.

Mientras caminaban hacia el grupo, Galo notó la diversidad de animales: pájaros cantando, ciervos pastando, castores construyendo. Cada uno tenía su rol y su lugar en la comunidad. Al llegar al claro donde Leo, Mafe y Tito estaban trabajando, Samy los presentó.

—Chicos, este es Galo. Viene del otro lado del río.

Leo levantó la mirada y sonrió amablemente.

—¡Hola, Galo! Encantado de conocerte. ¿Cómo están las cosas al otro lado?

Galo, sintiéndose un poco incómodo, respondió con cautela.

—Tranquilas. No estamos acostumbrados a ver tanta… actividad.

Mafe, con su entusiasmo habitual, intervino.

—Eso es lo que hace este lugar tan especial. Todos trabajamos juntos y nos ayudamos. ¿Te gustaría unirte a nosotros?

Galo, sorprendido por la invitación, no supo qué decir. Durante los días siguientes, decidió quedarse un poco más y observar. Poco a poco, comenzó a comprender la importancia del puente y de la cooperación entre los animales. Sin embargo, todavía sentía una resistencia interna. Su instinto de proteger su territorio y su familia seguía siendo fuerte.

Una tarde, mientras paseaba por el puente, Galo se encontró con Tito, quien estaba revisando la estructura.

—Hola, Galo —dijo Tito con una sonrisa—. ¿Qué te trae por aquí?

Galo, mirando el río bajo el puente, respondió con sinceridad.

—No estoy seguro de qué pensar sobre todo esto. Mi familia y yo siempre hemos vivido solos. No estamos acostumbrados a compartir nuestro territorio con otros.

Tito, con su sabiduría y calma, asintió.

—Entiendo tu preocupación. Pero déjame contarte algo. Antes de construir este puente, nosotros también vivíamos separados. Cada uno tenía su propio espacio y apenas interactuábamos. Pero cuando comenzamos a trabajar juntos, descubrimos algo maravilloso: la empatía y la cooperación pueden hacer que la vida sea mucho más rica y significativa.

Galo, reflexionando sobre las palabras de Tito, comenzó a ver las cosas desde una perspectiva diferente. Tal vez, pensó, había más ventajas en la cooperación de las que había imaginado.

Esa noche, mientras se dirigía de regreso al otro lado del río, Galo se encontró con su familia. Les contó lo que había visto y aprendido, pero sus palabras no fueron bien recibidas.

—No necesitamos a esos animales aquí —dijo su hermano, Eris, con firmeza—. Este es nuestro territorio.

Galo, sin embargo, no se dio por vencido.

—Entiendo lo que dices, Eris. Pero creo que podríamos aprender mucho de ellos. No se trata de invadir nuestro espacio, sino de compartir y crecer juntos.

Los linces, aún reticentes, decidieron acompañar a Galo al día siguiente para ver por sí mismos. Cuando llegaron al otro lado del río, fueron recibidos con la misma calidez que Galo había experimentado. Samy, Leo, Mafe y Tito les mostraron cómo trabajaban juntos, compartían recursos y se apoyaban mutuamente.

Con el tiempo, los linces comenzaron a integrarse en la comunidad. Descubrieron que podían mantener su independencia y, al mismo tiempo, beneficiarse de la cooperación y el apoyo de los otros animales. Galo, en particular, se convirtió en un puente entre su familia y el resto del bosque, demostrando que la empatía realmente podía construir puentes, no solo físicos, sino también emocionales.

Los días pasaron y la comunidad del Río de los Suspiros se fortaleció aún más. Los linces, que una vez habían sido reacios a la idea de compartir su territorio, ahora participaban activamente en las actividades del bosque. Aprendieron a trabajar juntos, a comprender las necesidades de los demás y a apreciar la diversidad que los rodeaba.

Un día, mientras todos los animales se reunían para una celebración especial en el puente, Galo se acercó a Samy, Leo, Mafe y Tito.

—Quiero agradecerles por mostrarme el valor de la empatía y la cooperación —dijo Galo con una sonrisa—. Sin ustedes, nunca habría comprendido lo importante que es construir puentes, tanto físicos como emocionales.

Samy, con una sonrisa radiante, respondió:

—Todos hemos aprendido algo valioso en este proceso. La empatía realmente puede transformar nuestro mundo.

Leo asintió, mirando el río bajo el puente.

—Sí, y este puente es el símbolo perfecto de lo que hemos logrado juntos. No solo hemos unido nuestras tierras, sino también nuestros corazones.

Mafe, siempre entusiasta, levantó una copa de jugo de bayas.

—¡Por la empatía y la amistad!

Tito, con su habitual sabiduría, añadió:

—Y por los puentes que construimos, no solo de madera y cuerda, sino de comprensión y amor.

La celebración continuó, y el Río de los Suspiros resonó con risas y canciones. Los animales del bosque sabían que habían logrado algo extraordinario. Habían demostrado que la empatía podía superar cualquier barrera y construir un mundo más unido y armonioso.

Así, el Puente de la Empatía se convirtió en un lugar de encuentro y celebración, recordando a todos que, con empatía y cooperación, podían superar cualquier desafío y construir un futuro mejor juntos.

Pasado algún tiempo, el Puente de la Empatía no solo unió físicamente a los animales de ambos lados del Río de los Suspiros, sino que también fortaleció los lazos emocionales entre ellos. Sin embargo, un nuevo desafío estaba por llegar, poniendo a prueba todo lo que habían aprendido sobre la empatía y la cooperación.

Una mañana, mientras Samy, Leo, Mafe, y Tito se reunían en el puente para planificar las actividades del día, un alboroto inusual llegó desde el lado opuesto del río. Samy levantó la vista y vio a una multitud de animales congregados alrededor de una figura imponente.

—¿Qué está pasando? —preguntó Samy, frunciendo el ceño.

Leo entrecerró los ojos, tratando de ver mejor.

—Parece que alguien nuevo ha llegado al bosque.

La figura imponente era,  un gran oso pardo llamado Bruno, que había venido de una tierra lejana en busca de un nuevo hogar. Los animales, aunque inicialmente asustados por su tamaño y fuerza, se habían reunido para darle la bienvenida. Bruno, sin embargo, estaba claramente desconcertado y algo preocupado.

—No quiero causar problemas —decía Bruno con voz grave—. Solo busco un lugar donde pueda vivir en paz.

Samy, con su habitual entusiasmo, corrió hacia Bruno y lo saludó con una sonrisa.

—¡Hola! Soy Samy. Bienvenido al Río de los Suspiros. ¿Podemos ayudarte en algo?

Bruno, sorprendido por la amabilidad de Samy, asintió lentamente.

—Gracias, Samy. Solo necesito un lugar donde pueda establecerme sin molestar a nadie.

Leo, Mafe y Tito se unieron a Samy y, tras una breve conversación, decidieron ayudar a Bruno a encontrar un lugar adecuado. Mafe, con su conocimiento del bosque, sugirió una cueva espaciosa no muy lejos del río, un lugar tranquilo y apartado donde Bruno podría sentirse cómodo.

—Es perfecta para ti —dijo Mafe—. Te llevará un poco de tiempo arreglarla, pero te ayudaremos.

Bruno, agradecido, aceptó la oferta de ayuda. Los amigos trabajaron juntos para limpiar y preparar la cueva, llevando ramas, hojas y piedras para hacerla acogedora. Durante este proceso, Bruno comenzó a conocer mejor a los animales del bosque y a entender la importancia de la empatía y la cooperación que los unía.

A medida que los días pasaban, Bruno se integró en la comunidad. Aunque era grande y fuerte, también tenía un corazón amable y estaba dispuesto a ayudar en todo lo que pudiera. Su presencia se convirtió en una ventaja para el bosque, pues su fuerza era útil en muchas tareas difíciles.

Sin embargo, no todos los animales aceptaban fácilmente a Bruno. Algunos, como los linces, seguían siendo recelosos y desconfiados. Eris, el hermano de Galo, en particular, no estaba convencido de que un oso pardo pudiera ser una buena adición a su comunidad.

—No sé si podemos confiar en él —dijo Eris una noche, mientras hablaba con su familia—. Es demasiado grande y fuerte. Podría ser peligroso.

Galo, que había aprendido a valorar la empatía, intentó tranquilizar a su hermano.

—Eris, todos tenemos que dar una oportunidad a los demás. Bruno ha demostrado ser amable y dispuesto a ayudar. Debemos ser pacientes y darle el beneficio de la duda.

Eris, sin embargo, no estaba convencido. Decidió mantener una estrecha vigilancia sobre Bruno, listo para intervenir si veía cualquier signo de peligro.

Una tarde, mientras Bruno pescaba en el río, una fuerte tormenta comenzó a formarse rápidamente. Las nubes se oscurecieron y el viento empezó a soplar con fuerza. Bruno, preocupado por los otros animales, corrió de regreso al puente para advertirles.

—¡Se avecina una tormenta fuerte! —gritó Bruno mientras corría—. ¡Todos deben refugiarse!

Los animales, acostumbrados a las advertencias de tormenta, comenzaron a buscar refugio. Samy, Leo, Mafe y Tito ayudaron a guiar a los más pequeños y a aquellos que necesitaban asistencia.

La tormenta golpeó con fuerza, más fuerte de lo que cualquiera había visto antes. Los vientos huracanados y la lluvia torrencial amenazaban con destruir el puente. Bruno, viendo el peligro, corrió hacia el puente para intentar protegerlo.

Eris, que había estado observando desde la distancia, vio a Bruno en acción. Por un momento, dudó de sus propias sospechas. Pero cuando una gran rama cayó cerca del puente, Eris corrió hacia allí para ayudar también.

Bruno y Eris, trabajando juntos, usaron su fuerza combinada para asegurar las cuerdas y las maderas del puente, evitando que fuera arrastrado por la corriente del río. Samy, Leo, Mafe y Tito, desde el otro lado, ayudaban como podían, coordinando los esfuerzos y asegurándose de que todos estuvieran a salvo.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, la tormenta comenzó a amainar. El puente seguía en pie, gracias al trabajo conjunto de todos los animales. Bruno y Eris, empapados y exhaustos, se miraron con respeto.

—Gracias, Bruno —dijo Eris, respirando con dificultad—. Sin tu ayuda, no habríamos podido salvar el puente.

Bruno sonrió, asintiendo.

—Gracias a ti también, Eris. Trabajamos juntos y eso es lo que importa.

Esa noche, los animales se reunieron para celebrar su supervivencia y la fuerza de su comunidad. Bruno fue reconocido por su valentía y su disposición a ayudar, y Eris, por primera vez, comprendió el verdadero valor de la empatía.

—Todos hemos aprendido algo hoy —dijo Leo, dirigiéndose a la multitud—. La empatía y la cooperación nos hacen más fuertes. Juntos, podemos superar cualquier desafío.

Samy, con una sonrisa, añadió:

—Y hemos demostrado que, con empatía, podemos construir puentes que no solo cruzan ríos, sino también los corazones y mentes de todos nosotros.

Mafe levantó su copa de jugo de bayas.

—¡Por Bruno, por Eris y por todos nosotros! ¡Por la empatía que nos une!

Tito, con su habitual sabiduría, concluyó:

—Hemos construido algo hermoso aquí, no solo un puente físico, sino una comunidad basada en la comprensión y el apoyo mutuo. Que siempre recordemos esta lección y la llevemos en nuestros corazones.

Y así, bajo el claro cielo estrellado, los animales del bosque celebraron su unidad y la fuerza de su comunidad. El Río de los Suspiros siguió siendo un lugar de encuentro y celebración, donde la empatía continuaba construyendo puentes, uniendo corazones y creando un mundo mejor para todos.

Desde entonces, el Puente de la Empatía se convirtió en un símbolo perdurable de lo que podían lograr juntos. Los animales aprendieron que, sin importar cuán diferentes fueran, la empatía y la cooperación eran las claves para superar cualquier obstáculo. Y así, el Río de los Suspiros permaneció como un testimonio del poder de la empatía, un lugar donde todos eran bienvenidos y donde cada corazón podía encontrar un hogar.

La moraleja de esta historia es que la empatía construye puentes y grandes amigos. 

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡hasta MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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