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En el pequeño y acogedor pueblo de Santa Clara, los habitantes estaban emocionados por el evento más esperado del año: el Gran Concurso de Chistes. Era una tradición anual donde los niños de todas las escuelas vecinas se reunían en la plaza principal para compartir los chistes más divertidos. Este concurso no solo era un espacio para reír, sino una oportunidad para que los niños demostraran su ingenio y creatividad con el humor.

Ese año, Tomás, un niño conocido por su gran sentido del humor, estaba decidido a participar por primera vez. Aunque solía hacer reír a sus amigos en el recreo, el concurso era otra cosa. Decenas de niños competirían, y no sería tan fácil destacar entre tanto talento. Junto a él, su mejor amiga, Julia, también se había inscrito. A pesar de ser más tímida que Tomás, Julia tenía un don especial para los chistes rápidos e ingeniosos que siempre lograban sacar una sonrisa.

—¡Este año es nuestro! —dijo Tomás con entusiasmo, mientras caminaban juntos hacia la escuela el día antes del concurso—. He estado practicando mis mejores chistes, y te aseguro que nos llevaremos el trofeo.

Julia sonrió, aunque un poco nerviosa.

—No sé, Tomás. Hay niños muy buenos en este concurso, y siempre hay alguien que tiene un chiste que nos deja a todos riendo a carcajadas. Además, no se trata solo de ganar, ¿verdad?

Tomás la miró con una ceja levantada.

—¿No? —preguntó, sorprendido.

—Bueno —dijo Julia, encogiéndose de hombros—. Creo que lo más importante es pasar un buen rato y compartir la risa con los demás. La risa une a las personas, ¿no crees? Si podemos hacer que todos se rían juntos, habremos ganado, sin importar el resultado del concurso.

Tomás se detuvo un momento para reflexionar sobre lo que decía su amiga. Siempre había sido competitivo y quería ser el mejor, pero Julia tenía razón. El verdadero espíritu del concurso no era solo ganar, sino disfrutar el momento, conectar con los demás a través del humor y compartir una experiencia única.

—Tienes razón, Julia —dijo finalmente—. Nos vamos a divertir, y lo importante es que todos pasen un buen rato.

Llegaron a la escuela, donde varios de sus compañeros también hablaban emocionados sobre el concurso. Carla, una de las niñas más creativas de la clase, estaba dibujando carteles para apoyar a los participantes de la escuela, y Lucas, otro compañero, estaba practicando sus mejores chistes frente a un pequeño grupo de amigos.

—Escuchen este —dijo Lucas, conteniendo la risa—. ¿Por qué el libro de matemáticas estaba triste? ¡Porque tenía demasiados problemas!

El grupo estalló en carcajadas, y Tomás no pudo evitar reír también. Lucas siempre tenía un chiste listo, y aunque no todos eran nuevos, su manera de contarlos era tan divertida que resultaba imposible no reír.

—Veo que la competencia será dura —bromeó Tomás, dándole una palmada a Lucas en la espalda.

—¡Claro que sí! —respondió Lucas—. Todos vamos a dar lo mejor de nosotros, pero al final, lo importante es que todos nos riamos.

Julia sonrió, agradecida de que no fuera la única en ver el valor de la risa más allá de la competencia. Sabía que, pase lo que pase, el concurso uniría a los niños de las escuelas vecinas, y todos se irían a casa con un buen recuerdo.

Esa tarde, después de la escuela, Tomás y Julia se sentaron en el parque del pueblo, bajo el gran roble, para repasar algunos de sus chistes. Julia tenía una libreta llena de ideas, y Tomás improvisaba de memoria, probando diferentes tonos y expresiones para hacer sus chistes más divertidos.

—¿Y este qué tal? —dijo Tomás, tratando de no reírse antes de terminar el chiste—. ¿Por qué las bicicletas no pueden mantenerse de pie? ¡Porque están dos cansadas!

Julia soltó una risita y asintió.

—Está bueno. Lo que más me gusta es cómo lo cuentas. La expresión es lo que lo hace más gracioso.

A medida que practicaban, notaron que varias personas que pasaban por el parque también reían al escuchar sus chistes. Eso les dio más confianza para el concurso del día siguiente. Sabían que, si lograban hacer reír a la gente en el parque, también podrían hacerlo en el escenario.

Finalmente, el gran día llegó. La plaza principal estaba decorada con globos y carteles, y una pequeña tarima se había colocado en el centro para los participantes. Decenas de niños de diferentes escuelas estaban allí, emocionados por subir al escenario y contar sus mejores chistes. El público, compuesto por padres, amigos y vecinos del pueblo, se sentaba en las gradas, listos para pasar una tarde de risas.

Tomás y Julia estaban entre los últimos en participar. Ambos habían practicado mucho y se sentían listos, aunque también un poco nerviosos al ver lo buenos que eran los demás niños. Algunos chistes habían arrancado carcajadas, mientras que otros recibieron solo algunas risas tímidas.

—No te preocupes, Tomás —dijo Julia, notando que su amigo empezaba a inquietarse—. Solo sé tú mismo y diviértete. La risa es contagiosa, y si nos divertimos, los demás también lo harán.

Tomás respiró hondo y asintió. Estaba listo para subir al escenario, pero esta vez con un nuevo enfoque. Sabía que no importaba tanto ganar, sino disfrutar y hacer que todos se sintieran conectados a través de la risa.

Cuando llegó el turno de Mateo, el auditorio estaba lleno de murmullos. Muchos lo conocían como un chico serio y reservado, y pocos esperaban que tuviera la habilidad para contar chistes. Pero Mateo, aunque nervioso, estaba decidido a sorprender a todos. Respiró hondo y comenzó su chiste.

—Había una vez un perro que se llamaba “Pegamento”… —dijo, haciendo una pausa para crear suspense—. Un día se perdió, pero al final siempre lo encontraron… ¡porque siempre estaba pegado!

Al principio, solo unos pocos niños rieron tímidamente, pero luego la risa se contagió por todo el lugar. El chiste de Mateo, aunque sencillo, logró su objetivo: romper el hielo y hacer que todos se unieran en un momento de pura diversión. Incluso los profesores y los padres, sentados al fondo, no pudieron evitar reírse.

Mateo sintió cómo su confianza crecía. Ya no importaba si ganaba o no el concurso; lo importante era ver a todos riendo juntos, compartiendo ese momento de alegría.

—¡Y ahora otro! —exclamó con una sonrisa más amplia—. ¿Qué hace una abeja en el gimnasio?… ¡Zum-ba!

Las risas se hicieron más fuertes, y algunos niños incluso empezaron a aplaudir. Para Mateo, la sensación de conectar con sus compañeros a través de la risa era algo que nunca había experimentado de esa manera. Se dio cuenta de que no solo estaba haciendo reír a los demás, sino que también se estaba liberando de su timidez.

Mientras tanto, en la mesa del jurado, los jueces discutían entre ellos. Había varios concursantes que eran muy graciosos, pero el encanto de Mateo residía en cómo había conseguido ganarse al público, especialmente porque nadie lo esperaba de él.

Después de unos minutos más de chistes, Mateo agradeció al público y volvió a su lugar. Mientras caminaba hacia su asiento, algunos de sus compañeros de clase lo felicitaron con sonrisas y pulgares arriba.

—¡Lo hiciste genial! —le dijo su amigo Pablo, dándole una palmada en la espalda—. No sabía que podías ser tan gracioso.

—Ni yo lo sabía —respondió Mateo, riendo.

A medida que avanzaba el concurso, la sala continuó llenándose de risas. Cada niño que subía al escenario traía un chiste nuevo, y aunque algunos eran más graciosos que otros, todos lograban arrancar sonrisas y unir a los presentes en una experiencia compartida. Desde los más pequeños hasta los profesores y los padres, todos disfrutaban de la risa que llenaba el auditorio.

Cuando finalmente llegó el momento de anunciar al ganador, el jurado se reunió para discutir sus opciones. Sabían que elegir a un solo ganador sería difícil, ya que cada niño había aportado algo especial al concurso. Pero también sabían que la verdadera victoria no estaba en el trofeo, sino en el ambiente que se había creado gracias a las risas.

El presentador subió al escenario con una sonrisa, sabiendo que el concurso había sido un éxito rotundo.

—Ha sido una tarde increíble —dijo—, y queremos agradecer a todos los niños por sus chistes y por compartir tantas risas con nosotros. Sabemos que todos aquí han ganado algo muy importante: la capacidad de hacer que otros se sientan bien. Pero ahora, es momento de anunciar al ganador.

El auditorio quedó en silencio mientras todos esperaban el resultado. Mateo, aunque ya no se sentía nervioso, se preguntaba si su esfuerzo habría sido suficiente. No importaba si ganaba o no, pero saber que había hecho reír a todos le llenaba de satisfacción.

Tomás y Julia, tras unos momentos de incertidumbre, subieron al escenario con una sonrisa en el rostro. Sabían que habían practicado bien y, más importante aún, entendían que el objetivo principal no era ganar, sino disfrutar del momento y compartir la alegría con los demás.

Tomás fue el primero en hablar:

—Hola a todos, somos Tomás y Julia, ¡y estamos aquí para hacerlos reír! —dijo con entusiasmo.

El público respondió con un aplauso animado, y Tomás comenzó su primer chiste:

—¿Por qué los peces no hacen tarea? —hizo una pausa y miró a la audiencia antes de continuar—. ¡Porque están siempre bajo el agua!

El público rió, y eso le dio confianza a Julia, que rápidamente continuó:

—¡Y escuchen este! ¿Qué le dijo un semáforo a otro? ¡No me mires, que me estoy cambiando!

Más risas resonaron en la plaza, y ambos niños comenzaron a relajarse, alimentándose de la energía positiva del público. Se turnaban para contar chistes, haciendo pequeñas actuaciones, agregando gestos graciosos y voces divertidas. La risa, suave al principio, se fue haciendo más y más fuerte a medida que avanzaban.

Sin darse cuenta, comenzaron a improvisar, mezclando sus chistes con pequeñas interacciones entre ellos que hacían reír aún más a los asistentes. A medida que la risa se volvía contagiosa, algo mágico sucedió. No importaba si un chiste era nuevo o conocido, o si alguien ya lo había oído antes, lo que realmente importaba era cómo la risa empezaba a unir a todos en la plaza.

Los niños en el público, algunos de los cuales habían estado nerviosos por su turno, comenzaron a reírse a carcajadas. Los adultos, inicialmente reservados, también se relajaron y se unieron a la diversión. Había una atmósfera de pura alegría en el aire.

Tomás y Julia, aunque al principio tenían dudas sobre su participación, se dieron cuenta de que lo que realmente hacía especial el concurso no era ganar un trofeo, sino hacer que todos compartieran esos momentos de felicidad. Ambos se miraron y sonrieron, sabiendo que habían logrado lo que se habían propuesto.

Cuando terminaron su última broma, el público rompió en aplausos, agradecidos por la energía y diversión que habían traído al escenario. Tomás y Julia se despidieron con una reverencia exagerada, lo que provocó una última ronda de risas.

Bajaron del escenario con la sensación de que habían hecho lo mejor que podían. Julia, mirando a su alrededor, se dio cuenta de que, aunque ella y Tomás no eran los únicos que habían contado chistes, su actuación había dejado una marca en la gente.

—¿Ves, Tomás? —dijo Julia mientras se dirigían a sus asientos—. Te lo dije. No importa si ganamos o no, lo importante es que nos divertimos y todos se rieron con nosotros.

Tomás asintió, esta vez sin rastro de nerviosismo. Se sentía tranquilo y satisfecho, sabiendo que habían hecho lo correcto.

Al final del concurso, el presentador volvió al escenario para anunciar a los ganadores. Todos los niños participantes esperaban ansiosos, pero había una calma en el aire que no estaba allí antes. Ya no se trataba solo de quién se llevaría el trofeo, sino de cuánto habían disfrutado todos.

—Bueno, hemos llegado al final de nuestro Gran Concurso de Chistes —anunció el presentador—. Ha sido una tarde llena de risas y momentos inolvidables. Todos los niños aquí presentes han hecho un trabajo maravilloso, y quiero que sepan que cada uno de ustedes ha ganado algo muy importante: la habilidad de hacer que los demás se sientan bien.

El público aplaudió, reconociendo el esfuerzo de todos los participantes. Tomás y Julia intercambiaron una sonrisa, sabiendo que, aunque no tenían control sobre el resultado, se sentían orgullosos de su desempeño.

—Sin embargo, como en todo concurso, solo podemos tener un ganador —continuó el presentador—. Este año, el jurado ha decidido que el trofeo del Gran Concurso de Chistes vaya a… ¡Mateo!

El público estalló en aplausos, y Mateo, visiblemente sorprendido, subió al escenario con una sonrisa tímida. A pesar de su naturaleza reservada, había logrado conquistar al público con su ingenio y su capacidad para conectarse a través del humor.

Mientras Mateo recibía el trofeo, Tomás y Julia lo miraban desde su asiento, sintiéndose felices por su compañero. Mateo había demostrado que la risa no depende de ser el más extrovertido o el más ruidoso, sino de ser genuino y compartir la alegría con los demás.

Cuando el concurso terminó, los niños se reunieron en la plaza, charlando y riendo mientras comían algunos bocadillos que habían preparado los vecinos. Tomás y Julia se acercaron a felicitar a Mateo.

—¡Felicidades, Mateo! —dijo Tomás, dándole un apretón de manos—. Te lo merecías.

—Gracias —respondió Mateo, con una sonrisa—. Ustedes también lo hicieron genial. Me alegra que todos nos hayamos divertido.

Julia asintió.

—Lo importante es que logramos hacer reír a todos —dijo—. Al final, eso es lo que cuenta, ¿no?

Mateo estuvo de acuerdo, y los tres niños se quedaron allí, compartiendo anécdotas y riendo, sabiendo que la verdadera recompensa de ese día había sido la conexión que habían creado entre ellos y el resto del pueblo.

Mientras el sol comenzaba a ponerse y las luces de la plaza se encendían, los habitantes de Santa Clara se despedían, llevando consigo el recuerdo de una tarde llena de risas. Tomás, Julia, y Mateo caminaron juntos hacia sus casas, sintiéndose más unidos que nunca.

Porque al final, la risa no solo había unido a los participantes, sino a todo el pueblo. Y mientras caminaban bajo las estrellas, Tomás recordó las palabras de Julia: “La risa une a las personas”, y supo que, sin importar lo que pasara, ese día había sido un verdadero éxito.

moraleja La risa une a las personas.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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