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Era una mañana de otoño en la ciudad de San Vicente, y la escuela Los Pinos estaba llena de actividad. Los estudiantes corrían por los pasillos, emocionados por las próximas vacaciones de invierno, y las aulas vibraban con charlas sobre lo que harían durante el receso. Sin embargo, en medio de todo este bullicio, había un alumno que parecía un poco diferente. Se llamaba Nicolás, un niño de 10 años, con una sonrisa tímida pero siempre dispuesto a ayudar. Sin embargo, últimamente se sentía algo solo.

Nicolás vivía con su abuela desde que sus padres se habían mudado al extranjero por trabajo, y aunque amaba a su abuela, extrañaba mucho a su familia. Todos los días, después de la escuela, caminaba hacia su casa, una pequeña casa en las afueras de la ciudad, donde solía sentarse en el porche, observando los árboles y el cielo. La soledad a veces le pesaba, y aunque era un buen estudiante y tenía algunos amigos, no siempre se sentía parte de algo más grande.

En la escuela, había un grupo de niños que parecían ser el centro de atención. Clara, la líder del grupo, era una niña muy popular, conocida por su carisma y su energía. Siempre estaba rodeada de amigos y organizaba actividades durante los recreos. Marcos y Valentina, sus mejores amigos, también formaban parte de ese grupo. Aunque Nicolás los observaba desde lejos, nunca se había atrevido a acercarse. No era que fueran malos, pero siempre parecían estar en su propio mundo.

Un día, mientras Nicolás caminaba por el pasillo hacia la biblioteca, escuchó a Clara hablando con Marcos y Valentina.

—Necesitamos más gente para la actividad de fin de año. No podemos organizarlo solo nosotros —decía Clara, mientras fruncía el ceño, mirando una lista en su cuaderno.

—Pero no todos querrán ayudar —respondió Marcos—, y los que se ofrecen a veces no terminan haciendo nada.

Valentina suspiró.

—Tal vez si pedimos ayuda directamente, alguien se anime. Aunque sea para una pequeña tarea, todo ayuda.

Nicolás pasó junto a ellos, escuchando la conversación, pero no dijo nada. Pensó en ofrecerse, pero la idea de acercarse y hablarles lo llenaba de nerviosismo. “¿Qué podría hacer yo para ayudar?”, se preguntó. A menudo pensaba que su presencia pasaba desapercibida, que no tenía nada especial que ofrecer. Sin embargo, esa idea lo rondaba durante todo el día.

Al llegar a casa, se sentó en el porche como de costumbre, y su abuela salió con dos tazas de té. Se sentaron en silencio, disfrutando del aire fresco. Después de un rato, su abuela lo miró con ternura.

—Te veo pensativo hoy, Nico. ¿Todo bien en la escuela?

Nicolás suspiró.

—Sí, todo bien, abuela. Es solo que… siento que no encajo del todo. Hay un grupo de niños organizando una actividad, pero no sé si debo ofrecerme para ayudar.

Su abuela lo observó detenidamente antes de hablar.

—A veces, un pequeño gesto puede hacer una gran diferencia, Nicolás. No tienes que hacer algo grande o ser el centro de atención. A veces, solo estar ahí y ofrecer una mano puede cambiar las cosas. Lo importante es que sigas tu corazón.

Nicolás se quedó pensando en esas palabras. Su abuela siempre tenía una manera de ver las cosas desde una perspectiva diferente. Tal vez ella tenía razón. Tal vez, si se ofrecía a hacer algo, aunque fuera pequeño, podría ayudar más de lo que creía.

Al día siguiente, mientras Clara, Marcos y Valentina discutían los detalles de la actividad en el recreo, Nicolás respiró hondo y se acercó. Su corazón latía con fuerza, pero trató de mantener la calma.

—Hola —dijo con una sonrisa tímida—. Escuché que necesitan ayuda para organizar la actividad de fin de año. Si puedo hacer algo, me gustaría ayudar.

Los tres lo miraron sorprendidos. No porque no quisieran su ayuda, sino porque no esperaban que Nicolás, que solía ser más reservado, se ofreciera.

Clara fue la primera en sonreír.

—¡Por supuesto que puedes ayudar! —respondió con entusiasmo—. Necesitamos alguien que nos ayude con los carteles y a distribuir la información entre los demás. Sería genial si te unes.

Nicolás se sintió aliviado y feliz al mismo tiempo. Aceptó la tarea y, durante las siguientes semanas, trabajó junto al grupo. Aunque no era el centro de atención, como Clara o Marcos, su papel era esencial. Diseñó carteles con su creatividad y ayudó a que más estudiantes se enteraran de la actividad. Pronto, más compañeros comenzaron a unirse, entusiasmados por lo que se estaba organizando.

Una tarde, mientras pegaba uno de los últimos carteles en el tablón de anuncios, Clara se acercó a él.

—Gracias, Nicolás. En serio, tu ayuda ha sido increíble. No podríamos haberlo hecho sin ti.

Nicolás, sorprendido por el agradecimiento, sonrió con modestia.

—No fue mucho, solo hice los carteles y repartí la información.

—Fue mucho más que eso —insistió Clara—. Gracias a ti, más personas se interesaron en participar. A veces, un pequeño gesto es todo lo que se necesita para que algo grande ocurra.

Esas palabras resonaron en Nicolás, recordándole lo que su abuela había dicho. A veces, no es necesario ser el más visible para hacer una diferencia. Su pequeño gesto, su simple disposición a ayudar, había hecho una gran diferencia en la actividad que todos esperaban con ansias.

Y aunque no había sido su intención, ese pequeño acto de ofrecerse lo hizo sentir más conectado con los demás de lo que había estado en mucho tiempo.

Con el paso de los días, la actividad de fin de año comenzó a tomar forma. El grupo liderado por Clara, Marcos y Valentina trabajaba de la mano con Nicolás, y poco a poco más estudiantes se unían al esfuerzo colectivo. El proyecto consistía en organizar un evento para recaudar fondos que serían donados a una organización ambiental local. En tiempos donde las noticias sobre el cambio climático y los desastres naturales ocupaban los titulares, los estudiantes sentían la necesidad de hacer algo que marcara la diferencia, aunque fuera a pequeña escala.

Nicolás, quien al principio había asumido una tarea más modesta, pronto se convirtió en una pieza clave del equipo. Su compromiso era inquebrantable, y aunque aún se mantenía reservado, cada vez era más evidente que su trabajo estaba impactando el éxito del evento. Se encargaba de gestionar las inscripciones para las diferentes actividades, que iban desde carreras de bicicletas hasta talleres de reciclaje. También había propuesto la idea de vender plantas en macetas recicladas, un detalle que a todos les había encantado.

Mientras todo parecía ir viento en popa, el estrés y la presión empezaron a surgir. Clara, siempre perfeccionista, quería que todo fuera impecable. Comenzaba a sentirse abrumada por la cantidad de responsabilidades y expectativas. Un día, durante una reunión de organización, explotó.

—¡No tenemos suficiente tiempo! —dijo Clara, alzando la voz—. Necesitamos más manos y no todos están haciendo lo que les corresponde. Esto no va a salir bien si seguimos así.

Marcos y Valentina se miraron, nerviosos. Sabían que Clara se estaba presionando demasiado, pero no sabían cómo calmarla.

—Estamos haciendo lo mejor que podemos, Clara —intentó tranquilizarla Marcos—. Todo el mundo está trabajando duro.

Pero Clara no parecía convencida. Se cubrió la cara con las manos, frustrada.

—No es suficiente —susurró—. Nos queda muy poco tiempo y todavía hay muchas cosas por hacer.

Nicolás, que había permanecido en silencio hasta ese momento, levantó la mano tímidamente.

—Clara… —comenzó, pero no sabía exactamente cómo continuar—. Tal vez podamos reorganizar las tareas. A lo mejor no todo tiene que ser perfecto, lo importante es el esfuerzo que estamos poniendo.

Clara lo miró con el ceño fruncido, pero poco a poco fue relajando su expresión. Sabía que Nicolás tenía razón. Aunque quería que todo saliera a la perfección, lo esencial era el propósito detrás del evento: ayudar a una causa importante.

—Tienes razón, Nicolás —admitió finalmente—. Estoy dejando que la presión me afecte, y eso no es justo para todos los que están ayudando.

A partir de ese momento, el grupo decidió enfocarse más en disfrutar del proceso y en apoyarse mutuamente, en lugar de preocuparse tanto por los resultados. Con esta nueva actitud, el trabajo se volvió más llevadero. La atmósfera en las reuniones cambió: había más sonrisas, más risas, y todos se sentían más conectados.

Sin embargo, los desafíos no terminaron allí. A medida que se acercaba la fecha del evento, ocurrió algo inesperado: un pronóstico de fuertes lluvias amenazaba con arruinar la actividad. La noticia cayó como un balde de agua fría sobre el grupo. Todo lo que habían planeado se llevaría a cabo al aire libre, y una tormenta significaría la cancelación o, al menos, una reducción significativa en la asistencia.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Valentina, preocupada—. Si llueve, nadie vendrá.

Marcos revisaba su teléfono, mirando el pronóstico una y otra vez.

—No parece que tengamos muchas opciones. Se supone que lloverá durante todo el día del evento.

Clara, que había recuperado algo de su calma, trató de pensar en una solución, pero se sentía impotente. Justo cuando el grupo comenzaba a perder la esperanza, Nicolás, quien había estado observando en silencio como solía hacer, levantó la mano nuevamente.

—¿Y si lo hacemos dentro de la escuela? —sugirió—. Podríamos mover las actividades a los salones y al gimnasio. Sé que no es lo que planeábamos, pero al menos no tendríamos que cancelarlo.

Los demás lo miraron sorprendidos, no porque fuera una idea descabellada, sino porque nadie había pensado en esa posibilidad. Clara fue la primera en reaccionar.

—¡Es una idea brillante! —exclamó—. Si podemos pedir permiso para usar las instalaciones, podríamos ajustar algunas actividades y seguir adelante.

Rápidamente, el grupo se puso en marcha. Hicieron una lista de las actividades que podían trasladarse al interior y comenzaron a hacer los arreglos necesarios. Nicolás, siempre detallista, se encargó de hablar con la directora, la señora Raquel, quien estuvo más que dispuesta a ayudar.

—Me parece una excelente idea, Nicolás —dijo la directora, impresionada por la proactividad del niño—. Voy a hacer los arreglos para que puedan usar el gimnasio y algunas aulas. Además, podemos comunicar el cambio a los padres a través de nuestra red escolar.

Con este nuevo plan en marcha, el equipo se sintió revitalizado. Aunque la lluvia era un inconveniente, la actividad seguía en pie, y gracias a Nicolás, no solo se salvaría, sino que incluso podría ser un evento más cercano y acogedor. A medida que el día del evento se acercaba, todos trabajaron más unidos que nunca. Nicolás continuó aportando sus ideas y soluciones, demostrando que no importaba cuán pequeño fuera el gesto, podía tener un impacto enorme en el resultado.

Finalmente, llegó el día del evento, y aunque las nubes cubrían el cielo y la lluvia caía con fuerza, los estudiantes, maestros y padres comenzaron a llegar a la escuela. El esfuerzo colectivo de todos había dado sus frutos, y el ambiente dentro del gimnasio y las aulas estaba lleno de energía positiva.

El día del evento finalmente había llegado. Aunque el cielo estaba oscuro y la lluvia caía sin cesar, el ambiente dentro de la escuela era vibrante y lleno de entusiasmo. Desde temprano, los estudiantes se reunieron para terminar los últimos detalles: las plantas en macetas recicladas estaban listas para ser vendidas, los talleres de reciclaje se organizaron en varias aulas, y las actividades recreativas se trasladaron al gimnasio, que estaba decorado con los carteles y pancartas que el grupo había diseñado en las semanas previas.

La lluvia, en lugar de ser un impedimento, parecía haber unido aún más a todos. Las familias comenzaron a llegar con paraguas en mano, agradecidas de que el evento no hubiera sido cancelado. Clara, Marcos y Valentina corrían de un lado a otro, asegurándose de que todo estuviera en su lugar, pero esta vez lo hacían con una sonrisa en el rostro, conscientes de que lo más importante no era la perfección, sino el propósito de su esfuerzo: ayudar y hacer una diferencia.

Nicolás, por su parte, observaba el ajetreo desde un rincón del gimnasio, satisfecho de que su sugerencia hubiera permitido que el evento se llevara a cabo. A pesar de su naturaleza reservada, los compañeros lo saludaban con alegría, agradeciéndole por su contribución. Clara, quien hasta hacía poco se había sentido abrumada por la presión, se le acercó con una sonrisa sincera.

—Nicolás, gracias —le dijo, colocando una mano en su hombro—. Si no fuera por ti, habríamos tenido que cancelar todo. Me ayudaste a ver las cosas de una manera diferente.

Nicolás se encogió de hombros, un poco sonrojado por las palabras de Clara.

—Solo di una idea… pero todos trabajamos mucho para que esto saliera bien —respondió, mirando a su alrededor.

—A veces, un pequeño gesto puede cambiarlo todo —dijo Clara con gratitud—. Nos diste el empujón que necesitábamos.

La actividad avanzó sin contratiempos. Las plantas en macetas recicladas fueron un éxito, vendiéndose rápidamente a las familias que querían tener un pequeño recordatorio verde en sus casas. Los talleres de reciclaje también atrajeron a muchos niños y padres que estaban interesados en aprender más sobre cómo reducir su impacto en el medio ambiente. Incluso las carreras de bicicletas, que originalmente se habían planeado al aire libre, fueron reemplazadas por divertidas competencias de relevos dentro del gimnasio, con una gran cantidad de estudiantes participando.

La tarde avanzaba, y aunque la lluvia seguía golpeando las ventanas, el evento era un rotundo éxito. La directora Raquel, quien había estado supervisando discretamente desde su oficina, decidió hacer una aparición para felicitar a los estudiantes.

—Quiero felicitar a cada uno de ustedes —dijo, tomando el micrófono durante el cierre del evento—. Lo que han hecho hoy es un ejemplo de cómo la cooperación, el trabajo en equipo y el compromiso pueden superar cualquier obstáculo. Han demostrado que, con dedicación y creatividad, incluso algo tan pequeño como una sugerencia puede tener un impacto enorme. Especialmente quiero agradecer a Nicolás por su idea de trasladar el evento a nuestras instalaciones. Gracias a ti, hemos podido recaudar fondos para una causa importante.

El aplauso que siguió fue ensordecedor, y Nicolás, sorprendido por el reconocimiento, se quedó sin palabras. Sus compañeros lo miraban con admiración, y aunque no era el tipo de niño que buscaba el centro de atención, en ese momento se sintió agradecido de haber hablado cuando más lo necesitaban. Valentina y Marcos, que estaban cerca de él, lo abrazaron amistosamente.

—¡Sabíamos que lo tenías en ti! —exclamó Valentina, dándole una palmada en la espalda—. ¡Eres un genio!

Marcos asintió, sonriente.

—Esto demuestra que hasta el gesto más pequeño puede cambiar todo.

A medida que el evento llegaba a su fin, los estudiantes comenzaron a limpiar y recoger. El cansancio empezaba a sentirse, pero el orgullo y la satisfacción superaban cualquier agotamiento. Habían trabajado juntos, superado los desafíos y logrado su objetivo. Reunidos en un círculo, Clara propuso unas palabras para cerrar el día.

—Este ha sido uno de los días más difíciles, pero también de los más gratificantes —dijo, mirando a cada uno de sus amigos—. Gracias a todos por su trabajo y por no rendirse, incluso cuando las cosas se complicaron. Aprendí mucho de este evento, no solo sobre organización, sino sobre lo importante que es apoyarnos entre nosotros. A veces, un pequeño gesto puede hacer una gran diferencia, y hoy lo hemos comprobado.

Nicolás sonrió tímidamente al escuchar las palabras de Clara. Aunque no le gustaba ser el centro de atención, se sintió feliz de haber contribuido de una manera significativa. Sabía que, aunque su gesto había sido pequeño, había marcado la diferencia. No importaba si era el más callado del grupo o si no solía participar tanto, lo que realmente importaba era estar ahí cuando se le necesitaba.

El grupo se despidió con abrazos y promesas de continuar organizando más actividades en el futuro. El evento había recaudado una buena cantidad de fondos que serían donados a la organización ambiental local, pero más allá de eso, los estudiantes se llevaban una lección aún más valiosa: no se necesita hacer algo grandioso o espectacular para cambiar el mundo. A veces, los pequeños gestos, aquellos que pasan desapercibidos, son los que generan el mayor impacto.

moraleja Un pequeño gesto puede hacer una gran diferencia.

Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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