El cazador de almas perdidas – Creepypasta 325.
El Peso del Perdón.
El día en La Purga había terminado, pero la manada aún no encontraba descanso. La
reunión en el patio tenía un aire de tensión que ninguno podía ignorar. Olfuma estaba
sentada, callada, con la mirada baja, mientras el resto esperaba en silencio. Drex no había
estado presente durante la confrontación entre Olfuma y Alexia, pero ahora debía enfrentar
las repercusiones de ese momento.
Tyrannus, siempre imponente, fue el primero en hablar. Su voz, calmada pero firme,
cargaba con el peso de la situación.
—Drex, algo importante ocurrió hoy. Olfuma confrontó a Alexia por lo que hizo, por el
miedo que ella siente —comenzó, mirando directamente a Drex—. Te perdono por lo que te
hizo a ti, porque tú aceptaste las condiciones de Alexia cuando te transformó. Pero, ¿has
pensado alguna vez en lo que significa para el resto de nosotros? Tú ya no estás solo,
Drex. Formas parte de esta manada, y lo que decidas nos afecta a todos.
Drex frunció el ceño, pero no dijo nada. Sabía que Tyrannus tenía razón, pero aún no
comprendía la profundidad de lo que intentaba transmitirle.
—Olfuma —continuó Tyrannus, volviendo su atención hacia la joven licántropa—, quiero
que le digas a Drex lo mismo que le dijiste a Alexia. Él necesita escuchar tus preguntas.
—Sus ojos se suavizaron un poco, dándole a Olfuma la confianza para hablar.
Olfuma levantó la vista lentamente, sus ojos reflejaban la mezcla de miedo y dolor que
había sentido al hablar con Alexia. Sabía que debía hacerlo, no solo por ella, sino porque
era importante que Drex entendiera lo que realmente estaba en juego.
—Drex… —comenzó Olfuma, con la voz temblorosa—. Si estamos en una misión… y las
cosas se ponen difíciles… ¿qué te hace pensar que Alexia no me abandonará como te
abandonó a ti?
Drex tragó saliva. Las palabras de Olfuma golpearon más fuerte de lo que esperaba. Hasta
ese momento, había visto lo que Alexia le hizo como algo personal, algo que solo le
afectaba a él. Pero ahora, escuchando el miedo en la voz de Olfuma, empezó a
comprender que su perdón había sido egoísta.
Olfuma no se detuvo ahí. Sabía que había más que decir, más que preguntar.
—¿Y si no solo me abandona? —continuó, con la voz quebrada—. Si pierde el control… si
siente hambre… ¿cómo puedo saber que no intentará alimentarse de mí? —Las palabras
salieron con dificultad, pero reflejaban un miedo profundo y real—. ¿Cómo puedo estar
segura de que no me usará?
Drex sintió que su estómago se hundía. Nunca había pensado en lo que significaba
realmente para alguien como Olfuma el estar en peligro al lado de Alexia. Siempre había
asumido que su perdón había sido suficiente, que al aceptarlo, Alexia ya no era un
problema. Pero ahora veía lo equivocado que estaba. El miedo de Olfuma era algo mucho
más grande de lo que él había imaginado, y su ligereza al perdonar había expuesto a toda
la manada a un peligro que no había considerado.
Tyrannus, viendo la reacción de Drex, continuó.
—Drex, tu perdón fue tuyo, pero también nos afectó a todos nosotros. Alexia no solo te
traicionó a ti, traicionó a esta manada. Y ahora el miedo de Olfuma es el miedo de todos
nosotros. Si ella traicionó una vez, ¿qué te hace pensar que no volverá a hacerlo?
Drex permaneció en silencio, sintiendo el peso de la culpa caer sobre él.
Fue entonces cuando Tatiana, que hasta el momento había estado observando en silencio,
decidió intervenir.
—Drex, sabes que yo tengo una conexión fuerte con la bestia —dijo Tatiana—.
Vambertoken me ha entrenado para enfrentar cosas que antes ni siquiera habría
imaginado. Mi magia arcana me da herramientas que pocos tienen, y cada día soy más
fuerte. Pero no soy invencible. Alexia, incluso entre nosotros, es un monstruo… incluso
entre licántropos.
Las palabras de Tatiana eran frías y calculadas, como siempre. Pero había un trasfondo
emocional que Drex no podía ignorar.
—Dime, Drex —continuó Tatiana, sus ojos fijos en los de él—, si estamos en una misión…
Olfuma, Alexia y yo. ¿Qué crees que pasará si las cosas se complican? Si Alexia vuelve a
estar al borde… ¿nos dejará? ¿Nos usará? ¿Estamos a salvo de ella si todo se
descontrola?
Drex sintió como si el mundo se cerrara a su alrededor. Hasta ese momento, había sido
demasiado complaciente con su perdón. Nunca había considerado lo que significaba para el
resto de la manada. Ahora, enfrentado a las preguntas de Tatiana y Olfuma, comprendió
que su perdón había sido una puerta abierta al peligro, un riesgo que había ignorado por
completo.
El silencio cayó sobre la manada, pero esta vez, era un silencio cargado de entendimiento.
Drex se dio cuenta de que su decisión de perdonar a Alexia no solo lo afectaba a él, sino a
todos ellos. Y ahora, la seguridad de Olfuma, de Tatiana, de toda la manada, estaba en
duda.
—Lo siento… —murmuró Drex, su voz apenas audible—. No pensé en esto como debía.
No vi el peligro que estaba poniendo sobre ustedes. No consideré lo que Alexia podría
hacer de nuevo. —Alzó la mirada, encontrando los ojos de Olfuma—. No permitiré que
estés sola en esto. No permitiré que te pase lo que me pasó a mí.
El silencio que había caído sobre la manada era profundo, casi insoportable. Drex abrió la
boca, intentando decir algo, cualquier cosa que pudiera mitigar el peso de la verdad que
acababa de recibir. Pero no había palabras. Ver el miedo en los ojos de Olfuma y la
gravedad en las palabras de Tatiana le había mostrado, de una forma desgarradora, lo
ciego que había sido. Siempre había pensado en cómo lo que Alexia hizo lo había afectado
solo a él, pero nunca comprendió el peligro en el que su perdón había puesto a los demás.
Especialmente a Tatiana… la sola idea de perderla era catastrófica. Le cortaba el aliento
solo imaginar un mundo en el que ella no estuviera.
Pero antes de que pudiera formar algo coherente, Diana, quien hasta ese momento había
estado inmersa en sus pensamientos, decidió hablar. Tyrannus la miró con atención,
sabiendo lo que estaba a punto de hacer. Nadie más en la manada sabía lo que Diana
estaba a punto de compartir. Era algo íntimo, algo que llevaba oculto durante años, una
herida tan profunda que había preferido enterrar. Pero ahora, viendo el miedo de Olfuma,
no podía seguir callando.
Diana respiró hondo, su voz al principio temblaba levemente, pero pronto se hizo más firme.
—Quiero que sepan algo… algo que nunca he contado —dijo, su mirada perdida por un
momento, como si estuviera reviviendo todo desde el principio—. Tyrannus es el único que
lo sabe.
Los ojos de Olfuma, Tatiana y Drex se clavaron en Diana, sorprendidos. Diana era fuerte,
inquebrantable. Era su protectora, su maestra. Jamás habían visto ni el más mínimo atisbo
de debilidad en ella, y el solo hecho de que ahora pareciera vulnerable les hacía entender
que lo que estaba a punto de decir era algo doloroso, algo que la había marcado para
siempre.
—Fui abandonada —continuó Diana, su voz comenzando a quebrarse—. Hace muchos
años, cuando aún no era parte de esta manada, pertenecía a otra… a la manada Canto.
Hizo una pausa, intentando reunir la fuerza para continuar. Olfuma no apartaba la mirada,
sorprendida de ver a su maestra, siempre tan imponente, tan fuerte, mostrando un lado que
nunca había visto.
—El líder de esa manada… Augusto, fue quien me transformó. Me quería solo por una
noche… por un capricho. Y después de unos días, la manada se fue. Me dejaron sola en
Villavicencio.
El aire en el patio se volvió más frío. Diana cerró los ojos, recordando los días de absoluta
desesperación, los días en los que no sabía qué era lo que le estaba sucediendo.
Abandonada, sin guía, sin entender lo que significaba ser un licántropo, había quedado
completamente sola. Las palabras apenas podían capturar el dolor que había sentido.
—No tenía idea de lo que me estaba pasando —dijo con la voz quebrada—. No sabía lo
que era ser una licántropa. No había nadie que me ayudara, nadie que me enseñara.
Estaba sola… completamente sola. Y lo único que encontré para sobrevivir fue una
manada de perros.
Tatiana y Drex intercambiaron miradas, atónitos ante lo que escuchaban. Diana
continuaba, su voz cada vez más cargada de emociones que había reprimido durante
demasiado tiempo.
—Viví con ellos, comí con ellos, cazaba como ellos. Poco a poco, dejé de ser humana. Me
convertí en algo más… algo que ya no entendía. Tenía múltiples transformaciones al día, y
sentía que cada vez perdía más de mí misma. Era como si… como si me estuviera
devorando desde dentro.
Las lágrimas comenzaron a llenar los ojos de Diana, pero ella continuaba, sabiendo que
debía sacar todo lo que había ocultado durante tanto tiempo.
—Estaba sola en el mundo, viviendo como un animal, creyendo que eso era lo que me
había convertido. La bestia me consumía, y no había nadie que me salvara.
Olfuma miraba a su maestra con el corazón roto, incapaz de procesar el dolor que Diana
había soportado. Pero lo peor aún estaba por llegar.
—Y entonces, justo cuando creía que no había vuelta atrás, Tyrannus me encontró
—continuó Diana, sus ojos encontrando los de Tyrannus, llenos de gratitud—. Estaba al
borde de convertirme en una devorada. Su manada le dijo que no había forma de
salvarme. Me habían dado por perdida.
Tyrannus, que había estado en silencio hasta ese momento, mantuvo su mirada fija en
Diana, sus pensamientos viajando a ese día.
—Pero Tyrannus no me dejó. —Diana finalmente se quebró, su voz llena de lágrimas que
apenas podía contener—. Me salvó… me dio lo que nadie más me había dado. Abandonó a
su propia manada para quedarse conmigo. Me dijo que todavía había algo dentro de mí que
valía la pena salvar, incluso cuando yo no podía verlo.
El aire en el patio era denso. Tatiana y Drex no sabían qué decir. Nunca habían visto a
Diana tan vulnerable, tan rota. Pero Olfuma… Olfuma estaba completamente
conmocionada. Ver a su maestra, la mujer más fuerte que conocía, desmoronarse de esa
manera la llenó de un dolor profundo, casi insoportable.
Diana, incapaz de contener más las lágrimas, dejó que corrieran por su rostro.
—No puedo… no puedo dejar que algo así le pase a Olfuma —dijo con la voz rota—. No
puedo permitir que Alexia entre en esta manada y haga lo mismo que me hicieron a mí. No
puedo soportar la idea de que Olfuma sea usada y abandonada como lo fui yo.
Olfuma no pudo contener más las lágrimas. Nunca había visto a Diana de esa manera,
pero al escuchar lo que había vivido, entendió la gravedad del miedo que su maestra sentía.
El mismo miedo que Olfuma había sentido desde el principio, cuando pensaba en lo que
Alexia podría hacerle.
El dolor en el corazón de Diana era palpable. Cada palabra que pronunciaba desgarraba el
alma de quienes la escuchaban, y la imagen de Diana, siempre tan inquebrantable, ahora
rota ante la posibilidad de perder a Olfuma, dejaba claro lo profundo que era ese miedo.
El silencio que siguió fue abrumador. Tyrannus, siempre fuerte, permaneció a su lado,
recordándole que ella ya no estaba sola. Que esta manada era su hogar ahora, y que
jamás volvería a estar abandonada.
Lamento que no haya funcionado como esperabas. Permíteme reformular el cierre sin la
idea de hablar de manera individual, concentrándome en el vínculo entre Drex y Tatiana, y
el arrepentimiento de Drex hacia toda la manada de manera más colectiva.
Drex respiró profundamente, su mente procesando el impacto de todo lo que había
escuchado. El miedo en los ojos de Olfuma, las palabras de Tatiana, y la desgarradora
historia de Diana lo habían llevado a una realidad que nunca había considerado. Lo que
había pensado como un asunto personal, limitado a su experiencia con Alexia, ahora se
expandía ante él, afectando a todos los miembros de su manada. Cada uno de ellos había
sido tocado por sus decisiones, y eso lo aplastaba de una manera que no había anticipado.
—Lo siento… —susurró, su voz cargada de culpa y dolor—. A todos ustedes. No vi la
magnitud de esto. Solo pensaba en cómo me había afectado a mí, pero ahora veo lo grande
que es… cómo mis decisiones los impactaron a cada uno. Les fallé, y lo siento
profundamente.
Se detuvo un momento, sus ojos recorriendo a los miembros de la manada, pero al llegar a
Tatiana, su mirada se suavizó. La veía de una forma distinta ahora, consciente del riesgo en
el que la había puesto sin pensarlo, y el solo hecho de imaginarla en peligro lo desgarraba.
Drex se acercó un poco más a Tatiana, y sin apartar la mirada de la suya, tomó su mano
con delicadeza.
—Tati… —dijo con una ternura profunda—. Amor, no puedo creer que haya sido tan ciego.
No puedo imaginar mi vida sin ti, sin nosotros. Nunca quise ponerte en peligro, y lo siento
tanto… No me lo perdonaría si algo te pasara por mi culpa. Te prometo que haré todo lo
necesario para protegerte, para protegerlos a todos. No quiero perderte… nunca.
Tatiana lo miraba, sus ojos brillando con una mezcla de comprensión y tristeza. No había
encontrado las palabras para explicarle a Drex sus miedos sobre Alexia y esta fue la
primera vez que sintió que Drex había entendido lo que sus palabras no habían logrado
explicar antes.
El silencio que siguió fue más ligero, pero aún lleno de emociones no dichas… Drex aun
necesitaba tiempo para digerir sus propias emociones en ese punto.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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