Que tenemos para ti

Lee GRATIS

En la escuela “Horizontes Nuevos” todo parecía seguir su curso habitual. Los alumnos corrían por los pasillos durante el recreo, riendo y conversando sobre los temas de siempre: el último videojuego de moda, los rumores sobre las fiestas del fin de semana, y las tareas que algunos dejaban para el último minuto. Pero ese lunes en particular, la atmósfera era diferente. Había llegado un nuevo estudiante, alguien a quien nadie conocía, y de quien ya se habían empezado a contar muchas historias.

Su nombre era Darío, y desde el primer día, todos notaron que era… peculiar. Siempre vestía con ropas oscuras, un suéter gris grande que parecía haber pasado por muchas manos, y llevaba consigo una mochila que tenía varias marcas de desgaste. Pero lo que más llamaba la atención era que Darío apenas hablaba con nadie. Cada vez que algún compañero intentaba acercarse para entablar conversación, él respondía con una breve sonrisa o un movimiento de cabeza, sin añadir palabras.

Lucía, una de las alumnas más populares de la clase, fue la primera en señalar lo extraño que era. En su grupo de amigos, compuesto por Carlos, Adriana y Tomás, empezaron a comentar sobre Darío en el almuerzo.

—Ese chico tiene algo raro —dijo Lucía mientras miraba a Darío de reojo desde su mesa—. Siempre está solo, ¿no les parece sospechoso?

—Totalmente —respondió Adriana—. Ni siquiera parece querer hacer amigos, y su ropa… ¿Qué onda con ese suéter? Parece sacado de un basurero.

Carlos asintió, aunque con una leve duda en su voz:

—Bueno, tal vez solo es tímido. No todos tienen que ser como nosotros.

—¡Oh, por favor! —exclamó Tomás—. Si fuera tímido, al menos trataría de ser amable. Yo creo que esconde algo.

Esas palabras bastaron para que el grupo de amigos comenzara a crear teorías. Se decían entre ellos que quizás Darío tenía un pasado oscuro, o que podría estar metido en problemas. Algunos incluso comenzaron a bromear sobre la posibilidad de que fuera un ladrón o alguien con malas intenciones. Lo que al principio era una simple charla entre amigos, pronto se convirtió en chismes que se esparcieron por toda la escuela.

Al día siguiente, Darío notó que algo había cambiado. Durante el recreo, cuando caminaba por el patio, los grupos de estudiantes susurraban a su paso. No podía evitar sentir las miradas que lo seguían, aunque fingía no darse cuenta. En clase, algunos compañeros comenzaron a hacerle preguntas extrañas.

—Oye, Darío —dijo Lucía con una sonrisa que no era del todo amistosa—, ¿de dónde vienes? ¿Qué hacías antes de llegar aquí? Todos tenemos curiosidad.

Darío la miró con serenidad, pero no respondió. En lugar de eso, simplemente volvió a mirar su cuaderno, como si nada hubiera pasado. Esta actitud solo aumentó la sospecha de los demás.

—Seguro es un raro —susurró Adriana desde su asiento—. Mira cómo se comporta, ¡ni siquiera responde!

A medida que los días pasaban, los rumores sobre Darío crecieron. No solo en su clase, sino en toda la escuela. Algunos decían que había sido expulsado de su antigua escuela por pelearse, otros que vivía solo porque sus padres lo habían abandonado. Nadie sabía la verdad, pero a nadie parecía importarle averiguarla.

Un día, durante la clase de historia, la profesora asignó un proyecto grupal. Todos los estudiantes debían trabajar en equipos de cuatro para investigar un evento histórico y presentar su trabajo en dos semanas. Para la sorpresa de Lucía y su grupo, la profesora asignó a Darío como su compañero de equipo.

—¿Qué? —susurró Lucía, claramente molesta—. ¡Justo nos tocó el chico raro!

Tomás soltó una risa leve y añadió:

—Bueno, será interesante, ¿no? Quizás descubramos su oscuro secreto.

Cuando la clase terminó, el grupo se reunió con Darío en la biblioteca para comenzar a planificar el proyecto. Al principio, ninguno de ellos sabía qué decir. Había una tensión palpable en el aire, y Darío parecía tan callado como siempre. Finalmente, fue Carlos quien rompió el silencio.

—Oye, Darío, ¿te gusta la historia? —preguntó, tratando de sonar amigable.

Darío levantó la vista y, por primera vez desde que había llegado a la escuela, sonrió ligeramente.

—Sí, me gusta —respondió con voz tranquila—. Especialmente la Segunda Guerra Mundial.

El grupo se sorprendió. No esperaban que Darío mostrara interés en algo, y mucho menos que hablara de una manera tan clara. Poco a poco, la conversación comenzó a fluir, aunque todavía había cierta desconfianza por parte de Lucía y Adriana, que intercambiaban miradas sospechosas.

Con el tiempo, mientras avanzaban en el proyecto, comenzaron a descubrir más sobre Darío. Aunque no compartía mucho sobre su vida personal, sus conocimientos sobre historia impresionaron a todos. Además, era organizado y dedicado, algo que sorprendió especialmente a Lucía, quien al principio lo había subestimado.

—No puedo creerlo —dijo en un momento Adriana mientras salían de la biblioteca después de una sesión de trabajo—. Este chico en serio sabe mucho.

—Sí, pero sigue siendo raro —insistió Lucía—. No se dejen engañar. Algo oculta.

Y aunque seguían las sospechas, el grupo no pudo evitar notar que Darío era más de lo que aparentaba.

A medida que las semanas avanzaban y el proyecto de historia tomaba forma, Darío empezó a integrarse, aunque de manera sutil. Sin embargo, la tensión en el grupo de Lucía no desaparecía por completo. Mientras Carlos y Tomás empezaban a llevarse mejor con Darío, compartiendo bromas ocasionales y valorando su conocimiento sobre la Segunda Guerra Mundial, Lucía y Adriana seguían desconfiando de él.

—No puede ser tan perfecto —decía Lucía un día mientras caminaban por el pasillo—. Está escondiendo algo, solo que todavía no hemos descubierto qué es.

Adriana, siempre fiel a las opiniones de su amiga, asintió en silencio, aunque en el fondo también empezaba a dudar de su juicio. Después de todo, Darío no había mostrado señales de ser una mala persona. A pesar de su aire misterioso y reservado, parecía alguien confiable cuando trabajaban en equipo.

Un viernes por la tarde, el grupo decidió reunirse en casa de Carlos para avanzar en el proyecto. Todos estaban emocionados porque estaban cerca de terminar, y la presentación final ya estaba a la vista. Carlos vivía en un pequeño apartamento con su madre, y siempre era el anfitrión ideal para estudiar, con su sala llena de libros y una mesa amplia donde podían trabajar cómodamente.

—Llegas tarde —le dijo Lucía a Darío cuando este llegó unos minutos después que los demás. Aunque su tono era ligeramente burlón, no parecía tan hostil como antes.

—Lo siento —respondió Darío en su tono habitual, tranquilo pero distante.

Comenzaron a trabajar de inmediato, y como siempre, Darío mostró una habilidad impresionante para organizar las ideas y guiar al equipo en la creación de su presentación. Sin embargo, a medida que avanzaba la tarde, algo extraño ocurrió. Carlos notó que Darío revisaba su teléfono más de lo habitual, y en un momento, pidió permiso para salir a hacer una llamada.

—¿Qué estará haciendo? —preguntó Adriana, lanzando una mirada a Lucía.

Lucía se encogió de hombros, pero su curiosidad ya estaba despierta.

Darío se ausentó unos veinte minutos, y cuando regresó, parecía más tenso que de costumbre. Lucía lo observó en silencio, notando un cambio en su comportamiento. Decidió que ya era hora de resolver el misterio.

—Oye, Darío —dijo con tono serio—, todos hemos estado trabajando muy bien en este proyecto, pero hay algo que me tiene intrigada. ¿Por qué nunca hablas de ti? Siempre evitas las preguntas personales. Nos gustaría saber más de ti, ya que eres parte del equipo.

Darío la miró fijamente por unos segundos, con una expresión que mezclaba sorpresa y resignación. Durante unos instantes, pensó en qué decir. El silencio en la sala se hizo incómodo. Carlos y Tomás intercambiaron miradas, mientras Adriana se mordía el labio, esperando la respuesta.

—No es que no quiera contarles cosas sobre mí —dijo Darío finalmente—. Solo que no es algo fácil.

El tono de su voz, tan serio y sincero, sorprendió a todos. Incluso Lucía se quedó sin palabras, incapaz de responder inmediatamente. Pero, fiel a su carácter inquisitivo, no dejó pasar la oportunidad.

—Entonces, ¿por qué no lo intentas? —insistió, esta vez con un tono menos agresivo.

Darío respiró hondo. Sabía que no podía seguir evitando el tema. Las preguntas y los rumores eran cada vez más incómodos, y en algún momento tendría que enfrentarlos. Así que decidió hablar.

—Mi vida no es como la de ustedes —empezó—. Mi familia no es muy grande, y pasamos por algunos problemas graves el año pasado. Mi papá perdió su trabajo, y eso cambió muchas cosas. Nos quedamos sin casa y tuvimos que mudarnos a un refugio temporal durante varios meses. Por eso me he estado mudando de escuela en escuela, porque no tenemos un lugar estable.

El silencio en la sala era abrumador. Ninguno de ellos esperaba algo así. Lucía, que había estado buscando una razón para no confiar en Darío, se sintió inmediatamente avergonzada. Jamás había imaginado que alguien en su escuela pudiera estar atravesando algo tan difícil.

—Lo siento, Darío, no tenía idea —dijo Carlos en voz baja, rompiendo el silencio.

—No tienes que disculparte —respondió Darío con una leve sonrisa—. No es algo que suelo compartir. Pero es la razón por la que a veces llego tarde o me distraigo con mi teléfono. Tengo que ayudar a mi familia. Mi papá está buscando trabajo y trato de estar pendiente de ellos lo más que puedo.

Lucía y Adriana se miraron, claramente afectadas. Todo lo que habían pensado sobre Darío era erróneo. Lo habían juzgado sin saber nada de su vida, solo por su apariencia y su comportamiento reservado.

—Nosotros… —empezó a decir Lucía, pero no encontraba las palabras. Había pasado semanas alimentando rumores y sospechas que ahora parecían tan insignificantes en comparación con la realidad.

—Está bien —dijo Darío—. Sé que a veces parezco distante, pero no es porque no quiera hacer amigos o ser parte del grupo. Es solo que he tenido que aprender a cuidar de muchas cosas que no debería tener que preocuparme a mi edad.

Después de esa conversación, algo cambió en el grupo. Lucía, Adriana, Carlos y Tomás ya no miraban a Darío con los ojos del juicio, sino con empatía y comprensión. Los chismes en la escuela comenzaron a desvanecerse cuando Lucía dejó de alimentarlos, y cuando alguien preguntaba por Darío, los del grupo lo defendían.

Darío, por su parte, siguió trabajando duro en el proyecto y en su vida. Aunque no todos los problemas de su familia estaban resueltos, al menos ahora sentía que tenía un lugar en esa escuela, un grupo de amigos en el que podía confiar. Y lo más importante, ya no era el misterioso chico que todos señalaban, sino alguien valorado por lo que realmente era.

Con la revelación de la verdadera situación de Darío, el ambiente en el grupo de Lucía cambió por completo. Lo que antes era una atmósfera de desconfianza y rumores, ahora se había transformado en una relación de respeto y compañerismo. Todos comenzaron a ver a Darío de una manera completamente diferente, y eso también influyó en cómo se comportaban con él.

Lucía, quien siempre había liderado al grupo y muchas veces había sido la fuente de comentarios negativos, fue la primera en querer hacer algo al respecto. Al día siguiente de la revelación, mientras se dirigían a la escuela, ella decidió hablar con los demás.

—Chicos, creo que debemos hacer algo por Darío —dijo Lucía mientras caminaban juntos hacia la entrada—. No me siento bien sabiendo por todo lo que ha pasado y que no hayamos hecho nada.

Adriana asintió, y por primera vez desde que conocían a Darío, mostró un tono más empático.

—Sí, yo también lo pensé. Nos hemos pasado semanas criticándolo sin saber nada de su vida, y ahora que sabemos la verdad, creo que podemos ayudar de alguna manera.

Tomás, que siempre había sido el más bromista, también se sintió conmovido por la historia de Darío.

—Podríamos organizar algo en la escuela, ¿no? Un tipo de campaña para recaudar fondos o ayudar a su familia. Seguro que, si hablamos con la profesora, podríamos hacerlo realidad.

Carlos, siempre reflexivo, añadió:

—Eso suena bien, pero lo más importante es que Darío sepa que lo apoyamos. No quiero que sienta que hacemos esto por lástima, sino porque queremos ayudar como amigos.

Con esa idea en mente, decidieron hablar con Darío después de la clase ese día. Cuando el timbre del final de la jornada escolar sonó, lo interceptaron en el pasillo antes de que pudiera marcharse.

—Darío, ¿puedes quedarte un minuto? Queremos hablar contigo —dijo Lucía, esta vez con un tono más suave y amistoso.

Darío los miró con curiosidad, y asintió, aunque todavía parecía un poco inseguro sobre qué esperar.

—Hemos estado hablando —empezó Carlos—, y creemos que podemos hacer algo para ayudarte. Queremos que sepas que no estás solo. Somos un equipo, y más que eso, queremos ser tus amigos. Sabemos que las cosas no han sido fáciles para ti, y que probablemente no podamos resolver todos tus problemas, pero si hay algo en lo que podamos colaborar, queremos hacerlo.

Darío, sorprendido por la propuesta, los miró con una expresión mezcla de gratitud y sorpresa.

—No sé qué decir… —murmuró—. Nunca esperé que me ofrecieran ayuda. No quiero que piensen que deben hacer algo por mí solo porque les conté lo que está pasando.

Lucía dio un paso al frente y colocó una mano en su hombro.

—No es por eso, Darío. Lo hacemos porque te apreciamos. Y porque nos equivocamos contigo. Todos lo hicimos. Te juzgamos sin conocerte, y fue un error. Esto es nuestra manera de decir que nos importa, y de corregir lo que hicimos mal.

Los ojos de Darío se humedecieron por un segundo, pero rápidamente parpadeó para evitar que las lágrimas cayeran.

—Gracias —dijo en voz baja—. No saben lo mucho que significa para mí escuchar eso.

Después de esa conversación, el grupo decidió actuar. Hablando con su profesora de historia, organizaron una pequeña colecta en la escuela para apoyar a Darío y su familia. No era una campaña pública, sino algo más discreto, que respetara la privacidad de Darío. Todos los estudiantes que quisieron participar lo hicieron, y en pocos días lograron reunir suficiente dinero para ayudar a la familia de Darío con algunos gastos básicos.

Además de la colecta, los amigos de Darío se encargaron de algo aún más importante: estar ahí para él. Lo invitaron a formar parte de sus actividades fuera de la escuela, a pasar tiempo juntos en las tardes e incluso a quedarse en casa de Carlos algunos fines de semana. Darío, aunque seguía siendo reservado en muchos aspectos, comenzó a abrirse poco a poco, compartiendo más detalles sobre su vida y su pasión por la historia.

Cuando llegó el día de la presentación del proyecto, el grupo estaba más unido que nunca. Lucía y Adriana, que al principio habían sido las más críticas de Darío, ahora eran las que más lo defendían frente a otros. Si alguien intentaba hacer algún comentario negativo o burlarse, ellas eran las primeras en intervenir.

—Lo que más me gusta de este proyecto —dijo Lucía durante su presentación— es que nos permitió no solo aprender sobre la historia, sino también entender mejor la importancia de conocer la historia de las personas que tenemos cerca. A veces, las primeras impresiones no nos dicen todo lo que necesitamos saber.

La profesora, visiblemente emocionada por el trabajo del grupo, elogió su esfuerzo y la manera en que habían abordado el tema de manera creativa y profunda. Pero para Darío, lo más importante no era la calificación que recibieron, sino el sentido de pertenencia que había encontrado. Finalmente, sentía que tenía un lugar en la escuela, un grupo de amigos en quienes podía confiar, y la certeza de que ya no estaba solo.

Después de la presentación, Darío se acercó a Lucía mientras los demás se dispersaban.

—Quería agradecerte —le dijo con una sonrisa sincera—. Sé que al principio no fue fácil, y que no siempre fuimos cercanos, pero gracias por darme una oportunidad.

Lucía sonrió y respondió:

—Gracias a ti por ser paciente con nosotros. Aprendimos mucho contigo, no solo sobre historia, sino sobre lo que realmente importa.

A partir de ese día, la vida de Darío cambió de manera sutil pero significativa. Los chismes se desvanecieron, y en su lugar, floreció una comunidad más solidaria y comprensiva. Y lo más importante, sus compañeros aprendieron que juzgar a alguien sin conocer su historia puede llevar a errores graves, pero siempre hay tiempo para rectificar, entender y apoyar.

moraleja No juzgues a los demás sin conocer su historia.

Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

Audio Libro GRATIS

¿Te gustaría disfrutar de este contenido en formato de AUDIO LIBRO GRATIS? Aprovecha!!

Volver a la Lista de Cuentos

Recuerda que siempre puedes volver a consultar nuestros libros en formato de AUDIO LIBRO GRATIS en nuestro canal de Youtube. NO OLVIDES SUSCRIBIRTE

Síguenos en las Redes

Descarga nuestra App

Disfruta GRATIS de los mejores libros para Leer o Escuchar sobre Esoterismo, Magia, Ocultismo.

Disfruta GRATIS de los mejores libros para Leer o Escuchar para los pequeños grandes del mañana.

Disfruta de la historia de Terror más oscura y MARAVILLOSA que está cautivando al mundo.

Retira en Nequi, Daviplata, Tarjetas Netflix, Bitcoin, Tarjeta Visa Prepagada, ETC.