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Capítulo 7.

“Estación de Tránsito”.

 

Reunidos en la familiar caverna, Karl, Sara, Tomás y Amir se encontraron rodeados de una inesperada provisión de alimentos frescos y una variedad de bebidas que claramente no habían traído consigo. La sorpresa de encontrar café mexicano, un gusto particular de Karl, fue un pequeño consuelo en medio de la incertidumbre. Mientras preparaban el café, el aroma reconfortante llenó el espacio, ofreciendo un momento de calma que necesitaban para centrarse y discutir sus próximos pasos.

Karl sirvió el café con precisión y cuidado, distribuyendo las tazas mientras el grupo se sentaba en círculo. El cálido vapor se mezcló con el ambiente frío de la caverna, proporcionando un respiro temporal de las tensiones que los envolvían. El café, fuerte y aromático, era más que una bebida; era un pequeño ritual que les recordaba la normalidad, incluso en las circunstancias más extrañas.

“Bueno, aquí estamos otra vez,” comenzó Karl, tomando un sorbo de su café. Su mirada recorrió los rostros de sus compañeros, todos reflejando la mezcla de confusión y determinación que sentían. “Sabemos que Shambhala es más que un mito, y ahora entendemos que es una estación de tránsito. Pero aún no sabemos todo lo que necesitamos para decidir qué hacer.”

Sara asintió, sus dedos rodeando la taza caliente. “No podemos tomar una decisión a medias. Si Shambhala es realmente un lugar de paso hacia otros mundos, necesitamos entender exactamente lo que eso significa. Y no solo para nosotros, sino para todos.”

Tomás, con la mirada fija en el portal, agregó: “La última vez nos dividimos, y aunque aprendimos mucho, también nos dimos cuenta de que aún hay muchas piezas del rompecabezas que no tenemos. Esta vez, debemos cruzar juntos y asegurarnos de obtener las respuestas que necesitamos.”

Amir, que había estado en silencio, finalmente habló. “Si vamos a hacer esto, necesitamos estar completamente alineados. No podemos permitirnos dudas ni medias verdades. Debemos entrar con la mente abierta, pero también con la claridad de lo que buscamos.”

Karl tomó un último sorbo de su café y dejó la taza a un lado. “Entonces, estamos de acuerdo. Vamos todos juntos. Abrimos el portal y cruzamos de nuevo. Esta vez, exploraremos a fondo y aprenderemos todo lo que Shambhala tiene para mostrarnos. Solo así podremos decidir si esta verdad debe ser compartida o protegida.”

El grupo asintió en acuerdo, cada uno sintiendo el peso de la decisión, pero también la firmeza de que era el camino correcto. Con el café terminado y la determinación renovada, se levantaron para preparar la activación del portal. El viaje hacia lo desconocido estaba a punto de comenzar una vez más, pero esta vez, con una unidad y propósito que no habían tenido antes.

Tomás, con su habitual precisión y sentido práctico, observó al grupo mientras terminaban su café y se preparaban para el siguiente paso. “Todos deben llevar una mochila pequeña a la espalda,” dijo, su tono claro y directo. “Solo lo necesario. Nada de peso extra. Debemos estar ágiles y listos para cualquier cosa que encontremos del otro lado.”

El grupo asintió, comprendiendo la importancia de estar bien preparados. Las mochilas eran simples, ligeras, conteniendo solo lo esencial: agua, algo de comida, linternas y herramientas básicas. Cada uno revisó sus pertenencias una última vez, asegurándose de que todo estuviera en orden. No había lugar para errores, especialmente cuando se dirigían a un lugar tan incierto y cargado de misterio como Shambhala.

“Recuerden el símbolo que marca la puerta,” continuó Tomás, señalando la importancia de no perderse en el vasto laberinto interdimensional. “Si no lo recordamos, no encontraremos el camino de regreso. Y no olviden el tiempo: una hora allí son apenas unos segundos aquí. No podemos perder la noción del tiempo.”

Karl, sosteniendo la llave en forma de rombo, se colocó frente al portal. La figura, familiar y extraña al mismo tiempo, destellaba con un brillo suave que parecía resonar con la energía de la caverna. Observó a sus compañeros, cada uno listo y comprometido con lo que estaba por venir.

“¿Están listos?” preguntó Karl, su voz firme, pero con un ligero temblor que delataba la magnitud de lo que estaban a punto de hacer. La respuesta fue unánime, con asientos y miradas decididas. Habían llegado demasiado lejos para retroceder ahora, y la promesa de descubrir la verdad detrás de Shambhala los impulsaba hacia adelante.

Karl respiró profundamente, sintiendo el peso de la llave en su mano. Era el umbral hacia lo desconocido, hacia respuestas que podrían cambiar todo lo que sabían sobre la historia, la humanidad y el universo mismo. Con un movimiento seguro, encajó la llave en el nicho correspondiente y la giró.

El portal comenzó a activarse, sus símbolos iluminándose en una secuencia compleja y hermosa, como si danzaran al ritmo de una melodía cósmica. La luz creció, llenando la caverna con un resplandor etéreo que los envolvió a todos. Karl miró una última vez a su equipo, y juntos, dieron el primer paso hacia Shambhala.

El grupo dio el último paso a través del portal y, al abrir los ojos, se encontraron de nuevo en el vasto salón de Shambhala. El lugar era tan impresionante como lo recordaban Karl y Amir, pero para Sara y Tomás, la experiencia era completamente nueva y deslumbrante. El techo, una enorme cúpula de cristal, mostraba un cielo que parecía una obra de arte en movimiento, con un planeta gigante, similar a Saturno, flotando majestuosamente entre al menos cuatro lunas de colores vibrantes. Cada una brillaba con tonos únicos: azul profundo, dorado resplandeciente, rojo intenso y un verde suave que parpadeaba como una esmeralda en el firmamento.

La atmósfera estaba llena de actividad. Seres de todas formas y tamaños, algunos humanoides, otros completamente alienígenas, se movían con propósito por el salón, cruzando de una puerta a otra, comunicándose en lenguajes incomprensibles pero fascinantes. La escena se asemejaba a un gigantesco aeropuerto interdimensional, donde el concepto de tiempo y espacio era apenas una sugerencia. Cada puerta, cada símbolo brillante, representaba una ruta hacia mundos desconocidos, un recordatorio de la vasta red de conexiones que Shambhala mantenía activas.

Tomás y Sara se quedaron inmóviles por un momento, completamente abrumados por la magnitud de lo que veían. “Esto es… increíble,” murmuró Sara, sus ojos recorriendo cada detalle del salón. “Es como si todo lo que conocemos fuera solo una pequeña parte de un todo mucho más grande.”

Tomás asintió, incapaz de apartar la vista del cielo surrealista que se extendía sobre ellos. “Es como un aeropuerto, pero a una escala que no podemos ni empezar a comprender. Todos estos seres… todos viajando entre mundos. Y nosotros, aquí, en medio de todo esto.”

Karl, observando la reacción de sus amigos, sintió una renovada determinación. Estaban en un lugar donde la comprensión del universo era radicalmente diferente, un lugar donde las reglas conocidas no aplicaban. Este era el corazón de Shambhala, la estación de tránsito entre dimensiones, y ahora, con su equipo completo, estaban listos para descubrir lo que realmente significaba estar allí.

Amir, recordando la dirección que habían tomado en su primera visita, sugirió un cambio de ruta. “La vez pasada fuimos hacia la izquierda,” comentó, mirando a Karl. “Probemos esta vez por la otra dirección, a ver qué encontramos.”

El grupo asintió, siguiendo la nueva dirección con pasos cautelosos pero llenos de curiosidad. Apenas avanzaron unos metros cuando se encontraron con otro vasto salón, que parecía una especie de sala de espera monumental. En el aire, hologramas de símbolos y gráficos danzaban suavemente, proyectando destinos, tiempos y lugares con una precisión que escapaba a cualquier comprensión terrestre. Era como un tablón de anuncios cósmico, donde cada detalle indicaba una puerta a un mundo distinto, una línea temporal diferente.

Karl, Sara, Tomás y Amir se mezclaron lentamente entre los demás seres que ocupaban el salón. Había una energía vibrante y ordenada en el lugar, donde el flujo de viajeros se movía de manera casi coreográfica, cada uno siguiendo su propio propósito pero sin colisiones, como si todo estuviera regido por una inteligencia superior.

Mientras exploraban este nuevo espacio, sus miradas se dirigieron hacia una pareja de seres que destacaba entre la multitud. A diferencia de muchos otros, estos seres tenían una apariencia humanoide bastante cercana a la humana, con una piel de tono pálido y vestimentas que emitían un leve resplandor. Parecían estar supervisando el salón, deteniéndose de vez en cuando para intercambiar palabras con otros seres, algunos de los cuales eran completamente diferentes en apariencia y naturaleza.

Sara, observando con atención, señaló a la pareja. “Ellos parecen ser los que organizan este lugar,” dijo en voz baja, su tono lleno de certeza. Sin esperar respuesta, dio un paso hacia adelante y comenzó a caminar hacia los dos seres, sus movimientos resueltos y decididos.

Karl, Tomás y Amir intercambiaron miradas de sorpresa y algo de preocupación, pero no hubo tiempo para debates. La determinación de Sara era clara, y el grupo la siguió mientras ella se acercaba con paso firme a la pareja humanoide, con la esperanza de que este encuentro los llevara a entender mejor el propósito y las reglas de Shambhala, la estación de tránsito que conectaba mundos y tiempos más allá de su imaginación.

Sara se acercó con paso firme, pero al estar frente a los seres, su determinación se tambaleó ligeramente. La pareja de humanoides alzó la vista, sus ojos brillando con una luz interior que era a la vez acogedora y profundamente extraña. La sensación de ser observados por seres tan diferentes, y al mismo tiempo tan similares, era desconcertante.

La figura femenina de la pareja, con un semblante sereno y una presencia casi etérea, fue la primera en hablar, aunque su boca nunca se movió. “Vaya, humanos,” resonó su voz en las mentes de Sara y los demás. Era una voz suave, melodiosa, pero con una fuerza que parecía llenar el aire a su alrededor. “Hace mucho que no veía humanos por aquí. ¿A dónde se dirigen?”

La pregunta flotó en sus cabezas, una comunicación directa que no necesitaba de palabras audibles. Sara, que había llegado con una confianza inquebrantable, se encontró momentáneamente sin palabras, sorprendida tanto por la forma de comunicación como por la amabilidad inesperada en el tono de la ser. Había algo reconfortante en esa voz, como un eco familiar de un hogar perdido en el tiempo y el espacio.

Karl, notando la vacilación de Sara, dio un paso adelante y respondió, su voz temblando solo un poco. “Estamos aquí para aprender más sobre este lugar… Shambhala. Queremos entender su propósito y decidir si el mundo debería conocerlo. No estamos seguros de a dónde dirigirnos, pero creemos que ustedes podrían ayudarnos.”

La ser asintió ligeramente, como si comprendiera de inmediato la complejidad de su misión. Su compañero, una figura igualmente humanoide, pero con un aura más intensa y una presencia ligeramente imponente, observó a Karl y su grupo con una mirada que denotaba experiencia y una profunda sabiduría.

“Shambhala es un lugar de paso,” explicó el ser masculino, su voz resonando de la misma manera. “Una estación de tránsito para aquellos que buscan conocimiento, intercambio y evolución. No todos los que llegan aquí lo hacen con un propósito claro, y muchos se pierden en la vastedad de las posibilidades. Ustedes, al parecer, buscan respuestas y dirección.”

Sara, habiendo recuperado algo de su compostura, asintió rápidamente. “Sí, eso es exactamente lo que buscamos. Queremos entender qué es Shambhala realmente y qué implica su existencia para la humanidad.”

La pareja de guías intercambió una mirada significativa antes de volverse hacia el grupo completo. “Muy bien,” dijo la ser femenina, con un tono que era a la vez alentador y solemne. “Sígannos. Les mostraremos lo que necesitan ver, pero sepan que no todas las respuestas serán fáciles de aceptar.”

Con esas palabras, la pareja se dio la vuelta, deslizándose con gracia hacia el interior del salón, mientras Karl, Sara, Tomás y Amir los seguían, conscientes de que estaban a punto de descubrir los secretos más profundos de Shambhala.

Mientras seguían a los guías por los pasillos llenos de luces y símbolos cambiantes, la pareja de seres comenzó a explicar la verdadera naturaleza de Shambhala. Sus palabras resonaban en las mentes de Karl, Sara, Tomás y Amir, llenando los vacíos de incertidumbre con una comprensión más profunda de este lugar enigmático.

“Shambhala es un lugar de paso,” comenzó la ser femenina, su tono suave pero firme. “Aquí llegan seres de toda la galaxia, pero no es para todos. Este no es un destino turístico ni un sitio para satisfacer la curiosidad individual. Los que llegan son elegidos dentro de su especie o pueblo, seleccionados para llevar un mensaje, conseguir un recurso vital, obtener medicinas únicas o adquirir avances tecnológicos que puedan implementarse en sus mundos.”

el ser masculino continuó, con una voz que resonaba con una seriedad tranquila. “No es un lugar para pasear. Cada ser que llega aquí lo hace con un propósito que trasciende lo personal. Vienen no por ellos mismos, sino por su pueblo, por su gente. Shambhala es un sitio para unir culturas, para aprender y buscar la trascendencia, no como individuos, sino como unidad, como comunidad.”

Karl asimiló cada palabra, dándose cuenta de la magnitud de lo que tenían ante sí. Shambhala no era solo un portal hacia otros mundos; era un puente entre civilizaciones, un lugar donde la búsqueda de conocimiento y la necesidad de cooperación se unían en un propósito mayor. La responsabilidad de los que cruzaban este umbral no era ligera, y la oportunidad que tenían delante podía cambiar el destino de su propia especie.

“Así que, cada uno de los seres aquí,” reflexionó Sara, observando a los diversos viajeros que se movían por el gran salón, “está aquí por algo más grande que ellos mismos. Shambhala es una red de posibilidades, pero también de responsabilidades.”

El ser masculino asintió, una expresión de aprobación cruzando su rostro. “Exactamente. Shambhala existe para aquellos que buscan más allá de lo inmediato, para los que desean trascender no solo como seres, sino como parte de algo más vasto. Es un lugar de intercambio, de aprendizaje, y de esperanza. Pero, sobre todo, es un lugar que demanda el respeto y la comprensión de aquellos que lo visitan.”

Mientras avanzaban, Karl sintió que cada paso lo acercaba no solo a las respuestas que buscaban, sino también a una decisión crucial sobre lo que harían con este conocimiento. El grupo comprendía ahora que la verdadera prueba no era solo encontrar Shambhala, sino entender su propósito y decidir cómo ese conocimiento afectaría al mundo que habían dejado atrás.

El Portal al Pasado.

Sara, llena de curiosidad, observó a los guías con una pregunta que había estado rondando en su mente. “¿Tienen nombres?” preguntó, intentando conectar de una manera más personal con estos seres que parecían tener tantas respuestas.

El ser femenino, con una sonrisa sutil y cálida, respondió: “Me llamo Elys.” Su compañero, con una expresión igualmente amable, agregó: “Y yo soy Kael.”

Con una sensación de gratitud, el grupo siguió a Elys y Kael hasta una puerta que se destacaba entre las demás. Los símbolos alrededor de esta entrada eran diferentes, más antiguos y cargados de un poder que parecía resonar con cada uno de ellos. Elys se detuvo frente a la puerta y los miró con una seriedad que hasta ahora no había mostrado.

“Este lugar es muy especial,” explicó Elys, su voz resonando en sus mentes con una calma profunda. “Está en constante vigilancia, y por ahora, nadie puede venir desde allí. Pero ustedes pueden entrar y dar un vistazo. No se preocupen, ellos no los verán.”

Kael, apoyando la mano en la puerta, añadió: “Aquí encontrarán el pasado. No solo el suyo, sino el de muchos otros. Este portal conecta con tiempos que han moldeado no solo sus mundos, sino muchos otros. Lo que vean aquí no debe ser tomado a la ligera.”

Karl asintió, sintiendo el peso de la responsabilidad en cada palabra de Kael. La idea de poder observar el pasado, de ver con sus propios ojos momentos que solo habían imaginado o leído en libros, era una oportunidad única, pero también una carga. Con un ligero movimiento, Kael abrió la puerta, revelando un interior envuelto en una luz suave y cálida.

Con un último vistazo a Elys y Kael, Karl, Sara, Tomás y Amir cruzaron el umbral, adentrándose en lo desconocido una vez más. El aire dentro era diferente, cargado con la esencia de lo antiguo y lo sagrado. Frente a ellos, una serie de imágenes y escenas comenzaron a tomar forma, como proyecciones holográficas que flotaban en el espacio. Era como caminar a través de un libro de historia, pero con la intensidad y la realidad que solo la experiencia directa podía ofrecer.

Cuando cruzaron el umbral, el mundo se materializó a su alrededor con una nitidez asombrosa. Se encontraron rodeados por imponentes estructuras de piedra, reminiscentes de los antiguos portales de Cuzco. Las construcciones megalíticas se alzaban hacia el cielo, mostrando signos de un pasado glorioso ahora casi consumido por el tiempo. La vegetación comenzaba a reclamar su dominio, enredándose con las piedras como si la naturaleza buscara cubrir los vestigios de lo que una vez fue.

Mientras exploraban, vieron a pequeños grupos de seres de aspecto simiesco, deambulando entre los matorrales. Estaban recogiendo bayas azules y llevándolas rápidamente a la boca, moviéndose de aquí para allá sin un aparente propósito más allá de alimentarse. Parecían animales guiados por instintos básicos, casi como ovejas en manadas, sin mostrar signos de una organización compleja o de una cultura que alguna vez pudo haber habitado esos edificios.

Tomás, siempre observador, se fijó en una escalinata de piedra apenas visible, medio cubierta por lo que parecía una vegetación similar al pasto terrestre. “Por aquí,” señaló, guiando al grupo hacia la escalinata. Los escalones eran altos y desiguales, un desafío físico que los llevó a subir lentamente. Cada paso hacia arriba era como ascender en la línea del tiempo, retrocediendo siglos en la historia de lo que debía haber sido un lugar lleno de vida y actividad.

Cuando finalmente alcanzaron la cima, se encontraron con un complejo de edificios de piedra, muchos de ellos parcialmente derruidos. La escena era sobrecogedora: una vasta extensión de estructuras abandonadas, rodeadas por la creciente invasión de la selva. A lo lejos, el verdor implacable de la naturaleza avanzaba sin cesar, cubriendo todo a su paso. Era evidente que, en unos cientos de años, este lugar estaría completamente oculto bajo la maleza, un capítulo más olvidado de la historia de un mundo lejano.

Mientras observaban este paisaje desolado, un suave brillo los distrajo. El pequeño dispositivo que Kael les había entregado antes de partir, una especie de reloj, comenzó a emitir una luz intermitente. Karl lo tomó y lo observó detenidamente. El mensaje era claro: su tiempo se había acabado, y debían regresar.

Karl asintió, mirando a sus compañeros con una mezcla de asombro y resignación. “Es hora de volver,” dijo, y con un último vistazo a la escena que los rodeaba, el grupo comenzó su descenso. Habían visto lo que habían venido a buscar: un fragmento del pasado que les recordaba lo efímera que puede ser una civilización y lo inexorable que es el paso del tiempo.

Al salir del portal, el grupo se encontró de nuevo en el gran salón de Shambhala. Elys, con su presencia tranquila y su aura de sabiduría, estaba esperándolos. Con una sonrisa suave y un gesto que transmitía calma, los invitó a sentarse en una esquina apartada del bullicio de los viajeros interdimensionales. Era un espacio pequeño y acogedor, diseñado para ofrecer un respiro en medio de la vastedad del lugar.

El grupo se acomodó, aún impactado por lo que habían visto a través del portal. Elys, sentándose con ellos, los observó con una mirada que combinaba curiosidad y comprensión. Había en sus ojos una mezcla de paciencia infinita y la disposición a guiarles en la interpretación de lo que acababan de experimentar.

“¿Saben lo que vieron?” preguntó Elys, su voz resonando suavemente en sus mentes. No había juicio en su tono, solo una genuina invitación a reflexionar sobre la experiencia.

Karl fue el primero en hablar, aún tratando de ordenar sus pensamientos. “Parecía un lugar del pasado,” dijo lentamente. “Las construcciones, los seres… era como una visión de lo que fue, no solo en la Tierra, sino en otro lugar.”

Elys asintió, alentándolos a continuar. Sara, con los ojos aún llenos de asombro, agregó: “Esos seres… no parecían conscientes de nada más allá de lo que hacían en ese momento. Era como si el tiempo se hubiera detenido para ellos, como si estuvieran atrapados en una rutina interminable.”

Tomás y Amir intercambiaron miradas antes de que Tomás hablara. “Vi la naturaleza reclamando todo. Es como si esos edificios fueran una reliquia de algo grande, algo que fue importante, pero que se desmoronó. Todo estaba siendo tragado por la selva.”

Elys los observó en silencio, permitiendo que sus palabras resonaran y se asentaran. “Lo que vieron,” explicó finalmente, “es un reflejo de lo que sucede cuando una civilización olvida su propósito y se desconecta de lo que la hace avanzar como unidad. Esos seres son una representación de un momento en el tiempo donde el progreso se detuvo, y la naturaleza, en su ciclo eterno, comenzó a reclamar lo que una vez fue suyo.”

El grupo asimiló las palabras de Elys, cada uno interiorizando lo que significaba ese vistazo al pasado. Era una lección sobre la fragilidad de las grandes construcciones y la importancia de mantener el propósito colectivo más allá del interés individual.

Elys los observó con una expresión serena, pero detrás de sus ojos se veía una profunda tristeza mezclada con la sabiduría de alguien que ha vivido muchas vidas. Continuó con su historia, su voz suave pero cargada de una verdad difícil de ignorar.

“Es la segunda vez que este planeta se reinicia,” explicó, su tono reflejando la gravedad de lo que decía. “Dos veces han estado cerca de lograr pasar el umbral de la conciencia cósmica. Han estado muy cerca de entender que, si no trabajan unidos como especie, sencillamente desaparecerán. Pero cada vez, las guerras, las hambrunas, el odio y la intolerancia doblegaron a seres poderosos que crearon civilizaciones fantásticas. Sin embargo, sucumbieron.”

Elys hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran en los presentes. “La naturaleza reclamó su terreno,” continuó. “Pasaron varios millones de años —para usar una referencia de su tiempo— hasta que surgió una nueva especie. Esta es la segunda, como les dije. Van lentamente, y quizá algún día vuelvan a ser lo que fueron.”

El grupo permaneció en silencio, procesando la magnitud de lo que Elys compartía con ellos. Era una lección sobre la fragilidad y la repetición de los errores, una advertencia de que la historia podría repetirse si no se aprendía de los fracasos del pasado.

Elys entonces hizo una pausa más larga, sus ojos brillando con una tristeza profunda. “Ese fue mi planeta natal,” reveló con un suspiro. “Cuando fui elegida para venir a Shambhala y aprender, esperaba poder regresar algún día. Pero cuando quise volver, ya no quedaba nada. La ambición de unos pocos acabó con toda la civilización. Y así, se prohibió que alguien más volviera. Con Kael aquí, quedamos para contar nuestra historia, para recordar lo que fue y para advertir a otros.”

Sus palabras resonaron en el grupo, que ahora comprendía que Elys y Kael no solo eran guías, sino testigos de la caída de un mundo que podría haber sido glorioso. Estaban allí, no solo para mantener el orden en Shambhala, sino para recordar y aprender de las lecciones que su propia civilización no había podido asimilar.

El ambiente se llenó de una solemne comprensión de la responsabilidad que tenían, no solo hacia su propia especie, sino hacia todas las que pudieran atravesar por las mismas pruebas. Shambhala no era solo un lugar de tránsito; era un cruce de caminos para las decisiones más profundas y cruciales de una especie.

La Revelación de Kael.

La pregunta de Sara rompió el silencio que había caído sobre el grupo, su voz temblando con la inquietud de lo que podría significar para su propio mundo. “¿Y la Tierra? ¿Ya se ha reiniciado antes?” Sus palabras resonaron con un eco de esperanza y temor, una mezcla que reflejaba la incertidumbre de su propia existencia y la de toda su especie.

Elys los miró, sus ojos llenos de una compasión antigua y sabia. Sin embargo, fue Kael quien respondió, su voz resonando con una firmeza que cortó el aire como un cuchillo. “Este es el cuarto intento,” dijo Kael, su tono cargado de una verdad ineludible. “Los Anun Ka les dieron una nueva oportunidad y fueron nombrados sus guardianes. Sin embargo, a ellos también el tiempo les jugó una mala pasada. Hace cerca de 20 mil años de los suyos, se marcharon y no han vuelto aún. Nadie ha encontrado dónde están; lo más probable es que hayan salido de la galaxia. Nadie lo sabe con certeza.”

El grupo se miró con incredulidad, el peso de las palabras de Kael cayendo sobre ellos como una losa. La historia de su planeta y de su especie estaba marcada por ciclos de destrucción y renacimiento, una danza interminable entre el progreso y la autodestrucción. Y ahora, al saber que los Anun Ka, sus antiguos guardianes, habían desaparecido sin dejar rastro, la realidad se volvía aún más incierta.

“Por eso hace tiempo nadie ha venido de la Tierra,” continuó Kael, su mirada fija en los viajeros. “Pensé que el portal estaba clausurado. Los guardianes estaban esperando una nueva oportunidad para enviar aprendices, y ahora ustedes están aquí. Esto significa que los humanos están llegando nuevamente, por cuarta vez, al momento crucial: el de lograr pasar el umbral de la conciencia cósmica o de ser nuevamente tragados por la naturaleza.”

El salón se llenó de una silenciosa reflexión, mientras las palabras de Kael seguían resonando en sus mentes. Karl, Sara, Tomás y Amir entendieron que su presencia en Shambhala no era casualidad, ni un mero capricho del destino. Estaban allí en representación de toda su especie, como embajadores en un momento crucial de su historia.

Kael finalizó con una advertencia cargada de esperanza y responsabilidad. “Espero que su estancia aquí les permita aprender y tomar sabias decisiones. Recuerden, no están aquí por ustedes mismos. Ustedes representan a una especie entera. Si les permitieron llegar aquí, no decepcionen a su mundo.”

Las palabras de Kael quedaron flotando en el aire, una mezcla de advertencia y desafío que cada uno de ellos tendría que enfrentar. La carga de ser los primeros en este cuarto intento no era ligera, y el futuro de la humanidad pendía de un delicado equilibrio entre aprender de sus errores y encontrar un camino hacia adelante.

Sara se dejó caer en uno de los asientos, su cuerpo temblando bajo el peso invisible de la responsabilidad que acababan de poner sobre sus hombros. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas mientras expresaba su angustia. “No soy merecedora de semejante responsabilidad,” sollozó, su voz quebrada. “A veces tengo problemas para decidir qué vestido ponerme o qué preparar para la cena… ¿Cómo podría tomar decisiones en nombre de miles de millones de seres que ni siquiera saben que estoy aquí?”

Tomás, viendo a su esposa tan abatida, se acercó rápidamente y la abrazó con fuerza. “Sara,” dijo, tratando de infundirle coraje. “Yo no conozco a una mujer más inteligente, más valiente y más capaz para estar aquí en este momento. Karl, ¿tú conoces a alguien mejor? Yo no la veo ni cerquita.”

Karl sonrió y negó con la cabeza. “Ni siquiera se me ocurre.”

Amir, con su tono siempre sarcástico pero lleno de cariño, agregó: “Por favor, Sara, es un chiste que siquiera dudes. Si no fuera por ti, probablemente ninguno de nosotros estaría aquí. ¿Quién nos impulsó a seguir cuando las cosas se pusieron difíciles? ¿Quién resolvió los misterios que nos trajeron hasta este lugar? Sin ti, estaríamos perdidos.”

Tomás la abrazó aún más fuerte, tratando de disipar sus dudas. “Sara, mira, yo soy un desastre. Necesito que me digan qué ponerme, y no sé ni preparar unos frijoles. Si alguien aquí no tiene mérito para estar en Shambhala, ese soy yo.”

Karl, con su voz calmada pero firme, se unió a la conversación. “Es que ese es el punto, ¿verdad? Como individuos, tal vez ninguno de nosotros tiene todos los méritos necesarios para estar aquí. Pero como equipo, como unidad, hemos logrado cosas increíbles. Cada uno de nosotros ha aportado algo único: lo que sabemos, lo que sentimos, lo que somos. Esa unión es lo que nos ha traído hasta aquí. Y eso es lo que nos dijo el anciano: que tomáramos decisiones que van más allá de quienes somos como individuos.”

Elys y Kael intercambiaron una mirada y sonrieron, visiblemente satisfechos con lo que veían. “Aquí en Shambhala,” dijo Elys con voz suave, “no hay errores. Si están aquí, es porque han hecho los méritos para estarlo. Sus palabras demuestran que están empezando a entender. Ustedes ya no son solo Sara, Amir, Tomás y Karl. Aquí, en Shambhala, son los humanos.”

Las palabras de Elys resonaron con un eco de verdad y promesa. El grupo se miró entre sí, sintiendo una renovada fuerza y propósito. En ese momento, comprendieron que no estaban solos, y que juntos, eran más que la suma de sus partes. Habían sido elegidos no por ser perfectos, sino por ser humanos, con todo lo que eso implicaba.

El grupo aún se encontraba asimilando las palabras de Elys y Kael cuando surgió una nueva bifurcación en su camino. Elys, con una sonrisa enigmática, se volvió hacia Sara y Tomás. “Hay algo más que necesitan ver,” les dijo, su tono lleno de promesa. “Una conferencia especial está a punto de comenzar, y ustedes dos están invitados a participar. Será importante para lo que está por venir.”

Sara y Tomás intercambiaron miradas curiosas, tratando de entender lo que significaba esa invitación. Sin embargo, antes de que pudieran hacer más preguntas, Kael se dirigió a Karl y Amir. “Para ustedes, hay otro lugar que deben visitar,” dijo, con una seriedad que solo podía indicar la importancia de lo que estaba por mostrarles. “Lo llamamos el futuro.”

Karl y Amir sintieron una mezcla de anticipación y aprehensión. La idea de vislumbrar el futuro, con todos sus potenciales y peligros, era a la vez tentadora y aterradora. Entendían que cada visión que habían experimentado en Shambhala no solo era una lección, sino también un desafío a sus propios límites de comprensión y decisión.

Elys extendió una mano hacia Sara y Tomás, guiándolos suavemente hacia un corredor iluminado con luces suaves y tranquilizadoras. “Confíen en lo que verán y en lo que aprenderán,” les dijo, sus palabras llenas de un aliento cálido. “Esta conferencia será crucial para entender su rol aquí.”

Mientras tanto, Kael se giró y comenzó a guiar a Karl y Amir en la dirección opuesta. Los pasos resonaban ligeramente en el suelo de cristal bajo ellos, una melodía que marcaba el ritmo de un viaje hacia lo desconocido. “El futuro no está escrito en piedra,” comentó Kael, casi para sí mismo, pero lo suficientemente alto como para que ambos hombres lo escucharan. “Es un lugar de posibilidades infinitas, pero también de grandes responsabilidades.”

Karl asintió, su mente ya trabajando a toda marcha para procesar lo que estaban a punto de ver. Amir, siempre pragmático, solo comentó: “Bueno, al menos no será aburrido.”

Mientras los cuatro se separaban, cada uno encaminándose hacia su propio destino, una sensación de expectación llenó el aire. Las revelaciones y decisiones que los esperaban en esos nuevos lugares no solo definirían su estancia en Shambhala, sino también el papel que jugarían en el futuro de la humanidad.

Karl y Amir siguieron a Kael a través de un portal que los transportó a un mundo completamente diferente. Se encontraron en medio de una ciudad de ensueño, donde gigantescos edificios de cristal se alzaban hacia el cielo, perdiéndose en las nubes. A lo lejos, podían ver enormes parques verdes, llenos de vegetación exuberante. Sin embargo, a pesar de la grandiosidad de la arquitectura, había algo inquietante en el ambiente.

Los andenes móviles transportaban a unos seres que parecían lagartos, pero con cuerpos alargados y movimientos lentos. Entre ellos, pequeños seres como gatos deambulaban sin un rumbo aparente. A primera vista, todo parecía perfecto: una ciudad avanzada, donde la tecnología y la naturaleza convivían en armonía. Pero algo no estaba bien.

Karl observó con atención y se dio cuenta de que no había casi ruido, como si la ciudad estuviera en una especie de letargo. Además, notó una ausencia: no había lagartos pequeños, solo los grandes que transitaban con aparente dificultad. “Amir,” dijo en voz baja, “¿te has dado cuenta de que parece que tienen todo lo que necesitan, pero no hay alegría? No veo señales de bienestar real aquí.”

Amir asintió, compartiendo la inquietud de Karl. “Sí, lo he notado. Todo parece perfecto, pero algo está mal. Estos lagartos… no se ven saludables. Hay algo que les está afectando, pero no puedo precisar qué es.”

Mientras caminaban por las calles impecables de la ciudad, se encontraron con más de estos lagartos alargados. Todos parecían estar en un estado de desánimo, como si una enfermedad invisible los estuviera consumiendo lentamente. Sus movimientos eran lentos, y sus ojos, vacíos de la vitalidad que se esperaría en un entorno tan avanzado, reflejaban una especie de sufrimiento silencioso.

De repente, el reloj que Kael les había dado comenzó a brillar en las manos de Karl y Amir. El tiempo había llegado a su fin. Con una mezcla de alivio y preocupación, los dos hombres se prepararon para regresar, conscientes de que lo que habían visto en este mundo era una advertencia más sobre las posibles consecuencias de una sociedad aparentemente perfecta pero carente de vitalidad y verdadera felicidad.

mientras tanto.

Sara y Tomás fueron guiados hacia una amplia sala de conferencias, donde una docena de seres de diversas formas y tamaños ya estaban esperando. La atmósfera era tranquila pero llena de una energía latente, como si cada ser estuviera sintonizado en una frecuencia común de anticipación. Tomás, con su ojo agudo para los detalles, susurró al oído de Sara mientras avanzaban. “¿Te das cuenta de que hay dos de cada especie? Como tú y yo.”

Sara, captando rápidamente el patrón, asintió con una sonrisa. “Exacto. Y mira allí,” señaló hacia un lado de la sala, donde un espacio destacaba con un símbolo muy familiar. Era el mismo que había visto en el portal que los llevaba de vuelta a la Tierra. “Ese es nuestro lugar,” dijo con certeza, y antes de que Tomás pudiera detenerla, ya se estaba instalando en el sitio designado para ellos.

En su lugar asignado, encontraron dos collares, cada uno con un símbolo grabado que se asemejaba al átomo de hidrógeno. Sara los tomó con curiosidad, notando que varios de los otros asistentes también llevaban collares similares. A su lado, un ser que parecía un koala los observó y, con un gesto amistoso, les indicó que se los colocaran.

Con un leve temor y una chispa de curiosidad, Sara y Tomás se pusieron los collares. De inmediato, se vieron rodeados por un torrente de voces en perfecto español, todas conversando a su alrededor. Era como si un velo se hubiera levantado, y ahora podían entender todo lo que se discutía en la sala.

“¡Maldición, es un aparato traductor!” exclamó Tomás, sorprendido. Antes de que pudieran emocionarse demasiado, el ser con aspecto de koala les hizo un gesto de calma y les susurró en un tono amigable pero firme. “Hablen en voz baja,” les dijo, sonriendo. “No todos están acostumbrados a la energía humana.”

La sala se llenó de una conversación animada entre las distintas especies presentes, cada una compartiendo ideas y conocimientos con una facilidad sorprendente. Sara y Tomás, aún ajustándose a la nueva experiencia de entender cada palabra, se dieron cuenta de que no solo estaban allí para escuchar, sino también para contribuir. Estaban en un espacio donde las fronteras del lenguaje se desvanecían y el intercambio cultural era el propósito principal.

La conferencia estaba a punto de comenzar, y con los traductores activados, Sara y Tomás se sintieron listos para participar en un diálogo que trascendía cualquier reunión a la que hubieran asistido en la Tierra. En este lugar, sus voces eran tan importantes como las de cualquier otro ser en la sala, y eso los llenaba de una mezcla de nerviosismo y emoción por lo que estaba por venir.

La conferencia comenzó con una introducción que dejó a Sara y Tomás atónitos. Los seres presentes explicaron que estaban allí como parejas, una condición esencial para ser considerados guías y anfitriones de cualquier estación de tránsito, como Shambhala. Descubrieron que no estaban solos en su misión; había muchas estaciones similares dispersas por otros mundos, cada una con sus propios guías, responsables de facilitar el paso y el entendimiento entre diferentes civilizaciones.

Sara y Tomás intercambiaron miradas de sorpresa al escuchar que estaban siendo evaluados para un papel tan crucial. “¿Guías?” murmuró Sara, aún tratando de procesar lo que esto significaba para ellos. “¿Nosotros?”

El orador continuó explicando que la única manera de convertirse en un excelente guía era a través de la unión, la cordialidad, y la capacidad de entender y aceptar las diferencias. “Solo aquellos que pueden ver más allá de sus propias limitaciones y prejuicios pueden liderar con éxito en un lugar como este,” explicaron, mientras una serie de videos ilustrativos se proyectaban en la pantalla principal.

Los videos mostraban diversos escenarios en los que la inclusión, el respeto y la cooperación entre especies habían llevado al éxito de las estaciones de tránsito. Se veían mundos florecientes, seres de diferentes formas y naturalezas trabajando juntos hacia objetivos comunes. Cada historia era un testimonio de cómo la diversidad y la unidad podían superar los desafíos más grandes.

Al finalizar la presentación, los asistentes pasaron a una fase más interactiva. Se les entregaron dispositivos para responder un examen con preguntas centradas en la inclusión y el respeto, adaptadas específicamente al contexto de la Tierra para Sara y Tomás. Las preguntas eran complejas, no solo por su contenido, sino por el reflejo que hacían de sus propias experiencias y conocimientos sobre los problemas actuales de la humanidad.

Después del examen, participaban en una rueda de charla donde cada pareja compartía las experiencias de sus mundos. Fue en este intercambio donde Sara y Tomás descubrieron que muchos de los desafíos que enfrentaba la Tierra eran comunes en otros rincones del cosmos. Los problemas de desigualdad, intolerancia y conflicto resonaban entre las historias compartidas, mostrando que, sin importar la distancia o la biología, muchos luchaban por los mismos ideales.

Una vez terminada la conferencia, Sara y Tomás fueron llevados a un salón de descanso, encontrándose solos por primera vez desde que la jornada había comenzado. Les sirvieron un suculento almuerzo, con alimentos que combinaban lo familiar y lo desconocido, ofreciendo un respiro tanto físico como mental.

Antes de dejarlos, el ser que los había acompañado durante toda la conferencia les advirtió con seriedad: “No se quiten los medallones bajo ninguna circunstancia. Son más que simples traductores; les permitirán permanecer conectados con todo lo que han aprendido aquí.”

 

Sara y Tomás asintieron, sintiendo el peso del medallón sobre sus pechos, no solo como un objeto físico, sino como un símbolo de la responsabilidad que ahora compartían. Este era solo el comienzo de un viaje que no solo los cambiaría a ellos, sino que podría tener repercusiones en su mundo y en muchos otros.

Después de sus respectivas experiencias, Karl y Amir regresaron al salón de descanso donde Sara y Tomás ya estaban terminando su almuerzo. Los cuatro amigos se reunieron, aliviados de estar juntos nuevamente, y se sentaron a compartir la comida ofrecida por los anfitriones de Shambhala.

Entre bocados, comenzaron a intercambiar historias de lo que habían vivido durante su separación. Karl y Amir relataron su visita al extraño futuro, describiendo los enormes edificios de cristal, los lagartos alargados y el inquietante silencio que los envolvía. Amir, siempre pragmático, se mostró escéptico sobre la aparente perfección del lugar y compartió sus preocupaciones sobre la falta de vitalidad que había percibido.

Sara y Tomás, por su parte, contaron sobre la conferencia, explicando cómo se les había informado que estaban siendo evaluados como potenciales guías y anfitriones de estaciones de tránsito, similares a Shambhala, en otros mundos. Explicaron los valores de inclusión, respeto y unidad que se destacaron durante las charlas y cómo los problemas de la Tierra resonaban con los de otras civilizaciones.

El intercambio de experiencias causó asombro entre ellos. Karl y Amir quedaron perplejos al saber que sus amigos podrían ser nombrados guías de estaciones intergalácticas, mientras que Sara y Tomás intentaron comprender la oscura advertencia que representaba la visita al futuro de sus compañeros.

Mientras procesaban la magnitud de lo que habían aprendido, surgieron nuevas preguntas y dudas sobre su verdadero destino en Shambhala. ¿Estaban realmente allí para ser evaluados, o había un propósito más profundo detrás de sus experiencias? ¿Serían capaces de tomar las decisiones correctas con el conocimiento que habían adquirido? Y lo más inquietante, ¿cómo afectarían estas revelaciones a sus vidas una vez regresaran a la Tierra?

El almuerzo, aunque delicioso, se convirtió en una mezcla de sabores agridulces mientras los amigos se enfrentaban a la realidad de su situación. Shambhala no era solo un lugar de paso; para ellos, se había convertido en un cruce de caminos que desafiaba su comprensión y definía su responsabilidad hacia su propia especie.

Mientras los amigos seguían discutiendo sus experiencias, los anfitriones, Kael y Elys, entraron al salón con una sonrisa tranquila. “Buenas tardes,” saludó Elys con su voz suave pero cargada de una autoridad amable. “Queríamos felicitarlos por su primer día aquí en Shambhala. Han hecho un trabajo admirable enfrentando los desafíos y asimilando la información.”

Kael, con su presencia imponente pero serena, se unió a la conversación. “Nos interesa especialmente escuchar sus impresiones sobre los lugares que visitaron,” dijo, dirigiéndose a Karl y Amir. “En particular, sus opiniones sobre Caron, el mundo de los lagartos.”

Karl y Amir intercambiaron una mirada antes de responder. Karl fue el primero en hablar, expresando su inquietud. “Fue un lugar impresionante a primera vista. Los edificios de cristal, los enormes parques… parecía una utopía tecnológica. Pero había algo extraño. No había ruido, no había niños o seres jóvenes de esa especie, y todos los que vimos parecían enfermos o desanimados. Es como si, a pesar de tenerlo todo, les faltara algo esencial.”

Tomás, que había escuchado atentamente la descripción, asintió. “Sí, es exactamente eso. Se sentía como un lugar sin vida real, sin alegría. Es como si hubieran logrado resolver todos los problemas materiales, pero perdieron algo en el camino, algo vital.”

Kael asintió con una expresión de comprensión. “Es una observación aguda,” comentó. “Caron es un ejemplo de lo que sucede cuando una sociedad se enfoca exclusivamente en la perfección material y olvida la importancia de la conexión, el propósito y la vitalidad emocional. Han alcanzado un nivel de desarrollo impresionante, pero a costa de su espíritu.”

Elys agregó, con una mirada reflexiva. “No siempre es fácil detectar estos desequilibrios cuando se está inmerso en ellos. Es una lección que muchos mundos, incluidas algunas civilizaciones en la Tierra, han aprendido o están en proceso de aprender. La plenitud no solo se mide en avances tecnológicos o en la ausencia de problemas superficiales, sino en la capacidad de una sociedad para mantener viva la chispa de la vida.”

El grupo quedó en silencio por un momento, absorbiendo las palabras de Kael y Elys. Caron no era solo una advertencia para los lagartos que vivían allí, sino un reflejo de los desafíos que muchas sociedades enfrentaban en su búsqueda de equilibrio. Para Karl y Tomás, la visita a Caron se transformó de una simple observación a una profunda lección sobre lo que realmente significaba prosperar.

Elys observó al grupo con una mezcla de compasión y urgencia en sus ojos, antes de continuar su explicación. “Aunque no lo crean,” dijo con voz serena pero firme, “Caron, el mundo lagarto, ya alcanzó su apogeo. Ahora va en declive y se dirige inexorablemente hacia la extinción. En un mediano plazo, su población comenzará a disminuir dramáticamente hasta que, finalmente, desaparezcan por completo. Lamentablemente, no hay marcha atrás; su destino está sellado.”

Las palabras de Elys resonaron en el silencio del salón, llenando el espacio con una gravedad palpable. Los cuatro amigos intercambiaron miradas de preocupación, asimilando la cruda realidad que se les presentaba.

Elys continuó, dirigiendo su mirada hacia ellos con una intensidad que atravesaba cualquier barrera. “En el caso de ustedes, aún como mundo les falta mucho por crecer, y eso se puede mejorar. Tecnológicamente, seguirán avanzando, pero si no crecen en humanidad, en unión, en los valores que definen su entorno, no como individuos, sino como parte de un todo sin importar sus diferencias, se enfrentarán a un destino similar.”

Sara y Tomás asintieron lentamente, comprendiendo la implicación de sus palabras. Karl, con su mente siempre analítica, intentó buscar un paralelo con los desafíos que enfrentaba la Tierra. Elys continuó, enfatizando un punto crucial. “Aún no se han dado cuenta de que esas diferencias no son puntos débiles, sino fortalezas. La diversidad, la capacidad de trabajar juntos pese a las diferencias, es lo que define a una especie verdaderamente avanzada.”

Kael, apoyando a su compañera, añadió con un tono solemne: “Cuando logren el desarrollo tecnológico, si no han crecido como una especie unida, serán otro Caron. Otro mundo condenado a la aniquilación. Los Anun Ka les dejaron las bases, sembraron la semilla del conocimiento, de la tecnología y del desarrollo. Pero el resto les corresponde solo a los humanos.”

El grupo quedó sumido en una reflexión profunda. Las palabras de Elys y Kael no solo eran una advertencia, sino un desafío. Shambhala les había abierto una ventana al potencial de su mundo, pero también al abismo que se cernía si no lograban superar sus divisiones internas.

Era un momento decisivo, no solo para ellos, sino para toda la humanidad que representaban. El camino por delante no sería fácil, pero ahora sabían que el verdadero progreso no estaba en los avances materiales, sino en el crecimiento colectivo como especie.

Elys y Kael, con una expresión mezcla de solemnidad y orgullo, se acercaron al grupo para darles una noticia que cambiaría el rumbo de sus caminos. “Es momento de que descansemos,” anunció Elys con voz suave, pero cargada de un sentido de finalización. “Les llevaremos a sus dormitorios. Esta puede ser la última vez que estén juntos como grupo.”

Las palabras cayeron como una sorpresa sobre Karl, Amir, Sara y Tomás, quienes no esperaban una separación tan abrupta. El silencio llenó el espacio mientras intentaban procesar la información.

Kael, notando sus miradas de incertidumbre, continuó con la explicación. “Sara y Tomás, ustedes serán llevados a otro mundo temprano mañana. Han pasado satisfactoriamente las pruebas y su destino está sellado. El verdadero aprendizaje para ustedes empieza ahora. Serán entrenados como guías, un honor y una responsabilidad que pocos alcanzan.”

Sara, con una mezcla de nerviosismo y determinación, asintió, mientras Tomás apretaba suavemente su mano, reafirmando su compromiso. “Estamos listos,” dijo Tomás, su voz resonando con una firmeza que no había mostrado antes.

Karl y Amir los miraron con orgullo, aunque no podían evitar sentir la tristeza de la separación inminente. Elys y Kael condujeron al grupo a través de los pasillos iluminados, cada paso resonando con la despedida que se avecinaba. Al llegar a los dormitorios, se despidieron con palabras de aliento, sabiendo que aunque sus caminos divergirían, el lazo que los unía como equipo y como representantes de la humanidad perduraría más allá de la distancia.

El futuro para Sara y Tomás ahora estaba claro: continuarían su entrenamiento en un nuevo mundo, preparándose para ser guías en la vasta red de estaciones de tránsito intergalácticas. Para Karl y Amir, quedaba la tarea de regresar a la Tierra, llevando consigo no solo las lecciones aprendidas, sino también la misión de aplicar ese conocimiento para evitar que su mundo se convirtiera en otro Caron.

Con un último abrazo compartido y promesas silenciosas de mantenerse conectados, se separaron para descansar, conscientes de que el amanecer traería nuevos desafíos y responsabilidades.

El amanecer en Shambhala trajo consigo un aire de solemnidad y expectativa. Sara y Tomás se levantaron antes de que los primeros rayos de luz iluminaran las estructuras etéreas del lugar. Sus corazones latían con una mezcla de anticipación y nerviosismo, conscientes de que estaban a punto de embarcarse en un viaje sin retorno, una promesa de eternidad y responsabilidad.

Kael y Elys los esperaban fuera de sus dormitorios, con expresiones serenas y alentadoras. “Es hora,” dijo Kael suavemente, y con un gesto, los guió hacia el portal que los llevaría a su nuevo destino. Sara y Tomás caminaron lado a lado, sus manos entrelazadas, encontrando consuelo en la certeza de que estarían juntos, enfrentando lo desconocido como siempre lo habían hecho.

Mientras atravesaban los pasillos llenos de luces suaves, Elys les habló con calidez. “Ustedes serán los únicos humanos fuera de la Tierra,” les dijo, su tono cargado de un respeto profundo. “Pero no solo serán guías y anfitriones de la galaxia. Serán embajadores de la Tierra, dignos representantes de su especie. Es una responsabilidad inmensa, pero confiamos en ustedes para llevarla con honor.”

Al llegar al portal, Sara se volvió hacia Tomás, sus ojos reflejando tanto la incertidumbre como la confianza en lo que estaba por venir. “Lo haremos juntos,” susurró, y Tomás asintió, apretando suavemente su mano.

Elys y Kael activaron el portal, que brilló con una luz suave y envolvente. Sara y Tomás dieron un paso adelante, y al cruzar, sintieron que no solo estaban entrando en un nuevo mundo, sino en un rol que definiría su existencia de una manera que nunca habían imaginado. Iban más allá de ser simples humanos; estaban asumiendo un papel que trascendía su propia vida, llevando consigo los valores y esperanzas de la Tierra.

Mientras desaparecían en la luz, Karl y Amir, observando desde la distancia, sintieron una mezcla de orgullo y melancolía. Sabían que Sara y Tomás estaban destinados a algo grande, algo que solo aquellos que realmente entendían la unión y la responsabilidad podían alcanzar.

Sara y Tomás, ahora en su nuevo hogar entre las estrellas, estaban listos para asumir su lugar como guías, anfitriones y, sobre todo, como los primeros embajadores de la Tierra en la vasta red de la galaxia.

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