Capítulo 5.
Descubrimiento en la Gruta.
Tras una noche de descanso reparador, el equipo se despertó con los ánimos renovados. El fuego había mantenido la gruta cálida durante la noche, y todos se sintieron más fuertes y optimistas al enfrentar el día. Tómas, en particular, había recuperado por completo su energía y su buen humor. Se desperezó, estirándose con exageración y una sonrisa traviesa en el rostro.
“Creo que voy a explorar un poco esta gruta,” dijo Tómas, mirando hacia el pequeño recoveco al fondo de la caverna. “Nunca se sabe, podría haber algo interesante allí.”
Con una mirada burlona, se volvió hacia Sara y, en tono juguetón, dijo: “Ven, esposa mía, tengo algo que decirte detrás de esas rocas.”
Las risas no tardaron en surgir. Amir y Karl aplaudieron, alentando a Sara en medio de la diversión. “¡Ve, Sara! ¡Quizás Tómas ha encontrado un gran secreto!” bromeó Amir, tratando de contener la risa.
Sara, riéndose junto con los demás, negó con la cabeza. “Todavía estás débil, Tómas. Mejor mañana,” respondió, fingiendo desinterés.
Tómas, sin dejarse desalentar por las risas y los comentarios, avanzó hacia el fondo de la gruta. “Ustedes se lo pierden,” dijo en tono juguetón, encendiendo su linterna y alumbrando el pequeño recoveco. Pero lo que vio hizo que toda su actitud bromista se desvaneciera en un instante. Sus ojos se abrieron ampliamente y, sin poder contenerse, lanzó un grito de asombro.
“¡Vengan, tienen que ver esto!” exclamó Tómas, su voz cargada de incredulidad y emoción.
Karl, Sara y Amir se levantaron de inmediato, sus risas apagándose ante la urgencia en la voz de Tómas. Se apresuraron hacia el fondo de la gruta, siguiendo la luz temblorosa de la linterna de Tómas. Cuando llegaron y miraron más allá del recoveco, comprendieron de inmediato por qué Tómas había gritado.
Allí, escondido entre las sombras y las rocas, había algo que ninguno de ellos esperaba encontrar. La sorpresa y el misterio volvieron a apoderarse del grupo, recordándoles una vez más que el Monte Kailash todavía guardaba secretos mucho más profundos de lo que habían imaginado.
La Abertura Misteriosa.
Tómas iluminaba con su linterna la abertura que había encontrado, una grieta en la roca de poco más de un metro de altura. Alrededor de la entrada, una serie de símbolos intrincados estaban tallados con precisión en la piedra, como si alguien hubiera querido marcar este lugar de manera significativa. Karl y Sara se acercaron rápidamente, sus rostros iluminados por la curiosidad y la emoción.
“Esto es increíble,” murmuró Karl, pasando su mano sobre los símbolos con delicadeza. Sara, siempre alerta a las inscripciones antiguas, ya estaba analizando las formas y patrones.
“Déjame ver,” dijo Sara, enfocando la luz de su linterna en los grabados. Ambos comenzaron a descifrar los símbolos con una familiaridad que solo ellos dos compartían, fruto de sus estudios conjuntos sobre lenguas antiguas y los Anun Ka.
Después de unos minutos de intenso análisis, Sara sonrió levemente, una mezcla de asombro y comprensión en su mirada. “Es una inscripción,” explicó, sus palabras cargadas de significado. “Dice algo así como ‘Bienvenidos, pero tened cuidado’. Es una bienvenida, pero también una advertencia.”
Karl asintió, sus ojos recorriendo cada símbolo, confirmando la traducción de Sara. “Sí, es como una invitación a seguir adelante… pero con una clara advertencia de que no se puede mirar atrás. Es casi como si… estuvieran probando nuestra determinación.”
Tómas y Amir intercambiaron miradas, sintiendo el peso de lo que eso significaba. La montaña no solo estaba llena de peligros físicos, sino también de decisiones que parecían venir con sus propias reglas y desafíos. Era un recordatorio de que cada paso que daban no solo era hacia adelante en su camino físico, sino también hacia lo desconocido, con todos los riesgos y promesas que eso conllevaba.
“Entonces, ¿qué hacemos?” preguntó Amir, su voz reflejando la mezcla de expectación y cautela que todos sentían.
Karl se enderezó, mirando a sus compañeros con determinación. “Seguimos adelante,” dijo con firmeza. “Sabíamos que esta montaña no iba a dejarnos pasar sin pruebas. Es el momento de seguir, sin mirar atrás.”
Con la decisión tomada, el grupo se preparó para atravesar la abertura. El aire estaba cargado de una nueva energía, un renovado sentido de propósito que los empujaba a avanzar, dejando atrás cualquier duda o temor. Porque en el Monte Kailash, no había lugar para la indecisión: solo un camino adelante, uno que los llevaría cada vez más cerca de los secretos que se habían propuesto descubrir.
Con la decisión tomada, el equipo recogió sus pertenencias, dejando la calidez temporal de la gruta atrás. Uno a uno, se agacharon y pasaron a gatas por la pequeña abertura en la roca, adentrándose en lo desconocido. La entrada era estrecha y oscura, y cada uno de ellos sintió un escalofrío al atravesarla, como si estuvieran cruzando un umbral hacia un mundo completamente diferente.
El pasaje que se desplegaba ante ellos era largo y serpenteante, sus paredes irregulares y húmedas reflejaban la luz de sus linternas en destellos inquietantes. El suelo, resbaloso y cubierto de moho, hacía que cada paso fuera un desafío constante, obligándolos a moverse con cautela. Pequeñas plantas, casi sin color, asomaban entre las grietas de la piedra, como si lucharan por sobrevivir en la penumbra eterna.
El aire estaba cargado de un olor penetrante a tierra mojada y descomposición, un recordatorio persistente de que se encontraban en las entrañas de la montaña. A cada paso, el silencio se hacía más opresivo, un vacío sonoro que amplificaba los susurros de sus movimientos y el leve goteo de agua filtrándose a través de la roca. Era como si el pasaje mismo los observase, esperando el próximo movimiento de los intrusos que se atrevían a caminar por sus dominios.
“Solo hay un camino,” dijo Karl en voz baja, casi como si hablara consigo mismo. La frase resonó suavemente en el túnel, acentuando la soledad y la inevitabilidad de su marcha. No había ramificaciones, ni opciones, solo una ruta que se adentraba más y más en la montaña, llevándolos hacia un destino incierto.
El grupo avanzaba con cuidado, sus linternas iluminando apenas unos metros por delante. Cada paso era un desafío, no solo físico sino también mental, mientras se adentraban más en lo desconocido. Los sonidos del exterior se habían desvanecido por completo, y el único ruido que rompía el silencio era el eco distante de sus propios movimientos.
“Esto es… diferente a cualquier otra cosa,” comentó Sara, su voz un susurro cargado de asombro y un toque de inquietud. La sensación de estar completamente aislados, rodeados solo por roca y oscuridad, les recordaba lo lejos que estaban de cualquier semblanza de seguridad o familiaridad.
Pero, a pesar de la oscuridad y la incertidumbre, había una chispa de esperanza en cada uno de ellos. Habían llegado tan lejos, y sabían que cada paso que daban los acercaba más al corazón del misterio que habían venido a desentrañar. La montaña, con todos sus secretos y desafíos, no los había detenido aún, y con ese pensamiento, continuaron avanzando, manteniendo su enfoque en la promesa de lo que podrían encontrar al final de ese largo y sombrío pasaje.
A medida que avanzaban por el estrecho pasaje, los minutos se convirtieron en horas interminables. La monotonía del camino, el resbaladizo moho bajo sus pies y el peso constante de la oscuridad hicieron mella en el equipo. Cada paso se volvía más pesado y, aunque la determinación los empujaba hacia adelante, el cansancio comenzaba a apoderarse de ellos.
Finalmente, el pasaje se ensanchó ligeramente, ofreciendo un pequeño alivio en su interminable trayecto. Era un espacio lo suficientemente amplio para que pudieran detenerse y estirarse, liberando la tensión acumulada en sus cuerpos. Sin dudarlo, Karl sugirió hacer un alto.
“Tomemos un momento para descansar y evaluar dónde estamos,” dijo, dejando caer su mochila al suelo. “Necesitamos recuperar algo de energía.”
Sara y Tómas se sentaron, sus respiraciones pesadas mientras se acomodaban contra las frías paredes de roca. Amir encendió su linterna y comenzó a explorar el área alrededor, su luz barriendo la superficie de la roca. Fue entonces cuando algo llamó su atención.
“¡Miren esto!” exclamó Amir, apuntando su linterna hacia un conjunto de símbolos grabados en la pared, apenas visibles entre la suciedad y la humedad. Los demás se acercaron, sus ojos enfocándose en las formas familiares pero inquietantes que se desplegaban ante ellos.
“Son nuevos símbolos,” dijo Sara, reconociendo algunos de los patrones que habían visto antes, pero también notando diferencias. “Pero estos son más complejos, más… detallados.”
Karl se arrodilló frente a la pared, sus dedos trazando los contornos de los grabados. “Parece una continuación del mensaje anterior,” reflexionó. “Una mezcla de bienvenida y advertencia, pero hay algo más aquí… algo que no terminamos de entender.”
El equipo observó en silencio, sintiendo la carga de los símbolos sobre ellos. Había una historia en esas marcas, un mensaje que los Anun Ka habían dejado atrás, y cada símbolo era una pieza del rompecabezas que estaban intentando resolver.
“Podría ser una guía o una advertencia de lo que está por venir,” sugirió Tómas, tratando de encontrar un significado en las intrincadas formas. “O simplemente un recordatorio de que estamos en un lugar que no es nuestro.”
La pausa, aunque breve, le dio a todos, la oportunidad de reflexionar sobre lo que habían encontrado y lo que aún les esperaba. Sabían que no podían quedarse allí mucho tiempo; la montaña, con sus interminables desafíos, los llamaba a seguir adelante. Pero antes de continuar, cada uno grabó mentalmente los símbolos, sabiendo que podrían ser clave para lo que vendría más adelante.
Después de un breve descanso, el equipo se levantó, con la energía suficiente para seguir. Estaban exhaustos, pero la curiosidad y la necesidad de desentrañar los secretos de la montaña los impulsaban a seguir. Con las linternas encendidas y las mochilas nuevamente al hombro, se prepararon para enfrentar lo que sea que el Monte Kailash aún guardaba para ellos.
Con la decisión tomada de quedarse un momento en la galería, el equipo improvisó una fogata, encendiendo algunas ramas secas que habían traído consigo y trozos de madera que encontraron dispersos por el suelo de la caverna. El fuego crepitó con un sonido reconfortante, llenando el espacio con una luz cálida que contrastaba con la fría solemnidad de las estatuas que los rodeaban.
Sara y Amir se acercaron a la piscina natural, sumergiendo sus manos en el agua clara. Al llevar el agua a sus labios, ambos sintieron un refresco inmediato, una revitalización que iba más allá de lo que un simple sorbo de agua debería proporcionar. Karl y Tómas los imitaron, y pronto, la sensación de agotamiento que los había acompañado comenzó a desvanecerse. Era como si el agua tuviera propiedades restauradoras, devolviéndoles la energía perdida en su ardua travesía.
“Esto es increíble,” comentó Tómas, sorprendido por la repentina oleada de fuerza que sentía. “Es como si nos estuviera dando un segundo aliento.”
Karl, aún con el sabor del agua fresca en su boca, observó el entorno con una mezcla de fascinación y desconcierto. “Definitivamente, estamos en un lugar que no es solo una caverna. Esto tiene un propósito, un significado que va más allá de lo que podemos ver.”
El equipo se sentó alrededor de la fogata, dejándose envolver por el calor y la luz mientras intentaban procesar todo lo que habían descubierto. Sabían que estaban en un lugar que no figuraba en ningún mapa, un santuario perdido en las entrañas del Monte Kailash, lleno de secretos que nadie había desvelado en siglos. Pero con cada momento que pasaban allí, se hacía más evidente que no había forma de retroceder.
“El tobogán es solo de ida,” reflexionó Sara, mirando hacia la oscuridad por donde habían llegado. “No hay forma de regresar por donde vinimos. La montaña nos ha traído hasta aquí, y no hay vuelta atrás.”
Amir asintió, sus ojos fijos en las estatuas que los rodeaban como guardianes silenciosos. “Estamos exactamente donde se supone que debemos estar,” dijo, con una mezcla de resignación y determinación. “Ahora solo podemos seguir adelante.”
La sensación de estar atrapados en un solo camino, sin posibilidad de retorno, era un recordatorio sombrío de la naturaleza implacable del Monte Kailash. Pero en lugar de desaliento, encontraron una inesperada aceptación en sus corazones. Habían venido buscando respuestas y ahora, en este lugar desconocido y místico, estaban más cerca que nunca de encontrarlas.
Con el fuego iluminando sus rostros y el agua devolviéndoles la vitalidad, el equipo se preparó para lo que vendría después. No sabían exactamente dónde estaban, ni qué más los esperaba, pero lo cierto era que seguirían adelante, porque ya no había otra opción. La montaña había decidido su destino, y ellos, decididos a desentrañar sus secretos, seguirían su llamado.
El Intento Fallido.
Karl y Sara se tomaron un momento para observar cada símbolo en la puerta, comparándolos con las imágenes que habían capturado en la cámara del monasterio. Los grabados antiguos parecían formar un patrón que, si se descifraba correctamente, podría ser la clave para abrir el portal. Con paciencia y precisión, los dos analizaron cada detalle, cada curva y ángulo, buscando el orden correcto para presionar los símbolos.
“Estos coinciden con lo que vimos en el monasterio,” dijo Sara, señalando una serie de símbolos que parecían más desgastados que los demás, como si hubieran sido usados antes. “Podríamos probar con estos, en este orden.”
Karl asintió, repasando mentalmente el proceso que habían usado antes, tanto en el monasterio como en la Esfinge. La familiaridad del sistema les daba una confianza medida, pero sabían que cada uno de estos lugares tenía sus propias variaciones y secretos. Con cuidado, comenzaron a pulsar los símbolos, siguiendo el orden que creían correcto, basándose en los conocimientos adquiridos.
El primer símbolo se hundió con un leve clic, seguido del segundo y luego del tercero. Todo parecía ir bien, cada movimiento fluía con una certeza que casi podían sentir en sus huesos. Sin embargo, al presionar el último símbolo, solo un sonido resonó en la caverna—a medio camino entre un crujido y un susurro bajo, como si la montaña misma les hablara desde sus profundidades.
Karl esperó, su mano aún sobre el último símbolo, pero nada más ocurrió. Ningún mecanismo se activó, ninguna puerta se movió. El equipo contuvo el aliento, esperando una señal, un cambio… pero el silencio volvió a reinar.
“No se abrió,” dijo Amir, rompiendo la tensión en el aire con una mezcla de decepción y sorpresa. “¿Qué hicimos mal?”
Sara, aún mirando los símbolos, se mordió el labio, pensativa. “El orden parecía correcto… pero tal vez haya algo más que no estamos viendo. Algo adicional.”
Karl retrocedió un paso, evaluando la puerta con una mirada crítica. “Podría haber más de una combinación,” sugirió. “O tal vez necesitamos algo más que solo presionar los símbolos.”
El equipo se sumió en un silencio contemplativo, sus mentes trabajando para encontrar la respuesta que les eludía. Habían llegado tan lejos, y sabían que esta puerta era una clave importante para desentrañar los secretos de la montaña. Pero ahora, frente a un nuevo obstáculo, se dieron cuenta de que aún había mucho más por descubrir antes de que pudieran continuar.
Tras el fallido intento de abrir la puerta, el equipo se sumió en un análisis profundo, intentando descubrir qué había salido mal. Sara repasó mentalmente los símbolos, convencida de que habían seguido el orden correcto, mientras Karl examinaba nuevamente los grabados, buscando alguna pista que se les pudiera haber pasado por alto.
Amir, mientras tanto, se acercó más a la puerta, sus ojos recorriendo cada detalle con la esperanza de encontrar una respuesta. Fue entonces cuando algo captó su atención: un pequeño agujero, apenas perceptible, en forma de rombo, situado justo en el centro de la puerta.
“¿Y esto?” preguntó Amir, señalando el agujero finamente tallado. “¿Creen que tenga algo que ver?”
Karl y Sara se acercaron, sus ojos fijándose en el pequeño orificio que parecía casi perderse entre los relieves de la puerta. Sara frunció el ceño, inclinándose para verlo mejor. “Es un detalle demasiado preciso como para ser solo decorativo,” comentó, su mente trabajando rápidamente para conectar las piezas del rompecabezas.
Karl, observando el agujero, sintió una chispa de reconocimiento. Una sonrisa se dibujó en su rostro, una mezcla de incredulidad y alivio. Se metió la mano al bolsillo de su chaqueta, recordando el objeto que el abad le había dado en el monasterio, envuelto cuidadosamente en una bolsita de cuero.
“Creo que sé lo que falta,” dijo Karl, sacando el objeto y revelando una pequeña figura tallada en forma de rombo, exactamente del tamaño del agujero en la puerta. La fina artesanía coincidía perfectamente con la apertura, como si hubiera sido diseñada específicamente para este momento.
Sara lo miró, sorprendida, pero a la vez entendiendo que la montaña les había estado guiando todo este tiempo, conectando hilos invisibles que ahora los llevaban un paso más cerca de su objetivo. “Eso es,” dijo, con una sonrisa creciente. “Esa es la llave.”
Con cuidado, Karl insertó la pequeña figura en el agujero, encajando a la perfección. Un suave clic resonó en la caverna, y los símbolos en la puerta parecieron brillar brevemente, como si hubieran reconocido la presencia de la pieza faltante. La tensión en el aire se hizo palpable mientras esperaban lo que venía a continuación.
El mecanismo que habían activado anteriormente, junto con esta nueva llave, finalmente respondió. Un crujido profundo se escuchó, y la inmensa puerta de roca comenzó a moverse, revelando lentamente el camino que habían estado buscando.
La Activación del Portal.
Con la figura romboidal firmemente encajada en el agujero, el portal de piedra comenzó a moverse con un crujido profundo que resonó en toda la galería. Las gigantescas losas de roca se deslizaron lentamente hacia un lado, revelando un resplandor que parecía surgir de algún lugar más allá de la puerta. La luz, al principio tenue, pronto se intensificó hasta convertirse en un brillo cegador que envolvió a Karl, quien estaba de pie justo frente al portal.
“¡Karl!” gritó Sara, llevándose una mano a los ojos para protegerse del resplandor. Tómas y Amir también se cubrieron los rostros, incapaces de mirar directamente hacia la luz que ahora llenaba todo el espacio. Era como si el sol mismo se hubiera encendido dentro de la montaña, una fuerza que desafiaba la lógica y la realidad.
Karl, por su parte, sintió que el suelo bajo sus pies se desvanecía. La luz lo envolvió completamente, haciéndolo perder la noción de su entorno inmediato. En ese instante, era como si el tiempo y el espacio se hubieran desmoronado a su alrededor, llevándolo a un lugar más allá de lo físico.
Las visiones llegaron en una ráfaga de imágenes vívidas y sobrecogedoras. Karl vio vastos paisajes que se extendían más allá del horizonte, con cielos de colores imposibles y criaturas que desafiaban toda descripción conocida. En un momento, se encontraba en medio de una ciudad colosal, con torres que rozaban las estrellas y habitantes que se movían como sombras entre destellos de luz y energía pura.
Los escenarios cambiaban rápidamente: un desierto interminable con dunas que parecían susurrar secretos antiguos; un bosque denso donde los árboles se elevaban como titanes vivos, cada hoja pulsando con una luz propia; y un océano bajo un cielo carmesí, donde criaturas gigantescas nadaban en sincronía, como si fueran guardianes de un mundo perdido.
Cada visión era un golpe de conocimiento y misterio, revelando culturas y civilizaciones que Karl nunca había imaginado, pero que sentía extrañamente familiares. Las imágenes no eran solo visuales; eran sensaciones, emociones, fragmentos de un pasado que parecían resonar con su propia existencia, conectándolo a un entramado mucho más grande y antiguo de lo que podía comprender.
Y luego, tan abruptamente como habían comenzado, las visiones cesaron. La luz se desvaneció lentamente, dejando a Karl de pie, solo y aturdido, frente al portal que ahora estaba abierto. Sus compañeros, todavía parpadeando para ajustarse a la repentina ausencia de brillo, lo miraron con asombro y preocupación.
“Karl, ¿estás bien?” preguntó Sara, su voz llena de temor y esperanza.
Karl parpadeó, tratando de reorientarse en la realidad que lo rodeaba. “Vi… cosas,” dijo, su voz temblorosa y llena de una extraña mezcla de maravilla y miedo. “Lugares y seres de otros mundos… creo que esto es más que un portal. Es… un umbral hacia otras realidades.”
El equipo lo miró en silencio, sintiendo que acababan de rozar algo infinitamente más grande que ellos mismos. La montaña, con todos sus secretos y su poder, acababa de mostrarles que sus límites no eran los de la Tierra. Habían abierto una puerta no solo en la roca, sino en la comprensión del universo mismo.
Decisiones Cruciales.
Cuando la luz finalmente se apagó, la caverna volvió a sumirse en una penumbra silenciosa, rota solo por el débil resplandor que emanaba de la pieza central del portal. El rombo que Karl había insertado en el mecanismo ahora brillaba con un verde intenso, como una esmeralda viva, lanzando destellos que danzaban en las paredes de roca.
Karl, aún impactado por las visiones que había experimentado, retrocedió lentamente hasta que su espalda tocó la pared opuesta de la caverna. Su respiración era irregular, y su mente estaba atrapada entre la realidad de la montaña y los mundos que había vislumbrado. Sara, Tómas y Amir se acercaron rápidamente, rodeándolo con expresiones de preocupación y asombro.
“Karl, ¿qué fue lo que viste?” preguntó Sara, con una mezcla de miedo y fascinación en su voz. “Parecía… como si hubieras desaparecido por un momento.”
Karl respiró hondo, tratando de organizar sus pensamientos. “Vi otros mundos, otras realidades,” respondió con la voz aún temblorosa. “Lugares y seres que no pertenecen a este mundo, pero que parecen conectados de alguna forma con lo que estamos haciendo aquí. Es como si esta montaña no solo fuera un portal físico, sino una puerta hacia algo mucho más grande.”
Amir miró el rombo que seguía destellando en la entrada, su brillo verde reflejándose en sus ojos. “Esa luz… no es natural,” dijo, su voz cargada de incertidumbre. “Es como si algo estuviera esperando al otro lado. Pero, ¿qué hacemos ahora? No podemos quedarnos aquí sin hacer nada.”
El equipo se quedó en silencio, sopesando sus opciones. La montaña, con todo su misterio, les había mostrado un camino, pero uno que no podían tomar a la ligera. Si Karl tenía razón, y lo que estaba delante de ellos no era solo una puerta física, sino un umbral a otras realidades, entonces cualquier paso en falso podría tener consecuencias inimaginables.
Tómas, siempre práctico, miró a sus compañeros con una expresión seria. “Tenemos que decidir si cruzamos o si retrocedemos,” dijo, su tono firme pero no sin dudas. “Si lo que Karl vio es real, este portal podría llevarnos a lugares que no estamos preparados para enfrentar.”
Sara, sin embargo, notó algo más en el brillo del rombo, algo que parecía invitarles a continuar. “Este lugar… esta montaña nos ha traído hasta aquí por una razón,” reflexionó, sus ojos fijos en la esmeralda centelleante. “Quizás es nuestro deber descubrir qué hay más allá, para entenderlo y asegurarnos de que nadie más cruce sin saber lo que hay al otro lado.”
Karl, aún apoyado contra la roca, asintió lentamente. “No podemos ignorar esto. Pero tampoco podemos tomar decisiones apresuradas. Necesitamos prepararnos, pensar en lo que podría significar cada paso que demos a partir de aquí.”
La decisión no era sencilla, y cada uno de ellos lo sabía. Estaban en un punto de no retorno, donde la única certeza era que la montaña y el portal guardaban secretos que aún no habían desvelado por completo. Con el brillo del rombo iluminando sus rostros, el equipo se enfrentó a la encrucijada más grande de su expedición, sabiendo que el próximo paso podría cambiarlo todo.
Decisión y Estrategia.
Frente al resplandor verde del rombo, el equipo comprendió que no podían detenerse ahora. La montaña les había presentado un enigma y, aunque la incertidumbre pesaba sobre ellos, también sentían la inevitable atracción de lo desconocido. Pero avanzar sin un plan no era una opción, y fue Sara quien, con su habitual rapidez mental, tomó la iniciativa.
“Está claro que tenemos que seguir adelante,” dijo Sara, rompiendo el silencio con una voz firme. “Pero no podemos lanzarnos todos al mismo tiempo sin saber qué hay al otro lado. Sugiero que pasemos dos, primero. Entraremos, exploraremos durante una hora y luego regresaremos. Así, podremos evaluar si es seguro que todos crucemos.”
Karl, escuchando la propuesta de Sara, asintió lentamente. “Tiene sentido. No podemos permitirnos arriesgar a todo el equipo sin conocer los peligros que podría haber. ¿Quiénes pasarían primero?”
Amir se adelantó, con su habitual valentía, pero también con un análisis frío de la situación. “Podría ser Karl y yo,” propuso. “Karl ya ha tenido una conexión con lo que sea que hay al otro lado, y si hay algo que necesita ser activado o descifrado, él es el indicado. Yo puedo acompañarlo para asegurarme de que volvamos a salvo.”
Tómas, aunque inicialmente pensativo, asintió. “De acuerdo, pero tenemos que estar preparados para cualquier cosa. Una hora adentro, y si no regresan, sabremos que algo salió mal y pensaremos en una alternativa.”
Sara miró a Karl y Amir, sus ojos reflejando tanto confianza como preocupación. “Si algo se complica, no intenten ser héroes. Retrocedan y volvamos a evaluar la situación. Esto no es solo un paso hacia adelante, es un experimento, y necesitamos toda la información que podamos obtener.”
Con la estrategia decidida, Karl y Amir se prepararon para cruzar el umbral. Sara les entregó un cronómetro y revisaron sus equipos, asegurándose de que todo estuviera en orden para el corto pero crucial tiempo que pasarían al otro lado. La tensión era palpable, pero también lo era la determinación.
Antes de dar el paso, Karl miró a sus compañeros, sabiendo que lo que estaban a punto de hacer podría cambiar el curso de su expedición de manera definitiva. “Nos veremos en una hora,” dijo con una media sonrisa, tratando de infundir algo de ánimo.
Amir se posicionó a su lado, y juntos, se acercaron al portal, preparados para lo desconocido. Con un último vistazo al equipo y un asentimiento de Sara, dieron el paso adelante, cruzando hacia lo que parecía ser un nuevo y misterioso capítulo en su
búsqueda por los secretos del Monte Kailash.
El Otro Lado del Portal.
Al cruzar el umbral del portal, Karl y Amir se encontraron instantáneamente transportados a un vasto espacio que desafiaba toda lógica y comprensión. Era como un aeropuerto gigantesco, pero en lugar de metal y concreto, todo parecía hecho de cristal brillante y pulido, reflejando luces y formas que se movían por todos lados. La estructura se extendía en todas direcciones, con techos altos que parecían tocar el cielo mismo.
Frente a ellos, una serie interminable de puertas, cada una marcada con símbolos parpadeantes que cambiaban de color y forma, indicaban destinos o caminos que ninguno de los dos podía entender. Lo más desconcertante era la multitud que ocupaba el lugar: una multitud de seres de todo tipo, algunos con características humanoides y otros tan extraños que parecían salidos de un sueño.
Había figuras que flotaban como globos, sin rostro ni forma definida; manchas de luz que pululaban alrededor, creando destellos de colores; y grandes criaturas que se movían con la agilidad de arañas gigantes, sus extremidades chasqueando suavemente contra el suelo cristalino. Más allá, seres translúcidos y etéreos parecían desvanecerse y reaparecer a voluntad, como si existieran en más de un plano al mismo tiempo.
Karl y Amir miraron hacia arriba y se encontraron con una cúpula inmensa, transparente, que mostraba un cielo desconocido. No era el cielo de la Tierra: en lugar de un sol, un planeta enorme con anillos, similar a Saturno, dominaba la vista. Alrededor, cuatro lunas de diferentes tamaños y colores orbitaban en perfecta sincronía, lanzando sombras suaves sobre el suelo de cristal.
Amir, sin poder contener su asombro, se giró hacia Karl. “Esto… esto no puede ser la Tierra. ¿Dónde estamos?”
Karl no podía apartar la vista del cielo extraño. “No tengo idea,” murmuró, su mente aún tratando de asimilar la magnitud de lo que veían. “Pero donde sea que estemos, parece ser un punto de tránsito, un lugar de paso.”
Mientras observaban, notaron que la multitud a su alrededor continuaba moviéndose, ocupada en sus propios asuntos. Seres de todas formas y tamaños pasaban junto a ellos sin apenas notar su presencia, como si Karl y Amir fueran simplemente otros viajeros en un lugar donde todos estaban en tránsito. No había curiosidad ni alarma en los rostros de los demás; simplemente, una aceptación de que ellos también pertenecían a ese espacio.
“Nadie parece notarnos,” comentó Amir, notando cómo la gente y las criaturas pasaban a su lado sin reaccionar. “Es como si fuéramos… normales aquí.”
Karl asintió, todavía asombrado. “Evidentemente, este lugar está acostumbrado a todo tipo de seres y viajeros. Sea lo que sea esto, definitivamente es un cruce entre mundos.”
La realidad de su situación se asentó sobre ellos con un peso nuevo: estaban en un lugar que desafiaba todo lo que sabían sobre el tiempo, el espacio y la existencia misma. Y mientras intentaban orientarse en ese vasto y alienígena aeropuerto de cristal, solo una cosa quedaba clara: habían cruzado mucho más que una simple puerta. Habían entrado en un cosmos vasto y desconocido, lleno de maravillas y peligros aún por descubrir.
Explorando el Espacio Interdimensional.
Karl observó detenidamente la puerta por la que habían entrado, notando con inquietud que, desde este lado, era indistinguible de las otras que se alineaban a lo largo del vasto espacio. Cada puerta tenía su propio símbolo parpadeante, único y en constante cambio. Karl se inclinó hacia Amir, señalando el símbolo sobre la puerta por la que habían llegado.
“Fíjate en ese símbolo,” le dijo con seriedad. “Es crucial que lo recuerdes. Si lo olvidamos, podríamos quedarnos atrapados aquí sin forma de regresar. Cada puerta es un umbral a algún lugar, y sin esa referencia, estaremos perdidos.”
Amir asintió, observando atentamente el símbolo como si estuviera grabándolo en su mente. “Lo tengo,” afirmó, manteniendo sus ojos fijos en la figura que cambiaba sutilmente de color con cada parpadeo. “No lo olvidaré.”
Con la puerta de entrada identificada, Karl revisó su cronómetro: les quedaban 50 minutos antes de tener que regresar. “Vamos a recorrer este lugar,” sugirió, sintiendo una mezcla de curiosidad y responsabilidad. “Tenemos que entender al menos un poco de lo que está pasando aquí.”
Juntos, comenzaron a explorar el inmenso espacio, moviéndose entre las criaturas y las puertas con una cautela medida. Cada paso revelaba nuevos detalles sorprendentes: los símbolos en las puertas parecían reaccionar a su proximidad, algunos destellando más rápido, otros cambiando de color, como si estuvieran vivos de alguna forma extraña y consciente.
Karl y Amir notaron cómo los seres a su alrededor interactuaban con las puertas, algunas veces desapareciendo tras ellas, otras veces emergiendo de lugares que parecían desafiar cualquier lógica espacial. Los seres humanoides, los globos flotantes, las manchas de luz y las gigantescas formas arácnidas coexistían en un caótico pero ordenado flujo, cada uno siguiendo su propio propósito invisible.
Amir se detuvo un momento, observando una puerta que emitía un suave zumbido y mostraba un paisaje desértico a través de su marco cristalino. “Es como si cada puerta llevara a un mundo distinto,” murmuró, su voz teñida de asombro. “Es un punto de tránsito entre dimensiones.”
Karl, a su lado, asintió, manteniendo su atención tanto en los alrededores como en el cronómetro. “Este lugar es más que un cruce,” reflexionó. “Es una estación de paso, un nexo de conexiones entre mundos que no tienen nada en común salvo la capacidad de llegar aquí.”
Mientras continuaban su exploración, se dieron cuenta de la inmensidad del espacio y de la diversidad infinita de los seres que lo transitaban. Era un lugar que desafiaba todas las normas de la física y la lógica, un crisol de existencias que no podrían haberse encontrado en ningún otro lugar del universo conocido.
Los minutos pasaban rápidamente mientras Karl y Amir se adentraban más en el laberinto de cristal y luces, conscientes de que cada segundo contaba para su misión. Tenían que recordar cada detalle, cada puerta y símbolo, porque al final, su regreso dependía de un conocimiento claro y preciso de este vasto e incomprensible lugar.
El Regreso al Portal.
Amir, con la mirada fija en su propio reloj, levantó la vista y llamó a Karl. “Es hora de volver,” dijo, señalando el tiempo que se les agotaba rápidamente. Karl, que había estado inmerso en la observación de una de las extrañas puertas, asintió. Con un gesto automático y cargado de significado, miró su propio reloj, el eterno Stowa que había pertenecido a su familia por generaciones. Era más que un simple instrumento para medir el tiempo; era un vínculo con su pasado, un recordatorio de las promesas y legados que llevaba consigo.
El Stowa, un antiguo pero hermoso reloj alemán, había sido un regalo de su madre a su padre, y luego, en su lecho de muerte, su padre se lo entregó a Karl. Cada vez que lo miraba, sentía la presencia de sus padres, como una guía silenciosa que lo acompañaba en sus decisiones más difíciles. Y ahora, en este lugar tan lejano de cualquier otro que hubiera conocido, el reloj marcaba un momento crucial: el de regresar y traer noticias a sus compañeros.
“Sí, es hora,” respondió Karl, sintiendo el peso de la responsabilidad y la urgencia de la misión. Con una última mirada a las puertas parpadeantes y las criaturas que se movían sin cesar a su alrededor, Karl y Amir aceleraron el paso. La cúpula gigante aún mostraba el extraño cielo con sus lunas y el imponente planeta con anillos, recordándoles que estaban en un lugar que desafiaba toda comprensión.
Se dirigieron hacia la puerta con el símbolo que Karl había señalado antes. A medida que se acercaban, el brillo del rombo que Karl había insertado en la cerradura desde el otro lado todavía resonaba en su mente, como un faro que los había guiado hasta allí. Karl sintió una mezcla de alivio y ansiedad mientras avanzaban: estaban más cerca de volver, pero sabían que cada paso en este lugar debía darse con cuidado.
“Recuerda, este es el símbolo,” dijo Karl, reafirmando la importancia de la puerta correcta. Amir asintió con determinación, asegurándose de no perder de vista el punto de retorno. Una última mirada al lugar, a la mezcla de seres y estructuras imposibles, y se dispusieron a atravesar el portal.
Con la respiración contenida y la vista fija en su objetivo, Karl y Amir cruzaron la puerta, dejando atrás el mundo interdimensional que acababan de descubrir. Sabían que lo que habían visto y experimentado cambiaría no solo su misión, sino quizás la comprensión misma de la realidad que habían conocido hasta ahora.
La Distorsión del Tiempo.
Al cruzar el portal de regreso, Karl y Amir sintieron el tirón familiar de la realidad al reconfigurarse alrededor de ellos. En un parpadeo, se encontraron de vuelta en la caverna, rodeados por las paredes de roca y el tenue resplandor del rombo que aún destellaba en la entrada. Frente a ellos, Sara y Tómas los miraban con una mezcla de alivio y sorpresa.
Sara, con el cronómetro en mano, rápidamente lo detuvo. “¡Karl, Amir! ¿Qué pasó? ¿Por qué no exploraron como acordamos?” exclamó, la preocupación marcando cada una de sus palabras.
Karl y Amir intercambiaron una mirada confundida. “¿De qué hablas?” respondió Karl, todavía tratando de ajustar sus sentidos al regreso. “Exploramos como dijimos, estuvimos allí por 57 minutos.”
Sara y Tómas se quedaron en silencio, el desconcierto evidente en sus rostros. Sara levantó el cronómetro para mostrárselo a Karl y Amir. “Miren,” dijo, señalando la pantalla digital. “Solo pasaron 6 segundos desde que cruzaron.”
Amir y Karl miraron el cronómetro, sus expresiones reflejando la incredulidad que sentían. “No puede ser,” murmuró Amir, revisando su propio reloj. “Pasamos casi una hora allá. Exploramos, observamos todo… no puede haber sido solo un momento.”
La realidad de lo que Sara les mostraba era innegable: solo habían pasado 6 segundos en el tiempo que sus cuerpos y mentes habían experimentado casi una hora en aquel vasto lugar de tránsito interdimensional. El silencio se apoderó del grupo mientras cada uno intentaba procesar la implicación de esa distorsión del tiempo. Estaban más allá de las leyes conocidas de la física y del espacio; estaban en un lugar donde el tiempo mismo se comportaba de formas impredecibles.
“Esto… esto cambia todo,” dijo Karl, con una voz apenas audible. La magnitud de lo que habían experimentado, y la disonancia temporal que acababan de presenciar, dejaba claro que el portal no solo conectaba lugares distantes, sino dimensiones con reglas completamente diferentes.
Sara, aún procesando, miró a Karl y Amir con una mezcla de asombro y preocupación. “Si solo estuvieron 6 segundos aquí, pero vivieron casi una hora allá… no podemos anticipar lo que podría suceder si cruzamos todos.”
La comprensión se asentó sobre el grupo, envolviéndolos en una nueva capa de misterio y precaución. Lo que habían descubierto era mucho más que un simple portal; era una puerta a lo incomprensible, a reglas y realidades que desafiaban la lógica de su mundo. El Monte Kailash seguía mostrándose imponente y lleno de secretos, y ellos sabían que estaban apenas rascando la superficie de lo que realmente se ocultaba en su interior.
Karl, aún aturdido por la experiencia, se acercó al portal. La gema verde seguía brillando en su nicho, pero ahora parecía emitir un resplandor más tenue, como si su energía estuviera menguando. Con un movimiento decidido, Karl extendió la mano y retiró la gema del nicho en forma de rombo. Un chasquido seco resonó en la caverna y, en un instante, toda la luz desapareció. La roca volvió a ser sólida y opaca, sin rastro del portal que momentos antes había conectado su mundo con otros.
La caverna se volvió una vez más lo que había sido: un simple refugio de piedra y oscuridad, sin las vibraciones extrañas ni los resplandores místicos que habían transformado su percepción. Karl observó la gema en su mano; ya no era una esmeralda brillante, sino una simple pieza de alfarería, desprovista de cualquier indicio de lo que había sido momentos antes.
Con cuidado, Karl guardó la gema en la bolsita de cuero que le había dado el abad, asegurándose de mantenerla protegida. No había palabras para expresar lo que todos sentían, la mezcla de fascinación, temor y un nuevo respeto por los secretos que la montaña guardaba.
Sin necesidad de hablar, el grupo se reunió alrededor de la fogata. Las llamas bailaban con suavidad, arrojando sombras en las paredes de la caverna. En un silencio compartido, comenzaron a preparar té, el aroma familiar llenando el espacio mientras intentaban encontrar un ancla en la rutina. Era como si el simple acto de preparar la bebida fuera una forma de reconectarse con la realidad, de encontrar un poco de normalidad después de haber vislumbrado lo imposible.
Karl, Sara, Tómas y Amir se miraron entre sí, tratando de encontrar respuestas en los rostros de sus compañeros. La experiencia del portal había dejado una marca en todos ellos; una comprensión de que lo que enfrentaban estaba más allá de lo humano y lo conocido. Cada uno de ellos, en silencio, reflexionaba sobre lo que podría depararles el camino adelante.
Sara, siempre analítica, fue la primera en romper el silencio. “No podemos ignorar lo que vimos,” dijo, su voz firme pero suave. “Este no es solo un viaje para descubrir secretos antiguos. Es una conexión con algo mucho más grande, algo que ni siquiera podemos empezar a entender.”
Karl asintió lentamente, sus pensamientos aún navegando por las imágenes y sensaciones que había experimentado al otro lado del portal. “La montaña nos está guiando, pero también nos está probando,” reflexionó. “Cada paso que damos nos lleva más lejos de lo que esperábamos, y tenemos que estar preparados para lo que sea que venga.”
El equipo continuó en silencio, tomando su té mientras las llamas de la fogata lanzaban destellos cálidos en la caverna. Sabían que aún había mucho que desentrañar y que las decisiones que tomaran en adelante serían cruciales para lo que les deparaba el destino. En ese momento, lo único claro era que el Monte Kailash había cambiado no solo su percepción del mundo, sino su comprensión del lugar que ocupaban en él.
La Captura Inesperada.
El cansancio finalmente se apoderó del equipo. Después de la intensa exploración y los misterios del portal, el agotamiento se coló entre ellos, y uno a uno se rindieron al sueño alrededor de la fogata. El calor de las llamas y el reconfortante silencio de la caverna parecían un refugio seguro, un respiro en medio de una aventura que no daba tregua.
Sin embargo, la paz fue breve. Un estruendo repentino los sacó de su sueño, reverberando en las paredes de roca y haciendo eco en la caverna. Antes de que pudieran reaccionar o comprender lo que sucedía, sombras se movieron con rapidez a su alrededor. Eran figuras oscuras y veloces, sus movimientos fluidos y silenciosos como una marea nocturna. En un abrir y cerrar de ojos, Karl, Sara, Tómas y Amir se encontraron atrapados, amarrados y amordazados con una eficiencia que no dejaba espacio para la resistencia.
Un olor acre y penetrante llenó el aire, una mezcla de hierbas y químicos que los envolvió en una nube de aturdimiento. Sintieron cómo sus fuerzas se desvanecían y el mundo a su alrededor se oscurecía, llevándolos a un estado de inconsciencia profunda.
Cuando despertaron, el panorama era completamente diferente. Se encontraban en una enorme habitación, fría y vacía, con paredes de piedra áspera. Estaban encadenados con grilletes pesados en los pies, inmovilizados en el centro de la sala. Todas sus pertenencias estaban esparcidas por el suelo, como si hubieran sido arrojadas sin cuidado.
Una luz brillaba desde un pasillo al otro lado de una reja de metal, la única salida visible del lugar. Karl, con la mente aún nublada, tiró de sus cadenas en un intento de liberarse, pero las sujeciones eran firmes y sólidas. Miró a sus compañeros, todos despertando con expresiones de confusión y miedo.
Estaban prisioneros, atrapados sin saber quién los había capturado ni por qué. El Monte Kailash, con todos sus enigmas, les había llevado a un punto aún más oscuro y peligroso. A pesar de todo lo que habían superado, estaba claro que el camino aún no había llegado a su fin.
La incertidumbre y el peligro se cernían sobre ellos, pero una cosa era segura: debían encontrar una forma de escapar y continuar su búsqueda, porque rendirse no era una opción ahora.
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