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El cazador de almas perdidas – Creepypasta 297.

 El Hambre de la Bestia parte 2.

El aire fresco de las montañas envolvía el claro en El Quinche, donde la manada se reunía junto a una fogata. El crepitar del fuego llenaba el ambiente, mientras Tatiana apagaba la moto y se bajaba con cuidado, sintiendo cada músculo protestar. Las marcas que Drex había dejado la noche anterior la hacían sonreír en silencio; le dolía caminar, pero ese dolor la conectaba profundamente con él y con la bestia que sentía despertarse dentro de ella.

Cuando Tatiana se acercó al círculo junto al fuego, Olfuma fue la primera en sonreír al verla.

—Parece que tuviste una noche intensa —dijo Olfuma, olfateando el aire y captando lo evidente, sin necesidad de preguntar más.

Tatiana sonrió, sentándose lentamente sobre una roca. El frío de la piedra hizo que el ardor en sus nalgas y muslos se intensificara, y soltó un pequeño gemido que no ocultó. Amaba cómo el dolor le recorría el cuerpo, avivando la memoria de cada momento de la noche anterior.

—Fue… memorable —respondió Tatiana, tomando una botella de cerveza que Diana le ofreció. Cada vez que se movía, sentía una chispa de placer en su dolor, y eso solo la hacía disfrutar más del presente.

Drex intercambió una mirada con Tiranus, quien simplemente hizo un gesto con la cabeza, invitándolo a caminar con él.

—Ven conmigo un momento, Drex —dijo Tiranus, con un tono relajado. No había prisa, solo una conversación que quería tener.

Drex asintió y se levantó sin hacer preguntas, siguiendo a Tiranus entre los árboles cercanos. Mientras se alejaban, Tatiana, Diana, y Olfuma quedaron solas junto a la fogata, el ambiente entre ellas más íntimo y cómodo. Era el momento perfecto para que Tatiana hablara de lo que había estado sintiendo.

—Últimamente he estado sintiendo algo diferente —dijo Tatiana, tomando un sorbo largo de su cerveza antes de continuar—. No es solo el dolor que tanto disfruto. Es como si hubiera algo más dentro de mí… algo que está despertando. Una hambre que no puedo controlar.

Diana la observó con seriedad, asintiendo lentamente. Sabía exactamente de lo que Tatiana estaba hablando, aunque sus experiencias fueran distintas.

—Lo que sientes no es solo deseo. Es la influencia de la bestia —dijo Diana—. Aunque no puedas transformarte, el vínculo que tienes con Drex te ha acercado más a ella. Esa hambre que sientes es parte de eso, pero tienes que tener cuidado. Si no la controlas, puede consumirte.

Tatiana frunció el ceño, intentando entender del todo lo que Diana le decía.

—¿Cómo lo manejas tú? —preguntó, queriendo saber más sobre su experiencia.

Diana sonrió, aunque sus ojos mostraban una dureza detrás de esa sonrisa.

—Mi hambre es diferente. No es de placer, es de matar. La bestia dentro de mí no se sacia solo con corazones, sino con la muerte. Y ese frenesí es lo que me mantiene viva, pero también lo que me ha hecho ganarme el apodo de “La Desquiciada”. Si no lo controlara, ya habría perdido mi mente. —Diana tomó un trago de su cerveza, sus ojos fijos en las llamas—. Tienes que aprender a aceptar lo que sientes, pero también a ponerle límites.

Olfuma, más joven y aún aprendiendo a lidiar con su propia transformación, intervino suavemente.

—Para mí ha sido complicado —dijo, bajando la mirada—. La bestia dentro de mí a veces quiere más de lo que puedo darle. Pero Diana me ha enseñado que esta hambre no es solo una maldición. Es parte de lo que soy. Y si la acepto, si aprendo a convivir con ella, puedo usarla a mi favor.

Tatiana asintió, comprendiendo lo que Olfuma decía. Sabía que lo que sentía era más que simple placer. Era una hambre que no podía ignorar, pero tampoco dejar que la dominara. Tenía que encontrar el equilibrio, tal como Diana y Olfuma lo hacían.

—Entonces, no se trata de luchar contra ello… se trata de aceptarlo —murmuró Tatiana, mientras las llamas de la fogata bailaban ante sus ojos—. Controlarlo sin dejar que te controle.

Mientras las tres continuaban su conversación, Drex y Tiranus se habían adentrado en el bosque, el crujido de las hojas bajo sus pies era el único sonido que los acompañaba. Después de unos minutos de caminata en silencio, Tiranus habló finalmente.

—Siempre me ha intrigado cómo lograste sobrevivir tanto tiempo sin una manada —dijo Tiranus, sin rodeos—. No es común que alguien salga adelante solo, y mucho menos alguien con la fuerza que tienes ahora.

Drex lo miró de reojo, sabiendo que era una pregunta justa. Muchos en la manada se lo habían preguntado, aunque nadie había sido tan directo como Tiranus.

—No fue fácil —dijo Drex tras una pausa—. Estaba solo, vagando por las carreteras de la Patagonia, después de que Alexia me transformara y me dejara tirado. No tenía control sobre lo que era. Pero tuve suerte de que Ausplex me encontrara. Él fue quien me recogió y me llevó hasta una aldea en Perú, donde vivía con su gente.

Tiranus asintió, escuchando en silencio mientras Drex continuaba.

—Ellos me dieron un nuevo nombre. Drex significa “el guardián foráneo” en su idioma. Me enseñaron a controlar a la bestia, a no dejarme llevar por el frenesí, a encontrar un equilibrio. Aprendí a alimentarme solo de los culpables, de aquellos que lo merecían. Fue en esa aldea donde aprendí a vivir con lo que soy. —Drex miró a Tiranus—. Si no hubiera sido por ellos, no estaría aquí ahora.

Tiranus lo miró con un gesto de respeto. Entiendo—- Dijo con respeto.

—Eso explica muchas cosas. No muchos sobreviven sin una manada, pero parece que has aprendido a convertir la soledad en tu fuerza. Quizá deberías regresar a Perú algún día. Puede que Ausplex aún tenga más que enseñarte.

Mientras Tiranus y Drex seguían su conversación, El silencio que siguió a la pregunta de Olfuma fue casi tangible. La fogata seguía crepitando, pero el ambiente entre Tatiana, Diana, y Olfuma se había vuelto más tenso cuando el tema de Alexia tomó el centro de la conversación. Tatiana podía sentir que, a pesar de lo mucho que se había hablado, la verdadera cuestión seguía sin resolverse.

Diana fue la primera en romper ese incómodo silencio.

—Lo que más me inquieta de todo esto es que Alexia nunca fue parte de una manada —dijo Diana, con una dureza en su voz que no ocultaba su desconfianza—. En las manadas del canto, el vínculo es sagrado. Nunca se deja atrás a nadie, nunca. Pero Alexia no entiende eso. Dejó a Drex tirado, abandonado, sin siquiera mirar atrás.

Tatiana asintió, con el ceño fruncido. Sabía lo sagrados que eran esos lazos en la manada. La traición de Alexia era un golpe profundo, no solo para Drex, sino para todos los que habían escuchado su historia. ¿Cómo podría confiarse en alguien que rompió ese vínculo? ¿Cómo se podía aceptar a alguien que había demostrado que no comprendía el valor de la manada?

—Nunca entendió lo que significaba ser parte de una manada —respondió Tatiana con voz firme—. No puedes simplemente dejar a alguien tirado, menos aún a alguien que convertiste tú misma. Lo que hizo con Drex fue una traición que nunca podrá borrar. Y ahora… ¿cómo se supone que confiemos en ella? Si lo hizo una vez, ¿qué nos garantiza que no lo hará de nuevo?

Olfuma, sentada más cerca del fuego, bajó la mirada. La joven licántropa estaba claramente inquieta. Su transformación aún era reciente, y el vínculo que había empezado a desarrollar con la manada era todo lo que tenía. La idea de que alguien como Alexia, que había dejado a Drex solo, pudiera volver a la manada le daba miedo.

—Eso es lo que me asusta —dijo Olfuma, con un temblor en su voz—. Drex sobrevivió, pero… ¿y si fuera yo? ¿Cómo puedo saber que Alexia me protegerá? Ni siquiera tengo su sangre. —Olfuma levantó la mirada hacia Tatiana y Diana, buscando respuestas—. Si no cuidó de Drex, que fue su responsabilidad directa, ¿por qué lo haría conmigo?

Las palabras de Olfuma resonaron en Tatiana. Era una verdad dolorosa. Drex había sido transformado por Alexia, lo que la hacía responsable de su bienestar, de guiarlo en su nueva vida. Y aun así, lo había dejado solo. Tatiana no tenía respuestas fáciles, porque compartía esos mismos miedos.

—No hay manera de saberlo —dijo Tatiana, su tono sombrío—. Y eso es lo que nos pone en esta posición. Si no cuidó de Drex, ¿cómo vamos a confiar en que cuidará a alguien más? No solo hablamos de Olfuma, sino de todos los que estamos aquí. No tiene lazos de sangre con Olfuma, y eso solo añade más dudas.

Diana apretó los dientes, su rostro endurecido por la rabia contenida. Para ella, el hecho de que Alexia pudiera siquiera intentar volver a la manada era casi una ofensa.

—Eso es lo que me atormenta —dijo Diana, su voz casi un susurro, pero cargada de furia—. Las manadas del canto no dejan a nadie atrás. Nunca. Y Alexia no tiene ningún respeto por ese principio. Si fue capaz de dejar a Drex tirado cuando más lo necesitaba, ¿qué la detendría de hacer lo mismo con cualquiera de nosotros? ¿O con Olfuma, que ni siquiera tiene su sangre?

El ambiente junto a la fogata se volvió aún más denso. Tatiana sabía que el miedo de Olfuma era real. Alexia había dejado a Drex tirado, un acto imperdonable para cualquier manada verdadera. El vínculo de sangre entre un convertido y su creador era sagrado, pero Alexia lo había roto sin remordimiento. Ahora, con Olfuma en la manada, una joven que ni siquiera tenía ese lazo con Alexia, la desconfianza era aún más profunda.

—Lo que hizo con Drex es lo que define quién es —dijo Tatiana, con un suspiro—. Y esa misma traición es la razón por la que nunca podremos confiar en ella plenamente. Pero eso no cambia el hecho de que, para bien o para mal, tendremos que enfrentarla. La manada no puede seguir ignorando este tema, porque ella no se va a ir.

Diana asintió, aunque el disgusto seguía en su rostro.

—Habrá un momento en que Alexia intentará volver. Y cuando lo haga, más vale que tengamos claro cómo vamos a manejarlo. Porque no pienso dejar que alguien que abandonó a uno de los nuestros tenga otra oportunidad de hacerlo.

Tatiana sabía que las palabras de Diana eran ciertas. La manada debía estar preparada, no solo para la confrontación, sino para proteger a los suyos. Nadie podía garantizar que Alexia no volvería a fallarles, y ese era el mayor peligro de todos.

El silencio cayó una vez más mientras las tres mujeres permanecían junto al fuego, compartiendo los mismos miedos. Alexia seguía siendo una sombra que pendía sobre la manada, y mientras esa sombra no se disipara, la confianza nunca podría restaurarse.

El aire frío de las montañas acarició sus rostros mientras el fuego crepitaba suavemente. Sabían que, tarde o temprano, el enfrentamiento con Alexia llegaría, y cuando eso sucediera, las decisiones que tomaran marcarían el destino de la manada.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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