En una pintoresca granja situada en el valle más verde y fértil, vivía Don Nicolás, un hombre de corazón bondadoso y una sonrisa siempre lista para todos. La granja de Don Nicolás era conocida por su belleza y abundancia, pero, sobre todo, por el amor que impregnaba cada rincón de ella. Este amor era evidente en los colores brillantes de las flores, en los árboles frutales cargados de deliciosos frutos y en los animales que vivían felices y en armonía.
En esta encantadora granja, también vivían tres niños que eran inseparables: Mercy, Miyi y Luis. Mercy era una niña con una cabellera tan dorada como el trigo en verano y ojos verdes llenos de curiosidad y dulzura. Siempre estaba ayudando a su abuelo, Don Nicolás, en las tareas diarias de la granja. Miyi, su mejor amiga, era una niña de cabello oscuro y rizado, con una risa contagiosa y una imaginación desbordante. Luis, el más pequeño del grupo, era un niño robusto y alegre, con una pasión por los animales que lo hacía pasar horas cuidando y jugando con ellos.
Un caluroso día de verano, Mercy, Miyi y Luis se encontraban sentados bajo la sombra de un viejo roble, disfrutando de una limonada fresca que Don Nicolás les había preparado. Mientras saboreaban la bebida, Mercy observó a su abuelo trabajando en el campo con una sonrisa en el rostro.
—Mi abuelo siempre dice que el amor es la base de todo —comentó Mercy, mirando a sus amigos—. ¿No les parece que nuestra granja es el lugar más feliz del mundo?.
Miyi asintió vigorosamente. —Sí, es porque todos aquí se cuidan unos a otros. Es como si el amor hiciera que todo creciera más fuerte y más bonito.
Luis, que estaba acariciando a su oveja favorita, Pelusa, levantó la vista y sonrió. —Mi mamá siempre me dice que el amor es como un hilo invisible que une todo. Creo que eso es lo que hace especial a esta granja.
Mientras los niños conversaban, se les acercó Don Nicolás, con el rostro enrojecido por el sol pero con una expresión de satisfacción. —¿Qué platican mis pequeños? —preguntó, sentándose junto a ellos y tomando un sorbo de limonada.
—Estamos hablando de lo feliz que es esta granja gracias al amor, abuelo —respondió Mercy, abrazando a Don Nicolás con cariño.
Don Nicolás sonrió y asintió. —Así es, Mercy. El amor es lo que mantiene todo en su lugar y hace que nuestra granja prospere. Pero no solo es amor hacia las plantas y los animales, sino también entre nosotros, los que vivimos y trabajamos aquí.
Los niños se quedaron en silencio por un momento, reflexionando sobre las palabras de Don Nicolás. Luego, Luis se levantó de un salto, con los ojos brillando de entusiasmo. —¡Vamos a hacer algo especial para mostrar nuestro amor por la granja y por todos los que viven aquí!.
Miyi aplaudió la idea. —¡Sí! Podemos organizar una fiesta para todos los animales y plantas. Será una celebración del amor que tenemos por este lugar.
Don Nicolás rió suavemente y acarició la cabeza de Luis. —Es una excelente idea. Una celebración del amor es justo lo que necesitamos para recordar lo importante que es en nuestras vidas.
Los niños comenzaron a planificar la fiesta con entusiasmo. Decidieron que habría una gran comida con frutas y verduras frescas de la granja, y que prepararían decoraciones con flores y hojas recolectadas del jardín. También invitarían a todos los animales de la granja, desde las gallinas hasta los caballos, para que participaran en la celebración.
Durante los días siguientes, la granja estuvo llena de actividad. Mercy y Miyi se encargaron de recolectar flores y hojas para hacer guirnaldas y coronas, mientras que Luis preparaba deliciosos bocadillos para los animales con la ayuda de Don Nicolás. Trabajaron juntos con alegría, riendo y cantando mientras decoraban cada rincón de la granja.
El día de la fiesta finalmente llegó. El sol brillaba en el cielo y una suave brisa traía el aroma de las flores recién cortadas. El patio de la granja estaba transformado en un lugar mágico, lleno de colores y vida. Las guirnaldas colgaban de los árboles y las coronas adornaban las puertas de los establos.
Los animales parecían saber que algo especial estaba sucediendo. Las gallinas cacareaban alegremente, los cerdos gruñían con entusiasmo y los caballos relinchaban, impacientes por unirse a la celebración. Incluso Pelusa, la oveja de Luis, estaba adornada con una corona de flores que Miyi había hecho especialmente para ella.
Don Nicolás observaba todo con una sonrisa de satisfacción. —Han hecho un trabajo maravilloso, niños. Esta fiesta es una verdadera celebración del amor que todos compartimos aquí en la granja.
La fiesta comenzó con una gran comida. Los niños y Don Nicolás sirvieron frutas frescas y verduras a los animales, quienes comieron con alegría y gratitud. Los caballos recibieron zanahorias crujientes, las gallinas disfrutaron de granos frescos y los cerdos se deleitaron con manzanas jugosas. Los niños también disfrutaron de un banquete con los mismos alimentos frescos y deliciosos.
Después de la comida, llegó el momento de las actividades especiales. Los niños habían preparado juegos y sorpresas para todos. Organizaron una carrera de sacos para los patos y una competencia de saltos para los caballos. También hubo un concurso de cantos para las aves, que llenaron el aire con sus melodiosas canciones.
Mientras los animales y los niños participaban en los juegos, Don Nicolás se acercó a Mercy, Miyi y Luis. —Estoy muy orgulloso de ustedes, mis pequeños. Esta fiesta es una muestra hermosa del amor que tienen por nuestra granja y por todos los que viven aquí.
Mercy abrazó a su abuelo con fuerza. —Gracias, abuelo. Hemos aprendido de ti que el amor es la base de todo. Queríamos mostrarles a todos cuánto los queremos.
Miyi asintió, sonriendo. —Sí, y creo que todos lo sienten. Mira qué felices están los animales.
Luis, con Pelusa a su lado, añadió —El amor realmente hace que todo sea mejor. Estamos muy contentos de poder compartir esto con todos.
La fiesta continuó con más juegos, risas y canciones. Cuando el sol comenzó a ponerse, llenando el cielo de tonos anaranjados y rosados, Don Nicolás propuso un brindis. Levantó su vaso de limonada y miró a todos con afecto.
—Por el amor, que es la base de todo. Que siempre recordemos que, con amor, todo es posible y nuestra granja seguirá prosperando y siendo un lugar feliz para todos.
Los niños y los animales levantaron sus vasos y emitieron un alegre bramido, cacareo, relincho y ladrido en señal de acuerdo. Era una celebración que ninguno de ellos olvidaría.
Mientras la noche caía y las estrellas comenzaban a brillar en el cielo, Mercy, Miyi y Luis se sentaron junto a Don Nicolás, sintiendo el calor del amor que los unía. Sabían que, sin importar los desafíos que pudieran enfrentar, siempre tendrían el amor como base, guiándolos y fortaleciéndolos.
El día después de la fiesta, la granja de Don Nicolás estaba más tranquila que nunca. Los animales descansaban satisfechos y los niños aún estaban emocionados por el éxito de la celebración. Sin embargo, no todo se mantendría en calma por mucho tiempo.
Una mañana, Mercy, Miyi y Luis estaban ayudando a Don Nicolás a recoger las verduras del huerto cuando notaron algo inusual. El sol estaba saliendo, pero una gran nube de polvo se acercaba desde el horizonte. El abuelo frunció el ceño al ver la nube.
—Parece que se avecina una tormenta de polvo —dijo Don Nicolás, con una nota de preocupación en su voz—. Necesitamos preparar la granja y asegurarnos de que todos los animales estén a salvo.
Los niños asintieron y corrieron a sus puestos. Mercy se encargó de llevar a las gallinas al gallinero, Miyi guió a los cerdos a su refugio y Luis ayudó a los caballos a entrar en el establo. Trabajaron juntos con rapidez y eficiencia, demostrando lo bien que podían coordinarse cuando era necesario.
La tormenta de polvo llegó rápidamente, cubriendo la granja en un velo marrón y dificultando la visión. Los vientos eran fuertes y soplaban con fuerza, haciendo que las hojas y las ramas volaran por todas partes. Los niños se refugiaron en la casa con Don Nicolás, observando por la ventana mientras la tormenta rugía afuera.
—Espero que todos estén a salvo —dijo Mercy, con preocupación en sus ojos—. Esta tormenta es peor de lo que pensé.
—Confío en que hemos hecho un buen trabajo asegurando la granja —respondió Don Nicolás—. Pero tendremos que esperar a que pase para estar seguros.
La tormenta duró varias horas, pero finalmente los vientos comenzaron a calmarse y el polvo a asentarse. Cuando la visibilidad mejoró, Don Nicolás y los niños salieron para evaluar los daños. Afortunadamente, gracias a sus esfuerzos, la mayoría de los animales y las estructuras estaban intactos. Sin embargo, encontraron a varios animales asustados y desorientados, y algunos árboles y plantas habían sido dañados.
Mientras ayudaban a los animales y reparaban los daños, Mercy notó algo preocupante. Uno de los árboles más grandes y antiguos del huerto, un manzano que había estado allí desde que ella tenía memoria, había sido arrancado de raíz por la tormenta.
—¡Abuelo! —gritó Mercy, señalando el árbol caído—. El viejo manzano se ha caído. ¿Podemos hacer algo para salvarlo?.
Don Nicolás se acercó y examinó el árbol con una expresión de tristeza. —Este árbol ha estado con nosotros durante mucho tiempo —dijo—. Pero ahora está muy dañado. Tendremos que tomar una decisión difícil.
Miyi, con lágrimas en los ojos, añadió —Es el árbol donde solíamos jugar y recoger manzanas en otoño. No quiero que desaparezca.
Luis también se sintió triste, pero trató de pensar en una solución. —¿Podemos intentar replantarlo? Tal vez si trabajamos juntos, podamos salvarlo.
Don Nicolás asintió lentamente. —Podemos intentarlo. Será un trabajo duro, pero si ponemos todo nuestro amor y esfuerzo, tal vez podamos darle una segunda oportunidad.
Con renovada determinación, los niños y Don Nicolás comenzaron a trabajar en el árbol. Cavaron un gran hoyo en el suelo, lo suficientemente profundo para acomodar las raíces del manzano. Luego, con mucho cuidado y esfuerzo, levantaron el árbol y lo colocaron en su nuevo hogar. Aseguraron las raíces con tierra fresca y agua, esperando que el árbol se recuperara.
Durante las semanas siguientes, los niños dedicaron todo su tiempo libre a cuidar el manzano. Le daban agua, lo protegían del sol fuerte con telas y hablaban con él, expresando su amor y esperanza de que se recuperara. También pidieron ayuda a sus amigos animales, quienes trajeron compost y nutrientes para enriquecer el suelo.
Un día, mientras Mercy, Miyi y Luis estaban cuidando del manzano, notaron algo asombroso. Pequeños brotes verdes comenzaban a aparecer en las ramas del árbol. Era una señal de que el manzano estaba empezando a sanar.
—¡Está funcionando! —exclamó Miyi, con alegría en su voz—. El amor y el cuidado que le estamos dando están ayudando al árbol a recuperarse.
Don Nicolás, que había estado observando desde la distancia, se acercó y sonrió con orgullo. —Han hecho un trabajo maravilloso, niños. El amor que le han dado a este árbol le está dando una segunda oportunidad.
Los niños continuaron cuidando del manzano con esmero. Poco a poco, el árbol comenzó a florecer de nuevo, y con el tiempo, las flores se convirtieron en pequeñas manzanas. La recuperación del manzano se convirtió en un símbolo de esperanza y resiliencia para todos en la granja.
Mientras tanto, la relación entre los niños y los animales de la granja se fortaleció aún más. Los animales entendieron que los niños estaban allí para cuidarlos y protegerlos, y respondieron con afecto y confianza. Mercy, Miyi y Luis aprendieron que el amor y el cuidado mutuo podían superar cualquier adversidad.
Un día, Don Nicolás reunió a los niños y los animales en torno al manzano recuperado. —Quiero que todos sepan que lo que han hecho aquí es más que salvar un árbol —dijo, conmovido—. Han demostrado que el amor realmente es la base de todo. Es lo que nos une y nos da la fuerza para superar cualquier desafío.
Mercy, con una sonrisa radiante, abrazó a su abuelo. —Gracias, abuelo. Nos has enseñado que, con amor y dedicación, podemos hacer grandes cosas.
Miyi y Luis asintieron, sintiendo el mismo orgullo y gratitud. —Siempre recordaremos que el amor es lo más importante —dijo Miyi, mirando a sus amigos y al manzano floreciente.
Luis, acariciando a Pelusa, añadió —Sí, y nunca dejaremos de cuidar de nuestra granja y de todos los que viven aquí.
Con el manzano recuperado y la granja en plena armonía, los niños y Don Nicolás sabían que habían aprendido una valiosa lección. El amor, en todas sus formas, era la base de su felicidad y prosperidad. Y así, la granja de Don Nicolás continuó siendo un lugar de paz, alegría y abundancia, donde el amor florecía en cada rincón.
Con el paso de los meses, el manzano del huerto no solo se había recuperado, sino que había crecido más fuerte y frondoso que nunca. Sus ramas se llenaron de manzanas doradas y su sombra era un refugio fresco y agradable en los días calurosos de verano. La granja de Don Nicolás volvió a florecer, mostrando una abundancia aún mayor que antes.
Un día, mientras Mercy, Miyi y Luis recogían manzanas del manzano recuperado, notaron algo inusual. En una de las ramas más altas, había un nido con dos pequeños pajarillos recién nacidos. Los pajarillos piaban alegremente, esperando a que su madre regresara con comida.
—Miren, han hecho un nido en nuestro árbol —dijo Mercy con una sonrisa de satisfacción—. Eso significa que se sienten seguros aquí.
Miyi, con los ojos llenos de ternura, observó a los pajarillos. —Es un buen símbolo de que el amor y el cuidado que le dimos al árbol están siendo recompensados.
Luis, siempre entusiasta, propuso —Deberíamos asegurarnos de que el nido esté bien protegido. Tal vez podríamos construir una casita para pájaros cerca, así más aves pueden venir a vivir aquí.
Don Nicolás, que estaba cerca escuchando a los niños, se acercó con una expresión de orgullo en su rostro. —Es una gran idea, Luis. Este manzano se ha convertido en un símbolo de amor y esperanza para todos nosotros. Ayudar a otros seres vivos a encontrar un hogar aquí es una manera maravillosa de continuar con esa tradición.
Así, los niños y Don Nicolás se pusieron manos a la obra para construir varias casitas para pájaros y colocarlas en los árboles de la granja. Con cada nueva casita, más y más aves llegaron, llenando el aire con sus alegres cantos. La granja se convirtió en un santuario para la vida silvestre, y los animales y las plantas vivían en perfecta armonía.
Un día, una visitante inesperada llegó a la granja. Era una mujer mayor, con cabello blanco como la nieve y ojos amables, que llevaba una pequeña bolsa de tela en la mano. Se presentó como Doña Clara, una antigua amiga de Don Nicolás que había escuchado historias sobre la granja y quería ver cómo estaba.
—Nicolás, he oído tantas cosas maravillosas sobre esta granja —dijo Doña Clara, mirando a su alrededor con admiración—. ¿Cómo has logrado crear un lugar tan especial?.
Don Nicolás sonrió y abrazó a su vieja amiga. —Todo se debe al amor, Clara. El amor que ponemos en cada cosa que hacemos aquí, el cuidado que brindamos a nuestros animales y plantas, y el cariño que nos tenemos unos a otros. Estos niños, en especial, han sido una gran inspiración para mí.
Mercy, Miyi y Luis se acercaron a Doña Clara, curiosos por conocerla. Ella les sonrió y les mostró la pequeña bolsa de tela. —Traje algo especial para ustedes. Es una colección de semillas de flores que mi abuela me dio cuando yo era pequeña. Me dijo que estas flores tienen el poder de atraer la felicidad y la buena fortuna. Creo que este es el lugar perfecto para plantarlas.
Los niños aceptaron las semillas con entusiasmo y agradecimiento. Juntos, eligieron un lugar especial en el jardín y plantaron las semillas con mucho cuidado, siguiendo las instrucciones de Doña Clara. Día tras día, las regaron y cuidaron, esperando con ilusión verlas florecer.
Con el tiempo, las semillas germinaron y crecieron en hermosas flores de colores brillantes. Estas flores no solo añadieron más belleza a la granja, sino que también atrajeron a mariposas, abejas y otros insectos beneficiosos, creando un ecosistema aún más vibrante y saludable.
Un día, mientras los niños jugaban en el jardín, notaron algo mágico. Las flores que habían plantado con Doña Clara brillaban bajo el sol, y un arco iris apareció en el cielo, extendiéndose sobre la granja. Era como si la naturaleza misma celebrara el amor y la armonía que reinaban en ese lugar.
Doña Clara, que había decidido quedarse un tiempo en la granja para disfrutar de la compañía de Don Nicolás y los niños, observó el arco iris con lágrimas de felicidad en sus ojos. —Este lugar realmente es mágico. Han creado un paraíso aquí, y es todo gracias al amor y la dedicación que han mostrado.
Mercy se acercó a Doña Clara y la abrazó. —Gracias por las semillas, Doña Clara. Nos han enseñado que el amor puede hacer crecer cosas maravillosas.
Miyi y Luis asintieron, compartiendo la misma gratitud y alegría. —Sí, y estamos muy felices de que estés aquí con nosotros para ver todo esto.
Don Nicolás, conmovido por la belleza del momento, se dirigió a todos los presentes. —Hoy celebramos no solo el amor que hemos cultivado aquí, sino también la comunidad y la amistad que nos unen. Hemos aprendido que el amor es la base de todo, y mientras sigamos compartiendo ese amor, nuestra granja seguirá prosperando.
El tiempo pasó, y la granja de Don Nicolás siguió siendo un lugar de alegría, amor y abundancia. Los niños crecieron, pero nunca olvidaron las lecciones aprendidas en la granja. Mercy, Miyi y Luis continuaron cuidando de la granja con la misma dedicación y amor, asegurándose de que el legado de Don Nicolás y Doña Clara perdurara.
La granja se convirtió en un refugio para muchos otros seres vivos y en un ejemplo para las comunidades vecinas. Las personas venían de todas partes para aprender sobre el cultivo con amor y el cuidado del medio ambiente. La historia del manzano y de cómo el amor había salvado la granja se convirtió en una leyenda inspiradora que se contaba a los niños y a los visitantes.
Finalmente, un día de primavera, cuando las flores estaban en pleno esplendor y el aire estaba lleno de los cantos de los pájaros, Don Nicolás reunió a Mercy, Miyi y Luis bajo el manzano recuperado. Los niños, ahora jóvenes adultos, se sentaron junto a su abuelo y escucharon atentamente.
—Han crecido mucho, mis queridos niños, y han aprendido tanto —dijo Don Nicolás, con una sonrisa de orgullo—. Han demostrado que el amor es realmente la base de todo. Quiero que sigan compartiendo ese amor con el mundo, y que nunca olviden las lecciones que hemos aprendido juntos aquí.
Mercy, con lágrimas de gratitud en sus ojos, abrazó a su abuelo. —Nunca olvidaremos, abuelo. Siempre llevaremos contigo en nuestros corazones.
Miyi y Luis asintieron, emocionados y agradecidos. —Gracias por todo, Don Nicolás. Prometemos seguir cuidando de la granja y de todo lo que nos has enseñado.
Don Nicolás los abrazó a todos, sintiendo una profunda paz y satisfacción. Sabía que el legado de amor y cuidado que había cultivado en la granja viviría en Mercy, Miyi y Luis, y en todos los que vinieran después de ellos.
Y así, bajo la sombra del manzano floreciente, con el amor como base de todo, la granja de Don Nicolás continuó siendo un lugar de felicidad, armonía y abundancia para las generaciones futuras. Los niños del valle, inspirados por las historias de Mercy, Miyi y Luis, siguieron aprendiendo y compartiendo el poder del amor, asegurando que el corazón de la granja latiera fuerte y claro, un recordatorio eterno de que el amor es la fuerza más poderosa de todas.
La moraleja el amor es la base de todo y que unidos todo será más fácil.
Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. hasta MAÑANA CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.
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