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En la pequeña ciudad de Valle Verde, había un grupo de niños que se hacía llamar “El Club de los Amigables”. Este club no solo se formó para jugar y divertirse, sino que también tenía un propósito muy especial: promover la amistad y el respeto entre todos sus miembros. Cada semana, se reunían en el parque central, un lugar lleno de árboles frondosos, juegos y risas, donde compartían historias, ideas y un montón de juegos.

El líder del club era Lucas, un niño de diez años con una sonrisa brillante y un corazón enorme. Lucas siempre creía que la amistad se construía con buenas acciones y amabilidad. Junto a él estaban Sofía, una niña dulce y creativa que siempre traía nuevas ideas; Javier, un amante de los deportes que podía hacer reír a todos; y Valeria, la más pequeña del grupo, pero con una gran personalidad que nunca pasaba desapercibida.

Una tarde soleada, mientras estaban sentados en su lugar favorito en el parque, Lucas tuvo una idea brillante.

—¡Chicos! —exclamó, con una chispa en sus ojos—. ¿Qué les parece si organizamos una “Semana de la Amistad”? Podemos invitar a todos los niños de la escuela y hacer actividades que promuevan el respeto y la amabilidad.

Sofía aplaudió entusiasmada.

—¡Me encanta la idea! Podemos hacer tarjetas de amistad, juegos y hasta un mural gigante donde todos puedan escribir cosas amables sobre sus amigos.

Javier se unió al entusiasmo.

—Sí, y también podemos organizar un partido de fútbol. Así, todos pueden jugar juntos y hacer nuevos amigos.

Valeria, con su característica energía, saltó de emoción.

—¡Yo quiero hacer galletas para todos! ¡Serán las mejores galletas del mundo!

El grupo se puso a trabajar inmediatamente. Decidieron que cada uno tendría un rol especial durante la semana de la amistad. Lucas se encargaría de coordinar las actividades, Sofía de las manualidades, Javier de organizar el partido, y Valeria se encargaría de hornear las galletas.

A medida que pasaban los días, la emoción crecía entre ellos. Hablaban de sus planes en la escuela y pronto, muchos otros niños se mostraron interesados en participar. La idea de promover la amistad y el respeto era contagiosa. Pero también había un pequeño grupo de niños que, al escuchar la noticia, se burlaron de ellos.

—¿Una semana de la amistad? ¿De verdad creen que eso cambiará algo? —se burló Andrés, un niño que, a menudo, actuaba de manera grosera y arrogante. Su grupo de amigos se rió con él, haciendo eco de sus palabras.

Esto hizo que algunos de los niños del club se sintieran un poco desanimados, pero Lucas, con su espíritu optimista, no se dejó afectar.

—No debemos desanimarnos. Recuerden lo que siempre decimos: “Trata a los demás como deseas ser tratado”. Si actuamos con amabilidad, quizás ellos también lo hagan.

Así que continuaron con sus planes, preparando todo para la Semana de la Amistad. En la escuela, empezaron a repartir invitaciones decoradas a todos sus compañeros, y el entusiasmo fue aumentando.

Llegó el primer día de la Semana de la Amistad. Todo estaba listo en el parque: el mural estaba en pie, las tarjetas estaban listas para ser escritas, y las galletas de Valeria llenaban el aire con un delicioso aroma. Muchos niños llegaron, incluyendo a aquellos que se habían burlado del club.

Al principio, Andrés y su grupo se mantuvieron alejados, riéndose y murmurando entre ellos. Pero, poco a poco, se dieron cuenta de que el ambiente era alegre y acogedor. Lucas y sus amigos los invitaron a unirse a las actividades.

—¡Vengan, chicos! Aquí no hay lugar para la burla, solo para la amistad —dijo Lucas con una sonrisa.

Andrés se quedó mirando, pero no pudo resistir la curiosidad. Al final, se acercó junto a sus amigos.

—Está bien, pero no vamos a hacer nada cursi —dijo Andrés, tratando de mantener su actitud desafiante.

—No se trata de ser cursis —respondió Sofía—. Se trata de ser amables y respetuosos. Queremos que todos se sientan incluidos.

Javier, viendo la tensión, decidió lanzar un balón de fútbol hacia ellos.

—¡Vamos a jugar! ¿Quién se apunta?

A medida que comenzó el juego, la tensión se disipó. Pronto, Andrés y su grupo se unieron a la diversión, y los chicos que antes eran escépticos empezaron a disfrutar de la compañía de los otros. Con cada pase, con cada risa, el ambiente se tornó más amigable.

Mientras tanto, en el mural, los niños comenzaron a escribir mensajes amables sobre sus compañeros. Los que antes eran indiferentes comenzaron a participar, escribiendo frases como “Eres un buen amigo” y “Me gusta jugar contigo”. El ambiente de camaradería se hacía cada vez más evidente.

Lucas, observando la transformación, sonrió. Sabía que estaban logrando algo especial. Pero, lo que más le alegraba era ver cómo la actitud de Andrés empezaba a cambiar. Se veía divertido, participando en las actividades y, por primera vez, dejando de lado la burla.

Cuando llegó la hora de las galletas, Valeria se encargó de repartirlas, asegurándose de que todos tuvieran al menos una. Mientras todos disfrutaban de su dulce, Valeria se acercó a Andrés y le ofreció una galleta.

—Aquí tienes, espero que te guste.

Andrés, sorprendido por la amabilidad, tomó la galleta. Miró a Valeria y, por un momento, no supo qué decir. Pero en ese instante, algo en él cambió.

—Gracias, Valeria. —respondió, con una genuina sonrisa.

Los días pasaron volando durante la Semana de la Amistad, y cada actividad traía consigo nuevos aprendizajes. El ambiente en el parque se llenaba de risas, juegos y mucha creatividad. Sin embargo, la presencia de Andrés y su grupo seguía siendo un tema delicado. A pesar de que habían comenzado a participar, todavía mantenían una actitud un poco distante, como si temieran dejar atrás su anterior forma de ser.

Una tarde, mientras los niños estaban haciendo pulseras de amistad, Lucas decidió que era el momento perfecto para acercarse a Andrés y su grupo. Se sentó junto a ellos mientras trabajaban en sus pulseras.

—Hola, chicos. ¿Por qué no vienen a unirse con nosotros? —preguntó Lucas con una sonrisa.

Andrés se encogió de hombros.

—No sé… no es nuestro estilo hacer cosas como esta.

—Pero aquí no se trata de lo que es “nuestro estilo”. Se trata de hacer amigos. —Lucas se tomó un momento y miró a Andrés—. ¿Qué tal si probamos algo diferente? Al final de la semana, organizaremos un concurso de pulseras. ¿Quieren participar?

Los ojos de Andrés se iluminaron un poco ante la idea del concurso. Su grupo se miró entre sí, dudando por un instante.

—No sé si se nos daría bien —dijo uno de los amigos de Andrés, tratando de mantener la postura desinteresada.

—¡Eso no importa! —exclamó Sofía, acercándose—. Lo que importa es divertirse y aprender a hacer cosas juntos.

Los amigos de Andrés intercambiaron miradas, y al final, él suspiró.

—Está bien, lo intentaremos.

Con ese pequeño paso, la atmósfera se fue relajando aún más. Andrés y su grupo comenzaron a crear sus pulseras, siguiendo las instrucciones de Sofía. A medida que avanzaban, los niños del Club de los Amigables compartían consejos y técnicas, creando un ambiente de camaradería y ayuda mutua. Poco a poco, las sonrisas y risas se fueron multiplicando.

Un día, mientras estaban en el parque, Valeria tuvo una idea brillante.

—¿Qué les parece si hacemos un mural de “Los Mejores Momentos”? Podemos escribir cosas que nos gustan de cada uno y pintarlas. Así, cuando lo veamos, siempre recordaremos lo genial que es ser amigos.

Todos estuvieron de acuerdo, y se pusieron a trabajar. Sin embargo, cuando llegó el momento de escribir sobre Andrés y su grupo, Valeria se acercó a ellos con una sonrisa.

—¿Chicos, quieren que escribamos algo sobre ustedes?

Andrés se quedó en silencio, sin saber qué decir. Pero su amigo más cercano, que siempre había sido el más bromista, habló.

—¿Nos escriben que somos los mejores en el fútbol?

La pregunta provocó una risa entre los demás, y Valeria, aún sonriendo, les respondió:

—¿Y si escribimos que son buenos amigos también? Porque eso es lo que están demostrando.

Andrés se sintió un poco sonrojado, pero, en lugar de sentirse incómodo, sintió que su corazón se llenaba de calidez. Nunca antes lo habían tratado así, y por un momento, se dio cuenta de que tal vez no era tan malo abrirse a nuevas experiencias.

Durante la semana, la conexión entre el Club de los Amigables y el grupo de Andrés se fortaleció. El día del concurso de pulseras llegó, y todos estaban emocionados. Los niños habían trabajado arduamente para crear sus pulseras y estaban ansiosos por compartirlas.

En el concurso, todos mostraron sus creaciones y contaron la historia detrás de cada pulsera. Cuando llegó el turno de Andrés, él se levantó con un poco de nerviosismo, pero sintiéndose apoyado por sus nuevos amigos.

—Esta pulsera representa la amistad. —dijo Andrés, mirando a todos—. Al principio, pensé que no podía unirme a ustedes porque me parecía cursi, pero ahora me doy cuenta de que la amistad es algo muy valioso. Gracias a todos por aceptarnos.

El parque estalló en aplausos. La sinceridad de Andrés sorprendió a muchos, y Lucas sonrió, satisfecho de ver cómo la atmósfera se había transformado. Era el reflejo de lo que habían estado trabajando: el respeto y la amabilidad que había creado un espacio seguro para todos.

A medida que avanzaba la tarde, se notaba una nueva energía en el aire. Lucas tomó la iniciativa de anunciar a los ganadores del concurso, pero en lugar de elegir solo a uno, decidió que todos debían ser reconocidos.

—Hoy, todos ganan el premio a la Amistad. Porque, al final, lo que hemos creado aquí es mucho más grande que cualquier pulsera: hemos creado lazos.

Andrés, al escuchar esto, se sintió agradecido. En su corazón, empezó a florecer un nuevo tipo de respeto, no solo hacia sus nuevos amigos, sino también hacia sí mismo. La experiencia de la Semana de la Amistad le había enseñado que, al tratar a los demás con respeto y amabilidad, también se respetaba a sí mismo.

Con el paso de la tarde, todos se reunieron en torno al mural que habían creado. Cada mensaje, cada dibujo, cada color representaba lo que habían logrado juntos: construir un espacio donde la amabilidad, la aceptación y la amistad florecían.

El desenlace del concurso de pulseras fue un momento que todos los niños recordarían durante mucho tiempo. Con el sol comenzando a esconderse tras las colinas, el parque se iluminaba con las risas y los gritos de alegría. Después de recibir sus premios a la amistad, cada uno de los niños del Club de los Amigables y del grupo de Andrés se sintió unido de una manera que nunca antes habían experimentado. Las tensiones que habían existido al principio de la semana se desvanecieron, dejando solo un sentimiento de pertenencia y alegría compartida.

Al día siguiente, el clima era soleado, y todos se reunieron en el parque para jugar. La idea de pasar tiempo juntos ahora era natural. Andrés y su grupo se habían integrado de tal manera que se sentían como parte de algo más grande. Durante el juego, mientras corrían por el parque, Lucas no podía dejar de sonreír al ver cómo sus dos grupos se mezclaban sin problemas. La barrera que alguna vez existió se había desvanecido.

En un momento, cuando estaban jugando a la pelota, el balón se fue rodando hacia un pequeño arbusto en un rincón del parque. Andrés se adelantó y, en un acto de cortesía que había aprendido en los días anteriores, hizo un gesto hacia su grupo.

—¡Vengan! Ayudemos a encontrarlo juntos. —dijo, y, aunque al principio sus amigos dudaron, pronto se unieron a él.

Así, comenzaron a buscar el balón, pero no solo eso, también comenzaron a charlar y reír mientras lo hacían. Una conversación ligera sobre el próximo campeonato de fútbol se transformó en risas y bromas, y lo que antes era una competencia se había convertido en una oportunidad para fortalecer la amistad.

Poco después de encontrar el balón, los niños decidieron tener un descanso y sentarse en el césped. Mientras estaban sentados, Valeria propuso que compartieran un momento de gratitud.

—Podríamos hablar de una cosa que cada uno de nosotros ha aprendido esta semana. Yo empezaré: he aprendido que la amistad no es solo acerca de pasar tiempo juntos, sino también de apoyarse mutuamente.

—¡Eso es cierto! —exclamó Lucas—. He aprendido que ser amable y abierto a los demás hace que todos se sientan mejor.

Los demás comenzaron a compartir sus aprendizajes. Cuando llegó el turno de Andrés, miró a sus nuevos amigos y sonrió.

—Lo que más he aprendido es que ser honesto contigo mismo es fundamental. Antes de esta semana, pensaba que tenía que actuar de cierta manera, pero ahora sé que ser yo mismo es lo más importante. Gracias a ustedes, he descubierto que puedo ser un buen amigo sin dejar de ser auténtico.

Las palabras de Andrés resonaron en todos. Era un momento sincero y significativo que dejó una huella en cada uno de ellos. Las risas y el ambiente de alegría habían encontrado su camino a sus corazones. El grupo, que antes había estado dividido, ahora estaba unido por un entendimiento profundo y una conexión genuina.

A medida que el sol se ponía, cada niño se sintió agradecido por la amistad que habían cultivado. Al día siguiente, el colegio se preparaba para la celebración del Día de la Amistad, un evento que siempre había sido un símbolo de unidad y respeto en la comunidad escolar. Los profesores habían decidido que este año el evento sería especial, enfocándose en los valores que habían aprendido durante la semana

La emoción creció en el aire mientras todos se preparaban para el evento. Los murales que habían creado adornaban el auditorio, llenándolo de color y energía positiva. Cada uno de los dibujos y mensajes era un recordatorio de la semana que habían pasado juntos.

Durante la celebración, el director de la escuela tomó el escenario y habló sobre la importancia de la amistad, la aceptación y, por supuesto, el respeto. Dijo que los valores aprendidos no solo deberían ser recordados durante una semana, sino que debían ser parte de la vida diaria de cada estudiante.

—La amistad se trata de ser amables y solidarios, de tratar a los demás como nos gustaría ser tratados —explicó el director—. Cada uno de ustedes ha demostrado que la verdadera amistad se construye con honestidad y respeto.

Los aplausos resonaron en el auditorio, llenando a cada niño de orgullo. Lucas, Valeria, Sofía, Andrés y su grupo se miraron entre sí, y sus corazones estaban llenos de alegría.

Después de la ceremonia, los niños se reunieron nuevamente en el parque.

—¿Deberíamos hacer esto más seguido? —preguntó Sofía.

—¡Sí! —respondió Lucas—. Deberíamos crear un club de la amistad para seguir aprendiendo y creciendo juntos.

Así, con un consenso unánime, el Club de los Amigables se convirtió en un grupo oficial, con la misión de promover la amabilidad y la aceptación entre todos los estudiantes de la escuela. El nuevo club no solo era un espacio para compartir actividades divertidas, sino también un lugar para aprender sobre valores y crear lazos fuertes.

El primer proyecto del club fue organizar una serie de eventos y actividades que fomentaran la cooperación y la inclusión, asegurándose de que todos los niños se sintieran bienvenidos y valorados. Todo lo que habían aprendido durante la Semana de la Amistad les había enseñado que la verdadera fuerza de la comunidad se encontraba en la colaboración y el respeto mutuo.

Al final del día, mientras el sol se ocultaba en el horizonte, Lucas, Valeria, Andrés y sus amigos se sentaron juntos en el parque, hablando sobre los planes para su primer evento. Cada uno de ellos sonreía, sintiéndose afortunados de tenerse los unos a los otros y de haber aprendido tan valiosas lecciones.

El Club de los Amigables no solo se convirtió en un símbolo de amistad en la escuela, sino que también dejó una huella en sus corazones, enseñándoles que la verdadera amistad florece en un terreno fértil de respeto, honestidad y cooperación. Cada uno de ellos sabía que, al final, habían aprendido algo fundamental: tratar a los demás como desearían ser tratados es el primer paso hacia un mundo más amable.

moraleja Trata a los demás como deseas ser tratado.

Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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