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En un rincón lejano del mundo, escondido entre montañas y ríos cristalinos, existía un lugar mágico llamado el Bosque de los Sueños. Este bosque era diferente a cualquier otro. Los árboles susurraban canciones al viento, los animales hablaban entre sí, y las flores danzaban con la luz del sol. Era un lugar donde la magia y la realidad convivían en perfecta armonía.

En el corazón del Bosque de los Sueños vivía un joven cervatillo llamado Nico. Nico tenía un corazón tan grande como el bosque mismo, y siempre estaba dispuesto a ayudar a quien lo necesitara. Sin embargo, a veces se sentía triste porque, a pesar de su generosidad, algunos animales no siempre eran amables con él. A menudo, Nico se preguntaba si valía la pena ser generoso cuando otros no lo apreciaban.

Una mañana, mientras el sol se asomaba tímidamente entre las hojas, Nico se despertó con un propósito especial en mente. Hoy iba a explorar una parte del bosque que nunca había visitado antes. Lleno de entusiasmo, se despidió de su familia y se adentró en lo desconocido. Caminó y caminó, maravillándose con cada rincón nuevo que descubría.

Después de un rato, Nico llegó a un claro donde un majestuoso roble se erguía imponente. Bajo sus ramas, un viejo búho llamado Sábato reposaba tranquilamente. Sábato era conocido por su sabiduría y su habilidad para contar historias que encantaban a todos los habitantes del bosque.

—¡Hola, señor Sábato! —saludó Nico con una sonrisa—. ¿Podría contarme una de sus historias?

El búho abrió un ojo y miró al joven cervatillo con curiosidad.

—Claro, pequeño Nico —dijo con voz profunda y serena—. Pero primero, dime, ¿qué te trae por este lado del bosque?

—Quiero aprender más sobre la generosidad —respondió Nico—. A veces me siento triste porque algunos animales no son amables conmigo, a pesar de que siempre trato de ayudarles.

Sábato asintió lentamente, entendiendo el dilema de Nico.

—Déjame contarte una historia —comenzó—. Hace mucho tiempo, en un reino muy lejano, vivía un pequeño ratón llamado Tito. Tito era conocido en todo el reino por su bondad y generosidad. Siempre estaba dispuesto a compartir lo poco que tenía, y nunca esperaba nada a cambio…

Nico escuchaba atentamente mientras el viejo búho relataba la historia de Tito, el ratón generoso. Aprendió cómo Tito, a pesar de las dificultades y los desafíos, continuaba siendo generoso con todos a su alrededor. Y cómo, finalmente, su generosidad fue recompensada de formas inesperadas.

—La moraleja de la historia, querido Nico —concluyó Sábato—, es que la generosidad siempre enriquece el alma. A veces puede que no veas los resultados de inmediato, pero con el tiempo, la bondad que siembras en el mundo regresa a ti multiplicada.

Nico se quedó pensativo, reflexionando sobre las palabras del sabio búho. Agradeció a Sábato por la historia y continuó su camino, sintiéndose un poco más ligero de corazón. Mientras caminaba, decidió que seguiría siendo generoso, sin importar cómo lo trataran los demás.

De repente, escuchó un ruido extraño entre los arbustos. Siguiendo el sonido, encontró a una pequeña ardilla llamada Luna, que estaba atrapada en una maraña de ramas y no podía liberarse.

—¡Ayuda! ¡Ayuda! —gritaba Luna, tratando de soltarse.

Nico se acercó rápidamente y, con cuidado, comenzó a desatar las ramas que atrapaban a la ardilla.

—Tranquila, Luna. Estoy aquí para ayudarte —dijo con voz suave.

Después de unos minutos de esfuerzo, Nico logró liberar a Luna. La ardilla, aún temblando, lo miró con gratitud.

—¡Gracias, Nico! No sé qué habría hecho sin ti —dijo Luna con una sonrisa.

—No hay de qué, Luna. Me alegra haber podido ayudarte —respondió Nico, sintiendo una calidez en su corazón.

Luna y Nico pasaron el resto del día juntos, explorando el bosque y disfrutando de la compañía mutua. Mientras caminaban, encontraron a otros animales que también necesitaban ayuda, y juntos se aseguraron de que todos estuvieran bien.

Al anochecer, cuando el cielo se tiñó de colores naranjas y rosas, Nico regresó a su hogar, cansado pero feliz. Se dio cuenta de que, aunque algunos animales no siempre eran amables, había muchos otros que apreciaban su generosidad. Y eso era lo que realmente importaba.

Esa noche, mientras se acurrucaba en su cama de hojas, Nico recordó las palabras de Sábato y sonrió. Comprendió que la generosidad no solo enriquece el alma de quien la recibe, sino también la del que la da. Y con ese pensamiento, se quedó dormido, soñando con un bosque donde la bondad siempre florecía.

Los días pasaron y Nico seguía practicando la generosidad con entusiasmo y alegría. Ayudaba a cualquier animal que encontrara en apuros, compartía su comida con los más necesitados y siempre tenía una palabra amable para todos. Poco a poco, los animales del bosque comenzaron a notar su bondad y empezaron a tratarlo con más respeto y aprecio.

Sin embargo, no todos en el bosque veían con buenos ojos la generosidad de Nico. En las profundidades del Bosque de los Sueños vivía una zorra llamada Violeta. Violeta era conocida por su astucia y egoísmo. Siempre estaba buscando maneras de obtener más para sí misma, sin importarle el bienestar de los demás. Al ver cómo Nico se ganaba el cariño de los otros animales, sintió una punzada de envidia.

Una tarde, mientras Violeta paseaba por el bosque, encontró a su viejo amigo, un cuervo llamado Corvino, posado en una rama baja. Corvino era tan astuto como ella y solía ayudarla en sus planes.

—Hola, Corvino —dijo Violeta con una sonrisa maliciosa—. He estado observando al pequeño cervatillo, Nico. ¿No te parece que su generosidad es irritante?

El cuervo inclinó la cabeza y la miró con ojos brillantes.

—Sí, Violeta. He notado cómo se ha vuelto popular entre los demás. ¿Tienes algún plan en mente?

Violeta asintió lentamente.

—Claro que sí. Vamos a poner a prueba su generosidad. Si logramos demostrar que no es tan desinteresado como parece, los demás animales perderán la confianza en él.

Corvino graznó en señal de acuerdo y juntos comenzaron a idear su plan. Decidieron que provocarían una serie de situaciones que pondrían a prueba la paciencia y la bondad de Nico, con la esperanza de que eventualmente fallara.

Al día siguiente, Violeta y Corvino se pusieron en marcha. La primera trampa que planearon fue hacer que Nico creyera que un joven conejo estaba en peligro. Corvino voló hasta el claro donde Nico solía pasar las mañanas y comenzó a gritar desesperadamente.

—¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Un conejo está atrapado en el río!

Nico, que estaba pastando tranquilamente, levantó la cabeza y corrió hacia el sonido del cuervo. Al llegar al río, vio al conejo luchando por mantenerse a flote en el agua. Sin dudarlo, se lanzó al río y nadó con todas sus fuerzas para salvar al conejo.

Finalmente, logró arrastrar al conejo hasta la orilla. El pequeño animal, empapado pero ileso, lo miró con gratitud.

—¡Gracias, Nico! No sé cómo terminé en el río. Creo que alguien me empujó —dijo el conejo.

Nico lo tranquilizó y se aseguró de que estuviera bien antes de regresar a su casa, cansado pero satisfecho de haber ayudado.

Sin embargo, Violeta y Corvino no se dieron por vencidos. Siguieron ideando situaciones para poner a prueba a Nico. Hicieron que las ardillas le pidieran ayuda con sus nueces, que los pájaros le pidieran que les construyera nidos nuevos y que los castores solicitaran su ayuda para reparar una presa. Cada vez, Nico respondió con la misma generosidad y dedicación, sin mostrar signos de agotamiento o frustración.

Violeta comenzó a desesperarse. Nada parecía funcionar. Nico seguía siendo generoso y los animales del bosque lo querían cada vez más. Decidió entonces que era hora de un último y definitivo plan. Algo tan complicado y exigente que Nico no podría manejarlo solo.

Una noche, mientras todos dormían, Violeta y Corvino construyeron una trampa elaborada en la que varios animales parecieran estar en peligro al mismo tiempo. Pusieron ramas y hojas sobre un agujero profundo para que pareciera que el suelo era seguro. Luego, hicieron que varios de sus amigos más pequeños fingieran estar atrapados en el agujero, pidiendo ayuda a gritos.

A la mañana siguiente, Nico, al escuchar los gritos, corrió al lugar y encontró a los animales atrapados. Sin perder tiempo, trató de ayudar a cada uno de ellos, pero la situación era más difícil de lo que había imaginado. Mientras rescataba a un pequeño erizo, una liebre empezó a gritar aún más fuerte, y Nico se sintió abrumado.

Justo cuando parecía que Nico no podría con todo, Luna, la ardilla que había ayudado antes, llegó con un grupo de animales del bosque. Al ver la situación, rápidamente se organizaron para ayudar. Juntos, lograron liberar a todos los animales atrapados.

—Gracias por venir a ayudarme —dijo Nico, jadeando y cubierto de polvo.

—No tienes que agradecer, Nico —respondió Luna—. Aprendimos de ti que la generosidad es lo más importante. Hoy fue nuestro turno de ayudarte a ti.

Violeta, que observaba desde la distancia, se dio cuenta de que su plan había fallado nuevamente. No solo no había logrado que Nico fallara.

Violeta, escondida entre los arbustos, observó cómo su plan fallaba y sentía una mezcla de frustración y admiración. Nunca había imaginado que la generosidad de Nico podría ser tan poderosa, capaz de inspirar a otros a actuar de manera desinteresada y cooperativa. Mientras tanto, Nico y los otros animales celebraban su éxito, compartiendo risas y agradecimientos.

A medida que pasaban los días, la noticia de cómo los animales del bosque se unieron para ayudarse unos a otros se extendió. La historia llegó a oídos de todos, incluso a aquellos que vivían en las zonas más alejadas del Bosque de los Sueños. La fama de Nico como un cervatillo generoso creció, y cada vez más animales querían conocerlo y aprender de él.

Sin embargo, Violeta no estaba dispuesta a rendirse tan fácilmente. Decidió que la única forma de recuperar su posición en el bosque era hablando directamente con Nico. Quizás, pensaba, podría entender por qué él era tan generoso y qué significaba realmente para él.

Una tarde, mientras Nico paseaba cerca del claro donde había conocido a Sábato, Violeta se le acercó con cautela.

—Hola, Nico —dijo suavemente, tratando de no parecer amenazante.

Nico, sorprendido de verla, sonrió amablemente.

—Hola, Violeta. ¿Qué te trae por aquí?

Violeta suspiró y decidió ser sincera.

—He visto cómo ayudas a todos en el bosque y cómo los animales te admiran. Al principio, debo admitir, me sentí envidiosa. No entendía por qué alguien querría gastar tanto tiempo y esfuerzo ayudando a los demás sin esperar nada a cambio.

Nico la miró con curiosidad, esperando a que continuara.

—Pero después de ver cómo te uniste con los otros animales para rescatar a los atrapados, me di cuenta de que hay algo especial en lo que haces. Quiero entender por qué la generosidad es tan importante para ti.

Nico sonrió y la invitó a sentarse bajo un árbol cercano.

—Entiendo tu confusión, Violeta. No siempre es fácil ver el valor de la generosidad, especialmente cuando parece que no hay una recompensa inmediata. Para mí, la generosidad no se trata solo de ayudar a los demás, sino de crear un lugar donde todos se sientan seguros y queridos. Cuando somos generosos, sembramos semillas de bondad que pueden crecer y transformar nuestro entorno.

Violeta asintió, reflexionando sobre las palabras de Nico.

—Pero, ¿qué pasa cuando la gente no aprecia tu generosidad? —preguntó, aún tratando de comprender.

—A veces, eso sucede —admitió Nico—. Pero aprendí que la verdadera generosidad no depende de la gratitud de los demás. Se trata de hacer lo correcto porque sabes que estás marcando una diferencia, aunque sea pequeña. Y eventualmente, esa bondad regresa de formas inesperadas.

Violeta se quedó en silencio, asimilando lo que Nico había dicho. Durante muchos años, había sido egoísta y astuta, pensando solo en su propio beneficio. Ahora, frente a Nico, se daba cuenta de cuánto había perdido al no abrir su corazón a la generosidad.

—Quiero cambiar, Nico —dijo finalmente—. Quiero aprender a ser generosa y ayudar a los demás. ¿Me enseñarías?

Nico sonrió con alegría y asintió.

—Por supuesto, Violeta. Todos podemos aprender y crecer. Lo importante es tener el deseo de hacerlo.

Desde ese día, Violeta comenzó a trabajar junto a Nico. Al principio, le costó adaptarse a la idea de ayudar sin esperar nada a cambio, pero con el tiempo, comenzó a disfrutar de la sensación de hacer el bien. Descubrió que la generosidad traía una paz y una felicidad que nunca había experimentado antes.

Juntos, Nico y Violeta organizaron diversas actividades en el bosque para promover la colaboración y el apoyo mutuo. Ayudaron a los animales más jóvenes a aprender nuevas habilidades, cuidaron de los más ancianos y aseguraron que todos tuvieran suficiente comida y refugio.

Los animales del bosque notaron el cambio en Violeta y comenzaron a aceptarla como parte del grupo. Corvino, al ver cómo su vieja amiga cambiaba, decidió unirse también y encontró su propia forma de contribuir, utilizando su astucia para resolver problemas y proteger a los más débiles.

El Bosque de los Sueños se transformó en un lugar aún más mágico y armonioso, donde todos los animales trabajaban juntos, compartiendo y cuidándose unos a otros. La historia de Nico y su generosidad se convirtió en una leyenda, inspirando a futuras generaciones a ser amables y desinteresadas.

Un día, mientras el sol se ponía y pintaba el cielo con colores dorados, Nico se sentó junto a Violeta y Corvino en el claro donde todo había comenzado. Observaban cómo los animales del bosque jugaban y reían, disfrutando de la tranquilidad y la felicidad que habían construido juntos.

—Estoy muy orgulloso de lo que hemos logrado —dijo Nico, con una sonrisa radiante—. Gracias por unirse a mí en este viaje.

Violeta asintió, con lágrimas de gratitud en sus ojos.

—Gracias a ti, Nico. Me has enseñado que la verdadera riqueza no está en lo que poseemos, sino en lo que damos. Has cambiado mi vida y la de todos en el bosque.

Corvino graznó suavemente, asintiendo en señal de acuerdo.

—Así es, amigo. La generosidad enriquece el alma y ha transformado nuestro hogar en un verdadero paraíso.

Con el corazón lleno de alegría, Nico miró a su alrededor y sintió una profunda paz. Sabía que la generosidad había hecho más que enriquecer su alma; había creado un legado de bondad que perduraría para siempre.

Y así, el Bosque de los Sueños continuó floreciendo, gracias a la generosidad y el amor de sus habitantes. La historia de Nico, Violeta y Corvino se transmitió de generación en generación, recordando a todos que, en el corazón de la generosidad, se encuentra la verdadera magia de la vida.

La moraleja de esta historia, es que hay más felicidad y satisfacción en dar que en el recibir y en ayudar a los demás, sin esperar nada a cambio, la misma vida te retribuirá, por eso la generosidad enriquece el alma.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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