En un pequeño pueblo rodeado de montañas y verdes praderas, vivía una niña llamada Rosita. Rosita era conocida por su brillante cabello castaño y sus ojos curiosos, siempre llenos de alegría y energía. Su mejor amigo era un simpático ratón llamado Micky, quien era tan travieso como valiente. Micky vivía en una casita construida en el tronco de un viejo roble, justo al lado de la casa de Rosita.
Rosita y Micky eran inseparables. Pasaban los días explorando el bosque, recogiendo flores y persiguiendo mariposas. Pero lo que más les gustaba era escuchar las historias de la abuela Marta, una anciana sabía que vivía al final del pueblo. La abuela Marta siempre tenía una historia mágica que contar, y Rosita y Micky nunca se cansaban de escuchar.
Un día, mientras Rosita y Micky corrían por el prado, se encontraron con un anciano en el camino. El hombre, que se llamaba Don Anselmo, tenía una larga barba blanca y llevaba un bastón tallado con figuras de animales. Parecía cansado y triste.
—Hola, señor —dijo Rosita con una sonrisa amable—. ¿Está bien?
Don Anselmo suspiró y se sentó en una piedra cercana.
—Estoy bien, pequeña —respondió él—. Pero últimamente me siento muy solo. Mis hijos se han ido a la ciudad y apenas me visitan. A veces siento que nadie se acuerda de mí.
Rosita y Micky se miraron con compasión. No les gustaba ver a nadie triste, y menos a alguien tan amable como Don Anselmo.
—¿Le gustaría venir a nuestra casa y tomar un poco de té? —ofreció Rosita—. A la abuela Marta le encantaría conocerlo.
Don Anselmo sonrió por primera vez en mucho tiempo.
—Eso sería maravilloso, gracias.
Caminaron juntos hasta la casa de Rosita, donde la abuela Marta los recibió con los brazos abiertos. Prepararon una mesa con té caliente, galletas y frutas frescas. Mientras compartían la merienda, Don Anselmo contó historias de su juventud, de cómo había viajado por el mundo y de las aventuras que había vivido.
Rosita y Micky escuchaban con los ojos bien abiertos. La abuela Marta también estaba fascinada por las historias de Don Anselmo.
—Gracias por compartir sus historias con nosotros —dijo la abuela Marta—. Es un verdadero tesoro tenerlo aquí.
Don Anselmo se sintió conmovido por la calidez y la gratitud de su nueva compañía. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió parte de una familia.
A partir de ese día, Don Anselmo se convirtió en un visitante frecuente en la casa de Rosita. Siempre traía consigo historias nuevas y emocionantes, y Rosita y Micky siempre estaban ansiosos por escucharlas. Pero lo más importante, Don Anselmo empezó a sentirse feliz de nuevo, gracias a la amistad y la gratitud de Rosita, Micky y la abuela Marta.
El tiempo pasó, y un día, mientras exploraban el bosque, Rosita y Micky encontraron a un pequeño zorro atrapado en una trampa. El zorro, que se llamaba Zorrito, estaba asustado y herido.
—¡Tenemos que ayudarlo! —exclamó Rosita, sin pensarlo dos veces.
Con cuidado, liberaron a Zorrito de la trampa y lo llevaron a casa de la abuela Marta, donde lo cuidaron y curaron sus heridas. Zorrito estaba muy agradecido y prometió ser su amigo para siempre.
Así fue como Rosita, Micky, Don Anselmo, la abuela Marta y Zorrito formaron una pequeña comunidad de amigos, siempre listos para ayudarse y apoyarse mutuamente. Cada día, encontraban nuevas razones para estar agradecidos, y sus corazones se llenaban de felicidad.
Un día, mientras todos estaban reunidos alrededor del fuego, la abuela Marta contó una historia especial. Era la historia de un joven rey que había perdido todo, pero que había encontrado la verdadera felicidad a través de la gratitud y la amistad.
—La gratitud es la clave para la felicidad —dijo la abuela Marta al final de la historia—. Cuando aprendemos a apreciar las pequeñas cosas y a estar agradecidos por lo que tenemos, encontramos la verdadera alegría.
Rosita, Micky, Don Anselmo y Zorrito asintieron con una sonrisa. Sabían que esas palabras eran verdaderas, porque las vivían cada día en su pequeña comunidad.
Y así, en el pequeño pueblo rodeado de montañas y verdes praderas, Rosita y sus amigos vivieron felices, siempre recordando que la gratitud es la clave para la felicidad.
Pasaron los meses y la amistad entre Rosita, Micky, Don Anselmo, la abuela Marta y Zorrito se fortaleció. Cada día, descubrían nuevas formas de ayudarse mutuamente y de expresar su gratitud. Sin embargo, un evento inesperado puso a prueba su unión y enseñó a toda una lección aún más profunda sobre la gratitud.
Una tarde, mientras Rosita y Micky recogían fresas silvestres en el bosque, notaron que el cielo se estaba oscureciendo rápidamente. Grandes nubes grises comenzaron a acumularse, y pronto el viento empezó a soplar con fuerza.
—Parece que se avecina una tormenta —dijo Micky, preocupado.
—Tenemos que regresar a casa —respondió Rosita—. Vamos, Micky, antes de que empiece a llover.
Corrieron a casa de la abuela Marta, pero justo cuando llegaron a la puerta, comenzó a caer una lluvia torrencial. Todos se refugiaron en la casa y se sentaron alrededor del fuego, escuchando el rugido del viento y el golpeteo de la lluvia en el techo.
—Esta tormenta es más fuerte de lo que esperaba —dijo la abuela Marta, mirando por la ventana.
De repente, se escuchó un fuerte crujido y un golpe ensordecedor. Todos corrieron hacia la ventana para ver qué había pasado. Un rayo había caído sobre el viejo roble donde vivía Micky, partiéndolo en dos.
—¡Oh, no! —exclamó Micky, con lágrimas en los ojos—. Mi casa…
Rosita abrazó a su pequeño amigo, tratando de consolarlo.
—Tranquilo, Micky. Encontraremos una solución. No estás solo.
Don Anselmo, que había estado observando en silencio, se levantó y dijo:
—Micky, puedes quedarte en mi casa hasta que construyamos una nueva para ti. Tengo una habitación extra que puedes usar.
Micky, aunque todavía triste, sonrió agradecido.
—Gracias, Don Anselmo. Eso significa mucho para mí.
Pasaron los días y la tormenta finalmente cesó. Todos en el pueblo se unieron para ayudar a reconstruir la casa de Micky. Trabajaron juntos, cada uno aportando lo que podía. Rosita y Micky recogieron ramas y hojas para el tejado, mientras que Don Anselmo y otros vecinos trajeron madera y herramientas.
Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, la reconstrucción de la casa de Micky estaba tomando más tiempo del esperado. El invierno se acercaba rápidamente y todos comenzaron a preocuparse por cómo mantendrían a Micky caliente y seguro.
Una noche, mientras todos estaban reunidos en la casa de la abuela Marta, Don Anselmo tuvo una idea.
—¿Y si construimos una casa más grande, donde todos podamos vivir juntos? —sugirió—. De esa manera, siempre podríamos cuidarnos mutuamente y nadie estaría solo.
La idea fue recibida con entusiasmo. Todos estuvieron de acuerdo en que sería una maravillosa solución. Se organizaron y comenzaron a planificar la construcción de una nueva casa comunitaria.
Mientras trabajaban juntos, Rosita notó algo curioso. Aunque estaban trabajando arduamente, todos parecían más felices. Había un sentido de propósito y unidad que antes no había notado. Las risas y las canciones llenaban el aire mientras levantaban las paredes y tejían el techo de la nueva casa.
Un día, mientras recogían piedras para la chimenea, Rosita y Micky encontraron una caja de madera enterrada en el suelo. La abrieron con cuidado y descubrieron que estaba llena de cartas y objetos antiguos. Era un tesoro de recuerdos de la vida de Don Anselmo.
—Mira esto, Micky —dijo Rosita, sacando una vieja fotografía—. Es Don Anselmo cuando era joven.
Llevaron la caja a Don Anselmo, quien la miró con lágrimas en los ojos.
—Esto es increíble —dijo él, emocionado—. Pensé que había perdido estos recuerdos para siempre. Gracias por encontrarlo.
Rosita y Micky se sintieron muy felices de haber podido devolver a Don Anselmo algo tan valioso. Fue un recordatorio de lo importante que era la gratitud y de cómo pequeños actos de amabilidad podían traer tanta alegría.
Finalmente, la casa comunitaria estuvo terminada. Era una estructura hermosa y acogedora, con espacio suficiente para todos. La primera noche que pasaron allí fue una celebración. Compartieron historias, canciones y una deliciosa cena preparada por la abuela Marta.
Esa noche, mientras se acurrucaban alrededor del fuego, Don Anselmo contó una última historia. Era sobre un pequeño pueblo, no muy diferente al suyo, donde las personas habían aprendido que la verdadera felicidad venía de la gratitud y la comunidad.
—Al final, lo que importa no es lo que tenemos, sino a quién tenemos —dijo Don Anselmo—. Y estoy muy agradecido de tenerlos a todos ustedes.
Rosita, Micky, la abuela Marta y Zorrito sonrieron. Sabían que esas palabras eran ciertas. Habían encontrado la felicidad no solo en los buenos tiempos, sino también en los desafíos, gracias a su capacidad de estar agradecidos y apoyarse mutuamente.
Y así, en su nueva casa comunitaria, continuaron viviendo juntos, siempre recordando que la gratitud es la clave para la felicidad. Cada día traía nuevas aventuras y lecciones, y con cada una, su vínculo se fortalecía aún más.
Con la llegada del invierno, el nuevo hogar comunitario se llenó de calidez y alegría. Las paredes de la casa resonaban con risas y conversaciones animadas. Rosita, Micky, Don Anselmo, la abuela Marta y Zorrito se acomodaron en su nuevo hogar, felices de estar juntos y protegidos del frío.
Una mañana, mientras Rosita y Micky jugaban con la nieve en el patio, notaron algo extraño. El viento soplaba con fuerza y arrastraba ramas y hojas secas. De repente, escucharon un aullido lejano y reconocieron la voz de Zorrito.
—¡Algo anda mal! —exclamó Rosita, corriendo hacia el bosque.
Micky la siguió de cerca, preocupados por su amigo. Al llegar a la entrada del bosque, encontraron a Zorrito atrapado en una red. Al parecer, un cazador había colocado trampas en el bosque.
—¡Zorrito! —gritó Rosita, arrodillándose para liberarlo—. No te preocupes, te sacaremos de aquí.
Con mucho cuidado, Rosita y Micky desataron la red y liberaron a Zorrito, quien estaba asustado pero ileso. Agradecido, Zorrito lamió las manos de Rosita y Micky en señal de gratitud.
—Gracias, amigos —dijo Zorrito—. Estaba muy asustado. No sé qué habría hecho sin ustedes.
—Siempre estaremos aquí para ayudarte —respondió Micky—. Somos una familia, y las familias se cuidan mutuamente.
Regresaron a la casa comunitaria, donde la abuela Marta y Don Anselmo los recibieron con preocupación.
—¿Qué ha pasado? —preguntó la abuela Marta, viendo las marcas en el pelaje de Zorrito.
Rosita les contó lo sucedido, y todos acordaron que debían hacer algo para proteger a los animales del bosque de las trampas del cazador.
—Tenemos que encontrar al cazador y hablar con él —dijo Don Anselmo—. Tal vez no se dé cuenta del daño que está causando.
Al día siguiente, se reunieron en la plaza del pueblo y decidieron organizarse para buscar al cazador. Llevaron consigo pancartas y carteles, y Rosita preparó un discurso para explicar la situación.
Caminaron hasta el borde del bosque y, finalmente, encontraron al cazador, un hombre llamado Joaquín. Era un hombre alto y fuerte, con una expresión severa en su rostro. Cuando vio a Rosita y sus amigos, frunció el ceño.
—¿Qué están haciendo aquí? —preguntó Joaquín, sorprendido.
Rosita dio un paso adelante y, con valentía, comenzó a hablar.
—Señor Joaquín, hemos venido a hablar con usted sobre las trampas que ha puesto en el bosque. Entendemos que es un cazador, pero sus trampas están lastimando a los animales y poniendo en peligro a nuestros amigos.
Joaquín miró a Rosita con curiosidad, luego observó a Zorrito y a los demás. Finalmente, suspiró.
—No tenía idea de que mis trampas estaban causando tanto daño. Solo estaba tratando de cazar para sobrevivir, pero no quería lastimar a nadie.
Don Anselmo se acercó y puso una mano en el hombro de Joaquín.
—Joaquín, entendemos tu situación. Tal vez podamos encontrar una solución que beneficie a todos. Podrías unirte a nuestra comunidad y compartir lo que cazas de manera segura y respetuosa para todos los seres del bosque.
Joaquín se sorprendió por la oferta y, después de un momento de reflexión, asintió.
—Acepto. Me gustaría ser parte de su comunidad y aprender a cazar de una manera que no dañe a los animales innecesariamente.
Con el tiempo, Joaquín se integró a la comunidad. Aprendió a usar métodos de caza más seguros y respetuosos, y compartió sus conocimientos con los demás. Gracias a la gratitud y la disposición de todos para trabajar juntos, la comunidad se fortaleció aún más.
Un día, mientras todos estaban reunidos en la sala de la casa comunitaria, la abuela Marta decidió contar una última historia. Se trataba de una antigua leyenda sobre un pueblo que había encontrado la verdadera felicidad al aprender a vivir en armonía con la naturaleza y entre ellos.
—La clave para la felicidad siempre ha sido la gratitud —dijo la abuela Marta al final de la historia—. Cuando aprendemos a agradecer lo que tenemos y a cuidarnos mutuamente, encontramos la verdadera paz y alegría.
Rosita, Micky, Don Anselmo, Zorrito, Joaquín y todos los demás sonrieron. Sabían que estas palabras eran ciertas, porque las vivían cada día en su pequeña comunidad.
Un invierno más pasó, y la primavera llegó trayendo nuevos comienzos. La comunidad floreció, con todos trabajando juntos para cultivar la tierra, cuidar de los animales y apoyarse mutuamente. Habían aprendido que, a través de la gratitud y la cooperación, podían superar cualquier desafío.
Un día, mientras caminaban por el bosque, Rosita y Micky encontraron una flor especial, una que nunca antes habían visto. Era una flor dorada que brillaba con la luz del sol.
—Es hermosa —dijo Rosita, maravillada.
—Es como nuestra amistad —respondió Micky—. Brilla más cuando estamos juntos y agradecidos por lo que tenemos.
Rosita sonrió y tomó la mano de Micky.
—Sí, Micky. La gratitud es la clave para la felicidad. Y estoy muy agradecida de tenerte a ti y a todos nuestros amigos.
Regresaron a casa con la flor dorada, que plantaron en el jardín comunitario como símbolo de su amistad y gratitud. Y así, la pequeña comunidad continuó viviendo felizmente, siempre recordando la valiosa lección que habían aprendido: que la gratitud, la cooperación y el amor son los verdaderos tesoros de la vida.
Y así, en el pequeño pueblo rodeado de montañas, muchas flores de todos los colores y verdes praderas, Rosita y sus amigos vivieron felices.
La moraleja de esta historia es que la gratitud es la clave para la felicidad.
Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.
¿Te gustaría disfrutar de este contenido en formato de AUDIO LIBRO GRATIS? Aprovecha!!
Recuerda que siempre puedes volver a consultar nuestros libros en formato de AUDIO LIBRO GRATIS en nuestro canal de Youtube. NO OLVIDES SUSCRIBIRTE
Recibe un correo electrónico cada vez que tengamos un nuevo libro o Audiolibro para tí.
You have successfully joined our subscriber list.
Disfruta GRATIS de los mejores libros para Leer o Escuchar sobre Esoterismo, Magia, Ocultismo.
Disfruta GRATIS de los mejores libros para Leer o Escuchar para los pequeños grandes del mañana.
Disfruta de la historia de Terror más oscura y MARAVILLOSA que está cautivando al mundo.
Retira en Nequi, Daviplata, Tarjetas Netflix, Bitcoin, Tarjeta Visa Prepagada, ETC.