Era un día soleado en el pequeño pueblo de Valle Sereno. Los pájaros cantaban alegremente, y los niños jugaban en el parque. Entre ellos estaba Mateo, un niño de diez años conocido por su curiosidad y su gran corazón. Sin embargo, a veces se sentía un poco inseguro sobre cómo hacer el bien en su comunidad.
Aquel día, Mateo se despertó con una idea brillante. Había escuchado en la escuela que todos los días teníamos la oportunidad de hacer el bien, y quería aprovechar esa oportunidad al máximo.
Mientras se preparaba para salir, su madre, doña Elena, le dijo:
—Mateo, recuerda que las pequeñas acciones pueden hacer una gran diferencia. No siempre se trata de grandes gestos; a veces, un simple acto de bondad puede iluminar el día de alguien.
Mateo asintió, sintiéndose inspirado por las palabras de su madre. Mientras se dirigía al parque, pensaba en lo que podría hacer. Tal vez podría ayudar a alguien con sus tareas, o recoger basura en el parque. Tenía muchas ideas, pero no sabía por dónde empezar.
Al llegar al parque, se encontró con su mejor amigo, Lucas, quien estaba sentado en un banco con cara de preocupación.
—¿Qué te pasa, Lucas? —preguntó Mateo, acercándose.
—No sé… —respondió Lucas, mirando al suelo—. Tengo mucha tarea y no sé si podré terminarla a tiempo. Además, tengo que ayudar a mi abuelita con algunas cosas en casa.
Mateo sintió un impulso de ayudar a su amigo. Recordó las palabras de su madre y decidió que esta era su oportunidad.
—¿Y si me dejas ayudarte con la tarea? Así podrás terminar más rápido y después podrás ayudar a tu abuelita sin preocuparte tanto. —sugirió Mateo, sonriendo.
Lucas levantó la vista, sorprendido por la oferta.
—¿De verdad harías eso? —preguntó.
—¡Claro! —exclamó Mateo—. Juntos podemos hacerlo.
Así, los dos amigos se sentaron en el banco y comenzaron a trabajar. Mateo ayudó a Lucas a entender las materias, explicándole los problemas y dándole ejemplos. Después de un rato, Lucas sonrió, sintiéndose más confiado en su tarea.
—¡Gracias, Mateo! No sé qué haría sin tu ayuda. —dijo Lucas, aliviado.
—No hay de qué, amigo. Me alegra poder ayudarte.
Mientras continuaban trabajando, Mateo notó a una niña más pequeña que ellos, llamada Sofía, que estaba sentada sola en un columpio. Ella tenía un aspecto triste y no estaba jugando con los demás niños. Mateo, sintiendo que podía hacer algo bueno por ella, decidió acercarse.
—Hola, Sofía. ¿Por qué no estás jugando? —preguntó con amabilidad.
Sofía miró a Mateo y respondió tímidamente:
—No tengo con quién jugar. Los otros niños no me incluyen.
Mateo se sintió triste por su amiga. Recordando lo que había aprendido sobre hacer el bien, se volvió hacia Lucas.
—¿Qué te parece si invitamos a Sofía a jugar con nosotros? Así no se siente sola.
Lucas asintió, y juntos se acercaron a Sofía.
—¡Hola, Sofía! —dijo Lucas—. ¿Te gustaría jugar con nosotros? Estamos a punto de comenzar un juego de atrapar.
Los ojos de Sofía se iluminaron.
—¡Sí! Me encantaría. —respondió emocionada.
Mateo sonrió al ver la alegría en el rostro de Sofía. Juntos comenzaron a jugar, corriendo y riendo mientras atrapaban el balón. Con cada risa y cada salto, Mateo se dio cuenta de lo importante que era incluir a todos y hacerlos sentir bienvenidos.
Después de un rato, mientras jugaban, Mateo notó que había un grupo de niños en la esquina del parque que estaba recogiendo basura. Al acercarse, vio que era un grupo de voluntarios liderado por el señor Ramírez, el conserje de la escuela.
—¡Hola, Mateo! ¡Hola, Lucas y Sofía! —saludó el señor Ramírez—. Estamos limpiando el parque. ¿Quieren unirse a nosotros?
Mateo miró a sus amigos y, sin pensarlo dos veces, respondió:
—¡Sí! Creo que sería genial ayudar a limpiar.
Así que los tres amigos se unieron al grupo. Mientras recogían basura, Mateo se sintió orgulloso de hacer algo bueno por su comunidad. La actividad no solo mejoraba el parque, sino que también les enseñaba a todos a cuidar el lugar donde jugaban y a respetar la naturaleza.
Mientras trabajaban, Mateo compartió historias sobre cómo podía hacer el bien en su día a día. Habló sobre la importancia de ayudar a los demás, de ser amables y de crear un ambiente positivo a su alrededor.
Sofía, emocionada, dijo:
—Yo también quiero ayudar. Mi mamá siempre me dice que hay que ser amable con los demás.
Mateo sonrió y se dio cuenta de que sus acciones estaban inspirando a otros a hacer lo mismo.
Finalmente, después de un par de horas, el parque lucía más limpio y hermoso. Todos estaban cansados, pero contentos. El señor Ramírez agradeció a los niños por su ayuda.
—Gracias, chicos. Ustedes son un gran ejemplo de cómo todos los días tenemos la oportunidad de hacer el bien. —dijo, sonriendo.
Mateo se sintió muy feliz. Se dio cuenta de que había hecho muchas cosas buenas en un solo día. Había ayudado a Lucas, incluido a Sofía en su juego y trabajado con el grupo de limpieza. Todo eso le dio una sensación de satisfacción y orgullo.
Mientras regresaban a casa, Mateo le dijo a sus amigos:
—Hoy fue un gran día. Hicimos mucho bien juntos.
—¡Sí! —respondió Lucas—. Deberíamos hacer esto más a menudo.
Sofía, con una gran sonrisa, agregó:
—Y siempre deberíamos invitar a otros a unirse.
Mateo sonrió, sabiendo que ese día había sido solo el comienzo. Tenía la intención de seguir haciendo el bien, no solo en su comunidad, sino también en su hogar y escuela.
Con el corazón lleno de alegría y gratitud, Mateo comprendió que cada día es una nueva oportunidad para hacer algo bueno. Y, con esa lección en mente, se sintió listo para enfrentar cualquier desafío que viniera en su camino.
El día siguiente fue lunes, y Mateo llegó a la escuela con una energía contagiosa. La experiencia del día anterior lo había dejado inspirado. Durante el camino, se encontró con Lucas y Sofía, y juntos compartieron risas sobre los momentos divertidos que habían vivido en el parque.
—¡No puedo creer que Sofía haya atrapado a Lucas en el juego de atrapar! —bromeó Mateo, mientras Sofía reía a carcajadas.
Cuando llegaron al colegio, Mateo sintió una gran motivación para hacer más acciones positivas. En clase, la señora Martínez, su maestra, les pidió que compartieran lo que habían hecho durante el fin de semana. Con la mano levantada, Mateo pidió la palabra.
—¡Señora Martínez! —comenzó, emocionado—. Este fin de semana hicimos muchas cosas buenas en el parque. Ayudamos a limpiar y también jugamos con Sofía para que no se sintiera sola. Creo que todos podemos hacer el bien todos los días.
Los compañeros de Mateo escucharon con atención. Algunos comenzaron a aplaudir, y otros sonrieron. La señora Martínez, complacida, lo alentó.
—Eso es maravilloso, Mateo. ¿Te gustaría organizar una pequeña charla sobre cómo hacer el bien en la escuela?
Mateo no podía creerlo. Con entusiasmo, asintió y comenzó a planear lo que diría. Sabía que debía compartir lo que había aprendido, y quería motivar a sus compañeros a hacer lo mismo.
Durante el receso, se reunió con Lucas y Sofía para contarles la noticia.
—Voy a dar una charla sobre hacer el bien. ¿Quieren ayudarme? —preguntó Mateo.
Lucas y Sofía intercambiaron miradas de emoción.
—¡Por supuesto! —dijeron al unísono.
Así, comenzaron a pensar en ideas y ejemplos que pudieran compartir con sus compañeros. Decidieron que la charla incluiría pequeñas acciones que todos podían hacer en su día a día. Desde ayudar a alguien con su tarea, invitar a un nuevo compañero a jugar, hasta recoger basura en el patio.
Al día siguiente, en la clase de la señora Martínez, Mateo tomó el micrófono y comenzó su presentación.
—Hola a todos. Hoy quiero hablarles sobre cómo hacer el bien. Todos los días tenemos la oportunidad de hacer algo bueno, no importa lo pequeño que sea.
Mateo y sus amigos compartieron historias de su propia experiencia. Lucas habló sobre cómo se sintió al recibir ayuda de Mateo con su tarea, y Sofía contó cómo se había sentido feliz al ser invitada a jugar.
Los compañeros de clase comenzaron a involucrarse, haciendo preguntas y compartiendo sus propias historias. Algunos recordaron momentos en los que habían ayudado a un amigo o a un familiar, y otros contaron cómo se habían sentido cuando alguien los ayudó.
—Yo ayudé a mi mamá a hacer la compra el sábado. —dijo Carla, levantando la mano—. Fue divertido, y después hicimos galletas juntas.
—Yo ayudé a mi abuelito a arreglar su jardín. —dijo un niño llamado Javier—. Se puso muy feliz y me contó muchas historias mientras trabajábamos.
Mateo sonrió al escuchar todas esas historias. Se dio cuenta de que hacer el bien no solo era una responsabilidad, sino que también era una fuente de alegría. La charla se llenó de risas y sonrisas, y todos parecían motivados a hacer más por los demás.
La señora Martínez estaba tan impresionada que decidió organizar un evento especial para celebrar el Día del Bien. La idea era que todos los estudiantes participaran en actividades que promovieran la bondad y la colaboración. Al finalizar la charla, anunció que cada clase podría presentar un proyecto que beneficiara a la comunidad.
Mateo y sus amigos se pusieron a pensar en qué podían hacer. Se les ocurrió que podían organizar una campaña de recolección de alimentos para ayudar a las familias necesitadas de su barrio. Con entusiasmo, comenzaron a planearlo.
—Podríamos crear carteles para invitar a todos a participar. —sugirió Sofía—. Y también podríamos hacer un evento de cierre donde todos los niños puedan llevar los alimentos que recojan.
Mateo y Lucas estuvieron de acuerdo. Juntos, empezaron a diseñar los carteles, utilizando colores brillantes y dibujos divertidos. También decidieron incluir ejemplos de alimentos no perecederos que podían recolectar, como arroz, pastas y latas de atún.
Mientras trabajaban en los carteles, Mateo recordó lo que su madre le había dicho sobre las pequeñas acciones. Se sintió emocionado al pensar que sus esfuerzos no solo estaban ayudando a su comunidad, sino que también estaban inspirando a otros a hacer lo mismo.
La campaña comenzó con gran éxito. Los estudiantes de toda la escuela se unieron, y las aulas se llenaron de cajas y bolsas con alimentos. Cada vez que un niño traía un alimento, Mateo se sentía más orgulloso de lo que habían logrado.
El día del evento de cierre fue un gran éxito. Los padres y miembros de la comunidad llegaron para apoyar a los niños. Había juegos, música y una hermosa mesa llena de los alimentos recolectados. Mateo, Lucas y Sofía organizaron actividades divertidas para que todos pudieran participar.
Mientras la música sonaba y los niños jugaban, Mateo se dio cuenta de que su idea de hacer el bien había crecido más allá de lo que había imaginado. No solo habían recolectado alimentos, sino que también habían unido a la comunidad y fomentado un espíritu de cooperación.
Al final del día, el señor Ramírez, que había sido parte del evento, se acercó a Mateo y le dio una palmadita en la espalda.
—¡Has hecho un gran trabajo, Mateo! Estoy muy orgulloso de ti y de tus amigos.
Mateo sonrió, pero se dio cuenta de que no había sido solo su esfuerzo. Todos habían colaborado y trabajado juntos para hacer el bien. Miró a su alrededor y vio a niños, padres y maestros disfrutando del momento, riendo y compartiendo, y sintió que había cumplido con su misión.
Así, con un corazón lleno de alegría y satisfacción, Mateo entendió que el poder de hacer el bien reside en cada uno de nosotros. Que, aunque cada acción puede parecer pequeña, juntas pueden tener un impacto significativo. Con cada sonrisa y cada abrazo, Mateo sabía que habían sembrado las semillas de la bondad en su comunidad.
El evento de cierre del Día del Bien fue un éxito rotundo. La música sonaba, los niños reían, y los padres se unieron a las actividades con sonrisas y aplausos. Mateo, Lucas y Sofía estaban en su mejor momento, disfrutando de ver cómo su idea había cobrado vida.
Cuando el evento llegó a su fin, todos se reunieron para escuchar las palabras de agradecimiento de la señora Martínez y el señor Ramírez. La maestra, con una mirada orgullosa, se dirigió a los estudiantes:
—Quiero felicitar a todos ustedes. No solo por la cantidad de alimentos que recolectaron, sino por el espíritu de colaboración que demostraron. Cada uno de ustedes ha hecho una gran diferencia en la vida de las familias que recibirán estos alimentos.
Los aplausos resonaron en el parque, y Mateo sintió que su corazón se llenaba de felicidad. Había trabajado arduamente junto a sus amigos, y ver a tantos otros unirse a su causa era un triunfo más grande de lo que había imaginado.
Al final de la charla, la señora Martínez les pidió a Mateo, Lucas y Sofía que subieran al escenario. El micrófono estaba listo para que compartieran sus experiencias y motivaran a otros a continuar haciendo el bien.
—Queremos agradecer a todos por su apoyo y por unirse a nosotros en esta campaña. —comenzó Mateo, con un ligero temblor en la voz—. La idea de hacer el bien puede comenzar con algo pequeño, pero cuando todos nos unimos, podemos lograr grandes cosas.
Sofía continuó:
—Cada día tenemos la oportunidad de ayudar a alguien, ya sea un amigo, un familiar o una persona desconocida. La bondad se contagia, y eso es lo que hemos visto hoy.
Lucas finalizó el mensaje:
—Así que, ¡sigamos haciendo el bien todos los días! Recuerden que cada pequeño gesto cuenta.
Los aplausos resonaron una vez más, y Mateo se sintió lleno de orgullo. Pero, al mirar entre la multitud, se dio cuenta de que había un niño solitario en la esquina, observando el evento desde lejos. Era Samuel, un niño que a menudo parecía triste y aislado en la escuela.
Mateo sintió un impulso. No podía dejar que Samuel se sintiera excluido. Se volvió hacia sus amigos y les dijo:
—¿Qué les parece si invitamos a Samuel a unirse a nosotros?
Lucas y Sofía asintieron, comprendiendo la importancia de hacer sentir bienvenidos a todos.
Sin pensarlo, Mateo se acercó a Samuel y le sonrió.
—¡Hola, Samuel! ¿Por qué no vienes a jugar con nosotros? Estamos celebrando un día especial, y sería genial que te unieras.
Samuel, sorprendido, miró a Mateo y a sus amigos. Se le iluminó el rostro.
—¿De verdad me invitan? —preguntó tímidamente.
—¡Claro! Cuantos más seamos, más divertido será. —respondió Mateo con entusiasmo.
Samuel se unió al grupo, y en cuestión de minutos, se sintió más cómodo. Se unió a los juegos y, con el tiempo, comenzó a reír y disfrutar con los demás. Mateo sintió una gran satisfacción al ver cómo un pequeño gesto de bondad podía cambiar el día de alguien.
Cuando el evento finalmente llegó a su fin, todos se sintieron cansados pero felices. Los padres de Mateo llegaron para recogerlo, y él les contó sobre el éxito del evento y cómo habían recolectado alimentos para ayudar a las familias necesitadas. Su madre, doña Elena, se llenó de orgullo.
—Estoy tan orgullosa de ti, Mateo. Has mostrado un gran liderazgo y compasión.
Mateo sonrió, sabiendo que no podía haberlo hecho solo. La ayuda de sus amigos y el apoyo de su comunidad habían sido fundamentales.
Durante la semana siguiente, Mateo continuó sintiendo el impacto del Día del Bien. La señora Martínez organizó un nuevo proyecto en la escuela, animando a los estudiantes a realizar acciones de bondad a lo largo del año. Se creó un cartel en el pasillo donde los alumnos podían escribir las cosas buenas que habían hecho, y todos estaban emocionados de compartir sus historias.
Mateo, Lucas y Sofía visitaron a Samuel, quien se había convertido en un gran amigo. Juntos, empezaron a planear nuevas actividades para hacer en la escuela, siempre buscando formas de incluir a todos.
Un día, mientras jugaban, Mateo se dio cuenta de que la bondad había creado un efecto en cadena. Samuel comenzó a ayudar a otros, y los niños que antes eran un poco reservados comenzaron a abrirse más y a unirse al grupo.
—¡Mira! —exclamó Lucas un día mientras estaban en el recreo—. Todos están jugando juntos.
Mateo observó y vio cómo todos los niños, incluidos los que solían estar separados, estaban riendo y disfrutando del momento. Se sintió agradecido por el cambio que habían traído.
No pasó mucho tiempo antes de que el señor Ramírez, conmovido por el espíritu de unidad que había crecido en la escuela, propusiera una nueva iniciativa: el “Mes de la Bondad”. Durante todo el mes, los estudiantes podrían participar en diferentes actividades para ayudar a su comunidad, desde recoger basura en el vecindario hasta visitar un hogar de ancianos.
Mateo se sintió emocionado. Había aprendido que hacer el bien no solo era una responsabilidad, sino una forma de conectar con los demás y crear lazos. Se comprometió a participar en cada actividad y animar a sus amigos a hacer lo mismo.
El mes pasó rápidamente, y cada día estuvo lleno de nuevas oportunidades para ayudar y aprender. Al final del mes, el colegio organizó una gran fiesta para celebrar los logros de los estudiantes y reconocer a aquellos que se destacaron en sus acciones de bondad.
Mateo y sus amigos fueron reconocidos por su liderazgo y dedicación, y se sintieron profundamente honrados. En su discurso, Mateo recordó a todos, la lección que había aprendido:
—El mejor regalo que podemos dar no son las cosas materiales, sino nuestro tiempo y nuestra atención. Cada día es una nueva oportunidad para hacer el bien, y juntos podemos lograr grandes cambios.
Cuando la fiesta llegó a su fin y los niños comenzaron a irse a casa, Mateo se sintió lleno de gratitud. Había experimentado la alegría de hacer el bien y cómo esos pequeños actos podían transformar vidas.
En el camino a casa, le comentó a su madre lo agradecido que estaba por tener amigos como Lucas y Sofía, y por la oportunidad de haber cambiado la vida de otros.
—Cada día tenemos la oportunidad de hacer algo positivo, y eso es un regalo que debemos valorar. —dijo su madre, sonriendo.
Mateo supo que el viaje hacia la bondad no terminaba allí. La semilla que había plantado se había arraigado profundamente en su corazón y en el de sus amigos, y estaba decidido a continuar haciendo el bien en su comunidad.
Mientras se acomodaba en su cama esa noche, reflexionó sobre todo lo que había vivido. Sabía que el camino a seguir podría no ser siempre fácil, pero también entendió que cada paso que diera en esa dirección lo acercaría a un mundo más bondadoso y solidario.
Y así, con el corazón lleno de esperanza y un compromiso renovado, Mateo cerró los ojos, sabiendo que cada nuevo día traería consigo la oportunidad de hacer el bien y de ser una luz en la vida de quienes lo rodeaban.
moraleja Todos los días tienes la oportunidad de hacer el bien.
Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.
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