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En la colorida escuela primaria “Estrella Brillante”, la emoción llenaba el aire. Era un día especial, ya que se acercaban las elecciones para el consejo estudiantil, un evento muy esperado por todos los estudiantes. Los pasillos estaban decorados con carteles de los diferentes candidatos, y el murmullo de las voces de los niños resonaba mientras discutían sobre a quién apoyar.

Mateo, un niño de diez años con una sonrisa amable y ojos brillantes, siempre había sido conocido por su forma de ser. No era el más popular ni el más talentoso en deportes, pero tenía un don especial para escuchar y ayudar a sus compañeros. Cuando sus amigos le preguntaron si iba a postularse para ser presidente del consejo estudiantil, se rió y respondió:

—No, creo que hay otros que lo harían mejor. Además, a mí me gusta estar detrás de escena, apoyando a los demás.

Su mejor amiga, Valentina, que siempre había creído en él, lo miró con determinación.

—Mateo, tú eres el más humilde de todos. Pero eso no significa que no puedas ser un gran líder. La escuela necesita a alguien que se preocupe por los demás, ¡y tú lo haces!

Mateo se sintió halagado, pero aún no estaba convencido. Sin embargo, el día de las inscripciones llegó, y su entusiasmo fue creciendo cuando vio que muchos de sus compañeros comenzaban a poner su nombre en la lista. Al final, después de un intercambio de miradas alentadoras con Valentina y otros amigos, Mateo decidió que era hora de dar un paso adelante.

—Está bien, me postularé —dijo con una sonrisa nerviosa, mientras escribía su nombre en el papel.

Durante la siguiente semana, Mateo se dedicó a preparar su campaña. A diferencia de otros candidatos que hacían grandes promesas, él decidió enfocarse en lo que realmente importaba: escuchar las ideas y preocupaciones de sus compañeros. Junto a Valentina y su amigo Diego, organizaron reuniones para que los estudiantes pudieran compartir sus pensamientos sobre cómo mejorar la escuela.

Mateo siempre decía:

—No quiero ser un presidente que solo hable, quiero ser uno que escuche. ¡Ustedes son los verdaderos protagonistas!

Las reuniones fueron un éxito. Los estudiantes comenzaron a sentirse valorados y sus voces, por fin, eran escuchadas. Mateo se dio cuenta de que, al ser humilde y mostrar interés en los demás, estaba logrando algo más grande que él mismo. Cada niño que compartía sus ideas se sentía empoderado y reconocido.

Mientras tanto, otros candidatos estaban haciendo grandes campañas. Tenían carteles llamativos, discursos grandilocuentes y estaban llenos de promesas impresionantes. Mateo no podía evitar sentirse un poco inseguro. ¿Sería suficiente su enfoque humilde?

El día de las elecciones llegó. En el salón de actos, la atmósfera era eléctrica. Los estudiantes estaban ansiosos por escuchar a los candidatos. Cuando llegó el momento de Mateo, sintió una mezcla de nervios y emoción. Se levantó, se acercó al micrófono y, con una sonrisa sincera, comenzó su discurso.

—Hola a todos. Mi nombre es Mateo, y estoy aquí porque creo que juntos podemos hacer de nuestra escuela un lugar mejor. No tengo grandes promesas ni promesas de milagros, pero sí tengo un deseo: quiero escucharles y trabajar junto a ustedes. Cada uno de ustedes cuenta, y sus ideas son importantes para mí. —Hizo una pausa, mirando a su alrededor—. Si me eligen, les prometo que seré su voz, y que juntos haremos que “Estrella Brillante” sea aún más especial.

Mateo terminó su discurso con una sonrisa nerviosa, y en lugar de aplausos, escuchó murmullos de sorpresa. Algunos niños lo miraban impresionados, mientras otros se preguntaban si realmente era posible que un presidente fuera tan… diferente.

La votación fue un momento de tensión. Los estudiantes llenaron las urnas con sus papeletas, y Mateo sintió que su corazón latía con fuerza mientras esperaba los resultados. Tras unas horas, el director se acercó al micrófono, y todos los estudiantes guardaron silencio.

—Queridos estudiantes, tengo el placer de anunciar que el nuevo presidente del consejo estudiantil es… ¡Mateo!

El salón estalló en aplausos y vítores, y Mateo se sintió abrumado por la alegría. No podía creerlo; había ganado. Sus amigos lo abrazaron, y Valentina exclamó:

—¡Lo hiciste, Mateo! ¡Eres el presidente!

Mateo, aunque emocionado, recordó que ser presidente no significaba solo disfrutar de la gloria, sino también asumir una gran responsabilidad. Desde ese día, se propuso trabajar incansablemente para cumplir con lo que había prometido.

En las semanas siguientes, Mateo comenzó su mandato. Su primer acto como presidente fue organizar una reunión con todos los miembros del consejo estudiantil. Se sentaron en círculo, y él, como líder, se dedicó a escuchar cada una de las ideas que surgieron. Había mucho entusiasmo, y todos querían contribuir. Sin embargo, había un pequeño grupo de estudiantes que solía interrumpir y criticar las ideas de los demás.

Mateo, fiel a su naturaleza, decidió abordarlo de manera constructiva. En lugar de ignorarlos o hacerles frente, les preguntó:

—¿Qué piensan que podríamos mejorar en nuestras ideas? Me gustaría conocer su perspectiva.

Los niños se quedaron un poco sorprendidos, pero pronto comenzaron a compartir sus opiniones. Mateo no solo se ganó su respeto, sino que también mostró a todos que ser humilde significaba ser capaz de aprender de los demás.

A medida que los días pasaban, Mateo se sumergió en su nuevo papel como presidente del consejo estudiantil. Su enfoque humilde y su deseo de escuchar a los demás comenzaron a dar frutos. Las reuniones se llenaban de entusiasmo y creatividad, y las ideas de los estudiantes comenzaron a florecer. Sin embargo, no todo fue fácil.

Un día, mientras Mateo se preparaba para una reunión, se encontró con su compañero Lucas, quien se había postulado como vicepresidente. Lucas era carismático y popular, y había sido uno de los candidatos más fuertes. Aunque Mateo lo admiraba, sentía que Lucas a menudo hablaba más de sí mismo que de los demás.

—Mateo, ¿cómo va todo? —preguntó Lucas, con una sonrisa arrogante—. He escuchado que la mayoría de los estudiantes están contentos, pero tú sabes que eso no es suficiente. Necesitamos hacer algo grandioso para mostrarles que somos los mejores.

Mateo sonrió, pero en su interior, sintió un nudo en el estómago. No quería enfocarse en ser “el mejor”, sino en hacer lo correcto para la escuela. Aun así, se sintió un poco influenciado por las palabras de Lucas.

—Sí, creo que deberíamos planear un gran evento, algo que todos recuerden —respondió Mateo, intentando no dejar que la presión lo afectara.

Lucas sonrió y comenzó a compartir ideas extravagantes. “Una gran fiesta”, “un concurso de talentos”, “un viaje escolar a un parque de diversiones”. Mientras hablaba, Mateo podía ver que su compañero estaba más interesado en impresionar a los demás que en realmente escuchar lo que los estudiantes querían.

Durante las siguientes semanas, Mateo y Lucas trabajaron juntos para organizar el evento. Sin embargo, Mateo notó que las ideas de Lucas eran cada vez más ostentosas y menos conectadas con los intereses de los estudiantes. Mientras tanto, Mateo seguía recogiendo sugerencias y organizando reuniones para conocer las preferencias de sus compañeros. Muchos estudiantes le expresaron que lo que realmente deseaban era un espacio seguro para expresar sus talentos y pasiones.

Un día, durante una reunión, una niña llamada Lía, que era tímida pero muy talentosa en el dibujo, se atrevió a hablar.

—Mateo, creo que deberíamos hacer una exposición de arte, donde todos puedan mostrar lo que saben hacer —dijo con voz suave pero decidida.

Mateo se iluminó al escucharla. Sabía que una exposición de arte podría ser un gran éxito, ya que permitiría a cada estudiante mostrar su creatividad. Sin embargo, cuando compartió la idea con Lucas, este frunció el ceño.

—¿Una exposición de arte? Eso suena aburrido —respondió Lucas, sacudiendo la cabeza—. Necesitamos algo emocionante, algo que atraiga a la multitud.

Mateo, aunque sintió que la idea de Lía era valiosa, dudó por un momento. ¿Debía seguir su instinto y arriesgarse a no complacer a Lucas y a los demás? Pero recordó lo que había aprendido en su campaña: la verdadera grandeza viene de ser fiel a uno mismo y a los demás.

—Creo que es importante escuchar lo que los estudiantes quieren, Lucas. Hay mucho talento en esta escuela, y deberíamos darles la oportunidad de brillar. —Mateo decidió ser firme—. Me gustaría seguir adelante con la exposición de arte.

Lucas miró a Mateo con desdén.

—Está bien, pero si no resulta, no dirás que no te lo advertí. —Lucas se cruzó de brazos, claramente desinteresado.

Mateo, sin dejarse intimidar, comenzó a planear la exposición de arte. Se reunió con Lía y otros estudiantes talentosos, quienes se sintieron emocionados al poder participar. Juntos, comenzaron a organizar un evento donde cada uno pudiera mostrar su obra, independientemente de su nivel de habilidad. Mateo los alentó, diciendo:

—Lo más importante es que se sientan orgullosos de lo que han creado. La humildad en el arte significa reconocer que cada expresión tiene su valor.

Con cada reunión, la emoción fue creciendo. Los estudiantes comenzaron a trabajar en sus obras, desde pinturas hasta esculturas y dibujos. Todos se sintieron incluidos, y eso hizo que el ambiente en la escuela se volviera más positivo y colaborativo.

Sin embargo, a medida que la fecha del evento se acercaba, Lucas se sintió cada vez más a la deriva. Se dio cuenta de que la exposición de arte no tendría la misma atención que un evento ruidoso y festivo, y su ego comenzó a herirse. En lugar de unirse al esfuerzo, empezó a restarle importancia al trabajo de Mateo y a criticar el enfoque que había tomado.

—Esto no va a funcionar. La gente quiere espectáculo, no un montón de dibujos —dijo Lucas en una reunión, mirando a los demás con desdén.

Mateo, sintiendo la tensión en el aire, decidió que era el momento de hablar con Lucas en privado.

—Lucas, entiendo que quieras hacer algo grande, pero creo que debemos confiar en lo que realmente quieren los estudiantes. Este evento es una oportunidad para que todos se sientan incluidos. La verdadera grandeza se encuentra en dar espacio a los demás —dijo Mateo con sinceridad.

Lucas se quedó en silencio, aparentemente reflexionando. Sin embargo, su ego no le permitió aceptar la idea. Finalmente, se dio la vuelta y salió de la sala, dejando a Mateo preocupado por lo que eso podría significar para la exposición.

En los días siguientes, Mateo se centró en el evento y en ayudar a sus compañeros a prepararse. La pasión de los estudiantes por el arte brillaba a medida que compartían sus historias y trabajaban en sus obras. Mateo no solo se convirtió en un líder, sino también en un amigo para muchos de ellos. Las sonrisas y la creatividad en el aire comenzaron a transformarse en un vínculo especial entre todos.

El día de la exposición llegó, y los pasillos de la escuela estaban decorados con las obras de arte de los estudiantes. Mateo se sintió orgulloso al ver que cada niño había dado lo mejor de sí, y todos estaban ansiosos por mostrar su trabajo.

Sin embargo, Lucas no se presentó. Mateo se preocupó por él, preguntándose si tal vez había decidido no participar en el evento. Aun así, el corazón de Mateo estaba lleno de gratitud por la oportunidad de ver a sus compañeros florecer.

Cuando los padres y estudiantes llegaron para la exposición, la atmósfera era mágica. La sala estaba llena de color, risas y el sonido de los aplausos. Mateo se sintió emocionado mientras caminaba entre las obras, animando a sus compañeros y aplaudiendo cada creación.

Sin embargo, de repente, se dio cuenta de que había un grupo de niños que se acercaban al mural que había hecho Lucas. En él, había un mensaje escrito en letras grandes que decía: “La verdadera grandeza está en brillar con los demás”.

Mateo se sintió conmovido. Lucas había decidido unirse a la exposición, no de la manera que él había imaginado, pero sí con un mensaje poderoso. En ese momento, entendió que, aunque su enfoque era diferente, ambos compartían la misma meta: hacer de su escuela un lugar donde cada niño se sintiera especial.

Mateo se acercó a Lucas, que estaba observando la reacción de los demás.

—Gracias por ser parte de esto, Lucas. —dijo Mateo con una sonrisa—. Tu mensaje es realmente inspirador.

Lucas lo miró, y por primera vez, sus ojos reflejaron algo más que ego. Había un destello de comprensión.

—Lo siento, Mateo. Creo que me dejé llevar por la idea de ser el mejor. Pero esta exposición… —hizo una pausa—. Este es el verdadero espectáculo.

Mateo sonrió, sintiendo que su mensaje había resonado. En ese momento, supo que la humildad de uno podía inspirar la grandeza en los demás. Juntos, habían logrado algo mucho más significativo que una competencia. Habían creado un espacio donde cada voz contaba, donde cada niño podía brillar.

A medida que la exposición continuaba, el ambiente se llenó de risas, alegría y reconocimiento. Los padres admiraban las obras de sus hijos y compartían palabras de aliento y aprecio. Los estudiantes, por su parte, se sentían orgullosos de su trabajo y la oportunidad de compartirlo con los demás. Mateo se movía entre las mesas, brindando apoyo y reconocimiento a cada uno de sus compañeros.

—¡Mira lo que hice! —exclamó Diego, mostrando una pintura vibrante de un paisaje lleno de colores brillantes. Mateo aplaudió con entusiasmo.

—Es increíble, Diego. Tu talento brilla aquí. ¡Esto merece ser enmarcado! —dijo Mateo, y su amigo sonrió de oreja a oreja.

Sin embargo, mientras la exposición avanzaba, Mateo notó que Lucas se había alejado del grupo. Intrigado, lo siguió hasta un rincón donde el niño estaba observando a los demás desde la distancia, con una expresión melancólica en su rostro.

—¿Te encuentras bien, Lucas? —preguntó Mateo, acercándose.

Lucas suspiró, con los hombros caídos.

—No sé, Mateo. He estado pensando en todo esto. Siempre he creído que el éxito se mide por cuántas personas te aplauden, pero veo a todos disfrutando de sus obras y compartiendo momentos. Quizás he estado equivocado.

Mateo sintió que era el momento adecuado para compartir lo que había aprendido.

—A veces, la verdadera grandeza no se trata de ser el centro de atención. Se trata de levantar a los demás y celebrar sus logros. Cuando ayudas a otros a brillar, también te conviertes en parte de esa luz.

Lucas asintió lentamente, y una pequeña sonrisa se asomó en su rostro.

—Gracias, Mateo. Nunca había pensado en ello de esa manera. Quizás no sea tan malo ser humilde.

Mateo sonrió y dio un paso atrás para observar la escena que se desarrollaba frente a ellos. Los estudiantes reían y conversaban, disfrutando de la compañía y apoyándose mutuamente. Se sentía como si cada obra de arte, cada risa y cada palabra de aliento fueran hilos que tejían una hermosa tela de amistad y comunidad.

Mientras tanto, los estudiantes comenzaron a compartir historias sobre sus obras. Lía habló sobre la inspiración detrás de su dibujo, y otros compartieron sus propios relatos, llenos de experiencias y emociones. Mateo se sintió lleno de alegría al ver cómo cada niño florecía en la atención y el reconocimiento de sus compañeros.

A medida que la exposición llegaba a su fin, Mateo tomó el micrófono para agradecer a todos por participar y por hacer de la exposición un éxito.

—Quiero agradecer a cada uno de ustedes por ser parte de este día especial. No solo hemos mostrado nuestras obras, sino que hemos creado un espacio donde todos se sienten valorados. Este evento no solo es un reflejo de nuestro talento, sino de lo que somos como comunidad. —Hizo una pausa y miró a Lucas—. La grandeza no se mide por el número de aplausos, sino por la capacidad de alentar a otros a brillar.

Las palabras de Mateo resonaron en el corazón de todos los presentes, y una ovación estalló en la sala. Todos aplaudían, y entre la multitud, Mateo pudo ver la expresión de satisfacción en los rostros de sus compañeros.

Al final de la jornada, cuando todos comenzaron a irse, Mateo se acercó a Lucas.

—¿Te gustaría ayudarnos a planear nuestro próximo evento? Creo que podríamos organizar algo que celebre no solo el arte, sino también la diversidad de talentos en nuestra escuela.

Lucas sonrió genuinamente.

—¡Claro! Esta vez, lo haré desde el corazón. Quiero que cada niño sienta que su voz importa.

Mateo sintió una ola de alegría al escuchar eso. En ese momento, supo que había logrado mucho más que una simple exposición de arte; había cultivado un sentido de comunidad, un espacio donde todos se sentían valorados y respetados.

Con el tiempo, Mateo y Lucas trabajaron juntos en más proyectos, aprendiendo uno del otro y creciendo en sus respectivas habilidades. La escuela “Estrella Brillante” se transformó en un lugar donde todos los estudiantes podían compartir sus talentos sin temor al juicio, y Mateo se convirtió en un símbolo de la importancia de la humildad y el respeto.

Mateo entendió que ser un buen líder no significaba solo estar al frente, sino estar al servicio de los demás, escucharlos y darles espacio para crecer. Con cada nuevo evento y cada nueva iniciativa, continuó cultivando la idea de que cuando ayudas a otros, también te ayudas a ti mismo. La humildad se convirtió en la base de su liderazgo, y su amistad con Lucas se fortaleció a medida que ambos aprendieron a celebrar no solo sus éxitos individuales, sino los de todos.

Y así, en la escuela “Estrella Brillante”, la luz de la grandeza brilló con más fuerza que nunca, recordando a cada niño que su voz y su creatividad eran importantes, y que la verdadera grandeza radica en compartir y cuidar a quienes nos rodean.

moraleja Ser humilde te hace más grande.

Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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