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En una pequeña ciudad donde los días siempre eran soleados y la gente sonreía al pasar, vivía una niña llamada Sofía. Sofía era una niña muy curiosa, siempre llena de energía e ideas creativas. Le encantaba dibujar y pasaba horas creando obras de arte en su cuaderno. Sin embargo, había algo que a veces la hacía sentir insegura: su manera de vestir. Sofía siempre elegía ropa cómoda y colorida, pero a menudo se comparaba con sus compañeros, quienes llevaban ropa de marcas populares y seguían las últimas tendencias.

Un día, mientras se preparaba para ir a la escuela, Sofía se miró en el espejo. A su lado, su hermano menor, Tomás, estaba jugando con sus bloques de colores.

—Sofía, ¿por qué no usas esa blusa nueva que te compraron? —preguntó Tomás, alzando la vista—. ¡Es muy bonita!

Sofía se encogió de hombros, mirando su ropa con desdén. Aunque su blusa era brillante y alegre, la duda empezaba a asomarse en su mente.

—Es que no sé si me queda bien —murmuró, bajando la mirada.

—Pero a mí me gusta —insistió Tomás—. ¡Y no importa lo que piensen los demás! Eres tú la que se tiene que sentir feliz.

Las palabras de Tomás resonaron en la cabeza de Sofía mientras se dirigía a la escuela. Sin embargo, al llegar, notó que algunos de sus compañeros estaban hablando de la ropa de otra niña, Valeria, quien siempre llevaba prendas de moda. Sofía sintió que su corazón se encogía al recordar sus propias inseguridades.

—¿Viste lo que llevaba puesta Valeria? Es tan genial —dijo una niña del grupo.

—Sí, yo también quiero algo así. Mi mamá no me compra ropa nueva —respondió otro chico.

Sofía se sintió pequeña, como si su propio estilo no tuviera valor. Durante el receso, se sentó sola en un banco del patio, dibujando en su cuaderno. Pero incluso su dibujo no parecía tan bueno como antes, y la inseguridad comenzó a hacer eco en su mente.

De repente, una voz familiar la interrumpió.

—¿Qué haces, Sofía? —preguntó su amiga Lila, acercándose con una gran sonrisa.

—Solo estoy dibujando, nada especial —respondió Sofía, tratando de sonar despreocupada.

—¡Deja de ser modesta! —dijo Lila, mirando el cuaderno—. ¡Tus dibujos son increíbles! Deberías mostrarle a todos.

Sofía sintió un rubor en sus mejillas. A pesar de que le encantaba dibujar, nunca había compartido sus obras con otros. El miedo al juicio y la crítica la mantenía en silencio.

—Pero… ¿y si a nadie le gusta? —preguntó Sofía, mirando a Lila con preocupación.

—Eso no importa —contestó Lila, sentándose a su lado—. Lo que importa es que a ti te guste lo que haces. Y si no te respetas a ti misma, ¿cómo esperas que los demás lo hagan? ¡Eres única y eso es lo que importa!

Las palabras de Lila resonaron en el corazón de Sofía, pero aún se sentía insegura. Así que, cuando la maestra anunció que había un concurso de talentos, Sofía se sintió paralizada por el miedo.

—Sofía, deberías participar —dijo Lila, entusiasmada—. Puedes mostrar tus dibujos y contar sobre ellos. La gente necesita ver lo talentosa que eres.

Sofía se mordió el labio. La idea de subirse al escenario la aterraba, pero también había algo dentro de ella que anhelaba compartir su arte con los demás. Sin embargo, el miedo a ser juzgada la mantenía atada.

La semana del concurso llegó rápidamente, y la escuela estaba llena de emoción. Los pasillos resonaban con el sonido de las risas y los aplausos mientras los estudiantes se preparaban para mostrar sus talentos. Sofía se sentó en su aula, mirando por la ventana. Todos parecían emocionados, pero ella no podía dejar de pensar en lo que podría pasar si fracasaba.

—Sofía, ¿has decidido qué vas a hacer? —preguntó la maestra, notando su inquietud.

—No lo sé… —respondió Sofía, sintiendo que su voz temblaba—. Me gustaría dibujar, pero tengo miedo.

La maestra se acercó y se agachó a su lado.

—Sofía, todos tenemos miedo a veces. Pero si no respetas tu propio talento, no podrás compartirlo con el mundo. Recuerda que el respeto por uno mismo comienza por valorarse y aceptarse tal como eres.

Sofía miró a su maestra y sintió que esas palabras la tocaban. Era como si una luz brillara en su interior, iluminando la oscuridad de sus dudas. Decidió que era hora de enfrentar sus temores.

Finalmente, llegó el día del concurso. El auditorio estaba lleno de estudiantes y padres emocionados. Sofía, con su cuaderno en la mano, se sintió un poco nerviosa, pero recordó las palabras de Lila y de su maestra. Con el corazón latiendo rápido, decidió que iba a presentar su arte.

Cuando su turno llegó, subió al escenario. La luz del foco iluminó su rostro, y de repente, todos los ojos estaban puestos en ella. Sofía respiró hondo y miró al público.

—Hola a todos, soy Sofía y hoy quiero mostrarles mis dibujos. A veces, dudo de mí misma, pero he aprendido que el respeto por uno mismo es importante —comenzó a decir, sintiendo una oleada de confianza.

Sofía mostró su cuaderno, y a medida que pasaba las páginas, el auditorio se llenaba de murmullos de admiración. Sus dibujos eran coloridos y llenos de vida, y cada uno contaba una historia. La magia de su arte comenzó a captar la atención de todos.

Mientras hablaba sobre cada dibujo, Sofía sintió que su miedo se desvanecía. Por primera vez, se dio cuenta de que su talento era valioso y que tenía derecho a ser vista y escuchada. Con cada palabra, el respeto por sí misma creció, y ese respeto se reflejaba en las sonrisas y aplausos del público.

Al finalizar su presentación, el auditorio estalló en aplausos. Sofía se sintió inundada de alegría, y sus ojos se llenaron de lágrimas. Había superado sus miedos y, en el proceso, había aprendido a respetarse a sí misma.

Cuando bajó del escenario, Lila corrió hacia ella y la abrazó con fuerza.

—¡Lo hiciste, Sofía! ¡Eres increíble!

—Gracias, Lila. No sé qué hubiera hecho sin ti —respondió Sofía, sonriendo de oreja a oreja.

Al día siguiente, Sofía se sintió diferente. Las inseguridades que antes la atormentaban parecían más pequeñas. El respeto que había cultivado por sí misma también empezó a reflejarse en la manera en que trataba a los demás. Se dio cuenta de que cuando uno se respeta, es más fácil respetar a los demás.

Así, con su corazón lleno de esperanza y amor propio, Sofía se preparó para enfrentar cada nuevo día en la escuela, llevando consigo el poderoso mensaje de que el respeto comienza desde dentro.

Los días pasaron y Sofía se sentía como una nueva persona. La experiencia del concurso la había transformado; ahora sabía que era capaz de enfrentar sus miedos y compartir su arte con el mundo. Sin embargo, también se dio cuenta de que había otros niños en su escuela que luchaban con sus propias inseguridades, especialmente aquellos que eran un poco diferentes a los demás.

Una mañana, mientras Sofía estaba en clase, notó que un nuevo niño había llegado. Su nombre era Leo, y se veía un poco tímido. Sofía lo observó mientras se sentaba en la esquina del aula, con la cabeza baja y un libro cerrado frente a él. Aunque era un niño nuevo, Sofía recordó cómo se había sentido en su primer día de clases. En ese momento, decidió que quería hacer algo al respecto.

Durante el receso, Sofía se acercó a Leo, quien parecía estar solo.

—Hola, soy Sofía —dijo con una sonrisa—. ¿Te gustaría unirte a nosotros para jugar?

Leo la miró sorprendido. Al principio, pareció dudar, pero luego sonrió tímidamente.

—Soy Leo. Me gustaría, pero no sé jugar a muchos juegos.

Sofía sintió que su corazón se conmovía. Recordó lo difícil que había sido para ella encontrar su lugar en la escuela.

—No te preocupes, yo puedo enseñarte —respondió Sofía—. ¡Vamos a jugar a las escondidas!

Mientras jugaban, Sofía notó que Leo era bastante ágil y que se reía fácilmente. Con cada risa, la confianza de Leo iba creciendo. Después de jugar, se sentaron en una banca del patio y comenzaron a hablar.

—Me gusta tu dibujo —dijo Leo, mirando el cuaderno de Sofía que tenía a su lado—. ¿Haces eso todo el tiempo?

—Sí, me encanta dibujar. ¿Y tú, te gusta hacer algo en especial? —preguntó Sofía, interesada.

—Me gusta escribir cuentos, pero nunca los muestro a nadie —respondió Leo, encogiéndose de hombros.

—¡Eso suena genial! —exclamó Sofía—. Deberías mostrármelos alguna vez. Tal vez podamos compartir nuestras creaciones.

Leo sonrió, sintiendo que Sofía realmente le estaba prestando atención. La conexión entre ambos creció rápidamente, y se hicieron amigos inseparables. Cada día, Sofía animaba a Leo a que hablara más sobre sus cuentos, y Leo la alentaba a seguir dibujando. A través de su amistad, Sofía se dio cuenta de que ayudar a otros a respetarse a sí mismos también la hacía sentir bien.

Sin embargo, no todo era fácil. A medida que la amistad de Sofía y Leo florecía, algunos de sus compañeros comenzaron a notar su cercanía. Entre ellos estaba Valeria, la niña que siempre llevaba ropa de moda y que parecía ser la líder del grupo. Valeria nunca había sido amable con Sofía, y ahora, al ver a Sofía y Leo juntos, decidió que tenía que hacer algo al respecto.

—Mira, Sofía, ¿realmente crees que eres amiga de Leo? —dijo Valeria con una sonrisa burlona—. ¿No ves que es un poco raro?

Las palabras de Valeria resonaron en el patio como una campana. Sofía sintió que la inseguridad comenzaba a infiltrarse de nuevo en su mente. Se dio cuenta de que, a pesar de sus avances, todavía había partes de ella que podían ser afectadas por el juicio ajeno.

—¿Por qué es raro? —preguntó Sofía, tratando de mantener la calma.

—Porque no se viste como nosotros —dijo Valeria, señalando la ropa sencilla de Leo—. ¿No te parece que deberías estar con alguien más “normal”?

Sofía sintió que su corazón latía con fuerza. Por un lado, quería defender a Leo y su amistad, pero por otro, las palabras de Valeria la hicieron dudar de sí misma. ¿Acaso realmente estaba haciendo algo incorrecto al ser amiga de alguien diferente?

Leo, que había estado escuchando, se encogió aún más en su asiento. Sofía se dio cuenta de que sus palabras estaban afectando a su amigo, y eso la llenó de una determinación nueva. En ese momento, se dio cuenta de que el respeto que había cultivado por sí misma ahora debía extenderse a Leo.

—Valeria, no se trata de lo que llevamos puesto, sino de quiénes somos por dentro. Leo es una persona increíble, y ser diferente es lo que nos hace únicos —dijo Sofía, mirando a Valeria con firmeza.

Valeria se quedó en silencio por un momento, sorprendida por la respuesta de Sofía. Pero luego, rápidamente se recompuso y soltó una risa burlona.

—¿En serio crees que eso importa? Todos sabemos que solo importa lo que se ve por fuera —respondió Valeria, volviéndose hacia sus amigos.

Sofía sintió una mezcla de tristeza y enojo. Sin embargo, en lugar de dejarse llevar por la negatividad, recordó las palabras de su maestra: el respeto comienza con uno mismo. Ella se había esforzado tanto en aprender a aceptarse, y no iba a dejar que alguien le hiciera sentir menos.

—A mí me importa lo que hay dentro —dijo Sofía, mirando a Leo con una sonrisa—. Y estoy orgullosa de nuestra amistad.

Leo, al escuchar las palabras de Sofía, sintió una ola de gratitud. Por primera vez, se dio cuenta de que no estaba solo y que su amistad con Sofía era algo valioso.

Los días siguientes no fueron fáciles. Sofía y Leo enfrentaron miradas y comentarios malintencionados de algunos compañeros. Pero, en lugar de permitir que eso los afectara, se apoyaron mutuamente. Sofía se dedicó a recordar a Leo que era un escritor talentoso, mientras que él la inspiraba a seguir dibujando y a compartir su arte.

Durante el almuerzo, Sofía decidió que era hora de hacer algo especial. Quería mostrar a todos que la verdadera amistad se basa en el respeto y la aceptación, sin importar las diferencias. Así que un día, invitó a toda su clase a una exposición de arte y cuentos.

—¡Vamos a mostrar nuestros talentos! —anunció Sofía emocionada—. Haré una exposición en el patio después de clases. Quiero que todos puedan ver lo que hacemos.

Algunos de los compañeros de clase se mostraron escépticos, pero Sofía estaba decidida. Junto a Leo, trabajaron arduamente en la preparación de la exposición, creando dibujos y cuentos que mostraran su visión del mundo. A medida que se acercaba el día, su confianza creció.

El día de la exposición llegó, y el patio se llenó de color. Sofía y Leo colocaron sus trabajos en mesas decoradas con flores y globos. A medida que los demás estudiantes llegaban, se sintieron intrigados por la creatividad que había surgido de dos personas que habían sido subestimadas.

Las palabras de aliento y admiración comenzaron a surgir, y las sonrisas reemplazaron las miradas de juicio. Sofía se sintió como si estuviera compartiendo una parte de su alma, y al ver la reacción positiva de sus compañeros, su corazón se llenó de alegría. Leo también sintió que su valor crecía, y decidió que era hora de compartir uno de sus cuentos.

—Voy a leer uno de mis relatos —dijo Leo, tomando una respiración profunda. Mientras leía su cuento, su voz comenzó a resonar con confianza, y todos escucharon atentamente.

Al finalizar, el patio estalló en aplausos. La exposición se había convertido en un éxito, y Sofía sintió que, juntos, habían creado un espacio seguro para que todos pudieran expresar su creatividad. No solo había valido la pena compartir su arte, sino que también había valido la pena luchar por el respeto que ambos merecían.

Mientras el sol se ponía, Sofía y Leo se miraron con una sonrisa.

—Lo hicimos, Sofía —dijo Leo, aún con una mezcla de sorpresa y felicidad.

—Sí, lo hicimos —respondió Sofía, sintiendo que su corazón latía de alegría.

Ambos sabían que, aunque el camino no había sido fácil, habían encontrado la fuerza en la amistad y el respeto mutuo. Ahora, estaban listos para enfrentar cualquier desafío que pudiera venir, sabiendo que el verdadero respeto por uno mismo se traduce en respeto por los demás.

moraleja El respeto por los demás comienza con el respeto por uno mismo.

Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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