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Era un día soleado y perfecto para una aventura en la naturaleza. Un grupo de amigos de la escuela decidió que esa mañana sería ideal para ir de excursión al Bosque Susurrante, un lugar conocido por sus altos árboles y senderos serpenteantes que escondían muchas sorpresas. Entre ellos estaban Ana, Leo y Marta, tres compañeros inseparables que amaban explorar la naturaleza.

—¡Estoy emocionada por la caminata de hoy! —dijo Ana mientras ajustaba su mochila antes de salir de casa.

—Sí, me han contado que el Bosque Susurrante tiene unos árboles gigantescos y muchos animales. Será increíble —añadió Leo, que llevaba consigo una pequeña cámara para capturar todo lo que encontraran.

—Pero también hay que tener cuidado —advirtió Marta, quien siempre era la más cautelosa del grupo—. Mi papá dice que el bosque es muy grande y fácil de perderse si no prestamos atención.

Los tres amigos se encontraron en la plaza central del pueblo, donde se reunieron con su maestra, la señorita Vega, y algunos otros compañeros de la escuela. La señorita Vega había organizado el paseo como parte de una actividad escolar para aprender más sobre la naturaleza y la importancia de escuchar y observar con atención el entorno que los rodeaba.

—Escuchar bien es clave para aprender de la naturaleza —les dijo la señorita Vega antes de comenzar el paseo—. El bosque tiene sus propios sonidos y señales. Si prestamos atención, aprenderemos mucho más de lo que podemos ver.

Ana, Leo y Marta estaban listos para la aventura. Con sus mochilas llenas de agua, bocadillos y una libreta para anotar sus observaciones, siguieron a la maestra y al grupo por el sendero que se adentraba en el bosque. A medida que caminaban, el aire fresco del bosque los envolvía, y los sonidos de los pájaros y las hojas susurrantes creaban un ambiente mágico.

—Este lugar es increíble —dijo Leo, mientras tomaba fotos de los altos robles que los rodeaban—. Mira esos pájaros, nunca los había visto antes.

—Esos son mirlos —respondió la señorita Vega—. Son muy comunes en esta parte del bosque. Si escuchamos con atención, también podemos oír sus cantos, que son una señal para otros pájaros de su territorio.

Los amigos estaban maravillados con todo lo que el bosque les ofrecía. Ana, siempre curiosa, comenzó a hacer preguntas sobre las plantas y los animales que veía. Marta, aunque estaba disfrutando el paseo, no dejaba de recordar las advertencias de su papá sobre el peligro de perderse si no prestaban atención a las indicaciones del grupo.

Después de caminar durante un buen rato, el grupo se detuvo en un claro para descansar y comer algo. Mientras los niños disfrutaban de sus bocadillos, la señorita Vega les explicó más sobre la flora y fauna del lugar. Fue en ese momento cuando Ana, emocionada por explorar más, notó un pequeño sendero que se desviaba del principal y que parecía adentrarse en una zona del bosque aún más frondosa.

—¡Miren! —exclamó Ana, señalando el sendero—. ¿Qué tal si exploramos un poco más por allá? Podría ser interesante.

Marta, siempre cautelosa, frunció el ceño.

—No estoy segura, Ana. La señorita Vega dijo que debíamos seguir el sendero principal para no perdernos.

Leo, que solía ser el más aventurero, se mostró interesado en la idea de Ana.

—Podríamos ir y regresar rápido. Solo será un pequeño desvío, y luego volvemos antes de que el grupo se dé cuenta.

Ana, animada por la idea de descubrir algo nuevo, insistió.

—¡Vamos! No pasará nada. Solo será un rato, y así podremos contarle al resto del grupo lo que encontramos.

Sin escuchar las advertencias de Marta, Ana y Leo comenzaron a caminar por el sendero secundario. Aunque Marta dudaba, no quería quedarse sola, así que los siguió, esperando que volvieran pronto al grupo. Mientras avanzaban por el nuevo sendero, se dieron cuenta de que el bosque a su alrededor se volvía cada vez más denso. Las ramas de los árboles se entrelazaban en lo alto, creando sombras que hacían que el lugar se viera diferente al claro en el que habían estado descansando.

—Creo que deberíamos regresar —dijo Marta, sintiéndose incómoda—. No estamos prestando atención a lo que la señorita Vega nos dijo. Además, este sendero no parece seguro.

—Solo un poco más —respondió Ana, decidida a seguir adelante—. Ya estamos aquí, no pasa nada.

Pero, después de unos minutos, los tres amigos se dieron cuenta de algo inquietante: el sendero comenzaba a desaparecer bajo sus pies, y la vegetación se hacía más espesa. Las ramas crujían bajo sus pasos, y los sonidos del bosque, que antes eran relajantes, ahora parecían un poco más misteriosos. Leo intentó tomar fotos, pero la luz que pasaba entre los árboles era escasa.

—No me gusta esto —murmuró Marta—. Apenas podemos ver por dónde vamos.

De repente, escucharon un ruido entre los arbustos, lo que los hizo detenerse en seco.

—¿Qué fue eso? —preguntó Leo, con los ojos muy abiertos.

—No lo sé, pero creo que deberíamos regresar —dijo Ana, ahora sintiéndose menos segura de su decisión.

Intentaron regresar por el mismo camino por el que habían venido, pero el bosque se veía diferente. No podían encontrar el sendero, y todo a su alrededor parecía igual. Habían dejado de prestar atención a las señales del bosque y, lo que es peor, habían ignorado las advertencias de Marta y la maestra.

—Creo que estamos perdidos —dijo Marta, con la voz temblorosa—. No debimos haber venido aquí. La señorita Vega nos dijo que siguiéramos el sendero principal y que escucháramos con atención.

Ana y Leo, sintiéndose culpables, sabían que Marta tenía razón. No habían prestado atención a las indicaciones y ahora estaban en problemas.

—No te preocupes —dijo Leo, intentando mantener la calma—. Vamos a encontrar la salida. Solo tenemos que recordar por dónde vinimos.

Pero a medida que avanzaban, todo se veía igual. El sonido de las hojas susurrando en los árboles se hacía más intenso, y aunque intentaban no entrar en pánico, los tres amigos sabían que estaban en una situación complicada.

—Si solo hubiéramos escuchado con más atención… —dijo Ana, suspirando—. Esto es culpa mía.

—No es solo tu culpa —respondió Marta—. Todos podríamos haber sido más cuidadosos. Pero ahora debemos pensar en cómo salir de aquí.

A medida que avanzaban, Ana, Leo y Marta se dieron cuenta de lo difícil que sería encontrar el camino de regreso. El bosque era un laberinto de árboles, arbustos y hojas que crujían bajo sus pies, pero cada rincón parecía idéntico al anterior. Ana, quien había estado tan emocionada por explorar el sendero, ahora comenzaba a sentir la presión de haber tomado una mala decisión.

—Creo que estamos caminando en círculos —dijo Leo, deteniéndose y mirando a su alrededor—. Todo se ve igual.

Ana, con el rostro tenso, se mordió el labio, sabiendo que Marta tenía razón desde el principio. No había escuchado las advertencias de su amiga, ni las indicaciones de la señorita Vega, y ahora estaban perdidos.

—Esto es culpa mía —admitió Ana, mirando a sus amigos—. No debería haber insistido en tomar este camino. Si solo hubiera escuchado lo que nos dijeron…

Marta, aunque algo asustada, intentó ser la voz de la razón.

—No importa de quién fue la idea —dijo—. Lo importante ahora es encontrar la manera de salir de aquí. Tal vez si recordamos lo que la señorita Vega nos dijo sobre prestar atención a los sonidos y señales del bosque, podríamos orientarnos.

Leo, siempre curioso, levantó la cabeza, intentando captar cualquier sonido que pudiera ayudarlos. El bosque tenía su propio lenguaje, con susurros de hojas, cantos de pájaros y el crujir de las ramas al viento. Mientras escuchaba, se dio cuenta de que había algo diferente en esos sonidos.

—Escuchen —dijo Leo en voz baja—. ¿Pueden oír el río? Creo que hay un arroyo cerca.

Ana y Marta se quedaron quietas, concentrándose en los sonidos que las rodeaban. Después de unos momentos, comenzaron a oírlo también: un suave murmullo de agua corriendo a lo lejos.

—¡Es el arroyo! —exclamó Ana, con un rayo de esperanza—. Si seguimos el sonido del agua, podríamos encontrar el camino de vuelta. La señorita Vega mencionó que uno de los senderos seguía el curso del arroyo.

Con renovada determinación, los tres amigos comenzaron a caminar hacia el sonido del agua. A medida que avanzaban, intentaban ser más atentos a su entorno, asegurándose de no perderse nuevamente. El bosque, que antes les había parecido una trampa, ahora comenzaba a ofrecerles pequeñas señales que los guiaban.

—Debemos prestar mucha atención —dijo Marta, siempre cautelosa—. Cualquier ruido o señal puede ser importante.

El sonido del agua se hacía cada vez más claro, lo que les daba esperanza de que pronto encontrarían el arroyo y, con suerte, el sendero principal. Sin embargo, el camino no era fácil. Había ramas caídas que bloqueaban su paso, y algunas partes del bosque eran tan espesas que tenían que moverse con cuidado para no tropezar.

A mitad del trayecto, Leo se detuvo abruptamente. Había escuchado algo que lo puso en alerta.

—¿Oyeron eso? —preguntó en voz baja.

Marta y Ana se quedaron quietas. Esta vez, no era el sonido del agua, sino algo diferente. Algo que venía de entre los arbustos cercanos.

—Parece que hay algo moviéndose allí —dijo Ana, señalando con el dedo hacia una zona oscura del bosque.

Los tres se quedaron inmóviles, escuchando con atención. No querían asustarse sin razón, pero sabían que en el bosque podía haber animales. A pesar de su nerviosismo, recordaron lo que la señorita Vega les había dicho al comienzo del paseo: “El bosque tiene sus propios sonidos, pero si escuchamos con atención, sabremos cuándo hay que seguir adelante y cuándo debemos retroceder.”

Finalmente, después de un momento de tensión, los amigos vieron salir de los arbustos a un ciervo pequeño, que cruzó el camino con gracia y se perdió entre los árboles. Ana soltó un suspiro de alivio.

—Solo era un ciervo —dijo, sonriendo a sus amigos—. Pero es una buena lección. Tenemos que estar atentos y no apresurarnos.

Continuaron caminando, esta vez mucho más concentrados en su entorno. Finalmente, después de lo que parecieron horas pero que probablemente solo fueron unos minutos, llegaron al arroyo. El agua corría suavemente sobre las piedras, y al otro lado del pequeño cauce vieron un sendero que les resultaba familiar.

—¡Es el camino! —exclamó Marta, sintiéndose aliviada—. Si seguimos el arroyo, llegaremos al sendero principal y podremos regresar con el grupo.

—Nunca me había alegrado tanto de ver un camino —dijo Leo, riendo mientras tomaba una foto del arroyo para recordar el momento.

Mientras caminaban a lo largo del arroyo, Ana se quedó pensativa. Sabía que esta experiencia les había enseñado una lección importante. No solo sobre los peligros de no prestar atención a las indicaciones, sino también sobre la importancia de escuchar a los demás.

—Marta, tenías razón desde el principio —dijo Ana, girando hacia su amiga—. Deberíamos haber escuchado mejor tus advertencias. Si lo hubiéramos hecho, no habríamos pasado por este susto.

Marta sonrió, agradecida por las palabras de Ana.

—Lo importante es que ahora estamos bien, y aprendimos la lección. Escuchar es una habilidad tan importante como ver o hablar. Nos ayuda a evitar errores.

Cuando finalmente llegaron al sendero principal, vieron al resto del grupo a lo lejos. La señorita Vega los estaba buscando con preocupación en el rostro, pero al ver a los tres amigos regresar sanos y salvos, respiró con alivio.

—¿Dónde estaban? —preguntó la maestra, con tono preocupado pero amable—. Me alegra que estén bien, pero deben recordar que, en el bosque, es esencial seguir las reglas y prestar atención.

Ana, Leo y Marta se miraron entre ellos, sabiendo que la maestra tenía razón.

—Nos desviamos del camino sin escuchar las advertencias —admitió Ana, con sinceridad—. Pero hemos aprendido nuestra lección. Escuchar con atención es clave, no solo para evitar perdernos, sino para evitar errores en todo lo que hacemos.

Cuando Ana, Leo y Marta regresaron con el grupo, la señorita Vega los recibió con una mezcla de alivio y preocupación.

—Me alegra mucho verlos de regreso, pero debieron haber escuchado mis advertencias. El bosque puede ser hermoso y emocionante, pero también puede ser peligroso si no prestamos atención —les dijo con un tono firme pero comprensivo.

Los tres amigos, visiblemente apenados, se disculparon sinceramente.

—Lo sentimos mucho —dijo Ana, dando un paso al frente—. No debimos habernos desviado sin tu permiso. Pensamos que sería una aventura divertida, pero no prestamos atención a tus advertencias ni a las de Marta. Lo que hicimos estuvo mal.

La señorita Vega asintió, dándose cuenta de que habían aprendido una lección importante.

—Lo que importa es que están bien y que han entendido la importancia de escuchar. Muchas veces, cuando no escuchamos a los demás, cometemos errores que podríamos haber evitado. Pero me alegra ver que reconocen eso y que ahora saben que siempre es mejor ser cautelosos.

El grupo continuó su paseo por el sendero principal, pero esta vez, Ana, Leo y Marta estaban mucho más atentos a las instrucciones de la maestra y a los sonidos del bosque. Cada paso que daban era cuidadoso, y cada crujido de las hojas bajo sus pies parecía más claro ahora que sabían escuchar.

—Es curioso cómo al principio no prestábamos tanta atención a los sonidos del bosque —comentó Leo—. Pero ahora siento que cada sonido tiene un significado, como si el bosque estuviera hablándonos.

—Es verdad —respondió Marta—. Escuchar no solo es importante para no perdernos, sino también para comprender lo que nos rodea.

Ana, que solía ser la más impulsiva del grupo, se quedó pensando en lo ocurrido. Había sido un día de emociones y de aprendizajes, pero sobre todo de crecimiento. A veces, las mejores aventuras no consisten en explorar sin rumbo, sino en seguir las señales y escuchar a quienes tienen más experiencia.

El grupo llegó finalmente al mirador del bosque, donde podían ver todo el valle que se extendía ante ellos. El arroyo que los había guiado parecía un hilo de plata que se deslizaba suavemente por el paisaje, y el cielo se teñía de colores anaranjados mientras el sol comenzaba a ponerse.

—Es hermoso, ¿verdad? —dijo la señorita Vega, mirando la vista junto a ellos—. A veces, nos dejamos llevar por las ganas de hacer las cosas rápido o a nuestra manera, pero olvidamos que la naturaleza tiene su propio ritmo. Si escuchamos y observamos con atención, podemos aprender mucho más de lo que imaginamos.

Los tres amigos asintieron, contemplando el paisaje en silencio. El día, que había comenzado con emoción, se había convertido en una lección de paciencia, escucha y respeto por el entorno. Sabían que, a partir de ese momento, serían más conscientes de cómo escuchaban, no solo a las personas, sino también a la naturaleza y al mundo que los rodeaba.

Antes de emprender el camino de vuelta al pueblo, la señorita Vega organizó una pequeña charla con todo el grupo.

—Hoy hemos aprendido una lección importante —dijo, mirando a sus estudiantes—. Escuchar con atención nos ayuda a evitar errores, pero también nos permite entender mejor lo que ocurre a nuestro alrededor. Quiero que recuerden esto no solo cuando estén en el bosque, sino también en la vida diaria. Escuchar es una herramienta poderosa que nos permite tomar decisiones más sabias.

Ana, Leo y Marta, junto con el resto de sus compañeros, prestaron atención a cada palabra de la maestra. Habían aprendido, de la manera más clara posible, que cuando no se escucha con atención, los errores pueden ser mucho más difíciles de corregir.

De camino de regreso, el grupo caminó en silencio, pero esta vez no era un silencio incómodo. Era un silencio de reflexión, de admiración por el entorno que los rodeaba y de gratitud por la lección aprendida. Cuando finalmente llegaron al punto de partida, los tres amigos sintieron una profunda satisfacción.

—Hoy aprendimos mucho más que solo sobre el bosque —dijo Ana, sonriendo a sus amigos—. Aprendimos que escuchar a los demás nos puede salvar de cometer errores y que cada sonido tiene su razón de ser.

Marta, siempre la más cautelosa, sonrió con orgullo.

—Y yo aprendí que a veces no es fácil ser quien da las advertencias, pero es necesario. Al final, lo importante es que nos cuidemos entre todos.

Leo, que había capturado todo el día en su cámara, miró las fotos que había tomado.

—Las fotos son geniales —dijo—, pero creo que la verdadera imagen que se quedará con nosotros es la del bosque y sus sonidos. No solo es importante ver lo que nos rodea, sino también escucharlo.

Cuando finalmente se despidieron de la señorita Vega y de sus compañeros, los tres amigos sabían que ese paseo por el Bosque Susurrante había sido más que una simple excursión. Había sido una lección de vida, una en la que aprendieron que escuchar con atención, tanto a los demás como al entorno, puede evitar muchos problemas y enriquecer sus experiencias.

Y así, mientras el sol se ocultaba detrás de las montañas, Ana, Leo y Marta regresaron a sus casas, sabiendo que la próxima vez que se aventuraran en el bosque, o en cualquier otro lugar, lo harían con los oídos bien abiertos y con una nueva comprensión del valor de escuchar.

moraleja Escuchar con atención nos evita cometer muchos errores.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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