En la Escuela Primaria Valle de las Flores, se estaba organizando uno de los eventos más importantes del año: el Gran Concurso de Matemáticas. Cada año, los mejores estudiantes de la escuela se enfrentaban en una serie de pruebas y desafíos para demostrar sus habilidades matemáticas, y el ganador recibía un trofeo y el orgullo de representar a la escuela en la competencia regional.
Daniel, un niño de once años con una gran pasión por los números, había estado esperando este momento durante meses. Aunque era muy bueno en matemáticas, no siempre había sido así. De hecho, cuando comenzó la escuela, las matemáticas no se le daban bien, y muchas veces se frustraba con los problemas. Pero con esfuerzo, práctica constante y la ayuda de su maestro, había mejorado enormemente y estaba decidido a ganar el concurso.
—Este es mi año —dijo Daniel con determinación, mientras hablaba con su mejor amiga, Laura, durante el recreo—. He practicado muchísimo, y sé que puedo hacerlo.
Laura, que también participaría en el concurso, sonrió con apoyo.
—Claro que sí, Daniel. Has trabajado muy duro, y eso te va a llevar lejos. Solo tienes que concentrarte y no rendirte, incluso si te enfrentas a preguntas difíciles.
El concurso de matemáticas era conocido por ser un gran reto. Los participantes no solo tenían que resolver problemas básicos, sino también enfrentar situaciones complejas que ponían a prueba su lógica y su capacidad para pensar rápido. Los estudiantes sabían que ganar no sería fácil, pero Daniel estaba dispuesto a hacer todo lo posible para lograrlo.
El día del concurso finalmente llegó. El gimnasio de la escuela se había transformado en una sala de competición, con mesas alineadas y una gran pizarra en el centro del escenario. Los nervios estaban a flor de piel, y los participantes se sentaban en sus lugares, esperando que comenzara la primera ronda de preguntas.
—Tomen asiento, por favor —dijo la maestra de matemáticas, la señora Gómez, quien sería la encargada de dirigir el concurso—. Recuerden que este es un desafío que no solo pone a prueba su conocimiento, sino también su perseverancia. Las matemáticas son como un rompecabezas, y a veces, la pieza que falta está justo frente a nosotros. No se rindan si se sienten atascados. Tómense su tiempo y piensen bien antes de responder.
Daniel miró a su alrededor, notando que algunos de los estudiantes más brillantes de la escuela también estaban participando. Había niños que siempre sacaban las mejores notas en matemáticas y que rara vez cometían errores. Aunque se sentía un poco intimidado, recordó las palabras de su maestra y el consejo de Laura: no darse por vencido.
La primera ronda comenzó con preguntas sencillas: sumas, restas y multiplicaciones. Daniel respiró con alivio al ver que podía resolver cada una de ellas sin problemas. La confianza crecía en él a medida que avanzaba por las preguntas, y cuando terminó la primera ronda, estaba en una buena posición, empatado con Laura y otros dos compañeros.
—Voy bien hasta ahora —pensó Daniel, mientras tomaba un sorbo de agua durante el descanso—. Si sigo concentrado, puedo llegar al final.
Sin embargo, la segunda ronda trajo preguntas más difíciles. Los problemas de fracciones y decimales comenzaron a complicarse, y algunos de los participantes comenzaron a quedarse atrás. Daniel, que había practicado mucho estos temas, logró mantener el ritmo, pero sentía que la presión aumentaba.
De repente, una pregunta apareció en la pizarra que hizo que su corazón se acelerara. Era un problema de álgebra, uno de los temas que más le costaba entender.
—”Si 2x + 5 = 17, ¿cuál es el valor de x?” —leyó Daniel en voz baja, tratando de concentrarse.
Sabía que había practicado álgebra, pero en ese momento, todo se le escapaba de la mente. El tiempo corría, y mientras los demás estudiantes parecían estar resolviendo la pregunta, él comenzó a sentirse atrapado. El sudor frío empezó a correr por su frente.
—No puedo quedarme aquí paralizado —pensó Daniel—. Tengo que intentarlo, no puedo rendirme ahora.
Miró nuevamente el problema, tratando de recordar los pasos que había aprendido. Sabía que debía despejar la incógnita, pero los nervios lo hacían dudar de cada paso que daba. Sintió una punzada de frustración, pero recordó las palabras de su maestra: no darse por vencido.
—Vamos, Daniel —se dijo a sí mismo—. Puedes hacerlo, solo piensa con claridad.
Tomó aire profundamente y empezó a resolver el problema paso a paso. Aunque los minutos seguían avanzando, logró calmarse lo suficiente como para despejar la ecuación y finalmente encontrar la respuesta correcta.
—x = 6 —escribió en su hoja de respuestas.
Al entregar su hoja, se sintió aliviado, pero también sabía que había perdido tiempo valioso. Cuando miró el marcador, se dio cuenta de que algunos de sus compañeros, incluidos Laura y un niño llamado Felipe, estaban por delante de él.
—No importa —pensó Daniel—. Aún queda una ronda más. No voy a rendirme.
La última ronda era conocida como la más desafiante, con problemas complejos que requerían tanto rapidez como precisión. Los estudiantes que habían llegado hasta allí eran los que mejor habían resistido las pruebas anteriores, y Daniel sabía que tendría que darlo todo si quería mantenerse en la competencia.
Antes de que comenzara la ronda final, Laura se acercó a Daniel.
—Lo estás haciendo muy bien —le dijo, con una sonrisa de ánimo—. Solo sigue concentrado. No importa si te parece difícil, lo importante es que sigas intentándolo.
Daniel asintió, sintiéndose más confiado con las palabras de su amiga. Sabía que esta era su oportunidad para demostrar que, con esfuerzo y perseverancia, podía superar cualquier obstáculo.
La última ronda del concurso de matemáticas comenzó con una tensión palpable en el aire. Solo quedaban unos pocos participantes en competencia, y Daniel estaba decidido a dar lo mejor de sí mismo. Sabía que no iba a ser fácil, pero la idea de rendirse ni siquiera cruzaba por su mente. El trofeo estaba al alcance, y lo más importante era demostrar que su esfuerzo no había sido en vano.
La primera pregunta de la ronda final apareció en la pizarra: un problema de geometría que requería calcular el área y el perímetro de una figura compuesta por varias formas.
Daniel frunció el ceño, sabiendo que tendría que descomponer el problema en pasos más pequeños si quería resolverlo.
—Primero calcula el área del rectángulo, luego el triángulo… —se dijo a sí mismo, mientras trazaba líneas imaginarias en la figura y escribía los valores en su hoja de respuestas.
A su alrededor, los otros participantes también estaban concentrados en resolver el problema, pero Daniel no permitió que eso lo distrajera. Después de unos minutos de cálculos cuidadosos, escribió su respuesta y la entregó, sintiendo una pequeña oleada de satisfacción. Había superado el primer obstáculo de la ronda final.
Pero entonces, vino el segundo problema, y con él, el desafío más grande que había enfrentado hasta ese momento. Era un problema que mezclaba álgebra y fracciones, un tema con el que siempre había luchado. Mientras los números y las incógnitas llenaban la pizarra, Daniel sintió que la presión aumentaba.
—”Si el cociente de dos fracciones es igual a una ecuación con una incógnita, ¿cuál es el valor de la incógnita?” —leyó en voz baja, sintiéndose abrumado.
Miró a Laura, quien ya había comenzado a trabajar en el problema con rapidez. A su lado, Felipe también estaba escribiendo con confianza. Daniel intentó calmarse y concentrarse en lo que tenía que hacer. Había practicado este tipo de problemas antes, pero en ese momento, todo parecía un poco confuso.
El tiempo avanzaba, y los minutos parecían volar. Mientras los demás avanzaban en sus cálculos, Daniel se sintió atrapado en una maraña de números que no lograba despejar. Cometió algunos errores y tuvo que borrar varias veces, lo que lo retrasó aún más.
—No puedo fallar ahora —pensó, apretando el lápiz con fuerza—. He llegado hasta aquí, no puedo rendirme.
Sin embargo, por más que lo intentaba, parecía que la respuesta se le escapaba. Con cada segundo que pasaba, la frustración crecía en su interior. Estaba perdiendo tiempo valioso, y los nervios comenzaron a apoderarse de él.
—¡Concéntrate, Daniel! —se dijo a sí mismo, respirando profundamente para intentar calmarse.
De repente, recordó una lección que su maestro le había dado cuando comenzaba a aprender matemáticas: “Las matemáticas son como un rompecabezas. A veces la respuesta no es obvia, pero si sigues intentándolo, tarde o temprano encontrarás la pieza que falta.”
Con esas palabras en mente, Daniel decidió no dejar que el pánico lo controlara. Se tomó un momento para respirar y empezó de nuevo, desde el principio, con una mente más clara. Descompuso el problema en partes más sencillas, resolviendo cada fracción por separado, paso a paso. Aunque el tiempo seguía corriendo, se dio cuenta de que estaba acercándose a la respuesta correcta.
—¡Eso es! —pensó, mientras finalmente encontraba el valor de la incógnita.
Escribió la respuesta en su hoja con rapidez y la entregó justo antes de que la maestra Gómez anunciara el final de la ronda. Aunque había tardado más de lo esperado, Daniel sintió una ola de alivio al saber que no se había rendido. Había insistido, incluso cuando las cosas parecían imposibles.
—Sabía que lo lograrías —le dijo Laura, sonriendo mientras recogía sus cosas—. Vi que estabas nervioso, pero nunca dejaste de intentarlo.
Daniel sonrió, aún respirando con dificultad por la intensidad del momento.
—No podía rendirme —respondió—. Sabía que si lo intentaba lo suficiente, encontraría la solución.
La ronda final había terminado, y ahora los maestros se reunían para revisar las respuestas de todos los participantes. Daniel se sentía agotado, pero al mismo tiempo estaba orgulloso de haber llegado hasta el final. No sabía si ganaría o no, pero lo más importante era que había dado todo lo que tenía.
Mientras los minutos pasaban, los nervios en el gimnasio aumentaban. Todos los estudiantes esperaban ansiosamente los resultados, y Daniel no podía evitar sentirse un poco inquieto. Sabía que había enfrentado algunos problemas difíciles, pero también sabía que había aprendido una lección valiosa sobre la perseverancia.
Finalmente, la maestra Gómez se acercó al micrófono con una hoja en la mano. Los resultados estaban listos.
—Quiero felicitar a todos los que participaron en este concurso —dijo la maestra, con una sonrisa—. Independientemente del resultado, todos demostraron un gran esfuerzo y dedicación, y eso es lo que más valoramos aquí. Pero, como en todo concurso, solo puede haber un ganador.
El corazón de Daniel latía con fuerza mientras escuchaba a la maestra hablar. Sabía que, independientemente de si ganaba o no, había logrado superar sus propios límites y enfrentar sus miedos. Y eso, para él, ya era una victoria.
—El ganador del Gran Concurso de Matemáticas de este año es… —anunció la maestra Gómez, haciendo una pausa dramática.
Daniel apretó los puños, esperando con nerviosismo la decisión.
—¡Laura! —anunció la maestra Gómez con entusiasmo.
El gimnasio estalló en aplausos cuando Laura, con una mezcla de sorpresa y felicidad, se levantó de su asiento. Daniel, aunque algo decepcionado por no haber ganado, no pudo evitar sonreír por su amiga. Sabía cuánto había trabajado Laura, y estaba feliz de que ella recibiera el reconocimiento que merecía.
—¡Felicidades! —le dijo Daniel mientras Laura pasaba junto a él para recibir su trofeo—. Te lo mereces.
—Gracias, Daniel —respondió Laura con una sonrisa humilde—. Pero tú también lo hiciste increíble. Estoy segura de que estuviste muy cerca.
A medida que los aplausos continuaban, la maestra Gómez volvió a hablar.
—Y también quiero hacer una mención especial a Daniel, quien demostró una extraordinaria perseverancia en este concurso. No solo resolvió algunos de los problemas más difíciles, sino que mostró que, incluso cuando las cosas se complican, nunca debemos rendirnos. ¡Felicidades, Daniel!
Los aplausos aumentaron cuando Daniel se levantó para recibir un certificado de reconocimiento. Aunque no había ganado el primer lugar, sintió una profunda satisfacción en su corazón. Se había enfrentado a algunos de los problemas más desafiantes que había visto y, aunque en momentos pensó que no podría, nunca se rindió. Su esfuerzo había sido valorado, y eso lo hacía sentir orgulloso.
—Sabes, al final lo importante no es el trofeo —le dijo Laura mientras ambos caminaban juntos después de la ceremonia—. Lo que importa es que siempre seguiste intentándolo. Eso es lo que realmente te convierte en un ganador.
Daniel asintió, dándose cuenta de la verdad en las palabras de su amiga. Había aprendido que las matemáticas, como muchas cosas en la vida, no siempre se trataban de llegar primero. A veces, el verdadero logro estaba en no rendirse, en insistir y dar lo mejor de uno mismo, sin importar los obstáculos que se presentaran.
De camino a casa, Daniel se encontró reflexionando sobre todo lo que había aprendido. Recordó cómo, al principio del concurso, había pensado que su éxito dependía solo de ganar. Pero ahora entendía que el verdadero valor estaba en el esfuerzo que había puesto en cada problema, en la perseverancia que había demostrado cuando las cosas parecían imposibles.
—No gané el trofeo —pensó—, pero gané algo mucho más importante. Ahora sé que puedo enfrentar cualquier desafío, siempre y cuando no me dé por vencido.
Cuando llegó a casa, su familia lo recibió con una gran sonrisa.
—¡Estamos tan orgullosos de ti! —dijo su mamá, abrazándolo con fuerza—. Sabemos lo mucho que trabajaste para llegar hasta aquí.
—¿Y qué tal te fue? —preguntó su papá, curioso.
Daniel sonrió mientras les mostraba el certificado de reconocimiento.
—No gané el primer lugar, pero me dieron este reconocimiento por no rendirme. Fue un concurso muy difícil, pero lo di todo.
—Eso es lo más importante —respondió su papá, colocando una mano en su hombro—. El verdadero éxito no siempre está en ganar, sino en cómo enfrentas los desafíos. Y tú lo hiciste de manera increíble.
Esa noche, mientras Daniel se preparaba para dormir, se sintió agradecido por todo lo que había aprendido durante el concurso. Sabía que, aunque ese día no se había llevado el trofeo, había ganado algo mucho más valioso: la certeza de que con esfuerzo, paciencia y perseverancia, podía superar cualquier desafío.
—Nunca darse por vencido —murmuró para sí mismo antes de quedarse dormido—. Esa es la verdadera victoria.
Al día siguiente, cuando llegó a la escuela, muchos de sus compañeros lo felicitaron por su mención especial. Aunque todos reconocían el triunfo de Laura, también apreciaban el esfuerzo que Daniel había puesto en cada ronda.
—Hiciste un gran trabajo —le dijo Felipe, el otro finalista—. A veces, cuando las cosas se ponen difíciles, es más fácil rendirse. Pero tú seguiste adelante, y eso es lo que te hace fuerte.
Con el paso de los días, Daniel se dio cuenta de que la perseverancia que había mostrado en el concurso no solo le sería útil en matemáticas, sino en muchas otras áreas de su vida. Sabía que habría momentos en los que se enfrentaría a situaciones complicadas, tanto en la escuela como fuera de ella, pero ahora tenía la confianza de que, si seguía intentándolo, podría superarlas.
Y así, con el tiempo, Daniel se convirtió en un ejemplo de perseverancia para sus compañeros. No era el niño que siempre ganaba los concursos, pero era el que nunca se daba por vencido. Y eso, para él y para quienes lo rodeaban, era la mayor de las victorias.
moraleja nunca darnos por vencidos, hay que insistir para lograr nuestras metas.
Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.
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