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En el pequeño pueblo de Villa del Sol, el invierno había llegado más frío y nevado que nunca. Las montañas que rodeaban el pueblo estaban cubiertas por una gruesa capa de nieve, y las calles, normalmente llenas de vida, estaban casi desiertas debido al viento helado que soplaba desde el norte. Las chimeneas de las casas no dejaban de humear, y los habitantes se refugiaban en el calor de sus hogares para escapar del implacable frío.

Entre los habitantes del pueblo, estaban los amigos Lucas, Sofía y Andrés, tres niños de once años que, a pesar del duro clima, seguían soñando con las vacaciones invernales. Esperaban con ansias el descanso de las clases y las actividades al aire libre, como hacer muñecos de nieve y deslizarse en trineo por las colinas.

—Este invierno ha sido más largo de lo que esperaba —comentó Lucas, mientras miraba por la ventana cómo la nieve cubría el jardín de su casa—. No sé si podremos salir a jugar esta vez.

Sofía, que vivía justo al lado de Lucas, también miraba el paisaje nevado con cierta preocupación.

—Sí, mis padres me dijeron que este es uno de los inviernos más duros que ha tenido el pueblo en años. Muchos vecinos están teniendo problemas para mantener sus casas calientes, y algunos no tienen suficiente leña.

Andrés, que vivía un poco más lejos, llegó poco después a casa de Lucas, sacudiéndose la nieve de la ropa.

—¡Este frío es increíble! —dijo Andrés, frotándose las manos—. Mis abuelos dicen que cuando eran jóvenes, los inviernos eran igual de duros, pero todo el mundo se ayudaba más entre sí. Ahora parece que cada familia está por su cuenta.

Los tres amigos se quedaron en silencio, pensando en lo que Andrés había dicho. Sabían que, aunque todos tenían derecho a disfrutar de sus hogares cálidos y de la seguridad de sus familias, no todos en el pueblo estaban en la misma situación. Los inviernos duros traían consigo desafíos para muchas personas, especialmente los ancianos o aquellos que no tenían los recursos para mantenerse tan bien preparados.

Esa tarde, mientras los amigos hablaban, el timbre de la puerta sonó en casa de Lucas. Era el alcalde del pueblo, el señor Rivas, quien iba de casa en casa pidiendo ayuda para un proyecto comunitario.

—Buenas tardes, chicos —saludó el alcalde, entrando a la cálida sala de estar—. Lamento interrumpir, pero estoy aquí para hablar de algo importante. Este invierno está siendo muy difícil para todos, y necesitamos la ayuda de la comunidad. Hay muchas familias que no tienen suficiente leña o víveres, y otros que no pueden salir a despejar la nieve de sus puertas. Sé que son jóvenes, pero su ayuda podría ser muy valiosa en estos días tan fríos.

Lucas, Sofía y Andrés escucharon con atención, aunque la idea de trabajar en medio de la nieve no les resultaba muy atractiva.

—¿Ayudar a despejar nieve? —preguntó Lucas, levantando una ceja—. Eso suena como mucho trabajo. Pensaba que, como niños, teníamos derecho a descansar durante las vacaciones.

El alcalde Rivas sonrió, entendiendo las dudas de los niños.

—Es cierto, Lucas. Todos tenemos derechos, incluido el de descansar y disfrutar del tiempo libre. Pero también tenemos deberes como miembros de una comunidad. Y en tiempos como este, es cuando más necesitamos que todos pongan de su parte. No se trata de hacer todo el trabajo ustedes solos, sino de colaborar un poco para ayudar a quienes más lo necesitan.

Sofía, siempre más reflexiva, miró a Lucas y luego al alcalde.

—Supongo que si todos ayudamos, no será tan difícil —dijo, pensativa—. Si cada uno de nosotros hace un poco, podríamos ayudar a que el pueblo esté más preparado para el invierno.

Andrés, que al principio había estado más callado, también intervino.

—Mis abuelos siempre hablan de cómo el pueblo era más unido en tiempos difíciles. Tal vez es hora de que también hagamos algo, aunque sea pequeño.

Los tres amigos se miraron entre sí, comprendiendo que el alcalde tenía razón. Ellos también formaban parte de la comunidad, y aunque tenían derecho a descansar y disfrutar de las vacaciones, también tenían un deber con los demás, especialmente en tiempos difíciles como ese invierno.

—¿Qué es exactamente lo que tenemos que hacer? —preguntó Lucas, más dispuesto a escuchar.

El alcalde sacó una lista de su bolsillo y se la mostró a los niños.

—Hay varias familias mayores que necesitan ayuda para despejar la nieve de sus entradas, y también podríamos usar su ayuda para llevar leña a las casas que no tienen suficiente. No será fácil, pero si lo hacemos juntos, será mucho más rápido.

Lucas, Sofía y Andrés aceptaron el desafío. Sabían que no sería la actividad más divertida, pero entendían que, a veces, los deberes eran tan importantes como los derechos. Esa misma tarde, se reunieron en la plaza del pueblo junto con otros niños y adultos dispuestos a ayudar. Con palas en mano y ropa abrigada, se pusieron a trabajar.

Al principio, fue agotador. La nieve estaba espesa y dura de mover, y sus manos se entumecían por el frío. Pero a medida que avanzaban, empezaron a sentir algo más: una sensación de satisfacción al ver que estaban haciendo algo por su comunidad.

—¿Sabes? Esto no es tan malo después de todo —dijo Lucas, mientras despejaba la entrada de la casa de la señora Carmen, una vecina mayor que vivía sola.

—Sí, y además, estamos haciendo que las cosas sean más seguras para todos —añadió Sofía, sonriendo al ver cómo la señora Carmen les agradecía con una taza de chocolate caliente.

Andrés, siempre práctico, comentó:

—Y además, ¡estamos entrando en calor!

Los tres amigos rieron, sintiendo que su esfuerzo valía la pena. Sabían que, aunque estaban cansados, habían hecho algo importante. Estaban cumpliendo con su deber de ayudar a los demás, entendiendo que todos en la comunidad tenían el derecho de vivir en un lugar seguro y cálido, pero también el deber de colaborar cuando fuera necesario.

Conforme los días pasaban, la iniciativa del alcalde Rivas fue ganando fuerza en toda Villa del Sol. Cada día, más vecinos se unían para ayudar a quienes lo necesitaban, y la nieve, que antes parecía un obstáculo imposible de superar, comenzó a parecer menos intimidante con la cooperación de todos. Lucas, Sofía y Andrés se habían convertido en parte esencial del equipo de voluntarios que trabajaba despejando entradas y repartiendo leña.

Una mañana, el grupo de amigos se reunió temprano en la plaza del pueblo, listos para otra jornada de trabajo. La temperatura había bajado aún más, y el viento helado les hacía temblar, pero ya se habían acostumbrado al esfuerzo físico y al aire frío. Estaban listos para lo que les esperaba.

—Hoy tenemos que ayudar a la señora Emilia, la que vive en la colina —dijo Andrés, leyendo la lista que el alcalde les había entregado—. Parece que se quedó sin leña y no puede salir de su casa con toda la nieve acumulada.

—Eso será difícil —comentó Sofía—. Subir la colina con leña no va a ser fácil, y la nieve está cada vez más espesa.

Lucas, aunque también estaba preocupado, intentó animar a sus amigos.

—No será fácil, pero si lo hacemos juntos, podremos. Además, la señora Emilia siempre ha sido muy amable con todos nosotros. Se lo debemos.

Con esa mentalidad, los tres amigos se dirigieron a la casa de la señora Emilia, cargando con varias cargas de leña que el ayuntamiento les había proporcionado. La colina era empinada, y a medida que subían, la nieve se hacía más profunda. Cada paso requería un gran esfuerzo, y sus pies se hundían en la nieve hasta las rodillas. La respiración se les hacía pesada por el frío, pero ninguno de ellos se quejaba.

—Esto es mucho más difícil de lo que pensé —dijo Sofía, deteniéndose un momento para recuperar el aliento.

—Sí, pero la señora Emilia nos necesita —respondió Lucas, tratando de mantener el ánimo del grupo—. Si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará?

A pesar del cansancio, los amigos siguieron subiendo, apoyándose mutuamente. Andrés, siempre práctico, sugirió que hicieran pequeñas pausas para no agotarse tanto, lo que les permitió avanzar más eficientemente. Mientras descansaban, se dieron cuenta de algo importante: el trabajo en equipo no solo significaba compartir la carga, sino también apoyarse y animarse en los momentos más difíciles.

—Es como lo que dijo el alcalde: todos tenemos derechos, pero también deberes —reflexionó Sofía—. Y ayudar a los demás cuando lo necesitan es una manera de cumplir con esos deberes.

Lucas asintió, sintiendo que, aunque estaban cansados, estaban haciendo algo valioso no solo por la señora Emilia, sino por el pueblo entero. Finalmente, después de un arduo esfuerzo, llegaron a la cima de la colina. La pequeña casa de la señora Emilia estaba casi enterrada en la nieve, y la entrada estaba bloqueada por una capa gruesa y helada.

—¡Llegamos! —exclamó Andrés, exhausto pero satisfecho.

Los tres amigos dejaron las cargas de leña junto a la puerta y se pusieron a trabajar de inmediato en despejar la entrada. Aunque sus músculos estaban adoloridos por la caminata, la satisfacción de saber que estaban ayudando les dio la energía necesaria para continuar. Mientras trabajaban, la señora Emilia, una mujer mayor de cabello blanco y sonrisa cálida, abrió la puerta.

—¡Muchísimas gracias, chicos! —dijo la señora Emilia, asomándose con su manta alrededor de los hombros—. No sé qué habría hecho sin ustedes. No puedo creer que hayan subido hasta aquí con este frío.

—Es nuestro deber, señora Emilia —dijo Lucas con una sonrisa—. Todos en el pueblo estamos ayudando unos a otros. Sabemos que no todos pueden hacerlo solos.

La señora Emilia, visiblemente conmovida, les ofreció algo de té caliente para que pudieran calentarse un poco antes de volver a bajar. Mientras bebían el té en la pequeña cocina de la señora Emilia, los amigos sintieron una profunda sensación de orgullo por lo que estaban haciendo. Sabían que estaban ayudando a la comunidad, pero también se estaban ayudando a sí mismos a crecer y aprender sobre el valor del esfuerzo compartido.

—A veces es difícil recordar que, aunque tengamos el derecho a disfrutar de nuestras vacaciones, también tenemos la responsabilidad de cuidar de los demás —dijo Sofía, tomando un sorbo de té—. Pero estoy feliz de que lo hayamos hecho.

—Sí —agregó Andrés—. Además, todo se siente más fácil cuando lo hacemos juntos.

Después de un breve descanso, los amigos se prepararon para regresar al pueblo. La caminata de vuelta fue más sencilla, pero no menos desafiante. Sin embargo, esta vez se sentían más unidos que nunca, sabiendo que su esfuerzo había marcado una diferencia. Al llegar al pie de la colina, vieron al alcalde Rivas, quien estaba revisando las casas del pueblo para asegurarse de que todos tuvieran lo que necesitaban.

—¡Excelente trabajo, chicos! —dijo el alcalde, al ver a los tres amigos—. Sé que no ha sido fácil, pero lo que han hecho por la señora Emilia es invaluable. Ustedes son un ejemplo de cómo una comunidad fuerte se basa en la cooperación y el compromiso.

Lucas, Sofía y Andrés sonrieron, orgullosos de su contribución. Sabían que su trabajo no había terminado, y que aún quedaban más personas en el pueblo que necesitaban ayuda. Pero ahora entendían que sus derechos y su comodidad no eran excusas para no cumplir con sus responsabilidades hacia los demás.

El grupo se despidió del alcalde y se dirigió a sus casas, agotados pero felices. Sabían que habían hecho lo correcto, y aunque el invierno seguía siendo duro, sus corazones estaban llenos de calidez por la solidaridad que habían mostrado.

Con el invierno cada vez más severo, los esfuerzos de Lucas, Sofía y Andrés, junto con el resto de los voluntarios de Villa del Sol, se intensificaron. No solo habían despejado la entrada de la señora Emilia y entregado leña a varias casas, sino que también se habían unido a otros grupos para asegurarse de que ningún habitante del pueblo se quedara sin ayuda durante las tormentas de nieve.

Una tarde, después de una dura jornada de trabajo, el alcalde Rivas organizó una reunión en la plaza del pueblo. Aunque hacía frío, los habitantes se reunieron para discutir el progreso del proyecto comunitario y compartir sus experiencias. La plaza estaba decorada con luces que brillaban sobre la nieve, y las familias se arropaban juntas mientras bebían chocolate caliente que los comerciantes locales habían ofrecido para la ocasión.

Lucas, Sofía y Andrés, cansados pero satisfechos, se sentaron cerca del escenario improvisado mientras el alcalde comenzaba a hablar.

—Queridos vecinos —dijo el alcalde Rivas, con su voz resonando en el aire frío—, este invierno ha sido uno de los más duros que hemos enfrentado en mucho tiempo. Pero también ha sido una oportunidad para recordarnos lo que realmente significa ser una comunidad. Hemos visto cómo todos han colaborado, jóvenes y mayores, para ayudar a los que más lo necesitan.

El alcalde hizo una pausa, mirando al grupo de niños que había sido parte esencial de la iniciativa.

—Quiero dar un agradecimiento especial a los más jóvenes de Villa del Sol —continuó, señalando a Lucas, Sofía y Andrés—. Ustedes nos han recordado que no importa la edad, todos tenemos derechos y también deberes. Han trabajado duro y han demostrado lo que significa ser responsables, ayudando a sus vecinos y haciendo que nuestro pueblo sea un lugar más fuerte y unido.

Los tres amigos se miraron, un poco sorprendidos por las palabras del alcalde, pero orgullosos del reconocimiento. No habían hecho todo esto para recibir aplausos, pero se sentía bien saber que su esfuerzo había sido valorado.

—Ustedes han sido un ejemplo de lo que significa el compromiso —siguió el alcalde—. Todos en este pueblo tenemos derecho a vivir seguros y con dignidad, pero también tenemos el deber de cuidar unos de otros. Gracias a su ayuda, hemos demostrado que la responsabilidad es algo que se comparte, y que solo juntos podemos superar los desafíos más difíciles.

Después del discurso, los vecinos comenzaron a compartir historias de cómo la ayuda de los demás les había permitido enfrentar el frío implacable. Algunos hablaron de cómo los niños les habían llevado leña, otros de cómo los jóvenes habían despejado caminos que les permitieron salir de sus casas para conseguir alimentos. La comunidad entera se sintió más unida que nunca, y había una sensación de gratitud y solidaridad en el aire.

Lucas, que había estado escuchando con atención, se dio cuenta de que el trabajo que habían hecho no solo había beneficiado a los demás, sino que también los había transformado a ellos. Antes de esa experiencia, había pensado que las vacaciones eran solo para divertirse y descansar, pero ahora entendía que también había un valor en usar ese tiempo para ayudar a los demás.

—Sabes, al principio no quería hacer todo esto —admitió Lucas, mirando a sus amigos—. Pero ahora me doy cuenta de lo importante que fue. Hemos hecho una diferencia.

Sofía asintió, sonriendo.

—Sí, me siento muy orgullosa de lo que hemos logrado. No solo hemos ayudado, también hemos aprendido algo importante sobre lo que significa vivir en una comunidad.

Andrés, que solía ser más práctico y menos emocional, también estaba de acuerdo.

—Creo que lo que más me ha gustado es ver cómo todos nos unimos. Fue mucho trabajo, pero al final, se siente bien saber que cumplimos con nuestros deberes.

Los tres amigos pasaron el resto de la tarde disfrutando del ambiente festivo que se había creado en la plaza. A pesar del frío, el calor de la camaradería los mantenía cálidos. Sabían que el invierno aún no había terminado, y que posiblemente tendrían más días duros por delante. Pero ahora comprendían que, al igual que ellos habían tenido derecho a descansar, también tenían la responsabilidad de ayudar a quienes lo necesitaban.

A medida que el sol se ocultaba y las estrellas comenzaban a brillar en el cielo despejado, Lucas, Sofía y Andrés se despidieron de sus vecinos y caminaron de regreso a sus casas. El aire helado aún les golpeaba las caras, pero sus corazones estaban llenos de una calidez diferente. Habían cumplido con sus deberes y habían aprendido que los derechos siempre van acompañados de responsabilidad.

Esa noche, cuando se acomodaron en sus camas, cada uno reflexionó sobre lo que el invierno les había enseñado. Sabían que nunca olvidarían esa experiencia, y que llevarían consigo la lección de que ser parte de una comunidad no solo significa recibir, sino también dar y apoyar a los demás cuando es necesario.

Y así, mientras la nieve seguía cayendo suavemente sobre Villa del Sol, los amigos se quedaron dormidos con la satisfacción de haber aprendido el verdadero valor de la responsabilidad, sabiendo que, cuando todos cumplen con sus deberes, el resultado es una comunidad más fuerte, más unida y más feliz.

moraleja todos tenemos derechos, pero también deberes.

Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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