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En la escuela “Sol de Primavera”, la profesora Marta había asignado a sus alumnos un proyecto muy especial. Los estudiantes de sexto grado tendrían que trabajar en grupos para diseñar una campaña que fomentara la protección del medio ambiente. El proyecto incluía carteles, folletos y una presentación creativa para sensibilizar a toda la escuela sobre la importancia del reciclaje y la reducción del uso de plásticos.

Isabel, una niña muy creativa y entusiasta, fue asignada a un grupo junto a sus compañeros Pablo y Sara. Isabel siempre había sido conocida por sus ideas innovadoras y por ser muy perfeccionista en todo lo que hacía. Por su parte, Pablo era bueno dibujando, mientras que Sara era organizada y excelente en las presentaciones orales. Aunque Isabel estaba emocionada por el proyecto, había algo que la preocupaba: le gustaba tanto hacer las cosas a su manera que a veces le costaba compartir sus ideas y aceptar las de los demás.

—Bueno, ¿por dónde empezamos? —preguntó Pablo cuando el grupo se reunió por primera vez en el aula después de clases.

—Yo estuve pensando que podríamos hacer un cartel gigante con un mensaje que impacte a todos —dijo Isabel, sacando su cuaderno lleno de bocetos—. Algo que capte la atención de inmediato, como un diseño con colores brillantes y una imagen grande de la Tierra.

Pablo miró el boceto con admiración.

—¡Está muy bien! Podríamos añadir algunos dibujos más pequeños de animales y plantas para que se vea completo.

Sin embargo, Isabel, aunque apreciaba la idea de Pablo, no estaba muy segura de querer cambiar su diseño.

—Tal vez… pero creo que si lo hacemos demasiado detallado, la gente no sabrá a dónde mirar —dijo Isabel, con una sonrisa algo forzada.

Sara, que estaba escuchando atentamente, decidió intervenir.

—Podríamos combinar las ideas. Isabel, tu diseño es increíble, pero creo que agregar los dibujos de Pablo podría hacer que el cartel sea más llamativo y diverso.

Isabel se mordió el labio, sintiéndose un poco incómoda con la idea de modificar su diseño original. Para ella, compartir el control de un proyecto no era fácil, pero sabía que trabajar en grupo significaba escuchar a los demás.

—Está bien, podemos intentarlo —dijo finalmente Isabel, aunque no estaba del todo convencida.

El equipo siguió trabajando en el proyecto, pero a medida que avanzaban, las tensiones entre Isabel y Pablo comenzaron a hacerse más evidentes. Mientras Pablo quería añadir más elementos a los carteles, Isabel prefería mantener las cosas simples y organizadas a su manera. A cada sugerencia de Pablo, Isabel respondía con una pequeña resistencia, sintiendo que el proyecto estaba perdiendo el enfoque que ella había imaginado desde el principio.

Una tarde, mientras trabajaban en la biblioteca, Pablo se acercó a Isabel con una idea.

—He pensado que podríamos hacer un eslogan que resuma todo el mensaje. Algo como: “Cuidar el planeta es cuidar nuestro futuro” —dijo Pablo con entusiasmo.

Isabel, que estaba concentrada en pintar el fondo del cartel, apenas levantó la vista.

—Está bien, pero creo que no necesitamos un eslogan tan grande. El diseño ya lo dice todo por sí mismo —respondió Isabel.

Pablo se quedó en silencio por un momento, claramente decepcionado de que Isabel no tomara en cuenta su sugerencia. Sin embargo, decidió no insistir. Sara, que había notado el intercambio, entendió que Isabel estaba teniendo dificultades para compartir el liderazgo del proyecto.

—Isabel, sé que este proyecto es importante para ti, pero también lo es para Pablo y para mí —dijo Sara con suavidad—. Compartir nuestras ideas es lo que hará que el proyecto sea mejor. Si trabajamos juntos y tomamos en cuenta las sugerencias de todos, lograremos algo que no podríamos hacer solos.

Isabel se quedó pensando en las palabras de Sara. Sabía que tenía razón, pero aún le costaba soltar el control y confiar en las ideas de los demás. Para ella, compartir significaba perder un poco de lo que consideraba perfecto. Sin embargo, también sabía que si no lo hacía, su grupo no podría avanzar de la mejor manera.

Al día siguiente, cuando volvieron a reunirse, Isabel tomó una decisión. Decidió dar un paso atrás y dejar que Pablo y Sara compartieran más sus ideas.

—Oigan, he estado pensando —dijo Isabel, mirando a sus compañeros—. Creo que hemos trabajado bien hasta ahora, pero también me he dado cuenta de que no he estado escuchando lo suficiente. Quiero que incluyamos más de sus ideas en el cartel y la presentación.

Pablo y Sara se miraron, sorprendidos y aliviados. Para ellos, este era el momento en que Isabel finalmente comprendía la importancia de compartir y de trabajar verdaderamente en equipo.

—¡Me alegra que lo veas así, Isa! —dijo Pablo con una sonrisa—. Creo que si combinamos nuestras ideas, haremos un proyecto increíble.

Con esta nueva actitud, el grupo comenzó a fluir de manera mucho más efectiva. Isabel se dio cuenta de que compartir el proyecto no significaba que perdería el control, sino que cada idea aportaba algo valioso. Además, se sintió aliviada al ver que, al combinar las sugerencias de Pablo y Sara, el proyecto se veía aún mejor de lo que había imaginado inicialmente.

Sara se encargó de organizar el contenido para la presentación, mientras Pablo trabajaba en los detalles finales del cartel, añadiendo dibujos de animales y plantas, como había sugerido desde el principio. Isabel, por su parte, se centró en los colores y la armonía del diseño, asegurándose de que todo se integrara de manera coherente.

A medida que avanzaban, Isabel empezó a disfrutar más del proceso. Al ver cómo las ideas de todos se mezclaban para crear algo único, se dio cuenta de que compartir no era una debilidad, sino una fortaleza. Trabajar juntos no solo hacía que el proyecto fuera mejor, sino que también les permitía aprender unos de otros y mejorar sus propias habilidades.

Con su nueva actitud de colaboración, Isabel comenzó a notar cómo el proyecto no solo avanzaba más rápido, sino que también se enriquecía con las ideas de todos. Ahora, en lugar de sentir que debía hacer todo por su cuenta, Isabel disfrutaba viendo cómo las ideas de Pablo y Sara mejoraban lo que habían planeado al principio.

—Creo que deberíamos usar colores más suaves en el cartel, para que no abrume a quienes lo vean de lejos —sugirió Sara una tarde mientras trabajaban en casa de Pablo—. Eso hará que el mensaje sea más claro.

—Me gusta la idea —dijo Isabel, que antes habría insistido en usar sus colores brillantes—. Podemos hacer que los colores suaves guíen la atención hacia los puntos más importantes.

Pablo, que estaba trabajando en los dibujos de los animales y las plantas, también se sentía más cómodo expresando sus ideas. Aunque al principio había sentido que sus aportaciones no eran tan valoradas, ahora que Isabel estaba abierta a compartir y a escuchar, todo fluyó mejor.

—También podríamos hacer pequeños folletos con consejos sobre cómo reducir el uso de plásticos en casa —propuso Pablo, mientras añadía los toques finales a uno de sus dibujos.

Sara se mostró de acuerdo.

—¡Eso es una gran idea! Podríamos repartir los folletos durante la presentación, para que todos tengan una guía práctica.

Isabel miró a sus compañeros y sonrió. Al principio, había temido que ceder el control significaría perder su visión, pero ahora se daba cuenta de que compartir el proyecto lo estaba haciendo mucho mejor de lo que había imaginado. Cada uno estaba aportando lo mejor de sí mismo, y eso estaba haciendo que el trabajo en equipo fuera mucho más gratificante.

Una tarde, cuando todo parecía estar bajo control, surgió un nuevo desafío. Sara, que siempre había sido la encargada de organizar la presentación y asegurarse de que todo estuviera en orden, se enfermó repentinamente. A solo dos días de la presentación, el equipo se encontró con una gran preocupación: Sara era quien había preparado todo el guion y las diapositivas para la exposición, y ahora no podrían contar con ella para presentarlo.

—¿Qué vamos a hacer sin Sara? —preguntó Pablo, preocupado—. Ella siempre se encarga de que todo esté bien organizado.

Isabel sintió un nudo en el estómago. A pesar de que habían trabajado muy bien juntos, Sara había sido clave para estructurar la presentación, y sin ella, parecía que todo se desmoronaba.

—No podemos dejarla sola en esto —dijo Isabel, tratando de mantener la calma—. Hemos aprendido a compartir nuestras ideas y el trabajo, así que ahora tenemos que compartir también la responsabilidad de presentar.

Pablo asintió, aunque todavía estaba nervioso.

—Pero no sé si puedo hacerlo tan bien como Sara. Ella es la mejor hablando frente a todos.

Isabel lo miró con una expresión comprensiva.

—Sara ha sido una parte muy importante del proyecto, pero también confío en que podemos hacerlo bien juntos. Además, podemos apoyarnos mutuamente. Yo puedo encargarme de las diapositivas, y tú podrías presentar los dibujos y el cartel. Ya sabes todo sobre los animales y el impacto de los plásticos.

Pablo seguía un poco inseguro, pero sabía que Isabel tenía razón. Si querían que el proyecto saliera adelante, tendrían que apoyarse mutuamente como lo habían hecho hasta ahora.

Los dos amigos se reunieron esa tarde para reorganizar el guion y preparar la presentación sin Sara. Aunque al principio estaban nerviosos, pronto se dieron cuenta de que, gracias a lo mucho que habían aprendido compartiendo ideas, podían manejar la situación. Isabel asumió la responsabilidad de explicar el proceso del proyecto y el diseño del cartel, mientras que Pablo se encargó de la parte visual y creativa, mostrando los dibujos y explicando los detalles sobre la fauna marina afectada por los plásticos.

Mientras trabajaban, Isabel no pudo evitar recordar cómo todo había comenzado. Al principio, había temido compartir sus ideas, pero ahora veía que compartir era lo que había hecho que su equipo fuera fuerte. Aunque Sara no estaría físicamente con ellos, todo lo que ella había contribuido seguía siendo parte del proyecto, y eso les daba la confianza para seguir adelante.

El día de la presentación, Isabel y Pablo se pararon frente a la clase. A pesar de que ambos sentían los nervios en el estómago, sabían que estaban listos. Habían trabajado duro, y aunque faltaba Sara, estaban decididos a hacer que todo saliera bien. Isabel tomó aire profundamente antes de comenzar la introducción.

—Hoy les vamos a presentar nuestro proyecto sobre la reducción de plásticos y su impacto en el medio ambiente. Hemos trabajado en esto durante semanas, y aunque nuestra compañera Sara no pudo estar aquí hoy, sus ideas y su esfuerzo están en todo lo que van a ver —dijo Isabel con seguridad, mirando a Pablo, quien le sonrió con confianza.

A medida que avanzaban en la presentación, Isabel y Pablo se dieron cuenta de que su preparación y el trabajo en equipo los habían fortalecido. Cada uno asumió su parte con responsabilidad, y cuando terminaron de hablar, la clase estalló en aplausos. La profesora Marta se levantó y los felicitó.

—Han hecho un excelente trabajo —dijo con una sonrisa—. Y lo más importante es que, incluso ante una dificultad inesperada, supieron apoyarse y compartir la responsabilidad. Eso es lo que hace un equipo fuerte.

Isabel y Pablo se miraron con orgullo. Sabían que el proyecto había sido un éxito no solo por el contenido, sino por la forma en que habían aprendido a compartir y trabajar juntos. Aunque al principio había sido difícil para Isabel, ahora entendía que compartir ideas y responsabilidades no solo era necesario para lograr el éxito, sino que también la había hecho crecer como persona.

Después de la exitosa presentación, Isabel y Pablo sintieron un gran alivio. Aunque los nervios habían estado presentes durante toda la exposición, supieron que lo más importante era que habían logrado sacar adelante el proyecto juntos, compartiendo las ideas y responsabilidades de manera equitativa.

Cuando terminó la clase, varios compañeros se acercaron a felicitarlos.

—¡Su presentación fue genial! —dijo Mariana, una de las compañeras más curiosas de la clase—. Me encantó cómo explicaron lo del reciclaje y lo bien que complementaron los dibujos y el cartel.

Isabel, que al principio había tenido dudas sobre compartir el protagonismo con Pablo, se dio cuenta de cuánto había cambiado su forma de pensar. Ahora sabía que el verdadero éxito no estaba en hacer todo por sí misma, sino en confiar en los demás y en las habilidades que todos aportaban.

—Gracias, Mariana. La verdad es que el proyecto no habría sido lo mismo sin el trabajo de Pablo y Sara —respondió Isabel con una sonrisa.

Pablo, que también había estado nervioso antes de la presentación, se sintió aliviado al saber que su esfuerzo había sido valorado.

—Y aunque Sara no estuvo con nosotros hoy, ella fue una parte clave de todo lo que hicimos —añadió Pablo—. Compartimos el trabajo y, gracias a eso, todo salió mejor de lo que esperaba.

Al día siguiente, Sara regresó a la escuela, aún un poco débil por la enfermedad, pero muy interesada en saber cómo había ido todo.

—¿Cómo les fue? —preguntó, ansiosa—. ¡Siento mucho no haber podido estar con ustedes!

Pablo y Isabel se acercaron a ella con sonrisas de complicidad.

—¡Lo hicimos bien! —dijo Isabel—. Aunque te echamos mucho de menos, logramos sacar adelante la presentación. Y por supuesto, mencionamos tu gran contribución. Todos saben que fuiste una parte fundamental.

Sara se sintió aliviada y emocionada al escuchar esas palabras. Aunque no había podido estar físicamente presente, saber que sus amigos habían reconocido su esfuerzo y la consideraban parte del éxito la llenaba de alegría.

—Gracias por no olvidarse de mí —dijo Sara con una sonrisa—. Saber que confían en mí me hace sentir parte del equipo, incluso cuando no pude estar con ustedes.

La profesora Marta también se acercó a felicitar al grupo.

—Quiero decirles que su proyecto fue uno de los mejores de la clase, no solo por el contenido, sino porque demostraron lo que significa trabajar en equipo. Saber compartir ideas, responsabilidades y también los momentos difíciles es lo que los llevó a tener éxito —dijo la profesora con orgullo—. Estoy muy contenta de ver cómo han crecido y aprendido juntos.

Isabel, que al principio había tenido miedo de compartir el control del proyecto, se dio cuenta de lo valiosa que había sido la experiencia. Aprender a compartir no solo había mejorado el resultado del proyecto, sino que también la había hecho crecer como persona. Sabía que esa lección no solo se aplicaba a los trabajos escolares, sino a todos los aspectos de la vida.

—Al final, compartir fue lo que nos hizo más fuertes como equipo —reflexionó Isabel—. No se trata de quién hace más o de quién tiene la mejor idea, sino de cómo podemos aprender unos de otros y hacer que todo salga mejor cuando trabajamos juntos.

Pablo asintió con una sonrisa.

—Es verdad. A veces, compartir también significa confiar en que los demás pueden hacer algo tan bien como tú, o incluso mejor. Creo que hemos aprendido una lección importante sobre cómo ser buenos compañeros y amigos.

Sara, emocionada, agregó:

—Y ahora sé que, aunque no siempre podamos estar presentes, el esfuerzo y las ideas que compartimos siempre estarán ahí, formando parte de algo más grande.

El grupo, satisfecho por el resultado de su trabajo y por la valiosa lección que habían aprendido, caminó juntos por los pasillos de la escuela, sabiendo que el éxito no se mide solo por el resultado final, sino por el proceso de trabajar en equipo, compartir responsabilidades y crecer juntos como amigos.

El proyecto les había enseñado algo mucho más importante que cualquier calificación: habían aprendido que compartir no es solo una habilidad, sino una actitud que los ayudaba a ser mejores personas y a construir relaciones más fuertes y significativas.

Y así, mientras el día continuaba, Isabel, Pablo y Sara sabían que lo que habían aprendido sobre compartir y trabajar juntos los acompañaría en cualquier desafío que enfrentaran en el futuro. Habían descubierto que el verdadero éxito no se trata solo de lo que logras, sino de cómo lo logras junto a las personas que te rodean.

moraleja aprender a compartir es parte del éxito, y crecimiento como persona.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA

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