En la escuela “Horizonte Brillante”, los estudiantes tenían la oportunidad de participar en la cooperativa escolar, un pequeño espacio donde podían aprender sobre economía, trabajo en equipo y responsabilidad. En la cooperativa, se vendían útiles escolares, frutas y algunos bocadillos durante los recreos, y todo lo que se recaudaba se destinaba a mejorar el material y las instalaciones de la escuela.
Carla, una niña de 11 años, siempre había soñado con ser parte de la cooperativa. Desde pequeña, había visto a los estudiantes mayores encargarse de las ventas, anotar los registros y tomar decisiones importantes sobre qué productos ofrecer. Así que cuando se abrió la convocatoria para nuevos miembros, Carla no lo dudó y se inscribió de inmediato.
Junto a Carla, otros compañeros también fueron seleccionados, como Diego, un niño muy entusiasta que siempre estaba dispuesto a ayudar, y Valeria, quien destacaba por su responsabilidad y orden. Formaron un equipo sólido y muy pronto empezaron a manejar la cooperativa con mucho éxito.
Carla se encargaba de anotar las ventas en una libreta, Diego estaba a cargo de recibir el dinero y Valeria organizaba los productos y controlaba el inventario. Cada día, los niños rotaban sus tareas para que todos aprendieran de cada aspecto del negocio. Además, bajo la supervisión de la profesora Marta, quien dirigía el proyecto, los estudiantes también aprendían sobre la importancia de ser responsables y honestos.
Todo iba bien hasta que un día, después del recreo, Carla notó que faltaba dinero en la caja. Habían vendido muchos productos, pero al revisar los registros y el dinero en efectivo, se dio cuenta de que algo no cuadraba. La profesora Marta siempre revisaba las cuentas al final del día, así que Carla sabía que pronto notarían la discrepancia.
—Diego, ¿puedes revisar el dinero de nuevo? —le preguntó Carla, tratando de mantener la calma.
Diego contó los billetes y las monedas con cuidado, pero el resultado era el mismo: faltaban 200 pesos.
—No puede ser… Yo estuve todo el tiempo en la caja y no me di cuenta de nada raro —dijo Diego, mirando a Carla con preocupación.
Valeria, que estaba organizando los lápices en el mostrador, se acercó al escuchar la conversación.
—Tal vez alguien se llevó algo sin pagar, o quizá no anotamos bien una venta —sugirió Valeria, tratando de buscar una explicación lógica.
Carla, inquieta, sabía que el problema era grave. 200 pesos era una cantidad considerable para la cooperativa, y si no lo aclaraban, la profesora Marta podría pensar que habían sido descuidados, o peor, que alguien del equipo había tomado el dinero. El simple hecho de pensar en esa posibilidad la hacía sentir incómoda.
El resto del día, Carla no pudo concentrarse en sus clases. Seguía pensando en el dinero faltante y en cómo resolver el problema antes de que la profesora Marta lo notara. Al final de la jornada, cuando todos los estudiantes se estaban yendo a casa, Carla decidió quedarse un poco más para revisar de nuevo las cuentas.
Mientras revisaba la libreta de ventas, escuchó que la puerta de la cooperativa se abría. Era Diego, quien también parecía preocupado.
—¿Todavía estás revisando las cuentas? —preguntó Diego, mientras se acercaba.
—Sí. No me siento bien sabiendo que algo está mal y no poder solucionarlo —respondió Carla, sin levantar la vista de la libreta.
Diego se sentó a su lado y ambos revisaron las cuentas una vez más. Parecía que todas las ventas estaban anotadas correctamente, pero el dinero seguía sin aparecer.
—¿Y si simplemente le decimos a la profesora Marta lo que pasó? —sugirió Diego finalmente, aunque con un tono de preocupación en la voz.
Carla lo pensó por un momento. Sabía que era la opción más honesta, pero también tenía miedo de que la profesora pudiera pensar que no habían sido lo suficientemente responsables o, peor aún, que podrían estar ocultando algo.
—Tienes razón. No podemos dejar que esto siga así —dijo Carla, tomando una decisión—. Es mejor ser sinceros y decir la verdad, aunque eso signifique asumir que cometimos un error.
Al día siguiente, Carla y Diego se presentaron temprano en la cooperativa para hablar con la profesora Marta. Cuando ella llegó, los niños estaban nerviosos, pero decididos a contarle lo que había sucedido.
—Profesora, necesitamos hablar con usted sobre algo importante —dijo Carla, con un nudo en la garganta—. Ayer, después del recreo, nos dimos cuenta de que faltaban 200 pesos en la caja de la cooperativa. Hemos revisado las cuentas muchas veces, pero no podemos encontrar dónde está el error.
La profesora Marta los escuchó con atención, sin interrumpirlos. Cuando terminaron de explicar la situación, los miró con calma y les preguntó:
—¿Y qué han pensado hacer al respecto?
—Queríamos ser honestos y contárselo. Sabemos que es grave, pero no queremos ocultar nada —respondió Diego, tratando de mantener la compostura.
La profesora Marta los miró con una sonrisa suave y dijo:
—Lo más importante es que han sido sinceros. Todos cometemos errores, pero lo valioso es ser honestos y responsables cuando suceden. Revisaremos juntos las cuentas y veremos qué ha pasado.
Carla y Diego respiraron aliviados. Aunque aún no sabían qué había sucedido con el dinero, se sentían mucho mejor por haber sido honestos desde el principio. Sabían que, con la ayuda de la profesora, encontrarían una solución.
Después de que Carla y Diego hablaran con la profesora Marta, se sintieron más tranquilos por haber sido sinceros. Sin embargo, la preocupación por los 200 pesos faltantes seguía presente. La profesora revisó las cuentas con ellos y, efectivamente, las ventas y el inventario estaban en orden. Todo indicaba que el dinero había desaparecido sin explicación aparente.
—Es extraño que falte exactamente esa cantidad —dijo la profesora Marta, con el ceño fruncido—. Revisemos todo con calma. Quizá alguien olvidó registrar una venta o no se dio cuenta de que faltaba el cambio correcto.
Carla, Diego y Valeria pasaron el recreo siguiente revisando nuevamente la cooperativa, buscando cualquier pista que pudiera aclarar lo sucedido. Mientras tanto, algunos compañeros empezaron a notar que algo raro estaba ocurriendo. El rumor sobre el dinero faltante comenzó a extenderse por el colegio.
—Escuché que falta dinero en la cooperativa… —comentó uno de los niños durante la clase de matemáticas—. ¿Será que alguien lo tomó?
Aunque no se mencionaron nombres, Carla sintió que las miradas de sus compañeros la observaban con sospecha. A pesar de que ella y su equipo habían hecho todo lo posible por ser responsables, la idea de que alguien pudiera pensar que habían actuado mal la llenaba de inquietud.
—No podemos dejar que esto se convierta en un problema más grande —le dijo Carla a Diego y Valeria durante el almuerzo—. La gente está empezando a hablar, y si no resolvemos esto pronto, todos van a pensar que hicimos algo malo.
—Lo sé —dijo Diego, mirando a su plato sin apetito—. Pero ya revisamos todo. No sé qué más podemos hacer.
Valeria, que había estado escuchando en silencio, finalmente habló.
—No creo que nadie de nosotros haya tomado el dinero, pero si no fue un error, entonces… tal vez alguien más lo tomó sin que nos diéramos cuenta —dijo en voz baja, mirando a Carla y Diego con una expresión de preocupación.
La posibilidad de que alguien hubiera robado el dinero cruzó por la mente de los tres amigos. Sin embargo, ninguno quería creer que uno de sus compañeros pudiera hacer algo así. Eran un equipo responsable y confiaban en los demás estudiantes.
Esa tarde, la profesora Marta decidió que era mejor reunir a todo el equipo de la cooperativa para hablar sobre lo sucedido. No quería señalar a nadie, pero sí era importante aclarar las cosas antes de que los rumores se descontrolaran.
—Sé que todos ustedes son niños responsables, y no dudo de su honestidad —les dijo la profesora con un tono tranquilo—. Pero es importante que hablemos abiertamente sobre lo que ha pasado. Si alguien ha cometido un error o si hubo un malentendido, este es el momento de aclararlo.
La tensión en la sala era palpable. Todos miraban a los demás con cierta incertidumbre, esperando que alguien explicara lo sucedido. Pero nadie dijo nada.
Justo cuando el silencio se hacía más incómodo, uno de los estudiantes, Andrés, que solía ser muy callado, levantó la mano. Parecía nervioso y su voz temblaba un poco.
—Yo… quiero decir algo —dijo Andrés, con la mirada fija en el suelo.
Carla, Diego y Valeria lo miraron con sorpresa. Andrés no era parte del equipo de la cooperativa, pero solía pasar por allí durante los recreos.
—El otro día… cuando fui a comprar unas galletas, pagué con un billete de 200 pesos. Estaba apurado porque tenía que volver a clase, y creo que tomé el cambio equivocado. Me di cuenta cuando llegué a casa, pero no supe cómo decirlo… no quería que pensaran que lo hice a propósito —confesó Andrés, visiblemente avergonzado.
Todos en la sala lo miraron en silencio, procesando lo que acababa de decir. Carla sintió una mezcla de alivio y sorpresa. La respuesta había estado ahí todo el tiempo, pero Andrés había tenido miedo de decir la verdad.
La profesora Marta se acercó a Andrés y le habló con suavidad.
—Gracias por tu sinceridad, Andrés. Sé que no fue fácil para ti decir esto, pero lo importante es que lo has hecho. Todos cometemos errores, y lo que cuenta es ser honesto cuando sucede algo así.
Andrés asintió, aún algo avergonzado, pero visiblemente aliviado por haber contado la verdad. La profesora Marta tomó el registro de las ventas y corrigió el error, asegurándose de que el dinero faltante volviera a la cooperativa.
Después de la reunión, Carla, Diego y Valeria se sentían mucho más tranquilos. El problema había sido resuelto, y todos comprendieron la importancia de ser sinceros, incluso cuando cometer un error podía ser difícil de admitir. Sin embargo, el día aún no había terminado.
Esa misma tarde, mientras limpiaban la cooperativa antes de irse, Carla se dio cuenta de algo importante.
—¿Saben qué? Esto me ha enseñado que la honestidad no solo es importante cuando cometemos un error, sino también cuando no tenemos todas las respuestas —dijo Carla, mirando a sus amigos—. Podríamos haber intentado ocultarlo o hacer como si nada hubiera pasado, pero al final, decir la verdad fue lo que nos ayudó a resolverlo todo.
Diego asintió, sonriendo con alivio.
—Tienes razón, Carla. Si no hubiéramos sido honestos desde el principio, tal vez el problema se habría vuelto mucho peor.
Valeria, que había permanecido callada, agregó:
—Y además, aprendimos que cuando eres honesto, también le das a los demás la oportunidad de serlo.
Los tres amigos, aunque exhaustos por el estrés de los últimos días, se sintieron más unidos que nunca. Sabían que habían hecho lo correcto, y la profesora Marta también lo reconoció al agradecerles por su actitud responsable.
Después de la confesión de Andrés y la corrección en las cuentas de la cooperativa, la tensión en el equipo desapareció. Todos estaban aliviados de que el problema se hubiera resuelto de manera honesta y abierta. La profesora Marta, satisfecha con la manera en que los niños habían manejado la situación, decidió que era momento de darles un reconocimiento por su integridad.
—Hoy hemos aprendido una lección importante —dijo la profesora Marta al final de la jornada—. La honestidad no siempre es fácil, pero es lo que nos permite crecer y mejorar como personas. Estoy muy orgullosa de cada uno de ustedes por su sinceridad y por haber enfrentado esta situación con madurez.
Carla, Diego y Valeria se miraron, sonriendo. Sentían que, aunque la situación había sido difícil, habían salido más fuertes y unidos como equipo. Sabían que habían hecho lo correcto al ser honestos, y eso les daba una sensación de satisfacción mucho mayor que cualquier reconocimiento o premio.
La noticia sobre la resolución del problema se extendió rápidamente por la escuela. Los estudiantes, que al principio habían escuchado rumores sobre el dinero faltante, ahora hablaban de cómo el equipo de la cooperativa había demostrado responsabilidad y sinceridad. Incluso los compañeros que habían comenzado a dudar de ellos cambiaron su actitud y empezaron a valorarlos más por haber sido tan honestos.
—¿Sabes algo, Carla? —dijo Valeria mientras recogían los últimos productos al final del día—. Me di cuenta de que ser honesto no solo te hace sentir bien contigo mismo, sino que también hace que los demás confíen más en ti.
—Es verdad —respondió Carla, sonriendo—. Al principio me daba miedo lo que la gente pensara de nosotros, pero ahora entiendo que la confianza se construye cuando eres sincero, incluso si eso significa admitir que te equivocaste.
Diego, que estaba revisando la caja de dinero, agregó:
—Creo que todos aprendimos algo importante hoy, no solo sobre el dinero, sino sobre cómo ser responsables. Y lo mejor de todo es que esto nos unió más como equipo.
En las semanas siguientes, la cooperativa escolar siguió funcionando con éxito. Los estudiantes continuaron trabajando juntos, y la honestidad y la transparencia se convirtieron en los pilares fundamentales del proyecto. La profesora Marta, viendo cómo el equipo crecía y aprendía, decidió implementar una nueva iniciativa: a partir de ese momento, todos los estudiantes de la escuela podrían participar en talleres sobre ética y responsabilidad, usando la cooperativa como ejemplo de cómo la honestidad es clave para cualquier proyecto exitoso.
Un día, mientras trabajaban en la cooperativa, Andrés se acercó tímidamente al grupo. Aunque ya había confesado su error, seguía sintiéndose un poco incómodo por lo sucedido.
—Oigan, solo quería agradecerles por haber sido tan comprensivos conmigo. No fue fácil admitir lo que pasó, pero ustedes me hicieron sentir que estaba bien decir la verdad —dijo Andrés, con una sonrisa tímida.
Carla le respondió con una sonrisa cálida.
—No te preocupes, Andrés. Todos cometemos errores. Lo importante es que fuiste honesto y eso es lo que realmente importa. Y recuerda, siempre es mejor hablar cuando algo así sucede.
Andrés se sintió aliviado y agradecido. Sabía que gracias a la honestidad, había aprendido una lección que lo acompañaría por mucho tiempo.
El final del curso escolar se acercaba, y con él, la gran ceremonia de reconocimiento a los proyectos más destacados del año. Para sorpresa de muchos, la cooperativa escolar fue seleccionada como uno de los mejores proyectos, no solo por su éxito económico, sino por el ejemplo de honestidad y responsabilidad que había demostrado.
Durante la ceremonia, la profesora Marta llamó al escenario a Carla, Diego, Valeria y Andrés para recibir un reconocimiento especial. En su discurso, la profesora resaltó cómo habían enfrentado una situación difícil con integridad y cómo su actitud había reforzado la confianza y el compañerismo en toda la escuela.
—Este reconocimiento no es solo por su trabajo en la cooperativa —dijo la profesora Marta, sonriendo orgullosa—. Es por su valentía al ser honestos y demostrar que, cuando hacemos lo correcto, las puertas se abren para nosotros. La honestidad es la clave para construir un futuro mejor, y ustedes han demostrado ser un ejemplo para toda la escuela.
El auditorio estalló en aplausos, y los niños se sintieron orgullosos de haber tomado el camino correcto. Sabían que habían enfrentado una situación complicada, pero lo habían hecho con sinceridad, y eso era lo que realmente importaba. La cooperativa escolar, más que un simple proyecto de ventas, se había convertido en un símbolo de confianza y trabajo en equipo para toda la comunidad.
Carla, Diego y Valeria, acompañados por Andrés, se miraron con una sonrisa cómplice. Sabían que aquel momento sería inolvidable, no por el reconocimiento en sí, sino por la lección que todos habían aprendido: la honestidad no solo nos abre puertas, sino que también construye puentes de confianza y respeto entre las personas.
Y así, con la cabeza en alto, los niños volvieron a sus asientos, sabiendo que la lección de honestidad que habían aprendido en la cooperativa escolar los acompañaría en todo lo que hicieran en el futuro.
moraleja La honestidad nos abre puertas.
Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.
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