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En el bullicioso colegio “Horizonte del Futuro”, los estudiantes estaban preparándose para la gran competencia anual de talentos. Este evento era el más esperado del año, donde todos los niños podían mostrar sus habilidades y competir por el primer lugar. Cantantes, bailarines, magos y acróbatas pasaban semanas practicando para impresionar a sus compañeros y maestros.

Sofía, una niña de 10 años, no podía decidir qué talento mostrar. A ella le gustaba dibujar, pero no creía que fuera suficiente para ganar la competencia. Mientras caminaba por los pasillos del colegio, escuchaba a sus compañeros hablar sobre los impresionantes actos que tenían planeados: Mateo, el mejor bailarín de la escuela, estaba preparando una coreografía increíble, mientras que Julia, con su voz angelical, planeaba cantar una canción que ya había practicado cientos de veces.

—¿Ya decidiste qué harás en la competencia, Sofía? —le preguntó Julia, que la había alcanzado en la salida del recreo.

—No estoy segura todavía… —respondió Sofía, encogiéndose de hombros—. Me gusta dibujar, pero no sé si eso es lo suficientemente bueno para un concurso de talentos.

Julia la miró con simpatía, pero con un tono algo apurado, dijo:

—Bueno, ya sabes, la competencia es difícil. Yo voy a cantar, y Mateo va a bailar. Tal vez podrías probar algo diferente… algo que todos vean y digan: “¡Wow!”

Las palabras de Julia resonaron en la mente de Sofía todo el día. Cuando llegó a casa esa tarde, se sentó en su escritorio y sacó su cuaderno de bocetos, pero se sintió frustrada. “¿Cómo puedo hacer que dibujar sea emocionante para todos?”, pensó. Se sentía insegura de su talento. Al ver a sus compañeros prepararse con tanto entusiasmo, empezó a cuestionar si debía intentar hacer lo que ellos hacían en lugar de seguir con su propia pasión.

Al día siguiente, Sofía decidió hablar con Mateo, quien era famoso por su increíble habilidad para bailar. Lo encontró en el gimnasio, practicando un complicado paso de baile.

—Mateo, ¿crees que sería una buena idea que intentara bailar en la competencia? —le preguntó tímidamente.

Mateo dejó de bailar un momento y la miró sorprendido.

—¿Bailar? Bueno, siempre puedes intentarlo, pero si nunca has practicado antes, puede ser difícil. A mí me llevó meses aprender estos movimientos —dijo con una sonrisa amistosa, pero Sofía sintió que le estaba advirtiendo lo complicado que sería competir en algo que no era su fuerte.

Sofía se sintió aún más confundida. Sabía que no era bailarina, pero si todos hacían cosas tan impresionantes, ¿cómo iba a destacarse solo con sus dibujos? Empezó a pensar que la única forma de tener una oportunidad en la competencia era intentar algo más llamativo, algo que no fuera realmente lo que ella amaba, pero que tal vez podría impresionar a los demás.

Durante los días siguientes, Sofía intentó practicar un poco de todo. Probó a cantar, aunque rápidamente descubrió que no tenía la misma destreza que Julia. También trató de aprender algunos movimientos de baile sencillos, pero se tropezaba y se frustraba fácilmente. Cuanto más lo intentaba, más se daba cuenta de que estaba alejándose de lo que realmente disfrutaba hacer.

Un día, mientras estaba sentada en el parque después de la escuela, mirando cómo el sol se ponía y pintaba el cielo de naranja y rosado, Sofía sacó su cuaderno de bocetos y comenzó a dibujar el paisaje. Mientras sus manos se movían por la página, sintió una calma que no había experimentado en días. De repente, todo tuvo sentido. “¿Por qué estoy intentando ser alguien que no soy?”, pensó. Su verdadero talento era el dibujo, y lo hacía con pasión. ¿Por qué iba a cambiar eso solo para impresionar a los demás?

Esa noche, Sofía tomó una decisión. No importaba lo que hicieran los demás, ella mostraría su verdadero talento en la competencia. No intentaría ser como Julia o Mateo, sino que sería ella misma, con su propia forma de expresarse.

Cuando llegó el día de la competencia, la emoción en el colegio era palpable. Los estudiantes se reunían en el auditorio, y todos hablaban de los actos más esperados. Julia estaba nerviosa antes de su presentación, mientras que Mateo se aseguraba de que todo su equipo de sonido estuviera en perfecto estado para su coreografía. Sofía, por su parte, llevaba consigo una gran hoja de papel y varios lápices, lista para su momento en el escenario.

Cuando finalmente llegó el turno de Sofía, subió al escenario y tomó una profunda respiración. Todos parecían sorprendidos al verla con lápices en la mano en lugar de algún objeto más típico para un concurso de talentos. A pesar de sus nervios, Sofía sonrió y comenzó a dibujar en directo frente al público. A medida que su mano trazaba líneas rápidas y seguras, la hoja de papel empezó a transformarse en una increíble representación del escenario y de las personas que tenía frente a ella.

El público observaba en silencio, cautivado por la velocidad y la habilidad con la que Sofía convertía un simple papel en una obra de arte. En cuestión de minutos, había creado una imagen que capturaba la energía y la emoción del momento, algo que ningún otro participante había hecho.

Cuando terminó, levantó el dibujo para que todos lo vieran. Hubo un momento de silencio, y luego, el auditorio estalló en aplausos. Sofía se sintió aliviada y feliz. Había mostrado su verdadero talento, sin tratar de imitar a los demás.

Después de la competencia, varios de sus compañeros, incluidos Julia y Mateo, se acercaron a felicitarla.

—¡No puedo creer lo rápido que dibujaste todo eso! —exclamó Julia, asombrada—. Fue increíble.

—Sí, Sofía. Ese dibujo capturó todo el ambiente de la competencia. ¡Me alegra que decidieras hacer lo que mejor sabes hacer! —agregó Mateo, sonriendo.

Sofía, con una sonrisa de satisfacción, respondió:

—Me di cuenta de que no tenía que ser como los demás. Todos tenemos algo que nos hace únicos, y lo importante es ser fieles a eso.

Ese día, Sofía aprendió una lección valiosa que no solo aplicaría en la competencia, sino también en la vida. Entendió que no necesitaba ser como los demás para destacar; su verdadero brillo estaba en ser ella misma.

Después de la competencia de talentos, la emoción en el colegio “Horizonte del Futuro” no disminuyó. Los compañeros de Sofía seguían hablando de su increíble habilidad para dibujar en directo, y la forma en que había capturado la esencia del momento dejó a todos impresionados. Sin embargo, no todos habían entendido el mensaje que Sofía quería transmitir con su presentación.

Algunos de sus compañeros, aunque admiraban su dibujo, seguían pensando que lo que realmente importaba era destacar haciendo cosas llamativas. Durante los recreos, varios niños comentaban que lo que más se valoraba en los concursos era lo espectacular, lo que hacía que el público gritara de emoción. Esto hizo que Sofía comenzara a dudar nuevamente de su talento.

—Tal vez mi dibujo fue bonito, pero no fue “emocionante” —pensaba Sofía mientras caminaba hacia casa un día, con las palabras de sus compañeros dándole vueltas en la cabeza—. ¿Y si solo me aplaudieron por ser diferente, pero no porque realmente les gustara?

Esa duda empezó a crecer en su interior. Aunque al principio se sentía orgullosa de haber mostrado su verdadero talento, ahora se preguntaba si quizás había cometido un error al no intentar algo más impresionante como los demás.

Mientras tanto, la escuela estaba organizando un nuevo evento, esta vez un festival de actividades artísticas. Había diferentes categorías: música, teatro, danza, y una nueva categoría que incluía arte en vivo. Sofía sintió que esta era su oportunidad de probar algo diferente. Si lograba combinar su talento para el dibujo con algo más emocionante, tal vez podría impresionar aún más a sus compañeros.

Una tarde, mientras paseaba por el parque con Julia y Mateo, Sofía les compartió su idea.

—Estaba pensando… ¿qué tal si en el festival de actividades artísticas hago algo más grande, algo que combine mi dibujo con otra cosa? Como una actuación, o algo más llamativo —dijo Sofía, tratando de sonar emocionada, aunque en su interior tenía dudas.

—¡Eso suena genial! —respondió Julia de inmediato—. Podrías mezclar tu dibujo con algo de música, o incluso con baile. ¡Sería increíble!

Mateo también apoyó la idea, y aunque Sofía sonrió al escuchar sus palabras de ánimo, no podía evitar sentir una pequeña incomodidad. Sabía que lo que más disfrutaba era simplemente dibujar, pero la presión por hacer algo “espectacular” seguía creciendo.

Esa noche, Sofía se sentó en su habitación, rodeada de hojas de papel y lápices, tratando de pensar en una nueva idea. Se imaginaba haciendo una presentación en la que dibujara mientras alguien más tocaba música o bailaba a su alrededor. Aunque la idea parecía interesante, cuanto más lo pensaba, menos sentía que era auténtico. Se dio cuenta de que estaba tratando de forzarse a hacer algo que no era natural para ella, solo por la necesidad de impresionar a los demás.

A medida que pasaban los días, la presión de crear algo grande para el festival la hacía sentir ansiosa. No disfrutaba dibujar como lo hacía antes, y eso la frustraba. Solía pasar horas perdiéndose en sus bocetos, pero ahora, cada vez que intentaba crear algo, su mente estaba ocupada pensando en cómo hacerlo más “impactante”, lo que bloqueaba su creatividad.

Unos días antes del festival, Sofía decidió hablar con su madre. Siempre había confiado en ella para buscar consejo, y esta vez no fue la excepción.

—Mamá, siento que todo el mundo espera que haga algo más grande, algo más emocionante en el festival —confesó Sofía, con los ojos llenos de duda—. Pero no sé si eso es lo que realmente quiero hacer. Me encanta dibujar, pero parece que no es suficiente.

La madre de Sofía, una mujer tranquila y sabia, la miró con comprensión y le dijo:

—Sofía, ¿recuerdas por qué empezaste a dibujar en primer lugar? No fue para impresionar a nadie, sino porque te hacía feliz. Ser tú misma es lo que te hace única, y ese es tu verdadero talento. Si intentas ser alguien más solo para agradar a los demás, te estarás alejando de lo que realmente te hace especial.

Esas palabras resonaron profundamente en Sofía. Su madre tenía razón. Todo este tiempo había estado tratando de adaptarse a lo que los demás esperaban, en lugar de seguir lo que realmente la hacía feliz. Dibujar era su pasión, y no necesitaba hacer más de lo que ya amaba para sentirse valiosa.

Con esa nueva claridad, Sofía tomó una decisión. No haría una presentación llamativa ni trataría de mezclar su arte con algo más para impresionar. En lugar de eso, se concentraría en hacer lo que mejor sabía hacer: dibujar, y dejar que su arte hablara por sí mismo.

El día del festival llegó, y el auditorio de la escuela estaba lleno de estudiantes, maestros y padres. Las presentaciones comenzaron, y muchos de sus compañeros mostraron increíbles habilidades en música, teatro y baile. A medida que se acercaba el turno de Sofía, sus amigos la animaban desde los asientos.

—¿Estás lista para impresionar, Sofía? —le preguntó Mateo, sonriendo.

Sofía lo miró con una sonrisa tranquila y respondió:

—Sí, pero esta vez voy a ser yo misma.

Subió al escenario con su hoja de papel y sus lápices, y en lugar de intentar algo extravagante, se concentró en crear un dibujo que representara lo que más amaba: la sencillez de la naturaleza. Con cada trazo, sus nervios desaparecían, y la confianza en su talento regresaba.

El público observaba en silencio mientras Sofía transformaba el papel en una escena vibrante de un campo con árboles, flores y un cielo brillante. Al terminar, levantó el dibujo y sonrió. No había luces ni música, pero el arte que había creado tenía una fuerza propia, una que venía del corazón.

Después de la competencia de talentos, la emoción en el colegio “Horizonte del Futuro” no disminuyó. Los compañeros de Sofía seguían hablando de su increíble habilidad para dibujar en directo, y la forma en que había capturado la esencia del momento dejó a todos impresionados. Sin embargo, no todos habían entendido el mensaje que Sofía quería transmitir con su presentación.

Algunos de sus compañeros, aunque admiraban su dibujo, seguían pensando que lo que realmente importaba era destacar haciendo cosas llamativas. Durante los recreos, varios niños comentaban que lo que más se valoraba en los concursos era lo espectacular, lo que hacía que el público gritara de emoción. Esto hizo que Sofía comenzara a dudar nuevamente de su talento.

—Tal vez mi dibujo fue bonito, pero no fue “emocionante” —pensaba Sofía mientras caminaba hacia casa un día, con las palabras de sus compañeros dándole vueltas en la cabeza—. ¿Y si solo me aplaudieron por ser diferente, pero no porque realmente les gustara?

Esa duda empezó a crecer en su interior. Aunque al principio se sentía orgullosa de haber mostrado su verdadero talento, ahora se preguntaba si quizás había cometido un error al no intentar algo más impresionante como los demás.

Mientras tanto, la escuela estaba organizando un nuevo evento, esta vez un festival de actividades artísticas. Había diferentes categorías: música, teatro, danza, y una nueva categoría que incluía arte en vivo. Sofía sintió que esta era su oportunidad de probar algo diferente. Si lograba combinar su talento para el dibujo con algo más emocionante, tal vez podría impresionar aún más a sus compañeros.

Una tarde, mientras paseaba por el parque con Julia y Mateo, Sofía les compartió su idea.

—Estaba pensando… ¿qué tal si en el festival de actividades artísticas hago algo más grande, algo que combine mi dibujo con otra cosa? Como una actuación, o algo más llamativo —dijo Sofía, tratando de sonar emocionada, aunque en su interior tenía dudas.

—¡Eso suena genial! —respondió Julia de inmediato—. Podrías mezclar tu dibujo con algo de música, o incluso con baile. ¡Sería increíble!

Mateo también apoyó la idea, y aunque Sofía sonrió al escuchar sus palabras de ánimo, no podía evitar sentir una pequeña incomodidad. Sabía que lo que más disfrutaba era simplemente dibujar, pero la presión por hacer algo “espectacular” seguía creciendo.

Esa noche, Sofía se sentó en su habitación, rodeada de hojas de papel y lápices, tratando de pensar en una nueva idea. Se imaginaba haciendo una presentación en la que dibujara mientras alguien más tocaba música o bailaba a su alrededor. Aunque la idea parecía interesante, cuanto más lo pensaba, menos sentía que era auténtico. Se dio cuenta de que estaba tratando de forzarse a hacer algo que no era natural para ella, solo por la necesidad de impresionar a los demás.

A medida que pasaban los días, la presión de crear algo grande para el festival la hacía sentir ansiosa. No disfrutaba dibujar como lo hacía antes, y eso la frustraba. Solía pasar horas perdiéndose en sus bocetos, pero ahora, cada vez que intentaba crear algo, su mente estaba ocupada pensando en cómo hacerlo más “impactante”, lo que bloqueaba su creatividad.

Unos días antes del festival, Sofía decidió hablar con su madre. Siempre había confiado en ella para buscar consejo, y esta vez no fue la excepción.

—Mamá, siento que todo el mundo espera que haga algo más grande, algo más emocionante en el festival —confesó Sofía, con los ojos llenos de duda—. Pero no sé si eso es lo que realmente quiero hacer. Me encanta dibujar, pero parece que no es suficiente.

La madre de Sofía, una mujer tranquila y sabia, la miró con comprensión y le dijo:

—Sofía, ¿recuerdas por qué empezaste a dibujar en primer lugar? No fue para impresionar a nadie, sino porque te hacía feliz. Ser tú misma es lo que te hace única, y ese es tu verdadero talento. Si intentas ser alguien más solo para agradar a los demás, te estarás alejando de lo que realmente te hace especial.

Esas palabras resonaron profundamente en Sofía. Su madre tenía razón. Todo este tiempo había estado tratando de adaptarse a lo que los demás esperaban, en lugar de seguir lo que realmente la hacía feliz. Dibujar era su pasión, y no necesitaba hacer más de lo que ya amaba para sentirse valiosa.

Con esa nueva claridad, Sofía tomó una decisión. No haría una presentación llamativa ni trataría de mezclar su arte con algo más para impresionar. En lugar de eso, se concentraría en hacer lo que mejor sabía hacer: dibujar, y dejar que su arte hablara por sí mismo.

El día del festival llegó, y el auditorio de la escuela estaba lleno de estudiantes, maestros y padres. Las presentaciones comenzaron, y muchos de sus compañeros mostraron increíbles habilidades en música, teatro y baile. A medida que se acercaba el turno de Sofía, sus amigos la animaban desde los asientos.

—¿Estás lista para impresionar, Sofía? —le preguntó Mateo, sonriendo.

Sofía lo miró con una sonrisa tranquila y respondió:

—Sí, pero esta vez voy a ser yo misma.

Subió al escenario con su hoja de papel y sus lápices, y en lugar de intentar algo extravagante, se concentró en crear un dibujo que representara lo que más amaba: la sencillez de la naturaleza. Con cada trazo, sus nervios desaparecían, y la confianza en su talento regresaba.

El público observaba en silencio mientras Sofía transformaba el papel en una escena vibrante de un campo con árboles, flores y un cielo brillante. Al terminar, levantó el dibujo y sonrió. No había luces ni música, pero el arte que había creado tenía una fuerza propia, una que venía del corazón.

Cuando Sofía terminó su dibujo y levantó la hoja para que todos pudieran verlo, el auditorio permaneció en silencio por unos segundos. Las líneas precisas y los detalles que había plasmado en el papel mostraban un paisaje que parecía cobrar vida. La simplicidad y belleza de su arte impactaron a los presentes de una manera que las luces brillantes o el sonido fuerte jamás podrían haber logrado. Luego, el silencio se rompió por un aplauso que creció hasta llenar todo el espacio.

Sofía sonrió tímidamente y se sintió más segura que nunca. A pesar de que no había hecho un número llamativo ni había intentado combinar su talento con otra habilidad, sabía que había mostrado algo auténtico, algo que venía de su verdadero ser.

Después de bajar del escenario, varios de sus compañeros se acercaron a ella para felicitarla.

—¡Sofía, fue increíble! —dijo Julia, impresionada—. Tu dibujo realmente transmitió algo especial. No necesitabas nada más, solo ser tú misma.

Mateo, quien siempre había apostado por los grandes espectáculos, también le dio una palmada en el hombro.

—Me encantó cómo lograste transmitir tanto con algo tan sencillo. A veces, lo que parece más simple es lo que más toca a la gente —comentó, sonriendo con admiración.

Sofía, al escuchar esas palabras, se dio cuenta de que no era necesario hacer algo “espectacular” o tratar de impresionar a los demás. Lo que realmente importaba era ser fiel a uno mismo y a lo que se amaba. Sintió un alivio enorme al saber que, al final, el verdadero éxito venía de abrazar su identidad y su pasión.

Esa noche, cuando regresó a casa, Sofía encontró a su madre esperándola con una taza de té caliente. Se sentó junto a ella en la mesa de la cocina y, emocionada, le contó todo lo que había ocurrido.

—Al principio tenía miedo de no ser lo suficientemente buena, mamá. Pero luego, mientras dibujaba, me di cuenta de que lo único que necesitaba era ser yo misma, y que eso era más que suficiente —dijo Sofía, con una sonrisa de satisfacción.

Su madre la miró con orgullo y dijo:

—Ese es el secreto de la verdadera felicidad, Sofía. No se trata de ser como los demás, sino de encontrar tu propio camino y caminarlo con confianza. Hoy demostraste que tu talento es único y que no necesitas imitar a nadie para brillar.

Con esas palabras en mente, Sofía se fue a dormir sintiéndose más segura de sí misma que nunca. Sabía que en el futuro habría más momentos en los que se enfrentaría a las expectativas de los demás, pero también sabía que siempre elegiría ser auténtica, porque ese era el camino hacia la verdadera satisfacción.

A la mañana siguiente, al llegar al colegio, Sofía fue recibida con más palabras de aliento y admiración. Sin embargo, lo que más la conmovió fue cuando una niña más pequeña, de primer grado, se le acercó tímidamente durante el recreo.

—Sofía, me encantó tu dibujo. Yo también dibujo, pero a veces siento que no soy tan buena como los demás —dijo la niña, con una voz bajita.

Sofía se agachó a su altura y la miró con una sonrisa cálida.

—No tienes que compararte con nadie. Lo importante es que dibujes lo que te haga feliz. Ser tú misma es lo que hará que tu arte sea especial, y no lo que piensen los demás —le dijo, recordando su propio viaje de autoaceptación.

La niña sonrió, sintiéndose más tranquila, y corrió hacia su grupo de amigos, animada por las palabras de Sofía. En ese momento, Sofía se dio cuenta de que no solo había aprendido una lección valiosa, sino que también tenía la capacidad de compartir esa lección con otros. Sabía que, al ser ella misma, estaba inspirando a otros a hacer lo mismo.

El festival terminó, y aunque no todos recibieron premios, Sofía sintió que había ganado algo mucho más importante: la confianza en su propia voz y en su propio talento. Ya no sentía la necesidad de compararse con los demás o de tratar de encajar en los moldes de lo que la gente esperaba. Había descubierto que su verdadera fortaleza residía en ser auténtica, y que el verdadero éxito era el que venía de ser fiel a sí misma.

En los días siguientes, Sofía continuó dibujando con la misma pasión que siempre había tenido, pero ahora lo hacía con una nueva seguridad. Sabía que no necesitaba cambiar para gustar a los demás. Había encontrado su propio brillo, y eso era más que suficiente para iluminar el camino por delante.

Y así, Sofía no solo se destacó por su arte, sino por ser un ejemplo para todos de lo valioso que es ser uno mismo, sin importar lo que piensen los demás. A partir de ese momento, cada vez que alguien en su escuela dudaba de su propio valor, recordaban la lección que Sofía les había enseñado: la verdadera belleza y fortaleza están en abrazar quién eres.

moraleja La importancia de ser tú mismo y no intentar ser como los demás.

Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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