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La familia López vivía en un acogedor departamento en la ciudad de Valle Verde. Era un lugar tranquilo, rodeado de parques, con una escuela cercana y muchos amigos para los hijos de la familia, Clara y Diego. Clara, de diez años, era una niña creativa a la que le encantaba pintar y pasar tiempo con sus amigos en el parque. Diego, de siete, era curioso y le encantaba jugar al fútbol con su equipo de la escuela.

Todo parecía perfecto en Valle Verde, hasta que un día, el papá de Clara y Diego, el señor López, llegó a casa con una noticia que cambiaría la vida de todos.

—Me han ofrecido un nuevo trabajo en una empresa importante, pero está en otra ciudad. Nos mudaremos a Ciudad Sol, la próxima semana —anunció el señor López, tratando de sonar entusiasmado.

La mamá de Clara y Diego, la señora López, sonrió y trató de ver el lado positivo.

—Será una gran oportunidad para papá y para todos nosotros. Ciudad Sol es un lugar grande, con muchas cosas por descubrir.

Pero Clara y Diego no compartían el entusiasmo de sus padres. Para ellos, Valle Verde era su hogar, el lugar donde estaban sus amigos, su escuela y todos sus recuerdos. La idea de mudarse a una ciudad desconocida los llenaba de incertidumbre y tristeza.

—¿Por qué tenemos que mudarnos? —preguntó Clara, con lágrimas en los ojos—. Aquí están mis amigos, mi escuela y todo lo que me gusta.

Diego, aunque más pequeño, también se mostró preocupado.

—¿Y qué va a pasar con mi equipo de fútbol? Yo no quiero ir a otro lugar —dijo, cruzándose de brazos.

El señor López se agachó para ponerse a la altura de sus hijos y trató de explicarles con calma.

—Sé que esto es difícil para ustedes. Los cambios pueden dar miedo al principio, pero también traen nuevas oportunidades. En Ciudad Sol habrá muchas cosas nuevas para descubrir, y seguro que harán nuevos amigos.

Clara y Diego no estaban convencidos. Durante los días siguientes, mientras empacaban sus cosas, ambos se sentían tristes y preocupados. Clara empaquetó con cuidado sus pinceles y pinturas, temiendo que su inspiración se quedara atrás en Valle Verde. Diego, por su parte, guardó su uniforme de fútbol, preguntándose si encontraría otro equipo al que unirse.

El día de la mudanza llegó más rápido de lo que esperaban. La familia López se despidió de su departamento, de los vecinos y de los amigos que habían hecho durante los años. Clara abrazó a su mejor amiga, Sofía, prometiéndose que se mantendrían en contacto por mensajes y llamadas. Diego, aunque intentó parecer fuerte, no pudo evitar soltar unas lágrimas al despedirse de sus compañeros de equipo.

El viaje a Ciudad Sol fue largo, y mientras el auto avanzaba por la carretera, Clara y Diego miraban por la ventana en silencio. Cada kilómetro que los alejaba de Valle Verde parecía un paso hacia lo desconocido, y ambos se preguntaban cómo sería su nueva vida.

Cuando finalmente llegaron a su nuevo hogar, un moderno departamento en un edificio alto, Clara y Diego se sintieron un poco abrumados. Todo era diferente: las calles, los edificios, el ruido constante de los autos y la gente. No había el mismo aire tranquilo y conocido de Valle Verde.

—Miren, desde aquí se ve toda la ciudad —dijo la señora López, tratando de animar a sus hijos mientras los guiaba hacia el balcón—. Es una vista impresionante, ¿verdad?

Clara y Diego miraron la vista, pero no sentían la misma emoción que sus padres. Lo que ellos veían eran calles extrañas, caras desconocidas y un lugar que no se sentía como su hogar.

Los primeros días en Ciudad Sol fueron difíciles para Clara y Diego. En la nueva escuela, todo era diferente. Clara extrañaba a Sofía y no sabía cómo encajar en su nueva clase. Los otros niños ya parecían conocerse entre sí, y Clara se sentía como una extraña. En los recreos, solía sentarse sola, dibujando en su cuaderno y pensando en los días en Valle Verde.

Diego, por su parte, no encontraba un equipo de fútbol en el que pudiera jugar. Los niños de su nueva escuela jugaban diferente, y Diego sentía que no podía seguirles el ritmo. Más de una vez, terminó sentado al borde del campo, mirando desde lejos mientras los otros jugaban.

Una tarde, después de la escuela, Clara y Diego regresaron al departamento y se sentaron en la sala, aún con caras largas. La señora López, viendo la tristeza de sus hijos, decidió llevarlos a explorar la ciudad.

—Vamos a dar un paseo. Quiero mostrarles algunos lugares que descubrí hoy mientras caminaba —dijo la señora López, tratando de animarlos.

Aunque al principio no querían ir, Clara y Diego finalmente aceptaron. Salieron a caminar y, para su sorpresa, empezaron a descubrir algunas cosas interesantes. Encontraron un parque con un gran lago donde había patos y botes para alquilar. Clara, siempre con su cuaderno en mano, se detuvo a dibujar el lago y los patos, sintiendo un pequeño atisbo de inspiración.

Luego, encontraron una heladería con más sabores de los que jamás habían visto. Diego, que adoraba el helado, se animó un poco al ver tantos colores y opciones. Se olvidó momentáneamente de su tristeza mientras disfrutaba de un gran cono de helado de chocolate con menta.

Más tarde, pasaron por un centro comunitario que ofrecía clases de arte y deportes para niños. La señora López se acercó a leer los anuncios y vio que había un taller de pintura para niños, algo que podría interesar a Clara, y un equipo de fútbol juvenil que estaba buscando nuevos jugadores, lo que podría ser perfecto para Diego.

—Miren, aquí hay actividades que podrían gustarles. Podrían probar algo nuevo y conocer a otros niños —sugirió la señora López, mostrándoles los folletos.

Clara y Diego miraron los folletos con curiosidad. Aunque al principio estaban reacios a la idea de probar algo nuevo, sus padres los animaron a darles una oportunidad. Clara decidió inscribirse en el taller de pintura, mientras que Diego se apuntó al equipo de fútbol juvenil.

Al principio, ambos estaban nerviosos. Clara no estaba segura de si su estilo de pintura encajaría con el de los demás, y Diego temía no estar a la altura de los otros jugadores. Sin embargo, poco a poco, comenzaron a adaptarse. Clara conoció a otros niños que compartían su pasión por el arte, y encontró inspiración en los nuevos paisajes de Ciudad Sol. Diego, por su parte, se hizo amigo de los otros jugadores y descubrió que tenía mucho que aprender, pero también mucho que ofrecer.

Con el tiempo, Clara y Diego se dieron cuenta de que, aunque Ciudad Sol era diferente, también tenía cosas buenas que ofrecer. Empezaron a ver los cambios no como algo negativo, sino como una oportunidad para crecer y descubrir nuevas partes de sí mismos.

Una tarde, mientras Clara pintaba un nuevo cuadro del parque y Diego practicaba con su equipo, los dos se miraron y sonrieron. Entendieron que, aunque los cambios pueden ser difíciles, también son una parte natural de la vida. Los cambios traen consigo la oportunidad de aprender, de conocer nuevos amigos y de crecer de maneras que nunca imaginaron.

Al regresar a casa, Clara y Diego se sintieron más ligeros, como si una carga se hubiera desvanecido. Sabían que siempre llevarían a Valle Verde en sus corazones, pero también estaban listos para abrazar su nueva vida en Ciudad Sol, con todo lo que esta les ofrecía.

En los días siguientes a la visita al centro comunitario, Clara y Diego comenzaron a involucrarse más en sus nuevas actividades. Aunque al principio todavía extrañaban Valle Verde, se dieron cuenta de que había muchas cosas interesantes por descubrir en Ciudad Sol.

Clara empezó a asistir al taller de pintura cada tarde después de la escuela. Al principio, se sentía insegura sobre si sus dibujos encajarían con los de los demás niños. Todos parecían tener estilos diferentes: algunos pintaban paisajes, otros retratos, y algunos incluso se aventuraban con el arte abstracto. Sin embargo, su profesora, la señora Elena, era muy alentadora.

—No importa cómo dibujes, Clara. Lo que importa es que disfrutes el proceso y que tu arte refleje quién eres. Los cambios en nuestra vida, como mudarse a un nuevo lugar, pueden ser una gran fuente de inspiración —le dijo la señora Elena, mientras observaba uno de los dibujos de Clara.

Clara decidió tomar las palabras de la señora Elena al corazón. Comenzó a pintar escenas de su nueva vida en Ciudad Sol: el parque con el lago, los altos edificios, y las luces brillantes de la ciudad por la noche. Para su sorpresa, los otros niños del taller se mostraron interesados en sus pinturas y le hicieron preguntas sobre su vida en Valle Verde. Clara se dio cuenta de que, a través del arte, podía compartir sus recuerdos y también encontrar puntos en común con sus nuevos amigos.

Un día, mientras pintaba un paisaje de Valle Verde, uno de los niños del taller, Joaquín, se acercó y le preguntó:

—¿De dónde es este lugar? Se ve muy bonito.

Clara, emocionada, le contó sobre su antiguo hogar y los lugares especiales que extrañaba. Joaquín escuchó con atención y luego le mostró uno de sus propios dibujos, un paisaje de su pueblo natal en el campo.

—Yo también me mudé aquí hace poco. Es difícil al principio, pero Ciudad Sol también tiene su encanto. Me gusta que hay mucho que explorar —dijo Joaquín, sonriendo.

A partir de ese momento, Clara y Joaquín se hicieron amigos. Se ayudaban con sus pinturas y se compartían historias sobre sus antiguas ciudades, creando un lazo que ayudaba a Clara a sentirse menos sola. Ella entendió que los cambios, aunque desafiantes, podían llevar a conexiones inesperadas y significativas.

Mientras tanto, Diego se unió al equipo de fútbol juvenil del centro comunitario. Al principio, se sentía nervioso porque los otros jugadores parecían más rápidos y experimentados que él. Sin embargo, el entrenador, el señor Carlos, tenía un enfoque muy positivo y siempre motivaba a todos los niños a dar lo mejor de sí mismos.

—Lo importante no es ganar siempre, sino aprender y mejorar con cada partido. Los cambios son parte del juego, y cada vez que te enfrentas a algo nuevo, tienes la oportunidad de crecer —les decía el señor Carlos en cada práctica.

Diego, aunque al principio se sentía fuera de lugar, comenzó a esforzarse más y a disfrutar del juego. Los otros jugadores lo animaban y le daban consejos sobre cómo mejorar. Poco a poco, Diego fue ganando confianza y empezó a destacarse como un jugador rápido y ágil. Aunque aún extrañaba su antiguo equipo, se dio cuenta de que también podía hacer amigos y aprender mucho en este nuevo grupo.

Un día, durante un partido, Diego tuvo la oportunidad de marcar un gol decisivo para su equipo. El balón llegó a sus pies después de una jugada rápida y, con todo su esfuerzo, lo lanzó hacia la portería. El gol entró justo en la esquina, y todo el equipo corrió a felicitarlo.

—¡Lo hiciste, Diego! ¡Ese fue increíble! —gritó su compañero Samuel, dándole una palmada en la espalda.

Diego se sintió emocionado y, por primera vez, sintió que realmente pertenecía al equipo. Esa noche, le contó a su familia sobre el gol, sintiéndose orgulloso de cómo había enfrentado el desafío de adaptarse a un nuevo equipo. Comprendió que, aunque los cambios eran difíciles, también traían consigo momentos emocionantes y oportunidades para demostrar su capacidad.

Mientras Clara y Diego se adaptaban a su nueva vida, los padres notaron el cambio positivo en sus hijos. La señora López, al ver a Clara más motivada con sus pinturas y a Diego emocionado con el fútbol, les recordó que los cambios no siempre son fáciles, pero que forman parte del crecimiento.

—A veces, cuando nos enfrentamos a algo nuevo, sentimos miedo o tristeza porque dejamos atrás lo que conocemos. Pero, como ustedes han visto, los cambios también nos permiten aprender cosas nuevas y conocer a personas que pueden hacer nuestra vida más rica y divertida —dijo la señora López durante una cena familiar.

Clara y Diego asintieron, comprendiendo lo que su madre quería decir. Cada día en Ciudad Sol era una oportunidad para descubrir algo diferente, y aunque Valle Verde siempre tendría un lugar especial en sus corazones, también estaban aprendiendo a apreciar las cosas buenas de su nuevo hogar.

Una tarde, mientras Clara pintaba en su balcón con vistas a la ciudad, Diego jugaba con algunos amigos del equipo en el parque cercano. Clara miró la vista desde el balcón y se dio cuenta de que, aunque todo era diferente, había belleza en la nueva perspectiva que la ciudad le ofrecía. Decidió plasmar esa imagen en su cuaderno, capturando el ajetreo de la ciudad, los colores del atardecer y las luces que empezaban a encenderse.

Por su parte, Diego, después de anotar otro gol en un partido amistoso, se sentó en el césped junto a sus compañeros y se rió con ellos mientras compartían historias sobre sus entrenamientos y sueños de ser grandes futbolistas. Se sintió parte de algo más grande, algo que lo llenaba de alegría y entusiasmo por lo que estaba por venir.

Clara y Diego, cada uno a su manera, empezaron a entender que los cambios no solo significaban dejar atrás lo conocido, sino abrirse a nuevas posibilidades, desafíos y amistades. Ciudad Sol, con todas sus diferencias y su vibrante energía, se estaba convirtiendo en un lugar donde podían crecer y encontrar su propio camino.

Esa noche, antes de dormir, Clara miró su cuaderno lleno de dibujos y pensó en todas las cosas que había descubierto desde que se mudaron. Diego, con su pelota de fútbol al lado de la cama, también pensó en los amigos que había hecho y en los goles que aún quería marcar.

Ambos comprendieron que, aunque el cambio había sido difícil, también les había enseñado a ser valientes, a adaptarse y a encontrar alegría en lo nuevo. Con una sonrisa, Clara y Diego se dieron las buenas noches, sabiendo que estaban listos para seguir explorando y disfrutando de su nueva vida en Ciudad Sol.

Con cada día que pasaba en Ciudad Sol, Clara y Diego se sentían más cómodos y seguros. Los cambios que al principio les parecían tan difíciles ahora se habían convertido en una parte natural de su rutina. Sus padres, al ver cómo se adaptaban, se sintieron aliviados y orgullosos de lo lejos que habían llegado como familia.

Clara continuó asistiendo al taller de pintura, donde cada vez se sentía más inspirada. La señora Elena, su profesora, decidió organizar una pequeña exposición en el centro comunitario para mostrar los trabajos de los niños. Clara, nerviosa pero emocionada, seleccionó algunas de sus pinturas favoritas: una del parque con el lago, otra de los edificios iluminados por la noche y, por supuesto, una de Valle Verde, que seguía ocupando un lugar especial en su corazón.

El día de la exposición, Clara se sintió orgullosa al ver sus pinturas colgadas en las paredes junto a las de sus nuevos amigos. Sus padres, el señor y la señora López, la felicitaron y le recordaron lo talentosa que era.

—Esto es solo el comienzo, Clara. Tienes un gran talento y, más importante, un gran corazón que sabe expresar lo que siente a través del arte —dijo su madre, mientras la abrazaba con cariño.

Clara, sonriendo, vio a otros niños y sus padres admirar su trabajo. Se dio cuenta de que, aunque había extrañado mucho a Valle Verde, Ciudad Sol también la había inspirado a crear y a compartir su visión con los demás. En ese momento, entendió que podía llevar consigo su hogar donde quiera que fuera, y que cada lugar nuevo ofrecía una oportunidad para aprender y crecer.

Mientras tanto, Diego se estaba convirtiendo en uno de los jugadores más destacados de su equipo de fútbol. No solo había mejorado sus habilidades, sino que también se había hecho muy buen amigo de sus compañeros. El señor Carlos, su entrenador, siempre enfatizaba la importancia de la amistad y la colaboración en el equipo.

Un fin de semana, el equipo de Diego participó en un torneo local. Era el primer torneo al que asistía desde que se mudaron, y Diego estaba decidido a dar lo mejor de sí. En el último partido, su equipo estaba empatado, y todos los jugadores estaban nerviosos. Diego, recordando las palabras de su entrenador, tomó el balón y, con una jugada rápida y habilidosa, logró pasar a los defensas y anotar el gol de la victoria.

El sonido del silbato final y los gritos de sus compañeros lo hicieron saltar de alegría. El equipo corrió a abrazarlo, levantándolo en el aire mientras celebraban su triunfo. Diego, con una sonrisa de oreja a oreja, se dio cuenta de que el esfuerzo y la dedicación siempre valen la pena, y que había encontrado su lugar en el equipo.

—¡Lo hiciste, Diego! ¡Eres increíble! —gritaron sus amigos, y Diego sintió que, aunque extrañaba a su antiguo equipo, ahora tenía un nuevo grupo de amigos que lo apoyaban.

Esa noche, Clara y Diego se sentaron con sus padres a cenar y compartieron las buenas noticias del día. Clara habló sobre la exposición y cómo había conocido a otros niños que también se habían mudado de diferentes lugares. Diego, por su parte, no podía dejar de sonreír mientras relataba cada detalle de su gol en el torneo.

—Nos dimos cuenta de que los cambios no son tan malos, ¿verdad? —dijo el señor López, mientras miraba con orgullo a sus hijos—. A veces, solo necesitamos tiempo para adaptarnos y descubrir todo lo bueno que nos espera.

Clara asintió, recordando cómo se había sentido al principio, insegura y triste por dejar su hogar. Pero ahora entendía que cada lugar podía ofrecer algo único, y que era posible encontrar belleza y alegría incluso en lo desconocido.

—Sí, creo que al final los cambios nos ayudan a crecer y a ver las cosas de una manera diferente —dijo Clara, reflexionando sobre todo lo que había aprendido.

Diego, mientras tomaba un gran bocado de su comida favorita, agregó:

—Y también nos enseñan a no rendirnos. Porque, aunque al principio fue difícil, ahora me gusta mucho mi nuevo equipo, y me alegra haber seguido intentando.

La familia brindó por su nueva vida en Ciudad Sol, celebrando no solo los logros de Clara y Diego, sino también la forma en que habían crecido juntos a lo largo del proceso. Sabían que todavía habría momentos de nostalgia y desafíos por superar, pero también estaban seguros de que, juntos, podían enfrentar cualquier cosa.

En los días siguientes, Clara y Diego continuaron explorando la ciudad, haciendo nuevos amigos y descubriendo más cosas que los hacían sentir en casa. Clara se unió a un club de jóvenes artistas donde podía seguir desarrollando su talento, y Diego comenzó a entrenar para un próximo torneo, emocionado por seguir mejorando y apoyando a su equipo.

Cada noche, Clara seguía dibujando en su cuaderno, pero esta vez llenaba sus páginas no solo con recuerdos de Valle Verde, sino también con las nuevas escenas de su vida en Ciudad Sol. Diego, por su parte, guardaba cada medalla y pequeño trofeo que ganaba con su equipo en un lugar especial, recordándose a sí mismo que los cambios pueden ser oportunidades para brillar.

Un fin de semana, mientras paseaban en bicicleta por un nuevo parque que habían encontrado, Clara se detuvo y miró a su alrededor. Ciudad Sol, con sus rascacielos, parques y calles bulliciosas, ahora se sentía como un lugar familiar, un lugar al que podían llamar hogar. Se dio cuenta de que los cambios no solo habían afectado su entorno, sino también la manera en que veía el mundo.

—Papá, mamá, ¿saben qué? Creo que ahora entiendo mejor por qué nos mudamos. No fue solo por el trabajo de papá, sino también para que podamos descubrir cosas nuevas y aprender a ser más fuertes juntos —dijo Clara, con una sonrisa llena de sabiduría.

Los padres, al escucharla, se sintieron orgullosos de ver cómo sus hijos habían abrazado el cambio y lo habían transformado en algo positivo. Sabían que la vida estaba llena de giros inesperados, pero también que cada uno de ellos era una oportunidad para crecer.

—Así es, Clara. La vida siempre está en movimiento, y cada cambio es una nueva aventura —respondió el señor López, mientras seguían pedaleando juntos por el parque.

Con sus corazones llenos de esperanza y la seguridad de que podían enfrentar cualquier cosa juntos, la familia López continuó explorando, aprendiendo y disfrutando de cada momento en su nueva ciudad. Habían aprendido que, aunque los cambios pueden ser difíciles, también son una parte esencial de la vida, y que con cada nuevo comienzo viene la oportunidad de crear recuerdos inolvidables.

Y así, Clara y Diego descubrieron que la verdadera aventura no estaba solo en los lugares que dejaban atrás, sino en los caminos que se atrevían a recorrer, con la certeza de que siempre podían encontrar belleza y amistad en cada rincón de su viaje.

moraleja los cambios son una parte natural de la vida y de nuestro entorno.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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