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En la ciudad de Colores Brillantes, todos los años se celebraba el Gran Concurso de Dibujo. Niños de todas las escuelas participaban, mostrando su creatividad y talento en una competencia que premiaba la imaginación y la habilidad artística. El concurso era uno de los eventos más esperados del año, y los ganadores no solo recibían premios, sino también la oportunidad de ver sus dibujos expuestos en el Museo de Arte de la ciudad.

Sara, una niña de diez años con un gran amor por el dibujo, esperaba con ansias la llegada del concurso. Desde pequeña, Sara había pasado horas dibujando todo lo que veía: paisajes, animales, e incluso inventando sus propios personajes. Tenía una colección de cuadernos llenos de bocetos y colores, y soñaba con algún día convertirse en una artista famosa. Pero había un problema: Sara nunca había ganado un premio en el concurso. Aunque lo intentaba cada año, siempre sentía que sus dibujos no eran lo suficientemente buenos.

Este año, sin embargo, Sara decidió que haría todo lo posible para mejorar. No solo quería participar; quería ganar y demostrar que su esfuerzo valía la pena. Se inscribió en clases de dibujo después de la escuela y empezó a practicar todos los días en casa. Su madre, que siempre la apoyaba, le compró un set de acuarelas y le animó a no rendirse.

—Recuerda, Sara, la clave para mejorar es la constancia. No importa cuántas veces tengas que intentarlo, lo importante es no dejar de esforzarte —le decía su madre, mientras Sara llenaba hojas y hojas con nuevos dibujos.

En la escuela, Sara encontró apoyo en su mejor amigo, Leo, que también amaba dibujar. Aunque Leo no participaba en el concurso porque prefería hacer sus dibujos para él mismo, siempre estaba dispuesto a ayudar a Sara a mejorar.

—Tus dibujos son geniales, Sara. Solo necesitas un poco más de confianza y seguir practicando —le decía Leo, mientras observaban juntos los bocetos de Sara durante el recreo.

A medida que se acercaba la fecha del concurso, Sara sentía la presión aumentar. Veía a otros niños que parecían dibujar sin esfuerzo y se preguntaba si realmente tenía una oportunidad de ganar. Sin embargo, recordaba las palabras de su madre y de Leo, y se obligaba a seguir practicando. Cada día, dedicaba un poco más de tiempo a perfeccionar su técnica, a probar nuevos estilos y a aprender de los errores que cometía en cada dibujo.

Una tarde, mientras estaba en su habitación trabajando en un dibujo de un bosque mágico lleno de animales fantásticos, Sara se sintió frustrada. No podía conseguir que los colores se vieran como los imaginaba en su mente. Tiró la hoja a un lado y se dejó caer en su cama, sintiendo que nunca lo lograría.

En ese momento, su madre entró en la habitación y recogió el dibujo que Sara había descartado. Lo miró con atención y luego se sentó junto a ella.

—Sara, este bosque es hermoso. Tiene una magia especial, como si los animales pudieran cobrar vida en cualquier momento. ¿Por qué lo tiraste? —preguntó su madre, con una sonrisa comprensiva.

—No es lo que quería. Los colores no se ven bien, y las sombras no están como deben. Siento que no importa cuánto practique, nunca es suficiente —respondió Sara, sintiéndose desanimada.

Su madre la abrazó y le recordó algo importante.

—Sara, la constancia no significa hacer todo perfecto a la primera. Significa seguir intentándolo, aprender de cada intento y no rendirse. Tus dibujos mejoran cada día, y eso es lo que importa. No se trata de ser la mejor de inmediato, sino de crecer y superarte un poco más cada día.

Las palabras de su madre le dieron a Sara un nuevo impulso. Decidió no darse por vencida y retomó su dibujo con renovada energía. Empezó a experimentar con las acuarelas de diferentes maneras, mezclando colores y probando técnicas que nunca había usado antes. Aunque no siempre salía como esperaba, Sara se dio cuenta de que cada intento la acercaba más a lo que quería lograr.

El día del concurso llegó, y la escuela de Sara estaba llena de emoción. Los pasillos estaban decorados con pancartas y había mesas llenas de papeles, lápices y pinturas para que los niños pudieran trabajar en sus dibujos. Sara encontró su lugar y se preparó para comenzar. Había decidido hacer un dibujo de su bosque mágico, pero esta vez con más confianza y una nueva visión. Tomó un respiro profundo y se concentró en el papel.

Mientras dibujaba, Sara se perdió en su trabajo, olvidando por un momento la competencia y disfrutando del proceso. Recordó las tardes practicando en su habitación, los consejos de Leo y el apoyo constante de su madre. Cada línea y cada trazo eran un reflejo de todo el esfuerzo y dedicación que había puesto en mejorar, y eso la hizo sentir orgullosa, sin importar el resultado.

Cuando el tiempo del concurso terminó, los jueces comenzaron a revisar los dibujos. Sara, nerviosa, observó cómo pasaban por su mesa, evaluando su obra con atención. Aunque no podía escuchar sus comentarios, vio sonrisas de aprobación y eso le dio un poco de esperanza.

Finalmente, llegó el momento de anunciar a los ganadores. Sara y los demás niños se reunieron en el gimnasio de la escuela, esperando con ansias los resultados. El director, con una sonrisa entusiasta, comenzó a nombrar a los ganadores de las categorías. Sara escuchaba con el corazón acelerado, esperando oír su nombre.

Cuando el director anunció el primer lugar en la categoría de paisajes fantásticos, Sara sintió que el tiempo se detenía.

—Y el primer lugar es para… ¡Sara Martínez, por su obra ‘El Bosque de los Sueños’! —dijo el director, mientras los aplausos llenaban la sala.

Sara no podía creerlo. Había ganado. Con una sonrisa que no cabía en su rostro, se acercó a recibir su premio. Leo, desde la audiencia, la aplaudía con entusiasmo, y su madre, con lágrimas de orgullo, la abrazó fuerte cuando bajó del escenario.

—Lo lograste, Sara. Tu constancia y esfuerzo te llevaron aquí —le dijo su madre, emocionada.

Sara, sosteniendo su trofeo y viendo su dibujo expuesto en el gimnasio, comprendió que ganar no era solo el resultado del concurso, sino la recompensa por no haber renunciado a sus sueños, por cada hora de práctica y por cada intento que la había hecho mejor.

Ese día, Sara aprendió que la constancia realmente nos permite crecer y superarnos cada día. Y aunque el camino pudiera tener desafíos, sabía que seguiría dibujando y mejorando, porque el verdadero éxito estaba en nunca dejar de intentarlo.

Después de ganar el concurso de dibujo, Sara se sintió más motivada que nunca para seguir mejorando. Sin embargo, con el reconocimiento también vinieron nuevos desafíos. Algunos de sus compañeros, que habían participado y no habían ganado, comenzaron a hacer comentarios despectivos, diciendo que solo había ganado porque había tenido suerte o porque su madre era amiga del director. Sara, al principio, no le prestó mucha atención a estos comentarios, pero poco a poco empezaron a afectarla.

Un día, durante el recreo, Sara estaba dibujando en su cuaderno, cuando se acercó Camila, una de sus compañeras de clase que también había participado en el concurso.

—Es bueno que hayas ganado, Sara, pero todos sabemos que no eres tan buena. Solo ganaste porque eres la preferida del director —dijo Camila, con una sonrisa sarcástica.

Sara sintió que sus mejillas se sonrojaban y, por un momento, dudó de su propia habilidad. Guardó su cuaderno y se alejó sin responder, tratando de no mostrar que las palabras de Camila le habían afectado. Se sentó sola en un rincón del patio, preguntándose si realmente merecía el premio. A lo lejos, vio a Leo acercarse con una expresión de preocupación.

—¿Qué pasa, Sara? Te vi salir corriendo y pensé que algo había ocurrido —preguntó Leo, sentándose junto a ella.

Sara suspiró y le contó lo que había sucedido con Camila y cómo los comentarios de algunos compañeros la estaban haciendo dudar de sí misma.

—A veces siento que no importa cuánto me esfuerce, siempre habrá alguien que no piense que lo hice bien. Es como si nunca fuera suficiente —dijo Sara, mirando su cuaderno con tristeza.

Leo, que siempre había sido un apoyo constante para Sara, le dio un pequeño empujón amistoso en el hombro.

—Sara, tú sabes cuánto te has esforzado. No dejes que los comentarios de los demás apaguen tu pasión. Recuerda por qué empezaste a dibujar en primer lugar. No fue por los premios ni por lo que los demás piensen; lo hiciste porque te encanta. Y si sigues practicando, seguirás mejorando, sin importar lo que digan los demás —le dijo Leo con una sonrisa.

Las palabras de Leo le dieron a Sara el ánimo que necesitaba para seguir adelante. Decidió que no dejaría que los comentarios negativos la detuvieran. Recordó la satisfacción que sentía cada vez que lograba algo nuevo en sus dibujos, y cómo, a pesar de las dificultades, su amor por el arte siempre la motivaba a continuar.

Para enfrentar sus inseguridades, Sara decidió inscribirse en un taller de dibujo avanzado en la biblioteca local. Aunque al principio le daba miedo que no estuviera a la altura de los demás, sabía que necesitaba seguir aprendiendo y superándose. En el taller, conoció a otros niños y niñas que compartían su pasión por el arte, y que también enfrentaban sus propios desafíos.

El instructor del taller, el señor Esteban, era un artista experimentado que había viajado por todo el mundo. Siempre animaba a sus alumnos a encontrar su propio estilo y a no tener miedo de cometer errores.

—El verdadero arte no se trata de hacerlo perfecto a la primera, sino de seguir intentando, de explorar y de no tener miedo al fracaso. Cada línea, cada mancha, cada error es parte del proceso de aprender y crecer —les decía el señor Esteban, mientras les mostraba sus propios bocetos llenos de correcciones y anotaciones.

Sara se sintió inspirada por las palabras del señor Esteban y comenzó a experimentar más con sus dibujos. Dejó de preocuparse tanto por hacerlos perfectos y se centró en disfrutar el proceso. Se dio cuenta de que cada intento la llevaba a descubrir algo nuevo sobre su propio estilo y sobre lo que quería expresar con su arte.

Un día, durante una de las sesiones del taller, el señor Esteban anunció un proyecto especial: cada estudiante debía crear una serie de tres dibujos que contaran una historia. Sara, emocionada por el desafío, decidió hacer una serie sobre un pequeño pájaro que, a pesar de las tormentas y las dificultades, nunca dejaba de volar y perseguir su sueño de llegar al sol. Para Sara, el pájaro representaba su propio viaje como artista: lleno de obstáculos, pero impulsado por la constancia y la pasión.

Durante semanas, Sara trabajó incansablemente en su serie, poniendo en práctica todo lo que había aprendido. Hubo momentos en que los dibujos no salían como ella quería y pensó en empezar de nuevo, pero recordó que cada trazo, aunque imperfecto, era un paso más hacia su meta. Leo, que siempre la apoyaba, la ayudó a montar su trabajo en cartulinas y a presentarlo en la exposición final del taller.

La noche de la exposición, el salón de la biblioteca estaba lleno de padres, amigos y otros estudiantes que habían venido a ver los trabajos. Sara, nerviosa pero emocionada, presentó su serie con orgullo. Los dibujos del pequeño pájaro fueron bien recibidos y muchos elogiaron su creatividad y la forma en que había capturado la perseverancia del personaje.

Camila, que también estaba en el taller y había hecho una serie muy detallada sobre paisajes marinos, se acercó a Sara después de la presentación. Aunque al principio Sara temió que volviera a hacerle comentarios negativos, se sorprendió cuando Camila la felicitó sinceramente.

—Tus dibujos son geniales, Sara. Me gusta mucho cómo contaste la historia del pájaro. Me hizo pensar en mis propios retos —dijo Camila, con una sonrisa genuina.

Sara se sintió aliviada y agradecida por las palabras de Camila. Había aprendido que la constancia no solo la ayudaba a mejorar en su arte, sino que también le permitía enfrentar los comentarios negativos con confianza y seguir adelante, sin importar las adversidades.

Al final de la exposición, el señor Esteban les dio un mensaje a todos los alumnos.

—Recuerden, lo más importante no es ser el mejor de inmediato, sino seguir trabajando, seguir aprendiendo y seguir disfrutando del camino. Cada uno de ustedes tiene un talento único, y con constancia, podrán superarse día a día.

Sara, escuchando las palabras del señor Esteban, sintió que había encontrado una nueva fuente de inspiración. Sabía que aún tenía mucho por aprender y muchas metas por alcanzar, pero también sabía que su amor por el arte y su determinación eran más fuertes que cualquier obstáculo.

De regreso a casa, con sus dibujos bajo el brazo, Sara miró las estrellas y sonrió. No importaba cuántas veces tuviera que intentarlo, ella seguiría dibujando y creciendo, un trazo a la vez. Porque había aprendido que la constancia, más que cualquier talento, era la clave para superarse cada día.

Con el taller de dibujo terminado y su serie del pequeño pájaro expuesta, Sara sintió que había dado un gran paso en su camino como artista. Sin embargo, la verdadera sorpresa llegó unas semanas después, cuando recibió una carta de la Biblioteca de Colores Brillantes. El señor Esteban había enviado las mejores series de la exposición a un concurso regional de jóvenes artistas, y la serie de Sara había sido seleccionada como finalista.

Sara no podía creerlo. Leo y su madre estaban igual de emocionados, y la apoyaron en todo momento, ayudándola a preparar sus dibujos para la siguiente etapa del concurso. Aunque los nervios estaban presentes, Sara decidió que, sin importar el resultado, ya se sentía orgullosa de lo que había logrado. El simple hecho de haber llegado tan lejos era un reconocimiento a su constancia y a todo el trabajo que había puesto en sus dibujos.

El día del concurso regional, Sara y su madre viajaron a la ciudad vecina, donde se celebraba la final. El evento era mucho más grande que el concurso de su escuela, con participantes de diferentes ciudades y una audiencia numerosa. Sara, con su carpeta de dibujos bien protegida, sintió un nudo en el estómago, pero también una gran emoción al ver los increíbles trabajos de otros jóvenes artistas.

Mientras caminaba entre los expositores, Sara se dio cuenta de que todos allí compartían algo en común: una pasión por el arte y una dedicación para seguir mejorando. Vio dibujos de paisajes impresionantes, retratos detallados y obras abstractas llenas de color y emoción. Sara se detuvo frente a uno de los stands y sonrió. Sabía que, aunque la competencia era dura, cada uno de esos artistas había recorrido su propio camino de constancia y esfuerzo para llegar allí.

Finalmente, llegó el momento de anunciar a los ganadores. Sara se sentó junto a su madre y Leo, con el corazón acelerado y las manos temblorosas. El jurado, compuesto por artistas y profesores de arte reconocidos, comenzó a nombrar a los finalistas y a mostrar sus obras en una pantalla grande.

Cuando llegó el turno de la categoría “Historias en Serie”, Sara escuchó su nombre.

—El segundo lugar es para Sara Martínez, por su serie ‘El Vuelo del Pájaro’ —anunció uno de los jueces, mientras en la pantalla aparecían los dibujos de Sara.

Sara se quedó sin palabras. Aunque no había ganado el primer lugar, el reconocimiento de su trabajo le llenó de alegría. Subió al escenario, recibió su medalla y un diploma, y cuando bajó, su madre y Leo la abrazaron emocionados.

—Estoy tan orgullosa de ti, Sara. No solo por el premio, sino por todo el esfuerzo que has puesto para llegar aquí —dijo su madre, con los ojos brillando de orgullo.

—Lo lograste, Sara. Este es solo el comienzo. Estoy seguro de que llegarás aún más lejos —agregó Leo, con una sonrisa amplia.

De regreso a casa, Sara no dejaba de mirar su medalla. No era solo un trofeo; era un símbolo de todas las horas que había pasado practicando, de los momentos en que había querido rendirse, pero había decidido seguir adelante. Era la prueba de que la constancia realmente hacía la diferencia.

Con el tiempo, Sara continuó dibujando y explorando nuevos estilos. Se unió a más talleres, aprendió de otros artistas y siempre se desafiaba a sí misma a mejorar. Ganó más concursos, algunos grandes y otros pequeños, pero siempre recordaba que el verdadero premio era el aprendizaje continuo y el amor por lo que hacía.

En la escuela, los comentarios negativos de sus compañeros fueron desapareciendo. Incluso Camila, que al principio había sido una de las más críticas, se convirtió en una de sus mayores admiradoras, siempre interesada en ver lo nuevo que Sara estaba dibujando.

Un día, mientras Sara dibujaba en su cuaderno durante el recreo, un grupo de niños se acercó a verla. Uno de ellos, un pequeño de primer grado llamado Andrés, la miró con admiración.

—¿Cómo haces para dibujar tan bien, Sara? A mí me gusta dibujar, pero siempre me salen mal —dijo Andrés, mostrándole un dibujo de un barco que había hecho.

Sara miró el dibujo de Andrés y sonrió. Recordó sus propios comienzos, llenos de errores y de momentos en los que había querido abandonar.

—Andrés, lo más importante es no rendirse. Al principio puede parecer difícil, pero si sigues practicando y disfrutando de lo que haces, cada día te saldrá mejor. Yo también tuve que practicar mucho para llegar aquí —le explicó Sara, dándole una palmada en la espalda.

Andrés, con los ojos brillando de entusiasmo, tomó su dibujo con renovada motivación.

—¡Entonces no voy a rendirme! —dijo, corriendo hacia sus amigos para seguir dibujando.

Ese pequeño momento hizo que Sara se sintiera más feliz que cualquier medalla o trofeo. Había aprendido que, más allá de los premios, el verdadero éxito estaba en la capacidad de inspirar a otros y en la constancia que cada uno ponía en sus propias pasiones.

Años después, Sara miró hacia atrás y recordó todos los dibujos, los concursos y los momentos en los que había dudado de sí misma. Sabía que todavía tenía mucho por aprender y muchos sueños por alcanzar, pero también sabía que, mientras mantuviera su constancia y su amor por el arte, siempre estaría creciendo y superándose.

En la ciudad de Colores Brillantes, la historia de Sara se convirtió en un ejemplo para muchos otros niños. Cada año, en el Gran Concurso de Dibujo, se contaba su historia como una inspiración para todos los que querían perseguir sus sueños. Y así, en cada cuaderno lleno de bocetos y en cada línea trazada con esfuerzo, la lección de la constancia continuó dibujándose, recordando a todos que nunca es tarde para seguir intentándolo.

moraleja La constancia nos permite crecer y superarnos cada dia.

Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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