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En la Institución Educativa Vista Alegre, los estudiantes estaban emocionados por un nuevo proyecto: la creación de un jardín comunitario en un rincón olvidado del patio escolar. La idea era transformar un espacio vacío y lleno de maleza en un hermoso jardín lleno de flores, plantas medicinales y árboles frutales. La maestra Elena había organizado todo para que cada clase tuviera una parte en el proyecto, y los estudiantes no podían esperar para comenzar.

Entre los estudiantes estaba Leo, un niño inteligente y curioso, pero que a menudo era impulsivo y prefería actuar rápido antes que detenerse a pensar o escuchar a los demás. Leo tenía muchas ideas sobre cómo debía ser el jardín y estaba convencido de que su plan era el mejor. Desde el primer día, había dibujado esquemas de cómo quería organizar las plantas y dónde deberían ir los senderos. Estaba tan emocionado que no paraba de hablar de su proyecto con sus amigos.

—Pienso que las flores deben ir aquí, en esta esquina, y los árboles frutales allá, para que tengan más sol —decía Leo, señalando sus dibujos con entusiasmo—. Y podríamos tener una fuente en el centro, justo donde todos puedan verla.

Sin embargo, a medida que el grupo de estudiantes comenzó a discutir las ideas para el jardín, surgieron diferentes opiniones. Clara, una de las compañeras de Leo, sugirió que podrían añadir un área de plantas medicinales, mientras que Mateo, otro niño del grupo, propuso hacer un pequeño huerto donde los estudiantes pudieran cultivar verduras y aprender sobre el cuidado de los alimentos.

—Me gusta tu idea de la fuente, Leo, pero creo que también deberíamos pensar en un espacio para aprender sobre plantas medicinales —dijo Clara, con su tono calmado—. Podríamos tener un rincón especial solo para eso.

—Sí, y un huerto también sería genial —añadió Mateo—. Podríamos cultivar tomates, zanahorias y otros vegetales. Sería una buena manera de aprender y también de comer más saludable.

Pero Leo, en su entusiasmo, no estaba escuchando del todo. Quería que su idea fuera la principal, y no estaba dispuesto a ceder fácilmente. Sentía que los demás estaban complicando demasiado las cosas, y pensaba que su plan era el más sencillo y práctico.

—Creo que lo mejor es mantenerlo simple —dijo Leo, tratando de convencer a sus compañeros—. Si añadimos muchas cosas, nos va a llevar mucho más tiempo y podría ser complicado. Mi plan es más directo.

Clara y Mateo miraron a Leo, tratando de hacerle ver que escuchar todas las ideas podría enriquecer el proyecto, pero Leo estaba decidido a seguir con su esquema inicial. La discusión se prolongó y, aunque todos querían lo mejor para el jardín, comenzaron a surgir desacuerdos sobre qué dirección tomar.

La maestra Elena, viendo que los estudiantes estaban teniendo dificultades para llegar a un consenso, intervino.

—Chicos, veo que todos tienen ideas maravillosas y que quieren lo mejor para el jardín. Pero para que este proyecto funcione, necesitamos tomarnos el tiempo para escuchar a cada uno y considerar todas las opciones. A veces, la mejor decisión no es la primera que se nos ocurre, sino la que tomamos después de escuchar y reflexionar.

Leo se quedó en silencio, un poco avergonzado. Sabía que no había estado escuchando bien a sus compañeros y que se había dejado llevar por la prisa y el deseo de que su plan fuera el elegido.

La maestra Elena propuso que el grupo tomara un breve descanso y luego se reunieran de nuevo para discutir con calma y de manera organizada. También sugirió que cada estudiante tuviera la oportunidad de presentar su idea, mientras los demás escuchaban sin interrumpir. Esto les permitiría valorar todas las propuestas y pensar en la mejor manera de combinarlas.

Durante el descanso, Leo se sentó solo en un rincón del patio, sintiéndose frustrado. Quería que el jardín fuera perfecto y se daba cuenta de que, en su afán por hacerlo rápido, no había prestado atención a las buenas ideas de sus compañeros. Mientras pensaba en esto, Clara se acercó y se sentó a su lado.

—Leo, sé que quieres que el jardín sea genial, y yo también —dijo Clara con una sonrisa amigable—. Pero creo que, si combinamos nuestras ideas, podríamos hacer algo aún mejor de lo que imaginamos.

Leo miró a Clara y suspiró.

—Lo sé, Clara. Creo que me dejé llevar demasiado por mi idea y no escuché bien a los demás. Quiero que el jardín sea especial para todos, no solo para mí.

Clara asintió, contenta de ver que Leo estaba dispuesto a reconsiderar.

—Podemos hacerlo juntos. Si escuchamos con calma, encontraremos una forma de integrar todo lo que queremos.

Cuando el grupo se reunió nuevamente, la maestra Elena los guió para que cada uno presentara sus ideas con calma, asegurándose de que todos tuvieran su turno para hablar. Leo, por primera vez, se tomó el tiempo para escuchar atentamente a cada uno de sus compañeros, tomando notas y pensando en cómo podían ajustar su plan inicial para incluir las ideas de todos.

Mateo habló sobre cómo el huerto podía enseñarles lecciones valiosas sobre la alimentación y el medio ambiente. Clara explicó los beneficios de tener un área de plantas medicinales, y otros estudiantes sugirieron agregar un pequeño rincón para leer o descansar. A medida que Leo escuchaba, se dio cuenta de que cada idea tenía un valor único y que, en lugar de competir entre ellas, podían complementarse.

Finalmente, Leo pidió la palabra.

—He estado pensando en todo lo que han dicho, y creo que si juntamos todas nuestras ideas, podríamos crear un jardín increíble que no solo sea bonito, sino también útil y educativo para todos. Tal vez podamos hacer senderos que conecten las diferentes áreas y usar la fuente como punto central, rodeada por las plantas medicinales y el huerto. ¿Qué les parece?

Los estudiantes aplaudieron la propuesta de Leo, felices de ver cómo las ideas de todos podían coexistir en un solo proyecto. La maestra Elena sonrió, satisfecha de ver cómo los niños habían aprendido a escucharse y a valorar las opiniones de los demás.

Con el plan finalizado, el grupo comenzó a trabajar en la construcción del jardín, cada uno aportando su parte y ayudando a los demás. Leo, ahora más calmado y reflexivo, se dio cuenta de que las mejores decisiones se toman cuando escuchamos con paciencia y consideramos todas las perspectivas. Y con cada planta que sembraban, los niños aprendieron una lección importante sobre la colaboración, la calma y la sabiduría de escuchar.

Con el plan final del jardín decidido, los estudiantes de la Escuela Primaria Vista Alegre comenzaron a trabajar con entusiasmo. Cada clase tenía una tarea específica: algunos se encargaban de limpiar el terreno, otros de plantar las flores y árboles frutales, y unos más de construir los senderos y colocar las decoraciones. La emoción se sentía en el aire mientras los niños colaboraban para transformar el espacio descuidado en un hermoso jardín.

Leo, que había aprendido la importancia de escuchar y mantener la calma, se ofreció como voluntario para liderar la construcción de los senderos junto con Mateo y Clara. Sabía que esta parte era crucial para conectar todas las áreas del jardín y asegurarse de que las ideas de todos estuvieran representadas de la mejor manera posible.

Al principio, todo parecía ir bien. Los niños trabajaban en equipo, moviendo piedras, cavando zanjas y alineando los senderos según el plan que habían acordado. Sin embargo, mientras avanzaban, comenzaron a surgir pequeños desacuerdos sobre cómo debía ser el diseño exacto de los caminos. Algunos estudiantes querían que los senderos fueran rectos para hacer más fácil el acceso a las plantas, mientras que otros preferían un diseño más curvo y natural, que diera un aspecto más relajado al jardín.

Mateo, que había estado pensando en cómo hacer el jardín más accesible, sugirió un enfoque práctico.

—Creo que deberíamos hacer los senderos rectos y directos —dijo Mateo—. Así será más fácil caminar y llegar rápidamente a cada sección del jardín.

Pero Clara, que amaba los paisajes naturales y la sensación de estar en un bosque, pensó diferente.

—Entiendo lo que dices, Mateo, pero me gustaría que los senderos fueran más curvos. Pienso que se vería más bonito y natural, como un verdadero jardín.

Leo, que estaba en medio de los dos, sintió la presión de tener que elegir una opción. Recordó lo fácil que era dejarse llevar por la prisa y tomar decisiones rápidas, pero también recordó la lección que había aprendido: la calma y escuchar a los demás eran claves para tomar las mejores decisiones.

—Chicos, creo que ambos tienen buenas ideas —intervino Leo, manteniendo la calma—. ¿Qué tal si hacemos un poco de ambas cosas? Podríamos tener algunos senderos rectos para facilitar el acceso y otros curvos para darle un toque natural. Así combinamos lo práctico con lo estético.

Clara y Mateo se miraron, reflexionando sobre la propuesta de Leo. Después de unos momentos, ambos sonrieron y estuvieron de acuerdo.

—Eso suena bien, Leo —dijo Clara, aliviada de no tener que descartar su idea por completo.

—Sí, me gusta esa combinación —añadió Mateo, sintiéndose escuchado y valorado.

Con el nuevo plan en mente, el grupo retomó su trabajo, y pronto los senderos comenzaron a tomar forma. Mientras cavaban y colocaban las piedras, los niños conversaban y se daban cuenta de que, al combinar sus ideas, el jardín no solo se veía mejor, sino que también reflejaba las contribuciones de todos.

Pero no todos los desafíos se resolvieron tan fácilmente. Mientras trabajaban en la sección del huerto, algunos estudiantes empezaron a discutir sobre qué tipos de plantas debían sembrar. Ana quería sembrar girasoles porque eran sus flores favoritas y pensaba que alegrarían el jardín, mientras que Diego prefería plantar hierbas aromáticas como el romero y la menta, que además de ser útiles, ahuyentarían a los insectos.

Leo, quien ya había visto cómo las decisiones precipitadas podían llevar a conflictos, se acercó y sugirió que tomaran un descanso y se sentaran en círculo para hablar. Propuso que cada uno explicara sus razones y que escucharan con calma antes de decidir.

—Entiendo que todos tenemos ideas diferentes, pero si nos escuchamos con atención, seguro encontraremos una forma de incluir lo que cada uno quiere —dijo Leo, recordando cómo la maestra Elena les había enseñado a valorar todas las opiniones.

Ana y Diego aceptaron la propuesta de Leo, y con la ayuda de los demás, se sentaron a compartir sus puntos de vista. Mientras Ana explicaba su amor por los girasoles y cómo creía que atraerían a las mariposas, Diego habló sobre los beneficios prácticos de las hierbas aromáticas y cómo podían ser usadas en las clases de cocina de la escuela.

Leo, Clara y Mateo escucharon a ambos y comenzaron a pensar en una solución que pudiera complacer a todos. Después de una breve discusión, Clara sugirió una idea innovadora.

—¿Qué tal si creamos una pequeña sección de flores y otra de hierbas? Podríamos poner los girasoles en un rincón soleado y las hierbas alrededor del huerto. Así, todos ganamos y el jardín será aún más diverso.

Los demás estudiantes estuvieron de acuerdo, y pronto todos se pusieron manos a la obra para hacer realidad la nueva idea. Ana y Diego, que al principio estaban en desacuerdo, trabajaron juntos para plantar las semillas, y se dieron cuenta de que al colaborar, no solo lograban un mejor resultado, sino que también disfrutaban más del proceso.

Mientras los días pasaban y el jardín iba tomando forma, los estudiantes de Vista Alegre se dieron cuenta de que la calma y el saber escuchar no solo eran importantes para evitar conflictos, sino que también les permitían crear algo mucho más hermoso y significativo. Cada rincón del jardín reflejaba la contribución de alguien, y todos se sentían orgullosos de haber trabajado juntos para transformar el espacio en un lugar especial para toda la escuela.

Leo, que al principio había querido imponer sus ideas rápidamente, ahora veía el valor de tomarse el tiempo para escuchar y considerar las perspectivas de sus compañeros. Se dio cuenta de que, al permitir que cada uno compartiera su visión, habían creado un jardín que superaba cualquier plan individual.

Un día, mientras observaban el progreso del jardín, la maestra Elena reunió a los estudiantes para una pequeña reflexión.

—Estoy muy orgullosa de todos ustedes —dijo la maestra, con una sonrisa—. Han demostrado que la calma y la disposición para escuchar a los demás son herramientas poderosas. Al tomar decisiones juntos y con paciencia, han logrado crear algo hermoso que refleja el esfuerzo y las ideas de todos.

Los estudiantes sonrieron, sintiéndose parte de algo importante. Leo, en particular, sintió una gran satisfacción al ver cómo su grupo había aprendido a trabajar en armonía. Sabía que, sin la calma y la disposición para escuchar, el jardín no habría sido el éxito que era.

Con el jardín casi terminado, los niños comenzaron a planear una inauguración especial, donde cada clase presentaría su parte del proyecto y compartirían lo que habían aprendido. Leo, Clara, Mateo y los demás se prepararon para contar cómo sus ideas se habían combinado y cómo habían superado los desacuerdos con paciencia y comunicación.

Mientras el sol se ponía sobre el jardín recién transformado, Leo miró a su alrededor y vio a sus compañeros riendo y disfrutando de su creación. Se dio cuenta de que, al final, el jardín no era solo un proyecto escolar; era un símbolo de lo que podían lograr cuando se tomaban el tiempo para escuchar y trabajar juntos con calma.

Con el jardín casi listo, los estudiantes de la Escuela Primaria Vista Alegre se preparaban para la gran inauguración. Los días de trabajo duro, discusiones y aprendizajes habían culminado en un hermoso espacio que reflejaba la colaboración y el esfuerzo de todos. Leo, Clara, Mateo y el resto del grupo estaban emocionados por mostrar su creación a los demás estudiantes, maestros y padres que asistirían al evento.

El día de la inauguración, el jardín estaba lleno de vida. Los girasoles de Ana se alzaban orgullosos en una esquina, mientras que las hierbas aromáticas de Diego llenaban el aire con un agradable aroma. Los senderos, una mezcla perfecta de rectas y curvas, guiaban a los visitantes a través de las diferentes secciones, cada una con su propio encanto y propósito. Había áreas para leer, para explorar y para aprender sobre plantas medicinales y cultivos.

La maestra Elena había organizado una pequeña ceremonia para marcar la apertura del jardín. Los estudiantes se pararon frente a sus compañeros y padres, listos para compartir sus experiencias. Leo fue el primero en hablar, sosteniendo una hoja de notas en la mano, pero decidió guardar el papel y hablar desde el corazón.

—Al principio, pensé que la mejor manera de hacer este jardín era siguiendo mi plan —dijo Leo, mirando a sus compañeros con una sonrisa—. Pero pronto me di cuenta de que todos teníamos ideas valiosas y que, si escuchábamos con calma, podíamos crear algo mucho mejor juntos. Hoy, este jardín no solo es el resultado de nuestro trabajo, sino de nuestra paciencia y nuestra disposición para escuchar a los demás.

Clara, Mateo y los otros niños también compartieron sus experiencias, cada uno destacando la importancia de la colaboración y cómo, al escuchar a sus compañeros, habían aprendido más de lo que esperaban. Hablaron sobre los momentos de desacuerdo y cómo, en lugar de apresurarse a decidir, se habían tomado el tiempo para considerar cada idea con cuidado.

Después de los discursos, la maestra Elena cortó una cinta simbólica en la entrada del jardín, declarando oficialmente inaugurado el espacio. Los visitantes comenzaron a recorrer los senderos, admirando las flores, oliendo las hierbas y disfrutando del ambiente tranquilo y acogedor que los niños habían creado.

Leo observó a los padres y estudiantes caminar por el jardín, algunos tomando fotos, otros explorando con curiosidad. Sintió un profundo orgullo por lo que habían logrado y una satisfacción que iba más allá de ver su plan cumplido; era la alegría de saber que habían creado algo que pertenecía a todos.

Mientras caminaba por el jardín, Leo se encontró con su madre, quien había venido a ver el proyecto terminado. Ella lo abrazó y lo felicitó, admirando lo hermoso y bien pensado que estaba todo.

—Estoy muy orgullosa de ti, Leo —dijo su madre—. No solo por lo que has hecho aquí, sino por cómo aprendiste a trabajar con los demás y a valorar sus ideas. Eso es lo que realmente importa.

Leo sonrió, sintiéndose agradecido por el apoyo de su madre y por las lecciones que había aprendido. Sabía que lo que habían construido en el jardín era más que un simple proyecto escolar; era una demostración de lo que podían lograr cuando se tomaban el tiempo para escuchar, reflexionar y colaborar con paciencia.

Después de la inauguración, los estudiantes regresaron a la escuela con un nuevo sentido de unidad y confianza en sí mismos. El jardín se convirtió en un lugar de encuentro para todos, un rincón de la escuela donde podían aprender sobre la naturaleza, disfrutar de un momento de tranquilidad o simplemente estar juntos.

Con el paso del tiempo, el jardín floreció aún más, reflejando el cuidado y la dedicación de los estudiantes que lo mantenían. Leo, Clara, Mateo y los demás continuaron agregando nuevas plantas y ajustando detalles, siempre con la misma actitud de calma y escucha que habían cultivado desde el inicio.

Un día, la maestra Elena anunció que el jardín había sido seleccionado para participar en un concurso de jardines escolares de la ciudad. Los jueces no solo evaluaban la apariencia del jardín, sino también la historia detrás de su creación y el impacto que había tenido en la comunidad escolar.

Durante la visita de los jueces, Leo y sus compañeros explicaron cómo habían trabajado juntos, enfrentando desafíos y aprendiendo a tomar decisiones con calma y consideración. Hablaron de los momentos en los que habían tenido que detenerse, respirar y escuchar, y de cómo esas pausas habían llevado a soluciones creativas y a un resultado que superaba cualquier expectativa inicial.

Los jueces quedaron impresionados no solo por la belleza del jardín, sino por la madurez y la sabiduría que los estudiantes habían demostrado en su proceso. Al final del día, la Escuela Primaria Vista Alegre fue anunciada como la ganadora del concurso, y el jardín recibió un reconocimiento especial por su enfoque en la colaboración y la escucha activa.

Leo, Clara, Mateo y los demás celebraron su victoria, pero sabían que el verdadero premio había sido la lección aprendida. A partir de entonces, el jardín no solo fue un lugar de belleza natural, sino también un recordatorio constante de que las mejores decisiones se toman cuando se combinan la calma y la disposición para escuchar.

Mientras los niños continuaban cuidando del jardín, Leo reflexionó sobre todo lo que habían logrado y cómo había cambiado su perspectiva. Entendió que, en la vida, no siempre se trataba de ser el primero o de tener la idea más brillante, sino de saber cuándo detenerse, escuchar y considerar el valor de lo que los demás tienen para ofrecer.

Desde ese día, cada vez que enfrentaba una decisión, grande o pequeña, Leo recordaba la lección del jardín y se tomaba un momento para respirar y escuchar. Y con esa actitud, descubrió que no solo podía tomar mejores decisiones, sino también construir relaciones más fuertes y significativas con quienes lo rodeaban.

El jardín de Vista Alegre floreció durante muchos años, y cada generación de estudiantes que pasaba por la escuela agregaba algo nuevo, continuando el legado de paciencia, escucha y colaboración. Y así, un proyecto que había comenzado con un grupo de niños entusiastas y una idea simple, se convirtió en un símbolo duradero de lo que podían lograr cuando se unían con calma, sabiduría y el saber escuchar nos permitirán tomar mejores decisiones.

La moraleja de esta historia es que la calma y saber escuchar nos permitirán tomar mejores decisiones.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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