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En la Escuelita Los Robles, las elecciones escolares eran un evento muy esperado por todos los estudiantes. Cada año, los alumnos elegían a su representante estudiantil, una figura importante que tendría la responsabilidad de comunicar las ideas y preocupaciones de todos los estudiantes a los profesores y al consejo escolar. Este año, la competencia por el puesto era particularmente emocionante, ya que había varios candidatos con ideas brillantes y una gran motivación para mejorar la escuela.

Entre los candidatos estaban Emma, una niña conocida por su gran capacidad de organización y sus excelentes notas; Pablo, un chico creativo que siempre tenía ideas originales para todo; y Valeria, una estudiante tranquila pero muy observadora, que siempre se aseguraba de escuchar a los demás antes de tomar decisiones.

Emma estaba convencida de que su plan para la escuela era el mejor. Había propuesto aumentar las horas de estudio y establecer un club de lectura obligatorio, pensando que esto mejoraría las notas de todos. Pablo, por otro lado, tenía una propuesta completamente diferente: quería añadir más actividades artísticas y recreativas, como talleres de música, teatro y un día dedicado a los deportes. Valeria, aunque no tenía un plan tan detallado al principio, se enfocaba en la idea de escuchar a los estudiantes y adaptar sus propuestas en función de lo que ellos realmente querían.

La campaña comenzó con una serie de debates organizados por la maestra Julia, quien también era la encargada de supervisar las elecciones. Durante el primer debate, cada candidato presentó sus ideas, y los estudiantes aplaudieron con entusiasmo. Sin embargo, pronto quedó claro que no todos estaban de acuerdo con las propuestas de Emma y Pablo. Algunos estudiantes pensaban que las ideas de Emma eran demasiado estrictas y que no dejaban suficiente tiempo para relajarse y divertirse, mientras que otros consideraban que las propuestas de Pablo eran demasiado centradas en la diversión y no lo suficientemente serias.

Valeria, quien había escuchado atentamente las reacciones de sus compañeros, decidió hacer algo diferente. En lugar de solo presentar sus propias ideas, comenzó a preguntar a los estudiantes qué pensaban y qué les gustaría cambiar en la escuela.

—Quiero saber qué es lo que ustedes realmente quieren —dijo Valeria durante su turno en el debate—. Si soy elegida, no solo haré lo que creo que es mejor, sino que escucharé a todos y juntos decidiremos lo que necesitamos.

Al principio, Emma y Pablo no prestaron mucha atención a lo que Valeria estaba haciendo. Estaban demasiado ocupados promoviendo sus propias ideas y tratando de ganar más votos. Emma creía firmemente que su plan académico era lo que la escuela necesitaba, y Pablo estaba seguro de que más actividades recreativas harían que todos los estudiantes fueran más felices.

Sin embargo, a medida que las elecciones se acercaban, Valeria comenzó a ganar más apoyo. Los estudiantes apreciaban que ella se tomara el tiempo para escucharlos y que realmente valorara sus opiniones. Un día, durante el recreo, Valeria organizó un pequeño foro abierto en el patio donde cualquier estudiante podía expresar sus ideas y sugerencias. A este foro asistieron muchos estudiantes, incluyendo algunos que normalmente eran más callados o que no solían participar en las actividades escolares.

Uno de esos estudiantes era Marcos, un niño tímido que a menudo pasaba desapercibido. Marcos levantó la mano con nerviosismo y compartió su opinión.

—Creo que necesitamos un lugar tranquilo en la escuela donde podamos relajarnos y estudiar cuando lo necesitemos. A veces, el ruido del patio es demasiado, y no todos quieren jugar todo el tiempo.

Valeria escuchó con atención y asintió.

—Esa es una gran idea, Marcos. Gracias por compartirla. Voy a añadirla a mi plan porque creo que muchos podrían beneficiarse de tener un espacio así.

Los comentarios de Marcos hicieron que otros estudiantes también se sintieran más cómodos para hablar. Algunos pidieron más tiempo para el recreo, otros propusieron clases extracurriculares sobre temas como programación o cocina, y algunos incluso sugirieron mejoras en el menú del comedor escolar. Valeria tomó nota de todas las ideas y prometió que si era elegida, haría lo posible por incluir las sugerencias en su plan de trabajo.

Emma y Pablo, observando cómo Valeria ganaba el apoyo de sus compañeros, comenzaron a darse cuenta de algo importante: no habían valorado lo suficiente las opiniones de los demás. Habían estado tan enfocados en sus propias ideas que se olvidaron de que ser un líder estudiantil no era solo hacer lo que uno creía correcto, sino también representar a los demás y valorar sus puntos de vista.

Un día antes de las elecciones, Emma y Pablo decidieron reunirse para discutir lo que habían observado. Ambos se dieron cuenta de que, aunque sus ideas eran buenas, no necesariamente representaban lo que la mayoría de los estudiantes querían o necesitaban.

—Creo que nos hemos concentrado demasiado en nuestras propias propuestas y no hemos escuchado lo suficiente a nuestros compañeros —dijo Emma, reflexionando sobre su campaña.

—Tienes razón —respondió Pablo—. Quizás deberíamos haber hecho lo que Valeria está haciendo y preguntar más. Después de todo, esto se trata de representar a todos, no solo de imponer nuestras ideas.

Emma y Pablo decidieron hacer algo que sorprendió a todos: se unieron al foro de Valeria y comenzaron a escuchar las opiniones de los demás estudiantes. Reconocieron que Valeria había tenido la mejor idea desde el principio y que, al valorar la opinión de los demás, estaba realmente captando lo que los estudiantes querían para su escuela.

El día de las elecciones, todos los candidatos tuvieron la oportunidad de dar un discurso final. Emma, Pablo y Valeria se pararon frente a sus compañeros, listos para compartir lo que habían aprendido.

—Durante esta campaña, me di cuenta de que aunque mis ideas eran buenas, no tenía en cuenta lo que todos ustedes querían —dijo Emma—. Valorar la opinión de los demás no solo hace nuestras ideas mejores, sino que también nos hace más sabios y mejores líderes.

Pablo asintió y añadió:

—A veces, estar tan concentrado en nuestras propias ideas nos hace olvidar que hay muchas otras perspectivas valiosas. Gracias a Valeria, aprendí que escuchar y valorar la opinión de los demás es esencial.

Finalmente, Valeria tomó la palabra.

—Agradezco mucho todo el apoyo que he recibido, pero también quiero agradecer a Emma y Pablo por estar dispuestos a escuchar y aprender de todos ustedes. Creo que juntos podemos hacer que nuestra escuela sea un lugar mejor para todos, porque las mejores decisiones se toman cuando valoramos las opiniones de los demás.

Los estudiantes aplaudieron con entusiasmo, y en ese momento, quedó claro que las elecciones no eran solo sobre quién tenía las mejores ideas, sino sobre quién estaba dispuesto a escuchar, aprender y valorar las voces de todos.

Con el día de las elecciones acercándose, la escuela entera estaba llena de entusiasmo y debates. Los pasillos se llenaban de estudiantes discutiendo cuál de los candidatos sería el mejor representante. La maestra Julia había organizado una última actividad antes de las votaciones: un foro abierto para que todos los estudiantes pudieran hacer preguntas y expresar sus opiniones directamente a Emma, Pablo y Valeria.

El auditorio de la escuela estaba repleto de estudiantes que esperaban con ansias la oportunidad de escuchar a los candidatos una vez más. Emma, Pablo y Valeria se sentaron en el escenario, listos para responder cualquier pregunta. Aunque todos estaban nerviosos, también estaban emocionados por la posibilidad de convencer a sus compañeros de votar por ellos.

La maestra Julia comenzó el foro dando la palabra a los estudiantes. La primera pregunta fue para Emma.

—Emma, me gusta tu idea del club de lectura, pero me preocupa que sea obligatorio para todos —dijo Mariana, una estudiante de cuarto grado—. No todos disfrutamos leer y me parece que también necesitamos tiempo para otras actividades. ¿Podrías considerar hacerlo opcional?

Emma, que inicialmente estaba convencida de que su idea era la mejor, escuchó con atención la preocupación de Mariana. Por primera vez, se dio cuenta de que, aunque su plan era bueno en teoría, no necesariamente funcionaba para todos.

—Gracias por tu pregunta, Mariana —respondió Emma, con una sonrisa sincera—. Tienes razón, no todos disfrutan de lo mismo. Creo que puedo ajustar mi propuesta para que el club de lectura sea opcional y también agregar otras actividades que todos puedan disfrutar. Quiero que todos tengan la oportunidad de participar en algo que les guste.

La respuesta de Emma fue recibida con aplausos, y los estudiantes apreciaron su disposición a ajustar sus ideas. Emma comprendió que al valorar la opinión de Mariana, su propuesta se volvía más inclusiva y adaptable.

La siguiente pregunta fue para Pablo.

—Pablo, me encantan tus ideas para las actividades artísticas, pero a veces siento que en la escuela se necesita más organización y enfoque en los estudios —dijo Luis, un estudiante de quinto grado—. ¿Cómo piensas equilibrar la diversión con el aprendizaje?

Pablo había estado tan entusiasmado con sus propuestas creativas que no había considerado la importancia del equilibrio que mencionaba Luis. Reflexionó por un momento antes de responder.

—Gracias, Luis. Me has dado mucho en qué pensar. Creo que es posible encontrar un equilibrio entre las actividades recreativas y el tiempo de estudio. Podríamos establecer horarios específicos para las actividades artísticas y asegurarnos de que no interfieran con el tiempo dedicado a los estudios. Valoro tu sugerencia y haré ajustes para que mi propuesta sea más equilibrada.

Al igual que con Emma, los estudiantes aplaudieron la disposición de Pablo para ajustar sus planes en función de la retroalimentación recibida. Este intercambio de ideas comenzó a mostrarles a todos lo importante que era escuchar y valorar las opiniones de los demás.

Cuando llegó el turno de Valeria, la pregunta vino de uno de los estudiantes más jóvenes, Carla, de tercer grado.

—Valeria, me gusta mucho que escuches a todos, pero ¿cómo harás para que las ideas de los más pequeños también cuenten? A veces siento que los de los grados mayores no nos toman en serio.

Valeria sonrió, sabiendo que Carla había planteado una pregunta crucial. Ella misma había sido una de las estudiantes más jóvenes no hace mucho tiempo, y recordaba cómo era sentirse ignorada.

—Es una gran pregunta, Carla, y gracias por hacerla. Para mí, cada opinión es importante, sin importar de qué grado venga. Si soy elegida, quiero asegurarme de que todos tengan la oportunidad de ser escuchados, sin importar su edad. Podemos tener reuniones en grupos pequeños donde todos se sientan cómodos compartiendo sus ideas, y prometo que voy a llevar esas ideas al consejo escolar. Todos somos parte de esta escuela, y cada voz cuenta.

La respuesta de Valeria fue recibida con un gran aplauso, especialmente de los estudiantes más jóvenes, que se sintieron representados y valorados. Emma y Pablo, al ver la reacción positiva de los estudiantes, reconocieron aún más la sabiduría en la estrategia de Valeria: no se trataba solo de tener buenas ideas, sino de construirlas juntos, valorando la contribución de cada persona.

A medida que el foro continuaba, más estudiantes se animaron a participar, compartiendo sus opiniones y haciendo preguntas que hicieron reflexionar a los tres candidatos. Emma y Pablo comenzaron a tomar notas de las sugerencias y, con cada respuesta, ajustaban sus propuestas para que fueran más inclusivas y representaran mejor a toda la comunidad estudiantil.

Valeria, por su parte, continuó demostrando su habilidad para conectar con los estudiantes. Su enfoque no era solo presentar un plan fijo, sino más bien co-crear una visión para la escuela junto con sus compañeros. Cada vez que alguien hacía una pregunta o compartía una preocupación, Valeria se aseguraba de responder con empatía y apertura, lo que generaba un ambiente de confianza y colaboración.

Al finalizar el foro, la maestra Julia subió al escenario para agradecer a los candidatos y a todos los estudiantes por su participación activa.

—Hoy hemos visto cómo valorar la opinión de los demás no solo mejora nuestras ideas, sino que también nos hace más sabios y nos ayuda a entender mejor a quienes nos rodean —dijo la maestra Julia—. Estoy muy orgullosa de todos ustedes por compartir sus voces y por estar dispuestos a escuchar las de los demás.

Los estudiantes aplaudieron y, por primera vez, se sintieron realmente parte del proceso electoral. Ya no se trataba solo de elegir al candidato con las mejores ideas, sino de reconocer que, al valorar y respetar las opiniones de todos, podían construir algo mucho más fuerte y representativo.

Esa noche, Emma y Pablo reflexionaron sobre lo que habían aprendido. Ambos sabían que la campaña había sido una experiencia invaluable, no solo porque les había enseñado a ser mejores líderes, sino porque también les había mostrado que, al valorar las opiniones de los demás, habían enriquecido sus propias perspectivas.

El día de las elecciones llegó, y los estudiantes votaron con la certeza de que, sin importar quién ganara, todos habían ganado al aprender a escuchar y valorar las voces de los demás. Emma, Pablo y Valeria se abrazaron, conscientes de que habían crecido mucho durante el proceso y de que, juntos, habían hecho que la escuela fuera un lugar mejor.

Cuando se anunciaron los resultados, Valeria fue elegida como la nueva representante estudiantil, pero Emma y Pablo se sintieron igualmente victoriosos. Sabían que habían aprendido una lección importante: las mejores decisiones se toman cuando se escuchan y valoran las voces de todos. Se comprometieron a seguir trabajando juntos y a apoyar a Valeria en su nueva labor, seguros de que su enfoque colaborativo haría una gran diferencia en la escuela.

Al final del día, mientras todos celebraban, Valeria agradeció a sus compañeros por su confianza y apoyo.

—Esta victoria no es solo mía —dijo Valeria—. Es de todos nosotros, porque al valorar la opinión de cada uno, hemos demostrado que podemos ser más sabios juntos. Sigamos escuchándonos y aprendiendo unos de otros, porque es así como realmente mejoraremos nuestra escuela.

Los estudiantes aplaudieron con entusiasmo, y en ese momento, supieron que, gracias a la lección aprendida, estaban construyendo una comunidad más fuerte y unida, donde cada voz era escuchada y valorada.

La Sabiduría de Escuchar y Compartir

Con Valeria elegida como la nueva representante estudiantil, la Escuela Primaria Los Robles estaba lista para un cambio positivo. Desde el primer día, Valeria se propuso cumplir su promesa de valorar la opinión de todos los estudiantes. En lugar de imponer sus propias ideas, organizó reuniones semanales donde cualquier estudiante podía proponer sugerencias, expresar preocupaciones o simplemente compartir sus pensamientos sobre cómo mejorar la escuela.

Emma y Pablo, fieles a su compromiso de trabajar juntos, se unieron al equipo de Valeria como consejeros, aportando sus propias habilidades y perspectivas. Emma ayudó a estructurar las reuniones y asegurarse de que todos los estudiantes tuvieran su turno para hablar, mientras que Pablo se encargó de las actividades creativas, como diseñar carteles y organizar eventos que fomentaran la participación de todos.

Una de las primeras sugerencias que surgió fue la idea de Marcos sobre crear un espacio tranquilo para estudiar y relajarse. Valeria, con la ayuda de Emma y Pablo, se acercó a la dirección de la escuela con la propuesta y la respuesta fue positiva. Pronto, un aula vacía fue transformada en un rincón de estudio, equipado con cojines, mesas pequeñas y estantes llenos de libros y materiales para colorear. El espacio se convirtió en un refugio popular para los estudiantes que buscaban un momento de calma durante el agitado día escolar.

Valeria también implementó una idea que surgió de los estudiantes más pequeños: un buzón de sugerencias. Este buzón permitía a los estudiantes dejar notas anónimas con ideas o preocupaciones que querían que el consejo estudiantil abordara. Fue un éxito inmediato, especialmente entre aquellos que se sentían más cómodos escribiendo sus pensamientos en lugar de hablar en público.

Una tarde, mientras Valeria y su equipo revisaban las notas del buzón, encontraron una sugerencia que los hizo reflexionar.

—Dice que algunos estudiantes sienten que sus opiniones no son tomadas en serio porque son diferentes de las de la mayoría —leyó Valeria en voz alta—. Creo que es una preocupación válida. No siempre vamos a estar de acuerdo con todo, pero eso no significa que las ideas diferentes no sean valiosas.

Emma asintió.

—Tal vez podríamos organizar una actividad donde todos puedan presentar sus ideas sin que se sientan juzgados. Algo así como un “día de las ideas”, donde lo importante sea la diversidad de pensamientos.

Pablo, entusiasmado con la propuesta, añadió:

—Podemos hacer un mural colaborativo donde cada estudiante pinte o dibuje su idea para la escuela. Será un espacio donde todas las opiniones sean visibles y celebradas.

Con el apoyo del consejo escolar, Valeria y su equipo organizaron el “Día de las Ideas”. Durante esa jornada, el patio de la escuela se llenó de colores y creatividad mientras los estudiantes pintaban sus ideas en un gran mural. Había dibujos de nuevos espacios de juego, propuestas para más actividades artísticas, sugerencias para mejorar la biblioteca y muchas otras ideas que reflejaban la diversidad de pensamiento de la comunidad estudiantil.

Al ver el mural terminado, Valeria se sintió orgullosa de lo que habían logrado juntos. No solo habían dado voz a cada estudiante, sino que también habían creado un entorno donde todas las ideas eran valoradas, sin importar cuán grandes o pequeñas fueran.

Pero no todo fue fácil. A medida que avanzaban los meses, Valeria y su equipo también enfrentaron desafíos. Hubo momentos en los que algunos estudiantes sintieron que sus ideas no estaban siendo implementadas tan rápido como esperaban, y otros que tenían opiniones opuestas a las decisiones tomadas. Valeria, Emma y Pablo tuvieron que aprender a manejar estas situaciones con diplomacia y empatía, recordando siempre la importancia de valorar todas las opiniones, incluso cuando no estaban de acuerdo.

Un día, durante una de las reuniones semanales, un estudiante llamado Javier expresó su frustración.

—Siento que algunas ideas se están quedando en el aire y no se están llevando a cabo —dijo Javier—. ¿De qué sirve compartir nuestras opiniones si no vemos cambios?

Valeria escuchó atentamente y respondió con sinceridad.

—Entiendo tu frustración, Javier, y agradezco que hayas compartido tu preocupación. Estamos trabajando para implementar tantas ideas como sea posible, pero algunas toman más tiempo y recursos de los que tenemos en este momento. Lo importante es que seguimos escuchando y buscando formas de mejorar. Cada opinión cuenta, incluso si los cambios no son inmediatos.

Emma y Pablo también intervinieron, explicando que estaban priorizando las propuestas en función de las necesidades y recursos disponibles, y que estaban comprometidos a seguir trabajando en todas las ideas.

—Lo más importante es que no dejamos de intentarlo —dijo Emma—. Y cada vez que valoramos una opinión, nos hacemos más fuertes como comunidad.

La respuesta de Valeria y su equipo ayudó a calmar las preocupaciones de Javier y otros estudiantes, quienes apreciaron la transparencia y el esfuerzo constante por hacer mejoras. Los desafíos se convirtieron en oportunidades para aprender y crecer, y la escuela se fortaleció como un lugar donde la colaboración y el respeto por las opiniones eran la norma.

Al final del año escolar, la maestra Julia organizó una asamblea para reconocer los logros del consejo estudiantil y para celebrar el impacto positivo que Valeria, Emma y Pablo habían tenido en la escuela. Los estudiantes aplaudieron con entusiasmo cuando Valeria subió al escenario para dar su discurso final.

—Este año aprendimos que cuando valoramos la opinión de los demás, no solo mejoramos nuestras ideas, sino que también nos unimos como comunidad —dijo Valeria con una sonrisa—. Cada voz aquí importa, y juntos hemos demostrado que podemos lograr grandes cosas cuando escuchamos y aprendemos unos de otros. Estoy muy agradecida por todo el apoyo y las ideas que todos han compartido. Este es solo el comienzo de lo que podemos hacer juntos.

El auditorio estalló en aplausos, y Valeria se sintió profundamente agradecida por la oportunidad de haber liderado un cambio tan significativo. Al bajar del escenario, Emma y Pablo la abrazaron, orgullosos de lo que habían logrado como equipo.

—No hubiera sido lo mismo sin ustedes —dijo Valeria—. Aprendimos que ser un buen líder no significa tener todas las respuestas, sino saber escuchar y valorar las contribuciones de todos.

Emma sonrió y añadió:

—Definitivamente, somos más sabios cuando valoramos la opinión de los demás. Eso es algo que nunca debemos olvidar.

Pablo, siempre listo para aportar un toque creativo, sugirió:

—¡Deberíamos pintar esta frase en el mural! “Valorar la opinión de los demás nos hace doblemente sabios”.

Los tres amigos rieron y se dirigieron al mural, donde con orgullo añadieron la frase como un recordatorio para toda la escuela. Ese mural no solo representaba las ideas de los estudiantes, sino también la sabiduría compartida que habían cultivado juntos.

Así, la Escuela Primaria Los Robles se convirtió en un ejemplo de cómo valorar la opinión de los demás podía transformar una comunidad. Gracias a Valeria, Emma y Pablo, los estudiantes aprendieron que sus voces importaban y que, al trabajar juntos, podían construir un entorno donde todos se sintieran escuchados y respetados.

La moraleja de esta historia es que valorar la opinión de los demás nos hace doblemente sabios.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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