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En la Escuela Monte Claro, todos los estudiantes de quinto grado esperaban con ansias la excursión anual a las montañas. Era un evento muy esperado porque significaba pasar un día completo al aire libre, explorando la naturaleza, aprendiendo sobre el entorno y, sobre todo, disfrutando de un poco de aventura lejos del aula. Este año, la maestra Isabel y el guía de montaña, el señor Rafael, organizaron la excursión y prometieron que sería una experiencia inolvidable.

Entre los estudiantes estaba Lucas, un niño curioso y energético, pero que a menudo se dejaba llevar por la emoción y no siempre prestaba atención a los detalles. Aunque Lucas era un buen estudiante, solía tener problemas para concentrarse cuando los demás hablaban, prefiriendo seguir sus propios instintos y hacer las cosas a su manera.

El día de la excursión, todos los estudiantes llegaron temprano a la escuela con sus mochilas llenas de bocadillos, agua y gorros para protegerse del sol. La maestra Isabel les dio la bienvenida y recordó algunas reglas básicas antes de partir.

—Hoy vamos a disfrutar de un hermoso día en las montañas —dijo la maestra Isabel—. Pero es muy importante que sigan todas las indicaciones de nuestro guía, el señor Rafael, y que presten mucha atención a todo lo que él nos diga. Las montañas son un lugar maravilloso, pero también debemos ser cuidadosos y responsables.

Lucas, que estaba más enfocado en imaginar las aventuras que viviría, apenas escuchó las instrucciones. Estaba ocupado revisando su mochila y hablando con sus amigos sobre lo que planeaban hacer una vez llegaran a las montañas.

Al llegar al punto de inicio del sendero, el señor Rafael reunió a todos los estudiantes para explicarles la ruta que seguirían. Les mostró un mapa y señaló las áreas donde harían paradas para descansar, comer y observar la naturaleza. También les dio instrucciones sobre cómo moverse en el sendero, qué hacer si se encontraban con animales y cómo mantenerse a salvo.

—Es muy importante que sigan el sendero marcado y no se separen del grupo —dijo el señor Rafael, señalando las señales del camino—. Las montañas pueden ser impredecibles, y es fácil perderse si no seguimos las indicaciones. Además, quiero que estén atentos a los sonidos de la naturaleza, porque nos ayudarán a aprender más sobre este lugar.

Lucas, sin embargo, estaba distraído observando una mariposa que volaba cerca de él. No escuchó las advertencias del guía sobre los posibles peligros de desviarse del sendero. Mientras el señor Rafael explicaba cómo reaccionar ante ciertos animales o qué hacer en caso de desorientación, Lucas pensaba en lo divertido que sería correr por su cuenta y explorar sin seguir al grupo.

La excursión comenzó, y los estudiantes siguieron al señor Rafael por el sendero. Al principio, todo iba bien. Lucas se divertía con sus amigos, riendo y disfrutando del paisaje. El grupo hizo su primera parada en un claro donde el señor Rafael les mostró cómo identificar algunas plantas y rastros de animales. Todos escucharon atentamente, excepto Lucas, que estaba más interesado en trepar una pequeña roca cercana.

—Lucas, baja de ahí y escucha —dijo la maestra Isabel—. Esto es importante.

Lucas bajó con desgano y se unió al grupo, pero su atención seguía divagando. Cada vez que el guía explicaba algo, Lucas miraba hacia los árboles o jugaba con las piedras, sin prestar atención a las valiosas lecciones que Rafael compartía.

Después de un rato, llegaron a un pequeño arroyo. El agua era cristalina y fresca, y el sonido del agua corriendo era relajante. Rafael les recordó la importancia de no cruzar el arroyo sin supervisión y de mantenerse siempre en el grupo.

—Este arroyo parece tranquilo, pero las rocas pueden ser resbaladizas y la corriente más fuerte de lo que parece —explicó Rafael—. Siempre crucen por donde yo les indique y nunca lo hagan solos.

Lucas, sin embargo, no pudo resistir la tentación. Vio un punto donde el arroyo parecía estrecharse, y pensó que podría cruzar fácilmente. Sin esperar la señal de Rafael, decidió intentar cruzarlo él solo. Al dar un paso sobre una roca, resbaló y cayó al agua, mojándose por completo.

Sus amigos corrieron hacia él para ayudarlo a salir, y Rafael, al verlo, se apresuró a asegurarse de que estaba bien.

—Lucas, ¿qué pasó? —preguntó Rafael, preocupado—. Te dije que no cruzaras solo.

Lucas, avergonzado, se dio cuenta de que no había escuchado bien las indicaciones. Había subestimado la dificultad de cruzar el arroyo y, por no prestar atención, se había metido en un problema. Afortunadamente, solo estaba mojado, pero se dio cuenta de que las cosas podrían haber salido peor.

—Lo siento, señor Rafael —dijo Lucas, con la cabeza baja—. No escuché bien lo que dijo.

Rafael lo miró y asintió, sabiendo que este era un buen momento para una lección.

—Es importante escuchar con atención, Lucas. Las montañas son hermosas, pero también pueden ser peligrosas si no seguimos las reglas y las indicaciones. No es solo para evitar accidentes; es para que podamos disfrutar de esta experiencia de manera segura.

Lucas asintió, sintiendo el peso de su error. A partir de ese momento, decidió que prestaría más atención a las indicaciones del guía. Mientras continuaban la excursión, Lucas se esforzó por escuchar cada palabra de Rafael, tomando nota mental de cada instrucción.

Más adelante, durante una parada en una zona rocosa, Rafael les enseñó a leer las señales del sendero, que indicaban la ruta segura y advertían sobre los peligros. Lucas, que ahora estaba mucho más atento, notó una señal que indicaba que había rocas sueltas más adelante y advirtió a sus amigos para que tuvieran cuidado. Por primera vez, sintió que estaba realmente conectado con lo que sucedía a su alrededor, y esa sensación lo hizo sentirse más seguro y en control.

La última parte de la excursión los llevó a un mirador con una vista espectacular de las montañas. El señor Rafael les pidió a todos que se sentaran y escucharan el sonido del viento y de las aves. Era un momento de tranquilidad y reflexión.

—La naturaleza nos habla todo el tiempo, si sabemos escuchar —dijo Rafael, con una sonrisa—. Y no solo la naturaleza; también las personas que nos rodean. Escuchar con atención nos puede evitar muchos errores y ayudarnos a entender mejor el mundo.

Lucas, mirando el horizonte, entendió finalmente lo importante que era escuchar con atención. No solo para evitar errores, sino también para aprovechar al máximo cada experiencia y aprender de los demás.

Cuando regresaron al autobús para volver a la escuela, Lucas se acercó al señor Rafael.

—Gracias por la excursión, y gracias por recordarme lo importante que es escuchar —dijo Lucas, sinceramente—. Aprendí mucho hoy.

Rafael sonrió y le dio una palmada en la espalda.

—Me alegra escuchar eso, Lucas. Las montañas tienen muchas lecciones que enseñarnos, y hoy aprendiste una de las más importantes.

Después del incidente en el arroyo, Lucas se comprometió a prestar más atención a las indicaciones del señor Rafael. A medida que continuaban la excursión por las montañas, Lucas no solo escuchaba al guía, sino que también comenzaba a observar con más detenimiento todo a su alrededor. Notó cómo las hojas crujían bajo sus pies, cómo el viento susurraba entre los árboles y cómo los pájaros cantaban diferentes melodías. Era como si hubiera descubierto un nuevo mundo al simplemente escuchar.

El grupo avanzó por un sendero empinado que llevaba a un bosque más denso. Rafael explicó que esta parte del recorrido era un poco más desafiante y que debían caminar en fila, manteniendo siempre al compañero de adelante a la vista. Insistió en la importancia de mantenerse juntos y no alejarse del grupo, ya que las zonas boscosas podían desorientar fácilmente a cualquiera.

—Recuerden, chicos, sigan siempre el camino marcado y no se desvíen —reiteró Rafael—. En este tipo de terrenos, es fácil perderse si no seguimos las señales y no escuchamos las indicaciones.

Lucas, ahora más atento, caminaba cerca de Rafael, observando cómo el guía marcaba el ritmo y señalaba las direcciones correctas. Se sentía más seguro al estar cerca de alguien que conocía bien el terreno. Sin embargo, algunos de sus amigos no estaban tan enfocados. Carlos, uno de los compañeros de Lucas, comenzó a distraerse con las mariposas y los sonidos del bosque.

—Mira, Lucas, ¡qué mariposa tan bonita! —exclamó Carlos, señalando una mariposa de colores brillantes que volaba entre los árboles.

Lucas sonrió, pero recordó la importancia de no perder de vista el sendero. Le recordó a Carlos que debían seguir al grupo y prestar atención a las indicaciones de Rafael. Carlos, aunque algo desanimado por no poder seguir a la mariposa, se mantuvo en el camino junto a los demás.

A medida que avanzaban, el grupo se adentró en una zona con más vegetación y menos señales claras del sendero. Rafael se detuvo para asegurarse de que todos estuvieran juntos y para dar nuevas instrucciones.

—Vamos a hacer una pequeña parada aquí para hidratarnos y descansar un poco —dijo Rafael—. Pero recuerden, no se alejen. Manténganse cerca y no se separen del grupo.

Mientras descansaban, Rafael aprovechó para mostrarles cómo identificar ciertos árboles y plantas del bosque. Lucas escuchó con interés, fascinado por todo lo que estaba aprendiendo. Sin embargo, Carlos seguía inquieto, y mientras Rafael explicaba, Carlos se distrajo con un conejo que apareció entre los arbustos. Sin pensarlo dos veces, Carlos se levantó y comenzó a seguir al conejo, alejándose del grupo sin que nadie se diera cuenta.

Lucas, concentrado en la explicación de Rafael, no notó de inmediato que Carlos se había alejado. Fue solo cuando estaban a punto de reanudar la caminata que Lucas miró a su alrededor y se dio cuenta de que su amigo no estaba.

—¿Alguien ha visto a Carlos? —preguntó Lucas, sintiendo un nudo en el estómago.

Rafael, al escuchar la pregunta, hizo un rápido recuento del grupo y confirmó que Carlos no estaba con ellos.

—Esto es exactamente lo que quería evitar —dijo Rafael con calma, pero visiblemente preocupado—. Vamos a buscarlo, pero recuerden, manténganse juntos y escuchen atentamente mis instrucciones.

Rafael y la maestra Isabel organizaron al grupo en una línea y comenzaron a buscar a Carlos, llamando su nombre mientras seguían el sendero. Lucas se sentía culpable por no haber estado más atento y por no haber advertido a Carlos con más insistencia sobre la importancia de no alejarse.

Mientras caminaban, Lucas recordó que Rafael había mencionado cómo los sonidos de la naturaleza podían ayudarles a aprender más sobre el entorno. Decidió cerrar los ojos por un momento y simplemente escuchar. Podía oír el viento entre las hojas, el crujir de ramas secas y, a lo lejos, un suave ruido de agua corriendo. Pero lo más importante, escuchó un leve sonido, como el crujir de hojas y ramas pisoteadas, proveniente de la dirección contraria al sendero.

—¡Escuché algo por allá! —dijo Lucas, señalando hacia el sonido.

Rafael lo miró y asintió, dirigiendo al grupo hacia el lugar indicado por Lucas. A medida que avanzaban, el sonido se hizo más claro, y pronto encontraron a Carlos, parado cerca de un arbusto, mirando con curiosidad el arroyo que corría más adelante. Al parecer, Carlos había seguido al conejo hasta esa zona y no se había dado cuenta de lo lejos que estaba del grupo.

—Carlos, ¿estás bien? —preguntó Rafael, acercándose con cuidado.

Carlos, al ver al grupo acercarse, sintió una mezcla de alivio y vergüenza.

—Sí, estoy bien… Lo siento, vi al conejo y solo quería seguirlo, pero no me di cuenta de que me había alejado tanto.

Rafael le dio una palmada en el hombro y lo guió de regreso al grupo.

—Es fácil distraerse en un lugar como este —dijo Rafael—. Pero por eso es tan importante escuchar con atención y seguir las instrucciones. No solo para evitar problemas, sino para disfrutar del recorrido de manera segura.

Lucas se sintió aliviado al ver a Carlos sano y salvo. Aunque aún se sentía un poco culpable, estaba orgulloso de haber prestado atención y de haber usado lo que había aprendido para ayudar a encontrar a su amigo.

—Gracias por escucharnos y por ayudarnos a encontrar a Carlos —dijo la maestra Isabel, mirando a Lucas con una sonrisa de aprobación—. Hoy hemos aprendido todos una lección importante sobre el tema de escuchar con atención.

El grupo continuó la excursión con renovada precaución, y esta vez, todos se mantuvieron atentos a las instrucciones de Rafael y a las señales del sendero. Incluso Carlos, que normalmente era el más distraído, se esforzó por escuchar y seguir al grupo sin desviarse.

Llegaron a una zona despejada con una vista impresionante de las montañas. Rafael los guió hasta un lugar seguro y les pidió que se sentaran en silencio para disfrutar del paisaje y escuchar los sonidos de la naturaleza. Lucas, junto a sus amigos, se dio cuenta de que había algo especial en ese momento de calma, un tipo de aprendizaje que no se podía encontrar en los libros.

Mientras observaba el horizonte, Lucas comprendió que escuchar con atención no solo lo había ayudado a evitar errores, sino que también le había permitido conectarse mejor con su entorno y con las personas a su alrededor. Sabía que, a partir de ese día, se esforzaría por ser más consciente y escuchar con atención, no solo en las montañas, sino en cada aspecto de su vida.

Cuando regresaron a la escuela al final del día, todos estaban cansados pero felices. Lucas, agradecido por la experiencia, se despidió del señor Rafael y de la maestra Isabel, prometiéndose a sí mismo que nunca más subestimaría el valor de escuchar con atención.

Después de rescatar a Carlos, el grupo continuó su excursión con una nueva conciencia de la importancia de escuchar y seguir las instrucciones. La experiencia había dejado una huella en todos, especialmente en Lucas, quien ahora comprendía el verdadero valor de prestar atención a lo que otros decían.

El camino hacia el mirador final era más empinado y rocoso, por lo que Rafael volvió a insistir en la importancia de caminar con cuidado y mantener siempre un ojo en las señales del sendero. Esta vez, todos los estudiantes estaban más atentos. La lección de Carlos había servido para recordarles que, aunque la naturaleza era hermosa y fascinante, también requería respeto y precaución.

Mientras subían, Lucas notó algo interesante: cuando realmente escuchaba y observaba, el sendero no solo parecía más seguro, sino también más emocionante. Se dio cuenta de que había detalles que nunca había notado antes, como las diferentes tonalidades de verde en las hojas, los pequeños insectos que trabajaban en silencio y las suaves melodías de las aves que los acompañaban en su ascenso.

Llegaron al mirador justo cuando el sol comenzaba a bajar, iluminando el valle con una cálida luz dorada. La vista era impresionante: desde allí, podían ver toda la extensión de las montañas, los ríos serpenteantes y los bosques que se extendían hasta el horizonte. Rafael les pidió que se sentaran y disfrutaran del paisaje mientras les contaba algunas historias sobre las montañas y las comunidades que vivían allí.

—Las montañas han estado aquí mucho antes que nosotros y seguirán estando aquí mucho después —dijo Rafael con voz calmada—. Tienen mucho que enseñarnos si sabemos escucharlas, al igual que la gente que vive en ellas. Escuchar con atención nos permite aprender, respetar y conectar de una manera más profunda con todo lo que nos rodea.

Lucas, sentado junto a Carlos y otros compañeros, sentía que finalmente entendía lo que Rafael quería decir. Escuchar no era solo un acto pasivo; era una forma activa de participar en el mundo, de entenderlo y de aprender de él.

Después de un rato de silencio, Rafael les pidió que compartieran lo que más les había gustado de la excursión. Lucas fue el primero en levantar la mano.

—Me gustó aprender sobre las plantas y los animales, pero lo que más me gustó fue darme cuenta de que escuchar es tan importante como ver o hacer algo. Hoy entendí que, si no escuchamos bien, podemos perdernos cosas importantes o meternos en problemas.

Rafael sonrió y asintió.

—Eso es muy cierto, Lucas. A veces, nos dejamos llevar por la emoción o nuestras propias ideas, y olvidamos que hay mucho que aprender de quienes nos rodean. Escuchar con atención no solo nos evita cometer errores, sino que también nos abre a nuevas experiencias y conocimientos.

Los demás estudiantes compartieron sus impresiones, y todos coincidieron en que la experiencia les había enseñado mucho más que solo conocimientos sobre la naturaleza; les había dado una lección valiosa sobre la vida y la importancia de estar atentos a las palabras de los demás.

Cuando el grupo se preparó para regresar, Rafael les recordó una vez más que debían caminar juntos y mantener la comunicación constante. Esta vez, el descenso fue mucho más ordenado y tranquilo. Los estudiantes se ayudaban mutuamente en los tramos difíciles, y todos estaban atentos a las indicaciones de Rafael y la maestra Isabel.

En un punto del camino, Rafael se detuvo y les mostró un sendero alternativo que era más corto, pero también más estrecho y con más obstáculos. Lucas, que había estado escuchando atentamente, recordó las palabras de Rafael sobre no tomar caminos sin conocer los riesgos y se lo recordó a sus compañeros.

—Creo que es mejor seguir por el camino que conocemos —sugirió Lucas—. Rafael nos dijo que este otro sendero puede ser más peligroso, y no queremos correr riesgos innecesarios.

Los demás estuvieron de acuerdo, y Rafael, escuchando la decisión de los estudiantes, los felicitó por su prudencia.

—Han aprendido bien, chicos. A veces, la mejor decisión es la que se toma con cuidado y sabiduría, escuchando a los que tienen más experiencia o a lo que nos dice el entorno.

Mientras descendían, Lucas se sintió orgulloso de su cambio de actitud. Sabía que la excursión no solo había sido un paseo por las montañas, sino un viaje hacia una mayor comprensión de sí mismo y de cómo interactuar con el mundo. Decidió que, a partir de ese día, se esforzaría por ser más atento y respetuoso con las palabras de los demás, ya fuera en la escuela, en casa o en cualquier lugar.

Al llegar de nuevo al punto de partida, los padres de los estudiantes ya los esperaban. La maestra Isabel y Rafael agradecieron a los estudiantes por su participación y les recordaron la importancia de llevarse consigo las lecciones aprendidas durante la excursión.

—Espero que lo que aprendieron hoy los acompañe siempre —dijo la maestra Isabel—. Escuchar es una habilidad que les será útil no solo en la escuela, sino en todos los aspectos de sus vidas. Recuerden que cuando escuchamos con atención, mostramos respeto y nos damos la oportunidad de aprender y crecer.

Antes de subir al autobús, Lucas se acercó a Rafael para agradecerle una vez más.

—Gracias, señor Rafael. Hoy aprendí mucho sobre las montañas, pero también sobre la importancia de escuchar. Me alegra haber podido ayudar a encontrar a Carlos y entender mejor todo lo que hay a nuestro alrededor.

Rafael sonrió y le dio un apretón de manos.

—Gracias a ti, Lucas, por estar dispuesto a aprender. Las montañas nos enseñan muchas cosas, y una de las más importantes es que siempre hay algo nuevo que descubrir, si sabemos escuchar.

En el viaje de regreso, Lucas se sentó junto a Carlos y hablaron sobre la excursión. Carlos también se sintió agradecido por la ayuda de sus amigos y prometió ser más cuidadoso en el futuro. Los dos amigos sabían que la excursión había sido más que una simple aventura; había sido una lección de vida que los ayudaría a ser más sabios y responsables.

Cuando Lucas llegó a casa, compartió con su familia todo lo que había vivido y aprendido. Mientras hablaba, se dio cuenta de que, aunque las montañas se habían quedado atrás, las lecciones que había aprendido seguirían con él. Sabía que, al escuchar con atención y al valorar las palabras de los demás, podría evitar muchos errores y encontrar mejores caminos en su vida.

Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Lucas cerró los ojos y recordó el sonido del viento entre los árboles, el canto de las aves y las palabras de Rafael. Se prometió a sí mismo que siempre escucharía con atención, sabiendo que esa pequeña acción podía marcar una gran diferencia y nos evita cometer muchos errores.

La moraleja de esta historia es que escuchar con atención nos evita cometer muchos errores.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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