Que tenemos para ti

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Era una soleada mañana de verano, y la brisa marina acariciaba suavemente las arenas doradas de Playa Estrella. Johan, un niño de diez años con una melena de rizos rubios y ojos curiosos, estaba emocionado por pasar el día en la playa. Sus padres habían preparado una gran excursión y Johan no podía esperar para explorar cada rincón de aquel paraíso junto al mar.

Mercy, su hermana mayor, de doce años, también estaba ansiosa por disfrutar del día. Mercy era una chica muy amable y siempre encontraba la manera de ayudar a los demás, ya fuera en la escuela o en su vecindario. Sus amigos la llamaban “el ángel de la bondad” porque siempre tenía una sonrisa y una palabra amable para todos.

Después de un largo viaje en auto, finalmente llegaron a Playa Estrella. Johan y Mercy saltaron del auto y corrieron hacia el agua. El azul del mar se extendía hasta el horizonte y las olas rompían suavemente en la orilla, invitándolos a zambullirse y disfrutar de sus frescas aguas.

—¡Mira, Mercy! —gritó Johan, señalando a una bandada de gaviotas que volaban en círculos sobre el agua—. ¡Vamos a verlas de cerca!

Mercy sonrió y, con una mirada de complicidad, ambos comenzaron a correr por la arena, dejando huellas tras de sí. Cuando llegaron cerca del agua, Johan se detuvo en seco y señaló hacia algo que brillaba entre las olas.

—¿Qué es eso? —preguntó Johan, curioso.

Mercy se inclinó y observó detenidamente. Entre las olas, vieron una pequeña tortuga marina atrapada en una red de pesca abandonada. Sus aletas luchaban por liberarse, pero la red era demasiado fuerte.

—¡Oh, no! —exclamó Mercy—. Tenemos que ayudarla, Johan.

Sin pensarlo dos veces, Johan y Mercy se metieron al agua hasta las rodillas. Mercy tomó la red con cuidado para no lastimar a la tortuga, mientras Johan buscaba una manera de cortarla. Recordó que su padre siempre llevaba una navaja suiza para emergencias y corrió de regreso a la sombrilla donde estaban sus cosas.

—¡Ya vuelvo, Mercy! —gritó Johan mientras corría a toda velocidad.

Cuando regresó, traía la navaja y un trozo de cuerda. Mercy había mantenido a la tortuga calma, hablándole suavemente. Johan comenzó a cortar la red con mucho cuidado. Después de unos minutos de trabajo diligente, la tortuga finalmente quedó libre.

—¡Lo logramos! —exclamó Johan, levantando los brazos en señal de victoria.

Mercy sonrió y observó cómo la pequeña tortuga nadaba libremente hacia el mar. Ambos sintieron una gran satisfacción al ver que habían hecho algo bueno.

—Has hecho un gran trabajo, Johan —dijo Mercy, dándole una palmada en la espalda—. La tortuga está muy agradecida.

Johan sonrió, orgulloso de sí mismo. Sin embargo, su día de buenas acciones no había terminado. Mientras caminaban de regreso a su sombrilla, vieron a una niña pequeña llorando junto a un castillo de arena destruido.

—Hola —dijo Mercy, acercándose a la niña—. ¿Estás bien? ¿Qué pasó?

La niña, con lágrimas en los ojos, explicó que había pasado horas construyendo su castillo de arena, pero una ola grande lo había destruido. Johan y Mercy intercambiaron miradas y supieron inmediatamente lo que tenían que hacer.

—Vamos a ayudarte a construir uno nuevo, ¿te parece? —propuso Johan, arrodillándose junto a ella.

La niña, llamada Sofía, asintió con entusiasmo. Mercy y Johan comenzaron a trabajar con ella, usando cubos y palas para construir un castillo aún más grande y hermoso que el anterior. Mientras trabajaban, Johan le contó historias sobre caballeros y dragones, haciendo reír a Sofía.

Poco a poco, otros niños de la playa se fueron uniendo. Trajeron sus propios cubos y palas, y pronto, el castillo de arena se convirtió en una verdadera fortaleza, con torres, murallas y un foso. La risa y los gritos de alegría llenaban el aire mientras todos trabajaban juntos.

Finalmente, cuando el castillo estuvo terminado, todos se tomaron de las manos y admiraron su obra maestra. Sofía, que ahora estaba radiante de felicidad, abrazó a Johan y Mercy.

—Gracias, gracias por ayudarme —dijo con una gran sonrisa.

—De nada, Sofía —respondió Mercy—. Siempre es bueno ayudar a los demás.

El resto del día transcurrió en una serie de pequeños actos de bondad. Johan y Mercy ayudaron a un anciano a recoger sus cosas cuando el viento volcó su sombrilla, y también asistieron a una mamá que estaba buscando desesperadamente el sombrero de su bebé. Cada pequeño acto, aunque insignificante a simple vista, dejaba una sonrisa y un agradecimiento sincero.

Al atardecer, cuando el sol se ocultaba en el horizonte, bañando la playa en tonos dorados y anaranjados, Johan y Mercy se sentaron en la arena, viendo las olas romper suavemente.

—Hoy fue un buen día, ¿verdad? —preguntó Johan, recostando su cabeza en el hombro de su hermana.

—Sí, lo fue —respondió Mercy—. Y todo gracias a que decidimos ayudar a los demás. Cada pequeño acto de bondad cuenta, Johan. Nunca lo olvides.

Johan sonrió y asintió. Sabía que aquel día en Playa Estrella siempre sería especial para él, no solo por las aventuras y los juegos, sino por las lecciones de bondad y amistad que había aprendido junto a su hermana.

Y así, mientras las estrellas comenzaban a brillar en el cielo, Johan y Mercy supieron que habían hecho del mundo un lugar un poquito mejor, un acto de bondad a la vez.

 

El sol había llegado a su punto más alto en el cielo, derramando su cálida luz sobre Playa Estrella. Johan y Mercy, habiendo disfrutado de una mañana llena de actos de bondad, se sentían más unidos que nunca. Decidieron que era hora de explorar un poco más y ver qué otras aventuras les deparaba el día.

Mientras caminaban por la playa, notaron una pequeña cabaña de madera, pintada de colores vivos, que se destacaba entre las dunas de arena. Encima de la puerta había un letrero que decía “Tienda de Maravillas del Abuelo Pedro”. La curiosidad los empujó a entrar.

Al abrir la puerta, un tintineo de campanillas anunció su llegada. Dentro, la tienda estaba repleta de objetos curiosos: conchas marinas de todos los tamaños y colores, maquetas de barcos, botellas con mensajes dentro y mapas antiguos. Detrás del mostrador, un anciano con una barba blanca y gafas redondas los saludó con una sonrisa amable.

—¡Bienvenidos, jóvenes exploradores! —dijo el anciano—. Soy el Abuelo Pedro. ¿En qué puedo ayudarles hoy?

Johan y Mercy se presentaron y comenzaron a mirar alrededor con fascinación. Mientras exploraban, Johan encontró un mapa antiguo enrollado en un rincón polvoriento.

—Mira esto, Mercy —dijo Johan, desenrollando el mapa sobre el mostrador.

El Abuelo Pedro se acercó y observó el mapa con interés.

—Ah, ese es un mapa muy especial —dijo—. Cuenta la leyenda que lleva a un tesoro escondido en algún lugar de Playa Estrella. Pero no es un tesoro común. Según la historia, es un cofre lleno de objetos que tienen el poder de ayudar a los demás. Se dice que quien encuentre el tesoro podrá usarlo para hacer el bien y traer felicidad a su comunidad.

Mercy y Johan intercambiaron miradas emocionadas. La idea de embarcarse en una búsqueda del tesoro que pudiera hacer el bien a los demás los llenó de entusiasmo.

—¿Podemos intentarlo? —preguntó Mercy, con los ojos brillando de emoción.

—Por supuesto —respondió el Abuelo Pedro—. Pero recuerden, la verdadera magia del tesoro no está en los objetos que contiene, sino en los actos de bondad que inspiran.

Con el mapa en la mano, Johan y Mercy salieron de la tienda, listos para comenzar su aventura. El mapa mostraba varios puntos de referencia en la playa y los alrededores, cada uno marcado con una pequeña pista. El primer punto los llevó a un acantilado rocoso al norte de la playa.

Al llegar, encontraron una pequeña inscripción en una roca: “Busca donde el sol se oculta y encontrarás la siguiente pista”. Johan y Mercy miraron hacia el horizonte, donde el sol comenzaba a descender lentamente.

—Debe estar al oeste —dijo Johan—. Vamos, Mercy, sigamos el sol.

Caminando hacia el oeste, encontraron una cueva oculta entre las rocas. Dentro, la luz del sol poniente iluminaba una pared donde había tallada una estrella de mar. Bajo la estrella, había una nota escrita en un pergamino antiguo:

“Donde las olas susurran y la arena es dorada, busca el faro que guía a los perdidos.”

—¡El faro! —exclamó Mercy—. Debemos ir al faro de la punta sur de la playa.

Con la adrenalina corriendo por sus venas, corrieron hacia el faro. Al llegar, notaron que la puerta estaba entreabierta. Entraron con cuidado y comenzaron a subir la estrecha escalera de caracol. En la cima, encontraron una pequeña caja de madera con un candado oxidado. A su lado, un mensaje tallado en la pared: “La clave está en la bondad, el verdadero tesoro en el corazón.”

Mercy pensó por un momento y luego recordó algo que había visto en la tienda del Abuelo Pedro.

—Johan, ¿recuerdas el colgante en forma de corazón que vimos en la tienda? Creo que podría ser la clave.

Regresaron rápidamente a la tienda y le contaron al Abuelo Pedro sobre su descubrimiento. Él sonrió y sacó el colgante de un cajón.

—Este colgante ha estado en mi familia por generaciones —dijo—. Se dice que solo aquellos con un corazón puro pueden usarlo para desbloquear grandes cosas.

Johan tomó el colgante y lo llevó de regreso al faro. Con mucho cuidado, lo insertó en el candado. Para su asombro, el candado se abrió con un suave clic. Dentro de la caja, encontraron un cofre más pequeño, decorado con intrincados grabados.

Cuando abrieron el cofre, encontraron una serie de objetos: una brújula, un cuaderno de cuero, una pluma dorada y un frasco con un líquido brillante. Había una nota junto a ellos que decía: “Usa estos objetos con sabiduría. La brújula te guiará, el cuaderno registrará tus actos de bondad, la pluma escribirá palabras de aliento y el frasco curará corazones heridos.”

Johan y Mercy se miraron con asombro. Sabían que estos objetos eran especiales y que podrían hacer una gran diferencia en la vida de las personas.

—Es hora de poner a prueba este tesoro —dijo Mercy, sonriendo—. Vamos a usarlo para ayudar a los demás.

A lo largo de los días siguientes, Johan y Mercy usaron los objetos del cofre para hacer el bien. La brújula los llevó a personas que necesitaban ayuda, el cuaderno se llenó de historias de bondad, la pluma escribió cartas que levantaron el ánimo a quienes estaban tristes y el frasco curó corazones con su brillo mágico.

Un día, la brújula los llevó a un pequeño pueblo pesquero cercano. Allí conocieron a un pescador anciano llamado Tomás, que había perdido su barco en una tormenta reciente y estaba desolado porque su sustento dependía de la pesca.

—Sin mi barco, no puedo mantener a mi familia —dijo Tomás, con lágrimas en los ojos.

Johan y Mercy supieron que tenían que ayudar. Usaron la pluma dorada para escribir una carta a los habitantes del pueblo, pidiéndoles ayuda para construir un nuevo barco para Tomás. La respuesta fue abrumadora: todos se unieron para aportar materiales y mano de obra.

En cuestión de días, un nuevo barco estaba listo para zarpar. Tomás no podía creer la bondad que había recibido y agradeció a Johan y Mercy con todo su corazón.

—Nunca olvidaré lo que han hecho por mí —dijo Tomás—. Ustedes son verdaderos ángeles.

Johan y Mercy se sintieron profundamente conmovidos. Sabían que habían hecho una gran diferencia en la vida de Tomás y su familia. Y así, continuaron su misión de bondad, un acto a la vez, sabiendo que cada pequeña acción contaba.

Los días pasaron rápidamente para Johan y Mercy mientras continuaban usando los objetos del cofre del tesoro para ayudar a los demás. Cada acto de bondad los hacía sentir más conectados con la comunidad y más conscientes del poder de las acciones altruistas.

Una mañana, la brújula comenzó a girar sin cesar, apuntando hacia todas direcciones. Johan y Mercy, intrigados, decidieron consultar al Abuelo Pedro para ver si él podía ayudarles a entender qué significaba esto.

—¡Abuelo Pedro! —dijo Mercy mientras entraban a la tienda—. La brújula no deja de girar y no sabemos qué hacer.

El Abuelo Pedro, con una expresión pensativa, examinó la brújula. Luego, con una sonrisa suave, dijo:

—Creo que esto significa que han completado su misión aquí en Playa Estrella. Han tocado muchas vidas con sus actos de bondad. Ahora es el momento de que otros continúen con esta misión.

Johan y Mercy se miraron sorprendidos, pero comprendieron que el abuelo tenía razón. Habían aprendido y enseñado mucho, pero no podían ser los únicos guardianes de la bondad.

—¿Qué debemos hacer ahora? —preguntó Johan.

—Deberían compartir lo que han aprendido con los demás —dijo el Abuelo Pedro—. La verdadera magia de estos objetos está en su capacidad para inspirar a otros a hacer el bien. Dejen que la brújula encuentre su nuevo guardián.

Esa tarde, Johan y Mercy organizaron una reunión en la playa. Invitaron a todos los amigos que habían hecho y a las personas que habían ayudado. La playa estaba llena de gente agradecida y emocionada.

Mercy tomó la palabra primero:

—Queremos agradecerles a todos por habernos permitido ayudarles. Hemos aprendido que cada acto de bondad, por pequeño que sea, puede hacer una gran diferencia.

Johan mostró los objetos del cofre y explicó cómo habían utilizado cada uno para realizar actos de bondad. Luego, con una sonrisa, dijo:

—Ahora es el momento de que estos objetos continúen su viaje. Queremos que uno de ustedes tome la brújula y siga haciendo el bien.

La multitud guardó silencio, expectante. Mercy sostuvo la brújula en alto y esperó. La brújula, que había estado girando sin cesar, de repente se detuvo y apuntó directamente hacia una niña pequeña que estaba al frente de la multitud.

La niña, que se llamaba Emma, se acercó tímidamente. Mercy le entregó la brújula con una sonrisa alentadora.

—Emma, parece que la brújula te ha elegido a ti. ¿Aceptarás la responsabilidad de continuar con estos actos de bondad?

Emma, con ojos llenos de determinación, asintió. Tomó la brújula y la sostuvo con firmeza.

—Lo haré —dijo Emma con una voz decidida—. Prometo seguir ayudando a los demás.

La multitud aplaudió, y Johan y Mercy supieron que habían tomado la decisión correcta. Después de la ceremonia, la gente se dispersó, inspirada y motivada para hacer el bien en sus propias vidas.

Esa noche, mientras Johan y Mercy se sentaban en la arena mirando las estrellas, se sintieron en paz.

—Hoy hicimos algo importante, ¿verdad? —dijo Johan, recostándose en el hombro de su hermana.

—Sí, lo hicimos —respondió Mercy, abrazándolo con cariño—. Pero esto es solo el comienzo. Siempre habrá oportunidades para hacer el bien.

Con el corazón lleno de satisfacción, se dirigieron a casa. Sabían que habían iniciado una cadena de bondad que continuaría creciendo y tocando muchas vidas.

Al día siguiente, Johan y Mercy decidieron visitar al Abuelo Pedro para darle las gracias por su guía y sabiduría. Cuando entraron a la tienda, el Abuelo Pedro los recibió con una sonrisa cálida.

—Han hecho un trabajo maravilloso —dijo el Abuelo Pedro—. Estoy muy orgulloso de ustedes.

Johan y Mercy se sintieron conmovidos por sus palabras. Mercy, con una expresión pensativa, preguntó:

—Abuelo Pedro, ¿qué pasará con el cofre y los demás objetos?

El Abuelo Pedro sonrió y les mostró el cuaderno de cuero.

—Este cuaderno ahora está lleno de historias de bondad. Debería quedarse aquí en la tienda, para que otros puedan leerlas y encontrar inspiración.

Johan asintió.

—Eso tiene sentido. Pero, ¿qué hay del frasco y la pluma?

El Abuelo Pedro les explicó que esos objetos también podían quedarse en la tienda, disponibles para quienes necesitaran un poco de magia para ayudar a los demás.

—Este lugar siempre ha sido un refugio para aquellos que buscan hacer el bien —dijo el Abuelo Pedro—. Y ahora, gracias a ustedes, lo será aún más.

Mercy y Johan se despidieron del Abuelo Pedro, sabiendo que siempre tendrían un amigo y mentor en él. Se sintieron agradecidos por todo lo que habían aprendido y por la oportunidad de haber hecho una diferencia.

Durante las semanas siguientes, la influencia de Johan y Mercy se sintió en toda Playa Estrella. La gente comenzó a realizar pequeños actos de bondad por su cuenta, inspirados por las historias que habían oído y por el ejemplo de los dos hermanos.

Un día, mientras paseaban por la playa, Johan y Mercy encontraron a Emma, quien sostenía la brújula con orgullo. Ella les contó cómo había ayudado a un niño perdido a encontrar a sus padres y cómo había organizado una limpieza de playa con sus amigos.

—La brújula me ha llevado a muchos lugares —dijo Emma—. Y cada vez que hago algo bueno, me siento más feliz.

Mercy sonrió y abrazó a Emma.

—Estamos muy orgullosos de ti, Emma. Estás haciendo un trabajo maravilloso.

Johan asintió.

—Recuerda siempre que cada acto de bondad cuenta, no importa cuán pequeño sea.

Emma asintió con entusiasmo y corrió a seguir con su misión de bondad. Johan y Mercy se sintieron llenos de orgullo y esperanza al ver cómo su legado continuaba creciendo.

Al final del verano, Johan y Mercy se despidieron de Playa Estrella, llevando consigo recuerdos inolvidables y el compromiso de seguir haciendo el bien dondequiera que fueran. Sabían que habían plantado una semilla de bondad que seguiría floreciendo mucho después de que se hubieran ido.

Y así, mientras las olas seguían rompiendo suavemente en la orilla y el sol se ponía una vez más en el horizonte, Playa Estrella se convirtió en un lugar donde la bondad y la generosidad siempre brillaban, gracias a los actos de dos hermanos que habían aprendido que cada pequeño acto de bondad cuenta.

La moraleja de esta historia es que cada buena acción que hagamos por los demás por insignificante que sea cada acto de bondad cuenta

Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. NOS encontramos nuevamente MAÑANA, CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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