Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa fantasía, un niño llamado Tomás que siempre había soñado con descubrir algo mágico. Tomás tenía diez años y era un niño muy curioso y aventurero. Vivía con sus padres y su hermana menor, Luna, en una casita acogedora al borde del bosque. Su madre era maestra y su padre era carpintero. Tomás admiraba mucho a su padre, quien siempre le decía que con honestidad y trabajo duro se podían lograr grandes cosas.
Cada día, después de la escuela, Tomás se aventuraba en el bosque en busca de algo emocionante. Le encantaba explorar y conocer nuevos lugares. Un día, mientras caminaba más allá de lo que había hecho antes, encontró un seto denso y alto que nunca había visto. La curiosidad de Tomás se despertó y decidió investigar.
Se acercó al arbusto y, para su sorpresa, encontró una pequeña abertura entre las ramas. Con mucho cuidado, se deslizó a través del seto y al otro lado descubrió un jardín oculto. Era un jardín como nunca había visto antes, lleno de flores brillantes y árboles frutales con frutos de colores vibrantes. En el centro del jardín, había un pequeño estanque con peces dorados nadando tranquilamente y una fuente de agua cristalina que emitía un suave murmullo.
Tomás estaba asombrado y maravillado por su descubrimiento. Paseó por el jardín, tocando las flores y probando los frutos. Todo parecía tener un brillo especial, como si el jardín estuviera encantado. Pasó horas explorando cada rincón del lugar, pero cuando el sol comenzó a ponerse, decidió regresar a casa. Sabía que debía mantener su descubrimiento en secreto por un tiempo, hasta entender mejor el lugar.
Al día siguiente, Tomás no podía dejar de pensar en el jardín mientras estaba en la escuela. Todo lo que quería era regresar y explorar más. Después de las clases, corrió al bosque y se deslizó de nuevo a través del seto. El jardín estaba tan mágico como lo recordaba. Esta vez, encontró una pequeña puerta dorada al final del jardín. Intrigado, abrió la puerta y descubrió una sala llena de juguetes antiguos y libros que parecían contar historias fantásticas.
Tomás comenzó a visitar el jardín todos los días después de la escuela. Jugaba con los juguetes, leía los libros mágicos y disfrutaba de la tranquilidad del lugar. Sin embargo, con el tiempo, empezó a sentirse culpable por no compartir su descubrimiento con nadie, especialmente con su mejor amiga, Ana. Ana también amaba las aventuras y siempre compartían todo. Tomás sabía que tenía que contarle a Ana sobre el jardín, pero no estaba seguro de cómo hacerlo.
Una tarde, mientras paseaba por el jardín, pensó en cómo la honestidad era un valor que su padre siempre le había inculcado. Recordó las palabras de su padre: “Tomás, siempre sé honesto, incluso cuando sea difícil. La honestidad es la mejor opción”. Con esto en mente, decidió que debía ser honesto con Ana y contarle sobre el jardín encantado.
Al día siguiente, Tomás se acercó a Ana durante el recreo. Ana era una niña de diez años, con el cabello castaño y ojos brillantes que siempre reflejaban su entusiasmo por la vida. Era su compañera de aventuras desde que tenían cinco años. Tomás sabía que podía confiar en ella.
“Ana, tengo algo increíble que mostrarte”, dijo Tomás con una sonrisa nerviosa.
Ana lo miró con curiosidad. “¿Qué es, Tomás? ¿Otro mapa del tesoro?”
“No exactamente”, respondió Tomás. “He descubierto un jardín secreto en el bosque. Es mágico, Ana. Nunca he visto algo así.”
Ana abrió los ojos de par en par. “¿Un jardín secreto? ¡Eso suena increíble! ¿Podemos ir ahora?”
Tomás asintió. “Sí, claro. Te llevaré después de la escuela.”
Durante toda la tarde, Ana no pudo contener su emoción. La idea de un jardín secreto lleno de magia la hacía soñar despierta. Después de la escuela, Tomás y Ana se dirigieron al bosque. Tomás la guió hasta el seto y juntos se deslizaron a través de la abertura.
Ana quedó maravillada al ver el jardín por primera vez. Las flores, los árboles frutales, el estanque con peces dorados y la fuente cristalina la dejaron sin palabras. Caminó por el jardín, tocando las flores y probando los frutos, igual que Tomás había hecho en su primer día.
“Tomás, esto es increíble. No puedo creer que hayas encontrado este lugar”, dijo Ana con asombro.
“Lo sé, Ana. Es un lugar mágico. Y hay más”, dijo Tomás mientras la llevaba a la pequeña puerta dorada.
Ana abrió la puerta y descubrió la sala llena de juguetes y libros mágicos. “¡Guau! Esto es como un sueño hecho realidad”, exclamó.
Tomás se sintió aliviado y feliz de haber compartido su secreto con Ana. Juntos, disfrutaron de la magia del jardín y se prometieron cuidar el lugar y mantenerlo limpio. Decidieron que era mejor compartir el jardín con todos los niños del pueblo para que todos pudieran disfrutar de su magia.
La noticia del jardín encantado se difundió rápidamente entre los niños del pueblo. Cada día, después de la escuela, más y más niños llegaban al jardín para jugar y explorar. El lugar se llenó de risas y felicidad, y la magia del jardín parecía multiplicarse con cada niño que llegaba.
Tomás y Ana se convirtieron en los guardianes del jardín. Se aseguraban de que todos los niños respetaran las plantas, no ensuciaran el lugar y compartieran los juguetes y libros mágicos. Con el tiempo, los niños del pueblo formaron un grupo unido y trabajaron juntos para mantener el jardín hermoso y mágico.
Al principio, algunos niños no entendían la importancia de cuidar el jardín. Dejaban basura en el suelo y arrancaban las flores sin pensar. Tomás y Ana les explicaban pacientemente que el jardín debía ser cuidado para que su magia perdurara. Poco a poco, todos los niños aprendieron a respetar el lugar. Organizaban grupos de limpieza y creaban turnos para regar las plantas. Incluso hicieron pequeñas señales que decían “Respeta la Naturaleza” y “Cuida la Magia” para recordar a toda la importancia de sus acciones.
Un día, mientras Tomás y Ana estaban en el jardín, notaron que un anciano sabio los observaba desde la distancia. El anciano tenía una larga barba blanca y ojos llenos de sabiduría. Se acercó lentamente a los niños y les sonrió.
“Hola, niños. He estado observando cómo cuidan este jardín mágico”, dijo el anciano. “Soy el guardián del jardín y he estado aquí por muchos años, esperando a que alguien digno lo descubriera.”
Tomás y Ana se miraron sorprendidos. No sabían que el jardín tenía un guardián. “Hola, señor”, dijo Tomás con respeto. “Hemos tratado de cuidar el jardín y compartir su magia con los demás niños.”
El anciano asintió con aprobación. “Han hecho un trabajo maravilloso. La honestidad y la generosidad son cualidades muy valiosas. Este jardín es un lugar especial, lleno de magia que se alimenta de la bondad y la felicidad de quienes lo visitan. Gracias a Ustedes, el jardín ha florecido aún más.”
Ana sonrió y preguntó: “¿Podría contarnos más sobre la historia del jardín y su magia?”
El anciano se sentó en una roca cercana y comenzó a contarles la historia del jardín encantado. “Hace muchos años, este jardín fue creado por un mago bondadoso llamado Elian. Elian quería crear un lugar donde la gente pudiera encontrar paz y felicidad. Plantó flores mágicas, árboles frutales y llenó el estanque con peces dorados que traen buena suerte. La magia del jardín crece con cada acto de bondad y honestidad.”
“Elian dejó el jardín bajo mi cuidado y me instruyó para observar y proteger el lugar. He visto a muchos niños jugar aquí, pero pocos han mostrado la honestidad y el respeto que Ustedes han demostrado. Por eso, quiero agradecerles y darles algo especial.”
El anciano sacó de su bolsillo dos pequeñas llaves doradas y se las entregó a Tomás y Ana. “Estas llaves les permitirán acceder a la parte más secreta del jardín, un lugar donde la magia es aún más fuerte. Solo aquellos que son verdaderamente honestos y generosos pueden entrar.”
Tomás y Ana tomaron las llaves con asombro y agradecimiento. “Gracias, señor. Prometemos seguir cuidando el jardín y compartir su magia con los demás”, dijo Ana.
El anciano sonrió y asintió. “Confío en Ustedes, niños. Sigan siendo honestos y generosos, y la magia del jardín seguirá creciendo.”
Con las llaves en mano, Tomás y Ana se adentraron más en el jardín y encontraron una nueva puerta, más grande y ornamentada. Al usar las llaves, la puerta se abrió lentamente, revelando un lugar aún más mágico. Había flores que brillaban en la oscuridad, árboles que susurraban canciones y un estanque con aguas que reflejaban los sueños.
Tomás y Ana exploraron el lugar con asombro. Encontraron más juguetes mágicos y libros que contaban historias de aventuras y valentía. Pasaron horas jugando y leyendo, sintiendo la magia del lugar en cada rincón. Los juguetes eran especiales, cada uno con una pequeña chispa de magia que los hacía moverse y cobrar vida. Los libros no solo contaban historias, sino que también las mostraban como si fueran pequeñas películas en miniatura.
Al día siguiente, decidieron compartir su nuevo descubrimiento con los demás niños del pueblo. Les contaron sobre la historia del jardín y el mago Elian, y cómo la magia del lugar crecía con la honestidad y la generosidad. Los niños escucharon con atención y prometieron cuidar el jardín y respetar sus reglas.
Entre los niños que visitaban el jardín había un niño llamado Lucas. Lucas era conocido por ser travieso y a veces un poco egoísta. Al principio, no entendía por qué debía seguir las reglas del jardín. Un día, mientras jugaba cerca del estanque, decidió llevarse a casa uno de los peces dorados. Pensaba que tener un pez mágico en su habitación sería fantástico.
Esa noche, Lucas no pudo dormir. Sentía una gran inquietud y remordimiento por haber tomado el pez. Recordaba las palabras de Tomás y Ana sobre la honestidad y cómo la magia del jardín dependía de la bondad y el respeto. A la mañana siguiente, temprano, regresó al jardín y devolvió el pez al estanque.
Tomás y Ana, que habían llegado temprano para regar las plantas, vieron a Lucas devolver el pez. Se acercaron a él y Lucas les contó lo que había hecho y cómo se había sentido.
“Lo siento mucho. No debería haberlo hecho. Entiendo ahora lo importante que es ser honesto y respetar el jardín”, dijo Lucas con sinceridad.
Tomás puso una mano en el hombro de Lucas. “Todos cometemos errores, Lucas. Lo importante es aprender de ellos y hacer lo correcto. Gracias por devolver el pez.”
Ana sonrió. “Sí, Lucas. Lo que hiciste demuestra que entiendes la importancia de la honestidad. La magia del jardín es más fuerte cuando todos somos honestos y cuidadosos.”
A partir de ese día, Lucas se convirtió en uno de los mayores defensores del jardín. Ayudaba a cuidar las plantas, recogía la basura y explicaba a los niños nuevos las reglas del lugar. Su cambio de actitud inspiró a otros niños a ser más cuidadosos y respetuosos.
El anciano guardián del jardín observaba todo desde la distancia y estaba muy contento con el progreso. Un día, se acercó a Tomás, Ana y Lucas mientras estaban reunidos cerca de la fuente.
“Niños, estoy muy orgulloso de Ustedes. Han demostrado que la honestidad y la generosidad pueden cambiar el mundo. Este jardín es un ejemplo de lo que se puede lograr cuando trabajamos juntos y somos sinceros”, dijo el anciano con una sonrisa.
Tomás, Ana y Lucas se sintieron muy orgullosos de sus esfuerzos y del impacto positivo que habían tenido en el jardín y en los demás niños. Sabían que la magia del jardín seguiría creciendo y que la honestidad era, sin duda, la mejor opción.
La influencia positiva del jardín encantado no se quedó solo entre los niños. Pronto, los adultos del pueblo también comenzaron a notar el cambio. Los niños hablaban con entusiasmo sobre el jardín y las lecciones que aprendían allí, lo que despertó la curiosidad de los padres y maestros. Los adultos empezaron a visitar el jardín, siempre con el permiso y la guía de Tomás, Ana y Lucas.
Uno de los primeros adultos en visitar el jardín fue la madre de Tomás, la maestra del pueblo. Quedó impresionada por la belleza y la serenidad del lugar. Cuando escuchó las historias sobre el mago Elian y la importancia de la honestidad y la generosidad, decidió incorporar estas lecciones en sus clases. Enseñó a los niños sobre la importancia de ser honestos y cuidar a los demás, usando el jardín como ejemplo.
El padre de Ana, que era carpintero, ofreció su ayuda para construir bancos y mesas para que los niños pudieran sentarse y leer los libros mágicos con mayor comodidad. Los padres de otros niños también se unieron al esfuerzo, trayendo herramientas de jardinería, semillas y plantas nuevas para embellecer aún más el jardín.
Una tarde, mientras Tomás, Ana y Lucas estaban en el jardín, vieron a un grupo de padres trabajando juntos para plantar nuevas flores. Los niños se unieron a ellos, creando un ambiente de cooperación y camaradería. Era un hermoso espectáculo ver a toda la comunidad unida, trabajando por un objetivo común.
El anciano guardián del jardín observaba con una mezcla de alegría y orgullo. Sabía que el jardín estaba en buenas manos y que la lección de honestidad y generosidad se estaba extendiendo más allá de lo que él había imaginado. Se acercó a Tomás, Ana y Lucas y les habló con calidez en su voz.
“Han hecho algo maravilloso aquí. No solo han cuidado del jardín, sino que también han sembrado las semillas de la honestidad y la generosidad en los corazones de todos en el pueblo. Este jardín seguirá floreciendo gracias a su esfuerzo y dedicación”, dijo el anciano.
Tomás, Ana y Lucas sonrieron, sintiendo una profunda satisfacción. Sabían que habían hecho algo significativo y duradero.
Con el paso del tiempo, el jardín encantado se convirtió en un símbolo de unidad y valores positivos en Villa fantasía. Los niños que antes no se conocían se hicieron amigos, y las familias pasaban más tiempo juntas, disfrutando de la naturaleza y aprendiendo unas de otras. El jardín se convirtió en un lugar de encuentro para la comunidad, donde se organizaban actividades y celebraciones.
Una mañana, mientras Tomás, Ana y Lucas estaban organizando una actividad de lectura en el jardín, el anciano guardián se les acercó una vez más. Esta vez, llevaba un pequeño cofre de madera.
“Este cofre contiene algo muy especial. Es un regalo de agradecimiento por todo lo que han hecho”, dijo el anciano mientras les entregaba el cofre.
Los niños abrieron el cofre y encontraron tres amuletos de cristal, cada uno con un símbolo diferente: un corazón, una estrella y un árbol. El anciano les explicó que estos amuletos representaban la honestidad, la generosidad y el crecimiento.
“Estos amuletos son un recordatorio de las cualidades que han demostrado. Llevarlos les dará fuerza y les recordará siempre la importancia de ser honestos y generosos”, dijo el anciano.
Tomás, Ana y Lucas se sintieron honrados y agradecidos. Se pusieron los amuletos y prometieron seguir viviendo de acuerdo con los valores que habían aprendido en el jardín. Sabían que la honestidad y la generosidad no solo eran importantes en el jardín, sino en todos los aspectos de sus vidas.
Con el tiempo, el jardín encantado se convirtió en una tradición en Villa fantasía. Cada generación de niños aprendía sobre la historia del mago Elian, la magia del jardín y la importancia de la honestidad y la generosidad. El jardín seguía siendo un lugar mágico y especial, un testimonio del poder de la bondad y la verdad.
El anciano guardián, satisfecho con el legado que se había creado, decidió que era hora de pasar la custodia del jardín a Tomás, Ana y Lucas. Un día, reunió a todos los niños y adultos en el jardín y les hizo un anuncio.
“Queridos amigos, es hora de que yo me retire y deje el jardín en manos de quienes han demostrado su valía. Tomás, Ana y Lucas serán los nuevos guardianes del jardín. Sé que cuidarán de este lugar con el mismo amor y dedicación que han mostrado hasta ahora”, dijo el anciano con una sonrisa.
La comunidad aplaudió y felicitó a los niños. Tomás, Ana y Lucas aceptaron su nueva responsabilidad con orgullo y gratitud. Prometieron continuar protegiendo el jardín y enseñando a las futuras generaciones sobre la importancia de la honestidad y la generosidad.
El anciano, viendo que el jardín estaba en buenas manos, se despidió de todos y se retiró al bosque, donde podía descansar sabiendo que su trabajo estaba completo.
Y así, el jardín encantado siguió siendo un lugar de paz, felicidad y magia, donde la honestidad y la generosidad florecían como las flores más hermosas. Tomás, Ana y Lucas, junto con toda la comunidad de Villa fantasía, se aseguraron de que el legado del mago Elian perdurara para siempre.
La moraleja de esta historia es la honestidad es siempre la mejor opción, y compartir nuestra alegría con los demás, hace que la vida sea más mágica y feliz.
Y colorín colorín, este cuento llego a su fin.
ESO ES TODO, mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON ¡MORALEJA!
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