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En el corazón de la selva, donde el sol se filtra a través de las hojas de los árboles gigantes y los ríos cantan sus melodías cristalinas, vivía un joven león llamado Leo. Leo no era como los otros leones que rugían por toda la selva mostrando su poder y dominación. En lugar de eso, Leo era conocido por su honestidad y su corazón noble.

Leo vivía en una cueva acogedora al pie de una colina, rodeada de una exuberante vegetación y flores de todos los colores imaginables. Cada mañana, al despertar, Leo se estiraba perezosamente, miraba al sol naciente y respiraba profundamente el aire fresco y puro de la selva.

Leo tenía muchos amigos en la selva: la jirafa Gigi, la elefanta Ella, el mono Max y la abeja Betty. Cada uno de ellos tenía una personalidad única y juntos formaban un grupo inseparable. Aunque a veces tenían sus desacuerdos, siempre encontraban la manera de resolverlos gracias a la sinceridad y la confianza que existía entre ellos.

Una mañana, mientras Leo paseaba por un sendero que serpenteaba a través de la selva, se encontró con Gigi, quien parecía preocupada.

—¡Buenos días, Gigi! —saludó Leo con una sonrisa—. ¿Qué te sucede? Pareces triste.

Gigi, con su cuello largo que se alzaba como una torre hacia el cielo, bajó la cabeza para estar más cerca de su amigo.

—Buenos días, Leo —respondió Gigi con voz melancólica—. Estoy preocupada por mi primo, Jax. Se ha perdido y no hemos sabido nada de él desde hace dos días.

Leo frunció el ceño. Jax era un joven jirafa curioso que a menudo se aventuraba más allá de los límites seguros de la selva. Aunque a veces esto le metía en problemas, su espíritu aventurero era querido por todos.

—No te preocupes, Gigi —dijo Leo con firmeza—. Encontraremos a Jax. Vamos a reunir a nuestros amigos y organizar una búsqueda.

Gigi asintió, agradecida, y juntos se dirigieron hacia el claro donde solían encontrarse con sus amigos. Al llegar, vieron a Max y Ella jugando con unas ramas, mientras Betty zumbaba alrededor recogiendo néctar de las flores cercanas.

—¡Hola, amigos! —exclamó Leo, llamando su atención—. Necesitamos su ayuda. El primo de Gigi, Jax, se ha perdido y debemos encontrarlo.

Max, el mono travieso que siempre estaba dispuesto a ayudar, dejó de balancearse en una rama y saltó al suelo.

—¡Cuenta conmigo, Leo! —dijo Max con entusiasmo—. Conozco cada rincón de esta selva, juntos lo encontraremos.

Ella, la elefanta de gran corazón, levantó su trompa en señal de apoyo.

—Yo también estoy lista para ayudar —declaró con voz suave y profunda—. Podemos cubrir más terreno si trabajamos juntos.

Betty, la abeja laboriosa, aterrizó en la melena de Leo y zumbó con determinación.

—Yo también ayudaré. Volaré por los alrededores y usaré mis ojos de abeja para buscar desde el aire.

Con un plan en marcha, el grupo de amigos se dividió para buscar en diferentes áreas de la selva. Leo y Gigi se dirigieron hacia el oeste, Max tomó la ruta hacia el este, Ella se quedó en el centro y Betty comenzó a volar en círculos amplios, vigilando desde arriba.

La selva estaba llena de sonidos y olores, con la vida silvestre en plena actividad. Mientras caminaban, Leo y Gigi llamaban a Jax, esperando escuchar su respuesta. De repente, Gigi se detuvo y miró a Leo con ojos llenos de preocupación.

—Leo, ¿y si Jax se ha metido en un problema grave? —preguntó con un nudo en la garganta—. ¿Y si no podemos encontrarlo?

Leo colocó una pata reconfortante en el hombro de Gigi.

—Gigi, te prometo que haremos todo lo posible por encontrar a Jax —dijo con voz firme—. Pero debemos mantener la esperanza y seguir adelante.

Continuaron su búsqueda hasta que llegaron a una zona de la selva que Leo no reconocía. Las plantas eran más densas y el aire estaba más húmedo. Justo cuando estaban a punto de retroceder, escucharon un sonido débil.

—¿Escuchaste eso? —preguntó Leo, levantando las orejas.

Gigi asintió y ambos agudizaron sus sentidos. El sonido se repitió, esta vez más claro. Era un gemido débil, casi imperceptible. Siguiendo el sonido, llegaron a un pequeño claro donde encontraron a Jax atrapado en una trampa improvisada hecha de lianas.

—¡Jax! —exclamó Gigi, corriendo hacia él—. ¡Estamos aquí para ayudarte!

Jax levantó la cabeza con esfuerzo y una sonrisa débil apareció en su rostro.

—Gigi… Leo… —susurró—. Gracias a la madre naturaleza que están aquí.

Leo y Gigi trabajaron juntos para liberar a Jax de las lianas. Una vez libre, Jax se levantó lentamente, agradeciendo a sus rescatadores.

—Me adentré demasiado en la selva y me perdí —explicó Jax—. Encontré esta trampa y no pude escapar. Pensé que nunca me encontrarían.

—Nunca dejamos de buscarte, Jax —dijo Leo con una sonrisa—. La selva es grande, pero nuestra amistad es aún más fuerte.

De regreso al claro, el grupo se reunió con los demás y celebraron el regreso seguro de Jax. Mientras disfrutaban de un festín de frutas y hojas frescas, Leo reflexionó sobre lo ocurrido. Sabía que la honestidad y la confianza eran esenciales para mantener la unión y la fuerza de su grupo.

A partir de ese día, Jax prometió ser más cuidadoso y siempre informar a alguien antes de aventurarse lejos. La lección de la honestidad había sido aprendida y fortaleció aún más los lazos entre los amigos de la selva.

Y así, en el corazón de la selva, donde los días eran largos y las noches estrelladas, Leo y sus amigos continuaron viviendo en armonía, siempre recordando que la honestidad y la confianza eran las claves para una amistad duradera.

El tiempo pasó en la selva y la amistad entre Leo y sus amigos se fortalecía día tras día. Sin embargo, la tranquilidad de la selva se vio perturbada por un nuevo desafío. Una mañana, mientras el sol apenas comenzaba a iluminar el horizonte, un murmullo inquietante se extendió entre los animales de la selva.

Betty, la abeja, fue la primera en llegar al claro donde Leo y sus amigos solían reunirse. Estaba visiblemente agitada.

—¡Leo! ¡Gigi! ¡Ella! ¡Max! —gritó Betty mientras volaba en círculos nerviosamente—. ¡Algo terrible ha sucedido!

Leo, que estaba charlando con Ella, se levantó de un salto.

—¿Qué ocurre, Betty? —preguntó Leo con preocupación.

Betty aterrizó en una hoja y tomó un momento para calmarse antes de hablar.

—El gran árbol de la selva, nuestro árbol sagrado, ha sido dañado. Parece que alguien intentó derribarlo durante la noche —dijo con tristeza.

El gran árbol era el corazón de la selva. Su sombra ofrecía refugio a muchos animales y sus frutos alimentaban a muchos otros. Para los animales de la selva, el gran árbol era un símbolo de vida y unidad.

Leo frunció el ceño. No podía creer que alguien hubiera hecho algo tan terrible. El grupo de amigos decidió investigar lo ocurrido. Se dirigieron al lugar donde se encontraba el gran árbol y, al llegar, vieron que parte de su tronco había sido cortado y había marcas de garras en la base.

—¿Quién haría algo así? —se preguntó Gigi, mirando las marcas de garras.

—Tenemos que descubrir quién ha sido —dijo Max, cruzándose de brazos—. No podemos permitir que alguien dañe nuestro hogar.

Mientras observaban las marcas, Ella notó algo brillante entre las raíces del árbol. Era una pequeña pluma dorada.

—Miren lo que he encontrado —dijo Ella, levantando la pluma con su trompa—. Esto podría ser una pista.

Leo tomó la pluma y la examinó detenidamente.

—Nunca he visto una pluma así en la selva —dijo, pensativo—. Quizás alguien de fuera de nuestra selva ha hecho esto.

Decididos a encontrar al culpable, los amigos comenzaron a preguntar a los otros animales de la selva si habían visto algo sospechoso. Después de un rato, se encontraron con un loro llamado Pico, conocido por ser un chismoso.

—Hola, Pico —saludó Leo—. ¿Has visto algo extraño anoche cerca del gran árbol?

Pico, siempre dispuesto a compartir información, inclinó la cabeza y respondió:

—Ahora que lo mencionas, vi una sombra grande y extraña cerca del gran árbol anoche. No pude ver quién era, pero definitivamente no era un animal de aquí.

Los amigos agradecieron a Pico y continuaron su búsqueda. Mientras avanzaban, Betty notó algo en el suelo.

—¡Miren! —exclamó—. ¡Más plumas doradas!

Las plumas formaban un pequeño rastro que se adentraba más en la selva. Siguiéndolo, llegaron a una cueva oscura y misteriosa. Leo dio un paso adelante, listo para entrar, pero Ella lo detuvo.

—Espera, Leo —dijo con preocupación—. No sabemos qué hay dentro. Podría ser peligroso.

—Tenemos que ser valientes —respondió Leo con determinación—. Nuestro hogar está en peligro.

Tomando aire profundamente, Leo entró en la cueva, seguido de cerca por sus amigos. Dentro, encontraron una figura que les resultaba desconocida. Era un ave grande, con plumas doradas que brillaban incluso en la penumbra de la cueva.

—¿Quién eres y por qué has dañado nuestro gran árbol? —demandó Leo, intentando mantener la calma.

El ave dorada levantó la cabeza con aire orgulloso y respondió:

—Soy Aurelius, el águila dorada. Vine desde una tierra lejana en busca de un nuevo hogar. No quise causar daño, pero pensé que derribando el gran árbol podría construir mi nido allí.

Leo se sintió indignado, pero también comprendió la situación. Aurelius no era un enemigo, solo un ave en busca de un hogar.

—Aurelius, entendemos que buscas un hogar, pero el gran árbol es muy importante para todos nosotros —dijo Leo—. No puedes simplemente derribarlo. Debemos encontrar una solución que funcione para todos.

Aurelius bajó la mirada, avergonzado.

—No sabía que el árbol significaba tanto para ustedes —dijo con sinceridad—. Lo siento mucho.

Leo y sus amigos decidieron ayudar a Aurelius a encontrar un lugar adecuado para construir su nido, uno que no dañara la selva ni pusiera en peligro a los otros animales. Buscaron por toda la selva hasta que encontraron un gran árbol que había caído naturalmente durante una tormenta.

—Este lugar es perfecto —dijo Gigi—. El árbol es lo suficientemente grande y fuerte para soportar un nido.

Aurelius estaba agradecido por la ayuda y prometió no causar más problemas en la selva. Juntos, construyeron un nido en el árbol caído, utilizando ramas y hojas.

Mientras trabajaban, Leo se dio cuenta de que la honestidad y la cooperación eran esenciales para resolver problemas. Habían enfrentado un desafío difícil, pero gracias a la sinceridad de Aurelius y la disposición de todos para ayudar, encontraron una solución que benefició a todos.

Cuando el nido estuvo terminado, Aurelius agradeció a sus nuevos amigos.

—Gracias por su comprensión y ayuda. Prometo ser un buen vecino y cuidar de la selva tanto como ustedes.

Leo sonrió, satisfecho. Sabía que habían hecho lo correcto al ayudar a Aurelius. La selva había ganado un nuevo amigo y la lección de la honestidad y la cooperación se había grabado aún más en sus corazones.

Con el gran árbol a salvo y Aurelius instalado en su nuevo hogar, la selva volvió a su armoniosa tranquilidad. Leo y sus amigos continuaron disfrutando de su vida juntos, siempre recordando que la honestidad te hace digno de confianza y que, trabajando juntos, pueden superar cualquier obstáculo.

Después de resolver el problema con Aurelius, la vida en la selva volvió a la normalidad. La amistad entre Leo y sus amigos era más fuerte que nunca, y habían ganado un nuevo aliado en Aurelius, el águila dorada. Sin embargo, la lección de la honestidad y la confianza todavía tenía un último desafío por delante.

Una mañana, mientras el grupo disfrutaba de un desayuno bajo el gran árbol, un extraño ruido resonó en la selva. Era un sonido profundo y retumbante, como un trueno lejano, pero el cielo estaba despejado. Los animales se miraron unos a otros, preocupados.

—¿Qué fue eso? —preguntó Max, el mono, con una expresión de asombro.

—No lo sé —respondió Ella, la elefanta—. Pero debemos averiguarlo.

Leo, siempre el líder valiente, se puso de pie y agitó su melena.

—Vamos, amigos. Investigaremos qué está causando ese ruido y asegurarnos de que la selva esté a salvo.

Siguiendo el sonido, el grupo de amigos avanzó hacia el este, donde la selva se volvía más densa y misteriosa. Cuanto más se acercaban, más fuerte se hacía el ruido. Finalmente, llegaron a un gran claro que no habían visto antes. En el centro del claro, había una enorme roca, y en la roca, un antiguo mapa grabado.

—¿Qué es esto? —preguntó Gigi, la jirafa, estirando su largo cuello para ver mejor el mapa.

Leo examinó el mapa con atención. Mostraba la selva y marcaba un punto específico con un símbolo extraño.

—Parece un mapa antiguo —dijo Leo—. Y este símbolo… nunca lo he visto antes.

Betty, la abeja, voló alrededor del mapa, observando los detalles.

—Tal vez sea una guía hacia algo importante —dijo—. Deberíamos seguir el mapa y ver adónde nos lleva.

Con una mezcla de emoción y curiosidad, los amigos decidieron seguir las indicaciones del mapa. A medida que avanzaban, el terreno se volvía más desafiante. Atravesaron ríos, escalaron colinas y cruzaron densos bosques. Sin embargo, nunca se rindieron, sabiendo que estaban juntos y que su amistad les daba la fuerza necesaria.

Finalmente, después de un largo viaje, llegaron a una cueva oculta tras una cascada. El símbolo del mapa estaba tallado en la entrada de la cueva.

—Hemos llegado —dijo Leo, mirando a sus amigos—. Este es el lugar.

Entraron en la cueva, donde encontraron un antiguo cofre de madera. El cofre estaba cerrado con un candado, pero junto a él había una inscripción en la piedra.

—¿Qué dice? —preguntó Max, curioso.

Leo leyó la inscripción en voz alta:

—”Solo aquellos con un corazón puro y honesto pueden abrir este cofre.”

El grupo se miró, sabiendo que la honestidad era su mayor virtud. Leo dio un paso adelante y, con un corazón lleno de sinceridad, tocó el candado. Para su sorpresa, el candado se abrió sin dificultad, revelando el contenido del cofre.

Dentro del cofre había una piedra preciosa brillante, que emitía una luz cálida y reconfortante. Además, había un pergamino enrollado. Leo tomó el pergamino y lo desenrolló para leerlo.

—”Esta piedra es un símbolo de la verdadera amistad y la honestidad. Quien la posea, siempre tendrá la fuerza de la selva y la confianza de sus amigos.”

Los amigos se sintieron abrumados por la emoción. Habían demostrado que su honestidad y su amistad eran genuinas, y ahora tenían un símbolo tangible de ello.

Mientras salían de la cueva, llevando la piedra con ellos, se encontraron con Aurelius, que había estado observando desde el cielo.

—Veo que han encontrado algo muy especial —dijo Aurelius, aterrizando suavemente junto a ellos—. Esa piedra es un gran tesoro. No solo para ustedes, sino para toda la selva.

Leo asintió.

—Es un recordatorio de lo importante que es ser honesto y digno de confianza. Siempre protegeremos esta piedra, como protegemos nuestra amistad.

De regreso en el claro del gran árbol, los amigos colocaron la piedra en un lugar de honor, donde todos los animales de la selva pudieran verla y recordar la importancia de la honestidad. La noticia de su hallazgo se extendió rápidamente, y los animales se reunieron para celebrar.

Durante la celebración, Pico, el loro chismoso, se acercó a Leo.

—Leo, siempre he sido conocido por ser un poco chismoso —dijo Pico, con una sonrisa tímida—. Pero quiero agradecerte por recordarnos a todos lo importante que es ser honestos. Has cambiado la selva para mejor.

Leo sonrió, agradecido por las palabras de Pico.

—Gracias, Pico. Todos podemos aprender de nuestros errores y mejorar. La honestidad es algo que todos podemos practicar, y juntos, podemos hacer de la selva un lugar mejor.

A medida que el sol se ponía, pintando el cielo con tonos dorados y naranjas, los animales de la selva se sintieron más unidos que nunca. Sabían que, mientras mantuvieran la honestidad en sus corazones, siempre podrían confiar el uno en el otro.

Y así, la selva floreció con una nueva energía, llena de confianza y amistad. Leo y sus amigos continuaron explorando y protegiendo su hogar, siempre recordando la lección más valiosa que habían aprendido: la honestidad te hace digno de confianza, y con esa confianza, no hay obstáculo que no puedan superar juntos

 

La moraleja de esta historia es que la honestidad y la confianza son muy importantes en las relaciones con la comunidad.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. excelente, queridos oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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