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En el corazón del vasto océano Pacífico, rodeada de aguas cristalinas y vibrantes arrecifes de coral, se encontraba una pequeña isla desierta llamada Isla Solitaria. Aunque la isla era diminuta, estaba llena de vida y color. Palmeras altas se mecían con la brisa del mar, y las playas de arena blanca brillaban bajo el sol tropical.

En esta isla vivía una niña llamada Mercy. Mercy era una exploradora valiente y curiosa, con un cabello largo y rizado que siempre llevaba recogido en una trenza. Le encantaba explorar cada rincón de la isla, trepar árboles y nadar en las lagunas. Aunque disfrutaba de su tiempo en solitario, a menudo se sentía un poco sola y soñaba con encontrar un amigo con quien compartir sus aventuras.

Un día, mientras caminaba por la playa recogiendo conchas marinas, Mercy vio algo a lo lejos que llamó su atención. Un objeto grande y extraño flotaba hacia la orilla. Intrigada, corrió hacia el agua y vio que se trataba de un pequeño bote destrozado. Dentro del bote, encontró a un niño inconsciente.

Mercy rápidamente tiró del bote hacia la playa y ayudó al niño a salir. Era un niño de su edad, con cabello oscuro y piel bronceada por el sol. Llevaba ropa rota y estaba cubierto de arena y sal. Mercy le ofreció un poco de agua fresca de un coco y, lentamente, el niño abrió los ojos.

“Hola,” dijo Mercy con una sonrisa. “Soy Mercy. ¿Estás bien?”

El niño se sentó con dificultad y asintió. “Gracias,” dijo con voz débil. “Me llamo Juan. Estaba en un barco con mi familia, pero hubo una tormenta y me separé de ellos. No sé cómo llegué aquí.”

Mercy lo miró con empatía. “No te preocupes, Juan. Te ayudaré. Esta isla puede ser solitaria a veces, pero hay muchas cosas maravillosas por descubrir. Y ahora no estás solo.”

Juan sonrió débilmente. “Gracias, Mercy. Me alegra no estar solo.”

Con el tiempo, Mercy y Juan se hicieron inseparables. Pasaban los días explorando la isla juntos, descubriendo cuevas ocultas y construyendo fortalezas de arena. Mercy le mostró a Juan todos sus lugares favoritos, como el Bosque de los Colores, donde las flores brillaban en todos los tonos del arcoíris, y la Cascada de los Susurros, donde el agua caía en un murmullo relajante.

Una mañana, mientras exploraban una parte de la isla que aún no habían visitado, encontraron una cueva oscura y misteriosa. Decidieron entrar y, con la ayuda de antorchas improvisadas, avanzaron por los estrechos pasadizos. En el fondo de la cueva, descubrieron algo asombroso: un cofre antiguo cubierto de algas y conchas marinas.

“¡Mira esto!” exclamó Mercy emocionada. “Debe ser un tesoro.”

Juan ayudó a Mercy a abrir el cofre. Dentro encontraron mapas antiguos, joyas brillantes y un diario viejo con páginas amarillentas. Mientras hojeaban el diario, se dieron cuenta de que pertenecía a un explorador que había llegado a la isla muchos años antes. En sus escritos, el explorador hablaba de la importancia de la amistad y cómo, aunque estaba solo en la isla, había aprendido a valorar las relaciones humanas sobre cualquier tesoro material.

“Este explorador entendía algo muy importante,” dijo Juan reflexionando. “La amistad verdadera es un regalo.”

Mercy asintió. “Sí, y creo que hemos encontrado ese regalo el uno en el otro.”

Con este nuevo descubrimiento, Mercy y Juan decidieron compartir el mensaje del explorador con el mundo. Construyeron una balsa utilizando los restos del bote de Juan y materiales encontrados en la isla. Fue un trabajo arduo, pero juntos lograron crear una embarcación lo suficientemente fuerte como para navegar.

Antes de partir, se despidieron de la isla con gratitud. “Esta isla nos ha enseñado mucho,” dijo Mercy. “No solo sobre supervivencia, sino sobre el valor de la amistad.”

Juan asintió. “Siempre recordaré este lugar y todo lo que hemos vivido aquí.”

Con el corazón lleno de esperanza y camaradería, Mercy y Juan zarparon hacia el horizonte, llevando consigo el legado del explorador y su propia experiencia de amistad verdadera. Sabían que enfrentarían desafíos en su viaje, pero estaban seguros de que, mientras se tuvieran el uno al otro, podrían superar cualquier obstáculo.

La travesía fue larga y desafiante. Enfrentaron tormentas y olas gigantes, pero su determinación y su amistad les dieron la fuerza para seguir adelante. Finalmente, avistaron una isla habitada en el horizonte. Con renovada energía, remaron hacia la costa.

Los habitantes de la isla los recibieron con asombro y curiosidad. Mercy y Juan contaron su historia, compartiendo las lecciones que habían aprendido en la Isla Solitaria. Hablaron de la importancia de la amistad y cómo, en los momentos más difíciles, tener a alguien en quien confiar puede marcar la diferencia entre la desesperanza y la esperanza.

Los habitantes de la isla escucharon atentamente y pronto se corrió la voz sobre los valientes niños que habían llegado desde una isla desierta. Mercy y Juan se convirtieron en un símbolo de amistad y perseverancia, inspirando a otros a valorar y cuidar sus relaciones.

Con el tiempo, Mercy y Juan encontraron a las familias de Juan, quienes habían estado buscándolo desesperadamente. El reencuentro fue emotivo, y ambos niños fueron celebrados como héroes por su valentía y su sabiduría.

Pero a pesar de todas las celebraciones y los honores, Mercy y Juan sabían que el verdadero tesoro que habían encontrado en la Isla Solitaria no era el cofre de joyas, sino la amistad sincera y profunda que los unía. Siempre recordarían la isla y las lecciones que les había enseñado, y su amistad continuaría siendo un faro de luz y esperanza en sus vidas.

Pasado algún tiempo, Mercy y Juan se integraron en la comunidad de la nueva isla que habían encontrado. La isla se llamaba Isla Esperanza, un nombre que resonaba con el sentimiento de su llegada. Los habitantes eran amables y acogedores, y pronto, Mercy y Juan hicieron nuevos amigos.

Sin embargo, a pesar de la cálida bienvenida, Mercy y Juan enfrentaron nuevos desafíos. La vida en la Isla Esperanza era diferente a la que estaban acostumbrados en la Isla Solitaria. Aquí, había más personas, y con ellas, diferentes personalidades y conflictos.

Una tarde, mientras jugaban en la playa con otros niños de la isla, un niño llamado Ricardo comenzó a burlarse de Juan. “¿Eres realmente un explorador? No pareces tan fuerte como dices,” se mofó Ricardo, riéndose junto con algunos de sus amigos.

Juan sintió que su rostro se sonrojaba. “Sí, Mercy y yo exploramos toda la Isla Solitaria. Descubrimos muchas cosas increíbles.”

Ricardo se cruzó de brazos y rodó los ojos. “Oh, seguro. Apuesto a que exageras.”

Mercy, que había estado observando la interacción, se acercó a Ricardo. “¿Por qué no le das una oportunidad a Juan? Hay mucho que podemos aprender el uno del otro.”

Ricardo la miró con desdén. “¿Y tú qué sabes? Tal vez solo estás defendiendo a tu amigo porque no puedes hacer nada por tu cuenta.”

Las palabras de Ricardo hirieron a Mercy, pero ella mantuvo la calma. “La verdadera fuerza no está en lo que puedes hacer solo, sino en cómo puedes ayudar y trabajar con otros.”

Juan intervino, tratando de mantener la paz. “Mira, no queremos pelear. Queremos ser amigos. ¿Por qué no exploramos juntos y te mostramos lo que sabemos?”

Ricardo parecía considerar la propuesta por un momento, pero finalmente se encogió de hombros y se alejó. “No necesito amigos que inventen historias,” murmuró mientras se iba.

Esa noche, Juan y Mercy hablaron sobre lo sucedido. “No entiendo por qué Ricardo es tan antipático,” dijo Juan, visiblemente afectado.

“Quizás tiene sus propias inseguridades,” sugirió Mercy. “Recuerda lo que aprendimos en la Isla Solitaria. La amistad verdadera es un regalo, y a veces, las personas necesitan tiempo para darse cuenta de ello.”

Decididos a no rendirse, Mercy y Juan planearon una excursión para el día siguiente, invitando a Ricardo y otros niños a unirse a ellos. Querían mostrarles el espíritu de aventura y la importancia de la cooperación que habían aprendido en su propia isla.

A la mañana siguiente, se reunieron todos en la playa. Mercy y Juan habían preparado una ruta para explorar una cueva que habían descubierto cerca del borde de la isla. Ricardo llegó con una expresión de escepticismo, pero al menos estaba allí.

“¿Bien, todos listos?” preguntó Mercy con entusiasmo. “Vamos a explorar algo increíble hoy.”

Caminaron a través de la selva densa, siguiendo a Mercy y Juan. La cueva estaba escondida detrás de una cascada, y solo los más observadores habrían notado su entrada. Mercy lideró al grupo, ayudando a los más pequeños a cruzar los obstáculos del camino.

“Wow, esto es realmente genial,” admitió Ricardo mientras entraban en la cueva. “No sabía que había algo así aquí.”

La cueva estaba iluminada por la luz que se filtraba a través de pequeños agujeros en el techo, creando un espectáculo de luces y sombras en las paredes. Dentro, encontraron extrañas formaciones de rocas y estalactitas que colgaban como colmillos gigantes

 

“Este lugar es increíble,” dijo uno de los niños, maravillado por lo que veía.

Mercy y Juan les mostraron cómo habían encontrado la cueva y les explicaron los nombres que habían dado a las diferentes formaciones rocosas. Incluso Ricardo parecía impresionado, aunque trataba de ocultarlo.

De repente, un ruido sordo resonó a través de la cueva. Una de las estalactitas se había desprendido y bloqueado la entrada. Los niños entraron en pánico, pero Mercy y Juan mantuvieron la calma.

“No se preocupen,” dijo Mercy. “Podemos salir por otra entrada que encontramos. Solo necesitamos mantenernos juntos.”

Juan tomó la mano de uno de los niños más pequeños. “Síganme, conozco el camino.”

Con mucho cuidado, lideraron al grupo a través de un estrecho pasadizo que los llevó a una segunda salida. Fue un camino difícil, pero todos trabajaron juntos, ayudándose mutuamente a superar los obstáculos. Incluso Ricardo mostró su lado amable, ayudando a los más pequeños y asegurándose de que nadie se quedara atrás.

Finalmente, emergieron a la luz del sol, aliviados y felices de estar a salvo. “Lo logramos,” dijo Mercy con una sonrisa de satisfacción.

Ricardo se acercó a Juan y Mercy. “Oigan, lo siento por cómo me comporté antes. Fue increíble lo que hicieron hoy. Creo que tienen razón sobre la amistad.”

Mercy le dio una palmada en la espalda. “No te preocupes, Ricardo. Todos cometemos errores. Lo importante es que aprendamos de ellos.”

Juan asintió. “Sí, y hoy hemos aprendido que juntos podemos superar cualquier cosa.”

Con el tiempo, Ricardo y los otros niños se convirtieron en amigos cercanos de Mercy y Juan. Aprendieron a valorar la amistad y la cooperación, entendiendo que la verdadera fuerza no estaba en lo que podían hacer solos, sino en cómo podían ayudarse y apoyarse mutuamente.

El espíritu de la Isla Solitaria vivió en ellos, recordándoles siempre que la amistad verdadera es un regalo, uno que debe ser cuidado y valorado. Juntos, continuaron explorando y descubriendo los secretos de la Isla Esperanza, sabiendo que, mientras estuvieran juntos, no había desafío que no pudieran superar.

La vida en Isla Esperanza continuó con nuevos desafíos y descubrimientos, pero ahora, Mercy y Juan no estaban solos. Junto con Ricardo y los otros niños, formaron un grupo fuerte y unido, siempre listos para cualquier aventura que se les presentara.

Un día, mientras exploraban una sección remota de la isla, encontraron un mapa antiguo dentro de una botella de cristal. El mapa estaba dibujado a mano y parecía señalar la ubicación de un tesoro escondido en la isla.

“¡Miren esto!” exclamó Ricardo, sosteniendo la botella. “Parece que hay un tesoro enterrado en algún lugar de la isla.”

Mercy tomó el mapa y lo examinó. “Sí, pero no será fácil encontrarlo. La isla es grande y este mapa es muy antiguo.”

Juan sonrió. “Eso solo significa que nuestra aventura será más emocionante. ¿Quién está listo para buscar un tesoro?”

Todos levantaron la mano, emocionados por la nueva misión. Siguiendo el mapa, el grupo se adentró en la selva, enfrentando múltiples obstáculos: ríos caudalosos, terrenos escarpados y una densa vegetación.

Mientras avanzaban, Mercy notó algo importante. “El mapa indica que debemos pasar por tres pruebas para llegar al tesoro,” dijo, señalando tres símbolos en el borde del pergamino.

La primera prueba era cruzar un puente de lianas sobre un abismo profundo. Con cuidado, Mercy y Juan lideraron al grupo a través del puente, asegurándose de que todos cruzaran de manera segura. Ricardo y los otros niños mostraron gran valentía, ayudándose unos a otros y asegurándose de que nadie se quedara atrás.

La segunda prueba los llevó a una cueva llena de murciélagos. El lugar era oscuro y el sonido de los murciélagos era ensordecedor, pero los niños no se dejaron intimidar. Utilizando antorchas, Mercy y Juan guiaron al grupo a través de la cueva, recordando a todos que permanecieran tranquilos y juntos. Con paciencia y determinación, lograron salir al otro lado.

La tercera y última prueba era resolver un enigma tallado en una roca cerca de la playa. El enigma decía: “Para encontrar el tesoro que aquí se esconde, el valor y la amistad son la clave. ¿Qué es más valioso que el oro y la plata, más fuerte que el hierro y más profundo que el océano?”

Juan pensó por un momento y luego sonrió. “Es la amistad. La verdadera amistad es más valiosa que cualquier tesoro.”

Mercy asintió. “Exacto. Nuestra amistad es el verdadero tesoro.”

Recitaron la respuesta en voz alta, y de repente, la roca se abrió, revelando una escalera que descendía hacia una cámara subterránea. Bajaron con cuidado y se encontraron en una sala iluminada por antorchas. En el centro de la sala había un cofre antiguo.

“¡Lo encontramos!” exclamó Ricardo emocionado.

Abrieron el cofre con expectación, y dentro encontraron joyas, monedas de oro y pergaminos antiguos. Pero lo que más llamó su atención fue un pequeño cofre dentro del cofre, hecho de madera y grabado con símbolos antiguos.

Mercy lo abrió y encontró una carta escrita a mano. La carta decía:

“Este tesoro fue dejado aquí por los antiguos habitantes de la Isla Esperanza. Queríamos recordarles a los futuros exploradores que el verdadero tesoro no es el oro ni las joyas, sino los lazos que forman entre ustedes. La amistad verdadera es un regalo, más valioso que cualquier riqueza material. Cuídenla y valoren siempre a sus amigos.”

 

Juan levantó la carta y la leyó en voz alta. Todos los niños se miraron, comprendiendo la profundidad del mensaje.

Ricardo se acercó a Mercy y Juan. “Tenían razón desde el principio. La amistad verdadera es el mayor tesoro.”

Mercy sonrió. “Y lo hemos encontrado juntos.”

Decidieron que, aunque el tesoro material era impresionante, lo más importante era el mensaje y la lección que habían aprendido. Regresaron a la superficie, llevando consigo solo la carta y algunos pergaminos que hablaban de la historia de la isla. El resto del tesoro lo dejaron en su lugar, como un recordatorio para futuros exploradores.

De vuelta en el pueblo, compartieron su aventura con los habitantes de la isla. La historia del tesoro y el mensaje sobre la verdadera amistad se difundieron rápidamente, y todos se sintieron inspirados por la valentía y la camaradería de los niños.

Con el tiempo, Mercy y Juan crecieron, pero su amistad y la de sus compañeros de Isla Esperanza perduró. La isla floreció gracias al espíritu de cooperación y amistad que todos habían adoptado. Celebraban festivales en honor a la amistad, donde compartían historias y recordaban las lecciones aprendidas.

Los pergaminos que encontraron fueron traducidos y se convirtieron en una parte importante de la historia de la isla. Contenían sabiduría antigua sobre la importancia de las relaciones humanas y cómo, en tiempos de necesidad, los amigos verdaderos siempre están ahí para apoyarse mutuamente.

Mercy y Juan siguieron siendo líderes y ejemplos para los demás. Siempre recordaban sus días en la Isla Solitaria y cómo su amistad había sido el pilar que los sostuvo a través de todos los desafíos. Cada vez que encontraban a alguien necesitado de apoyo o amistad, estaban allí para ayudar, compartiendo el regalo que habían encontrado.

Y así, la historia de Mercy y Juan, y la lección de que la amistad verdadera es un regalo, se convirtió en una leyenda que pasó de generación en generación. En cada rincón de la Isla Esperanza, los niños crecían sabiendo que, aunque los tesoros materiales pueden ser impresionantes, nada es más valioso que un amigo leal y verdadero.

Con el tiempo, la Isla Esperanza se conoció no solo por su belleza natural, sino también por ser un lugar donde la amistad y el amor florecían. La aventura de Mercy y Juan enseñó a todos que el verdadero tesoro se encuentra en los corazones de aquellos que valoran y cuidan sus relaciones. Y así, la isla se convirtió en un faro de esperanza y amistad en el vasto océano, recordando a todos que, al final del día, la verdadera riqueza está en el amor y la amistad que compartimos.La moraleja de esta historia es que la amistad es un Verdadero Tesoro. 

Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. NOS VEMOS MAÑANA, CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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