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Roberto siempre había sido un niño tranquilo, de esos que preferían pasar el recreo leyendo un libro en lugar de correr por el patio. En su pequeño círculo de amigos, uno destacaba sobre todos los demás: Andrés. Desde el primer día de clases en la escuela primaria, Andrés y Roberto habían sido inseparables. Compartían el gusto por los videojuegos, los cómics y, por supuesto, los misterios espaciales. Solían pasar tardes enteras hablando sobre las estrellas, imaginando que algún día viajarían a otras galaxias, como los astronautas de sus historias favoritas.

Sin embargo, todo cambió el día en que Andrés tuvo que mudarse. Su padre había conseguido un nuevo trabajo en otra ciudad, y aunque ambos chicos prometieron mantenerse en contacto, las cosas no resultaron como esperaban. Las primeras semanas, intercambiaron mensajes todos los días, hablando de las clases, los nuevos amigos de Andrés, y las tareas de matemáticas que tanto odiaban. Pero con el tiempo, los mensajes se hicieron más esporádicos. Andrés tenía nuevas actividades, nuevos amigos, y poco a poco, Roberto comenzó a sentir que esa amistad que antes brillaba tan intensamente, ahora estaba desapareciendo como una estrella que se apaga en el firmamento.

La mañana en que todo esto pesaba más en su corazón, Roberto llegó a la escuela un poco más abatido de lo habitual. No era un día especial; era un martes cualquiera, pero para él, cada día sin escuchar de Andrés se sentía más solitario. Elena, una de sus compañeras de clase, lo notó al instante. Era difícil no hacerlo, ya que Roberto, normalmente callado pero sonriente, esa mañana parecía especialmente distante.

—¿Estás bien, Roberto? —preguntó Elena, mientras se sentaban en sus pupitres al inicio de la jornada.

Roberto forzó una sonrisa y asintió.

—Sí, estoy bien. Solo un poco cansado.

Elena, que conocía a Roberto lo suficiente, no se convenció, pero decidió no insistir en ese momento. A lo largo del día, lo observó más de cerca y notó que no participaba tanto en clase como solía hacerlo. Estaba distraído, mirando por la ventana, como si estuviera buscando algo más allá de lo que los demás podían ver.

Esa tarde, en el recreo, Roberto se sentó solo en un rincón del patio, observando a los otros niños jugar. Antes, habría estado allí con Andrés, quizás jugando fútbol o simplemente charlando sobre las últimas noticias de su serie favorita. Ahora, aunque tenía otros amigos, ninguno llenaba el vacío que había dejado Andrés.

Elena, decidida a ayudarlo, se acercó a él. Se sentó a su lado en silencio durante un momento, observando el cielo, y luego habló.

—¿Te acuerdas de cuando vimos esa película sobre los astronautas que viajaban por el espacio? —preguntó ella, rompiendo el silencio.

Roberto la miró, sorprendido por la pregunta.

—Sí, claro. Esa fue genial.

—¿Recuerdas lo que decían sobre las estrellas? —continuó Elena—. Que a veces no las vemos, pero siempre están ahí, brillando, aunque estén a millones de kilómetros de distancia.

Roberto asintió, sin entender del todo a dónde quería llegar.

—Creo que los amigos son como las estrellas —dijo Elena, mirándolo a los ojos—. A veces no los vemos, o parece que se han alejado, pero siempre están ahí, de alguna manera.

Las palabras de Elena resonaron en la mente de Roberto. Aunque Andrés no estaba físicamente con él, seguía siendo su amigo. Tal vez, en lugar de lamentar su ausencia, debería centrarse en la idea de que su amistad seguía existiendo, aunque de una forma diferente.

—Es que es difícil —admitió Roberto, finalmente expresando lo que había estado guardando todo ese tiempo—. Andrés y yo siempre estábamos juntos, pero ahora… parece que se ha olvidado de mí.

Elena lo miró con comprensión.

—A veces la distancia hace que las cosas cambien, pero eso no significa que tu amistad haya desaparecido. Quizás ahora sea diferente, pero no quiere decir que ya no le importes.

Roberto se quedó pensando en eso. Tal vez, tenía razón. Después de todo, él tampoco había hecho mucho esfuerzo por mantenerse en contacto. Tal vez, en lugar de esperar un mensaje de Andrés, debería ser él quien diera el primer paso. Después de todo, si su amistad era tan especial como él creía, seguramente seguiría brillando, como una estrella en el cielo.

Esa noche, al llegar a casa, Roberto tomó su teléfono y comenzó a escribir un mensaje para Andrés. Durante semanas había estado esperando que su amigo lo contactara, pero ahora se dio cuenta de que no tenía por qué esperar más.

—”Hola, Andrés. ¿Cómo va todo en tu nueva ciudad? Te extraño mucho. Aquí las cosas siguen igual, pero el recreo no es lo mismo sin ti. ¿Has encontrado un buen lugar para mirar las estrellas? Yo sigo viendo el cielo todas las noches, pensando en las historias que solíamos inventar. Ojalá podamos hablar pronto. Cuéntame cómo te va con todo.”

Después de enviarlo, sintió una extraña sensación de alivio. Ya no estaba esperando que Andrés lo recordara; había tomado la iniciativa. Se sentía bien saber que, aunque su amigo estaba lejos, él seguía allí, brillando como una estrella en su vida.

Esa noche, antes de dormir, Roberto miró por la ventana de su cuarto hacia el cielo nocturno. Las estrellas estaban allí, algunas más brillantes que otras, pero todas presentes, recordándole que, aunque las cosas cambiaran, algunas conexiones eran demasiado fuertes para desaparecer del todo.

Tal vez Andrés no respondiera de inmediato. Tal vez las cosas entre ellos nunca serían exactamente iguales que antes. Pero ahora, Roberto comprendía que las verdaderas amistades, como las estrellas, no se apagan solo porque no siempre las veas.

Y mientras se acurrucaba bajo las sábanas, una pequeña sonrisa apareció en su rostro. Sabía que Andrés estaba ahí, en algún lugar, y eso era suficiente para él.

Los días pasaban, y aunque Roberto había enviado ese mensaje a Andrés, la respuesta no llegaba. Cada vez que sonaba el teléfono, Roberto se llenaba de una esperanza silenciosa, esperando ver el nombre de su mejor amigo en la pantalla, pero solo aparecían notificaciones de otras cosas: juegos, noticias, y algunos mensajes de sus compañeros de clase. Al principio, intentaba convencerse de que Andrés estaba ocupado, que seguramente estaba adaptándose a su nueva escuela, pero con el tiempo, la ausencia de respuesta comenzó a pesarle más.

Elena, siempre atenta, se daba cuenta de cómo el ánimo de Roberto fluctuaba. En clase, a veces lo veía revisando su teléfono con disimulo, esperando alguna señal. Los otros chicos seguían con sus actividades, y aunque muchos se acercaban a Roberto para invitarlo a jugar o participar en proyectos grupales, él se mostraba distante. La distancia con Andrés parecía afectar su ánimo y, aunque lo intentaba, no podía dejar de pensar en lo que estaba pasando.

Un día, después de la escuela, mientras caminaban juntos hacia sus casas, Elena decidió hablar directamente con Roberto.

—He notado que sigues un poco… apagado —dijo, eligiendo cuidadosamente sus palabras—. ¿Todavía no has sabido nada de Andrés?

Roberto suspiró, sin querer admitir lo mucho que le dolía la situación.

—No, nada. Es como si… se hubiera olvidado de mí —respondió, con una mezcla de tristeza y frustración—. Yo sé que la mudanza es difícil, pero no sé, esperaba que al menos respondiera.

Elena asintió, tratando de entender cómo se sentía su amigo.

—A veces las cosas no salen como esperamos —dijo—. Pero no creo que se haya olvidado de ti, Roberto. Quizás está pasando por algo que no te ha contado.

Eso era algo en lo que Roberto no había pensado. Estaba tan centrado en su propia tristeza por la pérdida de contacto que no había considerado lo que Andrés podría estar viviendo en su nueva ciudad.

—¿Tú crees? —preguntó, mirando a Elena con cierta esperanza.

—Es posible —respondió ella—. Mudarse no es fácil. Yo me mudé una vez cuando era más pequeña, y aunque al principio trataba de mantenerme en contacto con mis amigos, después de un tiempo, me costaba porque todo era nuevo y tenía tantas cosas en la cabeza.

Roberto guardó silencio un momento. Sabía que su vida en la escuela seguía igual, pero para Andrés, todo había cambiado. Tenía nuevos maestros, nuevos compañeros, un nuevo vecindario. Quizás simplemente necesitaba tiempo para adaptarse.

—Pero si lo extrañas tanto, ¿por qué no intentas llamarlo? —sugirió Elena, deteniéndose frente a la puerta de su casa.

Roberto se quedó pensativo.

—No sé, siento que si no me responde es porque ya no quiere hablar conmigo —admitió, su voz temblando ligeramente—. No quiero ser molesto.

Elena le dio una palmada en el hombro, como solía hacer para animarlo.

—Los buenos amigos no se molestan entre ellos por cosas así, Roberto. Llámalo, hazle saber que estás ahí, como una estrella en su cielo —dijo, sonriendo—. Quizás solo necesita que le recuerdes que sigues siendo su amigo, aunque esté lejos.

Roberto agradeció las palabras de Elena. Sabía que tenía razón, pero también le costaba enfrentar la idea de que, tal vez, las cosas realmente habían cambiado. Esa noche, después de pensarlo mucho, decidió tomar el teléfono y marcar el número de Andrés. El timbre sonó una y otra vez, pero nadie contestó. Dejó caer el teléfono con resignación sobre su cama, pensando que tal vez había esperado demasiado tiempo.

A la mañana siguiente, algo inesperado sucedió. Durante la clase de ciencias, justo cuando estaban en medio de una explicación sobre el ciclo del agua, el teléfono de Roberto vibró en su mochila. No solía revisarlo durante las clases, pero algo lo impulsó a hacerlo esta vez. Con disimulo, deslizó la pantalla y vio que era un mensaje de Andrés.

—”¡Hola, Roberto! Perdón por no haber respondido antes. Las cosas han sido una locura por aquí. Hay tantas cosas nuevas y a veces me siento abrumado. Pero nunca me he olvidado de ti, amigo. Te extraño mucho. ¿Cómo va todo en la escuela? Cuéntame qué has hecho. Espero podamos hablar pronto.”

Roberto sintió un nudo en el estómago, pero esta vez no era tristeza. Era alivio, una sensación cálida que le recorrió el cuerpo. Andrés no lo había olvidado. El mensaje era breve, pero decía exactamente lo que Roberto necesitaba escuchar. Durante semanas había estado imaginando lo peor, pero resultaba que Andrés estaba lidiando con sus propios retos en su nueva vida.

Al final de la clase, se apresuró a contarle a Elena.

—¡Me escribió! —dijo con una sonrisa que no podía ocultar.

Elena le devolvió la sonrisa.

—¿Ves? Te lo dije. Los buenos amigos siguen ahí, aunque no los veas todo el tiempo. A veces solo hay que darles un poco de espacio.

Roberto se sintió más aliviado que nunca. Decidió escribirle de vuelta a Andrés, contándole sobre todo lo que había estado pasando en la escuela, cómo se sentía sin él y lo mucho que lo extrañaba. No era una conversación larga, pero era el primer paso para volver a conectarse.

Días después, Andrés y Roberto finalmente lograron hablar por videollamada. Roberto notó que Andrés parecía diferente, más maduro de alguna manera, como si todo lo que había pasado en su nueva ciudad lo hubiera hecho crecer. Pero la esencia de su amistad seguía ahí, intacta. Se rieron, recordaron anécdotas de su tiempo juntos, y compartieron historias de lo que habían estado viviendo. Andrés le contó cómo le costaba adaptarse, y cómo había días en que extrañaba todo de su antigua vida, especialmente a Roberto.

—A veces me siento solo —admitió Andrés—. Pero sé que aunque estemos lejos, sigues siendo mi mejor amigo.

Roberto se sintió reconfortado al escuchar esas palabras.

—Y yo también sé que, aunque no siempre podamos hablar, sigues ahí —respondió, sintiendo que algo en su corazón se había calmado.

La amistad de Roberto y Andrés era como las estrellas: no siempre visible, pero siempre presente. Ahora entendía que las verdaderas conexiones no desaparecen con la distancia, solo cambian. Como las estrellas que se siguen viendo en el cielo, aunque estén a años luz de distancia, los buenos amigos siempre brillan, incluso en los momentos más oscuros.

La distancia no había roto su amistad, solo la había transformado. Y Roberto sabía que, aunque Andrés no estuviera físicamente a su lado, su amistad seguiría siendo una luz en su vida, recordándole que no estaba solo.

La videollamada con Andrés fue como un soplo de aire fresco para Roberto. Aunque no podían verse todos los días como antes, esa charla le hizo recordar que las amistades verdaderas sobreviven a cualquier distancia. Los días siguientes, Roberto se sintió mucho más animado. Ya no pasaba el recreo pensando en lo que había perdido, sino en lo afortunado que era de tener a Andrés, incluso desde lejos.

Una tarde, mientras Roberto hacía su tarea en la sala de su casa, su madre entró con una sonrisa en el rostro.

—Roberto, creo que esto te va a gustar —dijo, mostrando una carta que acababa de sacar del buzón.

Roberto dejó de escribir y tomó la carta. Su nombre estaba escrito en grandes letras en el sobre, y aunque no había remitente, reconoció la letra de inmediato: era de Andrés. Rápidamente la abrió, emocionado por recibir una carta de su mejor amigo. Dentro había un dibujo de ambos, como los que solían hacer juntos en clase, con ellos vestidos de astronautas, volando entre las estrellas.

—”Hola, Roberto. Aquí estoy, enviándote algo que me recuerda a nuestras aventuras espaciales. Sé que ahora estamos en diferentes planetas, pero eso no significa que no podamos seguir siendo amigos. ¡Espero que algún día podamos ser astronautas de verdad! Nos vemos pronto, Andrés.”

Roberto sonrió al leer la carta. Parecía que las cosas estaban volviendo a ser como antes, de alguna manera. Esa conexión que había temido perder seguía ahí, vibrante y viva. Andrés no solo seguía siendo su amigo, sino que se esforzaba por mantener el vínculo, al igual que Roberto lo había hecho.

Decidido a seguir la conversación, Roberto le respondió con otra carta. Esta vez, le mandó uno de sus propios dibujos, donde ambos aparecían pilotando una nave espacial, explorando un planeta extraño y desconocido. El dibujo iba acompañado de un mensaje que decía: “Aunque estemos en diferentes galaxias, siempre serás mi copiloto.”

Con el paso de las semanas, las cartas se convirtieron en una tradición entre ambos. No hablaban todos los días, pero cada carta era como un pequeño tesoro, un recordatorio de su amistad y de lo mucho que significaba para ambos. Roberto comenzó a guardar cada una de las cartas y dibujos en una caja que etiquetó como “Amistades espaciales”, y siempre que se sentía solo, las leía para recordar que Andrés seguía ahí, aunque no lo viera.

En la escuela, Roberto también empezó a abrirse más a sus compañeros. Aceptaba con más entusiasmo las invitaciones a jugar y a participar en proyectos de clase. Se dio cuenta de que, aunque Andrés no estaba físicamente con él, eso no significaba que no pudiera disfrutar de la compañía de otros amigos. Elena, en particular, se había convertido en alguien muy importante para él. Después de todo, ella había sido quien lo había animado a no rendirse con Andrés y había estado a su lado cuando más lo necesitaba.

Un día, mientras estaban en el recreo, Elena y Roberto estaban sentados bajo un árbol, observando a los otros niños jugar al fútbol.

—Me alegra que hayas vuelto a ser tú —dijo Elena, sonriendo mientras miraba a su amigo—. Pareces mucho más feliz ahora.

Roberto asintió, agradecido.

—Gracias a ti —dijo sinceramente—. Si no hubiera sido por tu consejo, creo que todavía estaría esperando un mensaje de Andrés sin hacer nada.

Elena sonrió, pero luego se puso seria por un momento.

—Los buenos amigos son difíciles de encontrar, pero cuando los tienes, es importante cuidarlos —dijo—. Andrés es uno de esos, y yo también lo soy, ¿verdad? —añadió en tono de broma.

Roberto se rió y le dio un ligero empujón en el brazo.

—Claro que sí, Elena. Eres una de las mejores amigas que tengo.

Elena se sonrojó un poco, pero estaba feliz de escuchar esas palabras. Sabía que Roberto valoraba su amistad, y ella también apreciaba tenerlo como amigo. Ambos habían aprendido que la verdadera amistad no siempre era fácil, pero cuando era genuina, valía la pena luchar por ella.

Poco después, llegó una noticia que sorprendió a Roberto. Un día, mientras almorzaba en casa con su madre, ella le comentó algo que lo dejó sin palabras.

—¿Sabías que Andrés y su familia vendrán a visitarnos el próximo mes? —dijo su madre casualmente, mientras preparaba la comida.

Roberto casi deja caer el tenedor de la sorpresa.

—¿De verdad? —preguntó emocionado—. ¡Eso es increíble!

—Sí, parece que tienen unos días libres y decidieron volver a la ciudad para visitar a algunos amigos y familiares —explicó su madre—. Pensé que te gustaría saberlo.

Roberto estaba eufórico. Después de meses de comunicarse solo por cartas y mensajes, finalmente vería a su mejor amigo en persona. No podía esperar para contarle a Andrés todo lo que había pasado, y para mostrarle los nuevos lugares que habían descubierto en el parque cerca de la escuela.

Finalmente, el día de la visita llegó. Cuando Andrés apareció en la puerta de la casa de Roberto, ambos se quedaron mirándose por un momento, como si no pudieran creer que finalmente estaban allí, en el mismo lugar, después de tanto tiempo. Pero después de ese breve instante de incredulidad, corrieron el uno hacia el otro, abrazándose como si no hubiera pasado ni un solo día desde la última vez que se vieron.

Pasaron el día juntos, recorriendo la ciudad, visitando su antiguo parque y hablando sobre todo lo que habían vivido desde que Andrés se mudó. Aunque las cosas habían cambiado, ambos se dieron cuenta de que su amistad seguía siendo tan fuerte como siempre. Era como si nada hubiera cambiado, como si el tiempo y la distancia no hubieran afectado la conexión que compartían.

Esa noche, mientras se despedían, Andrés miró a Roberto y dijo:

—Sabes, la distancia me hizo darme cuenta de algo. No importa dónde esté o cuánto tiempo pase sin vernos. Tú siempre serás mi mejor amigo.

Roberto sonrió, sintiendo que las palabras de Andrés eran exactamente lo que necesitaba escuchar.

—Y tú siempre serás el mío —respondió—. Las estrellas siempre brillan, aunque no podamos verlas todo el tiempo.

Mientras Andrés se alejaba, Roberto miró hacia el cielo nocturno, buscando las estrellas. Sabía que algunas amistades eran como ellas: brillantes, constantes, y siempre ahí, incluso en los momentos más oscuros.

Y así, con el corazón lleno de alegría, Roberto entendió que la verdadera amistad, como las estrellas, podía superar cualquier distancia y brillar eternamente, aunque no siempre estuviera a la vista.Principio del formularioFinal del formulario

moraleja Los buenos amigos son como estrellas, aunque no siempre los veas, sabes que están ahí.

Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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