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Era un día como cualquier otro en la escuela de Roberto. Las clases transcurrían con normalidad, los maestros daban sus lecciones, y los estudiantes seguían la rutina diaria de tareas y trabajos. Pero algo diferente estaba a punto de suceder. En la pizarra del aula, la maestra Clara escribió con letras grandes y emocionantes: “Concurso de Cuento – Deja Volar Tu Imaginación”. La noticia generó un revuelo entre los estudiantes, que comenzaron a murmurar con entusiasmo.

Roberto, un chico de once años con una mente llena de curiosidad, se sintió inmediatamente atraído por la idea. Aunque nunca había participado en un concurso de cuentos, siempre le gustaba soñar despierto. A menudo, en lugar de prestar atención a las clases de matemáticas o ciencias, su mente viajaba a mundos fantásticos. Se imaginaba explorando bosques encantados, navegando mares lejanos o volando por galaxias desconocidas. Sin embargo, a pesar de su creatividad, nunca había compartido esas historias con nadie, ni siquiera con su mejor amigo, Diego.

La maestra Clara explicó que el concurso era parte de un proyecto de la ciudad para fomentar la creatividad en los estudiantes. Cualquier alumno podía participar, y el cuento debía tener al menos 500 palabras. Los tres mejores relatos serían publicados en un libro que se distribuiría por toda la ciudad. Para Roberto, esto sonaba increíble, pero también intimidante. ¿Sería capaz de escribir algo lo suficientemente bueno? ¿Y si nadie entendía sus historias?

—Roberto, ¿vas a participar? —preguntó Diego durante el recreo, mientras jugaban al fútbol.

—No lo sé… —respondió Roberto, pateando la pelota con menos entusiasmo de lo habitual—. Escribo algunas cosas en mi cuaderno, pero nunca las he mostrado a nadie. ¿Tú lo harás?

Diego sonrió con una mezcla de emoción y desafío.

—¡Claro! Ya tengo algunas ideas sobre un superhéroe que lucha contra robots gigantes. Va a ser épico. ¿Y tú? ¿Qué vas a escribir?

Roberto se quedó callado por un momento. No estaba seguro de qué responder. En su mente, había una historia dando vueltas, pero temía que no fuera lo suficientemente buena. Esa noche, en casa, mientras cenaba con su familia, decidió compartir sus pensamientos.

—Mamá, papá —comenzó tímidamente—. Hay un concurso de cuentos en la escuela, y estoy pensando en participar, pero no sé si lo que escribo es lo suficientemente interesante.

Su madre, una mujer de mirada amable y siempre alentadora, sonrió con calidez.

—Claro que es interesante, Roberto. Tienes una imaginación maravillosa, y eso es lo que cuenta. No tienes que preocuparte por lo que piensen los demás. Lo importante es que te diviertas escribiendo.

Su padre, que trabajaba como periodista, asintió.

—Escribir no se trata solo de ser perfecto, hijo. Se trata de compartir lo que llevas dentro, de contar una historia que signifique algo para ti. Estoy seguro de que tienes algo grandioso que contar.

Roberto se sintió un poco más confiado, aunque todavía tenía dudas. Esa noche, después de terminar sus tareas, se sentó en su escritorio con una hoja en blanco frente a él y su lápiz en la mano. Miró la página vacía, esperando que alguna idea llegara de repente. Pero el papel seguía blanco, y su mente, aunque llena de imágenes y escenas, no encontraba las palabras para describirlas.

Finalmente, decidió escribir lo primero que se le vino a la mente: “Había una vez un niño llamado Roberto que descubrió un portal mágico en su escuela…”

Las palabras comenzaron a fluir, y Roberto, sin pensarlo demasiado, dejó que su imaginación lo guiara. Escribió sobre un niño que, tras encontrar un misterioso portal en el patio de su escuela, viajaba a un mundo lleno de criaturas fantásticas. En ese mundo, los árboles hablaban, los ríos cantaban, y las estrellas susurraban secretos. A medida que escribía, Roberto se dio cuenta de que no quería detenerse. La historia se volvió emocionante, y pronto se olvidó de todas sus preocupaciones. Sentía que estaba viviendo la aventura, y eso lo hacía sentir libre.

Al día siguiente, en la escuela, Roberto llevaba consigo el primer borrador de su cuento. Se sentía nervioso, pero también emocionado. Durante el recreo, decidió mostrarle su historia a Diego.

—Oye, Diego, ¿te gustaría leer lo que he escrito hasta ahora? —preguntó, extendiéndole el cuaderno.

Diego, quien siempre había sido directo pero honesto, tomó el cuaderno y comenzó a leer en silencio. A medida que avanzaba en las páginas, su expresión pasó de curiosidad a sorpresa.

—¡Esto es genial, Roberto! —dijo finalmente—. Me encanta la idea del portal y el mundo mágico. Es mucho más interesante que mi historia de robots. ¡Deberías participar con esto en el concurso!

El elogio de Diego hizo que Roberto se sintiera aliviado y orgulloso. Aún así, todavía quedaba mucho trabajo por hacer. Faltaba desarrollar el final, dar más vida a los personajes y pulir algunos detalles, pero ahora sentía que su historia tenía potencial.

—Gracias, Diego —respondió Roberto con una sonrisa—. No estaba seguro, pero creo que voy a seguir trabajando en esto. Puede que tenga algo especial entre manos.

El anuncio del concurso había abierto una puerta en la mente de Roberto, una puerta que llevaba a mundos que solo existían en su imaginación. Ahora, estaba decidido a seguir explorando ese camino, sin miedo a lo que los demás pudieran pensar.

Con su historia ya empezada y una nueva confianza en sí mismo, Roberto se sumergió en su aventura cada tarde después de la escuela. En su cuaderno, el portal mágico que había descubierto su personaje lo llevaba a un mundo que estaba más allá de cualquier cosa que hubiera visto antes. Mientras su mente volaba, escribía sobre paisajes asombrosos: montañas hechas de cristal, bosques cuyos árboles crecían hacia abajo, y cielos donde las nubes formaban castillos flotantes. Cada nuevo detalle que añadía hacía que la historia cobrara más vida, y Roberto no podía dejar de pensar en lo que vendría después.

Pero escribir una buena historia resultaba más difícil de lo que había imaginado. En los días siguientes, se encontró con varios bloqueos. Quería que su cuento fuera emocionante, pero también profundo, y no sabía exactamente cómo lograrlo. ¿Cómo podía escribir un final que realmente sorprendiera a los lectores? ¿Cómo hacer que los personajes fueran más que simples protagonistas de una aventura?

En clase, mientras los demás seguían las lecciones, Roberto a menudo se perdía en sus pensamientos, dándole vueltas a estas preguntas. Sabía que su historia tenía potencial, pero le faltaba algo. Y justo cuando empezaba a dudar de nuevo, la maestra Clara anunció que la fecha límite del concurso se acercaba.

—Recuerden, chicos, solo tienen una semana más para entregar sus cuentos —dijo desde el frente del aula, mientras varios estudiantes murmuraban y algunos se miraban con nerviosismo.

Roberto sintió que el tiempo corría en su contra. No había terminado su historia y, aunque había escrito muchas páginas, sentía que aún le faltaban elementos importantes. Esa tarde, en casa, decidió que necesitaba una nueva fuente de inspiración.

—Mamá, ¿podemos ir a la biblioteca? —preguntó después de la cena—. Creo que necesito más ideas para mi historia.

—¡Claro que sí! —respondió su madre, siempre dispuesta a apoyar su creatividad—. Vamos mañana después de la escuela.

Al día siguiente, Roberto y su madre llegaron a la biblioteca de la ciudad. Aunque ya había estado allí antes, ese día sintió que el lugar tenía algo especial. El olor a libros viejos, el silencio entre las estanterías y las infinitas historias contenidas en las páginas lo llenaron de una nueva energía. Caminó entre las filas de libros, buscando algo que lo ayudara a desbloquear su imaginación.

Finalmente, encontró una sección sobre mitología y leyendas. Había algo en esos cuentos antiguos que le parecía fascinante, así que tomó varios libros y se sentó a leer. Historias de héroes, dioses y criaturas fantásticas comenzaron a llenar su mente. Era justo lo que necesitaba. Al hojear las páginas de esos libros, se dio cuenta de que las mejores historias no solo trataban de aventuras épicas, sino de lecciones profundas que los personajes aprendían a lo largo del camino. Tal vez su protagonista no solo debía viajar por un mundo mágico, sino también descubrir algo importante sobre sí mismo.

Con esta nueva perspectiva, Roberto volvió a casa lleno de ideas. Esa noche, se sentó frente a su cuaderno, decidido a darle un giro a su historia. Comenzó a escribir sobre cómo su protagonista, al cruzar el portal, no solo exploraba paisajes increíbles, sino que también enfrentaba desafíos personales. En un momento, su personaje se encontraba en un desierto donde las arenas reflejaban sus miedos más profundos, obligándolo a enfrentarlos. En otro, debía tomar decisiones difíciles para ayudar a las criaturas que encontraba en su camino.

A medida que Roberto desarrollaba estos nuevos elementos, su historia comenzó a tomar una nueva dimensión. Ya no era solo una aventura, sino también una reflexión sobre el coraje, la amistad y el crecimiento personal. Los personajes secundarios, que antes eran solo acompañantes del protagonista, también comenzaron a tener más profundidad. Cada uno de ellos representaba un aspecto diferente de la imaginación y los sueños. Había una niña que podía hablar con las estrellas y un anciano que conocía todos los secretos de la naturaleza.

Sin embargo, aunque todo esto hacía que su historia fuera más rica y significativa, Roberto todavía tenía un problema. No sabía cómo terminarla. El concurso estaba a pocos días de cerrarse, y aunque sentía que había escrito una buena parte del cuento, no encontraba el final perfecto. Sabía que necesitaba algo que conectara todo lo que había sucedido, algo que dejara una enseñanza clara, pero al mismo tiempo, que mantuviera el espíritu mágico de su mundo.

Fue entonces cuando recordó lo que su madre le había dicho: “Lo importante es que te diviertas escribiendo”. Roberto había estado tan concentrado en hacer que su cuento fuera perfecto que había olvidado lo más importante: disfrutar del proceso. Así que decidió que, en lugar de preocuparse por lo que los jueces del concurso pensarían, debía escribir un final que lo hiciera feliz a él.

En su historia, el protagonista regresaba finalmente a su mundo, después de haber ayudado a restaurar el equilibrio en el reino mágico. Pero antes de cruzar el portal de vuelta a la escuela, su personaje recibía un último regalo de las criaturas fantásticas: una piedra brillante que contenía todos los sueños y deseos que había descubierto en su viaje. Esa piedra, según las criaturas, le recordaría siempre que la imaginación es un poder que puede cambiar el mundo, si uno tiene el valor de usarlo.

Roberto sonrió mientras escribía las últimas líneas de su cuento. Había encontrado el final que buscaba, uno que capturaba la magia y la enseñanza de su historia. Se sintió orgulloso de lo que había logrado y, por primera vez desde que empezó el concurso, no tenía miedo de lo que los demás pudieran pensar. Sabía que, pase lo que pase, ya había ganado algo mucho más valioso que cualquier premio: había aprendido a confiar en su imaginación y en sí mismo.

Con el último capítulo de su cuento finalmente escrito, Roberto se sintió más aliviado de lo que había estado en semanas. Había trabajado duro, dedicando muchas tardes a su historia, y aunque al principio tuvo sus dudas, ahora sentía una conexión profunda con lo que había creado. Al día siguiente, revisó cada página para asegurarse de que no hubiera errores antes de llevar su cuaderno a la maestra Clara.

El plazo para el concurso se había cerrado, y todos los estudiantes que participaron entregaron sus cuentos a tiempo. La maestra Clara les informó que tomaría algunos días para leer todas las historias antes de seleccionar a los finalistas que serían enviados al jurado oficial del concurso. Roberto trató de no pensar demasiado en el resultado, pero una parte de él no podía evitar imaginarse su nombre en la lista de ganadores.

Los días pasaron, y por fin, la maestra Clara se levantó frente a la clase con un sobre en la mano. Todos los niños se sentaron expectantes. Había un silencio tenso en el aula.

—He leído todos sus cuentos, y quiero felicitarlos a todos por su esfuerzo y creatividad. —dijo la maestra, con una sonrisa cálida—. Fue muy difícil elegir solo a tres para representar a nuestra escuela en el concurso regional, pero después de mucha deliberación, aquí están los nombres.

Roberto sintió que su corazón latía más rápido. Trataba de no emocionarse demasiado, pero no podía evitar la ansiedad que le recorría el cuerpo.

—El primer cuento que he seleccionado pertenece a… —La maestra hizo una pausa dramática mientras todos contenían la respiración—. …¡Roberto Sánchez, por su cuento “El Portal de la Imaginación”!

Roberto quedó congelado en su asiento por un momento, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. ¿Su nombre? ¿De verdad había sido elegido? Los compañeros a su alrededor comenzaron a aplaudir, y pronto sintió los golpecitos amistosos en su hombro y los murmullos de felicitaciones. Lentamente, una gran sonrisa se extendió por su rostro.

—¡Lo logré! —pensó, sin poder contener la alegría que lo embargaba.

—Felicidades, Roberto —dijo la maestra Clara cuando él fue al frente a recoger su cuaderno—. Tu historia no solo muestra una gran imaginación, sino también una reflexión muy madura sobre el crecimiento personal. Estoy segura de que los jueces quedarán impresionados.

Roberto volvió a su asiento, pero no dejó de sonreír en todo el día. Los otros dos seleccionados también recibieron sus reconocimientos, y aunque todos estaban felices por ellos, Roberto sentía una satisfacción especial. Había logrado más de lo que esperaba cuando empezó, y la verdad es que, aunque hubiera sido un reto, el proceso lo había cambiado de alguna manera. Ya no veía la escritura como algo que debía hacer por obligación, sino como una puerta a sus propios sueños.

En los días siguientes, el cuento de Roberto, junto con los de sus dos compañeros, fue enviado al concurso regional. Las semanas pasaron, y aunque Roberto sabía que su historia ya había sido un éxito al ser seleccionada por su maestra, no podía evitar sentirse nervioso por el resultado del concurso.

Finalmente, el gran día llegó. La escuela organizó una pequeña ceremonia para anunciar los resultados. Había globos decorando el salón de actos, y los padres de los finalistas estaban presentes, incluyendo a la mamá de Roberto, quien no paraba de sonreír y de tomar fotos.

El jurado del concurso había enviado una carta oficial con los nombres de los ganadores, y todos esperaban con ansias el anuncio. El director de la escuela subió al escenario con la carta en la mano, y la audiencia se quedó en silencio.

—Estamos muy orgullosos de todos los estudiantes que participaron en este concurso —comenzó el director—. La creatividad, el esfuerzo y la dedicación que han mostrado son dignos de admiración. Hoy tenemos el honor de anunciar que uno de nuestros estudiantes ha sido premiado a nivel regional por su cuento excepcional. ¡El segundo lugar en el concurso regional de escritura es para… Roberto Sánchez!

La sala estalló en aplausos. Roberto no podía creer lo que estaba oyendo. Había ganado el segundo lugar en el concurso, ¡a nivel regional! Subió al escenario, todavía asombrado, y aceptó el certificado con una mano temblorosa. Su madre, desde la audiencia, lo aplaudía con lágrimas en los ojos.

Después de la ceremonia, mientras todos celebraban y lo felicitaban, Roberto se dio cuenta de algo muy importante. No era solo el premio lo que lo hacía sentir bien, sino el hecho de que había descubierto una nueva forma de expresar sus sueños y su imaginación. Había enfrentado sus dudas y bloqueos, y había perseverado hasta crear algo de lo que realmente estaba orgulloso.

Esa noche, mientras guardaba el certificado en su habitación, miró su cuaderno de cuentos. Sabía que “El Portal de la Imaginación” era solo el comienzo. Su mente estaba llena de nuevas ideas, de nuevas historias que esperaba poder contar en el futuro. Había aprendido que la imaginación no tenía límites, y que cada idea, por pequeña que fuera, podía llevarlo a lugares que nunca había imaginado.

Con una sonrisa, Roberto apagó la luz y se preparó para soñar con su próxima aventura. Porque, en el fondo, sabía que su imaginación siempre sería la llave para abrir mundos maravillosos. Y ahora, más que nunca, estaba listo para explorar todos ellos.

moraleja La imaginación es la puerta a mundos maravillosos.

Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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