Gabriel nunca había sido el más rápido ni el más destacado en atletismo. Disfrutaba correr, sí, pero su enfoque siempre había estado en la distancia de la milla, algo que practicaba religiosamente tres veces por semana. Los entrenamientos le proporcionaban una sensación de libertad, pero no estaba acostumbrado a exigirse más allá de esa distancia. Su entrenador, el señor Medina, lo sabía bien. Por eso, cuando el anuncio llegó, fue una completa sorpresa para Gabriel.
Era un jueves por la tarde, el sol brillaba intensamente sobre la pista de atletismo de la escuela. Gabriel estaba terminando su práctica habitual cuando el entrenador Medina se acercó a él con una sonrisa en el rostro.
—Gabriel, necesito hablar contigo —dijo el entrenador, con ese tono que siempre transmitía confianza.
—¿Sí, entrenador? —respondió Gabriel, secándose el sudor de la frente.
—Tenemos una competencia importante la próxima semana. Es una carrera de 5 kilómetros, un poco más larga de lo que estás acostumbrado, pero quiero que representes a la escuela. Tú, junto a dos compañeros, han sido elegidos para ser nuestro equipo.
Gabriel lo miró, sorprendido y con una mezcla de emoción y preocupación.
—¿Cinco kilómetros? Pero… solo he entrenado para la milla, entrenador. No sé si podré aguantar una distancia tan larga.
El señor Medina le sonrió con comprensión.
—Lo sé, pero confío en ti. Tienes un buen ritmo y, más importante, tienes la determinación. Este desafío te llevará más allá de lo que has hecho antes, pero si te esfuerzas, sé que lo lograrás. Además, no estarás solo. Mario y Sebastián también estarán en el equipo.
Mario y Sebastián eran compañeros de clase de Gabriel, ambos con experiencia en carreras de larga distancia. Mario era conocido por su resistencia y calma bajo presión, mientras que Sebastián, aunque un poco más impulsivo, tenía un sprint final que podía dejar a cualquiera boquiabierto. Sin embargo, Gabriel no se sentía a su nivel. Pensaba en cómo ellos dos estarían acostumbrados a carreras largas, mientras él apenas había competido en distancias cortas.
El resto del día pasó en una nube de pensamientos y dudas. ¿Podría realmente correr 5 kilómetros? ¿Sería capaz de mantener el ritmo y no quedarse atrás? Al llegar a casa, Gabriel decidió hablar con su madre, quien siempre había sido su mayor apoyo.
—Mamá, el entrenador quiere que corra una carrera de 5 kilómetros la próxima semana, pero nunca he corrido tanto. Solo entreno para la milla. No sé si podré hacerlo.
Su madre lo escuchó atentamente, mientras preparaba la cena en la cocina.
—Gabriel, sé que es un reto grande, pero has estado entrenando duro. A veces, los desafíos nos llevan más lejos de lo que pensamos que podemos llegar. Si te esfuerzas y te dedicas, no hay razón por la que no puedas hacerlo. Y recuerda, la clave no está solo en el físico, sino también en la mente. Si crees en ti mismo, ya habrás recorrido la mitad del camino.
Las palabras de su madre le dieron un pequeño empujón de confianza, pero las dudas seguían latentes. Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Gabriel tomó la decisión de intentarlo. Al fin y al cabo, el esfuerzo y la dedicación eran parte de lo que lo había llevado hasta ese punto. ¿Por qué no intentar algo más grande?
Al día siguiente, Gabriel se reunió con Mario y Sebastián para planificar los entrenamientos. Ambos eran amables y comprensivos.
—No te preocupes, Gabriel. Sabemos que no has corrido tanta distancia antes, pero vamos a entrenar juntos y te ayudaremos —dijo Mario, con su tono calmado.
—Exacto. Además, lo importante no es ganar, sino dar lo mejor de ti. Lo demás llegará solo —añadió Sebastián con una sonrisa.
Durante los días que siguieron, los tres chicos comenzaron a entrenar más intensamente. Gabriel empezó a correr distancias más largas, con Mario y Sebastián dándole consejos sobre cómo regular su respiración, cómo mantener un ritmo constante y, lo más importante, cómo no dejar que el miedo o el agotamiento lo vencieran.
El primer día de entrenamiento fue duro. Gabriel sentía que sus piernas no respondían después del tercer kilómetro. Se quedó rezagado mientras veía a sus compañeros seguir adelante con facilidad. Pero en lugar de desanimarse, algo en su interior se encendió. Sabía que, si quería estar a la altura del desafío, tendría que esforzarse más de lo que jamás lo había hecho.
El segundo y tercer día fueron igual de difíciles, pero Gabriel notaba una pequeña mejora. Cada día avanzaba un poco más antes de sentir el agotamiento. Poco a poco, su cuerpo comenzó a adaptarse al ritmo más largo. Y, aunque seguía sin alcanzar la velocidad de Mario y Sebastián, empezó a sentir que podía terminar los entrenamientos sin rendirse.
Una tarde, después de una carrera particularmente agotadora, los tres se sentaron en la pista de atletismo, respirando entrecortadamente.
—Vas mejorando mucho, Gabriel —dijo Mario, dándole una palmada en el hombro—. Si sigues así, estarás más que listo para la carrera.
—Sí, pero no te olvides de disfrutar la carrera también. No todo es presión —añadió Sebastián con una risa ligera—. Al final del día, lo importante es que lo hayas dado todo.
Los consejos de sus compañeros se quedaron en la mente de Gabriel. A medida que se acercaba la fecha de la carrera, su confianza crecía. Aún le preocupaba la distancia, pero ahora sentía que podía enfrentarse a ella con más seguridad.
La noche anterior a la competencia, Gabriel apenas podía dormir. Los nervios estaban presentes, pero también lo estaba la emoción. Recordó las palabras de su madre, de su entrenador, y de sus amigos. Todo se resumía a una cosa: esfuerzo y dedicación. Si ponía todo su corazón en la carrera, independientemente del resultado, ya habría ganado una gran lección.
Finalmente, el día de la carrera llegó. Gabriel, Mario y Sebastián se encontraban en la línea de salida, junto a otros corredores de varias escuelas. El ambiente estaba lleno de energía, con estudiantes, padres y entrenadores animando a los equipos.
Gabriel miró a sus compañeros, quienes le devolvieron una sonrisa alentadora. Se sintió listo. Sabía que el reto era grande, pero su preparación había sido constante y dedicada. El sonido de la pistola de salida lo trajo de vuelta a la realidad. Era el momento de demostrar de qué estaba hecho.
Y entonces, comenzó a correr.
El disparo de salida resonó en el aire, y Gabriel sintió el suelo vibrar bajo sus pies mientras los corredores comenzaban a moverse. El ritmo inicial fue rápido, como suele ocurrir en las carreras. Su corazón latía con fuerza mientras trataba de mantener el paso. Recordó las palabras de Mario y Sebastián: no te apresures, conserva energía para la segunda mitad. Gabriel sabía que no podía permitirse gastar todo su esfuerzo en los primeros kilómetros.
A medida que avanzaba, el sonido de los pasos de sus compañeros de equipo a su lado le daba una sensación de apoyo. Mario, con su estilo siempre relajado, lideraba el grupo, mientras que Sebastián lo seguía, atento a los movimientos de los otros corredores. Gabriel se concentró en mantener su ritmo, pero su mente comenzaba a jugarle malas pasadas. Sabía que la carrera era mucho más larga de lo que había entrenado en solitario.
El primer kilómetro pasó relativamente rápido. Las piernas de Gabriel aún estaban frescas, y aunque sentía el esfuerzo, no estaba agotado. El camino serpenteaba alrededor de un parque lleno de árboles frondosos, y los gritos de los espectadores lo motivaban a seguir adelante. Sin embargo, cuando comenzó a entrar en el segundo kilómetro, su respiración empezó a acelerarse más de lo que esperaba. A pesar de sus intentos por calmarse, sentía que el esfuerzo comenzaba a acumularse.
—No te preocupes, es normal —escuchó la voz de Mario a su lado, quien parecía haber notado la incomodidad en su expresión—. Solo regula tu respiración y mantén el ritmo. Lo estás haciendo bien.
Gabriel asintió, agradecido por el apoyo de su compañero. Intentó seguir los consejos que había aprendido en los entrenamientos: respirar profundamente, mantener una postura relajada y concentrarse en un paso a la vez. Sin embargo, mientras los corredores se adentraban en el tercer kilómetro, las cosas empezaron a complicarse.
El terreno se inclinaba ligeramente hacia arriba, y aunque la subida no era muy pronunciada, era suficiente para que Gabriel comenzara a sentir el cansancio en sus piernas. Su ritmo disminuyó sin que él pudiera evitarlo, y poco a poco se quedó atrás de Mario y Sebastián, quienes mantenían su paso constante. Intentó alcanzarlos, pero cada vez que aceleraba, sentía que el aire le faltaba.
—No te rindas, Gabriel —le gritó Sebastián desde adelante, girando la cabeza para animarlo—. La subida es difícil, pero una vez que lleguemos al tope, tendrás un descanso.
A pesar de sus esfuerzos, Gabriel no pudo mantener el ritmo. Sus compañeros se alejaban, y la distancia entre ellos crecía más con cada paso. Al llegar al final de la colina, Gabriel se encontró entre un grupo de corredores rezagados. Las piernas le pesaban, y su mente comenzaba a llenarse de dudas. ¿Sería capaz de terminar? ¿Había entrenado lo suficiente? La presión aumentaba con cada paso, y por primera vez en mucho tiempo, Gabriel pensó en abandonar.
Sin embargo, justo cuando esos pensamientos comenzaban a invadirlo, recordó las palabras de su madre: “La clave no está solo en el físico, sino también en la mente. Si crees en ti mismo, ya habrás recorrido la mitad del camino”. En ese momento, Gabriel comprendió que su mayor reto no era la carrera en sí, sino la lucha interna que libraba en su mente.
Respiró hondo y decidió cambiar su enfoque. En lugar de preocuparse por la distancia que aún quedaba por recorrer o por el hecho de que estaba atrás, se concentró en lo que podía controlar: su propio esfuerzo. Sabía que, aunque estaba agotado, no había entrenado tanto para rendirse ahora.
El cuarto kilómetro fue, sin duda, el más difícil para Gabriel. Sentía el agotamiento en cada músculo, pero poco a poco logró estabilizar su ritmo. Los gritos de ánimo de los espectadores lo impulsaban a seguir, y aunque ya no podía ver a Mario y Sebastián, sabía que estaban luchando también por la escuela. A su alrededor, otros corredores comenzaban a mostrar signos de fatiga, lo que le recordó que no estaba solo en la batalla contra el cansancio.
Mientras corría, algo increíble sucedió. Un corredor de otra escuela, que había pasado a Gabriel durante el tercer kilómetro, de repente se detuvo, sujetándose el costado. El joven había ido demasiado rápido al principio y ahora sufría las consecuencias de no haber regulado su energía. Gabriel lo adelantó, sorprendido de que, a pesar de su propio agotamiento, todavía podía seguir adelante.
Ese momento le dio un nuevo impulso de energía. Tal vez no estaba tan atrás como pensaba, y aunque no era el corredor más rápido, su perseverancia lo estaba llevando más lejos de lo que esperaba. En lugar de dejar que el cansancio lo venciera, Gabriel comenzó a concentrarse en lo que aún tenía en el tanque. Sabía que quedaba un kilómetro más, y eso era todo lo que tenía que superar.
En ese último kilómetro, Gabriel se permitió disfrutar del momento. El recorrido lo llevó de vuelta al parque, y aunque las piernas le dolían, el hecho de haber superado sus límites le dio una satisfacción que nunca antes había experimentado. Sabía que su esfuerzo y dedicación, los mismos que lo habían ayudado a llegar hasta allí, le estaban dando el empuje final para completar la carrera.
A lo lejos, pudo divisar la línea de meta. Aún quedaba un buen tramo por recorrer, pero la sola visión de la meta lo llenó de esperanza. De repente, una voz familiar lo llamó.
—¡Vamos, Gabriel! ¡Tú puedes!
Era su madre, de pie entre los espectadores, con una sonrisa radiante y llena de orgullo. Esa imagen fue lo que Gabriel necesitó para hacer un último esfuerzo. Su cuerpo estaba al límite, pero su corazón latía con más fuerza que nunca. Estaba a punto de completar una carrera que había empezado con dudas, pero que terminaría con una sensación de logro inmenso.
Gabriel aceleró el paso, sabiendo que cada metro que recorría era una victoria más para él mismo. Aunque sus compañeros probablemente ya habrían cruzado la meta, no importaba. Lo que realmente contaba era que él estaba allí, luchando hasta el final, sin rendirse.
El sonido de los aplausos crecía a medida que se acercaba a la meta. Estaba exhausto, pero en ese momento, sintió una oleada de orgullo y satisfacción.
Con cada paso que daba hacia la línea de meta, Gabriel sentía cómo su cuerpo iba llegando al límite, pero algo dentro de él lo empujaba a seguir. Su mente estaba llena de una mezcla de emociones: cansancio, satisfacción y orgullo. Aunque no era el primero en llegar, sabía que su esfuerzo y dedicación lo habían llevado mucho más lejos de lo que jamás había imaginado.
Cuando finalmente cruzó la línea de meta, el sonido de los aplausos y los vítores lo envolvieron como una ola cálida. Sus piernas temblaban, y su respiración era rápida y entrecortada, pero había llegado. Había completado la carrera de 5 kilómetros, un desafío que, apenas una semana atrás, le había parecido casi imposible.
De inmediato, Mario y Sebastián lo buscaron entre los corredores que llegaban a la meta. Ambos se acercaron rápidamente a Gabriel, dándole palmadas en la espalda y sonriendo con orgullo.
—¡Lo lograste, Gabriel! —dijo Mario, con esa calma que siempre lo caracterizaba—. Sabíamos que podías hacerlo.
Sebastián, aunque sudoroso y agotado, le dio un abrazo breve y fuerte.
—¿Lo ves? —le dijo—. Sabía que tenías lo necesario. ¡Lo diste todo!
Gabriel, a pesar del agotamiento, sonrió. No podía creer lo que había logrado. Miró a sus compañeros y sintió una gratitud inmensa por el apoyo que le habían dado durante todo el proceso. Sin ellos, quizás no habría creído en su capacidad para superar este reto.
—Gracias, chicos —dijo Gabriel, aún recuperando el aliento—. No hubiera podido hacerlo sin ustedes.
Pero no solo sus compañeros estaban orgullosos de él. Entre la multitud, Gabriel vio a su madre, quien había estado animándolo desde el inicio. Con una gran sonrisa en el rostro y lágrimas de orgullo en los ojos, ella corrió hacia él y lo abrazó fuerte.
—Sabía que podías hacerlo, Gabriel —dijo su madre, acariciando su cabello sudoroso—. Estoy tan orgullosa de ti.
Gabriel sintió una mezcla de felicidad y alivio al escuchar esas palabras. Todo el esfuerzo, todas las dudas, y cada uno de los momentos en los que pensó que no lo lograría, ahora parecían lejanos. Había conseguido no solo terminar la carrera, sino también superar sus propios límites.
El entrenador Medina también se acercó, con una gran sonrisa de satisfacción.
—Sabía que lo lograrías, Gabriel. Tu esfuerzo te ha llevado a donde estás ahora. Felicidades.
Gabriel asintió, aún recuperándose de la carrera, pero sintiendo una profunda gratitud. No solo por haber completado la competencia, sino por todo el apoyo y la confianza que los demás habían puesto en él. Sin embargo, la mayor lección que había aprendido no era sobre la carrera en sí, sino sobre su propia capacidad de enfrentar los desafíos, sin importar lo grandes que parecieran.
Unos momentos después, los organizadores comenzaron a llamar a los corredores para dar los resultados. Aunque Gabriel no esperaba obtener una medalla, el simple hecho de haber completado la carrera ya era una victoria personal para él. Sin embargo, cuando mencionaron los nombres de los equipos que habían obtenido los mejores tiempos, algo inesperado sucedió.
—En tercer lugar, el equipo de la Escuela Central —anunció uno de los jueces—. ¡Mario, Sebastián y Gabriel!
Gabriel se quedó boquiabierto. ¿Habían conseguido el tercer lugar? No podía creerlo. Miró a sus compañeros, que estaban igual de sorprendidos pero sonreían con orgullo. Los tres fueron llamados al podio, y aunque el podio estaba reservado para los primeros lugares, el tercer puesto ya era un logro increíble para ellos.
Cuando les entregaron las medallas de bronce, Gabriel sintió el frío del metal contra su pecho, pero lo que más le llenaba de satisfacción era la sensación de haber hecho algo que jamás pensó que sería capaz de lograr. Mientras sostenía la medalla, miró a sus compañeros y luego al público que los aplaudía.
Los aplausos y felicitaciones continuaron durante varios minutos, y cuando el evento terminó, los corredores comenzaron a dispersarse. Sin embargo, Gabriel aún sentía la emoción del momento. Sabía que esa medalla no solo representaba una victoria en una competencia, sino una prueba de lo que el esfuerzo y la dedicación podían lograr. No había sido el más rápido, ni el más experimentado, pero había trabajado duro, había perseverado, y eso lo había llevado más allá de lo que alguna vez pensó posible.
De camino a casa, Gabriel reflexionaba sobre todo lo que había sucedido. Su madre lo miraba desde el asiento del conductor con una sonrisa tranquila y orgullosa.
—¿Cómo te sientes, campeón? —le preguntó.
Gabriel sonrió, mirando su medalla.
—Cansado, pero… increíble —respondió—. Nunca pensé que podría hacer algo así.
—Y lo hiciste —dijo su madre, acariciando su cabello una vez más—. Siempre recuerda, Gabriel, que no hay nada que no puedas lograr si te esfuerzas y te dedicas. Esa es la verdadera recompensa.
Gabriel asintió. Sabía que esas palabras eran verdad, porque las había vivido en carne propia. Y aunque la carrera había terminado, la lección que había aprendido ese día quedaría con él para siempre. El esfuerzo y la dedicación, dos palabras que antes le parecían abstractas, ahora tenían un significado profundo. Sabía que podía aplicarlas en cualquier desafío futuro, ya fuera en una carrera, en los estudios o en cualquier aspecto de su vida.
Al llegar a casa, Gabriel colgó la medalla en su habitación, justo donde pudiera verla todos los días. Esa pequeña pieza de bronce se convertiría en un recordatorio constante de lo que podía lograr con perseverancia. Y mientras se preparaba para descansar, una sensación de orgullo y tranquilidad lo invadió.
Había corrido más allá de sus límites, y había descubierto que, con esfuerzo y dedicación, siempre hay una recompensa esperando al final del camino.
moraleja El esfuerzo y la dedicación siempre tienen recompensa.
Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.
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