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Valentina siempre había sido una soñadora. Desde que tenía memoria, cada rincón de su mente estaba lleno de grandes ideas y metas que deseaba alcanzar. Sus amigos la conocían por ser esa persona que siempre hablaba sobre los proyectos que quería realizar algún día. Sin embargo, había algo que la detenía: el miedo a empezar.

Tenía solo 12 años, pero ya había decidido que quería ser inventora. Para ella, la posibilidad de crear cosas nuevas, mejorar las que ya existían y cambiar el mundo con sus ideas era su mayor ilusión. Pero cuando miraba a los grandes inventores, a personas que habían cambiado la historia con sus creaciones, sentía que su sueño estaba demasiado lejos, fuera de su alcance.

Su cuarto estaba lleno de bocetos, ideas dibujadas en hojas sueltas, y modelos a medio terminar de pequeñas invenciones. Sin embargo, ninguno de esos proyectos había llegado a buen puerto. A veces era porque no sabía cómo continuar, otras porque sentía que no eran lo suficientemente buenos, y en la mayoría de los casos, simplemente se detenía al no saber cómo dar el siguiente paso.

Un día, durante una clase de ciencias, la profesora Isabel les habló a los estudiantes sobre la importancia de la perseverancia en cualquier campo, especialmente en la ciencia y la tecnología. Isabel les contó la historia de Marie Curie, la primera mujer en ganar un Premio Nobel, y cómo su trabajo cambió el mundo. Valentina escuchaba con atención, sintiéndose inspirada, pero también agobiada por el peso de sus propias dudas.

Después de clase, mientras Valentina guardaba sus cosas en su mochila, la profesora Isabel se le acercó con una sonrisa amable.

—Valentina, ¿cómo va tu proyecto para la feria de ciencias? —preguntó la profesora, recordando que Valentina siempre se mostraba entusiasta cuando se trataba de temas científicos.

Valentina se encogió de hombros, mirando al suelo.

—Tengo muchas ideas, pero no sé cuál elegir. Todas parecen demasiado grandes para mí.

La profesora Isabel la observó en silencio por un momento antes de responder con suavidad.

—Valentina, los grandes sueños siempre parecen imposibles al principio. Pero recuerda, ningún invento, ni siquiera los más importantes de la historia, comenzaron siendo perfectos. Todos esos inventores, desde Marie Curie hasta Steve Jobs, comenzaron con un primer paso, por pequeño que fuera.

Valentina asintió, aunque no estaba completamente convencida. La profesora Isabel notó su vacilación y decidió darle un consejo más concreto.

—¿Sabes? Lo importante no es tener la idea más grandiosa o perfecta desde el principio, sino empezar. A veces, lo único que necesitas es dar un pequeño paso, uno solo, y ver a dónde te lleva.

Esa tarde, Valentina regresó a su casa pensando en lo que le había dicho su profesora. Al entrar en su cuarto, se sentó frente a su escritorio, donde sus bocetos y modelos inacabados ocupaban cada rincón. Miró el caos creativo a su alrededor, y por primera vez no se sintió abrumada. En lugar de centrarse en lo grande e inalcanzable, recordó las palabras de la profesora Isabel: “Un pequeño paso”.

Decidió elegir un proyecto sencillo, uno que había empezado semanas antes pero que había dejado de lado porque le parecía demasiado simple. Era un pequeño sistema de recolección de agua de lluvia que había pensado para las plantas de su patio. Había leído sobre la escasez de agua en algunas partes del mundo y había querido inventar algo que ayudara a aprovechar mejor este recurso.

Sacó los materiales que había dejado a medio camino: una pequeña botella de plástico, unos tubos de goma y un filtro de café que había adaptado para purificar el agua. No era algo revolucionario, pero ese no era el punto. El punto era empezar.

Valentina pasó las siguientes horas trabajando en su pequeño invento, ajustando los tubos, probando diferentes ángulos para la recolección del agua, y asegurándose de que el filtro funcionara correctamente. A medida que avanzaba, se dio cuenta de algo importante: no necesitaba tener todas las respuestas desde el principio. Cada pequeño ajuste, cada prueba fallida, la acercaba más a su meta.

Cuando finalmente terminó el primer modelo, Valentina se sintió increíblemente satisfecha. No porque hubiera creado algo perfecto, sino porque había dado ese primer paso, el que tanto había temido. Era solo el comienzo, pero lo más importante era que había comenzado.

Esa noche, durante la cena, su madre, Marta, notó que Valentina estaba de mejor ánimo.

—¿Cómo te fue hoy, Valen? Te veo con una sonrisa en la cara —dijo su madre, sirviendo las verduras en el plato de Valentina.

Valentina sonrió, mirando su plato con una mezcla de timidez y orgullo.

—Empecé mi proyecto de la feria de ciencias —respondió ella—. No es algo muy grande, pero al menos ya lo he empezado.

Su madre la miró con ternura, sabiendo cuánto le había costado a su hija superar esa barrera de miedo.

—Eso es lo más importante, hija —dijo su madre—. A veces, lo más difícil es dar el primer paso, pero una vez que lo das, el camino se vuelve más claro.

Esa noche, mientras Valentina se preparaba para dormir, no pudo evitar sentir una chispa de emoción. Había algo poderoso en empezar, en atreverse a dar un paso, aunque fuera pequeño. Y aunque sabía que su sistema de recolección de agua no iba a cambiar el mundo, había algo dentro de ella que ya había cambiado. Había aprendido que los sueños grandes no se construyen de un día para otro, sino paso a paso.

Después de varias semanas de trabajo, Valentina se sintió emocionada al acercarse a la fecha de la feria de ciencias. Había estado perfeccionando su pequeño sistema de recolección de agua de lluvia y, aunque aún tenía mucho por hacer, estaba lista para presentarlo ante sus compañeros y maestros. Su corazón latía con fuerza cada vez que pensaba en cómo iba a mostrar su proyecto.

Durante esos días, Valentina no solo se había dedicado a trabajar en su invento, sino que también había aprendido sobre la importancia de compartir sus ideas. Había decidido invitar a algunos de sus amigos a su casa para mostrarles lo que había estado haciendo. Rosa, Clara, Tomás y Julián estaban ansiosos por ver el proyecto, y eso la hizo sentir aún más emocionada. Valentina sabía que, aunque su invento no fuera el más impresionante, compartirlo con sus amigos la ayudaría a ganar confianza.

Finalmente, el día de la reunión llegó. Valentina había preparado todo con esmero. Tenía su invento en una mesa, junto con una presentación en carteles que explicaban cómo funcionaba el sistema. Cuando sus amigos llegaron, Valentina los recibió con una gran sonrisa.

—¡Hola, chicos! Estoy tan emocionada de que hayan venido. Les voy a mostrar lo que he estado haciendo para la feria de ciencias —dijo, guiándolos hacia la mesa.

Rosa, Clara, Tomás y Julián se agruparon alrededor de la mesa, observando atentamente el sistema de recolección de agua. Valentina les explicó cómo había tenido la idea, los materiales que había utilizado y cómo funcionaba el sistema en sí. Mientras hablaba, comenzó a sentirse más segura de sí misma. Era como si sus amigos la alentaran a continuar.

—Es genial, Valentina —dijo Tomás, asombrado—. Nunca pensé que algo tan simple pudiera ser tan útil. ¿Te imaginas cuánta agua podríamos ahorrar?

—Sí, y ayudar a cuidar el medio ambiente al mismo tiempo —agregó Clara—. ¡Me encanta!

Valentina sonrió, sintiéndose llena de orgullo. Era un momento especial para ella, y sus amigos la estaban apoyando incondicionalmente. Sin embargo, cuando comenzaron a hablar sobre la feria de ciencias y los proyectos de los demás, Valentina sintió que un pequeño bache se formaba en su estómago. Empezó a comparar su invento con las ideas de sus compañeros, y la inseguridad comenzó a acecharla de nuevo.

—¿Y tú qué piensas hacer, Julián? —preguntó Rosa, tratando de desviar la atención.

Julián, que siempre tenía una idea brillante, sonrió y dijo:

—Estoy trabajando en un modelo de energía solar. He construido un pequeño panel que puede cargar baterías. ¡Es mucho más complicado que lo que tú has hecho, Valentina!

Las palabras de Julián cayeron como una sombra sobre Valentina. Se dio cuenta de que su invento era mucho más sencillo en comparación con lo que Julián había creado. La duda comenzó a sembrar inseguridad en su mente. A pesar de que sus amigos la estaban animando, se sentía como si no fuera lo suficientemente buena.

Sin embargo, Valentina sabía que no podía dejar que esos pensamientos la dominaran. Recordó lo que la profesora Isabel le había dicho sobre dar un paso y no desanimarse por las comparaciones. Entonces decidió que, en lugar de dejar que la inseguridad la detuviera, utilizaría el apoyo de sus amigos para seguir adelante.

—Gracias por venir, chicos —dijo Valentina, tratando de mantener una actitud positiva—. Estoy muy emocionada por la feria de ciencias. Solo quiero hacer lo mejor que pueda y aprender en el proceso.

Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Valentina no pudo evitar reflexionar sobre sus sentimientos. Había aprendido a dar el primer paso y a trabajar en su proyecto, pero todavía había un largo camino por recorrer. Aun así, se sentía emocionada por el futuro. En lugar de rendirse, decidió que seguiría adelante y haría su mejor esfuerzo para la feria.

Los días pasaron rápidamente y, al fin, llegó el día de la feria de ciencias. Valentina se despertó temprano, con mariposas en el estómago. A medida que se preparaba, pensó en todo el trabajo que había hecho y en la valentía que había demostrado para llegar hasta allí. Se vistió con su camiseta favorita, la que decía “Soy una inventora en acción”, y se miró al espejo con determinación.

Cuando llegó a la escuela, el ambiente estaba lleno de emoción. Los pasillos estaban decorados con carteles coloridos, y los estudiantes estaban ansiosos por ver los proyectos de sus compañeros. Valentina se sintió abrumada por la cantidad de ideas creativas que la rodeaban, pero también sintió que estaba lista para mostrar lo que había hecho.

A medida que se acercaba su turno, Valentina se puso un poco nerviosa. Había preparado un discurso breve para explicar su invento, pero no podía evitar pensar en cómo se sentiría al presentarlo. Sin embargo, recordando el apoyo de sus amigos y las palabras de la profesora Isabel, se dijo a sí misma que no debía preocuparse por lo que pensaran los demás.

Cuando llegó el momento de su presentación, Valentina respiró hondo y se acercó a la mesa, donde su sistema de recolección de agua de lluvia estaba expuesto. Observó a sus compañeros y maestros reunidos, todos esperándola con atención. Con un poco de nervios, comenzó a hablar.

—Hola a todos, mi nombre es Valentina, y hoy les quiero presentar mi proyecto sobre el sistema de recolección de agua de lluvia. Este invento es una forma sencilla de ayudar a cuidar el medio ambiente, y me gustaría explicarles cómo funciona.

A medida que hablaba, Valentina se sentía más segura. Comenzó a compartir su pasión por el agua y la importancia de conservarla. Mostró cómo el sistema recolectaba el agua de la lluvia y la filtraba, y explicó cómo podría ayudar a las plantas en el jardín de su casa.

Para su sorpresa, al finalizar su presentación, recibió una ronda de aplausos. Sus amigos se mostraron entusiastas, y eso le dio aún más confianza. Valentina se dio cuenta de que, a pesar de sus dudas iniciales, había logrado presentar algo que realmente le apasionaba.

Después de todas las presentaciones, Valentina se sintió satisfecha, sin importar el resultado. Había dado su primer paso, y eso significaba más para ella que cualquier premio o reconocimiento. En su corazón, sabía que había comenzado a construir un camino hacia sus sueños, uno que se construiría paso a paso.

Después de la feria de ciencias, Valentina regresó a casa con el corazón lleno de emoción y orgullo. Había superado sus miedos y había presentado su proyecto, lo cual, para ella, era una victoria en sí misma. Su madre la recibió con una sonrisa en la puerta.

—¡Valen! ¡Qué alegría verte! ¿Cómo te fue en la feria? —preguntó Marta, ansiosa por escuchar todos los detalles.

Valentina sonrió de oreja a oreja.

—Fue increíble, mamá. Presenté mi sistema de recolección de agua, y a todos les gustó. Incluso me dieron aplausos al final —respondió, sintiendo que su corazón se hinchaba de felicidad.

—Eso es maravilloso, cariño. Estoy muy orgullosa de ti —dijo su madre, abrazándola con ternura—. Recuerda que lo más importante es que diste ese primer paso.

Valentina asintió, reconociendo que su madre tenía razón. Había aprendido que no se trataba solo de ganar premios o reconocimiento, sino de atreverse a intentarlo. Durante la cena, su familia celebró el éxito de Valentina, y ella compartió todo lo que había experimentado en la feria. Las palabras de aliento y orgullo de su familia la hicieron sentir aún más fuerte y decidida.

Los días pasaron y, poco a poco, el proyecto de Valentina comenzó a tener un impacto real. Decidió llevar su sistema de recolección de agua a su escuela, donde comenzó a hablar con otros estudiantes sobre la importancia de cuidar el medio ambiente. Con la ayuda de sus amigos, crearon una campaña para fomentar el uso de su invento y sensibilizar a sus compañeros sobre la escasez de agua en el mundo.

Valentina y su grupo de amigos organizaron una reunión en el patio de la escuela, donde explicaron cómo funcionaba el sistema y cómo podrían usarlo en sus hogares. Muchos de sus compañeros se mostraron interesados, y algunos incluso se ofrecieron para ayudar a construir más sistemas de recolección de agua.

Un día, mientras trabajaban en una demostración en el patio, se acercó la profesora Isabel. La maestra había estado siguiendo de cerca el proyecto de Valentina y se sintió orgullosa al ver cómo había evolucionado.

—Valentina, me alegra ver que no solo presentaste tu invento, sino que también has tomado la iniciativa de compartirlo con otros. Eso es un gran paso —dijo Isabel, sonriendo—. ¿Cómo te sientes al respecto?

Valentina se sintió un poco nerviosa pero también emocionada.

—Es genial, profesora. Al principio tenía miedo de que no fuera lo suficientemente bueno, pero ahora veo que puedo ayudar a otros. Esto es solo el comienzo —respondió, sintiendo que cada palabra que decía era un reflejo de su crecimiento.

A medida que pasaban las semanas, el entusiasmo por su proyecto creció. Valentina y sus amigos comenzaron a recibir atención de otros profesores y estudiantes, quienes querían aprender sobre el sistema y cómo podían implementarlo en sus propios hogares. Esto le dio a Valentina la confianza que necesitaba para seguir adelante.

Una mañana, después de un mes de trabajo en el proyecto, la escuela decidió organizar un evento especial para premiar a los estudiantes que habían hecho contribuciones significativas al cuidado del medio ambiente. Valentina fue invitada a presentar su sistema de recolección de agua nuevamente, pero esta vez ante un público más amplio, incluidos padres y miembros de la comunidad.

El día del evento, Valentina se sintió nerviosa, pero al mismo tiempo emocionada. Mientras se preparaba, pensó en todo lo que había logrado hasta ahora y en el camino que había recorrido. A medida que subía al escenario, recordó las palabras de la profesora Isabel y cómo había aprendido a no compararse con los demás, sino a valorar su propio esfuerzo.

—Hola a todos, soy Valentina, y hoy quiero compartir con ustedes mi proyecto sobre el sistema de recolección de agua de lluvia —comenzó. Con cada palabra, sentía que su confianza aumentaba.

Mientras presentaba su sistema, explicó no solo cómo funcionaba, sino también por qué era importante cuidar el agua. Habló sobre la escasez que enfrentan muchas comunidades y cómo cada pequeño esfuerzo puede marcar la diferencia.

Al finalizar su presentación, el auditorio estalló en aplausos. Valentina se sintió llena de alegría. No solo había logrado presentar su proyecto nuevamente, sino que también había logrado inspirar a otros a cuidar el medio ambiente. Sus amigos la miraban con admiración, y eso la llenó de satisfacción.

Después del evento, la escuela decidió implementar una campaña para ayudar a las familias a construir sus propios sistemas de recolección de agua. Valentina se convirtió en una líder en este esfuerzo, guiando a otros estudiantes en la construcción de sus sistemas y organizando talleres para enseñarles sobre la conservación del agua. Fue un momento de gran orgullo para ella, ya que había pasado de ser una niña que dudaba de sí misma a ser una joven líder en su comunidad.

Un día, mientras Valentina estaba trabajando en uno de los talleres, Rosa se le acercó y le dijo:

—Valen, no puedo creer lo lejos que has llegado. Todo comenzó con un pequeño paso, ¿verdad?

Valentina sonrió, dándose cuenta de que había recorrido un largo camino. Sus sueños no solo eran posibles, sino que estaban tomando forma gracias a su perseverancia y esfuerzo. Y lo mejor de todo era que ahora estaba inspirando a otros a hacer lo mismo.

Cuando finalmente se celebró la inauguración oficial de la campaña de recolección de agua, Valentina se sintió emocionada. El evento fue un éxito, y su comunidad se unió para hacer una diferencia. Las familias comenzaron a instalar sistemas de recolección de agua en sus hogares, y Valentina se convirtió en un símbolo de cambio y esperanza para todos.

En ese momento, Valentina entendió que los sueños grandes realmente comienzan con pasos pequeños. Había aprendido a no tener miedo de perseguir sus pasiones y a compartir sus ideas con el mundo. Y aunque sabía que había muchos más sueños por alcanzar, estaba lista para enfrentarlos, un paso a la vez.

Al mirar hacia el futuro, Valentina no podía esperar para ver qué más podría lograr. La niña que una vez dudó de su capacidad había encontrado su voz y su propósito. Estaba lista para soñar en grande y seguir construyendo un mundo mejor, comenzando siempre con un pequeño paso.

moraleja Los sueños grandes comienzan con pasos pequeños.

Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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