En una pequeña ciudad llamada Armonía, donde el cielo siempre parecía más azul y las calles estaban adornadas con flores de todos los colores, se organizaba cada año un evento muy especial: “El Gran Concurso de Respeto”. Este concurso era un espacio donde niños y adultos competían, pero no por quien corría más rápido o respondía más preguntas, sino por quien demostraba más respeto a los demás.
Este año, el concurso había causado un revuelo especial, pues debido a la creciente popularidad de las redes sociales y los debates en línea, las autoridades de Armonía querían enviar un mensaje claro: el respeto no solo se muestra en persona, sino también en el mundo virtual. Muchos en la ciudad estaban emocionados de ver cómo la juventud de hoy, siempre conectada a sus teléfonos y tablets, tomaría el desafío de mostrar respeto tanto en la vida diaria como en el entorno digital.
Uno de los participantes más entusiastas era Leo, un niño de 11 años con una curiosidad insaciable. Leo siempre estaba buscando nuevas formas de aprender y conectar con sus amigos, y aunque era muy querido por sus compañeros, tenía un pequeño problema: a veces decía cosas sin pensar. En línea, donde sentía que nadie lo veía realmente, solía escribir comentarios algo sarcásticos y, en ocasiones, hirientes, sin darse cuenta del impacto que sus palabras podían tener en los demás.
—Este año voy a ganar —dijo Leo con confianza a su mejor amiga, Sofía, mientras caminaban juntos hacia la escuela.
Sofía, una niña tranquila y reflexiva, sonrió pero no estaba tan segura.
—Recuerda, Leo, el respeto no es solo decir “por favor” y “gracias” —le advirtió ella—. Es mucho más que eso. Es cómo tratas a los demás, incluso cuando nadie te está mirando.
Leo puso los ojos en blanco.
—Lo sé, Sofía. Pero esto es fácil. Solo tengo que portarme bien durante el concurso, ¿no?
Sofía suspiró, pero no dijo nada. Sabía que Leo tenía un buen corazón, pero que a veces no entendía que las acciones hablan más fuerte que las palabras.
El día del concurso llegó y la plaza principal de Armonía estaba repleta de gente. El alcalde, el señor García, se subió al escenario con un gran micrófono en la mano y una sonrisa cálida.
—¡Bienvenidos al Gran Concurso de Respeto de este año! —dijo, con su voz retumbando por todo el lugar—. Este año, queremos recordar a todos que el respeto se gana, no solo con palabras bonitas, sino con el ejemplo que damos todos los días. ¡Así que demuestren lo que saben, tanto en persona como en el mundo digital!
Leo observaba con emoción desde la multitud, listo para demostrar lo que podía hacer. Se había preparado para ser amable, escuchar a los demás y ayudar en lo que pudiera. Sin embargo, no estaba tan seguro de cómo encajaba eso con el mundo de las redes sociales.
—Primera prueba —anunció el alcalde—: Traten a todos con respeto en las actividades de hoy. Ayuden a quien lo necesite, escuchen a los demás, y sean corteses con todos.
La plaza se llenó de actividad, con niños y adultos ayudándose entre ellos, recogiendo papeles, compartiendo sonrisas y dando las gracias. Leo estaba en su elemento, ayudando a una anciana a cruzar la calle y asegurándose de que todos en su grupo se sintieran valorados. Todo parecía ir bien… hasta que se encontró con Rubén.
Rubén, un chico de su edad, era conocido por ser algo presumido y le encantaba llevar la contraria. Al verlo, Leo sintió una oleada de irritación. Siempre discutían en línea, y Rubén era el tipo de persona que dejaba comentarios desagradables solo para molestar.
—¿Qué tal, Leo? ¿Ya ayudaste a salvar el mundo hoy? —dijo Rubén en tono burlón.
Leo apretó los dientes, pero recordó que estaba en una competencia de respeto. Decidió ignorar la provocación y simplemente sonrió.
—Estamos todos aquí para hacer lo mejor posible, ¿no? —respondió, intentando mantener la calma.
Pero Rubén no se detuvo ahí.
—Vaya, parece que alguien está muy nervioso. Apuesto a que solo finges ser respetuoso para ganar. En realidad, todos sabemos cómo eres en las redes sociales —dijo, alzando la voz lo suficiente para que otros chicos escucharan.
Leo sintió que su cara se calentaba. Sabía exactamente a qué se refería Rubén: a los comentarios sarcásticos y bromas que había hecho en el pasado. Aunque no los consideraba tan serios, empezaba a darse cuenta de que no todos lo veían igual.
Sofía, que estaba cerca, se acercó a Leo antes de que pudiera responder. Con una mano en su hombro, lo miró con firmeza.
—Recuerda, Leo. El respeto se gana con el ejemplo, no con las palabras —susurró ella.
Leo respiró hondo, controlando las ganas de responder de mala manera. Sabía que tenía que pensar bien en lo que haría a continuación.
El concurso avanzaba y la tensión entre Leo y Rubén no hacía más que aumentar. Rubén, siempre al acecho, aprovechaba cada oportunidad para lanzar una indirecta o hacer un comentario burlón. Sin embargo, Leo hacía todo lo posible por mantener la calma, recordando las palabras de Sofía y el consejo del alcalde: “El respeto se gana con el ejemplo”. No era fácil, especialmente cuando Rubén parecía disfrutar haciéndolo quedar mal frente a los demás.
Durante una de las pruebas del concurso, los participantes debían colaborar en un proyecto comunitario. Leo fue asignado a un equipo que debía pintar un mural en una de las paredes de la plaza central. La temática del mural era clara: representar cómo el respeto y la unión podían hacer del mundo un lugar mejor. Mientras trabajaba en el mural, Leo se sentía inspirado. Pintaba con esmero, concentrado en plasmar su idea de cómo las personas podían apoyarse unas a otras. El mural empezaba a tomar forma, con colores vivos y figuras de personas colaborando, sonriendo y ayudándose mutuamente.
Rubén, que estaba en el mismo equipo, no dejaba de hacer comentarios sarcásticos.
—Vaya, Leo, ¿de verdad crees que con una pintura se va a cambiar el mundo? —dijo con una sonrisa burlona mientras pintaba perezosamente una pequeña esquina del mural.
Leo lo ignoró, decidido a no caer en su juego. Sin embargo, sus manos temblaban un poco mientras seguía pintando. Rubén no se detenía.
—Tú y tus grandes ideas —continuó Rubén—. Pero todos sabemos cómo eres en realidad. ¿Te acuerdas de lo que dijiste en ese chat la semana pasada? Ah, sí, lo vi. ¿Y qué tal lo que publicaste sobre…?
Leo sintió que su corazón latía más rápido. Sí, Rubén tenía razón. Había hecho algunos comentarios en línea que ahora le avergonzaban. Nunca había pensado mucho en ellos porque eran solo bromas, o eso se decía a sí mismo. Pero, de repente, en medio de ese concurso donde el respeto era lo más importante, esas bromas parecían mucho más pesadas.
—Lo que importa es lo que hacemos ahora —murmuró Leo, más para sí mismo que para Rubén.
Pero el daño ya estaba hecho. Algunos de los otros chicos que escuchaban comenzaron a susurrar entre ellos, recordando las publicaciones y los comentarios que Leo había hecho en el pasado. Sofía, que estaba pintando una parte del mural cerca de Leo, lo miró con preocupación.
—Leo, ¿estás bien? —le preguntó en voz baja.
Leo apretó el pincel con fuerza, sintiéndose atrapado. Sabía que debía mantener la calma, pero las palabras de Rubén lo habían golpeado justo donde más le dolía. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de decir algo que probablemente lamentaría, el alcalde se acercó a ver cómo avanzaba el mural.
—¡Qué bien están trabajando aquí! —exclamó con entusiasmo—. Este mural realmente refleja la esencia del concurso.
Leo sonrió débilmente, aunque su mente seguía llena de pensamientos confusos. El alcalde se acercó a Leo y Rubén, observando cómo colaboraban.
—Recuerden, jóvenes —dijo el alcalde, sin saber nada de lo que había pasado minutos antes—, el respeto no solo es lo que mostramos hacia los demás, sino también cómo nos tratamos a nosotros mismos. A veces, reconocer nuestros propios errores y corregirlos es la mayor muestra de respeto que podemos dar.
Esas palabras se quedaron en la mente de Leo. Mientras el alcalde se alejaba, sintió una punzada en el estómago. Había intentado ignorar sus errores pasados, pero tal vez no bastaba con actuar bien en el presente. Tenía que enmendar lo que había hecho mal.
Al día siguiente, mientras el concurso continuaba, se anunció una nueva prueba. Esta vez, se trataba de moderar un debate en línea. A cada grupo de participantes se les asignaba un tema y debían mantener una conversación respetuosa en una plataforma pública, donde todos los ciudadanos de Armonía podían ver lo que decían. El desafío no era solo expresar sus opiniones, sino también escuchar las de los demás y responder con empatía, sin ofender a nadie.
Leo fue designado como uno de los moderadores del debate de su grupo. Estaba nervioso. Sabía que, aunque había cambiado su comportamiento en persona, el mundo digital era un espacio donde había cometido muchos errores en el pasado. Esta era su oportunidad de demostrar que había aprendido.
El debate comenzó. El tema del día era la importancia de la educación emocional en las escuelas, algo que apasionaba a muchos de los chicos. Los comentarios empezaron a llegar rápidamente. Algunos eran positivos, otros más críticos, pero todo se mantuvo en un tono respetuoso… al principio.
De repente, Rubén apareció en el chat. Inició un comentario agresivo, criticando las ideas de uno de los chicos del grupo. Sus palabras eran directas y cortantes, y Leo notó cómo el ambiente del debate empezaba a tensarse. Era justo como en sus antiguas peleas en línea.
Leo respiró hondo. Esta era su oportunidad. No podía permitir que todo el esfuerzo del día se desmoronara por una discusión en línea. Con cuidado, escribió una respuesta moderada, intentando desactivar la situación.
—Recuerda, Rubén, estamos aquí para escuchar y aprender de los demás. Todos tenemos derecho a expresar nuestras ideas, pero lo importante es hacerlo de manera respetuosa. A veces, incluso si no estamos de acuerdo, podemos encontrar puntos en común si escuchamos con atención.
Hubo un silencio en el chat. Los demás chicos miraban a Leo, esperando su próxima acción. Rubén, sorprendido por la respuesta calmada, no supo qué decir de inmediato.
Finalmente, Rubén escribió:
—Supongo que tienes razón.
El ambiente del debate cambió de inmediato. Leo sintió un peso levantarse de sus hombros. Al enfrentarse a Rubén con respeto, había logrado algo más que ganar una discusión. Había dado un ejemplo.
El día final del “Gran Concurso de Respeto” había llegado, y el ambiente en la plaza central de Armonía estaba lleno de expectativas. Los organizadores del evento habían anunciado que, además de las pruebas anteriores, habría una ceremonia especial donde se premiarían a aquellos que no solo hubieran demostrado respeto, sino que lo hubieran hecho de manera consistente a lo largo de todas las pruebas, tanto en la vida real como en el mundo digital.
Leo, sentado junto a Sofía en las primeras filas, no dejaba de pensar en lo que había pasado el día anterior durante el debate en línea. Aunque se sentía orgulloso de haber gestionado la situación con Rubén de forma respetuosa, una parte de él seguía preguntándose si realmente había hecho suficiente para demostrar que había cambiado. El respeto, como le habían enseñado, no era algo que se pudiera fingir durante unos días. Era algo que debía vivir todos los días.
—Hoy es el gran día —dijo Sofía, rompiendo el silencio.
Leo asintió, pero no dijo nada. Aún tenía un pequeño nudo en el estómago. Sabía que, aunque había hecho su mejor esfuerzo, el respeto no era algo que simplemente se pudiera ganar con una sola acción. Había aprendido una valiosa lección en los últimos días, pero también sabía que no podía cambiar su pasado tan fácilmente. Su comportamiento en las redes sociales y sus comentarios sarcásticos aún estaban en la mente de muchos.
Rubén se acercó a ellos en ese momento. Durante toda la semana, había estado más callado de lo normal. Aunque seguía con su actitud desafiante, Leo había notado un pequeño cambio en él después del debate. Rubén ya no lanzaba las mismas provocaciones, y su comportamiento en las pruebas finales había sido más comedido.
—Oye, Leo —dijo Rubén, mirando al suelo—. Lo que pasó ayer… bueno, quería decirte que estuviste bien. Me hiciste pensar.
Leo lo miró sorprendido. No esperaba una disculpa, pero las palabras de Rubén lo tomaron desprevenido.
—Gracias —dijo Leo con una sonrisa—. Yo también aprendí algo.
Rubén asintió y se alejó, sin decir nada más. Fue un gesto pequeño, pero para Leo significaba mucho. Tal vez Rubén había empezado a entender, al igual que él, que el respeto no era solo cuestión de ganar un concurso, sino de construir una relación más fuerte con los demás.
La ceremonia comenzó poco después. El alcalde García subió al escenario con un sobre en la mano y una gran sonrisa en su rostro.
—Este año, el “Gran Concurso de Respeto” ha sido más desafiante que nunca —comenzó diciendo—. Nos hemos enfrentado a nuevos retos, especialmente en el mundo digital, donde a veces las palabras pueden herir más que los actos. Sin embargo, muchos de ustedes han demostrado que el respeto es algo que trasciende las pantallas y se refleja en cada acción, ya sea en persona o en línea.
Leo sentía su corazón acelerarse. Miraba a su alrededor, viendo a sus compañeros, y se preguntaba quién sería el ganador. Tal vez no sería él, pensó. Después de todo, el respeto no se ganaba de la noche a la mañana. Había cometido errores, y aunque había hecho todo lo posible por corregirlos, sabía que algunos de esos errores aún pesaban.
—Este año —continuó el alcalde—, hemos visto ejemplos maravillosos de respeto. Pero lo más importante, hemos visto cómo algunos de nuestros jóvenes han aprendido a reconocer sus errores y a trabajar para corregirlos, lo que es una de las mayores muestras de respeto hacia los demás. Y, por eso, nos enorgullece anunciar que el ganador de este año es… ¡Leo!
Leo no pudo evitar quedarse atónito. Sintió que todas las miradas se posaban sobre él, y un calor subió por su rostro. ¿Él? ¿Cómo podía ser él el ganador? Apenas podía moverse mientras Sofía le daba un codazo suave para que se levantara.
—¡Vamos! ¡Te lo mereces! —le susurró ella con una sonrisa.
Aturdido, Leo se levantó y caminó hacia el escenario mientras la multitud aplaudía. Cuando llegó al lado del alcalde, aún no podía creerlo.
—Leo, has demostrado algo muy importante en este concurso —dijo el alcalde, ofreciéndole una medalla dorada—. No solo has tratado de ser respetuoso con los demás, sino que también has mostrado que el verdadero respeto comienza por reconocer nuestros propios errores y corregirlos. Has dado un gran ejemplo, no solo con tus palabras, sino también con tus acciones.
Leo tomó la medalla, sintiendo el peso de lo que significaba. Mientras el alcalde continuaba con la ceremonia, él miraba la medalla en su mano, reflexionando sobre todo lo que había pasado en esos días. Había aprendido algo que iba mucho más allá de un concurso. El respeto no era solo cuestión de decir las palabras correctas o comportarse bien durante unos días. Era algo que se construía con el tiempo, con cada pequeña acción y con cada oportunidad de corregir un error.
Después de la ceremonia, Sofía y Rubén se acercaron a él. Rubén, un poco incómodo, fue el primero en hablar.
—Oye, Leo… bueno, ya sabes, eso de ayer… quería decir que… gracias por no seguir el juego. He estado pensando en eso y, bueno, me he dado cuenta de que no estaba siendo justo.
Leo sonrió, sintiéndose más tranquilo.
—No pasa nada, Rubén. Todos cometemos errores, yo también he cometido muchos. Lo importante es lo que hacemos después, ¿no?
Rubén asintió y, por primera vez en mucho tiempo, ambos intercambiaron una sonrisa sincera.
Sofía, siempre observadora, los miró a ambos con una sonrisa de satisfacción.
—Parece que ambos aprendieron algo —dijo, cruzando los brazos—. El respeto, como dicen, se gana con el ejemplo.
Los tres amigos se alejaron juntos, dejando atrás el concurso, pero llevando consigo una lección mucho más importante. Habían aprendido que el respeto no era una competencia, sino un compromiso diario con uno mismo y con los demás. Y mientras caminaban por las calles de Armonía, Leo comprendió que, aunque había ganado una medalla, el verdadero premio era saber que había comenzado a ser la clase de persona que quería ser: alguien que, con cada paso, ganaba el respeto de los demás con sus acciones, no solo con sus palabras.
moraleja El respeto se gana siendo respetuoso.
Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.
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