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Mateo siempre había sido un niño lleno de energía. Su mente era un torbellino de ideas y proyectos, siempre inventando algo nuevo o explorando algún rincón del campo donde vivía. Vivía con su abuela Carmen en una pequeña casa rodeada de campos de cultivo, en las afueras de un pueblo que se dedicaba, en su mayoría, a la agricultura. Mientras que muchos de los niños en el pueblo no mostraban mucho interés por lo que ocurría en el campo, Mateo sentía una profunda conexión con la tierra y el trabajo que ella demandaba.

—Abuela, ¿por qué los tomates tardan tanto en crecer? —preguntaba Mateo, mientras observaba el pequeño huerto detrás de su casa.

Carmen, quien había pasado toda su vida trabajando en esos mismos campos, lo miraba con una sonrisa tierna, consciente de que su nieto todavía no comprendía la paciencia que la tierra exigía.

—Mateo, las cosas buenas toman tiempo —le respondió, arrodillándose junto a él para arrancar algunas malas hierbas del huerto—. Si quieres cosechar algo bueno, debes trabajar duro y, sobre todo, ser previsor. No todo sale como esperamos, pero siempre podemos prepararnos para lo que venga.

Mateo frunció el ceño, aún sin entender del todo las palabras de su abuela. Él solo quería ver los tomates rojos y jugosos, y no entendía por qué el proceso debía ser tan largo. Pero la vida en el campo no era fácil, y aunque él admiraba el trabajo de su abuela y de los demás agricultores del pueblo, su impaciencia a veces lo frustraba.

El pequeño huerto de la abuela era su lugar favorito para jugar y aprender. Durante las tardes, después de la escuela, Mateo la ayudaba a regar las plantas, recoger las hortalizas maduras y plantar nuevas semillas. No siempre entendía el por qué de cada tarea, pero seguía las instrucciones de su abuela con entusiasmo. Sin embargo, había algo que le preocupaba. A veces escuchaba las conversaciones de los adultos en el pueblo, quienes hablaban con temor sobre los cambios en el clima, las sequías prolongadas y cómo estos problemas afectaban las cosechas.

Una tarde, mientras caminaba con su amigo Tomás por los alrededores del pueblo, Mateo le confesó sus inquietudes.

—Tomás, ¿tú crees que algún día no habrá más cosechas? —preguntó, pateando una pequeña piedra del camino.

Tomás, que también vivía en una familia de agricultores, se encogió de hombros. Era un niño despreocupado, siempre listo para correr o jugar, sin pensar mucho en el futuro.

—Mi papá dice que las cosas siempre se arreglan. Que no hay que preocuparse tanto —respondió—. Además, siempre hay algo que podemos hacer. Si un cultivo no funciona, plantamos otro.

Las palabras de Tomás tranquilizaron a Mateo momentáneamente, pero su inquietud permanecía. Sabía que, aunque podían cambiar de cultivos, había problemas más grandes que eso. Su abuela siempre le decía que la tierra era sabia, pero también frágil. Si no se cuidaba con responsabilidad, podría dejar de dar los frutos que tanto necesitaban.

Unos días después, la directora de la escuela, la señora Rosario, entró al salón con una noticia que captó la atención de todos los estudiantes. Había un concurso de proyectos escolares, y el tema principal era “La agricultura del futuro”. Los alumnos debían pensar en soluciones innovadoras para los problemas agrícolas que enfrentaban las comunidades rurales, especialmente los relacionados con el cambio climático.

Mateo sintió una chispa de emoción. Finalmente, tenía la oportunidad de hacer algo al respecto. Su mente empezó a trabajar al instante. Si él pudiera pensar en una solución, no solo ayudaría a su abuela, sino a todo el pueblo. Pero también sabía que no sería fácil. Tendría que investigar, trabajar duro y, sobre todo, planificar con previsión, como siempre le decía la abuela Carmen.

Durante los días siguientes, Mateo pasó horas en la biblioteca de la escuela, leyendo libros sobre diferentes técnicas agrícolas, métodos de riego y sistemas de cultivo sostenible. A veces, se quedaba después de clases para hablar con la directora Rosario, quien lo guiaba en su investigación y le daba sugerencias sobre cómo mejorar su proyecto. Tomás, por otro lado, no estaba tan interesado en participar en el concurso, pero seguía apoyando a su amigo.

—Mateo, creo que te estás complicando demasiado —le dijo Tomás un día mientras jugaban fútbol en el recreo—. Solo es un concurso. No tienes que cambiar el mundo.

—Pero Tomás, si nadie intenta cambiar las cosas, entonces todo seguirá igual o peor —respondió Mateo, sin dejar de darle vueltas a sus ideas.

La abuela Carmen también notaba el entusiasmo de su nieto, y aunque lo veía cada vez más absorto en sus investigaciones, estaba orgullosa de su dedicación.

—Recuerda, Mateo, la clave no solo está en trabajar duro, sino en estar preparado para los tiempos difíciles —le dijo una tarde mientras recogían juntos zanahorias del huerto—. La tierra no siempre será generosa, y es ahí cuando más debemos cuidarla.

Las palabras de su abuela resonaron en su mente durante los siguientes días. Mateo sabía que su proyecto tenía que ir más allá de una solución temporal. Necesitaba algo que pudiera ayudar al pueblo a largo plazo, algo que los preparara para los desafíos del futuro. Pero, ¿qué?

Fue entonces cuando recordó algo que había leído en uno de los libros de la biblioteca: los sistemas de captación de agua de lluvia. En tiempos de sequía, el agua era el recurso más valioso, y si lograban recolectarla cuando había lluvias abundantes, podrían almacenarla para los meses más secos. Mateo empezó a imaginar un sistema de almacenamiento que cada familia del pueblo pudiera construir en sus propios terrenos, sin necesidad de grandes recursos.

Emocionado, corrió a casa y se lo contó a su abuela.

—Abuela, ¿y si todos en el pueblo pudieran recolectar agua de lluvia para usarla cuando no hay suficiente? Así no dependeríamos tanto de las lluvias —dijo, con los ojos brillantes de entusiasmo.

Carmen lo miró, impresionada por la madurez de su idea.

—Es una idea brillante, Mateo. Pero no olvides que llevarla a cabo requerirá esfuerzo, paciencia y mucha previsión.

Mateo asintió. Sabía que estaba en el camino correcto, pero también que el trabajo apenas comenzaba.

Mateo estaba más decidido que nunca a llevar adelante su idea sobre el sistema de captación de agua de lluvia. No solo lo veía como una solución para las sequías, sino como una forma de asegurar el futuro del pueblo. Sabía que, si lograban almacenar suficiente agua, podrían mantener sus cultivos saludables incluso en los años más difíciles.

Lo primero que hizo fue presentar su idea a la directora Rosario, quien estaba muy interesada en los avances de su investigación.

—Directora, si todos en el pueblo pudieran instalar un sistema de captación de agua de lluvia en sus casas, podríamos enfrentar mejor las sequías —explicó Mateo, mientras desplegaba un dibujo que había hecho del sistema que había leído en la biblioteca—. Es simple: se recogen las aguas de los tejados cuando llueve y se almacenan en tanques que se pueden usar durante los meses secos.

La directora lo escuchó con atención, asintiendo lentamente mientras examinaba el dibujo.

—Es una idea muy buena, Mateo. Sin embargo, debes pensar en los desafíos. No todas las familias tendrán los recursos para comprar grandes tanques de almacenamiento. Tal vez deberías investigar formas de hacerlo más accesible para todos —sugirió.

Esas palabras hicieron eco en la mente de Mateo. Se dio cuenta de que su idea tenía potencial, pero necesitaba ajustarla para que fuera práctica para todos, no solo para aquellos con recursos. En su siguiente paso, decidió acudir al viejo Don Gerardo, el agricultor más experimentado del pueblo, conocido por siempre encontrar soluciones ingeniosas.

Mateo se dirigió a la granja de Don Gerardo después de la escuela. El hombre, a pesar de su avanzada edad, seguía trabajando en los campos con la misma dedicación de siempre. Cuando Mateo le explicó su idea, Don Gerardo lo escuchó pacientemente.

—Lo que propones es una solución inteligente, muchacho —dijo el anciano, mientras observaba las nubes que se arremolinaban en el horizonte—. Pero tienes razón en preocuparte por los costos. Los tanques grandes son caros, y no todos en el pueblo pueden permitirse uno. Pero, ¿has pensado en usar los recursos que ya tenemos?

Mateo frunció el ceño, pensando en lo que Don Gerardo había dicho.

—¿Recursos que ya tenemos? —preguntó, intrigado.

Don Gerardo lo llevó hasta su granero, donde le mostró unas viejas barricas de madera y algunos bidones de plástico que había reciclado de su trabajo en la granja.

—Mira, estas barricas y bidones ya no los uso. Hace años los usábamos para almacenar agua o alimento para los animales. Con un poco de trabajo, podrías adaptarlos para tu idea. Tal vez puedas convencer a otras familias de usar materiales reciclados. No costará tanto y será más accesible para todos.

La sugerencia de Don Gerardo fue un nuevo impulso para Mateo. Si lograba reutilizar esos viejos recipientes, no solo sería una solución más económica, sino también una forma de reciclar. Agradeció al viejo agricultor y regresó a casa con una nueva motivación. Sabía que aún tenía mucho trabajo por delante, pero cada paso lo acercaba más a su objetivo.

El siguiente desafío fue reunir a las familias del pueblo para explicarles su proyecto. Mateo sabía que necesitaba el apoyo de todos para que su plan funcionara. Junto con su abuela, organizó una reunión en la plaza central del pueblo. Colocaron sillas bajo la sombra de los árboles y prepararon una presentación sencilla pero clara. La abuela Carmen le había ayudado a hacer unos gráficos sobre cómo funcionaría el sistema, y Mateo estaba listo para explicar los detalles.

Cuando la tarde llegó, los vecinos comenzaron a congregarse. Al principio, algunos se mostraban curiosos, mientras otros parecían un poco escépticos. Después de todo, era solo un niño el que lideraba esta iniciativa. Pero la abuela Carmen se encargó de disipar algunas dudas antes de que Mateo comenzara.

—He visto a Mateo trabajar duro en este proyecto. No es solo una idea, es algo que puede ayudarnos a todos —dijo con firmeza—. Les pido que lo escuchen con atención.

Mateo respiró hondo y comenzó su presentación. Explicó cómo el cambio climático había afectado las lluvias en la región, provocando más sequías cada año. Mostró sus dibujos del sistema de captación de agua, y luego explicó la idea de reutilizar barricas y bidones antiguos para hacer que el proyecto fuera accesible para todos. Mientras hablaba, podía ver cómo algunos rostros comenzaban a mostrar interés.

—Si cada familia puede recoger el agua de lluvia durante las temporadas de lluvias, tendremos suficiente para regar nuestros cultivos cuando la sequía llegue —explicó—. No necesitamos grandes tanques caros. Podemos reutilizar lo que ya tenemos, y con un poco de trabajo, todos en el pueblo podemos construir este sistema.

Al terminar su presentación, Mateo se sentía nervioso. No sabía si había logrado convencer a los adultos. Pero para su sorpresa, el primero en alzar la mano fue Don Gerardo.

—El muchacho tiene razón —dijo con su voz grave pero firme—. He vivido aquí toda mi vida, y les digo que nunca es mala idea estar preparados para lo que venga. Si no pensamos en el futuro, no tendremos futuro. Yo estaré encantado de donar algunas barricas que ya no uso para ayudar.

Las palabras de Don Gerardo parecieron tener un efecto en los demás. Poco a poco, otros vecinos comenzaron a mostrar su apoyo. Algunas familias ofrecieron bidones y otros recipientes, mientras que algunas personas con habilidades para la construcción se ofrecieron a ayudar a instalar los sistemas de captación en los hogares.

La abuela Carmen, viendo la respuesta positiva del pueblo, sonrió orgullosa. Sabía que Mateo había logrado algo importante. Pero también sabía que el verdadero trabajo apenas estaba comenzando.

Durante las semanas siguientes, el pueblo entero se sumó al proyecto. Mateo trabajaba después de la escuela, junto a su abuela y algunos de sus amigos, instalando los sistemas de captación en las casas del pueblo. Era un trabajo duro, pero cada vez que completaban una instalación, Mateo sentía una inmensa satisfacción. Sabía que estaban haciendo algo que no solo beneficiaría a sus familias hoy, sino que garantizaría el futuro de su comunidad.

Los días pasaron, y Mateo y su equipo siguieron instalando los sistemas de captación de agua en cada hogar del pueblo. Aunque el trabajo era arduo, la emoción de ver cómo su proyecto tomaba forma le daba energía para seguir adelante. Poco a poco, los bidones reciclados y las barricas viejas se transformaban en una red de almacenamiento de agua que beneficiaría a toda la comunidad.

La mayoría de las casas ya contaban con el sistema instalado, y con cada tanque nuevo que llenaban con agua de lluvia, Mateo sentía que estaban un paso más cerca de asegurarse un futuro mejor. Sin embargo, no todo fue tan sencillo. Algunos días, el cansancio se acumulaba, y Mateo comenzaba a dudar de sí mismo. ¿Sería suficiente lo que estaban haciendo? ¿De verdad lograrían almacenar el agua necesaria para enfrentar la próxima sequía?

Una tarde, después de haber terminado la instalación en la casa de Don Gerardo, Mateo decidió tomarse un descanso y sentarse a conversar con el viejo agricultor. Ambos se sentaron en el porche, mirando los campos que, a lo lejos, comenzaban a reverdecer gracias a las recientes lluvias.

—Estás haciendo un gran trabajo, muchacho —dijo Don Gerardo, mientras bebía un vaso de agua fría—. No muchos a tu edad serían capaces de liderar un proyecto como este.

Mateo sonrió con humildad, pero no pudo evitar expresar sus preocupaciones.

—Gracias, Don Gerardo. Pero a veces me pregunto si realmente estamos haciendo lo suficiente. Las sequías son cada vez más intensas, y no sé si lo que hemos logrado será suficiente para protegernos en el futuro.

El anciano lo miró con comprensión y asintió lentamente.

—Es natural que te preocupes, Mateo. El futuro siempre es incierto. Pero lo importante no es saber si tienes la respuesta a todo. Lo importante es que estás haciendo algo hoy para prepararte para lo que pueda venir mañana. Eso es lo que marca la diferencia.

Las palabras de Don Gerardo resonaron en la mente de Mateo durante varios días. Poco a poco, empezó a entender que, aunque no podían controlar el clima ni predecir qué tan duras serían las próximas sequías, lo que realmente importaba era la previsión. Estaban haciendo algo proactivo, tomando el futuro en sus manos en lugar de esperar a que las circunstancias los golpearan.

Finalmente, llegó el verano, y con él, las primeras señales de sequía. Las lluvias se detuvieron, y las temperaturas comenzaron a subir. En otros años, este habría sido el momento en que las cosechas empezaran a marchitarse y los animales comenzaran a sufrir por la falta de agua. Pero ese año, las cosas fueron diferentes. Gracias al sistema de captación de agua, las familias del pueblo tenían reservas de agua para usar en sus huertos y animales.

Mateo y su abuela caminaban por el pueblo, observando con orgullo cómo los huertos seguían verdes y saludables. Las plantas, que normalmente habrían comenzado a marchitarse por el calor, estaban fuertes y florecientes. En el aire había una sensación de alivio, como si el pueblo entero supiera que habían logrado algo importante.

Una tarde, la directora Rosario organizó una reunión en la plaza central para celebrar los logros de la comunidad. Todos los vecinos asistieron, desde los más jóvenes hasta los más ancianos, incluyendo a Don Gerardo, quien fue recibido con aplausos por su constante apoyo.

La directora subió al escenario, tomando el micrófono con una sonrisa orgullosa.

—Hoy es un día muy especial para todos nosotros —comenzó, mirando a la multitud—. Hemos enfrentado desafíos en los últimos años, pero gracias al esfuerzo colectivo y al trabajo duro de cada uno de ustedes, hemos logrado algo que antes parecía imposible. Este sistema de captación de agua no solo nos ha dado seguridad para el futuro, sino que ha demostrado que, cuando trabajamos juntos y nos preparamos, podemos superar cualquier obstáculo.

Después de un caluroso aplauso, Rosario continuó:

—Pero no podemos olvidar a quien inició todo esto. Un joven que vio una necesidad, investigó y puso manos a la obra para asegurarse de que todos pudiéramos estar mejor. Mateo, por favor, ven al escenario.

Mateo sintió cómo su corazón latía rápidamente. No había esperado este reconocimiento, pero, empujado por las sonrisas alentadoras de su abuela y sus amigos, subió al escenario.

La directora le entregó una medalla que decía: “Por la previsión y el trabajo duro en beneficio de la comunidad”.

—Gracias, Mateo, por tu visión, por tu esfuerzo incansable y por no rendirte ante los desafíos. Tu dedicación ha cambiado la vida de todos nosotros —dijo Rosario, mientras colocaba la medalla alrededor de su cuello.

El pueblo estalló en aplausos, y Mateo, con los ojos brillantes de emoción, miró a su abuela entre la multitud. Sabía que sin su apoyo, nunca habría llegado hasta allí. También pensó en Don Gerardo, en sus amigos, y en todas las familias que habían trabajado juntas para hacer que el proyecto fuera un éxito. Sabía que no era solo su logro, sino el de toda la comunidad.

Esa noche, mientras caminaba de regreso a casa con su abuela, Mateo reflexionó sobre todo lo que habían conseguido. Habían trabajado duro, habían enfrentado dificultades, pero lo más importante era que no habían dejado de prever el futuro. Se dio cuenta de que el trabajo que habían hecho no solo les había dado agua para enfrentar la sequía; les había dado una lección sobre lo que significaba trabajar juntos, planificar y estar preparados para cualquier cosa.

—¿Estás orgulloso, Mateo? —preguntó su abuela, sonriendo.

—Sí, abuela —respondió, asintiendo lentamente—. Pero lo que más me gusta es que todo el pueblo lo hizo posible. No fue solo mi idea, fue el trabajo de todos.

Carmen lo abrazó, con el corazón lleno de orgullo.

—Y eso, Mateo, es lo más importante. El trabajo duro y la previsión nos aseguran un futuro mejor, pero solo cuando lo hacemos juntos.

Mateo sonrió, sabiendo que, aunque el futuro seguiría trayendo desafíos, ahora estaban mejor preparados para enfrentarlos, y lo harían con la fuerza de la comunidad unida.

moraleja El trabajo duro y la previsión son importantes para el futuro.

Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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