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Las clases de octavo grado habían terminado, y los estudiantes se dirigían a la cafetería para el almuerzo. Era un día como cualquier otro en la escuela, pero algo en el ambiente se sentía diferente para Valeria. Ella, una chica extrovertida y alegre, notaba pequeños detalles que el resto de sus compañeros parecía ignorar. Mientras avanzaba por el pasillo, vio a Sofía, la nueva estudiante que había llegado hace solo unas semanas. Sofía caminaba con la mirada baja, sujeta a su mochila con ambas manos, como si intentara volverse invisible.

Valeria había oído rumores sobre Sofía. Algunos decían que venía de una ciudad lejana porque su padre había sido trasladado por trabajo, mientras que otros afirmaban que su familia estaba atravesando una situación difícil. Lo cierto era que, desde su llegada, Sofía parecía no haber encontrado un lugar en la clase. No hablaba mucho y solía sentarse sola durante los recesos, mientras que el resto del grupo seguía con sus habituales amistades.

Valeria sintió una punzada de incomodidad al observar la soledad de Sofía. Recordó cuando ella misma había cambiado de escuela hacía dos años, y lo difícil que había sido al principio encajar en un grupo donde ya todos tenían sus amistades formadas. Por un momento, pensó en acercarse y hablarle, pero algo la detuvo. Tal vez era miedo a ser rechazada, o quizás la simple inercia de seguir su propia rutina.

Al llegar a la cafetería, Valeria se sentó en su mesa habitual con sus mejores amigos, Clara y Diego. Ellos eran su refugio, siempre habían estado juntos, y disfrutaban de cada conversación sobre música, series de televisión y memes que habían encontrado en internet. Ese día, sin embargo, mientras Clara hablaba emocionada sobre su última maratón de series, Valeria seguía pensando en Sofía. Podía verla en una mesa, sola, comiendo despacio y mirando de vez en cuando a su alrededor, como esperando que alguien la invitara a unirse.

—¿Valeria? ¿Me estás escuchando? —preguntó Clara, interrumpiendo sus pensamientos.

—Ah, sí, perdón —dijo Valeria, intentando sonreír—. Solo estaba pensando en otra cosa.

—¿Qué pasa? —preguntó Diego—. Pareces distraída.

Valeria dudó por un momento, pero decidió ser honesta.

—Estaba pensando en Sofía —confesó—. Lleva varias semanas aquí y siempre está sola. Me siento mal por ella.

Clara hizo una mueca y miró hacia la mesa donde estaba sentada Sofía.

—Es que no sé… nunca ha intentado integrarse, ¿verdad? —dijo Clara—. Tal vez no quiere hacer amigos.

Diego asintió.

—Sí, además, todos tenemos nuestros grupos. No es tan fácil simplemente incluir a alguien nuevo.

Valeria suspiró, pero en su corazón no podía aceptar esas respuestas. Había algo más en la soledad de Sofía que no podía ignorar.

Al día siguiente, ocurrió algo que cambiaría la perspectiva de Valeria. Durante la clase de educación física, el profesor anunció que organizarían equipos para un torneo amistoso de balonmano. Los estudiantes rápidamente se agruparon con sus amigos, pero cuando Valeria terminó de formar su equipo, vio que Sofía estaba de pie, sola, sin haber sido elegida por nadie.

El profesor, al notar la situación, se acercó a Sofía y dijo:

—Sofía, únete al equipo de Valeria.

Sofía miró nerviosamente a Valeria, y por un segundo, ambas chicas se miraron a los ojos. Valeria asintió y le dio una pequeña sonrisa de bienvenida, aunque sentía que la incomodidad entre ellas era palpable. La clase comenzó y, aunque Sofía jugaba con esfuerzo, era evidente que no tenía la misma destreza que el resto. La pelota pasaba de mano en mano, pero cada vez que llegaba a Sofía, ella vacilaba, y el equipo contrario aprovechaba la oportunidad para anotar.

A medida que el partido avanzaba, las quejas comenzaron a surgir.

—¡Sofía, tienes que atraparla! —gritó Diego desde el otro extremo del campo.

Clara también se unió a las críticas.

—¡Vamos, concéntrate un poco más!

Sofía, visiblemente abrumada, intentaba mantenerse en el juego, pero era evidente que las palabras la estaban afectando. Valeria, que hasta ese momento no había dicho nada, empezó a sentir una profunda incomodidad. Sabía lo que era sentir la presión del grupo, y ver a Sofía luchando sola contra las expectativas la hizo recordar lo vulnerables que pueden ser las personas en situaciones así.

En el siguiente descanso, Valeria decidió dar un paso al frente. Se acercó a Sofía, que estaba sentada a un lado, con la cabeza baja y respirando con dificultad.

—Oye, lo estás haciendo bien —le dijo Valeria en un tono suave—. Solo sigue practicando, no te preocupes tanto.

Sofía levantó la mirada, sorprendida por las palabras de Valeria. Por un momento, pareció no saber cómo responder, pero luego asintió tímidamente.

—Gracias —murmuró—. Lo estoy intentando, pero soy muy mala en esto.

Valeria se sentó a su lado, tratando de encontrar las palabras correctas.

—No te preocupes. Todos hemos sido malos en algo al principio. Lo importante es que sigas intentándolo —dijo, recordando lo mucho que le costó adaptarse cuando cambió de escuela—. Si necesitas ayuda, podemos practicar después de clase.

Sofía la miró, claramente sorprendida por la oferta. No estaba acostumbrada a que alguien la incluyera o le ofreciera su apoyo.

—¿De verdad? —preguntó con una mezcla de incredulidad y esperanza.

—Claro —respondió Valeria—. No es tan difícil cuando tienes a alguien que te ayude. Además, no siempre se trata de ganar, ¿sabes? A veces se trata de aprender juntos.

En ese momento, Valeria sintió que algo cambiaba entre ellas. Quizás no era tan fácil construir una amistad de inmediato, pero con esa pequeña muestra de empatía, Valeria sentía que había dado el primer paso para tender un puente hacia Sofía, uno que tal vez ayudaría a cerrar la brecha entre su soledad y el grupo.

Las semanas siguientes, Valeria y Sofía comenzaron a pasar más tiempo juntas. Al principio, solo practicaban balonmano después de clases, y aunque Sofía no mejoraba tan rápido como le hubiera gustado, Valeria notaba pequeños avances. Sofía sonreía más, se sentía más segura al moverse por la cancha, e incluso empezó a hablar un poco más durante las prácticas.

Un día, después de una de sus sesiones de balonmano, Valeria decidió invitar a Sofía a que se uniera a ella y a sus amigos en la cafetería. Sofía, aunque al principio mostró dudas, aceptó tímidamente. Durante el almuerzo, Clara y Diego no parecían tan entusiasmados con la nueva compañía, pero Valeria sabía que, con el tiempo, podrían aceptarla.

—Entonces, Sofía —dijo Clara mientras daba un mordisco a su sándwich—, ¿de dónde eres?

Sofía levantó la vista, un poco sorprendida por la pregunta. Claramente no estaba acostumbrada a que los demás se interesaran por su vida.

—Soy de una ciudad al norte… cerca de la frontera —respondió en voz baja—. Nos mudamos porque mi papá consiguió un trabajo nuevo aquí.

—Debe haber sido difícil mudarse tan lejos —comentó Diego, mirando a Sofía con curiosidad.

—Sí, fue complicado —admitió Sofía—. Extraño a mis amigos y a mi antigua escuela. Aquí todo es diferente.

Valeria notó cómo Sofía se encogía un poco al hablar de su antigua vida. Sabía que no era fácil adaptarse a un lugar nuevo, pero también entendía que, para Sofía, la transición había sido especialmente dura. Su timidez natural la hacía más vulnerable a las miradas de los demás y a las diferencias que encontraba en su nuevo entorno.

Los días pasaban y, poco a poco, Sofía comenzó a integrarse más al grupo de Valeria. A pesar de las pequeñas incomodidades iniciales, Clara y Diego también empezaron a hablar más con ella, aunque en ocasiones sus conversaciones parecían forzadas. Valeria notaba que, aunque sus amigos estaban haciendo el esfuerzo, no siempre comprendían del todo lo que Sofía estaba pasando.

Un jueves por la tarde, la profesora de literatura asignó un trabajo grupal para la clase. Los estudiantes debían elegir un tema relacionado con la historia de sus ciudades y presentar una exposición la semana siguiente. Valeria, Clara y Diego formaron equipo automáticamente, y cuando Valeria vio a Sofía parada sola, decidió invitarla a unirse a ellos.

—¿Por qué no te unes a nuestro grupo? —le preguntó Valeria mientras recogían sus libros.

Sofía parecía indecisa, pero finalmente asintió.

—Si no es un problema para ustedes… —murmuró.

Clara intercambió una mirada rápida con Diego, pero no dijeron nada. Valeria estaba decidida a incluir a Sofía, y aunque sus amigos no parecían tan entusiasmados, aceptaron su decisión.

El día de la primera reunión llegó, y se reunieron en la casa de Valeria para planificar su exposición. Después de discutir varios temas, eligieron hablar sobre los cambios que había sufrido la ciudad en las últimas décadas. Clara y Diego se encargaron de buscar información sobre el crecimiento urbano, mientras que Sofía sugirió hablar sobre los inmigrantes que habían llegado a la ciudad en busca de oportunidades.

—Mi familia es parte de esos cambios —dijo Sofía con voz baja pero firme—. En mi antigua ciudad, vimos llegar a muchas personas de diferentes partes del país, y todos traían sus propias historias. Es algo que me gustaría compartir.

Valeria se sorprendió gratamente al ver a Sofía tomando la iniciativa. Aunque Clara y Diego no parecían muy convencidos, Valeria apoyó la idea. Sabía que, para Sofía, esta era una oportunidad de conectar con algo personal, y decidió animarla a que liderara esa parte de la presentación.

La semana siguiente, el grupo continuó trabajando en su proyecto. Valeria notaba que Sofía se involucraba cada vez más, sugiriendo ideas y aportando información valiosa. Sin embargo, también percibía las tensiones que empezaban a surgir. Clara y Diego, acostumbrados a trabajar rápido y eficientemente, se frustraban cuando Sofía necesitaba más tiempo para organizar sus pensamientos o cuando sus aportes no encajaban perfectamente con sus expectativas.

—No podemos hacer que todo el proyecto gire en torno a los inmigrantes —dijo Clara en una de las reuniones, claramente molesta—. Hay otros temas importantes también.

Sofía, sintiéndose rechazada, se quedó callada. Valeria, por su parte, se dio cuenta de que tenía que intervenir.

—Chicos, sé que queremos que el proyecto sea equilibrado —dijo Valeria—, pero también es importante darle espacio a Sofía para que comparta su perspectiva. Después de todo, su historia es parte de lo que estamos tratando de mostrar sobre nuestra ciudad.

Diego suspiró, pero asintió.

—Está bien —dijo—, podemos encontrar un punto medio.

Sofía parecía agradecida por el apoyo de Valeria, pero Valeria sabía que la situación seguía siendo delicada. Clara y Diego, aunque bien intencionados, no entendían del todo lo difícil que era para Sofía sentirse aceptada. Ellos no habían experimentado lo que era ser “el nuevo” o sentirse fuera de lugar en un entorno desconocido.

Finalmente, llegó el día de la exposición. Cuando subieron al frente de la clase, Valeria sintió un leve nudo en el estómago. Sabía que su presentación estaba bien preparada, pero estaba nerviosa por cómo se sentiría Sofía al compartir su historia delante de todos. Clara y Diego hablaron primero, presentando sus partes sobre el crecimiento urbano y los cambios en la infraestructura de la ciudad. Luego fue el turno de Sofía.

Sofía se levantó lentamente, con la mirada fija en sus notas. Al principio, su voz temblaba un poco, pero a medida que avanzaba en su relato sobre las familias inmigrantes que habían llegado a la ciudad, se fue sintiendo más segura. Valeria notó que, aunque Clara y Diego no mostraban mucho entusiasmo, el resto de la clase escuchaba con atención.

Cuando Sofía terminó, hubo un breve silencio antes de que la profesora comenzara a aplaudir. Los demás estudiantes la siguieron, y Valeria vio cómo una pequeña sonrisa se formaba en el rostro de Sofía. Había superado una barrera importante, no solo en la clase, sino dentro de sí misma.

Valeria, que estaba observando todo desde el fondo, sintió una calidez en el pecho. Había sido testigo de cómo la empatía no solo había permitido a Sofía encontrar su voz, sino también construir un puente hacia los demás, un puente que quizás había comenzado con un simple gesto de amabilidad, pero que ahora era una conexión más fuerte y significativa.

Después de la exposición, Sofía regresó a su asiento con las manos aún temblando, pero con el corazón más ligero que nunca. Aunque no había sido una presentación perfecta, lo había logrado: había compartido su historia y había sido escuchada.

Al finalizar la clase, mientras recogían sus materiales, Valeria se acercó a ella con una sonrisa.

—Lo hiciste muy bien, Sofía —le dijo, dándole un pequeño apretón en el hombro—. Sabía que podías hacerlo.

Sofía le devolvió la sonrisa, esta vez con más confianza.

—Gracias por tu ayuda, Valeria. No sé si habría podido hacerlo sin ti.

Valeria estaba a punto de responder cuando Clara y Diego se acercaron. Clara, que hasta ese momento había mantenido una actitud distante, habló primero.

—Tengo que admitirlo, no estaba segura de cómo iba a salir todo, pero… tu parte fue importante, Sofía. Ayudó a que nuestro proyecto tuviera un enfoque más humano.

Diego, que también parecía un poco incómodo al principio, asintió.

—Sí, estuvo bien. A veces nos enfocamos tanto en los datos que olvidamos las historias detrás de ellos. Creo que fue interesante escuchar tu perspectiva.

Sofía los miró, sorprendida por sus palabras. No había esperado esa respuesta, y mucho menos de Clara y Diego, quienes al principio habían sido un poco críticos con sus ideas. Pero ahora, sentía que algo había cambiado en su relación con ellos.

—Gracias —respondió Sofía—. Significa mucho para mí.

La profesora, que había estado observando desde su escritorio, se acercó al grupo con una sonrisa cálida.

—Hicieron un trabajo excelente, chicos. Todos ustedes. Pero más allá del contenido de la presentación, me gustaría destacar algo más. —La profesora miró a Sofía directamente, quien se tensó levemente—. Sofía, sé que para ti no ha sido fácil adaptarte a esta escuela. Y hoy, demostraste una gran valentía al compartir una parte tan personal de tu vida. Eso es algo que no todos tienen el coraje de hacer. Estoy muy orgullosa de ti.

Los ojos de Sofía se llenaron de lágrimas, pero no de tristeza, sino de gratitud. Asintió levemente, sintiendo una conexión inesperada con la profesora, que la había entendido mejor de lo que había pensado.

El timbre sonó, señalando el final de la jornada escolar, y los estudiantes comenzaron a salir del aula. Valeria, Clara, Diego y Sofía caminaron juntos hacia la salida, y por primera vez, la conversación fluyó con naturalidad entre ellos.

—Oye, Sofía —dijo Diego de repente, rompiendo el silencio—, ¿por qué no te unes a nosotros esta tarde en el parque? Vamos a practicar balonmano y podrías venir. Será divertido.

Sofía titubeó un momento, sorprendida por la invitación. Durante semanas, había estado convencida de que Diego y Clara solo la toleraban por cortesía de Valeria, pero ahora sentía que algo había cambiado. Finalmente, sonrió.

—Me encantaría —respondió.

Más tarde, en el parque, mientras lanzaban la pelota de un lado a otro, Valeria no podía evitar sonreír. Había algo hermoso en la forma en que las barreras que existían entre ellos se habían desmoronado, no por la fuerza, sino por la comprensión mutua. El hecho de que Sofía estuviera ahí, riendo y participando con los demás, era prueba de que la empatía había hecho su trabajo: había construido un puente, conectando a personas que antes parecían separadas por un abismo de diferencias.

Los días siguientes continuaron de manera similar. Sofía se integró al grupo de una forma más natural, y aunque seguía siendo reservada, ya no sentía que debía esconderse. Valeria la veía con orgullo cada vez que hablaba en clase o compartía algo en las conversaciones con sus amigos. La chispa de confianza que había encendido durante la exposición seguía creciendo.

Unos días después, mientras Valeria y Sofía caminaban hacia la escuela, Valeria se dio cuenta de lo lejos que habían llegado en tan poco tiempo.

—¿Sabes algo? —dijo Valeria—. Siempre pensé que la empatía era solo tratar de ponerse en el lugar del otro, pero me he dado cuenta de que es mucho más. Es hacer que los demás también se sientan capaces de ser ellos mismos, de compartir lo que sienten sin miedo.

Sofía sonrió, agradecida por las palabras de su amiga.

—Tienes razón. No se trata solo de entender a los demás, sino de ayudarlos a sentirse comprendidos.

Con el paso del tiempo, la amistad entre Valeria, Sofía, Clara y Diego se fue fortaleciendo. Había días buenos y días difíciles, como en cualquier relación, pero lo que había cambiado era la manera en que se apoyaban mutuamente. Las diferencias que antes parecían obstáculos insalvables ahora eran vistas como oportunidades para aprender unos de otros.

Un día, mientras estaban sentados en la cafetería, Sofía miró a Valeria y a los demás con una sonrisa tranquila. Sabía que su camino en esta nueva escuela había sido desafiante, pero también sabía que no lo había recorrido sola. La empatía, ese puente invisible, había transformado su experiencia y le había permitido encontrar su lugar.

—Nunca pensé que sería tan difícil adaptarme —dijo Sofía—, pero ahora me doy cuenta de que lo importante no era cambiar para encajar, sino encontrar personas que me aceptaran tal como soy.

Valeria le dio un pequeño codazo, sonriendo.

—Y nos alegra haberte encontrado a ti también.

moraleja La empatía construye puentes entre las personas.

Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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