La brisa de la mañana soplaba suavemente mientras los estudiantes del curso de Yasmín se reunían en el patio de la escuela. Era un día especial; la directora había asignado a los estudiantes mayores la importante tarea de enseñar el himno de la escuela a los más pequeños para el evento de clausura del año escolar. La profesora Marta, encargada de la actividad, explicaba con entusiasmo los detalles.
—Este año, hemos decidido que ustedes, como los mayores, ayudarán a los estudiantes de primer grado a aprender el himno de la escuela —anunció la profesora Marta con una gran sonrisa—. Cada uno de ustedes será responsable de un niño o niña. Recuerden ser pacientes y darles su apoyo, ¡es su primera vez aprendiendo algo tan importante!
Yasmín escuchaba con atención mientras su mente ya comenzaba a imaginar la tarea. Le encantaba el himno de la escuela, lo había cantado cientos de veces en eventos y concursos. Sabía que su parte en esta actividad sería sencilla, o al menos eso pensaba. Enseñar a un niño pequeño no podía ser tan complicado, ¿verdad?
Cuando la profesora Marta comenzó a asignar los nombres de los estudiantes, el corazón de Yasmín latía con emoción. Ella siempre había sido una de las alumnas más destacadas en canto, y estaba segura de que podría ayudar a cualquier niño a aprender la canción sin problema. Cuando escuchó su nombre, alzó la mirada con una sonrisa.
—Yasmín, te tocará trabajar con Daniel —dijo la profesora señalando a un niño que estaba sentado al final de la fila, un poco apartado del resto.
Yasmín miró hacia donde estaba Daniel. Era un niño pequeño, de cabello alborotado y ojos grandes que parecían observarlo todo con una mezcla de curiosidad y timidez. No lo conocía muy bien, pero recordaba haberlo visto en los recreos. Mientras los otros niños corrían y jugaban, Daniel solía estar solo, caminando por los rincones del patio o mirando al cielo, como si estuviera en su propio mundo.
Al principio, Yasmín no le dio mucha importancia. Después de todo, pensó, solo era cuestión de enseñarle una canción. Lo que no sabía era que esta simple tarea se convertiría en una lección mucho más profunda de lo que imaginaba.
—Hola, Daniel —dijo Yasmín con una sonrisa, arrodillándose frente a él para estar a su altura—. Vamos a trabajar juntos para aprender el himno de la escuela. ¿Estás listo?
Daniel la miró con sus grandes ojos, pero no respondió. Solo asintió lentamente con la cabeza, sin cambiar la expresión de su rostro.
—No te preocupes, te lo iré enseñando paso a paso. Es una canción muy bonita —continuó Yasmín con entusiasmo.
Sin embargo, cuando comenzaron a trabajar, Yasmín se dio cuenta de que las cosas no iban a ser tan fáciles como había pensado. Mientras trataba de que Daniel repitiera las primeras líneas del himno, él se detenía constantemente, olvidando las palabras o diciendo las frases incorrectas. Yasmín repetía y repetía, pero Daniel apenas mostraba progreso. Después de varios intentos, notó que él evitaba mirarla a los ojos y comenzaba a mirar al suelo, jugando con los cordones de sus zapatos.
—Vamos, Daniel, otra vez. Solo repite después de mí —dijo Yasmín, tratando de mantener la calma.
Pero no importaba cuántas veces lo intentara, Daniel seguía olvidando las palabras o murmurando cosas que no tenían sentido. Yasmín comenzaba a sentir una leve frustración. Había imaginado que la tarea sería fácil, pero cada intento con Daniel se sentía como empujar una roca cuesta arriba. No entendía por qué le costaba tanto algo que a ella le parecía tan sencillo.
—¿Daniel, me estás escuchando? —preguntó Yasmín, tratando de ocultar su impaciencia.
Daniel asintió débilmente, pero no dijo nada. Yasmín suspiró y miró al resto de sus compañeros. Algunos de ellos ya estaban logrando que los niños pequeños cantaran parte del himno con fluidez. Escuchar las voces de otros grupos avanzando le hacía sentir aún más presión. Comenzaba a dudar de sí misma. ¿Estaría haciendo algo mal?
—Está bien, intentémoslo de nuevo —dijo Yasmín, aunque su voz comenzaba a perder el entusiasmo inicial.
Durante el resto de la mañana, Yasmín y Daniel continuaron practicando, pero el avance era mínimo. Yasmín se sentía cada vez más frustrada. Al final del día, cuando la profesora Marta pidió que los estudiantes se reunieran para compartir sus avances, Yasmín no sabía qué decir. Mientras otros niños mostraban orgullosos cómo sus pequeños compañeros habían memorizado al menos una parte del himno, ella solo podía pensar en lo poco que había logrado con Daniel.
—¿Cómo te fue, Yasmín? —preguntó la profesora Marta, con una sonrisa alentadora.
—Bueno… —comenzó Yasmín, sintiendo una mezcla de vergüenza y frustración—. Hemos practicado, pero… Daniel no ha podido aprender mucho. Creo que todavía necesitamos más tiempo.
La profesora Marta asintió comprensiva.
—No te preocupes, Yasmín. Recuerda que cada niño tiene su propio ritmo. Lo importante es que sigas intentándolo y, sobre todo, que seas paciente. Algunas cosas toman más tiempo de lo que pensamos.
Yasmín asintió, pero por dentro no podía evitar sentirse decepcionada. Quería hacerlo bien, quería que Daniel aprendiera rápido, como los otros niños. Sin embargo, las palabras de la profesora Marta resonaron en su mente. “Cada niño tiene su propio ritmo.”
Al llegar a casa esa tarde, Yasmín se tiró en su cama, mirando al techo. Se sentía agotada, no por el esfuerzo físico, sino por la tensión de haber intentado enseñar algo que parecía tan simple, pero que resultaba ser tan complicado. “¿Cómo voy a lograrlo?” se preguntaba.
Mientras daba vueltas en su cama, su mamá se asomó por la puerta.
—¿Todo bien, Yasmín? —preguntó con suavidad.
Yasmín suspiró.
—Es solo que… pensé que enseñar el himno a un niño sería fácil, pero Daniel es tan lento para aprender. Me frustra.
Su mamá sonrió y entró en la habitación, sentándose junto a ella.
—A veces, enseñar a alguien requiere más que solo explicar. Requiere paciencia. Algunos niños necesitan más tiempo, y eso está bien. ¿Recuerdas cuando tú misma aprendiste el himno? No lo hiciste en un día, ¿verdad?
Yasmín se quedó en silencio por un momento, recordando aquellos días en los que también se equivocaba y olvidaba las palabras.
—Supongo que tienes razón —admitió Yasmín.
—Tener paciencia es parte de ayudar a otros —dijo su mamá—. Verás que, con tiempo y esfuerzo, Daniel lo logrará. Y cuando lo haga, te sentirás aún más orgullosa de lo que han conseguido juntos.
El siguiente día, Yasmín llegó a la escuela decidida a hacer que Daniel aprendiera al menos la primera estrofa del himno. Había pensado en las palabras de su mamá durante toda la noche, y aunque aún se sentía frustrada, estaba dispuesta a intentarlo de nuevo. “Paciencia”, se repetía una y otra vez mientras se dirigía hacia el patio, donde la profesora Marta esperaba con los niños pequeños.
Daniel ya estaba allí, sentado en el mismo lugar del día anterior, con la mirada fija en el suelo. Yasmín tomó una respiración profunda y se acercó a él con una sonrisa que intentaba ser lo más genuina posible.
—Hola, Daniel —dijo Yasmín, agachándose a su lado—. Hoy vamos a seguir practicando el himno. ¿Estás listo?
El niño levantó los ojos tímidamente y asintió, pero sin mucho entusiasmo. A Yasmín le preocupaba que la falta de respuesta de Daniel fuera una señal de que no estaba interesado en aprender. Sin embargo, recordó que no todos los niños expresaban sus emociones de la misma manera. No podía rendirse tan pronto.
—Vamos a empezar con la primera línea otra vez —dijo, y comenzó a cantar con su voz clara—. “Oh, gloriosa institución, donde florece la razón…”
Daniel intentó repetir las palabras, pero una vez más se enredaba en las sílabas, olvidaba algunas frases y murmuraba otras. Yasmín repitió la línea una vez más, y luego otra. El proceso se hacía lento, y aunque Yasmín intentaba mantener la calma, por dentro comenzaba a sentirse exasperada. ¿Por qué era tan difícil? Los otros niños ya estaban avanzando, algunos incluso casi habían memorizado todo el himno, mientras ella apenas lograba que Daniel cantara una línea sin errores.
El sonido de las otras voces practicando el himno alrededor del patio solo intensificaba la sensación de presión que Yasmín sentía. Podía escuchar a sus compañeros riendo y felicitando a los niños con los que estaban trabajando. Cada vez que miraba alrededor, veía los progresos que los demás hacían y sentía una punzada de envidia y frustración. ¿Por qué no podía lograr que Daniel hiciera lo mismo?
—Vamos, Daniel, otra vez. “Oh, gloriosa institución…” —dijo Yasmín con más impaciencia de la que pretendía mostrar.
Daniel frunció el ceño, y aunque trató de repetir la frase, se equivocó de nuevo. Yasmín apretó los labios, tratando de contener su frustración.
—Daniel, tienes que concentrarte más —le dijo con un tono más firme—. Así nunca vamos a terminar.
El niño bajó la cabeza aún más, jugando nerviosamente con el borde de su camiseta. Yasmín se dio cuenta de que quizás había sido demasiado dura. No quería que Daniel se sintiera mal, pero tampoco sabía cómo hacer que aprendiera más rápido. Sentía que se estaba quedando sin recursos.
Mientras Yasmín pensaba en qué hacer a continuación, la profesora Marta se acercó a ella con una sonrisa amable.
—¿Cómo van las cosas, Yasmín? —preguntó.
Yasmín dudó antes de responder. No quería admitir que estaba teniendo dificultades, pero al mismo tiempo, no podía ignorar lo evidente.
—Pues… hemos estado practicando, pero Daniel todavía no ha podido memorizar ni la primera estrofa —admitió con un suspiro.
La profesora Marta asintió, sin mostrar sorpresa ni desilusión. Al contrario, parecía comprensiva.
—Eso está bien, Yasmín. Lo importante es que sigas intentando, pero recuerda que cada niño tiene su propio ritmo. A veces, la mejor manera de enseñar a alguien no es solo repetir las palabras, sino encontrar maneras diferentes de hacer que se sientan cómodos y confiados. ¿Te has fijado en lo que le gusta a Daniel?
Yasmín parpadeó, confundida.
—¿Lo que le gusta? —repitió—. No… No he pensado en eso.
—Es importante conectar con ellos en un nivel más personal. Algunos niños aprenden mejor cuando sienten que lo que están haciendo les interesa. Quizás podrías intentar descubrir qué le apasiona a Daniel y usar eso como punto de partida —sugirió la profesora.
La idea resonó en la mente de Yasmín. Nunca se había detenido a pensar en lo que le gustaba a Daniel o en cómo hacerlo sentir más involucrado en la tarea. Se había centrado tanto en que él memorizara las palabras, que había olvidado que también era importante que disfrutara del proceso.
Después de que la profesora Marta se alejara, Yasmín decidió intentar un enfoque diferente.
—Daniel —dijo con suavidad, tratando de captar su atención—. ¿Qué cosas te gustan? ¿Te gusta jugar algún juego o hacer alguna actividad en particular?
El niño la miró con timidez, como si no estuviera seguro de qué decir. Yasmín esperó pacientemente, dándole tiempo para que respondiera.
—Me… me gustan los aviones —murmuró finalmente, con una pequeña sonrisa asomando en su rostro.
Yasmín sonrió también. Era un pequeño avance.
—¿Aviones? ¡Eso suena genial! —respondió con entusiasmo—. ¿Te gustaría que imagináramos que estamos en un avión mientras practicamos el himno?
Daniel la miró con curiosidad, y por primera vez desde que empezaron a trabajar juntos, su expresión cambió un poco. Asintió lentamente.
—¡Perfecto! —exclamó Yasmín—. Vamos a imaginar que somos pilotos de un avión muy importante. Y este avión necesita despegar, pero para hacerlo, tenemos que cantar el himno correctamente. ¿Crees que podemos hacerlo?
Daniel sonrió, ahora un poco más entusiasmado.
—Sí —dijo con un poco más de convicción.
Así que Yasmín comenzó a cantar la primera estrofa del himno nuevamente, pero esta vez lo hizo como si estuviera pilotando un avión. Exageró sus gestos y fingió que cada palabra era un botón o una palanca que tenía que presionar para que el avión volara correctamente. Daniel, aunque tímido al principio, comenzó a imitarla. Su atención parecía más enfocada, y aunque todavía se equivocaba, Yasmín notó que estaba mucho más comprometido.
A lo largo del resto de la tarde, continuaron practicando de esta manera, imaginando que estaban en una misión aérea importante. Yasmín se dio cuenta de que, aunque el progreso seguía siendo lento, Daniel parecía estar disfrutando más del proceso. Incluso comenzó a sonreír más, y sus errores ya no parecían frustrarlo tanto.
Cuando finalmente terminaron por el día, Yasmín sintió que habían avanzado, no necesariamente en términos de aprendizaje del himno, pero sí en su conexión. Se dio cuenta de que a veces, enseñar no era solo acerca de lograr que alguien memorizara algo, sino también de hacer que ese alguien se sintiera valorado y apoyado.
Durante los días siguientes, Yasmín mantuvo su enfoque en hacer que Daniel aprendiera el himno, pero esta vez con más paciencia y creatividad. Cada sesión de práctica se transformaba en una pequeña aventura. A veces eran pilotos de aviones, otras veces conductores de trenes, y en una ocasión incluso imaginaron que estaban en una carrera de autos, donde cada verso del himno los acercaba más a la línea de meta.
La actitud de Daniel había cambiado visiblemente. Ya no evitaba el contacto visual ni parecía desinteresado. De hecho, llegaba cada día emocionado por lo que Yasmín inventaría en esa ocasión. Aunque los avances seguían siendo pequeños, cada día memorizaba una línea o dos más, y lo hacía con una sonrisa.
Un viernes por la mañana, cuando faltaban solo dos días para la presentación final, Yasmín y Daniel tuvieron su mejor sesión hasta ese momento. Mientras practicaban, Daniel no solo repitió la primera estrofa correctamente, sino que, sorprendentemente, también comenzó a recordar parte de la segunda. Yasmín apenas podía creerlo.
—¡Daniel! —exclamó emocionada—. ¡Lo hiciste! ¡Recordaste las palabras sin ningún error!
El niño sonrió, y por primera vez en semanas, Yasmín sintió que todas sus horas de esfuerzo estaban dando frutos. Se dio cuenta de que la clave había sido no solo la práctica constante, sino también el ambiente de confianza que habían creado juntos. Daniel ya no veía el himno como una tarea difícil, sino como un juego divertido, algo en lo que podía progresar a su propio ritmo.
El día de la presentación finalmente llegó. Todo el curso de Yasmín estaba preparado para enseñar el himno escolar a los niños pequeños frente a los padres y maestros que asistirían al evento. Yasmín sentía una mezcla de nervios y emoción mientras observaba a los otros grupos practicando una última vez antes de subir al escenario.
A su lado, Daniel parecía estar más tranquilo que de costumbre. Yasmín se agachó a su altura y le dio una pequeña palmada en el hombro.
—Hoy vas a hacerlo genial —le dijo con una sonrisa alentadora—. No importa si te equivocas, lo importante es que lo intentas.
Daniel asintió, pero no dijo nada. Yasmín sabía que, aunque no expresara mucho, por dentro estaba tan nervioso como ella. Sin embargo, había algo diferente en su actitud. Ya no parecía abrumado por la presión; parecía estar listo para intentarlo.
Cuando llegó el turno de su grupo, Yasmín y los demás niños pequeños subieron al escenario. Las luces brillaban sobre ellos, y Yasmín sintió su corazón acelerarse. Habían trabajado mucho para llegar a este punto, y aunque sabía que no todos los niños habían aprendido el himno a la perfección, estaba orgullosa de lo lejos que habían llegado, especialmente Daniel.
La música del himno comenzó a sonar y los niños mayores, incluyendo Yasmín, iniciaron cantando las primeras líneas para guiar a los más pequeños. Yasmín se concentraba en su grupo, observando a Daniel de reojo. Al principio, cantó la primera estrofa con nerviosismo, pero cuando vio que Daniel seguía las palabras con cuidado, algo en su interior se relajó.
Al llegar a la segunda estrofa, Yasmín sintió una ola de orgullo al escuchar a Daniel cantar con más confianza de lo que jamás había mostrado en las prácticas. Aún cometía algunos pequeños errores, pero los corregía rápidamente y seguía adelante. El esfuerzo y la paciencia de los últimos días estaban dando sus frutos en ese preciso momento.
Cuando la canción terminó, los padres y maestros aplaudieron con entusiasmo. Los niños pequeños, incluyendo a Daniel, se veían emocionados por haber logrado completar la tarea. Yasmín, con una sonrisa de oreja a oreja, se inclinó hacia Daniel y le susurró:
—¡Lo hiciste, Daniel! ¡Lo hiciste genial!
El niño la miró, y aunque no dijo nada, su sonrisa lo decía todo. Para él, este no era solo un triunfo sobre el himno, sino un paso hacia creer en sí mismo. Yasmín comprendió en ese momento que había sido mucho más que una simple lección de música. Había aprendido sobre la paciencia, no solo con los demás, sino también con ella misma. Se dio cuenta de que enseñar y aprender no siempre suceden a la velocidad que uno espera, pero con paciencia y dedicación, los resultados llegan, y a menudo de formas más gratificantes de lo que se imagina.
Al final del evento, la profesora Marta se acercó a Yasmín con una sonrisa cálida.
—Hiciste un trabajo fantástico con Daniel —le dijo—. Vi lo mucho que progresó, pero más que eso, vi cómo le ayudaste a sentirse seguro de sí mismo.
Yasmín se ruborizó un poco, pero se sintió profundamente orgullosa.
—Gracias, profesora. Me di cuenta de que solo necesitaba un poco más de tiempo y atención —respondió modestamente.
—Eso es cierto —dijo la profesora—, pero también necesitaba a alguien que creyera en él. Y tú lo hiciste.
Yasmín no pudo evitar sonreír ante esas palabras. Había aprendido algo valioso: la paciencia no solo era una virtud, era una herramienta poderosa. Le había permitido ver más allá de las frustraciones y de los resultados inmediatos, y en su lugar, le había enseñado a apreciar el esfuerzo, el crecimiento y la conexión con los demás.
Al caminar hacia casa ese día, Yasmín reflexionaba sobre todo lo que había vivido durante las últimas semanas. Daniel había aprendido el himno, pero ella había aprendido algo mucho más importante: la paciencia, esa virtud que a veces cuesta tanto, pero que tiene el poder de abrir puertas y construir relaciones que de otro modo podrían haberse perdido.
Y mientras pensaba en todo ello, Yasmín no podía evitar sonreír. Después de todo, aunque el camino había sido largo y lleno de obstáculos, había sido un viaje lleno de aprendizajes valiosos, no solo para Daniel, sino también para ella misma.
moraleja La paciencia es una virtud.
Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.
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