Verónica respiró hondo mientras miraba el tablero de ajedrez frente a ella. Las piezas estaban alineadas con precisión, cada una esperando su turno en el juego. Era la ronda final del torneo de ajedrez de la escuela, y aunque aún no era el campeonato nacional, este torneo representaba algo mucho más importante para ella: era su oportunidad de probarse a sí misma y mostrar que estaba lista para el gran reto que se avecinaba.
Durante las últimas semanas, se había preparado sin descanso. Pasaba horas cada tarde resolviendo problemas de ajedrez, analizando partidas de grandes maestros y memorizando aperturas. Sus entrenadores la habían felicitado por su progreso, y sus amigos la apoyaban, convencidos de que Verónica tenía todo lo necesario para destacarse. Sin embargo, había algo que nadie podía enseñarle: cómo controlar los nervios que ahora se apoderaban de su cuerpo.
Frente a ella estaba Sofía, una oponente conocida por su destreza estratégica. No era la primera vez que se enfrentaban, pero nunca antes Verónica había sentido tanto peso sobre sus hombros. Este torneo no solo definía quién sería el representante de la escuela en el campeonato nacional, sino que también era una prueba de su confianza. Verónica sabía que si no controlaba el miedo al fracaso, podría perder más que solo una partida: su autoconfianza y su lugar en el equipo.
La sala estaba en completo silencio. Los relojes de ajedrez emitían suaves clics cuando los jugadores hacían sus movimientos, y las respiraciones contenidas de los espectadores añadían tensión al ambiente. Verónica movió su caballo, intentando pensar en su estrategia, pero su mente estaba nublada. Sentía que cada movimiento era una decisión de vida o muerte. Mientras observaba el tablero, su vista se desenfocó por un instante y, al regresar a la realidad, se dio cuenta de que había olvidado el plan que había construido en su mente.
Sofía, con calma, movió una de sus torres hacia una posición amenazante. Verónica sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Estaba perdiendo el control de la partida. Sabía que debía tomar una decisión rápida, pero su cerebro parecía congelado. Intentó recordar las lecciones de su entrenador: “Respira profundo, analiza, no te precipites”. Sin embargo, la ansiedad le impedía pensar con claridad. El sudor comenzó a acumularse en sus manos, resbalando por su frente.
Intentando ganar tiempo, Verónica movió su reina hacia el centro del tablero, esperando que aquello le diera una ventaja. Pero Sofía no perdió ni un segundo. Hizo una jugada brillante con su alfil, arrinconando a la reina de Verónica y dejándola sin salida. Un par de jugadas más, y Verónica vio cómo su pieza más poderosa caía, capturada.
El público murmuró. Verónica sintió cómo las miradas de sus compañeros se posaban sobre ella. Sabía que todos estaban apoyándola, pero en ese momento, la presión se convirtió en un peso insoportable. Podía escuchar los pensamientos que, aunque no se pronunciaban en voz alta, resonaban en su mente: “No está preparada para el torneo nacional… ¿Y si no puede manejar la presión allí?”
El reloj seguía avanzando. Quedaban solo unos minutos en su contador, y la situación en el tablero se hacía cada vez más complicada. Cada movimiento que hacía parecía abrir más brechas en su defensa, y Sofía, implacable, aprovechaba cada error para avanzar con precisión. El rey de Verónica estaba cada vez más acorralado.
Verónica trataba de concentrarse, pero los recuerdos de otros torneos pasados comenzaron a invadir su mente. Recordó cómo, en la semifinal del año anterior, había cometido un error similar bajo presión y cómo le había costado la victoria. En ese momento, había prometido no dejar que los nervios la dominaran nunca más. Sin embargo, aquí estaba de nuevo, atrapada en el mismo círculo de dudas y miedo.
Con cada jugada de Sofía, Verónica sentía que su confianza se desmoronaba poco a poco. Intentaba recuperarse, pero su mente parecía estar en una carrera frenética, incapaz de detenerse y reflexionar. Sus manos temblaban cuando movía una de sus últimas torres en un intento desesperado por proteger a su rey, pero el movimiento no hizo más que sellar su destino.
Sofía hizo una pausa, miró el tablero por un momento y, con un movimiento firme, colocó su dama en una posición que dejaba claro el desenlace: jaque mate. Verónica se quedó mirando el tablero, sin poder creerlo. Había perdido. No solo la partida, sino también la oportunidad de representar a la escuela en el torneo nacional.
El árbitro levantó la mano y declaró la victoria de Sofía. Los espectadores aplaudieron educadamente, aunque Verónica sintió que cada aplauso era una sentencia que reafirmaba su derrota. Se quedó sentada, mirando el tablero vacío, mientras Sofía se levantaba para recibir las felicitaciones. Verónica quiso felicitarla también, pero las palabras se le quedaron atascadas en la garganta.
Mientras los demás jugadores recogían sus cosas y se retiraban de la sala, Verónica permaneció en su asiento, inmóvil. Su mente era un torbellino de emociones: frustración, vergüenza, tristeza. Sabía que había trabajado muy duro, pero en el momento crucial, su confianza se había desvanecido. Y ahora, enfrentaba el desafío más difícil de todos: cómo recuperarla.
Los días que siguieron a la derrota en el torneo fueron difíciles para Verónica. Cada vez que cerraba los ojos, volvía a ver el tablero de ajedrez, con su reina atrapada y su rey rodeado sin esperanza. El eco de los aplausos de los espectadores resonaba en su mente, recordándole lo que había perdido. Sabía que no había sido solo una partida; había sido una prueba de su capacidad para manejar la presión, y en ese momento, sentía que había fallado rotundamente.
Su vida en la escuela continuó, pero algo había cambiado. Cuando se encontraba con sus amigos, aunque ellos nunca mencionaban la partida, ella podía sentir una distancia invisible. No era que la miraran de manera diferente, pero Verónica no podía evitar pensar que ahora la veían como alguien menos capaz, alguien que no pudo soportar la presión. Lo peor de todo es que no sabía si ellos lo pensaban o si era ella misma quien no podía perdonarse por haber fallado.
Los entrenamientos de ajedrez también se habían convertido en una fuente de angustia. Antes, Verónica los disfrutaba, analizaba partidas con entusiasmo y siempre buscaba mejorar. Sin embargo, después de la derrota, cada vez que se sentaba frente a un tablero, su mente volvía a llenarse de dudas. Ya no veía el ajedrez como un juego, sino como un constante recordatorio de su fracaso. Su entrenador, el profesor Castro, lo notó inmediatamente.
—Verónica, ¿qué sucede? —le preguntó un día después de una sesión particularmente mala. Ella había cometido errores básicos que nunca solía hacer, y su concentración estaba por los suelos.
—No lo sé, profe… simplemente no me siento yo misma. No puedo dejar de pensar en lo que pasó en el torneo —respondió ella con la voz temblorosa.
El profesor Castro asintió con comprensión. Sabía exactamente lo que estaba pasando. Había visto a muchos estudiantes pasar por lo mismo después de una gran derrota, y siempre les daba el mismo consejo.
—Verónica, perder una partida no te define. Es solo un momento, un tropiezo en el camino. Lo que realmente importa es cómo te levantas después de caer.
Ella escuchó las palabras, pero no las sintió. Le parecía que sus errores en esa partida habían borrado todo el esfuerzo que había puesto antes. Aunque quería recuperar su confianza, sentía que el miedo a volver a fallar era más fuerte que cualquier motivación.
Días después, en una de las prácticas, ocurrió algo inesperado. El director de la escuela reunió al equipo de ajedrez para hacer un anuncio importante.
—Tengo una buena noticia para ustedes. Hemos recibido una invitación especial para un torneo amistoso con otras escuelas de la región, como preparación para el torneo nacional. Será una excelente oportunidad para que nuestros jugadores practiquen y afiancen su confianza antes del evento principal.
Las palabras del director resonaron en la cabeza de Verónica. Un nuevo torneo. Otra oportunidad. Sin embargo, en lugar de emoción, sintió un nudo en el estómago. ¿Estaba lista para volver a competir? ¿Y si volvía a cometer los mismos errores? Solo pensar en sentarse frente a otro tablero en una competencia real la llenaba de ansiedad.
Mientras los demás miembros del equipo parecían emocionados por la oportunidad, Verónica se mantuvo en silencio. Sabía que, si participaba, tendría que enfrentarse a sus propios miedos. Esa noche, no pudo dormir. Las dudas la atormentaban: ¿debería renunciar al torneo amistoso? ¿Sería mejor no participar y evitar otro posible fracaso?
Al día siguiente, mientras caminaba por los pasillos de la escuela, Verónica se encontró con Sofía, la misma jugadora que la había vencido en la final del torneo escolar. Para su sorpresa, Sofía se acercó con una sonrisa amable.
—Hola, Verónica. He estado pensando en la partida que jugamos… Quería decirte que lo hiciste muy bien. Sabes, también he perdido muchas veces en el pasado. El ajedrez es así, a veces ganamos y otras veces aprendemos.
Verónica se quedó en silencio por un momento, sorprendida por las palabras de Sofía. Nunca había considerado que incluso los mejores jugadores también enfrentaban derrotas. Para ella, perder significaba que no era lo suficientemente buena, pero ahora, escuchando a Sofía, empezó a entender que el fracaso era parte del proceso.
—Gracias —dijo finalmente—. Creo que he estado demasiado enfocada en esa derrota. No he podido dejarla atrás.
Sofía asintió, comprendiendo perfectamente lo que Verónica sentía.
—Es normal. Pero lo importante es que te des la oportunidad de seguir adelante. Cada partida es una nueva oportunidad para mejorar, y lo más importante es que confíes en ti misma.
Aquellas palabras hicieron eco en la mente de Verónica durante todo el día. Tal vez Sofía tenía razón. Tal vez la confianza no se trataba solo de ganar, sino de permitirse cometer errores y aprender de ellos. Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Verónica decidió que no dejaría que una derrota definiera su futuro. Decidió que participaría en el torneo amistoso.
A medida que se acercaba el día del torneo, Verónica empezó a recuperar algo de la motivación que había perdido. Sabía que no sería fácil enfrentarse a sus miedos, pero también entendía que no podía seguir huyendo de ellos. El profesor Castro le dio todo su apoyo, recordándole constantemente que la confianza se construía a través de la experiencia y la perseverancia, no solo a través de las victorias.
Finalmente, llegó el día del torneo amistoso. Verónica se encontró de nuevo frente a un tablero de ajedrez, pero esta vez, aunque el nerviosismo estaba presente, también sentía algo diferente. Esta vez, sabía que, pase lo que pase, lo importante era haber tenido el valor de enfrentarse a sí misma y no rendirse.
El salón donde se llevaba a cabo el torneo amistoso estaba lleno de estudiantes, profesores y algunos padres que habían venido a apoyar al equipo de ajedrez. A pesar de que no era una competencia oficial, el ambiente estaba cargado de emoción. Verónica respiró hondo mientras tomaba asiento frente a su oponente. El zumbido de las conversaciones en la sala se desvanecía a medida que concentraba toda su atención en el tablero. Era el momento de demostrar que estaba lista para dejar atrás sus miedos.
Su contrincante era un estudiante de una escuela cercana, alguien que no había enfrentado antes. Se miraron con una mezcla de respeto y nerviosismo antes de que el juez diera la señal para comenzar. Verónica recordó las palabras del profesor Castro y de Sofía. Esta partida no se trataba de ganar o perder, sino de confiar en sí misma, de permitir que sus movimientos fluyeran sin el peso de la presión.
Las primeras jugadas fueron cuidadosas. Verónica, tratando de recuperar su enfoque, evitaba cualquier movimiento precipitado. A medida que las piezas se desplazaban por el tablero, comenzó a sentir que la vieja familiaridad con el ajedrez regresaba poco a poco. Cada jugada que hacía la conectaba más consigo misma, recordándole que no había perdido su habilidad, solo su confianza.
La partida avanzaba con lentitud, pero de manera constante. Verónica logró desplegar su táctica favorita, una defensa sólida que había practicado muchas veces en los entrenamientos. A medida que su oponente intentaba forzarla a cometer un error, ella mantenía la calma, evaluando cada jugada antes de actuar. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió en control.
Sin embargo, a mitad de la partida, ocurrió lo inesperado. Verónica, en un momento de distracción, movió una torre sin prestar atención a una amenaza evidente: un alfil enemigo estaba posicionado para atacarla. Se dio cuenta del error tan pronto como soltó la pieza, y una ola de pánico la invadió. “Otra vez no…”, pensó. El nerviosismo empezó a apoderarse de ella, trayendo de vuelta el miedo al fracaso.
Su oponente no dudó en aprovechar el error y capturó la torre, lo que ponía a Verónica en una posición de desventaja. Podía escuchar el murmullo del público y sentir los ojos sobre ella. El recuerdo de la derrota anterior se asomaba en su mente como una sombra que la acechaba. Su corazón latía con fuerza, pero algo dentro de ella se negó a ceder ante el pánico. Respiró hondo.
—Todavía no ha terminado —se dijo a sí misma.
En lugar de dejar que el error la consumiera, decidió que no iba a rendirse. Aprendió de su error y se concentró en reorganizar su defensa. Aunque había perdido una pieza clave, no todo estaba perdido. En ese momento, comprendió que el ajedrez no era solo un juego de habilidades, sino también de resistencia. No importaba si había cometido un error; lo que realmente importaba era cómo reaccionaba después de cometerlo.
La partida continuó, y a pesar de la desventaja, Verónica luchó con determinación. Movía sus piezas con cautela, buscando crear oportunidades donde parecía no haber ninguna. Y poco a poco, comenzó a recuperar terreno. Aunque su oponente tenía más piezas, ella había logrado forzar un empate técnico en la posición del tablero, algo que no parecía posible unos movimientos atrás.
Su oponente, frustrado por no poder cerrar la partida, comenzó a cometer errores. Fue entonces cuando Verónica vio una oportunidad. Una debilidad en la defensa del otro lado del tablero le permitió poner en jaque a su oponente con un caballo, y en pocos movimientos, pudo convertir lo que parecía una derrota segura en una victoria inesperada.
El juez levantó la mano para señalar el final de la partida. Verónica había ganado. No podía creerlo. El salón estalló en aplausos, pero esta vez, el ruido no la intimidaba. En lugar de sentirse sobrecogida, sintió una profunda satisfacción. No solo por haber ganado, sino porque había demostrado algo mucho más importante: había recuperado su confianza.
Después de la partida, mientras se levantaba del asiento y se dirigía a reunirse con su equipo, el profesor Castro se le acercó con una amplia sonrisa.
—Verónica, ¡eso fue increíble! No solo jugaste bien, sino que demostraste una fortaleza mental impresionante. Estoy muy orgulloso de ti.
Ella sonrió, todavía un poco sorprendida por el resultado.
—Gracias, profe. Creo que finalmente entendí lo que me dijo. No se trata solo de ganar o perder… es sobre confiar en mí misma, incluso cuando las cosas no van como espero.
El profesor asintió con aprobación.
—Exactamente. Y eso, Verónica, es el verdadero tesoro de la confianza. Una vez que lo encuentras, te das cuenta de lo valioso que es. Ahora sabes que, pase lo que pase en el futuro, siempre tendrás esa confianza dentro de ti. Solo necesitas recordarlo.
A medida que la emoción de la victoria se asentaba, Verónica se dio cuenta de que su miedo al fracaso había comenzado a desvanecerse. No porque ahora fuera invencible, sino porque comprendía que los errores eran parte del proceso de aprendizaje. Sabía que no siempre ganaría, pero también sabía que tenía la fuerza para levantarse cada vez que cayera.
Esa noche, mientras caminaba de regreso a casa, sentía una calma que no había sentido en mucho tiempo. Había recuperado su confianza y, más importante aún, había aprendido que la confianza no era algo que otros te daban, sino algo que uno mismo cultivaba, paso a paso, movimiento a movimiento.
moraleja El Tesoro de la Confianza: Fácil de Perder, Difícil de ganar
Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.
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