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Era un día brillante y soleado de finales de agosto, y el aire estaba lleno de expectación. Los pájaros cantaban alegremente en las ramas, y el olor a césped recién cortado se mezclaba con el inconfundible aroma a lápices nuevos y cuadernos recién estrenados. Para muchos niños, este era el primer día de clases, el inicio de un nuevo año escolar lleno de posibilidades. Pero para Martín, un niño de 10 años, este era un día especialmente importante, y también un poco aterrador.

Martín se miró en el espejo mientras se ponía su camiseta favorita. Era una camiseta azul con un dibujo de un dragón rojo que había hecho él mismo. Su mamá había impreso el dibujo en la camiseta porque sabía cuánto le gustaba. Mientras se peinaba su pelo rizado, Martín pensaba en lo diferente que se sentía este año.

El verano pasado, Martín había decidido que quería hacer algunos cambios en su vida. Siempre había sentido que debía encajar con las expectativas de los demás: usar la ropa que estaba de moda, hablar sobre los temas que a todos les interesaban, y evitar hacer cosas que podrían parecer “raras”. Pero después de un largo y reflexivo verano, Martín había llegado a una conclusión: estaba cansado de intentar ser alguien que no era.

Así que, a partir de hoy, Martín había decidido ser auténtico. Sería él mismo, sin importar lo que los demás pudieran pensar. Claro, estaba un poco nervioso, pero también se sentía emocionado. Este año, él quería ser valiente.

“¿Estás listo, cariño?” preguntó su mamá desde la puerta, sonriéndole con calidez.

Martín respiró hondo y asintió. “Sí, mamá. Estoy listo.”

Cuando llegaron a la escuela, el patio ya estaba lleno de niños charlando emocionados, mostrando sus mochilas nuevas y hablando sobre lo que habían hecho durante el verano. Martín miró a su alrededor, buscando a sus amigos, pero también notó que había muchos niños nuevos.

“¡Martín!” gritó una voz familiar. Era Tomás, su mejor amigo desde el jardín de infantes. Tomás llevaba una gorra de béisbol al revés y una camiseta de su equipo favorito. “¡Mira lo que me regalaron en las vacaciones!” Tomás mostró orgullosamente una pulsera deportiva que llevaba en la muñeca.

“¡Está genial, Tomás!” dijo Martín con una sonrisa.

“Gracias. Oye, ¿qué hiciste en el verano? No te vi mucho,” dijo Tomás, mientras caminaban hacia la entrada de la escuela.

Martín sintió un nudo en el estómago, pero se recordó a sí mismo que este año sería diferente. “Bueno, pasé mucho tiempo dibujando y haciendo cosas que realmente me gustan. También estuve pensando mucho en cómo quiero ser este año.”

Tomás lo miró con curiosidad. “¿Cómo quieres ser?”

“Quiero ser yo mismo,” dijo Martín, tratando de sonar seguro. “Quiero hacer las cosas que me gustan, aunque sean diferentes de lo que todos los demás hacen. Y quiero dejar de preocuparme por lo que piensen los demás.”

Tomás se detuvo y lo miró, asombrado. “Eso es… muy valiente, Martín. No sé si yo podría hacerlo.”

Martín se encogió de hombros. “No es fácil, pero creo que vale la pena.”

Cuando entraron al aula, la maestra, la señora Herrera, los recibió con una gran sonrisa. “¡Bienvenidos a todos a un nuevo año escolar! Espero que estén tan emocionados como yo por todas las aventuras de aprendizaje que nos esperan.”

La señora Herrera era una maestra amable y creativa. Siempre encontraba maneras de hacer que las clases fueran interesantes, y todos los niños la querían mucho. Después de dar la bienvenida a la clase, la maestra pidió a los estudiantes que se presentaran y compartieran algo especial que hubieran hecho durante el verano.

Uno a uno, los niños se levantaron y hablaron sobre sus vacaciones. Algunos habían ido a la playa, otros habían visitado a sus abuelos en el campo, y algunos habían pasado el verano jugando videojuegos con sus amigos. Finalmente, llegó el turno de Martín.

Martín se puso de pie lentamente. Sentía las miradas de todos sus compañeros de clase sobre él. Tomó aire y comenzó a hablar. “Este verano… decidí que quiero ser más auténtico. Quiero dejar de preocuparme por lo que los demás piensen de mí, y hacer las cosas que realmente me gustan. Una de esas cosas es el dibujo. Pasé mucho tiempo dibujando, y hasta hice esta camiseta,” dijo, señalando su camiseta con el dragón rojo.

Hubo un breve silencio en la clase, y Martín sintió que su corazón latía con fuerza. Pero entonces, para su sorpresa, algunos de sus compañeros comenzaron a aplaudir. Tomás fue el primero en aplaudir, seguido por otros niños, y pronto toda la clase lo estaba aplaudiendo.

“¡Eso es genial, Martín!” dijo una niña llamada Camila, que se sentaba en la primera fila. “¡Yo también amo dibujar! ¿Puedo ver más de tus dibujos alguna vez?”

Martín sonrió, sintiéndose aliviado y emocionado al mismo tiempo. “Claro, Camila. ¡Me encantaría!”

La señora Herrera sonrió cálidamente. “Martín, eso es maravilloso. Ser auténtico es una de las cosas más importantes que puedes hacer en la vida. Estoy muy orgullosa de ti por tomar esa decisión.”

Martín se sentó sintiéndose más ligero de lo que se había sentido en mucho tiempo. Había sido un pequeño paso, pero un paso importante. Y lo mejor de todo era que se había dado cuenta de que ser auténtico no solo lo hacía sentir más feliz, sino que también le daba el valor de conectarse con los demás de una manera más genuina.

El resto de la mañana transcurrió con normalidad. Los niños comenzaron a trabajar en sus primeras actividades del año, y Martín sintió que el día se volvía más y más agradable. Había un nuevo aire de confianza en él, algo que no había sentido antes. Sabía que no todo sería fácil, pero estaba decidido a continuar en este camino de autenticidad.

Durante el recreo, Martín y Tomás se sentaron juntos bajo un árbol en el patio. Estaban disfrutando de unos bocadillos cuando Tomás se inclinó hacia adelante y habló en voz baja. “Oye, Martín, ¿te importaría si te hago una pregunta?”

“Claro, Tomás. ¿Qué pasa?” respondió Martín, sorprendido por el tono serio de su amigo.

Tomás parecía nervioso. “Bueno… he estado pensando en lo que dijiste esta mañana, sobre ser auténtico. Hay algo que me gusta mucho hacer, pero nunca se lo he dicho a nadie porque… no quiero que piensen que es raro.”

Martín lo miró con interés. “¿Qué es, Tomás? Puedes decirme lo que sea.”

Tomás miró a su alrededor, asegurándose de que nadie más estuviera escuchando. Luego susurró: “Me encanta bailar. A veces, cuando estoy solo en casa, pongo música y bailo por toda la sala. Pero no sé si debería decírselo a los demás.”

Martín sonrió ampliamente. “¡Eso es genial, Tomás! Bailar es una forma increíble de expresarte. Y si es algo que te hace feliz, deberías hacerlo sin preocuparte por lo que piensen los demás.”

Tomás pareció aliviado por la respuesta de su amigo. “Gracias, Martín. Creo que tienes razón. Tal vez este año también intente ser más auténtico.”

A medida que pasaban las primeras semanas de clases, Martín se sentía más confiado y seguro en su decisión de ser auténtico. Había hecho algunos amigos nuevos, como Camila, que compartía su pasión por el dibujo, y seguía siendo cercano a Tomás, quien había comenzado a hablar más abiertamente sobre su amor por el baile.

Sin embargo, no todo fue fácil. Había algunos compañeros de clase que no entendían por qué Martín había cambiado tanto desde el año pasado. Algunos de ellos, como Lucas, un niño popular que siempre tenía la última palabra en el grupo, no podían evitar hacer comentarios sarcásticos.

Un día, durante la hora del almuerzo, Martín estaba sentado con Tomás, Camila y otros niños, cuando Lucas se acercó con su pandilla. Lucas era el tipo de niño que siempre quería destacar y demostrar su superioridad. Llevaba una sudadera de marca y su mochila estaba llena de los últimos gadgets.

“¡Vaya, Martín, esa camiseta del dragón es… interesante!” dijo Lucas, con una sonrisa burlona mientras miraba la camiseta que Martín había diseñado. “¿De dónde la sacaste, de una feria de pueblo?”

Algunos de los otros niños soltaron risitas, pero Martín se mantuvo tranquilo. Recordó la decisión que había tomado al comienzo del año escolar: ser auténtico y no dejar que los comentarios de los demás lo afectaran.

“En realidad, la hice yo mismo,” respondió Martín con serenidad. “Me gusta dibujar y pensé que sería divertido llevar algo que yo mismo creé.”

Lucas levantó una ceja, claramente no esperaba que Martín respondiera con tanta calma. “Bueno, supongo que eso es… creativo,” dijo con desdén, antes de cambiar de tema rápidamente para hablar de su nuevo videojuego.

Martín sintió un ligero nudo en el estómago, pero estaba orgulloso de haber defendido su autenticidad. Sabía que no todos entenderían su cambio, pero también sabía que no necesitaba la aprobación de los demás para ser él mismo.

Después de la escuela, Martín y Tomás se dirigieron a casa juntos. Mientras caminaban, Tomás parecía estar en sus pensamientos, lo que no era habitual en él. Finalmente, decidió hablar.

“Oye, Martín,” comenzó Tomás, con un tono de preocupación en su voz. “Lo que pasó hoy con Lucas… fue un poco incómodo, ¿no?”

Martín suspiró. “Sí, lo fue. Pero sabía que algo así podría pasar. No todos van a entender por qué hago lo que hago.”

Tomás asintió. “Es cierto. Pero a veces es difícil no dejarse afectar por lo que los demás dicen. Quiero decir, a mí me daría miedo decirle a alguien que me gusta bailar. No quiero que piensen que soy raro.”

Martín lo miró con empatía. Sabía que su amigo estaba luchando con la misma inseguridad que él había sentido durante mucho tiempo. “Entiendo cómo te sientes, Tomás. Pero creo que lo más importante es que te sientas bien contigo mismo. Si bailar te hace feliz, entonces eso es lo que importa, no lo que los demás piensen.”

Tomás sonrió débilmente. “Tienes razón. Pero aún así, no es fácil.”

Los días pasaron, y aunque Martín se enfrentó a más comentarios sarcásticos y miradas curiosas, se mantuvo firme en su decisión de ser auténtico. Siguió dibujando, llevando sus creaciones con orgullo, y compartiendo sus ideas sin miedo. Camila y otros amigos lo apoyaron, lo que hizo que se sintiera más seguro.

Un día, la señora Herrera anunció un proyecto especial para la clase. “Vamos a organizar una presentación de talentos,” dijo con entusiasmo. “Cada uno de ustedes podrá mostrar algo en lo que son buenos, algo que les apasione. Puede ser un deporte, un arte, una habilidad especial, lo que ustedes quieran.”

La noticia emocionó a la mayoría de los niños, pero también causó cierta ansiedad. Tomás, en particular, parecía estar luchando con la idea de participar. Martín, por otro lado, vio en esto una oportunidad para ser aún más auténtico.

Esa tarde, mientras caminaban a casa, Tomás le confesó a Martín sus dudas. “No sé si debería participar en la presentación de talentos,” dijo con nerviosismo. “Quiero mostrar mi baile, pero… ¿y si todos se ríen de mí?”

Martín lo miró con firmeza. “Tomás, recuerda lo que hablamos. Esta es tu oportunidad de mostrar lo que te hace feliz, lo que te hace ser tú. Si te gusta bailar, entonces deberías hacerlo, sin importar lo que los demás piensen.”

Tomás asintió, pero aún se veía inseguro. Martín sabía que necesitaría más tiempo para tomar una decisión.

Los días pasaron, y la presentación de talentos se acercaba rápidamente. Martín ya había decidido que mostraría sus dibujos, creando una pequeña galería con sus mejores obras. Sentía una mezcla de emoción y nerviosismo, pero estaba listo para ser auténtico frente a toda la clase.

El día de la presentación, la señora Herrera decoró el salón con carteles y luces, creando un ambiente festivo. Los niños estaban emocionados, algunos ansiosos, mientras esperaban su turno para subir al escenario.

Camila fue una de las primeras en presentarse, mostrando sus habilidades con la guitarra, tocando una melodía suave que encantó a todos. Otros niños mostraron sus talentos en deportes, canto, e incluso magia. Cada actuación recibía aplausos cálidos, lo que ayudaba a calmar los nervios.

Finalmente, llegó el turno de Martín. Con el corazón latiendo con fuerza, subió al escenario y comenzó a hablar sobre su pasión por el dibujo. Mostró sus mejores obras, incluyendo la que había impreso en su camiseta. Para su sorpresa y alegría, la clase lo recibió con aplausos sinceros y comentarios positivos.

Mientras Martín regresaba a su asiento, se dio cuenta de que Tomás estaba mirando nerviosamente hacia el escenario. Parecía debatirse internamente, sin estar seguro de si debía seguir adelante con su plan de bailar.

Martín se acercó a su amigo y le dio una palmadita en el hombro. “Tú puedes hacerlo, Tomás. Todos están aquí para apoyarnos, no para juzgarnos. Confía en ti mismo.”

Tomás respiró hondo, y tras unos segundos que parecieron eternos, finalmente asintió. Se levantó y caminó hacia el escenario, su rostro mostrando una mezcla de miedo y determinación.

La señora Herrera le sonrió alentadoramente. “Adelante, Tomás. Estamos listos para ver tu talento.”

Tomás se colocó en el centro del escenario, respiró profundamente, y comenzó a moverse al ritmo de la música que había elegido. Los primeros pasos fueron tímidos, pero a medida que avanzaba, su confianza creció. Sus movimientos se volvieron más fluidos, y pronto estaba completamente inmerso en la música, olvidándose de su nerviosismo inicial.

Para sorpresa de todos, incluido Tomás, su actuación fue un éxito. La clase lo aplaudió con entusiasmo, algunos incluso se levantaron de sus asientos para animarlo. Tomás terminó su presentación con una sonrisa enorme, sintiéndose más auténtico que nunca.

Cuando regresó a su asiento, Martín lo recibió con un fuerte abrazo. “¡Lo hiciste, Tomás! ¡Y lo hiciste increíblemente bien!”

Tomás, aún sin poder creer lo que acababa de hacer, sonrió ampliamente. “Gracias, Martín. No sé si lo habría hecho sin tu apoyo. Creo que ahora entiendo lo que querías decir con ser auténtico.”

El éxito de la presentación de Tomás fue el punto culminante de la presentación de talentos. La señora Herrera aplaudió con entusiasmo, su sonrisa radiante reflejando su orgullo por sus estudiantes. Mientras Tomás regresaba a su asiento, el salón seguía vibrando con la energía positiva que había generado. La actuación había sido un triunfo, no solo porque Tomás había mostrado su talento para el baile, sino porque había dado un paso valiente hacia la autenticidad.

Martín y Tomás intercambiaron miradas de complicidad. Ambos sabían que este momento era más que una simple presentación. Era un símbolo de lo que significaba ser auténtico y de cómo el apoyo de un amigo podía marcar la diferencia. En ese instante, Tomás comprendió que no necesitaba ocultar lo que amaba, y que ser él mismo no solo era suficiente, sino que era lo mejor que podía ser.

A medida que la presentación de talentos llegaba a su fin, la señora Herrera tomó la palabra. “Quiero felicitar a todos por su valentía y creatividad hoy. Han compartido con nosotros sus pasiones, sus talentos y, lo más importante, sus auténticos yo. Este es el tipo de clase que me hace sentir muy orgullosa de ser maestra.”

Los aplausos llenaron la sala una vez más. Martín se sentía lleno de una calidez que no había experimentado antes. Era la satisfacción de saber que, al ser él mismo, había inspirado a otros a hacer lo mismo. Sabía que este año escolar sería recordado no solo por los desafíos que había enfrentado, sino por la forma en que había decidido afrontarlos.

Después de la presentación, mientras los estudiantes se preparaban para irse a casa, Tomás y Martín caminaron juntos hacia la salida. Camila se unió a ellos, todavía emocionada por todo lo que había sucedido. “Tomás, ¡estuviste increíble! No tenía idea de que sabías bailar así.”

Tomás se sonrojó un poco, pero sonrió con orgullo. “Gracias, Camila. La verdad es que nunca antes había bailado frente a tanta gente. Pero me alegra haberlo hecho.”

“Estoy muy feliz por ti, Tomás,” añadió Martín. “Sabía que podías hacerlo, y lo hiciste de una manera espectacular.”

Tomás asintió, sintiéndose más seguro que nunca. “Sí, y no podría haberlo hecho sin ti, Martín. Tú fuiste el que me dio el valor para ser yo mismo.”

Mientras los tres amigos caminaban hacia la salida, sintieron que algo había cambiado en ellos. Habían aprendido una lección valiosa: ser auténtico no solo los hacía sentir mejor consigo mismos, sino que también les permitía conectarse con los demás de una manera más profunda y significativa.

Sin embargo, sabían que el camino hacia la autenticidad no siempre sería fácil. En un mundo donde las expectativas y las presiones sociales a menudo intentan moldear a las personas en algo que no son, mantenerse fiel a uno mismo podía ser un desafío constante. Pero ahora, Martín, Tomás y Camila sabían que tenían el valor y el apoyo mutuo para enfrentarlo.

A medida que salían de la escuela, el sol comenzaba a ponerse, bañando todo con una luz dorada. Era el final de un día que ninguno de ellos olvidaría. Martín sintió una paz interior que lo hacía sonreír sin razón aparente. Estaba orgulloso de sí mismo y de sus amigos, sabiendo que habían dado un gran paso hacia ser quienes realmente eran.

De camino a casa, Martín y Tomás comenzaron a hablar sobre lo que les gustaría hacer el resto del año escolar. Tomás mencionó que le gustaría unirse a un grupo de baile en la comunidad, algo que nunca antes había considerado seriamente, pero que ahora le parecía posible. Martín, por su parte, estaba pensando en organizar una exposición de arte en la escuela, donde no solo mostraría sus dibujos, sino también los de otros compañeros que compartían su amor por el arte.

“¿Y si hacemos algo juntos?” sugirió Martín. “Podríamos combinar el baile y el arte. Podrías bailar mientras yo dibujo, o podríamos hacer un video en el que ambos mostremos lo que nos gusta hacer.”

Tomás se iluminó con la idea. “¡Eso suena increíble! Sería una gran manera de seguir siendo auténticos y mostrarles a los demás que no tienen que esconder lo que aman.”

Mientras los dos amigos caminaban, sus mentes estaban llenas de planes para el futuro. Estaban emocionados por las posibilidades, pero también conscientes de que siempre habría desafíos. Sin embargo, ahora sabían que podían enfrentarlos juntos, con confianza y autenticidad.

Al llegar a casa, Martín se despidió de Tomás, sabiendo que su amistad se había fortalecido aún más. Subió las escaleras hasta su habitación, donde colgó su mochila y se sentó en su escritorio. Miró sus dibujos, algunos de los cuales había mostrado en la presentación, y se dio cuenta de cuánto había crecido desde que decidió ser auténtico.

Tomó un lápiz y comenzó a dibujar, dejando que su imaginación fluyera libremente. Dibujó una escena en la que dos amigos, uno bailando y el otro dibujando, se unían en un escenario rodeado de luces brillantes y un público que aplaudía con entusiasmo. Era una representación de lo que él y Tomás habían logrado, y de lo que aún estaba por venir.

Mientras dibujaba, Martín sonrió al recordar el primer día de clases, cuando había decidido que este sería el año en que dejaría de preocuparse por lo que los demás pensaran. Había sido una decisión importante, una que había cambiado su vida para mejor.

Ahora, mientras se preparaba para cerrar el cuaderno y prepararse para la cena, Martín sabía que el camino hacia la autenticidad no siempre sería fácil, pero valdría la pena. Había aprendido que ser auténtico no solo lo hacía más feliz, sino que también le daba la fuerza para enfrentar cualquier desafío. Y lo mejor de todo, había aprendido que no estaba solo en este viaje.

Con una última mirada a su dibujo, Martín cerró su cuaderno, sabiendo que mañana sería otro día lleno de oportunidades para ser él mismo. Y mientras se preparaba para dormir, se sintió lleno de gratitud por los amigos y las experiencias que habían hecho de este primer día de clases el comienzo de algo verdaderamente especial y con la convicción de haber aprendido que El valor de ser auténtico supera cualquier expectativa de los demás.

La moraleja de esta historia es que El valor de ser auténtico supera cualquier expectativa de los demás.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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