Que tenemos para ti

Lee GRATIS

En un hermoso pueblo rodeado de montañas nevadas, el invierno había llegado con fuerza. Los árboles estaban cubiertos de un manto blanco, y las calles estaban adornadas con luces que parpadeaban suavemente en la bruma de la nieve que caía. Era una época mágica del año, pero también un tiempo en que los días eran cortos y el frío mantenía a todos dentro de sus casas.

En una de esas casas vivía Sofía, una niña de diez años con una imaginación tan vasta como el cielo invernal. Sofía adoraba el invierno, no solo por la nieve y las festividades, sino porque era la época en la que su mente volaba más alto. Siempre encontraba formas de entretenerse, aunque la mayoría de los niños del pueblo se quejaban de estar aburridos, encerrados en sus casas.

Este invierno, sin embargo, era diferente. El frío había sido más intenso de lo habitual, y las nevadas tan fuertes que las escuelas habían cerrado por semanas. Los niños estaban inquietos, y en la pequeña casa de Sofía, sus padres empezaban a preocuparse por cómo mantenerla entretenida durante tanto tiempo.

Un día, mientras miraba por la ventana, Sofía vio algo que le llamó la atención. En el parque del pueblo, a pesar del frío, un grupo de niños estaba construyendo algo enorme con la nieve. Era un castillo, pero no cualquier castillo; tenía torres altas, puentes colgantes hechos de ramas y túneles que se extendían bajo la superficie. La vista del castillo despertó una chispa de curiosidad en Sofía.

Decidió abrigarse con todas las capas que pudo encontrar y salió corriendo hacia el parque. Al llegar, se dio cuenta de que no solo era un castillo, sino una pequeña ciudad de hielo que los niños habían construido juntos. Allí estaba Tomás, su vecino, que siempre tenía las mejores ideas para juegos, y Julia, que podía crear las figuras más increíbles con solo un poco de nieve y sus manos.

“¡Sofía! ¡Ven, necesitamos tu ayuda!” gritó Tomás, agitando las manos desde lo alto de una torre de nieve. “Estamos construyendo la Ciudad de las Ideas.”

Intrigada, Sofía se acercó. “¿La Ciudad de las Ideas? ¿Qué es eso?”

“Es un lugar donde todo lo que imagines se puede construir,” explicó Julia con una sonrisa, mientras tallaba una ventana en una de las paredes del castillo. “Tomás tuvo la idea, pero necesitamos que todos aporten algo único.”

Sofía sintió cómo su imaginación comenzaba a correr a toda velocidad. En su mente, visualizaba lo que podría hacer. Un puente colgante hecho de carámbanos que brillara con la luz del sol, una cúpula gigante donde la gente pudiera contar historias mientras las estrellas se reflejaban en el hielo. No había límites.

Así comenzó la aventura de Sofía y sus amigos en la Ciudad de las Ideas. Cada día, los niños se reunían en el parque, desafiando el frío, para construir nuevas partes de su ciudad invernal. No se trataba solo de hacer figuras bonitas, sino de dejar que su creatividad fluyera libremente. Julia inventó un carrusel de hielo que giraba con el viento, y Tomás creó un laberinto en el que cada esquina escondía una sorpresa.

Pero lo que más emocionaba a Sofía era su propia creación. Había imaginado un gran salón de hielo, con paredes que brillaban como diamantes bajo la luz de las velas. En ese salón, los niños podrían reunirse para compartir historias y canciones. Pasó días trabajando en su proyecto, moldeando la nieve y el hielo con paciencia y dedicación.

Mientras tanto, en la pequeña ciudad de hielo, algo increíble estaba ocurriendo. Los adultos del pueblo, que inicialmente se habían preocupado por el tiempo que los niños pasaban en el frío, comenzaron a darse cuenta de la magia que se estaba creando en el parque. Algunos se unieron a la construcción, trayendo herramientas y materiales para ayudar. Otros empezaron a visitar la Ciudad de las Ideas solo para admirar el ingenio de los niños.

Un día, mientras Sofía estaba poniendo los toques finales a su salón de hielo, su padre se acercó. “Esto es realmente impresionante, Sofía,” dijo, mirando con asombro las paredes brillantes. “¿Cómo se te ocurrió esta idea?”

Sofía sonrió, sintiendo el calor del orgullo a pesar del frío. “No lo sé, papá. Simplemente lo imaginé. Creo que aquí, en la Ciudad de las Ideas, cualquier cosa es posible.”

Su padre asintió, comprendiendo que algo especial estaba ocurriendo. “Es increíble lo que puedes lograr cuando dejas que tu imaginación vuele libre.”

Y así, mientras el invierno continuaba, la Ciudad de las Ideas se convirtió en el corazón del pueblo. Niños y adultos trabajaban codo a codo, creando un lugar donde la creatividad no tenía límites. Lo que comenzó como un simple juego se transformó en una obra de arte colectiva, un testimonio del poder de la imaginación.

Cada día, cuando el sol se ponía y las luces del pueblo se encendían, Sofía y sus amigos se reunían en su salón de hielo para compartir historias y soñar con nuevas creaciones. El invierno, que había comenzado con la promesa de aburrimiento y monotonía, se convirtió en una temporada de aventuras y descubrimientos, todo gracias al poder de las ideas y la creatividad de un grupo de niños decididos a hacer algo especial.

La Ciudad de las Ideas seguía creciendo día a día, y con ella, la creatividad de Sofía y sus amigos alcanzaba nuevas alturas. Lo que comenzó como un pequeño castillo de nieve se había convertido en un complejo invernal lleno de estructuras increíbles. Había torres, puentes, toboganes, y el impresionante salón de hielo de Sofía, que se había convertido en el punto de encuentro favorito de todos.

Un día, mientras los niños estaban ocupados mejorando sus creaciones, un murmullo comenzó a circular entre ellos. Algo había cambiado en el ambiente, algo que no habían notado hasta entonces. “¿Se han dado cuenta de que el hielo parece estar brillando más de lo normal?” preguntó Julia, mientras miraba las paredes del salón de Sofía.

“Sí, lo noté también,” respondió Tomás, frunciendo el ceño. “Y además, ¿no les parece que la nieve se siente… diferente? Como si estuviera más suave, casi como si estuviera viva.”

Sofía, que había estado trabajando en una nueva escultura, dejó de tallar el hielo y observó a su alrededor. Julia y Tomás tenían razón. El hielo no solo brillaba con más intensidad, sino que la nieve que habían usado para construir parecía estar transformándose, adquiriendo una textura más delicada, casi mágica.

La curiosidad pronto se apoderó de los niños, y comenzaron a investigar qué estaba causando estos cambios. Decidieron reunirse en el salón de hielo, donde la luz de las velas que Sofía había colocado en candelabros de hielo proyectaba reflejos que bailaban por las paredes.

“¿Qué creen que está pasando?” preguntó Sofía, inquieta pero también emocionada por la posibilidad de que algo mágico estuviera ocurriendo.

“Tal vez nuestra imaginación es tan fuerte que estamos haciendo que la nieve y el hielo cobren vida,” sugirió Julia, siempre la más soñadora del grupo.

Tomás, que solía ser más pragmático, no estaba tan seguro. “No lo sé, pero no podemos negar que algo extraño está sucediendo. Quizás deberíamos contarles a nuestros padres, o tal vez incluso a los ancianos del pueblo. Ellos podrían saber qué está pasando.”

Sin embargo, antes de que pudieran decidir qué hacer, la puerta del salón se abrió de golpe, dejando entrar una ráfaga de viento frío. En el umbral estaba Dorotea, una de las niñas más pequeñas del grupo, que normalmente era demasiado tímida para participar en las discusiones. Pero en ese momento, sus ojos brillaban con una mezcla de miedo y emoción.

“¡Chicos, vengan rápido! Tienen que ver esto,” exclamó, casi sin aliento. “Algo está pasando afuera, en la plaza del pueblo.”

Sin perder tiempo, los niños se abrigaron y salieron corriendo hacia la plaza. Lo que encontraron allí los dejó sin palabras. En el centro de la plaza, donde habían dejado su primera escultura de nieve, ahora había una estructura enorme, hecha completamente de hielo. Parecía un palacio, pero uno que no habían construido ellos. Las paredes del palacio brillaban con una luz interior, como si estuvieran iluminadas desde dentro por miles de estrellas.

La estructura era majestuosa, con torres que se elevaban hacia el cielo y escaleras que se retorcían en formas imposibles. Los niños se quedaron boquiabiertos ante la maravilla que se alzaba frente a ellos, sin poder comprender cómo había llegado allí.

“¿Quién hizo esto?” preguntó Sofía, susurrando, como si tuviera miedo de romper la magia del momento.

Nadie respondió. Todo el mundo estaba demasiado asombrado para hablar. Sin embargo, mientras observaban el palacio, comenzaron a notar algo más. El aire a su alrededor estaba cargado de una energía que nunca antes habían sentido. Era como si la nieve y el hielo estuvieran susurrando secretos que solo ellos podían escuchar.

Fue entonces cuando lo vieron. En lo alto de una de las torres del palacio de hielo, una figura apareció. Parecía ser una mujer, pero no una mujer cualquiera. Su vestido estaba hecho de copos de nieve que nunca caían, y su cabello era como la aurora boreal, lleno de colores que cambiaban y se movían. Su piel brillaba como el hielo más puro, y sus ojos reflejaban la luz de todas las estrellas del cielo invernal.

La mujer bajó la escalera del palacio con una gracia que parecía sobrenatural, acercándose a los niños que la observaban con una mezcla de asombro y temor. Cuando estuvo frente a ellos, habló con una voz que resonó en sus corazones.

“Soy la Reina del Invierno,” dijo con una sonrisa. “He estado observando su Ciudad de las Ideas y estoy impresionada por lo que han logrado. Su creatividad y trabajo en equipo han despertado la magia de la nieve y el hielo, y por eso, su ciudad ha cobrado vida.”

Los niños intercambiaron miradas, sin saber qué decir. Finalmente, fue Sofía quien reunió el valor para hablar. “¿Quieres decir que… hicimos esto?”

La Reina del Invierno asintió. “Sí, sus ideas, sus sueños y su imaginación son tan poderosos que han traído magia al invierno. Este palacio es un reflejo de lo que han creado juntos. Pero con gran poder, también viene una gran responsabilidad. Deben entender que la creatividad es un recurso infinito, pero debe ser usado sabiamente.”

“¿Qué quieres decir?” preguntó Tomás, dando un paso adelante.

“La magia que han despertado es pura y hermosa, pero puede ser peligrosa si no la controlan. Deben asegurarse de que sus creaciones siempre estén guiadas por buenas intenciones y respeto por la naturaleza. De lo contrario, el poder de la magia podría volverse contra ustedes.”

Los niños asintieron, comprendiendo la importancia de las palabras de la Reina. Sabían que lo que habían hecho era especial, pero también entendieron que debían ser responsables con el poder que habían desatado.

“¿Y qué pasará con la Ciudad de las Ideas?” preguntó Julia, preocupada por el futuro de su creación.

“Eso depende de ustedes,” respondió la Reina del Invierno. “Mientras continúen trabajando juntos y mantengan sus corazones puros, la ciudad seguirá creciendo y brillando. Pero si alguna vez olvidan la importancia de la creatividad y la colaboración, la magia se desvanecerá.”

Con esas palabras, la Reina del Invierno se desvaneció en una nube de nieve, dejando a los niños de pie en la plaza, aún asimilando lo que acababa de suceder. Sabían que tenían una gran responsabilidad sobre sus hombros, pero también sintieron una nueva determinación. No permitirían que la magia desapareciera. Trabajarían juntos para mantener la Ciudad de las Ideas viva y floreciente, usando su creatividad para el bien de todos.

Los días que siguieron a la aparición de la Reina del Invierno fueron de una actividad febril en la Ciudad de las Ideas. Los niños, ahora conscientes del poder mágico que habían desatado, trabajaban con más entusiasmo y cuidado que nunca. Cada nueva estructura que construían estaba impregnada de la magia de la creatividad, y el pueblo entero se vio envuelto en un ambiente de asombro y admiración.

El salón de hielo de Sofía se convirtió en el centro neurálgico de la ciudad. Allí, los niños se reunían cada tarde para compartir nuevas ideas y discutir cómo mejorar sus creaciones. El salón no solo era un lugar físico, sino un símbolo del poder de la colaboración y la imaginación.

Un día, mientras los niños estaban ocupados construyendo una nueva ala del palacio de hielo, una noticia preocupante comenzó a circular por el pueblo. El invierno, que había sido tan mágico y especial, estaba empezando a mostrar su lado más severo. Las temperaturas bajaban aún más, y las nevadas se volvían más intensas, hasta el punto de que las casas empezaban a quedar sepultadas bajo la nieve.

Los adultos del pueblo, que inicialmente habían disfrutado de la magia de la Ciudad de las Ideas, empezaron a preocuparse. Las calles se volvieron intransitables, los cultivos que aún quedaban en los invernaderos comenzaron a congelarse, y los animales de granja tenían dificultades para encontrar alimento. Lo que había comenzado como un invierno maravilloso ahora se estaba convirtiendo en un desafío para la supervivencia.

Los niños, al darse cuenta de la gravedad de la situación, se reunieron en el salón de hielo para discutir qué debían hacer. La preocupación se reflejaba en sus rostros, especialmente en el de Sofía, que sentía una gran responsabilidad por haber sido una de las principales impulsoras de la ciudad.

“Esto no puede seguir así,” dijo Tomás, golpeando suavemente la mesa de hielo con su puño. “Si la magia que desatamos está causando este invierno extremo, debemos hacer algo para detenerlo.”

“Pero, ¿cómo podemos hacerlo?” preguntó Julia, mirando a los demás en busca de respuestas. “No sabemos cómo funciona esta magia. Solo sabemos que nuestras ideas y sueños la alimentan.”

Sofía permaneció en silencio durante un momento, reflexionando. Recordó las palabras de la Reina del Invierno, quien les había advertido sobre la responsabilidad que conllevaba el poder de la creatividad. Comprendió que, de alguna manera, el equilibrio se había roto, y que era su deber restaurarlo.

“Creo que sé lo que debemos hacer,” dijo finalmente, rompiendo el silencio. “La Reina del Invierno nos advirtió que debemos usar la magia con responsabilidad. Si nuestra creatividad es capaz de crear, también debe ser capaz de equilibrar. Necesitamos devolver la armonía al invierno.”

“Pero ¿cómo?” preguntó Dorotea, con un tono de voz que reflejaba la confusión del grupo.

“Debemos imaginar un final para este invierno,” respondió Sofía con determinación. “Si creamos un desenlace para esta historia, tal vez la magia nos escuche y todo volverá a la normalidad. Pero necesitamos hacerlo juntos, poniendo todo nuestro corazón en ello.”

Los niños asintieron, comprendiendo que debían actuar rápido. Se reunieron en círculo, sosteniéndose de las manos, y cerraron los ojos para concentrarse. Cada uno comenzó a imaginar cómo deseaban que el invierno terminara, visualizando una transición suave hacia la primavera, donde la nieve se derretiría lentamente y las flores comenzarían a brotar.

Sofía fue la primera en hablar. “Imaginemos que la nieve comienza a derretirse, pero no de golpe. Poco a poco, dejando que el agua alimente la tierra y prepare el suelo para las semillas que han estado esperando bajo el hielo.”

“Y que los días se vuelvan más largos,” añadió Julia. “Que el sol regrese, pero sin quemar, solo calentando lo suficiente para que todo vuelva a la vida.”

“Podemos imaginar que el viento invernal se convierte en una brisa suave,” continuó Tomás. “Una brisa que acaricia la piel y lleva consigo el aroma de las primeras flores de la primavera.”

Cada niño añadió su propia visión, contribuyendo con detalles que hacían que el desenlace del invierno se sintiera real y tangible. La energía que fluía entre ellos era palpable, una mezcla de esperanza, amor por la naturaleza y un deseo profundo de reparar lo que sin querer habían desbalanceado.

A medida que sus visiones se unían, algo mágico comenzó a ocurrir. Las paredes del salón de hielo, que habían brillado con una luz intensa desde el inicio, empezaron a atenuarse, reflejando un resplandor cálido y dorado. El hielo, que había sido sólido y frío, comenzó a derretirse lentamente, y el agua corría en pequeñas corrientes hacia el exterior, formando riachuelos cristalinos que se unían a la nieve que se deshacía.

Los niños abrieron los ojos, asombrados por lo que veían. Habían logrado lo imposible: la magia que habían desatado estaba respondiendo a sus deseos, devolviendo el equilibrio al invierno. Salieron del salón y observaron cómo la nieve en la plaza del pueblo se fundía gradualmente, revelando el suelo cubierto de brotes verdes que prometían una primavera llena de vida.

El pueblo, que había estado atrapado en el frío, comenzó a sentir los primeros signos de cambio. Las temperaturas se suavizaron, y las nevadas cesaron, dando paso a un sol tibio que derritió la última capa de hielo. Los adultos salieron de sus casas, maravillados por la transformación, sin saber que todo había sido posible gracias a un grupo de niños que entendieron el verdadero poder de la creatividad.

La Ciudad de las Ideas, aunque transformada por el deshielo, no desapareció. Las estructuras de hielo se convirtieron en arroyos y estanques donde los niños podían jugar y explorar. Las torres de nieve se desvanecieron, pero en su lugar crecieron árboles jóvenes que pronto darían sombra y frutos. El salón de hielo de Sofía se convirtió en un claro soleado donde los niños continuaron reuniéndose para compartir historias y soñar con nuevas aventuras.

Sofía, Tomás, Julia y todos sus amigos aprendieron una valiosa lección aquel invierno: la creatividad es un recurso infinito, pero conlleva una gran responsabilidad. Supieron que sus ideas podían cambiar el mundo, pero también comprendieron la importancia de usar ese poder con sabiduría y respeto por la naturaleza.

Con el paso de los días, la primavera llegó al pueblo, trayendo consigo un nuevo ciclo de vida. Las flores cubrieron los campos, los ríos se llenaron de agua fresca, y los animales regresaron a sus rutinas, felices por el cambio. Y en medio de todo, la Ciudad de las Ideas seguía siendo un lugar especial, un recordatorio de lo que se puede lograr cuando se permite que la imaginación vuele libre.

El invierno había pasado, pero su magia perduraba en los corazones de los niños. Y cada vez que miraban los arroyos o se reunían en el claro, sabían que su creatividad había dejado una marca imborrable, en su pequeño mundo, un testimonio de la belleza de soñar en grande y trabajar juntos.

La moraleja de esta historia es que la creatividad es un recurso infinito que debemos fomentar

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

Audio Libro GRATIS

¿Te gustaría disfrutar de este contenido en formato de AUDIO LIBRO GRATIS? Aprovecha!!

Volver a la Lista de Cuentos

Recuerda que siempre puedes volver a consultar nuestros libros en formato de AUDIO LIBRO GRATIS en nuestro canal de Youtube. NO OLVIDES SUSCRIBIRTE

Síguenos en las Redes

Descarga nuestra App

Disfruta GRATIS de los mejores libros para Leer o Escuchar sobre Esoterismo, Magia, Ocultismo.

Disfruta GRATIS de los mejores libros para Leer o Escuchar para los pequeños grandes del mañana.

Disfruta de la historia de Terror más oscura y MARAVILLOSA que está cautivando al mundo.

Retira en Nequi, Daviplata, Tarjetas Netflix, Bitcoin, Tarjeta Visa Prepagada, ETC.