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En lo profundo del Bosque Encantado, donde los árboles contaban historias y los ríos cantaban melodías suaves, vivía un grupo de animales que eran conocidos por su alegría y camaradería. Cada año, al inicio de la primavera, los animales organizaban un evento muy especial: la Gran Carrera del Bosque Encantado. Era un evento en el que todos los animales podían participar, y aunque la competición era amistosa, el premio era muy codiciado: una corona de hojas doradas que brillaba bajo el sol y simbolizaba la perseverancia y el esfuerzo.

Entre los animales que habitaban el bosque, había un pequeño conejo llamado Nico. Nico era conocido por su entusiasmo y su energía inagotable, pero también era un poco impaciente. Siempre soñaba con ganar la Gran Carrera, pero hasta entonces nunca había logrado llegar a la meta en los primeros lugares. Nico solía desanimarse fácilmente cuando las cosas se ponían difíciles, y aunque era rápido, le faltaba la constancia para mantener el ritmo durante toda la carrera.

Este año, sin embargo, Nico estaba decidido a cambiar eso. Desde que se anunció la fecha de la carrera, Nico comenzó a entrenar con más dedicación que nunca. Se levantaba al amanecer todos los días para correr por los senderos del bosque, saltando sobre troncos caídos y esquivando ramas bajas. Sabía que tenía que mejorar su resistencia y aprender a no rendirse cuando las cosas se ponían complicadas.

Un día, mientras Nico entrenaba, se encontró con su amigo Max, un sabio búho que vivía en la parte más alta del gran roble del bosque. Max observó a Nico con sus ojos grandes y curiosos, y notó la determinación en su pequeño rostro.

—Hola, Nico —dijo Max, aterrizando suavemente sobre una rama—. Te he visto entrenando todos los días. Parece que este año estás más decidido que nunca.

Nico, jadeando un poco por la carrera que acababa de hacer, asintió con la cabeza. —¡Sí, Max! Este año quiero ganar la Gran Carrera. Pero sé que no será fácil. Los otros animales son muy rápidos y fuertes.

Max lo miró con amabilidad. —La velocidad y la fuerza son importantes, Nico, pero no lo son todo. El verdadero secreto para ganar no es solo ser rápido, sino también ser constante. El esfuerzo diario, la paciencia y la persistencia son las claves para alcanzar tus metas.

Nico escuchó con atención, pero aún se sentía un poco inseguro. —Pero, Max, a veces me canso tanto que siento que no puedo seguir. ¿Cómo puedo ser constante cuando todo parece tan difícil?

Max sonrió y señaló con su ala hacia el horizonte, donde el sol comenzaba a ponerse, pintando el cielo de un naranja cálido.

—Mira el sol, Nico. Todos los días, sin importar las nubes o la lluvia, el sol siempre sale y sigue su camino hasta llegar al otro lado del cielo. No se detiene porque sea difícil o porque haya obstáculos. Sigue adelante, sabiendo que su esfuerzo constante ilumina el mundo. Tú también puedes ser como el sol, avanzando poco a poco, sin rendirte, hasta alcanzar tu objetivo.

Las palabras de Max resonaron en el corazón de Nico. Desde ese día, decidió no solo entrenar su cuerpo, sino también su mente. Cada vez que se sentía cansado o desanimado, pensaba en el sol y en las palabras de Max. “Si el sol puede hacerlo, yo también”, se decía a sí mismo.

Mientras tanto, en otro rincón del bosque, otro competidor se preparaba para la Gran Carrera. Se trataba de un zorro llamado Leo. Leo era uno de los animales más rápidos del bosque, y ya había ganado la carrera en varias ocasiones anteriores. Sin embargo, Leo era algo arrogante. Creía que su velocidad era suficiente para ganar, y no veía la necesidad de entrenar o prepararse tanto como los demás. En lugar de practicar, Leo prefería descansar y disfrutar de su tiempo libre, confiando en que su talento natural lo llevaría una vez más a la victoria.

Unos días antes de la carrera, mientras Nico seguía entrenando duro, se encontró con Leo en uno de los senderos. Leo lo saludó con una sonrisa confiada.

—Hola, Nico. ¿Sigues entrenando tan duro? —preguntó Leo, estirando perezosamente sus patas—. Sabes, no necesitas esforzarte tanto. Después de todo, la carrera es solo un juego.

Nico, aunque respetaba a Leo, no podía evitar sentir un poco de frustración por su actitud despreocupada. —La carrera puede ser un juego, pero también es una oportunidad para demostrar lo que podemos lograr cuando nos esforzamos de verdad —respondió Nico, decidido.

Leo soltó una pequeña risa y le dio una palmadita en la espalda a Nico. —Eso está bien, Nico. Pero recuerda, algunos de nosotros simplemente nacimos para ganar. No todos necesitan entrenar tanto como tú.

Nico se despidió de Leo con una sonrisa educada, pero en su interior, estaba más motivado que nunca. Sabía que no tenía el talento natural de Leo, pero estaba dispuesto a compensarlo con esfuerzo y dedicación. “No importa lo que digan los demás”, pensó Nico, “yo seguiré entrenando y daré lo mejor de mí en la carrera”.

Los días pasaron rápidamente, y finalmente llegó el día de la Gran Carrera del Bosque Encantado. El bosque estaba lleno de emoción, con animales de todas partes reunidos para ver a los competidores. Los participantes se alinearon en la línea de salida, cada uno con sus propios sueños y esperanzas.

Nico, con el corazón latiendo rápido, respiró profundamente y se preparó para la carrera. Había trabajado duro y estaba listo para darlo todo. A su lado, Leo se estiró con tranquilidad, seguro de su victoria.

—Que gane el mejor —dijo Leo con una sonrisa confiada, mirando a Nico.

—Eso espero —respondió Nico con una sonrisa sincera, pero esta vez con una nueva seguridad en sí mismo.

El zorro que actuaba como juez de la carrera levantó su cola, señalando el inicio. El sonido de un cuerno resonó por todo el bosque, y los competidores salieron disparados por el sendero.

Nico comenzó a correr, sintiendo la tierra bajo sus patas mientras el viento soplaba en su rostro. Los primeros metros fueron rápidos y emocionantes, con todos los animales corriendo a su máximo potencial. Leo, como era de esperar, tomó la delantera casi de inmediato, moviéndose con agilidad entre los árboles.

Pero Nico no se desanimó. Recordó las palabras de Max y mantuvo un ritmo constante, sin apresurarse demasiado al principio. Sabía que la carrera era larga y que necesitaba conservar energía para los momentos más difíciles. A medida que corría, pasó por lugares familiares del bosque: la colina de las flores, el arroyo cristalino y la gran roca donde solía descansar después de sus entrenamientos.

Mientras avanzaba, comenzó a notar que algunos de los animales que habían salido demasiado rápido empezaban a quedarse atrás, agotados por el esfuerzo inicial. Nico, sin embargo, se sentía fuerte. Su entrenamiento había dado sus frutos, y aunque sus patas comenzaban a cansarse, su mente seguía enfocada en su objetivo.

Pronto, Nico se encontró en una posición intermedia, con Leo aún liderando, pero sin el mismo entusiasmo con el que había comenzado. “Este es el momento”, pensó Nico, y comenzó a acelerar su paso, manteniendo su ritmo constante y enfocándose en el camino por delante.

El sendero comenzó a subir, llevándolos a la colina más empinada del bosque. Era el tramo más difícil de la carrera, y muchos de los animales más jóvenes y menos experimentados ya estaban luchando por seguir adelante. Pero Nico no se detuvo. A cada paso, recordaba lo mucho que había entrenado y lo lejos que había llegado.

—¡Vamos, Nico! —escuchó una voz familiar desde los árboles. Era Max, quien había volado hasta allí para animarlo. —Recuerda, la constancia es la clave. No te rindas ahora.

Las palabras de Max le dieron a Nico la fuerza que necesitaba. Con un último empujón, llegó a la cima de la colina y vio que Leo ya no estaba tan lejos. El zorro estaba jadeando, claramente sorprendido por lo difícil que se había vuelto el tramo final de la carrera.

Nico sintió cómo su corazón latía con fuerza al ver a Leo tan cerca. Era la primera vez en la carrera que se encontraba tan cerca del líder, y sabía que todo el esfuerzo y la constancia que había puesto en sus entrenamientos estaban empezando a dar sus frutos. Sin embargo, la colina que acababa de superar había agotado gran parte de su energía, y sabía que necesitaba mantener la calma para no cometer errores.

Mientras descendía la colina, Nico notó que el terreno era cada vez más irregular. Había raíces de árboles sobresaliendo del suelo, pequeñas piedras sueltas y arbustos espinosos que hacían que cada paso fuera un desafío. Podía escuchar a los otros animales detrás de él, algunos tropezando y cayendo por el terreno difícil. Pero Nico mantuvo su enfoque, recordando cómo había practicado para mantener el equilibrio en su entrenamiento diario.

Leo, por otro lado, parecía cada vez más incómodo. Aunque seguía liderando la carrera, sus pasos eran menos seguros, y la confianza que había mostrado al inicio comenzaba a desvanecerse. La arrogancia que lo había hecho subestimar el esfuerzo necesario para mantener el ritmo en una carrera tan larga ahora se convertía en su debilidad. Leo miró hacia atrás, y por primera vez en la carrera, vio a Nico acercándose peligrosamente.

Nico, por su parte, notó el titubeo de Leo y decidió aprovechar la oportunidad. Sabía que aún quedaba un tramo largo por recorrer, pero también sabía que el esfuerzo constante y su mentalidad positiva lo habían preparado para este momento. Aumentó su velocidad, esquivando con agilidad las raíces y las piedras, y comenzó a reducir la distancia que lo separaba de Leo.

A medida que se acercaba, escuchó la voz de Max resonando en su mente: “El verdadero secreto para ganar no es solo ser rápido, sino también ser constante”. Nico había aprendido esa lección a lo largo de sus entrenamientos, y ahora la ponía en práctica. Con cada paso, se recordaba a sí mismo que no importaba si Leo lo superaba en velocidad, porque lo que realmente importaba era mantener el esfuerzo y no rendirse.

El bosque se abrió en un claro, y los animales se encontraron frente a un río amplio y caudaloso que corría rápido por el valle. Este era el siguiente gran obstáculo de la carrera, y los competidores sabían que debían cruzarlo para llegar a la meta. Había varias formas de atravesar el río: algunos animales más grandes podían nadar a través de él, mientras que otros más pequeños tendrían que encontrar un camino más seguro.

Leo, que había llegado al río primero, decidió intentar saltar sobre las piedras que sobresalían del agua. Era un plan arriesgado, pero confiaba en su agilidad para saltar de piedra en piedra. Sin embargo, con el cansancio acumulado y la presión de la carrera, su concentración comenzó a fallar. Cuando llegó a la mitad del río, una de las piedras sobre las que saltó estaba resbaladiza, y Leo perdió el equilibrio. Con un gran chapoteo, cayó al agua, siendo arrastrado por la corriente.

Nico, que había llegado al borde del río, vio lo que le había sucedido a Leo. Durante un instante, pensó en saltar tras él para intentar ganar la carrera, pero algo lo detuvo. Recordó las palabras de Max sobre la constancia y la importancia de ayudar a los demás. Nico sabía que si bien quería ganar la carrera, no quería hacerlo a costa de alguien más.

Tomando una decisión rápida, Nico se desvió hacia un tronco caído que estaba parcialmente sumergido en el agua y lo usó para acercarse a Leo, quien luchaba por mantener la cabeza fuera del agua. Con gran esfuerzo, Nico estiró una de sus patas hacia Leo.

—¡Agarra mi pata! —gritó Nico por encima del rugido del agua.

Leo, sorprendido por la acción de Nico, dudó un momento. Pero al darse cuenta de que no podía salir solo, tomó la pata de Nico con firmeza. Con un último esfuerzo, Nico tiró de Leo hacia el tronco y juntos lograron alcanzar la orilla del río, empapados y jadeando por el esfuerzo.

Los otros animales que venían detrás se detuvieron al ver la escena. Algunos de ellos pensaban que Nico había perdido la oportunidad de ganar, pero otros comenzaron a animarlo, impresionados por su valentía y amabilidad. Max, que había estado observando desde un árbol cercano, sonrió con orgullo al ver cómo Nico había aplicado las lecciones que había aprendido.

Leo, aún recuperando el aliento, miró a Nico con una mezcla de agradecimiento y sorpresa.

—Gracias, Nico —dijo Leo, su voz temblando un poco—. No sé qué habría hecho sin ti. Nunca pensé que alguien sacrificaría su oportunidad de ganar por ayudar a otro.

Nico le dio una palmadita en el hombro a Leo y sonrió. —El esfuerzo y la constancia son importantes, pero también lo es la amistad. No quería ganar la carrera si eso significaba dejarte atrás.

Leo asintió, reconociendo la sabiduría en las palabras de Nico. A partir de ese momento, Leo dejó de pensar solo en la competencia y comenzó a ver la carrera de una manera diferente. Juntos, se ayudaron a levantarse y se prepararon para continuar. Aunque habían perdido tiempo en el río, ambos sabían que aún podían dar lo mejor de sí mismos.

La carrera continuó por un tramo final que atravesaba un denso bosque de árboles altos. El sendero estaba cubierto de hojas y ramas, lo que dificultaba la visibilidad. Nico y Leo, ahora corriendo juntos, decidieron apoyarse mutuamente para superar este último obstáculo. Mientras corrían, Nico siguió manteniendo el ritmo constante que había practicado durante tanto tiempo, y Leo, aunque era más rápido, decidió igualar el ritmo de Nico, entendiendo ahora la importancia de la constancia.

Los otros animales, que habían presenciado el acto de bondad de Nico, se sintieron inspirados. Aunque seguían compitiendo, el ambiente de la carrera cambió. Ya no era solo una competencia por la victoria, sino un evento en el que todos compartían un objetivo común: llegar a la meta dando lo mejor de sí mismos, pero también apoyando a los demás en el camino.

A medida que avanzaban por el bosque, Nico y Leo comenzaron a notar los sonidos de la meta. Podían escuchar los vítores de los animales que ya habían llegado y los gritos de ánimo de los espectadores que esperaban a los corredores finales. Ambos sentían la adrenalina en sus cuerpos, pero en lugar de apresurarse, decidieron mantener su ritmo constante y cruzar la meta juntos.

Finalmente, el bosque se abrió en un amplio claro, y delante de ellos, a unos pocos metros de distancia, estaba la línea de meta. La corona de hojas doradas, que tanto había soñado Nico, brillaba bajo la luz del sol, colocada en un pedestal de madera. Pero ahora, esa corona no representaba solo la victoria para Nico. Representaba el esfuerzo, la constancia, la amistad y el verdadero espíritu de la Gran Carrera del Bosque Encantado.

Con una última mirada de complicidad, Nico y Leo cruzaron la línea de meta juntos, hombro a hombro, mientras los animales del bosque estallaban en aplausos y vítores. Habían llegado al final de la carrera, no como competidores, sino como amigos que habían aprendido el verdadero significado del esfuerzo y la constancia.

La Gran Carrera del Bosque Encantado había llegado a su fin, y aunque muchos animales ya habían cruzado la línea de meta, todos esperaban ansiosos para ver quién se llevaría la codiciada corona de hojas doradas. Cuando Nico y Leo cruzaron la línea de meta juntos, el claro se llenó de aplausos y vítores que resonaban entre los árboles. La decisión de los dos amigos de terminar la carrera unidos, hombro a hombro, había tocado el corazón de todos los presentes.

El viejo roble, donde Max observaba todo desde su rama más alta, parecía inclinarse ligeramente hacia ellos, como si también aplaudiera el esfuerzo y la bondad que ambos habían demostrado. Nico, aunque agotado, sintió una profunda satisfacción. Había completado la carrera de la manera en que siempre había soñado, no solo con esfuerzo y constancia, sino también con un espíritu de camaradería que lo hacía sentirse como un verdadero ganador, sin importar el resultado.

El zorro que actuaba como juez de la carrera, un anciano con pelaje gris que había visto muchas carreras en su vida, se adelantó con la corona de hojas doradas en sus patas. Había un brillo en sus ojos mientras observaba a Nico y Leo. Los otros animales se agruparon alrededor, esperando con expectación mientras el juez tomaba una decisión.

—Amigos del bosque —comenzó el zorro, su voz resonando con autoridad y calidez—, esta ha sido una de las carreras más emocionantes que he tenido el privilegio de presenciar. No solo hemos visto velocidad y destreza, sino también el verdadero espíritu de la Gran Carrera: esfuerzo, constancia y, sobre todo, amistad.

Los animales asintieron en silencio, conmovidos por las palabras del juez. Todos sabían que esa carrera había sido diferente a cualquier otra. Había algo especial en cómo Nico y Leo habían trabajado juntos para llegar a la meta, y cómo su colaboración había cambiado la atmósfera de la competencia.

—En todos mis años como juez de esta carrera —continuó el zorro—, nunca había visto un acto de solidaridad tan genuino como el que hemos presenciado hoy. Nico, tu determinación y esfuerzo constante son un ejemplo para todos nosotros. Y Leo, tu humildad y disposición para aprender de tu amigo muestran un gran corazón. Ambos han demostrado que la verdadera victoria no se mide solo en quién cruza la meta primero, sino en cómo llegamos allí y en las lecciones que aprendemos en el camino.

Con esas palabras, el juez se acercó a Nico y Leo, sosteniendo la corona de hojas doradas. Ambos se miraron, sorprendidos y emocionados. No esperaban este reconocimiento, pero en sus corazones sabían que había sido una carrera especial, más allá de cualquier corona o premio.

—Es por eso —dijo el zorro, alzando la corona—, que hoy otorgo esta corona a ambos, para que la compartan como un símbolo de su esfuerzo conjunto, su constancia y su amistad inquebrantable.

Los animales estallaron en aplausos y vítores, celebrando la decisión del juez. Max, desde su rama, emitió un suave ulular de aprobación, sabiendo que Nico había aprendido una valiosa lección que lo acompañaría por el resto de su vida.

Nico y Leo se inclinaron mientras el juez colocaba la corona de hojas doradas sobre sus cabezas. Aunque era un solo premio, se colocó entre ambos, simbolizando la victoria compartida y la fuerza de la amistad. Nico sintió una oleada de orgullo y alegría. Había trabajado duro, había sido constante, y había demostrado que el verdadero triunfo no estaba solo en ganar, sino en hacerlo con integridad y bondad.

Después de la ceremonia, todos los animales se reunieron para celebrar. Había música, comida y juegos, y el claro del bosque se llenó de risas y alegría. Nico y Leo fueron felicitados por todos, desde los más pequeños hasta los más grandes. Cada uno les agradecía por haber mostrado el verdadero significado de la Gran Carrera.

Mientras la fiesta continuaba, Nico y Leo se apartaron un poco del bullicio para descansar bajo la sombra de un árbol cercano. Aún llevaban la corona compartida, que ahora brillaba suavemente bajo la luz de la luna que empezaba a asomarse en el cielo.

—Nunca imaginé que la carrera terminaría así —dijo Leo, mirando la corona y luego a Nico—. Pensé que la victoria era solo cruzar la meta primero, pero hoy aprendí que hay mucho más que eso.

Nico sonrió y asintió. —Yo también lo aprendí. Al principio, quería ganar para demostrarme a mí mismo que podía hacerlo. Pero al final, me di cuenta de que lo más importante no era la victoria en sí, sino cómo llegamos a ella.

Leo lo miró con gratitud. —Gracias, Nico. No solo por ayudarme en el río, sino por mostrarme que el esfuerzo y la constancia valen la pena, y que no siempre tenemos que competir solos. A veces, es mejor trabajar juntos.

Nico se sintió feliz al escuchar esas palabras. Sabía que había hecho un nuevo amigo en Leo, y que juntos habían aprendido una lección que los acompañaría siempre. La Gran Carrera del Bosque Encantado había sido un viaje de descubrimiento para ambos, no solo de sus propias capacidades, sino también de la importancia de la amistad y el apoyo mutuo.

La noche continuó, y poco a poco, los animales comenzaron a regresar a sus hogares, cansados pero llenos de alegría. Nico y Leo decidieron quedarse un poco más, disfrutando de la tranquilidad del bosque bajo la luz de las estrellas.

—El próximo año habrá otra Gran Carrera —dijo Nico, mirando hacia el cielo—. ¿Te gustaría entrenar juntos?

Leo sonrió, sintiendo que esa era la mejor idea que había escuchado en mucho tiempo. —Me encantaría, Nico. Con tu constancia y mi velocidad estoy seguro de que seremos un gran equipo. Pero más allá de ganar, lo importante es que lo haremos juntos, apoyándonos en cada paso del camino.

Nico asintió, sintiéndose afortunado de haber encontrado un amigo tan especial. Sabía que, con esfuerzo y constancia, no solo mejorarían como corredores, sino también como compañeros, aprendiendo el uno del otro y disfrutando del viaje.

Mientras se preparaban para regresar a sus hogares, el viento susurró entre las hojas, como si el bosque mismo estuviera felicitándolos por su logro. Habían demostrado que el verdadero triunfo no se mide solo por llegar primero, sino por la determinación, el esfuerzo y la constancia que se muestra en el camino, para que seamos triunfadores.

Nico y Leo se despidieron, sabiendo que este era solo el comienzo de muchas aventuras juntos. La Gran Carrera del Bosque Encantado había terminado, pero las lecciones aprendidas y la amistad que habían forjado serían para siempre.

La moraleja de esta historia es que el esfuerzo y la constancia nos hacen triunfadores.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡hasta muy pronto! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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