En una especial y acogedora escuela ubicada en las afueras de la ciudad, donde los árboles siempre estaban llenos de hojas verdes y el aire olía a flores frescas, vivía un grupo de niños muy especiales. Cada uno de ellos tenía una personalidad única que los hacía destacar en su propia manera. Sin embargo, había una cosa que todos compartían: el gusto por las apariencias.
Entre estos niños estaba Valeria, una niña que siempre se preocupaba por su aspecto. Cada mañana, antes de ir a la escuela, Valeria se aseguraba de que su cabello estuviera perfectamente peinado, su uniforme impecable y sus zapatos brillantes. Tenía un espejo en su habitación, adornado con pequeñas flores, donde pasaba largos minutos asegurándose de que todo estuviera en su lugar. Su mejor amiga, Ana, también compartía este interés por la belleza exterior. Ana era una chica dulce y siempre sonreía, pero al igual que Valeria, creía que la apariencia lo era todo.
Un día, la profesora Lucía, quien era conocida por sus enseñanzas llenas de sabiduría y su amor por los niños, anunció algo especial en la clase.
—Niños, hoy vamos a tener una actividad muy especial —dijo con una sonrisa en el rostro—. Nos han donado un objeto muy curioso, un espejo encantado, que será colocado en el aula de arte.
La noticia causó un gran revuelo entre los estudiantes. Todos comenzaron a imaginar cómo sería ese espejo y qué tan encantado podría estar. Valeria y Ana, en particular, estaban emocionadas. Pensaban que sería un espejo en el que siempre se verían perfectas, sin importar qué.
Cuando llegó la hora del recreo, todos los niños corrieron al aula de arte para ver el misterioso espejo. Era un espejo grande, con un marco de madera antigua tallada a mano, que daba la impresión de haber pertenecido a alguien muy importante en el pasado. Lo curioso del espejo, sin embargo, era su superficie. No era completamente lisa; en cambio, tenía pequeñas ondulaciones que distorsionaban levemente la imagen reflejada.
—¡Qué espejo más raro! —exclamó Lucas, un niño con una gran imaginación—. Parece como si estuviera vivo.
—No lo sé… no me veo bien en él —dijo Valeria frunciendo el ceño al mirarse—. Mi cabello no se ve tan perfecto como siempre.
—Yo también me veo extraña —añadió Ana, acercándose más al espejo.
Mientras los niños se miraban en el espejo, la profesora Lucía entró en la sala y los observó con una sonrisa en los labios.
—Este espejo tiene un secreto —dijo, captando la atención de todos—. No es un espejo común y corriente. Refleja lo que hay en el interior de cada uno de ustedes.
Los niños se miraron entre sí, confundidos. ¿Qué significaba eso? Valeria pensó que la profesora debía estar equivocada. Para ella, un espejo solo mostraba la realidad exterior, nada más. Pero la curiosidad pudo más, y durante los días siguientes, los niños pasaron cada vez más tiempo frente al espejo, tratando de entender su secreto.
Poco a poco, comenzaron a notar algo extraño. A veces, su reflejo cambiaba dependiendo de cómo se sentían. Un día, cuando Valeria había tenido una discusión con Ana, su reflejo en el espejo parecía más sombrío, su cabello no lucía tan brillante, y sus ojos parecían tristes. Pero cuando se reconciliaron, el reflejo de ambas volvió a la normalidad.
Valeria comenzó a preguntarse si realmente la apariencia era lo más importante. ¿Por qué el espejo cambiaba? ¿Acaso reflejaba algo más profundo que solo su aspecto físico?
—¿Te has dado cuenta, Ana? —preguntó Valeria un día—. Este espejo… creo que muestra cómo nos sentimos por dentro, no solo cómo nos vemos por fuera.
Ana asintió lentamente. Ella también había notado esos cambios y se dio cuenta de que, cuando estaba feliz y en paz consigo misma, su reflejo en el espejo parecía radiante, aunque no hubiera arreglado su cabello o su uniforme ese día.
Intrigadas por este descubrimiento, las dos amigas decidieron observar más detenidamente a sus compañeros. Pronto notaron que el espejo reflejaba la bondad de algunos, la alegría de otros, y también los miedos o inseguridades que todos llevaban en su interior.
Un día, un nuevo estudiante llamado Mateo llegó a la escuela. Mateo era un niño tímido y algo introvertido. Su ropa no era nueva y sus zapatos estaban un poco gastados, lo que hizo que algunos niños, incluidos Valeria y Ana, lo miraran con curiosidad, pero también con cierta desconfianza.
Cuando Mateo se acercó al espejo encantado por primera vez, algo sorprendente sucedió. Aunque su apariencia exterior no era la más cuidada, su reflejo en el espejo brilló con una luz especial. Su rostro, aunque tímido, se veía cálido y amable. Los otros niños quedaron asombrados al ver cómo el espejo reflejaba una belleza interior que no habían notado antes.
Valeria, que había estado observando en silencio, se sintió conmovida. Entendió que la verdadera belleza no tenía que ver con la ropa o el peinado, sino con algo mucho más profundo. Sin decir una palabra, se acercó a Mateo y le sonrió, ofreciéndole su amistad.
A partir de ese día, el espejo encantado se convirtió en un símbolo para los niños de la escuela. Aprendieron que cada uno de ellos tenía una belleza única, que no siempre era visible a simple vista. Valeria, Ana y el resto de sus compañeros comenzaron a mirar más allá de las apariencias, descubriendo la bondad, la generosidad y la alegría en los corazones de los demás.
El aula de arte se transformó en un lugar de reflexión, donde los niños iban no solo para ver sus reflejos, sino para recordar la importancia de valorar a los demás por lo que realmente son. La belleza interior se convirtió en la lección más valiosa que la profesora Lucía pudo enseñarles, y gracias al misterioso espejo encantado, todos los estudiantes aprendieron a encontrar la verdadera belleza en el interior de cada persona.
A medida que pasaban los días, el espejo encantado se convirtió en el centro de atención en la escuela. Todos los niños querían descubrir más sobre su poder, y poco a poco comenzaron a valorar menos las apariencias externas. Sin embargo, no todos comprendieron inmediatamente la lección que el espejo intentaba enseñar.
Mateo, el nuevo estudiante, se hizo amigo de Valeria y Ana. Aunque al principio le costaba relacionarse con los demás, pronto se dio cuenta de que tenía un don especial para escuchar y ayudar a sus compañeros. Siempre tenía una palabra amable o un consejo sabio, lo que hizo que los niños comenzaran a acudir a él cuando tenían algún problema. Sin embargo, aún había algunos que no podían dejar de juzgar a los demás por su apariencia.
Uno de esos niños era Andrés. Andrés era uno de los más populares en la escuela, conocido por su estilo impecable y su destreza en los deportes. Era admirado por muchos, pero también tenía un lado menos amable. Solía burlarse de aquellos que no se veían tan bien como él, y aunque era simpático por fuera, no siempre era justo con los demás. Andrés no entendía por qué todos prestaban tanta atención a Mateo. No podía ver lo que los otros apreciaban en él.
Un día, durante el recreo, Andrés decidió confrontar a Mateo. Lo encontró en el patio, rodeado de otros niños que escuchaban atentamente una historia que Mateo estaba contando. Sin pensarlo mucho, Andrés interrumpió la conversación con una sonrisa burlona en el rostro.
—No entiendo por qué todos ustedes están tan fascinados con él —dijo Andrés en voz alta, señalando a Mateo—. Solo es un chico con ropa vieja y zapatos gastados. ¿Qué tiene de especial?
Los niños se quedaron en silencio, sorprendidos por las palabras de Andrés. Valeria, que estaba entre el grupo, se sintió incómoda. Había aprendido a apreciar a Mateo por quien era, no por cómo lucía. Pero las palabras de Andrés la hicieron dudar por un momento. ¿Podría ser que aún valorara demasiado las apariencias?
Mateo, sin embargo, no se dejó intimidar. Con calma, miró a Andrés a los ojos y sonrió.
—No es lo que llevo puesto lo que importa, Andrés. Lo que importa es cómo tratamos a los demás y cómo nos sentimos por dentro.
Andrés se rió con desdén.
—Eso es lo que dice la gente cuando no tiene nada que mostrar —respondió—. No entiendo por qué todos creen que eres tan especial.
Valeria sintió un nudo en el estómago. Quería defender a Mateo, pero temía que Andrés pudiera volverse contra ella también. Ana, que estaba a su lado, la miró con preocupación. Ambas sabían que era el momento de decir algo, pero las palabras parecían atoradas en sus gargantas.
En ese momento, la profesora Lucía apareció en el patio. Había escuchado parte de la conversación y decidió intervenir.
—Andrés, ¿por qué no vamos todos al aula de arte? —propuso con suavidad—. Me gustaría mostrarles algo importante.
Los niños, incluidos Andrés, siguieron a la profesora Lucía hasta el aula de arte. Una vez allí, se detuvieron frente al espejo encantado.
—Este espejo tiene algo especial, como ya saben —comenzó a decir la profesora—. Refleja lo que llevamos dentro, no solo lo que está en la superficie. Quiero que todos ustedes se miren en él, uno por uno, y que piensen en lo que ven.
Andrés fue el primero en acercarse. Con confianza, se miró en el espejo, esperando ver su habitual reflejo impecable. Pero algo diferente ocurrió. Su imagen en el espejo parecía un poco apagada, como si su brillo habitual hubiera desaparecido. Sus ojos, que generalmente reflejaban seguridad, ahora parecían un poco más tristes.
—No lo entiendo —murmuró Andrés, sorprendido—. Este espejo está roto.
La profesora Lucía negó con la cabeza.
—No está roto, Andrés. Lo que ves es una parte de ti que quizá no habías notado antes. Todos tenemos días en los que nos sentimos inseguros, aunque no lo mostremos por fuera. El espejo nos ayuda a ver eso.
Valeria y Ana se miraron entre sí. Las palabras de la profesora resonaron en ellas. Sabían que Andrés era popular y siempre se veía perfecto, pero también sabían que, a veces, podía ser duro con los demás. Quizás, pensaron, Andrés tenía sus propias inseguridades, como todos los demás.
Mateo fue el siguiente en acercarse al espejo. Cuando se miró, su reflejo no cambió mucho. Su ropa seguía siendo sencilla y sus zapatos gastados, pero sus ojos brillaban con una luz cálida y su sonrisa reflejaba la amabilidad que todos habían llegado a apreciar.
—Mateo, tu reflejo es un recordatorio de lo que realmente importa —dijo la profesora Lucía con una sonrisa—. No es lo que llevamos por fuera, sino lo que llevamos por dentro.
Andrés observó en silencio. Por primera vez, comenzó a cuestionar su propio comportamiento. ¿Había estado juzgando a los demás de manera injusta? ¿Era posible que hubiera ignorado la verdadera belleza de sus compañeros por centrarse demasiado en las apariencias?
—Quiero que todos recuerden algo —continuó la profesora Lucía, mirando a cada uno de los niños—. La belleza no se trata solo de cómo nos vemos. Se trata de cómo tratamos a los demás, de la bondad que mostramos y de la forma en que nos apoyamos mutuamente. Ese es el tipo de belleza que realmente importa.
Los niños asintieron en silencio, reflexionando sobre lo que la profesora había dicho. Andrés, en particular, se sintió abrumado por un sentimiento de vergüenza. Había pasado tanto tiempo preocupándose por su apariencia y juzgando a los demás que no se había dado cuenta de lo importante que era ser amable y considerado.
Después de esa experiencia, Andrés comenzó a cambiar. Empezó a tratar a sus compañeros con más respeto y dejó de hacer comentarios sobre la apariencia de los demás. Valeria y Ana también se sintieron motivadas a ser más conscientes de cómo valoraban a las personas, no por su apariencia, sino por quiénes eran realmente.
El espejo encantado continuó siendo un símbolo en la escuela, recordando a todos que la verdadera belleza no se ve a simple vista. Los niños, incluyendo a Andrés, aprendieron que cada uno de ellos tenía algo especial que ofrecer, algo que no podía medirse con un simple reflejo en un espejo común.
Con el tiempo, la lección del espejo encantado comenzó a manifestarse en las acciones diarias de los niños en la escuela. Todos estaban más atentos a cómo trataban a sus compañeros, y poco a poco, la atmósfera del lugar cambió. La rivalidad basada en las apariencias disminuyó, y en su lugar, floreció una comunidad más unida y respetuosa. Pero el verdadero impacto de este cambio se sintió en Andrés, quien, desde aquel día frente al espejo, no había dejado de reflexionar sobre su comportamiento.
A pesar de sus esfuerzos por cambiar, Andrés se encontraba luchando con sus viejos hábitos. En ocasiones, se sorprendía a sí mismo haciendo comentarios sarcásticos o burlones, y cada vez que lo hacía, sentía una punzada de arrepentimiento. Sabía que aún tenía mucho que aprender, y una parte de él temía que los demás nunca lo vieran como algo más que un chico superficial.
Un día, mientras los niños jugaban en el patio durante el recreo, Mateo se acercó a Andrés. Había notado el esfuerzo que Andrés estaba haciendo por ser más amable, pero también había visto la lucha interna que enfrentaba.
—Hola, Andrés —dijo Mateo con una sonrisa—. ¿Te gustaría venir conmigo al aula de arte? Hay algo que me gustaría mostrarte.
Andrés, aunque sorprendido por la invitación, asintió. A lo largo de las últimas semanas, había desarrollado un respeto silencioso por Mateo. Lo admiraba por su capacidad para mantenerse fiel a sí mismo y por la manera en que siempre veía lo mejor en los demás.
Cuando llegaron al aula de arte, Mateo se acercó al espejo encantado y se detuvo frente a él.
—Este espejo nos ha enseñado mucho —comenzó Mateo, mirando su reflejo—, pero hay algo más que quiero que veas.
Andrés se acercó, un poco confundido. No entendía qué más podía revelarle el espejo. Sin embargo, cuando miró su propio reflejo, notó algo diferente. A pesar de las luchas internas que había tenido, su reflejo ya no parecía tan sombrío como antes. Sus ojos, aunque aún mostraban algunas dudas, también reflejaban una nueva determinación.
—Cada día es una oportunidad para mejorar —dijo Mateo—. Nadie es perfecto, y todos cometemos errores. Lo importante es que intentemos ser mejores y que aprendamos a perdonarnos a nosotros mismos por nuestros errores.
Andrés sintió un nudo en la garganta. Había pasado tanto tiempo preocupado por lo que los demás pensaban de él que había olvidado lo que realmente importaba: cómo se veía a sí mismo. Sabía que había lastimado a otros con sus palabras y actitudes, pero también sabía que podía cambiar.
Mateo continuó:
—A veces, lo más difícil es aceptarnos a nosotros mismos, especialmente cuando vemos nuestras propias fallas. Pero ese es el primer paso para crecer. El espejo encantado no solo muestra lo que somos por dentro, sino también lo que podemos llegar a ser si trabajamos en nosotros mismos.
Las palabras de Mateo resonaron profundamente en Andrés. Se dio cuenta de que el cambio no se trataba solo de cómo lo veían los demás, sino de cómo él quería ser como persona. Sabía que el camino sería difícil, pero estaba decidido a seguir adelante.
A partir de ese día, Andrés comenzó a cambiar de manera más notable. No solo intentó ser más amable con los demás, sino que también empezó a ayudar a aquellos que antes habría ignorado. Por ejemplo, cuando vio a Lucas, el niño con una gran imaginación, luchando por encontrar a alguien que escuchara sus historias, Andrés fue el primero en sentarse a su lado y escucharlo con atención. Lucas, sorprendido pero agradecido, comenzó a considerar a Andrés como un amigo.
Valeria y Ana también notaron el cambio en Andrés y decidieron apoyarlo en su proceso. Entendieron que todos cometían errores y que lo importante era aprender de ellos. Comenzaron a invitar a Andrés a pasar más tiempo con ellos y a incluirlo en sus actividades, lo que ayudó a fortalecer la nueva amistad que estaba surgiendo entre todos.
Una mañana, la profesora Lucía anunció que habría una presentación especial en la escuela. Cada clase debía preparar una obra de teatro que reflejara alguna lección importante que hubieran aprendido durante el año. Los niños de la clase de Valeria, Ana, Andrés y Mateo decidieron que su obra giraría en torno al espejo encantado y la lección de la verdadera belleza interior.
Trabajaron juntos durante semanas, escribiendo el guion, preparando los disfraces y ensayando sus papeles. Andrés, quien solía ser el centro de atención en todo, decidió tomar un papel secundario, dejando que Mateo y otros niños más tímidos ocuparan los roles principales. Esto sorprendió a muchos, pero también les mostró lo mucho que Andrés había cambiado.
El día de la presentación, el aula de arte se transformó en un pequeño teatro. Los padres, maestros y otros estudiantes se reunieron para ver la obra, y la emoción en el aire era palpable. La obra comenzó con una escena en la que los niños descubrían el espejo encantado por primera vez y se enfrentaban a sus propios reflejos. Valeria, Ana y Mateo interpretaron sus papeles con naturalidad, mientras que Andrés, aunque un poco nervioso, se esforzó por dar lo mejor de sí mismo.
El clímax de la obra llegó cuando Andrés, interpretando su propio personaje, se enfrentó a su reflejo y comprendió la importancia de la belleza interior. Fue un momento emotivo que resonó no solo en los espectadores, sino también en los niños que habían vivido esa lección en la vida real.
Al finalizar la obra, los aplausos llenaron la sala. Los niños se sintieron orgullosos de lo que habían logrado, no solo en el escenario, sino también en sus corazones. La profesora Lucía, con lágrimas en los ojos, subió al escenario y abrazó a cada uno de sus estudiantes.
—Estoy muy orgullosa de todos ustedes —dijo con voz emocionada—. Han aprendido una lección que muchos tardan toda una vida en comprender. Han descubierto que la verdadera belleza se encuentra en el interior, y que lo que realmente importa es cómo tratamos a los demás y cómo nos sentimos con nosotros mismos.
Los niños sonrieron, sabiendo que las palabras de la profesora eran ciertas. Andrés, en particular, sintió una paz interior que no había experimentado antes. Sabía que aún tenía mucho camino por recorrer, pero también sabía que no estaba solo. Tenía amigos que lo apoyaban y lo aceptaban por quien era realmente.
Al final de ese día, cuando todos se preparaban para irse a casa, Andrés se acercó al espejo encantado una vez más. Esta vez, su reflejo no mostró dudas ni inseguridades. En su lugar, vio a un niño que había aprendido a ver la belleza en los demás y, lo más importante, en sí mismo.
Y así, la historia del espejo encantado se convirtió en una leyenda en la escuela, recordada por generaciones de estudiantes que aprendieron a valorar lo que realmente importa en la vida: la bondad, la empatía, y la belleza que llevamos en el interior.
La moraleja de esta historia es que Hay que Encontrar la belleza en el interior de los demás.
Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡hasta muy pronto! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.
¿Te gustaría disfrutar de este contenido en formato de AUDIO LIBRO GRATIS? Aprovecha!!
Recuerda que siempre puedes volver a consultar nuestros libros en formato de AUDIO LIBRO GRATIS en nuestro canal de Youtube. NO OLVIDES SUSCRIBIRTE
Recibe un correo electrónico cada vez que tengamos un nuevo libro o Audiolibro para tí.
You have successfully joined our subscriber list.
Disfruta GRATIS de los mejores libros para Leer o Escuchar sobre Esoterismo, Magia, Ocultismo.
Disfruta GRATIS de los mejores libros para Leer o Escuchar para los pequeños grandes del mañana.
Disfruta de la historia de Terror más oscura y MARAVILLOSA que está cautivando al mundo.
Retira en Nequi, Daviplata, Tarjetas Netflix, Bitcoin, Tarjeta Visa Prepagada, ETC.