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El cazador de almas perdidas – Creepypasta 334.

Guayaquil bajo Asedio – El Despertar de la Desquiciada.

El aire en el túnel subterráneo de Guayaquil estaba cargado de una humedad espesa,

amplificando el eco de los pasos silenciosos de Diana, Fabián, Olfuma y los tres

escuadrones de Oricalco que los acompañaban. Las luces intermitentes parpadeaban,

dejando entrever las figuras que avanzaban sigilosas por el laberinto de concreto, sus

sombras proyectándose en las paredes.

Diana caminaba en la delantera, su cuerpo tenso, pero a la vez relajado, como una fiera que

acecha a su presa. Aunque la misión había comenzado con tranquilidad y sigilo, su instinto

licántropo anhelaba la acción, esa sensación de adrenalina corriendo por sus venas

mientras destrozaba enemigos.

—¿Cuánto más de este paseo? —murmuró Diana en voz baja, sin voltear a ver a sus

compañeros—. Estoy empezando a aburrirme.

A su lado, Fabián mantuvo su compostura tranquila, aunque sus sentidos estaban en alerta.

Él sabía que la calma que precede a una tormenta era engañosa, especialmente en las

operaciones de La Purga. Siempre llegaba un punto en que todo se torcía, y los verdaderos

desafíos aparecían. Sin embargo, la confianza en sus aliados, especialmente en Diana, le

daba la serenidad necesaria.

Diana suspiró, aún inquieta. La tensión de no hacer nada durante tanto tiempo no le

sentaba bien. Su mente vagaba entre pensamientos sueltos, y pronto su voz, siempre

directa y sin filtros, rompió el silencio:

—Supongo que debería agradecer que la “bruja de los recuerdos” haya vuelto. —Una

sonrisa traviesa se dibujó en sus labios—. He visto a María manipulando recuerdos en su

entrenamiento. Es la aprendiz de aquella vampira, ¿cierto? Y hermana de Tatiana.

Fabián no pudo evitar fruncir el ceño levemente al escuchar el apodo, pero sabía que Diana

no lo decía con malicia. Solo era su forma de ser.

—Sí, María es mi pareja —dijo con calma, su mirada fija al frente, pero la ligera

incomodidad era palpable.

Olfuma, que había permanecido en silencio, observando a su alrededor como si cada

rincón pudiera ocultar algo peligroso, se giró hacia Fabián con curiosidad evidente en sus

ojos.

—¿Tu pareja? —repitió, con sorpresa en la voz—. Pero… tú eres del Vaticano, ¿no? ¿No

está prohibido para ti tener una pareja?

El tema tocó una fibra delicada en Fabián, pero respondió con franqueza.

—En efecto, soy parte del Vaticano. Y no, no debería tener una pareja —confesó, con un

tono que mezclaba desafío y resignación—. Pero mi relación con María no es algo que el

Vaticano sepa. Vambertoken protege nuestra unión… y a cambio, María le ofrece lealtad a

La Purga. Y por supuesto, también yo.

Diana, siempre rápida para entender las dinámicas de poder, soltó una risa seca y astuta.

—Claro, todo tiene sentido. El gran Vambertoken protege tu secreto a cambio de tener en

su bolsillo a la “bruja de los recuerdos” y a ti. Negocios son negocios, después de todo.

—Sus ojos brillaron con diversión mientras la sonrisa se mantenía en su rostro.

Olfuma, por su parte, se quedó procesando la información. Aunque ya no era la Bruja

Roja, sus instintos de curiosidad persistían. Esta revelación la desconcertaba. En su mente,

los hombres de fe como Fabián estaban regidos por estrictas reglas morales. Saber que

alguien podía desafiar esas normas y continuar operando bajo el radar de una organización

tan poderosa como el Vaticano la hizo replantearse muchas cosas.

Sin embargo, cualquier reflexión profunda se vio interrumpida por el súbito avance de uno

de los soldados de Oricalco, que regresaba de una exploración rápida con un gesto de

advertencia.

—Movimiento al frente —anunció en voz baja, apuntando hacia la penumbra en la que los

túneles se hundían más adelante.

Fabián, Diana y Olfuma se tensaron de inmediato, sus cuerpos listos para la acción.

Diana mostró una sonrisa peligrosa, sus ojos centelleando con una excitación que solo una

situación de combate podría ofrecer.

—Por fin —murmuró, y sus dedos se crisparon ligeramente, anticipando lo que venía. Para

ella, el aburrimiento había terminado. Ahora, estaba en su elemento.

Los vampiros de Ragnarok emergieron de las sombras sin previo aviso. Vampiros

separatistas y sanguijuelas avanzaban en una ola coordinada, sus ojos brillando con

hambre y violencia. Habían caído en una emboscada, pero eso no significaba que

estuvieran en desventaja. No cuando tenían a Diana la Desquiciada de su lado.

El túnel se sumergió en un caos de sangre y muerte cuando Diana desató su furia sobre los

vampiros sanguijuelas. A su alrededor, la destrucción que dejaba a su paso era evidente,

pero no estaba sola en la lucha.

Mientras Diana despedazaba a los enemigos más cercanos con garras y colmillos, Fabián

se mantuvo firme, observando el campo de batalla con ojos calculadores. Con su

experiencia, sabía que no todos los enemigos podían ser abatidos por la fuerza bruta.

Mientras los sanguijuelas caían bajo las garras de Diana, los vampiros separatistas se

estaban reagrupando, preparando una ofensiva letal.

Fabián levantó su mano y comenzó a recitar un rezo bíblico, invocando la luz divina. Las

palabras sagradas fluyeron de sus labios con fuerza, su tono firme y seguro resonando

incluso en medio del caos. Un brillo cálido envolvió su figura mientras las palabras tomaban

forma en el aire.

—”El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré? El Señor es la fortaleza de mi vida;

¿de quién he de atemorizarme?” —El poder de su fe invocó un escudo de energía sagrada,

cubriendo tanto a Olfuma como a los soldados de Oricalco cercanos.

Los vampiros separatistas abrieron fuego, sus rifles escupiendo balas hacia ellos, pero el

escudo de Fabián resistió, absorbiendo el impacto. El brillo del escudo parpadeó, pero se

mantuvo firme.

Olfuma, por su parte, observaba todo con los ojos abiertos de par en par. Estaba

impresionada por la destreza de Diana, pero sabía que también tenía que actuar. A pesar

de ser una recién convertida, el instinto de lucha se despertaba en ella. Con un movimiento

rápido, sus manos se levantaron y comenzaron a generar las esferas de anti magia de

sangre que se formaron a su alrededor.

Los vampiros sanguijuelas que intentaban atacar desde la distancia no tuvieron

oportunidad. Olfuma lanzó las esferas de anti magia, y al hacer contacto, los cuerpos de los

vampiros comenzaron a retorcerse, su magia siendo anulada instantáneamente. Uno tras

otro, los vampiros caían bajo el poder de la anti magia de Olfuma, debilitados y vulnerables

ante los disparos certeros de los soldados de Oricalco.

—”No los dejes escapar, mantenlos bajo control” —gritó Fabián, mientras invocaba un rayo

de luz que atravesó el aire, impactando directamente en un vampiro separatista que

intentaba lanzar un hechizo de sangre. La luz divina lo desintegró en el acto, su cuerpo

convertido en cenizas antes de tocar el suelo.

Los separatistas, viendo cómo sus compañeros caían, intentaron reorganizarse para lanzar

un contraataque más coordinado. Desde el fondo del túnel, uno de los vampiros ritualistas

levantó los brazos, invocando magia oscura. Su poder convocó un grupo de gárgolas,

criaturas de piedra que cobraron vida y comenzaron a avanzar hacia Fabián y Olfuma.

—”¡Mantened la línea!” —ordenó Fabián a los soldados de Oricalco, quienes respondieron

disparando con precisión a las gárgolas que se acercaban.

 

A su lado, Olfuma sabía que era el momento de dar un paso al frente. Por primera vez, iba

a utilizar su transformación no para alimentarse, sino para luchar. Sus músculos se tensaron

mientras el cambio comenzaba a apoderarse de su cuerpo. En cuestión de segundos,

Olfuma se transformó en una bestia poderosa, sus ojos brillando con determinación.

Las gárgolas se acercaron rápidamente, pero Olfuma, en su forma de licántropa, no

retrocedió. Se lanzó contra la primera, sus garras destrozando la dura piel de piedra. A

pesar de la resistencia de las criaturas, Olfuma continuó atacando, rasgando sus cuerpos

con furia hasta que la primera gárgola cayó a pedazos. Sus ojos brillaban de emoción al

sentir la fuerza de la batalla, y sus instintos la guiaban mientras eliminaba a otra gárgola

con la misma ferocidad.

Diana, que estaba en medio de su segunda transformación, observó cómo Olfuma se unía

a la batalla con una mezcla de orgullo y satisfacción. Pero su enfoque rápidamente volvió a

los vampiros que quedaban en pie. Volviendo a su forma humana, Diana desenvainó sus

espadas cortas una vez más y corrió hacia los vampiros separatistas.

Con una precisión letal, Diana cortó a través de sus filas, sus espadas bailando en el aire

con destreza. Cada golpe derribaba a un enemigo, y los separatistas caían ante su furia.

Pero sabían que no podían ganar, así que intentaron retroceder, disparando en todas

direcciones.

Fue entonces cuando Fabián intervino de nuevo, recitando un pasaje bíblico mientras

levantaba su mano derecha.

—”No temerás el terror nocturno, ni la flecha que vuela de día” —declaró con convicción, y

de inmediato, un rayo de luz divina se desplegó en el aire, descendiendo sobre el grupo de

separatistas que intentaba huir. La luz los envolvió, destruyéndolos por completo.

El campo de batalla ahora era un caos controlado, con los enemigos cayendo uno tras otro.

Diana, Olfuma y Fabián, junto con los soldados de Oricalco, se mantenían en pie,

dominando a sus oponentes.

Pero la batalla aún no terminaba. A lo lejos, Diana vio cómo un vampiro ritualista intentaba

realizar un último hechizo desesperado, sus manos llenas de energía oscura mientras

comenzaba a recitar un conjuro. No podían permitir que ese hechizo se completara.

Con un rugido final, Diana se lanzó hacia su tercera y última transformación. Su cuerpo

volvió a hincharse, sus garras se alargaron y sus colmillos brillaron con una furia

incontrolable. Saltó hacia el ritualista con una velocidad explosiva, alcanzándolo antes de

que pudiera completar su hechizo. Con un solo golpe, Diana destrozó su cráneo, la magia

oscura disipándose en el aire antes de causar ningún daño.

El silencio se apoderó del túnel. Los enemigos que quedaban comenzaron a huir,

derrotados por la brutalidad de la batalla. Diana volvió lentamente a su forma humana, su

respiración pesada, pero una sonrisa de satisfacción cruzó su rostro mientras observaba el

caos que habían dejado atrás.

Fabián y Olfuma se acercaron, ambos exhaustos pero victoriosos. Los soldados de

Oricalco comenzaron a asegurar el área, mientras Fabián informaba al centro de

operaciones.

—”Aquí equipo 3, misión cumplida. El área está asegurada, pero parece que Ragnarok

planea derrumbar estos túneles pronto. Es probable que los otros equipos enfrenten la

misma amenaza.”

El mensaje fue enviado, y aunque la batalla había sido dura, sabían que la guerra estaba

lejos de terminar.

El aire en el túnel se volvía más denso a medida que el combate llegaba a su fin. Los

cuerpos de los vampiros sanguijuelas y gárgolas yacían esparcidos por el suelo, mientras

los soldados de Oricalco aseguraban el perímetro y recogían cualquier cosa que pudiera

ser útil. Pero en medio de todo el caos, Olfuma no podía apartar la mirada de Diana.

A lo largo del combate, Diana se había transformado tres veces, cada una más rápida, más

fuerte, más brutal. Para Olfuma, quien apenas estaba empezando a dominar sus propias

transformaciones, aquello era algo descomunal. La ferocidad y el poder que Diana

desplegaba eran un espectáculo que la dejaba sin palabras. Pero lo que más le impactaba

no era solo la fuerza, sino cómo Diana volvía a su forma humana tras cada batalla, sin

perder ese vínculo con su lado licántropo.

Mientras recogían lo necesario para evacuar, Olfuma no pudo contenerse más. Con pasos

cautelosos, se acercó a Diana, quien estaba limpiando sus espadas, las manos aún

manchadas de sangre, pero con una sonrisa satisfecha en el rostro. La intensidad de la

batalla aún brillaba en sus ojos, pero el cariño que Diana sentía por Olfuma siempre estaba

presente, incluso en los momentos más cruentos.

—Diana… —comenzó Olfuma con un tono vacilante—. Lo que acabas de hacer,

transformarte tantas veces… Es… increíble. —Hizo una pausa, pensando cómo expresar

sus pensamientos—. ¿Cuál es tu límite? ¿Voy a poder aprender eso algún día?

Diana levantó la mirada, sus ojos brillando con una mezcla de orgullo y afecto. Sabía que

Olfuma había estado observando cada movimiento, y aunque la pregunta era ingenua, el

hecho de que Olfuma quisiera mejorar le llenaba de satisfacción.

—Pequeña, no sé cuál es mi límite —dijo Diana, limpiándose una mancha de sangre del

rostro con el dorso de la mano—. Lo que yo hago es algo que solo puedes lograr con años

de lucha, y sí, un poco de locura también —añadió con una sonrisa traviesa—. Pero no te

subestimes. Ya te estás transformando sin la necesidad de alimentarte, algo que a muchos

les toma años. Tienes un potencial enorme, y si sigues entrenando, tal vez puedas superar

incluso lo que yo hago.

La forma en que Diana lo dijo, con una sinceridad que solo ella podía expresar, hizo que el

corazón de Olfuma se llenara de gratitud. No solo por las palabras, sino por el cariño que

Diana le mostraba constantemente, como si fuera más que una aprendiz, casi como una

hija. Olfuma siempre había sentido ese vínculo, pero cada vez que Diana la animaba, lo

sentía con más fuerza.

Pero no solo Diana había dejado una marca en Olfuma durante la batalla. Fabián, con sus

rezos y su fe inquebrantable, había demostrado ser un compañero formidable. Aunque ya lo

había visto resistir a la bestia de Drex en el torneo de la Purga, pelear codo a codo con él

era algo completamente distinto. Su capacidad para proyectar escudos y lanzar rayos

divinos era impresionante, y Olfuma no pudo evitar sentirse pequeña en comparación.

Con algo de timidez, Olfuma se acercó a Fabián, quien, tras el combate, estaba

concentrado en asegurarse de que todo estuviera bajo control.

—Fabián… —empezó, sin saber muy bien cómo continuar—. Lo que haces con tu fe, esos

escudos, los rayos… Es increíble. Yo… No sé si soy lo suficientemente buena para estar a la

altura de lo que tú y Diana hacen.

Fabián, siempre sereno y compasivo, sonrió con suavidad, notando la duda en la voz de

Olfuma. Sabía lo que era sentirse así, sobre todo al principio de su vida en la Iglesia,

cuando sus habilidades recién se estaban manifestando. Pero Olfuma estaba

subestimándose, y él no podía permitir eso.

—Olfuma, lo que tú haces es extraordinario. Tu anti magia de sangre es algo que muy

pocos pueden igualar. Has logrado en poco tiempo lo que otros tardan años en dominar. He

cazado a licántropos devorados por la bestia, aquellos que pierden toda humanidad. Y verte

a ti, no solo controlando tu transformación, sino usando ese poder para combatir, es

impresionante. Nunca olvides eso.

Olfuma lo miró con sorpresa y gratitud. Las palabras de Fabián eran sinceras, pero algo en

su tono hizo que la tensión en el ambiente creciera ligeramente. Diana, quien había estado

escuchando la conversación, dejó de limpiar sus espadas y su mirada se oscureció. Hablar

de cazar licántropos no era algo que ella tolerara fácilmente, y la idea de alguien de la

Iglesia cazando a su especie encendió una chispa de ira en su interior.

Antes de que la tensión pudiera escalar, Fabián sonrió, consciente del cambio en el

ambiente. Sabía que debía desviar el tema antes de que Diana decidiera arremeter contra

él. Con una sonrisa astuta, lanzó una pregunta que sabía que calmaría el ambiente.

—Dime, Diana, ¿cuántos cazadores del Vaticano has cazado tú? —preguntó con un tono

relajado, buscando romper la tensión.

Diana, tomada por sorpresa, soltó una carcajada sonora. La ira que comenzaba a arder en

su pecho se disipó de inmediato.

—¡Ah, ¿quién sabe!  —respondió, aún riendo—. He perdido la cuenta. Llevo más de cien,

pero ¿quién se molesta en contar esas cosas?

El ambiente se relajó de inmediato. Olfuma rió suavemente, y Fabián sonrió, satisfecho de

haber evitado una confrontación. Aunque sabían que la tensión entre Diana y la Iglesia

siempre estaría presente, al menos por ahora, todo parecía más tranquilo.

En un gesto inesperado, Diana se acercó a Olfuma, con una mirada que mezclaba orgullo y

ternura. Tomó un trozo de una de las gárgolas caídas, arrancándolo con facilidad, y se lo

ofreció a Olfuma.

—Aquí, pequeña —dijo Diana, con una sonrisa suave—. Es hora de que empieces tu propia

colección. Guarda esto como un trofeo. Es tuyo. Recuerda siempre lo que lograste hoy.

Olfuma, sorprendida por el gesto, tomó el trozo de gárgola con manos temblorosas. Sentía

el calor de las palabras de Diana, y por un momento, todo lo que había sucedido en la

batalla se desvaneció. Este era un momento íntimo, un símbolo de su crecimiento, de su

lugar en la manada. Para Olfuma, recibir ese trofeo de Diana, la mujer que la había

transformado y que la cuidaba casi como a una hija, era mucho más que un simple gesto.

Era una promesa de que estaba en el camino correcto.

Guardando el trozo de gárgola con cuidado, Olfuma sonrió, sintiéndose más fuerte, más

segura de sí misma. Sabía que aún tenía mucho que aprender, pero con Diana a su lado, y

el apoyo de Fabián, estaba preparada para enfrentar lo que Ragnarok les lanzara. Y algún

día, sabía que también llegaría a ser tan poderosa como Diana

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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