Creepypasta 332.
Guayaquil Bajo Asedio – El Sigilo en Samborondón.
La noche se cernía pesada sobre Samborondón, un barrio de lujo que, desde la distancia,
parecía tranquilo. Sin embargo, bajo su calma superficial, se ocultaban las sombras de
Ragnarok. Los tres escuadrones de Oricalco avanzaban en silencio, liderados por Raúl y
Alexia, figuras de poder y estrategia que se movían con sigilo, mientras las luces de las
urbanizaciones de alta vigilancia brillaban como estrellas artificiales a lo lejos.
Raúl, en su forma humana, observaba el terreno con agudeza, sus sentidos al límite. Su
habilidad de Skinwalker le permitía percibir el aire de una manera singular, evaluando cada
detalle de los sonidos y movimientos a su alrededor. Aunque caminaban entre sombras, el
terreno no era sencillo. Sabía que, bajo esa capa de sofisticación y lujo, se escondían rutas
subterráneas que Ragnarok utilizaba para pasar desapercibidos. Detectarlas sin levantar
sospechas era su principal desafío.
A su lado, Alexia se movía con una agilidad y fuerza que desmentían su tamaño. En su
forma humana, cada uno de sus movimientos era preciso y controlado, una mezcla del
entrenamiento de una guerrera experimentada y la naturaleza instintiva de su licantropía.
Raúl lo sabía bien: la impulsividad de Alexia podía ser peligrosa, pero también una ventaja
cuando se manejaba adecuadamente.
Desde un lugar seguro, María canalizaba su clarividencia, enviando información a través de
enlaces mentales. Compartía con el equipo cada cambio en la energía y posibles amenazas
en el área. Mientras tanto, Tatiana supervisaba desde el centro de operaciones, ajustando
los movimientos de las otras unidades.
Las órdenes de Tatiana resonaron en el oído de Raúl a través del canal de comunicación:
—Las cámaras de seguridad de las urbanizaciones han sido neutralizadas temporalmente.
Tienen diez minutos para moverse sin ser detectados. Asegúrense de no activar las alarmas
internas.
—Entendido —respondió Raúl, con voz firme. Sus ojos se encontraron con los de Alexia,
quien, a pesar de su naturaleza impulsiva, mantenía una postura alerta y calculadora.
El equipo llegó a la entrada de uno de los edificios subterráneos, una estructura discreta
oculta en los jardines traseros de una mansión de lujo. Raúl alzó la mano, señalando a los
escuadrones de Oricalco que se desplegaran alrededor, cubriendo los perímetros en
silencio.
Se inclinó, olfateando el aire en su forma humana, activando parte de sus habilidades de
Skinwalker. El cambio fue leve, pero suficiente para agudizar su sentido del olfato como un
depredador. Percibió un rastro tenue, una mezcla de sangre fresca y magia corrupta.
Vampiros y algo más.
—Hay vampiros aquí. Y algo diferente… —susurró, su voz baja pero clara para Alexia.
—¿Sangre de los sanguijuelas? —preguntó Alexia, refiriéndose a los vampiros que habían
sucumbido a la sed de sangre, criaturas apenas conscientes de su propia existencia, casi
animales. Ella conocía bien su olor y lo reconocía en el aire—. Se sienten diferentes… más
descontrolados.
Raúl asintió y se preparó para el siguiente paso. Con un gesto, se transformó rápidamente
en un águila, desplegando sus alas en silencio mientras sobrevolaba la entrada
subterránea, explorando el área con su vista aguda. Desde el cielo, notó a dos vampiros de
bajo rango custodiando la entrada, ocultos en las sombras, junto a una pequeña jaula de
rejas oxidadas.
Dentro de la jaula, había un grupo de vampiros sanguijuelas, temblando de hambre y rabia,
completamente atrapados en su sed incontrolable. Eran una amenaza, pero al estar
encerrados, no representarían un obstáculo inmediato. Aterrizó en silencio junto a Alexia,
quien lo aguardaba al pie de la colina.
—Vampiros y sanguijuelas —susurró Raúl mientras recuperaba su forma humana—. El área
está controlada, pero si liberamos a esas criaturas, toda la operación se irá al demonio.
Debemos proceder con cautela.
Alexia asintió, apretando el mango de una de sus espadas. No había espacio para errores.
Dos vampiros de bajo rango no serían un problema, pero liberar a las sanguijuelas, criaturas
incontrolables, podría desatar un caos del que no podrían escapar sin levantar sospechas.
Con una señal de Raúl, el equipo se dividió. Los escuadrones de Oricalco tomaron
posiciones estratégicas, listos para actuar si el sigilo fallaba. Raúl, por su parte, se deslizó
en silencio hacia los dos vampiros que vigilaban la entrada. En un movimiento fluido,
cambió su forma a un gran lobo, su pelaje negro como la noche camuflándose con la
oscuridad. Sus pasos eran inaudibles.
Un salto, y uno de los vampiros cayó al suelo antes de poder reaccionar. Raúl, con la fuerza
de sus mandíbulas, lo neutralizó de inmediato, su mirada fija en el segundo, que ni siquiera
tuvo tiempo de gritar antes de ser derribado por Alexia, quien lo silenciaba con un golpe
mortal de su espada. Ningún ruido, ningún error.
—Listo —susurró Raúl mientras recuperaba su forma humana—. Ahora, la parte difícil: el
celular.
Alexia asintió. Sabían que Ragnarok utilizaba comunicaciones tecnológicas avanzadas, y en
alguna parte de ese subterráneo había un dispositivo crucial. Un celular que, con la
información adecuada, podría ser la clave para rastrear las rutas de escape de la
organización.
Se adentraron en la entrada subterránea, moviéndose con el mismo sigilo. A medida que
descendían, el aire se volvía más denso, y las paredes del túnel comenzaban a mostrar
signos de magia corrupta, runas marcadas con sangre y símbolos oscuros grabados en
piedra. Era el rastro de los chamanes.
Finalmente, encontraron lo que buscaban: el celular estaba en una mesa de madera,
iluminado por una tenue luz
que lo protegía. Alrededor, restos de sacrificios y objetos rituales, probablemente
abandonados por los chamanes de Ragnarok antes de su huida.
—Aquí está —dijo Alexia, acercándose con cautela.
Raúl se detuvo, analizando la situación.
—Trampa. Lo sabemos. Los chamanes no dejarían esto tan fácil. —Su instinto de
Skinwalker le advertía que algo estaba mal. Las runas en las paredes no eran solo
decoración. Eran activadores de magia oscura.
Se movió hacia una de las runas y la tocó con cuidado, sus sentidos animales captando la
energía.
—Es una alarma mágica. Si lo tomamos sin desactivarla, alertaremos a todos en un radio
de kilómetros.
Alexia apretó los dientes. No podían permitirse activar esa alarma, pero tampoco podían
retirarse sin el dispositivo. Lo necesitaban para completar la misión.
—Entonces desactívala, Raúl. Sabes hacerlo mejor que nadie.
Raúl asintió, preparándose para enfrentar la magia oscura que protegía el celular. Tenía que
ser rápido, pero también cauteloso. Si fallaba, toda la misión se vería comprometida.
El subterráneo estaba envuelto en una atmósfera densa y opresiva. Las runas grabadas en
las paredes irradiaban una energía oscura que hacía vibrar el aire alrededor de Raúl y
Alexia. El dispositivo celular, colocado estratégicamente sobre una mesa en el centro de la
cámara, era el premio, pero también la trampa. Lo sabían. Los chamanes de Ragnarok no
dejaban nada sin proteger, y la magia que rodeaba la habitación no era fácil de desactivar.
Raúl, en su forma humana, observaba las runas, acercándose lentamente para evitar
cualquier activación repentina.
—No podemos fallar ahora —murmuró Alexia, manteniéndose a una distancia segura pero
lista para intervenir en caso de que las cosas se complicaran.
Raúl no respondió de inmediato. Sus sentidos de Skinwalker estaban enfocados en las
vibraciones mágicas que corrían por las paredes y el suelo. Se agachó frente a una de las
runas, tocándola con suavidad. La energía que sintió bajo sus dedos era antigua, retorcida,
y claramente diseñada para detonar al menor contacto indebido.
—Esto está diseñado para activarse si intentamos romper la barrera directamente —dijo, su
voz baja pero firme—. Pero no es irrompible. Solo necesitamos… un toque más sutil.
Alexia, que confiaba en las habilidades de Raúl en situaciones críticas, mantuvo su mirada
fija en él. Sabía que había algo más en juego que simplemente el éxito de la misión. Raúl
era un estratega, y este era uno de esos momentos en los que su capacidad para adaptarse
lo hacía imprescindible.
Raúl, usando su habilidad de Skinwalker, se concentró. A medida que tocaba la runa, sus
dedos comenzaron a cambiar ligeramente, volviéndose más afilados, más sensibles. Usaba
los instintos de un animal cazador, uno que pudiera percibir las más sutiles corrientes de
energía. Con cada segundo que pasaba, deslizaba sus dedos por los bordes de la runa,
sintiendo el patrón de la trampa mágica.
—Casi lo tengo… —murmuró, mientras su respiración se hacía más controlada.
Finalmente, Raúl hizo un movimiento preciso. Con una rapidez calculada, presionó el centro
de la runa con la yema de su dedo, justo en el punto exacto donde las corrientes mágicas
se cruzaban. Hubo un leve parpadeo en las paredes, y de repente, las runas comenzaron a
apagarse una por una, desactivando la trampa sin que se activara la alarma.
—Listo —dijo Raúl, exhalando con alivio.
Alexia sonrió.
—No esperaba menos de ti.
Ambos se acercaron a la mesa donde estaba el celular. Alexia, siendo más directa, lo tomó
en sus manos, verificando que no hubiera más trampas antes de guardarlo en una bolsa
segura. Habían logrado hacerse con la pieza clave de la misión sin levantar ninguna alarma.
—Vamos, salgamos de aquí —dijo Raúl, volviendo a la entrada por donde habían llegado.
Sin embargo, mientras avanzaban por el pasillo, ambos escucharon un leve crujido detrás
de ellos. Un ruido seco, casi imperceptible, pero que alertó inmediatamente a Raúl, cuyos
sentidos animales lo pusieron en alerta.
—Esos vampiros sanguijuela… —susurró Alexia, deteniéndose de golpe.
Raúl giró lentamente la cabeza. A lo lejos, al fondo del túnel, los vampiros sanguijuela que
habían visto enjaulados al entrar comenzaban a moverse. Uno de ellos, probablemente más
desesperado que los demás, había comenzado a romper su jaula con una fuerza
inesperada.
—Tenemos que salir de aquí antes de que se liberen —dijo Raúl, tomando la delantera.
Alexia asintió y ambos aumentaron la velocidad, corriendo por el túnel hacia la salida. A sus
espaldas, el sonido de metal retorciéndose y las respiraciones jadeantes de los vampiros
hambrientos comenzaban a hacerse más intensos. No podían permitirse una confrontación
en ese momento. Debían salir antes de que la situación escalara.
Al llegar a la salida, los tres escuadrones de Oricalco que estaban cubriendo el perímetro
se unieron rápidamente a ellos. La misión había sido un éxito, pero ahora debían retirarse
sin hacer ruido.
—Todo en orden, manténganse alertas —ordenó Raúl, su voz firme pero calmada. Sabía
que el equipo estaba preparado para cualquier eventualidad.
Mientras avanzaban hacia los vehículos de escape, Alexia se quedó un paso detrás de
Raúl. Aprovechó ese momento de calma para hablar de algo que había estado rondando su
mente.
—¿Sabes? —dijo Alexia, manteniendo el tono bajo, pero lo suficientemente claro para que
Raúl la escuchara—. He estado pensando… Durante la orgía de Anuel, no recuerdo
haberte olido en ningún momento. ¿No habías dicho que ibas a ir?
Raúl esbozó una sonrisa leve, sin detener su marcha. Sabía que la pregunta eventualmente
saldría, y ahora parecía el momento adecuado para responderla.
—Te seré honesto, Alexia. Dije que iría… pero al final decidí no hacerlo. Tenía otras cosas
en mente, y esa no era una prioridad para mí en ese momento —confesó tranquilamente—.
Pero me alegra saber que tú disfrutaste.
Alexia sonrió de medio lado, sin perder el paso.
—Fue… interesante, digamos. No sé si divertido es la palabra, pero estuvo lejos de ser
aburrido.
Raúl rió suavemente.
—Me imagino. Aunque, como puedes imaginar, yo prefiero otro tipo de “diversiones” —dijo
con un tono sarcástico, manteniendo el ambiente ligero.
Con el celular asegurado y la misión completada sin incidentes mayores, el equipo llegó a
los vehículos y comenzaron a retirarse. A medida que se alejaban del barrio de
Samborondón, el éxito de su operación se hizo evidente: no habían levantado alarmas,
habían neutralizado a los guardias sin problemas, y lo más importante, tenían la clave para
acceder a los movimientos de Ragnarok.
Mientras el vehículo blindado avanzaba hacia el siguiente punto de reunión, Raúl se
permitió un momento de reflexión. Sabía que cada victoria pequeña como esta era crucial
para el éxito de la Purga en su conjunto. Pero también entendía que, para alguien como
Alexia, la verdadera batalla estaba en otro lado, una lucha interna que no se resolvería tan
fácilmente.
—Supongo que esta es una de esas misiones que nos da tiempo para pensar —dijo
finalmente, Raúl, mirando de reojo a Alexia—. A veces, el silencio es nuestro mayor aliado.
Alexia asintió, mirando hacia el horizonte, su mente perdida en pensamientos más
profundos. Aunque el celular robado era una victoria para la misión, sabía que aún había
mucho que demostrar, tanto a la manada como a sí misma.
El vehículo se internó en la oscuridad, mientras las luces de Samborondón desaparecían
detrás de ellos, y con ellas, la sensación de peligro inmediato. Pero en el fondo, ambos
sabían que esto solo era el principio. El verdadero enfrentamiento estaba por venir.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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