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El cazador de almas perdidas – Creepypasta 326.

Grito de Posesión.

La luz de la mañana entraba a través de las cortinas, pero la claridad en la habitación

contrastaba con el caos que reinaba en la mente de María. Había pasado la noche en vela,

dándole vueltas a lo mismo una y otra vez. Sabía que la situación con Valeria Dupont era

un juego político, una fachada que Fabián debía mantener para los planes de

Vambertoken, pero eso no aliviaba el dolor que sentía. El titular que había visto en las

redes sociales de Valeria retumbaba en su cabeza como un eco interminable: “Una Noche

Íntima con el Pescador de Hombres”.

La imagen de Fabián abrazando a Valeria, con su sonrisa perfecta y sus insinuaciones, era

más de lo que podía soportar. Aunque María sabía que todo era una actuación, eso no

quitaba la realidad de su dolor. Cada vez que veía esa imagen, algo se quebraba dentro de

ella. Era como si el mundo le recordara constantemente que él no le pertenecía por

completo. Que, aunque fuera un juego, Valeria seguía usándolo para sus propios fines,

exhibiéndolo como si fuera suyo.

Pero Fabián no era de Valeria. Fabián era suyo. Solo suyo.

María sintió el impulso crecer dentro de ella como un incendio que no podía apagar. Se

levantó de la cama, su cuerpo desnudo vibrando con una energía visceral. Se acercó a

Fabián, quien aún dormía, ajeno al caos que ardía dentro de ella. Se inclinó sobre él, y sin

pensarlo dos veces, lo despertó con un toque firme, pero no fue una caricia suave; fue una

reclamación.

Fabián abrió los ojos, desconcertado al principio, pero la intensidad en la mirada de María

lo hizo comprender de inmediato que algo estaba mal. Antes de que pudiera decir una

palabra, María se le subió encima, y con una voz firme y salvaje, gritó:

—Eres mío. ¡¿Me oíste?! ¡Mío!

Cada palabra salía con la fuerza de una orden, como si quisiera borrar de la existencia

cualquier rastro de Valeria en la vida de Fabián. Las manos de María recorrieron su cuerpo

con una mezcla de deseo y posesión, sus dedos aferrándose a él con fuerza, como si

estuviera asegurándose de que no podría escapar. No quería simplemente sentirlo; quería

marcarlo, quería que él supiera que no había nadie más.

—¡Eres solo mío! —volvió a gritar, su voz quebrada entre la rabia y el dolor.

Fabián, aún confundido por la intensidad del momento, sintió la ferocidad en María. Trató

de hablar, de calmarla, pero sus palabras murieron en su garganta cuando vio la

desesperación en sus ojos. No había espacio para explicaciones. No había lugar para

suavizar el momento. María necesitaba reafirmar lo que era suyo, y lo haría de la única

forma que sabía: tomando lo que le pertenecía.

Sus labios se encontraron con los de Fabián en un beso que no pedía, sino que exigía. No

era un acto de amor tierno, era un grito visceral de posesión. Mientras lo besaba, lo

sujetaba con fuerza, como si quisiera hundirse en él, como si quisiera que su esencia

quedara marcada en su piel. Los movimientos de María eran rápidos, desesperados, como

si en cada segundo que pasaba estuviera borrando la presencia de Valeria de la mente de

Fabián, expulsándola de su cuerpo, de su vida.

—¡Dímelo! —exigió María, mientras lo miraba con ojos llenos de furia y deseo—. ¡Dime que

eres mío! ¡Solo mío!

Fabián, superado por la intensidad del momento, asintió rápidamente, sus manos

temblorosas buscando la forma de calmarla.

—Soy tuyo, María. Siempre lo he sido. Solo tuyo, nadie más —logró decir entre suspiros,

intentando aplacar el torbellino que había desatado.

Pero María no estaba satisfecha con palabras. No quería promesas vacías. No quería más

explicaciones. Quería acción. Quería certeza. Y mientras sus cuerpos se entrelazaban,

mientras cada movimiento de María reafirmaba lo que sentía, gritaba al viento, a la nada, a

las paredes:

—¡Fabián es mío! ¡Solo mío! Gritó con Desesperación

El clímax llegó no con placer, sino con la liberación del dolor acumulado. María se desplomó

sobre Fabián, sus labios aún marcados por la intensidad del momento. Respiraba con

dificultad, su pecho subiendo y bajando rápidamente. Fabián, jadeante, permaneció quieto,

acariciándola suavemente mientras ella recuperaba el aliento.

En el silencio que siguió, María sintió que el dolor no se había ido por completo, pero al

menos, por esa mañana, Fabián era suyo. Había gritado su verdad, y el eco de esas

palabras aún resonaba en el apartamento. Pero sabía que no duraría. Sabía que Valeria

seguiría en el juego, y que la próxima foto o el siguiente titular volverían a abrir la herida.

Pero por ahora, Fabián estaba a su lado, y María no dejaría que nadie se lo arrebatara.

El apartamento de Fabián y María estaba sumido en un silencio extraño, como si el aire se

hubiera vuelto pesado tras la tormenta emocional que acababa de desatarse. El cuerpo de

María yacía junto al de Fabián, ambos todavía recuperándose de la intensidad con la que

ella había intentado reclamar lo que consideraba suyo. Mientras Fabián intentaba recuperar

el aliento, acariciaba suavemente su espalda, buscando consolarla, pero el caos que

resonaba dentro de María no podía ser apaciguado tan fácilmente.

Al principio, las lágrimas comenzaron a caer en silencio, pero pronto se volvieron más

intensas, imparables. El dolor acumulado durante días la estaba consumiendo,

envenenándola por dentro, sin importar cuánto gritara o tratara de convencerse de que

Fabián le pertenecía solo a ella. Su mente sabía la verdad. Sabía que lo que había ocurrido

con Valeria no era más que una fachada, una actuación para el mundo exterior. Sabía que

Fabián no la había traicionado, que no había infidelidad en su corazón.

Pero su corazón no lo entendía.

Por más que intentara repetirse esa lógica, por más que Fabián le susurrara palabras de

amor, el tormento seguía ahí, martillando su pecho con la imagen de Valeria Dupont.

Valeria, que usaba a Fabián para alimentar una narrativa falsa, para crear una historia de

amor que no existía. Cada vez que María veía las fotos, los titulares en las redes, sentía

como si algo afilado le desgarrara el alma. Y aunque sabía que todo era mentira, que no

había verdad en esas insinuaciones, no podía evitar que la duda se filtrara, como veneno,

en su corazón. Porque, aunque Fabián estuviera allí, a su lado, el mundo seguía viendo otra

historia.

El llanto de María se volvió más profundo, desgarrador. Fabián, impotente, solo podía

sostenerla, acariciándola con una suavidad que intentaba mitigar el dolor, aunque supiera

que ninguna palabra podría calmarla en ese momento. Cada lágrima de María lo hería más,

cada sollozo que sacudía su cuerpo le recordaba lo frágil que era su mundo juntos.

—No puedo… —susurró María entre sollozos, su voz rota—. No puedo dejar de sentir esto…

aunque sé que no es real, no puedo…

Fabián la apretó más fuerte contra su pecho, sintiendo cómo sus lágrimas lo empapaban.

Sabía que las redes sociales, las fotos, los rumores, todo eso era parte del juego sucio de

Vambertoken y Valeria, una trampa en la que se habían visto forzados a participar para

cumplir con su deber. Pero ver a María sufrir así, sentir que su amor no era suficiente para

aliviar su dolor, le rompía el alma.

—Estoy aquí… solo contigo, María —susurró, con todo el amor que podía infundir en esas

palabras—. Siempre contigo.

Pero justo cuando las palabras salieron de su boca, sintió el zumbido de su teléfono sobre

la mesa de noche. Fabián suspiró, con el ceño fruncido. No quería soltar a María, no quería

romper ese momento en el que trataba de consolarla, pero algo en su interior le dijo que

debía revisar el mensaje.

Con cuidado, extendió la mano hacia el teléfono, desbloqueándolo con un rápido

movimiento. La pantalla iluminada mostraba un mensaje de Vambertoken. Las palabras

eran claras, precisas, y cada una de ellas parecía pesar como una losa: “Te espero en la

sede de La Purga. Antes de que comience la jornada.”

La mandíbula de Fabián se tensó al instante. Sabía lo que eso significaba. Un llamado de

Vambertoken nunca traía buenas noticias, y mucho menos cuando coincidía con el horario

de la clase de Tatiana. Ese detalle lo inquietaba profundamente, porque sabía que justo

durante esa clase, María estaría bajo la voluntad de Asha. Las lecciones de magia arcana

siempre eran peligrosas, pero la presencia de Asha lo convertía en un campo minado. María

estaría vulnerable, completamente sometida a los deseos de su maestra.

Apretó el teléfono con fuerza, sintiendo el peso de la situación. Sus ojos se posaron sobre

María, que seguía llorando, perdida en su propio dolor. La idea de dejarla en ese estado, de

tener que alejarse cuando más lo necesitaba, lo destrozaba. Pero sabía que ignorar una

convocatoria de Vambertoken no era una opción. El líder de la Purga no aceptaba

negativas, y retrasarse significaba enfrentarse a consecuencias mucho peores.

—María… —comenzó con cautela, su voz tensa y cargada de preocupación—.

Vambertoken me ha citado esta mañana… justo antes de la clase de Tatiana.

María dejó de sollozar por un momento. Aunque su cuerpo aún temblaba, se giró hacia él,

sus ojos enrojecidos y llenos de lágrimas, buscando algo en su mirada que la calmara.

María respiró entre sollozos, tratando de encontrar el valor para expresar lo que sentía, lo

que la consumía desde dentro. Su cuerpo temblaba, y sus lágrimas, aunque constantes,

parecían ser insuficientes para aliviar el dolor que llevaba en el pecho. Alzó la mirada hacia

Fabián, sus ojos enrojecidos, pero llenos de una desesperación que no podía seguir

ocultando.

—Fabián… —susurró, con la voz entrecortada por las lágrimas—, yo sé que me amas… sé

que no hay traición, pero… —Hizo una pausa, sus palabras atrapadas en su garganta

mientras el dolor seguía invadiéndola—. No puedo dejar de sentirme así. No puedo ignorar

cómo me destroza todo esto.

Tomó la mano de Fabián con fuerza, como si aferrarse a él fuera lo único que la mantenía a

flote. Lo necesitaba, más de lo que las palabras podían expresar, más de lo que ella misma

podía comprender. Sus dedos apretaron los de él, y su mirada, llena de lágrimas, reflejaba

una tormenta de emociones.

—Yo te necesito… a ti. No a lo que me dices, no a las promesas, sino a ti… aquí, ahora,

conmigo. —Su voz temblaba mientras las palabras brotaban con una mezcla de dolor y

súplica—. Quiero sentir que soy suficiente para ti… que soy la única en tu mundo. No quiero

compartirte con ese monstruo de Valeria, ni con Vambertoken, ni con esa maldita mentira

que nos está destruyendo.

Se inclinó hacia él, su frente apoyándose en su pecho, y su voz salió como un susurro

herido, roto:

—No me dejes sola esta vez, Fabián… no me abandones ahora. No puedo con este dolor.

No puedo seguir con la duda… —Las lágrimas mojaban la piel de Fabián mientras ella lo

abrazaba con una intensidad casi desesperada—. Te necesito aquí, ahora. Muéstrame que

soy la única, que todo esto vale la pena… que yo soy suficiente para ti.

Su cuerpo temblaba contra el de él, incapaz de contener el miedo, la ansiedad y el dolor

que la consumían. Fabián la sostuvo, sintiendo el peso de su dolor, de su desesperación.

Sabía que lo que María le estaba pidiendo era más que compañía; era la confirmación de

que, en un mundo lleno de mentiras y manipulaciones, él era real para ella. Que no era solo

palabras vacías.

María levantó la cabeza, su rostro cubierto de lágrimas, pero sus ojos aún suplicaban por

algo más. Lo necesitaba con una urgencia abrumadora.

—Por favor… —murmuró, con la voz rota, casi un eco de su dolor—. No me hagas sentir

que te estoy perdiendo. Quédate aquí conmigo. No me dejes luchar sola contra todo esto.

Fabián, viendo la magnitud del sufrimiento de María, sintió cómo se rompía algo dentro de

él. Sabía que no podía irse, no cuando ella lo necesitaba así.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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